Tocando el cielo

Tras aquél polvo bestial, y una vez que Dani se había marchado de nuestra casa, una sensación extraña me embargó. Mientras ella se duchaba, yo permanecí en la cama… fumando como un poseso.

TOCANDO EL CIELO

Tras aquél polvo bestial, y una vez que Dani se había marchado de nuestra casa, una sensación extraña me embargó. Mientras ella se duchaba, yo permanecí en la cama… fumando como un poseso.

A los pocos minutos, su figura entró en el dormitorio. Venía desnuda, como si aún deseara más. Cruzamos nuestras miradas y no nos dijimos nada. Yo seguí rellenándome de nicotina el cerebro y ella, supongo, más relajada con la ducha, comenzó a preocuparse por mi estado mental, por mis sentimientos, por lo que pasaba por mi mente.

Se subió encima de la cama y se sentó sobre mis piernas. Me observaba sin pronunciar palabra alguna. Yo seguía echando humo por boca y nariz. Miré su coño. Si, aún mostraba sus labios irritados. Ascendí con mi mirada hasta sus pechos. Las imágenes volvieron a mi mente una tras otra. Trataba de analizar la nueva situación, pero su voz, esa voz melosa, me vapuleó otra vez.

-¿Te encuentras bien?. Me preguntó.

-Si. Pensaba.

-¿En qué pensabas?. Me preguntó llena de temor.

-En Dani. En ti. En mí. Respondí lacónicamente.

-¿Puedes compartir esos pensamientos conmigo?. Me preguntó mientras tomaba mi pene yermo entre su mano y lo acariciaba.

-¡Claro!. En realidad, estaba haciendo un ejercicio mental. Revisaba las imágenes de lo que hemos vivido.

-¿Y qué piensas?. Me preguntó.

-Pienso que ha sido una experiencia única. ¡Debería haberlo grabado!.

-¿Para qué?...

-Para recrearnos en ello una y mil veces. Para vernos desde fuera. Para sentir las sensaciones otra vez. Para que nos violenten las imágenes…

-Para excitarnos. Añadió ella.

-Si. Aunque si sigues haciendo eso con tu mano, no sólo conseguirás que me ponga duro, si no que tendré que salir a buscar a cualquier transeúnte e invitarle a que suba a nuestra cama.

-¿Eso te gustaría?.

-Puedes apostar que si.

-¿No has tenido bastante?. Me susurró mientras su mano acunaba mis testículos.

-¿Y tú?, ¿Has tenido suficiente?. Pregunté mientras mi mano se fundía con su vulva.

-Si, creo que sí.

-A juzgar por esto-Dije a la vez que acariciaba sus labios mayores con mis dedos-, no estaría yo tan seguro.

-Lo he pasado muy bien-Se inclinó sobre mi cuerpo y sus labios contactaron con los míos-Ha sido inolvidable.

Noté sus pechos candentes sobre mis pectorales. Sus pezones se habían vuelto a inflamar. El recuerdo o la revisión de las imágenes vividas, convulsionaron su mente otra vez. Atrapé con mis manos sus nalgas y acaricié su espalda a la vez que cerraba los ojos y revisaba algún que otro pasaje de lo acontecido en aquella cama apenas unas horas antes. La ví tendida sobre las sábanas, con su cara cubierta por su larga melena negra, retorciéndose de placer, elevando su grupa para obtener la fusión de su útero con el pene atrevido. Sus manos crispadas apretando las sábanas, su cuerpo perlado de sudor, sus ayes de placer…

-Te quiero.

-Y yo. Respondí casi en un susurro mientras se acunaba sobre mi pecho abrazada a mi cuerpo.

Todo había sido perfectamente planeado. El guión de cómo se iba a montar la escena había sido estudiado con minuciosidad. Era evidente que la improvisación se haría la dueña de la situación, pero el camino había sido diseñado en consenso con Pilar. Ambos habíamos analizado los gestos, aceptando las sugerencias el uno del otro. Cuando los nervios atenazaban a uno, el otro calmaba el desasosiego con dulzura, con algún gesto, con un beso…

Cuando miré el reloj, la impaciencia me desbordaba. Aún quedaba una hora. Sesenta minutos eternos. Podrían ser algunos menos…o algunos más, pero eran muchos minutos para la tensión que sentíamos. Decidí tomar una copa mientras Pilar se decoraba.

Cuando llegó al salón, me miró seria. Rápidamente me incorporé y abracé su cuerpo. Un casto beso, acompañado de un “te quiero” fue la pequeña ofrenda que hice ante la sublime belleza que exhibía. Su larga melena negra descansaba sobre las hombreras de la camisa de seda blanca que llevaba puesta. Apenas dos botones abiertos, dejaban bien claro que no existía prenda que oprimiera esos pechos que hasta esa tarde habían sido exclusivamente míos. Los bultos empujando la tela delataban la dureza de sus pezones. La falda finalizaba exactamente en la mitad de sus muslos. Los volantes  que remataban la tela negra parecían celebrar su unión a la fiesta. ¿Llevaría bragas?. No, no quería saberlo. En ese instante habría sido muy escandaloso para mí conocer ese detalle. Habíamos acordado que yo ignoraría su decisión respecto a usar la prenda.

Me separé de ella para poder observarla mejor. Recorrí, desde sus zapatos hasta su cabellera, todo su cuerpo. Me empalagaba con la visión. Me endurecía el miembro aquella imagen. Los zapatos de medio tacón, sus piernas desnudas, su falda negra cubierta en parte por el dobladillo de la camisa de seda…, ese pelo negro que admitía mil brillos…y mil colores.

-Estás radiante, cielo.

-¿De verdad estoy bien?.

-Mejor no podías estar. Me va a costar trabajo resistirme hasta la llegada de Dani.

-Iremos con calma, Andrés. Me lo prometiste.

-Por supuesto. No forzaremos nada. Las cosas seguirán su curso según las necesidades del momento.

-¿Y si alguno de los tres siente inseguridad?. Me preguntó dibujando un gesto de duda.

-Los otros dos le ayudarán. No te preocupes, todo saldrá bien. Ven, siéntate aquí-Indiqué el lugar en el que ella estaría esperando la llegada de Dani-, ¿Quieres una copa?.

-Mejor no…o sí, no…bueno…no sé…

-Te pondré un wisky. Te relajará.

Pilar me sostuvo la mirada unos segundos. Decidí apartarme de ella y servir la copa que entendía que necesitaba. De paso, yo rellenaría mi vaso nuevamente. Y, nerviosamente, encendí un nuevo cigarro a la vez que entregaba la copa a Pilar. Ella me miró preocupada. Traté de analizar su gesto antes de abrir la boca. Se mostraba expectante, con aparente seguridad, pero algo me confirmaba que sus nervios podrían traicionar sus deseos. Pero yo ayudaría y Dani colaboraría. Nada saldría mal. No podía salir mal.

-Tranquila. No debes tener miedo a nada. Tampoco debes analizar, ni siquiera pensar. Todo saldrá sólo. Yo te cuidaré. Estaremos juntos en todo momento.

-Ya va a llegar. Dijo mirando el reloj de nuestro amplio salón.

-Si. Es posible que se retrase. Dije tratando de calmar su inquietud.

-No, no lo hará. Será puntual. Ya nos lo dijo.

-Con una mujer como tú, yo me habría adelantado mil horas a la fijada para la cita. Estás preciosa. Dije a la vez que besaba sus labios en un efímero roce.

Un par de “gong” breves, me erizó el vello de los brazos. Pilar se removió intranquila en el sillón que ocupaba.

-Tranquila. Ya está aquí. Voy a abrir. Todo saldrá bien. Dije a la vez que la besaba.

-Ufffffff…Suspiró ella tratando de tranquilizarse.

Cuando abrí la puerta, los dientes blancos de Dani se mostraron a la vez que su boca se estiraba en una sonrisa cordial, sincera.

-¿Qué tal?. Preguntó a la vez que me tendía la mano que yo acepté con un fuerte apretón.

-Bien, bien…pasa, pasa. Pilar nos espera en el salón.

Conduje a Dani por el pasillo hasta llegar al salón. Cuando nuestras figuras irrumpieron en la sala, Pilar nos sonrió nerviosamente a la vez que se levantaba para recibir a nuestra visita. Un par de besos en ambas mejillas, sonrisas incluidas, acabaron por diluir el impacto de su presencia.

Dani olía bien. Vestía un traje azul oscuro sobre una camisa blanca. El primer botón de la camisa estaba tan abierto como los dos de la que portaba Pilar. Cuando le acomodé frente a Pilar, recogí su chaqueta y la deposité sobré un sillón, a su vista, pues ignoraba si podría necesitar algo que portara.

-¿Una copa, Dani?. Pregunté mientras ya sostenía la botella en la mano.

-Si, por favor.

-¿Esto?. Pregunté acercando la botella de Chivas Regal a su cara.

-Si. Está bien. Pero no seas generoso, por favor.

-Descuida. Dije a la vez que servía su copa y rellenaba la mía con un ligero balanceo de la botella.

Una vez entregado el licor, me senté a la izquierda de Pilar. Dani quedó enfrente de ella.

-¿Y bien?. Has sido muy puntual. Es una cualidad que admiro de la gente. Nunca me ha gustado que me esperen, así como tampoco que me hagan esperar.

-Siempre he tratado de ajustarme a las horas en la que me esperan. Prefiero esperar, perder el tiempo, antes de poner impaciente a quien me espere.

-Eso está bien. Dije sin saber muy bien por dónde atacar con la conversación.

-¿Quedamos a las ocho, no?. Preguntó tal vez desconcertado.

-Si, si. Has sido puntual. Dije mientras observaba a Pilar como tomaba un trago de su copa.

-Tenéis una casa que parece grande, ¿no?. Dijo cambiando la conversación de la puntualidad.

-Si. Después te la enseña Pilar. Es grande. Llevamos viviendo aquí desde que nos casamos. Ya va para diez años. Nos encontramos cómodos en ella. Alguna reforma, alguna comodidad, mucho dinero metido dentro…, en fín, es nuestra humilde casa.

-¿Humilde?. ¡Teníais que ver vosotros lo que es humilde!.

La conversación amenazaba con convertirse en un clamor de halagos hacia mi casa. Y eso no me gustaba. No era mi plan. Yo había pensado, junto a Pilar, ser natural. Mostrarnos como una semana antes, era vital. Para ello, sólo tenía que unir el estado que vivimos una semana antes con el actual. Tratar esa semana que había pasado como si de un descanso se tratase. Por suerte, Dani dejó de alabar la decoración de nuestra vivienda, y lanzó la pregunta que nos hizo zambullirnos en nuestro asunto.

-¿Supongo que seguimos pensando igual que el sábado pasado?. Preguntó.

-Si, si. Desde luego. Por nuestra parte no ha habido cambios. ¿No es verdad, Pilar?. Pregunté para comprometerla en la conversación.

-Bueno…-Comenzó a dudar-, supongo…que…supongo que…

-Tranquila, Pilar-Interrumpió Dani-comprendo perfectamente. Se que lo hablado al abrigo de unas copas, en una situación como la que vivimos y compartimos el sábado pasado, no tiene por que marcar nuestros pasos. De hecho, creo que debemos exigirnos sinceridad. Se a lo que he venido, lo dejasteis claro el otro día. Una copa, una charla y después…si surge algo, mejor para todos. Pero no nos debe frustrar si no ocurre nada. Yo no he venido a vuestra casa con ninguna pretensión que se aleje de lo acordado: Una copa, una buena charla…y a ver que pasa. Finalizó Dani con su sonrisa habitual.

-Exacto, Dani-Dije algo eufórico, pues ni yo hubiera podido ser tan elocuente y tan claro en ese instante-. Nosotros creemos estar preparados. Pilar y yo lo hemos hablado mucho durante esta semana. Si he de ser sincero, no sé si estaremos a la altura de las circunstancias. Hemos hablado, y varias veces, que iremos paso a paso. No forzaremos ninguna situación. Sólo así, al menos eso creo, tendremos un final deseado por todos. ¿No es así, Pilar?. Pregunté tratando de oír su melosa voz.

-Si. Lo que ha dicho mi marido es verdad. Lo hemos hablado mucho esta semana. Andrés-Ese es mi nombre- me ha asegurado que iremos paso a paso. Despacio, sin obligaciones. Pero como has pedido sinceridad, Dani, seré franca: Nunca hemos hecho esto. No sé que pasará, ni en qué momento se frenará. La predisposición es clara, pero no hay garantías…

-¡Por supuesto, Pilar!-Exclamó Dani-. No debes temer. Con la predisposición ya contamos, pero comprendo perfectamente que no es lo mísmo la fantasía que la práctica. En lo que a mí respecta, podréis parar cuando os sintáis incómodos y…

-Nos ayudaremos-Sentencié-. No habrá problemas. El propósito es llevar a Pilar a límites insospechados. Tiene que gozar, tiene que crisparse de placer-No me reconocía hablando así-, tiene que tocar el cielo.

El silencio me abrumó. Tal vez fui demasiado deslenguado, demasiado claro, demasiado salvaje, pero era mi pensamiento. Y el de Pilar. Y, ¿Por qué no?, el de Dani. Así se había hablado el sábado anterior. El encuentro tuvo lugar en un local de intercambios. La joven que se encargaba de las relaciones públicas nos había presentado. Dani se encontraba sólo. Ella nos había preguntado por nuestros deseos y yo, con mucho rubor, le comenté que nos interesaban los tríos. A los pocos minutos, un hombre de unos cuarenta años compartía asiento en una mesa junto a nosotros. Su aspecto era impecable, su voz armoniosa, su predisposición…clara.

Sabía que desde el primer momento que Pilar conoció a Dani, éste le gustaba. Me lo había dicho. Lo había demostrado aquella noche cada vez que habían bailado juntos. La sintonía había quedado de manifiesto. Esa mísma sintonía que nos había hecho decidir que sería él. Y así se lo dijimos. Claramente. Dani, como no podía ser de otra forma, aceptó sin reservas desde el primer instante. Es cierto que no forzó nada, que no puso condiciones, que aceptó las copas, la conversación y…después, ya se vería. Y en eso estábamos. En nuestro cómodo salón. Los tres. Deseando follar.

Probablemente, el silencio que se hizo tras mis últimas palabras se estaba prolongando demasiado. Rompí el vacío.

-Pilar, ¿Por qué no le cuentas a Dani cómo nos trajimos la armadura que tenemos en el hall mientras yo preparo algún tentempié?. Fue muy gracioso-Dije mirando a Dani-, Pilar te contará las peripecias.

Era una salida. Pilar le contaría con todo lujo de detalles nuestro viaje desde Toledo, armadura incluida. De paso, les dejaría sólos un rato para que Pilar se tranquilizara. Esa anécdota siempre sacaba sus mejores sonrisas cuando la contaba con la gracia que ella lo hacía. Me encapriché con ella y la quería ya. No podía esperar a que me la llevaran a mi casa. Fue patético cuando nos paró la Guardia Civil en un control de alcoholemia. Pilar sentada en el asiento de atrás, yo conduciendo…y la armadura sentada a mi lado…con el cinturón puesto. En el control di 0,0. Si, pero los guardias civiles no lo tenían muy claro. Supongo que circulará por Internet la fotografía que muy amablemente nos robó uno de ellos. Presumo que pensó que eso había que publicitarlo.

Desde la cocina escuchaba las risas de ambos. No podía verlos, pero me imaginé la escena. Tarareé una melodía mientras celebraba sus risas. Aquello funcionaba. Siempre tuve suerte.

Cuando llegué al salón, bandeja en mano, vi a Pilar ligeramente vencida hacia Dani mientras reía. Su camisa se había ahuecado y el comienzo de sus senos se vislumbraba. A Dani  tampoco le pasó desapercibido, pues nuestras miradas se encontraron y delataron lo que estábamos observando.

Dejé la bandeja sobre la pequeña mesa. Me uní a ellos en las risas. El ambiente ya se había distendido. Pilar mantenía sus rodillas juntas. Sus finos muslos se mostraban casi por entero. Su melena caía por delante de sus hombros. Les observé mientras me llevaba a la boca un pequeño canapé de salmón. Dani contó otra anécdota, y yo, para no ser menos, me uní al festival contando un suceso que me ocurrió veinte años atrás. Era un crío por entonces. Ahora, con treinta y siete años, sentía muy lejanos aquellos diecisiete que contaba cuando mi padre me sorprendió con uno de los trajes de mi hermana. Ella bailaba sevillanas, flamenco y cosas de esas, y yo, me metí dentro de un traje de ella y mi padre me pilló. Desde marica hasta subnormal, contabilicé al menos diecisiete insultos más, tantos como años tenía. Luego, tuve que soportar las burlas de mi hermana por unos meses hasta que un día la arrinconé en su habitación. Mi hermana es un par de años mayor que yo, pero la quise dejar claro que de maricón nada de nada.  Entre risas, canapés, cigarrillos y buen humor…se nos pasó una hora.

Pilar y Dani hablaban con naturalidad. Parecía que en su cabeza no entraba la posibilidad de que ese hombre, en breve, podría estar sobre ella, usurpando su cuerpo, penetrando su vagina, besando sus labios, oliendo su piel, tomando los treinta y cuatro años que habían moldeado su cuerpo hasta convertirlo en una singular belleza. Quise precipitar las cosas. Soy así…aunque debía caminar con paso firme.

Accioné el mando a distancia del equipo musical. La melodía, lenta y precisa, llenó de notas el salón. Era una recopilación de música erótica, donde, desde Historia de O, hasta Emmanuelle, los dieciocho cortes restantes nos aseguraban una hora de música embriagadora y sensual.

Un gesto, con mi brazo extendido, reclamaba la presencia de Pilar a mi lado. La ceñí por el talle e iniciamos un balanceo lento. Sus pechos se aprisionaban contra mi pecho. Mis manos recorrían su espalda por encima de la camisa. Los giros se sucedían a cámara lenta mientras observaba a Dani que, con gesto serio, no nos quitaba ojo. Mi mano derecha descendió hasta la cintura de Pilar, poco después ya estaba sobre sus nalgas y, segundos después, bajaba hasta el borde la falda.

Cuando mi mano entró en contácto con la piel desnuda de su muslo en la parte posterior, ella dio un pequeño respingo abortado con un susurro en el que dije un “Chisssss…no pasa nada”. Su cabeza se acomodó entre mi hombro y mi cuello y avancé más. Lentamente ascendí la mano por su muslo arrastrando con ella el borde de la falda negra. El comienzo de su nalga quedó expuesto. El respingo fue más contuso. Aferré su cuerpo e iniciamos una conversación entre susurros. Antes, me aseguré que Dani nos seguía con su mirada.

-¡No me levantes la falda, Andrés!.

-¿Por qué?.

-No quiero.

-Yo si quiero.

-Pero no estámos sólos.

-Precisamente por eso. Quiero que Dani te vea.

-Te pone eso, ¿verdad?.

-Si-Dije con voz más audible-, nos está mirando.

-¡Qué vergüenza!.

-¿No te gusta que nos mire?.

-No sé. Me va a ver el culo…

-Eso es lo que quiero. Te lo tendrá que ver tarde más o menos..

-Ya veremos…

-¿Te echas atrás?.

-No me presiones, Andrés.

-No lo hago, cielo. Sólo quiero evitar un trance si…

-Cállate.

-¿Bailarás con Dani?.

-¿He de hacerlo?

-Es necesario. Se muere de ganas por estrecharte entre sus brazos.

-¿Quieres que baile con él?.

-No sólo quiero que bailes con él, quiero que presiones su polla con tu cuerpo y te asegures que la tiene dura.

-¡Andrés!.

-Si no lo haces, intervendré y yo mísmo os apretaré. Quiero que me excites.

-¿Y si me excito yo?.

-Recuerda para qué ha venido Dani…

La melodía llegaba a su fin. Pilar iba a ser ofrecida a Dani. Yo se la iba a entregar.

-…para follarte.

Aquellas palabras, susurradas al oído de Pilar, abrasaron los restos de pudor que afloraban. Mi mirada, mi gesto, con la mano de Pilar extendida junto a la mía, invitaban a Dani a tomar a mi esposa para iniciar la danza del fuego que ya flameaba en nuestros cuerpos.

Dani se puso en pie y tomó su mano. El segundo corte del CD comenzó y, estrechándola por la cintura, sus cuerpos se unieron para iniciar la danza del deseo.

Me senté en el sillón que estaba ocupando y bebí un sorbo de wisky. Un cigarrillo resbaló entre mis dedos y cayó sobre la alfombra. Cuando levanté la vista, la sincronía era total. Dani aferraba su cuerpo y ella se dejaba atrapar envuelta en el aroma de ese hombre que había acudido a nuestra casa para acostarse con ella. No quería perder detalle. Observaba las manos de Dani, ahora en su espalda, luego en sus hombros, después en su culo…!Oh, dios mío!.

No hablaban. Sólo giraban una y otra vez. La melodía finalizó y Dani, con buen criterio, me pasó el relevo. Me negué levantando el vaso de wisky y gesticulando que siguieran. Mientras con una mano apagaba el cigarrillo que me había fumado, con la otra extraía otro de la cajetilla. Lo encendí lleno de nervios. Dani atrapaba el culo de Pilar y lo apretaba contra su cuerpo. Pilar se dejaba llevar…sus pezones debían estar quemando el pecho de Dani. Su polla imitaría a una barra de hierro a punto de fundirse. ¿Y Pilar?, ¿Estaría mojada?, ¿Llevaría bragas?...

Cuando la tuve de espaldas a mí, Dani me miró. Ese era el instante. Debía aprovechar la ocasión. Como si me hubiera disfrazado de mimo, gesticulé con mi mano sobre mi muslo tratando de enviarle mis deseos. Dani me comprendió y me respondió con un gesto arqueando sus cejas. Aquél consentimiento con mi cabeza le daba el pasaporte para explorar…y a mí… para acabar de removerme por dentro.

Retorciéndome en mi sillón vi como su mano descendía hasta el borde de su falda. Jugueteó con el volante antes de posar la mano en la cara lateral de su muslo. Pilar respondió hundiendo más su cabeza entre el cuello de Dani. La música era como un halo de colores que borboteaban en nuestro salón. La mano ascendió más. Pilar se tensó en exceso y temí que aquello finalizará. Pero Dani no frenó. El aliento de ella quemaba su cuello. El me miró en un nuevo giro. Mis indicaciones elevando la mano indicaban lo que yo deseaba que hiciera. La mano se elevó más y, con ella, el borde de la falda. El comienzo del glúteo recibió la caricia de la mano de Dani. Ascendió un poco más y pude ver la nalga casi completa. Si, los movimientos de esa mano, ya agasajaban sin pudor, sin temor, la nalga entera. Mi polla pugnaba por hacer saltar la cremallera del pantalón. Mi corazón latía a dos por segundo. Mi cabeza hervía llena de imágenes. Mi cuerpo entero se abrasaba y tomaba conciencia de que el siguiente paso sería incinerador.

Cuando la falda se alzó más, pude ver el surco de sus nalgas. La mano de Dani vaciló si adentrarse más hacia el centro o calmarse en el terreno conquistado. Ella levantó la cabeza y le miró. Por un instante, ambos se detuvieron. Algo iba mal, pensé. La pronta recuperación de la danza me hizo tranquilizar. Dani le hablaba.

-¿Estás bien, Pilar?

-Si…supongo que sí.

-¿Te molesta mi mano?.

-Si no la mueves, puedes dejarla ahí.

-¿No quieres que la mueva?.

-No.

-¿Por qué?.

-No me he puesto bragas.

Aquello debió encender a Dani. Lejos de avanzar más, retiró su mano y la falda cubrió la nalga de Pilar.

-¿No llevas bragas?.

-No.

-Eres hermosa, Pilar.

Siguieron girando una y otra vez. La pausa del paso de una canción a otra no impidió que ellos siguieran enzarzados. La música sonó nuevamente mientras yo consumía el tercer cigarrillo seguido.

-¿Quieres bailar con tu marido?

Pilar se encogió de hombros en un gesto que Dani no supo interpretar.

-No quiero acaparar. Pero me gustaría seguir bailando contigo.

-Pues hazlo.

-¿No se molestará, Andrés?

-Supongo que no. No le gusta mucho bailar. Esa es la verdad.

-Pilar…¿Te puedo hacer una pregunta?

-Si.

-¿Me deseas?.

-Si y no.

-¿Cómo es eso?. ¿No entiendo?

-Si, pero no. No me importaría…pero con Andrés…

-Te cohíbes.

-Es posible.

-Pero estámos aquí sólo para tomar unas copas, charlar…

-¿De verdad lo crees así?. ¿Has venido sólo por eso?

-No. Pero no pasará nada que los tres no queramos que pase.

-¿Y tú qué es lo que quieres?.

-Hundirme en tu cuerpo, besar tus labios, abrazar tu culo, enredarme entre tus piernas…morir en tu coño.

Pilar no se escandalizó. Sentía la dureza de Dani sobre su vientre. Notaba como el calor  que emanaba de su polla traspasaba el pantalón y su falda.

-No sé si podré.

-Andrés y yo te ayudaremos.

-Nunca he estado con nadie. Sólo con Andrés.

-Eso no es vinculante. Hoy podrás estar con los dos. Probarás una experiencia sublime. Algo totalmente nuevo. No te arrepentirás.

-Estoy en ello…pero…no me acabo de ver.

-Sólo debes estar tranquila. Sin miedo. No pasará nada que no quieras que ocurra. Yo, si en un momento dado estorbo, me escurriré. Sin reclamos, sin protestas.

-Andrés…

-El lo desea tanto como nosotros. Los tres deseamos que pase. ¡Oh, Dios!...eres tan bella.

La mano decidida de Dani bajó nuevamente al muslo de Pilar. En una carrera frenética se perdió bajo la falda. Más incisiva que antes, trató de aproximarse al pliegue de la carne en su parte inferior. Desde mi posición vi el movimiento. No podía averiguar si las bragas existían o no en el cuerpo de mi querida Pilar. La mano se hizo con una nueva conquista. Supuse que había llegado a un destino agradable, pero no sabía cual. Dudaba si se conformaba con tocar el posible nylon de la prenda, si es que la llevaba puesta, o estaría palpando la humedad de su cuerpo. Aquello me rompió. Como un resorte me levanté abandonando en el cenicero el cigarrillo encendido. Me aproximé hasta el lugar en el que se encontraban.

-Llego. Dije a modo de saludo.

Dani trató de abandonar a Pilar en mis brazos, pero mi reacción fue rápida.

-No te marches. Bailemos los tres. Pilar puede con eso y más.

Ella me miró y en seguida bajó la vista. Las palmas de mis manos se situaron en sus caderas y dejamos de girar. Sólo nos balanceábamos al ritmo de…al ritmo del deseo tal vez. Susurré unas palabras a su oído, no por evitar que Dani las escuchara, si no porque era el hilo de voz que me quedaba antes de pasar a no poder ni siquiera emitir sonido alguno.

-¿Estás preparada?-Pregunté-, ¿Nos deseas?.

El silencio me respondió. Casi podía escuchar los sonidos acelerados de su corazón. Bajé mis manos hasta sus muslos y las perdí entre la falda. Acariciando sus nalgas, aún era incapaz de averiguar si se había puesto bragas. De llevar algo, era un tanga. Aunque soñaba que en un gesto altruista por su parte, se hubiera quedado desnuda…

Si. Abandoné su culo y mis manos penetraron entre los dos cuerpos. No quería ser el descubridor de si llevaba o no ropa interior. Ese placer se lo reservaba a Dani. El tercer botón de la camisa desalojó el ojal por si sólo, el cuarto fue más comedido…y el quinto liberó una oleada de calor en mi cuerpo.

La atrapé entre mis brazos. Retiré su cuerpo del de Dani y su espalda se acostó sobre mi pecho a la vez que los pliegues de la camisa eran separados por mí para dejar al descubierto sus pechos. Con los pezones hinchados, ardiendo…su cabeza cayó sobre mi hombro. Mis manos cubrieron parte de sus pechos y una lasciva caricia terminó con mis dedos pulgares e índices frotando sus pezones, pellizcando su deseo, absorbiendo su calor.

Tenía estudiado cada paso, pero en esos instantes, ya había ardido cuatro veces y me quemaba la cabeza. Ya era improvisación. El manual había se había calcinado con mis deseos.

Dani se mantenía agarrado a sus costados. Observaba con atención sus pechos. Pilar mantenía los ojos cerrados. La música seguía, inexorablemente, escupiendo canción tras canción. Los labios de Dani buscaron los de Pilar. Cuando se unieron sentí la flojera de su cuerpo. Me limité a retirar mis manos de los pechos y me centré en sostener su cuerpo. Tras ese beso furtivo, Dani agachó la cabeza y su boca absorbió el pezón derecho. El gemido de Pilar no se retardó. Era el pistoletazo de salida.

Con sus manos acariciaba, con extrema dulzura, los pechos, y con su lengua endurecía, más si caben, los pezones de Pilar. Mi hierro forjado a base de sufrimiento se empotraba contra su falda. Deslicé mis manos por su costados a sabiendas de que las manos de Dani eran capaces por si sólas de agasajar sus pechos. Le hablé al oído otra vez.

-¿Te gusta?, ¿Disfrutas?

No hubo respuestas. Sólo gemidos y aliento caliente. Su cabeza se descolgó más y pude besarla a la vez que Dani quemaba sus pezones con la lengua. Mientras el beso se prolongaba, Dani retiró de su cuerpo aquella camisa de seda blanca. Ya desnuda, las manos de él se pasearon con suavidad por su piel. Pilar gemía, suspiraba…ardía.

Un botón. Y una cremallera. Tal vez un tanga. Eso nos separaba de la entrega total. Con precisión espeluznante, bajé la cremallera de la falda. El botón, ante mi ardor, saltó rompiendo sus cadenas y cayó a mis pies. La falda se deslizó por sus muslos y con suavidad aterrizó entre sus tobillos y el suelo. Pilar se tensó. Apenas pude oírla…

-¡Oh, Dios…no llevo nada, Andrés!

No. Pilar había colaborado con una de mis fantasías. Siempre he considerado la ropa interior como un estorbo, como un guardián implacable al que hay que sobornar para que te deje entrar.

El respingo fue exagerado. Casi me vence y caemos los dos hacia atrás cuando la mano de Dani llegó, sin preámbulos, a su sexo. Tal vez maravillado, tal vez sorprendido, me mostró los dedos brillantes. Asentí con mis ojos bajando los párpados. Pilar estaba dura, rígida, tensa. Su cabeza seguía vencida hacia atrás, sus ojos permanecían cerrados y su boca abierta exhalando y expirando calor. Me contenté con morder, más que acariciar,  su lóbulo izquierdo, provocando otra oleada de excitación en su cuerpo. Pero Dani no estaba de visita. Dani era una parte fundamental en la escena. Sin Dani no había escena. Mientras desabrochaba su camisa le ví descender hasta que sus rodillas tocaron el suelo.

Su lengua surcó el cálido sexo de Pilar y el cuerpo de ésta se convulsionó. Sin puntos de apoyo tal vez, su mano me apretó el pantalón hasta que se aferró al hierro que albergaba. Los gemidos cobraron vida y el salón se inundó de ayes de placer.

-Bájate el pantalón. Su voz melosa dejó paso a otra más ronca.

A duras penas, conseguí bajar el pantalón y, con él, mi calzoncillo. Mi polla exteriorizó su alegría brindándonos una dureza impropia. Cuando la mano de Pilar trató de masturbarme, creí que moría. Me aferré a sus pechos y abandoné mi vara en su mano. Dani hacía su trabajo con minuciosidad y precisión. La llevaba lentamente al orgasmo, con sabiduría, con paciencia, con insolencia. Pude apreciar como Pilar abría sus piernas más para ofrecer sus pliegues a esa lengua que se había hermanado con su clítoris.

El grito fue espeluznante. La mano me apretó la polla como si de un parto se tratara. La corrida convulsionó su cuerpo varias veces y sus piernas flaquearon. Pilar compuso un gesto de dolor y con su boca abierta su respiración fue normalizándose. Dani besó su vientre, su ombligo, sus pechos, su mejilla, su barbilla…sus labios.

Como pude, nos trasladamos al sillón. Allí, vencida, humillada y derrotada, con sus piernas abiertas, mostrando sus pechos acompasados con la respiración, nos miró sin mover la cabeza. El gesto era gratitud pura.

-Será mejor que nos vayamos a la cama. Dijo.

Mientras daba un sorbo a mi copa y Dani otro a la suya, Pilar se incorporó y comenzó a restar los pasos que la separaban de nuestra cama. Le di un golpe en la espalda a mi compañero y ambos emprendimos el camino rastreando los pasos de mi mujer.

Yacía sobre las sábanas blancas. Con las piernas separadas, su vulva depilada parecía más prominente. Me senté en el borde de la cama mientras Dani se despojaba de sus ropas. La dureza, la longitud, el grosor de aquella polla…nos dibujó, tanto a Pilar como a mí, un gesto de sorpresa mal disimulado en nuestros rostros. Los tres reímos.

Dani se acopló entre sus piernas. No hubo felación, ni caricias, ni prolegómenos absurdos. Sólo el sonido despiadado del preservativo. Tomé la cabeza de Pilar entre mis manos y la besé en el preciso instante en que Dani ahondaba en su cuerpo. Contrajo la cara y se abandonó con las embestidas del propietario de aquél salvaje taladro. Los tres cuerpos se movían en perfecta sincronización, siendo el motor percusor, la polla de Dani. El empujaba el cuerpo de Pilar y su boca empujaba la mía. En apenas cinco minutos, el cuerpo de Pilar manifestó la llegada de un nuevo orgasmo. Liberé su boca para que exteriorizara sus gozos y me centré en besar su cuerpo perlado de sudor.

Dani arremetió unas cuantas veces más hasta que notó que el cuerpo de Pilar se destensaba. Sin correrse, retiró su enorme falo y nos dejó una imagen grotesca de la vulva de ella. Ensanchada, abierta, empapada…

Se dejó caer a un lado de la cama y mientras descansaba acarició el muslo de Pilar. Yo seguía besando su cuerpo. Limpiando su sudor con mi lengua. Oliendo su deseo.

Con Pilar casi recuperada, me levanté y traje unas botellitas de agua. Bebimos los tres del agua fresca, pero eso no iba a calmar nuestro ardor, nuestro deseo de más.

Me fumé un cigarro mientras Pilar se sentaba en la cama. Admiré sus pechos, sus pezones hinchados, su cuerpo entero mientras tiraba del condón de Dani, librando así de la opresión del placer a semejante ejemplar. El giro y caída del cuerpo de ella se detuvo una vez estuvo el glande de Dani alojado en su boca. La succión era lenta, atrevida…sopesaba los testículos de Dani a la vez que engullía todo lo que podía aquél poderoso miembro. Dani permanecía con sus piernas separadas y su antebrazo sobre la frente. Pilar se arrodilló en la cama y me dio la espalda. Me entretuve en acariciar su espalda, su culo, su coño mojado y suave. Mi polla avisaba de lo imposible. Sin meneos, sin caricias, clamaba por expulsar la vida. Separé las piernas de Pilar y ella se preparó para recibirme hasta las entrañas.

Aferrado a sus pechos, rozando con mis manos el cuerpo de Dani, me deslicé dentro de mi mujer. Mi polla era una insignificante viajera en aquella caverna. Cuando sus carnes se adaptaron al nuevo inquilino, oí como gemía. Era gratificante sentir como mamaba aquella polla mientras me la follaba. He tenido polvos rápidos, polvos llenos de deseo, polvos que exigían calmar nuestros ardores,  pero ese polvo merece estar en un lugar destacado dentro del ranking a la rapidez. En apenas un minuto me vertí dentro de mi mujer. Algunos minutos más tarde, Dani dejó las sábanas con unas grandes manchas. La “U” prolongada con la que exteriorizó su corrida aún resuena en mi tímpano. Pilar, acompañó ese extraño gemido lamiendo los bordes del pene y dejando libre el meato uretral mientras las salvas se disparaban sin control.

Entre los tres cambiamos las sábanas. Tras unos breves aseos para limpiar nuestros genitales, un paseo por el salón, donde comimos unos canapés sobrantes y nos servimos una copa cada uno, regresamos al dormitorio. Entretuvimos el tiempo hablando. Nuestros miembros aún estaban flácidos.

Dani se interesó por la casa y Pilar se la enseñó. Cuando los ví salir de la habitación desnudos, a él, con eso colgando, y a ella con su mano apoyada en su glúteo izquierdo, encendí un nuevo cigarro que amortiguara el escalofrío que me recorrió la espalda. Pilar había aceptado aquello, no se había arrugado, y lo que era mejor…había gozado. Íbamos a follar de nuevo. Nos íbamos a follar a mi mujer otra vez. Sólo era cuestión de media hora. Nuestros penes estarían listos en ese tiempo y Pilar los mantendría erectos hasta la sumisión total. Veía en mi mente las imágenes de lo que iba a suceder. Y me excitaba más.

A los diez minutos regresaron. La sonrisa se dibujaba en sus rostros cuando entraron en la habitación. Se sentaron en la cama. Dani a los pies, Pilar a mi lado.

-Sabía que teníais una casa preciosa, pero me quedé corto. Dijo Dani.

-Nuestro trabajo nos ha costado. Repliqué.

-Y Pilar…bueno, Pilar es una decoradora de cine. Menudo trabajo ha hecho aquí. Elogió él.

-Si. Tiene gusto. No hay duda. Todo el mundo lo dice. Pues ya sabes, aquí tienes tu casa para lo que quieras. Dije aquella frase estúpida por que es la frase que dice todo el mundo cuando se cree en la necesidad de ofrecer su casa. Afortunadamente nadie acepta el ofrecimiento. Pero según soltaba esa asquerosa e hipócrita frase, me daba cuenta de lo ridícula que sonaba en esos instantes. Pilar tomó la frase al vuelo.

-¡Menos mal que sólo has ofrecido la casa!. Capté el sentido de sus palabras.

-Dani no puede tomar lo que no se le ofrece y yo, como anfitrión, le ofrezco nuestra casa. ¿Y tú que ofreces?

-En ese caso, os ofrezco mi cuerpo. ¿Lo tomaréis?

No hubo más conversación. La tercera sesión iba a ser más dura. Ya lo habíamos hablado y, aunque Pilar era muy remisa, habíamos decidido que era el momento. Arriesgamos, pues Dani ya no usaría preservativo. A los tres nos pareció bien. Pilar tomaba la píldora, y esa noche tampoco se había olvidado, y Dani era creíble. Yo no puse objeciones, e incluso alenté la posibilidad para un mayor placer de todos.

Pilar se tumbó en la cama y pusimos la almohada bajo sus riñones. Con la espalda arqueada dobló sus piernas y ofreció aún más su grupa que de nuevo brillaba húmeda. Tanto Dani como yo nos arrodillamos a ambos lados de ella y nos dimos la cara frente a frente. Su boca iba y venía de una polla a la otra, de unos testículos a otros…de un glande acariciado a otro vapuleado. Nuestras erecciones no se hicieron esperar, y aunque no me provocó celos, no pude por menos que valorar la dedicación extraordinaria que Pilar ofrecía al miembro de Dani. Era lógico, un ejemplar así había que aprovecharlo al máximo.

Con ambos penes golpeando nuestros vientres, pasamos a la acción.  El ano virgen  de Pilar iba a ser mi misión, Dani bañaría el útero de ella con su semen. Cuando la lengua de Dani acarició su hendidura, la crispación acudió de nuevo al rostro de Pilar. Sus manos aferradas a las sábanas primero, a su cabeza después, indicaban la violencia que se manifestaba en su cuerpo.

Cuando mi dedo corazón se abrió camino, impregnado en lubricante, en el interior de su ano, Pilar ronroneó ante la invasión. La dilatación se estaba produciendo. Dani nos había dado algún consejo, y tanto ella como yo, alumnos ávidos de aprender, pusimos en práctica sus recomendaciones. Pilar relajó su cuerpo y el segundo dedo penetró. Luego tres. Después, la penetración conjunta del grupo. Dani seguía lamiendo el clítoris inflamado de Pilar. Ella emitía sonidos indescifrables. Sus manos apretaban sus pechos y sus caderas se alzaban en busca de la lengua sabia de Dani. Tras un tiempo, Dani abandonó su tarea y se tumbó con ella en la cama. Pilar se incorporó y se situó a horcajadas sobre el cuerpo de él. Arrodillado, me situé tras ella y seguí aniquilando la escasa resistencia que mostraba el agujero virgen. Con su trasero en pompa, ofreciendo su deseo, y mientras yo intentaba que mi glande inspeccionara su recto, ambos se besaban. Ante mi empuje, Pilar mostraba sus molestias, o bien con la mano en claro signo de espera, o bien con sus gruñidos en señal de aprobación. Cuando el primer cuarto estuvo alojado, el resto fue más fácil. Pilar acogió mi polla por entero. El vaivén que inicié era lento, firme, hondo. Asido a sus caderas, resbalaba una y otra vez dentro de su ano. Los besos y las caricias las ofrecía Dani.

Cuando el cuerpo de Pilar se acostumbró a la penetración, Dani ingresó sus dedos dentro de la vulva de ella. El “ah” era constante, rítmico, excitante. Me detuve mientras Dani, con su mano derecha, elevaba su polla hacia el techo y bajaba su prepucio dejando al descubierto esa seta amoratada. Pilar no podía moverse. Nuestros cuerpos se separaron para permitir que ella engullera la polla de Dani. Con la carne alojada dentro de su coño, el ano se ofreció nuevamente. Con menos trabajo que la primera vez, tomé nuevamente posesión de mi conquista. Una vez perforado su cuerpo por ambos agujeros, la iniciativa me correspondió a mí. Dani permanecía alojado dentro de ella, yo bombeaba lentamente en su ano, palpaba sus pezones mientras Dani estimulaba su clítoris. Pilar moría de placer. Su melena caía ocultándome su rostro. Al final, eyaculé sobre el canal que separaba ambos glúteos. La imagen del ano abierto me pareció grotesca y apenas si pude centrarme en las convulsiones que sacudieron mí cuerpo. Dani atrapó sus nalgas y con  una fuerza descomunal comenzó a bombear dentro de su coño.

Aprovechando la dilatación del ano de Pilar, penetré con dos dedos en su interior. Adapté el sondeo a los movimientos de Dani. Con mi mano izquierda acariciaba su espalda, con la derecha taponaba su agujero. Pude apreciar con extrema violencia como la polla de Dani sucumbía una y otra vez entre esa grieta que hasta ese día había sido exclusiva de mi sed. En un alarde sin premeditar, tomé el tallo en su raíz y ayudé en el empuje. Pilar soltó un grito desgarrador mientras se corría y su cuerpo cayó sobre el pecho de un Dani, que cesó en la violencia que estaba imprimiendo a sus movimientos, para pasar a un devaneo lento y tranquilo.

Con el miembro de Dani aún alojado en su interior, rebusqué sus labios entre su cabellera. El beso casto nos confirmó y emanó gratitud. Gratitud por todo.

Dani no aflojó en modo alguno su tensión. Cuando Pilar se desembarazó del grueso pene, cayó desmadejada entre nuestros cuerpos. Dani no se había corrido. Me sorprendía en cierto modo la capacidad de ese hombre. Envidiaba su control, tanto físico como mental, aunque deduje brevemente que el físico era promovido por el mental.

Cerca de las dos de la madrugada, y una vez que nuestros genitales habían sido aliviados por el agua fresca del bidet, y las sábanas nuevamente sustituidas, en ésta ocasión debido a las manchas de mi semen, Pilar tocó el cielo.

Dani, arrodillado entre las piernas de mi mujer, y con su enorme polla abrazada por su mano, resbalaba su glande entre los labios mayores de su vulva. Los gemidos de Pilar exigían la penetración, clamaban por sentir dentro del albergue esa carne dura. El castigo inflingido era excesivo. Sus pezones hinchados mostraban el estado de excitación en el que se encontraba su cuerpo, sus líquidos lubricaban la zona del sexo de ambos, su boca abierta imploraba clemencia y su rostro contraído sufría en la espera. Dani se apiadó.

Con lentitud, con ternura, vetándose a la impronta del deseo, su largo y grueso pene fue absorbido por aquella cavidad. Una vez llena de él, del hombre que nos honraba, Pilar se abandonó al placer de sentir, una tras otra, las embestidas de Dani. Aferrado a sus caderas, arrodillado entre las piernas de ella, y con la espalda en vertical, Dani no me privó del momento. Pude ver como una y otra vez, salía y entraba su vigorosa polla dentro de Pilar. Mis manos acariciaban su vientre, sus pechos, su frente perlada de sudor. Su mano izquierda se fundió con la derecha mía y apretando con fuerza fue vencida por el placer.

Me enredé en la lengua de Pilar a la vez que Dani presionaba con uno de sus dedos sobre el ano de ella y se vertía en su interior. Las convulsiones se manifestaron en los dos cuerpos, la electricidad alcanzó mi pene que, lejos de querer ser protagonista nuevamente, dejó escapar una lágrima de placer en forma de líquido preseminal.

Anegado el deseo, babeando los restos de Dani, Pilar se mantuvo unos minutos acogiendo en su interior aquella verga que había promovido ese intenso orgasmo. Dani, ya ligeramente vencido hacia adelante, con sus manos apoyadas en la cama a ambos lados del cuerpo de Pilar, aún se mantuvo saboreando la calidez del dilatado coño. Cuando su miembro emergió, la tensión comenzaba a desaparecer de la carne. Pilar abrió los ojos. Me besó con urgencia. Luego se incorporó ligeramente hasta alcanzar los labios de Dani y sus lenguas comenzaron una danza de agradecimiento. ¡Era tan sublime y excitante la imagen!. El silencio acunó nuestros cuerpos por unos minutos, las caricias de ella hacia él, de mí hacia ella, de ella hacia mí, trasmitían serenidad, ternura…placer.

Cuando Dani se duchó y se vistió, mientras tomábamos una copa en el salón y yo fumaba el, al menos vigésimo cigarrillo, nuestras mentes manifestaron limpieza, claridad, agradecimiento de los unos para con los otros. No había reproches, sólo serenidad.

Desnudos, acompañamos a Dani hasta la puerta de nuestra casa. Pilar y él se fundieron en un beso donde sus lenguas se dijeron un último adiós. El abrazo que nos dimos antes de que él saliera por la puerta nos hermanaba en torno a mi mujer. Así lo entendía yo, así lo comprendieron ellos. Aquello exigía una continuación, y claro, ni Pilar, ni Dani…ni yo, nos íbamos a vetar a disfrutar de momentos como los vividos.

Pilar se había entregado a otro hombre, un completo desconocido para nosotros hasta una semana antes. Ese hombre había explorado su cuerpo por entero y había satisfecho nuestros deseos más ocultos. Ese hombre nos hizo tocar el cielo. Ese hombre, nos acomodó en el paraíso.

Coronelwinston