Tócame

Te recuerdo tal y como eras en aquellos días, cuando compartíamos juntas las veladas de domingo. Te escribo ahora, con este erotismo mal logrado y demasiado suave.

Supongo que andarás por allí, perdida en la ciudad, malviviendo con tus siete gatos. Yo todavía te recuerdo como eras en aquél entonces, apenas una chiquilla. ¿Cómo voy a olvidarte, dime? Íbamos siempre juntas por la ciudad, levantándonos la falda en frente de los muchachos que jugaban al fútbol y corriendo juntas por las vías del tren. Te pedí que por favor me dejaras tocarte, todavía lo recuerdo. Fue casi una súplica dolorosa. Porque soñaba contigo, con tus cabellos de seda y con las perlas de tus dientes. Pero era un hecho que no eras para mí. ¿Verdad, amiga, que fuiste siempre condescendiente conmigo? Porque te tendiste en mi cama mirando al techo, como un regalo, y me preguntaste incluso si quería que te quitaras alguna de las prendas de tu ropa. ¡Torpe de mí! ¿Por qué no fui capaz de decir que sí? Estabas allí tan solícita, tan amable, tan dispuesta a hacerme sonreír. Tu respiración tranquila hacia subir y bajar las suaves prominencias de tu pecho, y tus mejillas se pusieron color de rosa cuando los apreté desesperada por sobre tu ropa. Apenas una risa infantil me regalaste con los ojos cerrados. <>, y yo sentía tan solo la firmeza de nuestra edad, cubierta por suave tela y los encajes de tu sostén. <> ¿Cuánto tiempo estuve como posesa estrujándote los pechos? ¿Y por qué no me dijiste nunca nada, por qué no me pediste que parara? Cuando me dejé caer en el piso con la respiración agitada me abrazaste, y ya no recuerdo ahora bien lo que me dijiste. Tan sólo quedaba la vergüenza y una excitación tan fuerte que no se iba.

Cuando llegue a casa y me quité la falda frente al espejo vi mi ropa interior empapada. Mis dedos fueron directo hacia ella. Me dejé caer en el piso y me dí placer allí mismo, sin ceremonias. Mis manos recordando lo que tocaron buscaron mi propio pecho, pero no había comparación posible.

Y nada cambió entre nosotras, ¿Verdad? Porque seguíamos correteando juntas al salir del colegio, y seguíamos molestando a los muchachos del barrio que jugaban al fútbol. Sólo quedó en el aire mi propia vergüenza, y una promesa tuya haciendo eco en mi cabeza. <>. Y hoy me pregunto, ¿Por qué fuiste siempre así? Porque sabía bien que no te gustaba mi cuerpo, de fruto tardío, al que nunca le pusiste una mano encima.

Y un día llegó aquél tipo. Era realmente apuesto, a decir verdad. Bastante atrevido, y con ese timbre de erotismo masculino impreso en su voz. Te retó a que nos enseñaras los pechos y te pusiste de pie, en aquél salón de clases vacío, en donde jugábamos a las cartas. Abriste uno a uno los botones de tu blusa y te levantaste el sostén. Tus pezones estaban erectos, apuesto a que debían de dolerte. ¿Estabas excitada por él? ¿Era realmente así? Por aquél muchacho de buenos modales que se reía como un Adonis. Aquél que ya no recuerdo su nombre, y que me hizo sentir celos por primera vez, cuando al irte a buscar a tu casa te encontré desnuda dando brincos encima de él. Ninguno de los dos reparó en mí, y estuve allí sólo lo suficiente para escucharte gemir. Con las manos apoyadas sobre su pecho, moviendo furiosa tus caderas sobre su virilidad que te penetraba. Y me largué a mi casa a llorar. Y ahora estoy aquí, recordándote, mientras este amigo del que a veces olvido su nombre usa mi cuerpo para su propio placer, porque yo se lo permito, y porque me gusta hacerlo feliz. Quisiera decirte que no te he olvidado, supongo que andarás todavía por allí. Perdida en la ciudad, malviviendo con tus siete gatos. Siendo amable con chicas como yo, que te recuerdan en su soledad.

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