Tobi, un perro impetuoso
Nuestro amigo nos dejó al cuidado de su dogo, a mi marido se le fue la holla cuando vió como se me subía.
Tobi, un amante impetuoso
Hola, Mi nombre es Paula. Soy una chica de veintiocho años, casada con Gerardo, sin hijo. Hace un par de años que nos casamos, y desde entonces, hemos hecho alguna que otra locura. Somos una pareja liberal que disfruta con las situaciones nuevas. Nunca decimos que no sin haber probado.
Mi marido suele ser el que propone, y yo no me suelo negar, pues confío en él, y la verdad es que nunca me ha decepcionado. El es alto y fuerte. Mide 1,83 metros y hace ejercicio. Le encantan, como a mí los animales, de manera que tenemos un terrenito en el campo, con una casita, a la que vamos los sábados a pasar el fin de semana, y tenemos varios perros cuidándola. Lo que hace que vayamos cada dos o tres días a visitarla.
Yo soy bastante mas bajita que él. Mido 1,65 metros y la verdad es que me parece que tengo bastante éxito con los hombre. Tengo una figurita muy bonita y estoy generosamente dotada de pecho y culo, sin perder las formas. Voy al gimnasio con él, así que tengo las piernas bien formadas. Soy morena, de pelo largo, de cara redonda y nariz respingona y boca larga y carnosa. Mis ojos son negros achinados. Tengo el cuello y los brazos, como las piernas, fuertes pero estilizadas. Mis manos son pequeñas pero muy bonitas, como los pies. Digo todo esto para poneros los dientes largos.
Tenemos un amigo, Carlos, que vive en un chalet, y como se iba de vacaciones y sabe lo que nos gusta su perro, nos pidió que nos lleváramos a Tobi, su perro, un gran danés blanco con motitas negras, a nuestra finca de campo. A nosotros la verdad es que Tobi no nos estorbaba, así que accedimos encantados.
Era un día de finales de julio cuando fuimos a recogerlo. Saludamos a Carlos y desde el primer momento, parece que Tobi tomó fijación en mí. Recuerdo que iba con un suéter sin mangas y escotado, pro que era verano, y unos pantaloncitos vaqueros cortos. El caso es que nada más verme Tobi, se me subió. A mí no me dan miedo los perros, pero es que Tobi, de pié es tan alto como yo. El perro se agarró a mi cintura cuando me di la espalda para hablar con Carlos y Gerardo, y ¡zas! Lo tenía encima. Es un comportamiento propio de los perros cuando están nerviosos o excitados.
Gerardo y Carlos se reían, mientras yo luchaba contra el perro -¡Bájate ya! ¡Tobi! ¡Bájate!... ¡Por favor! ¡Quitadme a este perro!.-
Carlos bromeaba mientras lo agarraba y lo echaba al suelo. Parece que le has caído bien-, mientras Gerardo decía entre risas. Me estoy poniendo celoso-
Os digo que era auténtica obsesión lo de Tobi por mi trasero. Lo tenía Carlos agarrado y fui a recoger las gafas que se me habían caído al suelo y ¡zas!. Otra vez enganchado y yo pidiendo que me bajaran al perro mientras él movía sus caderas contra mí.
Nos despedimos de Carlos y montamos a Tobi en la parte trasera de la ranchera, y nos dirigimos a la casita de campo. Tobi hizo buenas migas con los otros perros y me dejó tranquila mientras jugaba y se sentía acompañado de nuestros tres perros, dos pastores alemanes y un mastín aragonés, enorme, casi tan grande como Tobi.
Cuando volvimos al día siguiente, a ver si todo había ido bien entre nuestros "muchachos", como los llama Gerardo.
Como íbamos al campo, pues me puse cómoda, como el día anterior. Cuando entramos en la finquita, los perros se pusieron como siempre, muy contentos, pesados e inquietos. No paraban de dar vueltas alrededor de nosotros, pero sobre todo, Tobi, nada más verme, se aprovechó de la primera vez que le di la espalda para subirse encima mía y comenzar su movimiento de cópula alocada.
Comencé a sacudirme al perro, pidiendo como el día anterior que se bajara, y luego pidiéndole ayuda a Gerardo, que me observaba y se reía. No entendía por que Gerardo no me ayudaba. El perro me arañaba con sus uñas y además, sentía sus morros en mi espalda, y la verdad es que me cogía con fuerza. Al final le consentí que se me subiera un rato hasta que se calmó, enfadada con ambos, con Tobi y con Gerardo, pero resignada. Después de un rato, el animalito se bajó, cansado y satisfecho, aunque no tardo ni un cuarto de hora en subírseme otra vez.
El caso es que empecé a comprender por que Gerardo no me ayudaba, cuando descubrí la gran excitación que le producía la escena. Tenía una empalmadura de cuidado. A mí la cosa, de primero me chocó, pero luego me hizo gracia la situación y ya en la casa, tranquilos abordé directamente la cuestión con Gerardo.
Y así, con un poco de broma, de picardía y de suavidad, mi marido, entre cosquillas y zamalerías me confesó que había tenido una erección al ver al perro subido encima mía.
Le besé apasionadamente y acabamos follando. A mí, todas estas calenturas de Gerardo me ponen muy cachonda, por que soy tan morbosa como ella, y la verdad es que si el que un perro se me suba encima le excita a Gerardo, entonces también me excita a mí, por que sé que se está excitando. Así que no le costó mucho convencerme para que fuera más condescendiente y cariñosa con Tobi.
-Bueno, no se, ¿Qué es lo que se supone que debo hacer? Por que hoy lo he dejado que se suba hasta que os habéis hartado-
- No se, cariño. Estaba pensando en algo más explícito. No sé. Podíamos ponerte un poco provocativa -
Pensareis que soy una pervertida, pero a mí la idea me pareció una idea de lo más inocente. Al fin y al cabo, me lo había pasado muy bien la primera vez que hice el amor con su amiga Laura, una bisexual muy excitante, y mucho mejor las siguientes veces. Me gustaba que me miraba como lo hacía y a él le gustaba verme viéndome, especialmente si alguna de las chicas era un poco marimandona y dominante. Y si usaba un poco de fuerza, y poca delicadeza, palabrotas y cosas así, más me gustaba a mí, por que sabía que más le gustaba a él.
Al día siguiente, nada más bajarme del coche, Tobi comenzó a masturbarse contra mis piernas, aunque esta vez, gerardo vino a socorrerme. Ató a Tobi mientras les preparábamos la comida y el agua a los perros. Luego, cuando le soltamos corrió hacia la comida mientras mi marido me apartaba hacia dentro de la casita, de la mano. Yo no olvidaba la sugerencia que me había dado de par un poco de más morbo al asunto, así que me dejé arrastar hacia dentro de la casa, sabiendo que debía dejar que Tobi se me subiera encima, aunque me arañara con sus uñas y llenara mi camiseta de baba.
Tobi entró atado de la cadena, de la mano de Gerardo. Mi marido me ordenó, llevándome hasta el borde de la mesa.- ¡Venga! ¡Apoya las manos en la mesa y echa el culo hacia detrás!-
Le obedecí. No tardé ni un momento en sentir a Tobi en mi espalda, meneándose e hincando su hocico contra mi espalda. Su ímpetu provocaba que mis caderas se movieran con él. Lo sentía jadear y olía su olor animal, y aquello era nuevo y excitante para mí. Era el sexo puro, sin sentimiento.
Me quedé quieta, aguantando sus embestidas, preguntándome que haría mientras tanto Gerardo. El perro estuvo embistiéndome un buen rato, aunque yo sólo sentía sus embestidas. Al final se bajó. Me dí la vuelta para ver que debía hacer y me encontré a Gerardo tenía la cámara digital. Entonces caí que me estaba grabando. Me sentí aturdida, y no quería mirar la escena cuando me la dio para que me viera, pero estaba tan excitado.
Era una escena obscena, animal. Parecía una perra, sometida a la fuerza del macho animal. Gerardo me preguntó si me había excitado. Le fui sincera. La situación era excitante, y me había puesto un poco caliente, pero desde luego me faltaba aún mucho para llegar al climax. Tobi corría feliz e irresponsable por la finca.
Gerardo me puso de la misma forma que antes.-Ahora veremos si te calientes o no-, y trajo a Tobi. Cuando Tobi llegó, Gerardo me trasteó el botón del vaquero y me los bajó, haciendo que apareciera mi culito. Comprendía ahora la insistencia para que me pusiera las tanga.
Gerardo me ordenó que me echara sobre la mesa, y empecé a sentir que se resbalaba por mis nalgas un líquido viscoso, que después supe que era miel. Gerardo me ordenó que separara mis nalgas y me chorreó el ano de miel, que caía por mi sexo y entre mis muslos. No tardé mucho en sentir al animal lamiéndome sin cuidado y sin compasión.
El perro me lamía la parte baja de mis nalgas y el interior de mis muslos, y luego el interior de mis nalgas, la parte más cercana al ano, y mi rajita. Sí consiguió Gerardo ponerme caliente, sobre todo por que me decía cosas. Decía que quería que el perro relacionara la miel con el olor de mi sexo, para que me lo comiera con sólo enseñárselo.
Gerardo entrena un poco a nuestros perros y sabe de esto, y realmente, si al principio nuestro Tobi lamía la miel, ahora estaba lamiendo la humedad de mi raja, por que su lengua áspera e impetuosa me ponía cachondísima.
Gerardo interrumpió a Tobi después de un rato, lo apartó y entonces, cogiéndome del pelo, me obligó a ponerme de rodillas en el suelo y luego a cuatro patas. Me excité aún más al verme tratada de aquella manera. Gerardo me llamaba "perra caliente" y otras cosas que en otras circunstancias hubieran sido consideradas como insultos, pero a mí aquello me excitaba un montón.
Entonces, Gerardo me azuzó al perro, que se volvió a subir a mí, pero esta vez, yo estaba en una posición mucho más expuesta, pues ahora sus patazas estaban en mis hombros y su cabeza estaba directamente encima de la mía, de forma que sentía su cara caliente en mi nuca. Su hocico se hincaba en mi cuello. Esta postura duró un rato, pro que luego, sus patas fueron bajando hasta colocarse en mis caderas, pero ahora, Tobi si llegaba.
Sentía su miembro húmedo rozarse contra mis muslos, y luego, conforme sus embestidas fueron creciendo, más allá. Ese día, solo la tela de mis bragas evitó que sintiera su miembro dentro de mí, pero aquello era demasiado ya. Gerardo me ordenó que me acariciara, y yo deslicé mi mano hasta tocarme el clítoris, excitado, mientras el miembro del perro se estrellaba una y otra vez contra la tela de mis bragas.
Era muy agradable sentir aquella piel rozar mis nalgas. Estas cosas suceden así, un puntazo más fuerte que otro y aunque no quisiera, empecé a sentir un calor incontrolable. Estaba mojada muy mojada y comencé a correrme, haciendo un esfuerzo por que Gerardo no se diera cuenta, pero intentando disfrutar todo lo que se me permitiera de la situación.
Mi orgasmo fue monumental, pues Tobi no entendía y siguió embistiéndome aún durante unos minutos, hasta que quedó extenuado y jadeante como yo. Mi marido me estaba grabando. Insistió en grabar mi sexo, así, después de la lucha mantenida. Sólo entonces mi marido me autorizó a levantarme, aunque no me permitió lavarme
Me sentía sucia y humillada, pero me había encantado el asunto y aún estab super excitada. Miraba la bragueta de Gerardo y comprobaba que todo el camino y aún en casa, no se le quitaba la excitación. Por eso, me fui a duchar temprano y me acosté pronto y mi marido acudió, tan solícito e impetuoso como había acudido Tobi esa tarde.
Mi marido me agarraba las manos y me las ponía detrás de la almohada mientras hundía su miembro sin compasión, dándome aquello que le había faltado a Tobi. Fue un polvo silencioso pero lleno de pasión y furia.
Cuando me levanté al día siguiente, me encontré a Gerardo con las manos dentro de los calzoncillos viendo en el ordenador mi vídeo. Me obligó, con ternura, pero sin darme opción, a verme. Me excité viéndome acosada, lamida y montada por Tobi. Era una escena.
El caso es que desde ese día, mi marido se propuso llevar mi relación con Tobi más allá. Mi marido, al día siguiente me trajo un collar y una cadena. Le pregunté para quien era. Me dijo que para mí. Se me hizo el chocho un flan mientras colocaba el collar de cuero alrededor de mi cuello para probármelo. Y luego, mientras me colocaba la cadena me sentía realmente mi dueño y fuera de su propiedad.
Gerardo me ordenó que me desnudara mientras me dominaba con la cadena. Gerardo me ordenó que me arrodillara y le lamiera los pies, que acababa de sacarse de los zapatos. SU olor a sudor no me impidió lamerlos, como haría una perra. Luego me tuvo atada a una pata de la silla mientras él comía, dándome de comer así, poniéndome cosas en la boca que yo debía coger de su mano, o tirando trozos de pan al suelo, lejos, para que yo, estirando la mano intentara atraparlo.
Me enfadé un poco con él, pero después de hacerme unas cuantas caricias, la verdad es que yo no podía resistirme a él. Me besó con tal pasión, que comprendía que aunque me tratara como una perra, era para él su objeto más preciado. Sobre todo, no podía enfadarme después de la manera tan apasionada en que se colocó por detrás de mí y me embistió, así amarrada del cuello a la pata de la silla. Me folló al estilo de los perros.
La siguiente vez que fuimos a cuidar a los "muchachos", Gerardo amarró a Tobi antes de que saliera del coche. Me hice ilusiones de que a mi marido se le había pasado ya la manía, pero no era así. Según me dijo, lo había hecho para "encabronarle". Yo salí y comencé a ayudar a mi marido a cuidar a los perros. No entendía para que había traído mi collar y mi cadena.
De repente, mi marido se me acercó y poniéndome de nuevo el collar y la cadena, me ató a una argolla donde amarramos a uno de los perros.- Me dijo que me ponía cerca de Tobi para que me oliera bien y se encabronara, para la próxima vez. Desde donde estaba, Tobi se esforzaba en acercar sus morros para mostrarme su deseo hacia mí. Ese ímpetu me ponía muy caliente.
Me sentía humillada, atada en el lugar de los perros, con ese olor característico a mi alrededor, pero a la vez, comprendía que era una parte del juego y me excitaba sentirme de esa forma, tratada como una perra, sometida, privada de mi libertad, mientras Tobi me miraba ansioso y se esforzaba, tirando de la cadena y asfixiándose por montarse encima mía.
Mi marido me desató de la argolla y me llevó al coche, después de observar la inquietud de Tobi y mi actitud sumisa. Pude adivinar su empalmadura. Me llevó de la cadena hasta el coche y me obligó a montarme en el maletero. Cuando soltó a Tobi y volvió, yo me había pasado a mi sitio, pero me dio un azote y tirando de la cadena de nuevo, me llevó a la parte de atrás, y me amarró a un bidoncito de agua que siempre lleva.
No podía entrar así en la ciudad, así que no me asusté demasiado. Las intenciones de mi marido eran bien distintas, como pude comprobar cuando, después de conducirme por un apartado camino, paró el coche y me sacó del maletero. Avanzamos por el bosque unos metros, yo siempre conducida de la cadena y después, al llegar frente a un árbol caído no muy gordo, mi marido me ordenó desnudarme, y que me pusiera a gatas.
Puse mis rodillas sobre mis pantalones, para que la tierra no se me clavara, y abrí las piernas. Gerardo ató la cadena al tronco y se puso detrás de mí. Sentí la tela de sus vaqueros en mis nalgas, y luego, el fío metal de la cremallera, hasta que comencé a sentir su caliente pene atravesarme.
Mi marido me penetró sin contemplaciones, sin una palabra. Me follaba con fuerza, mientras agarraba mi pelo para obligarme a arquear la espalda y no separarme demasiado por sus embestidas. Me ponía loca cuando me decía que a quién prefería como amante, a Tobi o a él.
A los dos días, mi marido apareció con un collar antipulgas que se empeñó en que me colocara, pero antes, me llevó a la bañera y me colocó a cuatro patas para lavarme. Fue una forma de bañarme dura y sin cariño. No hubo sexo, aunque no se privó de inspeccionar la limpieza de todo mi cuerpo, especialmente el culo. Lo que más me llamó la atención es que utilizó un champú para perros que me pusieron los pelos de la cabeza como si fuera un león. Luego le ví sacar una colonia para perras, que me explicó había comprado en una tienda especial.
Me dijo que era el gran día. Me imaginaba que tenia preparado algo para mí u día de estos, así que me hice la idea de que iba a ser una tarde excitante.
Me quise poner unos vaqueros y un suéter para ir al campo, pero me dijo que no, que era un día especial, y que había que ir guapa para que Tobi estuviera a gusto.
Me puse una minifalda y unas tangas, y unos zapatos de tacón y un suéter muy atrevido.
Fuimos a ver a los perros y mi marido me ordenó que me metiera en la casa mientras él sostenía al impaciente Tobi, que me miraba descentrado. Luego mi marido entró en la casa y me colocó el collar y la cadena. Ató la cadena a una pata de la mesa y me ordenó que estuviera de rodillas.
Tobi entró delante de mi marido, que había salido a traerlo. Tenía una pajarita en el cuello, que le humanizaba. Me vió y me lamió la cara. Mi marido estaba detrás de él. El muy cabrón se había traído la cámara y me estaba grabando. Me ordenó que me desnudara, lo que hice aguantando a Tobi, que daba vueltas alrededor mía, moviendo la cola, lamiéndome y poniendo su pata sobre mi hombro.
Me quité el suéter y la falda y me paré. Entonces Gerardo me sorprendió. Me pidió que me quitara las bragas. Obedecí cuando me lo pidió gritándome la tercera vez, y luego, obedecí cuando me dijo que fuera cariñosa con el perro. Lo abracé y la acaricié mientras Gerardo me grababa. Ahora ponte a cuatro patas-
Lentamente tomé la posición que permitía a Tobo montarse encima mía. Tobi se colocó detrás y colocó sus patas delanteras sobre mis caderas. Me atenazó con ellas y comenzó a moverse detrás mía. Tobi se movía instintivamente. Mi marido me explicó que la colonia tenía una sustancia que excitaba a los perros. Era esencia de hormona que las perras segregaban durante el celo.
Tobi me clavaba las uñas y yo sentía su vientre en mis nalgas y aquello pegajoso, entre ellas. Me estaba rozando y senti la humedad de su nabo en mi ano, y luego, más abajo. Tengo que reconocer que me estaba poniendo cachonda. Arqueé la espalda y sentí su miembro en mi sexo, mientras oía sus jadeos y su baba se deslizaba por mi espalda.
Sentí su hocico en mi nuca y cómo mordía mis pelo, en un acto instintivo. Arqueé mas la espalda y entonces sentí que se me metía. Me quedé quieta como una perra y Tobi hizo el resto. Lo sentí aún más profundamente y deslicé mi mano por mi cuerpo para tocarme el clítoris y los pechos mientras me sentía follada por aquel enorme animal.
Un calor inmenso me recorría y al final, me llegó un orgasmo detrás de otro, porque Tobi seguía meneándose, importándole muy poco mis circunstancias. De repente, mi sexo se llenó. Tobi empezó a moverse más despacio hasta que se bajó. Imaginaba mi raja destilando el esperma del perro y me sentía una perra humillada, mientras mi marido no dejaba de grabar cada detalle.
Mi marido sacó a Tobi y se acercó a mí, se sentó en una silla y se sacó el miembro y me pidió que se la mamara. Yo obedecí, caliente y agradecida, mientras él me grababa. Su semen inundó mi boca, como el del perro había inundado mi bagina.
Pro supuesto, vimos el vídeo y mi marido me restregaba cómo me había corrido mientras Tobi me hacía el amor, y cómo Tobi había consumado el acto. Pude ver mi sexo entreabierto, destilando su semen. Pude verme convulsa, bajo las estocadas de Tobi, disfrutando de mis orgasmos perrunos, uno detrás de otro. Acabábamos tan cachondos, que no nos daba tiempo a ver terminar la película y estábamos haciendo de perrito y perrita.
Por fin vino el dueño de Tobi de vacaciones y se llevó a su perro. Tobi siguió pretendiéndome, incluso cuando lo dejamos en el chalet de Carlos, pero Gerardo ya no le consintió que me follara, por celos, tal vez.
A mí la experiencia me pareció muy excitante, aunque seguramente, si me pidiera Gerardo que la repitiera, no aceptaría. De todas formas, Gerardo me recuerda que aún tenemos tres perros en la finca, así que cuando me pongo un poco tonta, me amenaza con llevarme a la finca y dejarme atada para que los tres "muchachos" me monten a su antojo.
Si habéis tenido una experiencia similar, por favor, contádmela.