Título: En esto creo… LETRA S. sudor

...es una pinche cerda, ¿cierto?

" En esto creo " es un proyecto personal, íntimo, y principalmente erótico formado por un grupo de relatos basados en mi propio punto de vista, y construidos a partir de una premisa particular. Cada premisa está constituida por una palabra seleccionada a mi criterio, la letra inicial de cada una de ellas forma parte del abecedario… desde la A hasta la Z.

La intención de éste proyecto no busca encontrar a Mi yo perverso, ni definirlo, ni publicitarlo, es por el contrario una aventura abierta y libre, un reto, nuevas alas para volar….

Con Aprecio. Mi Yo perverso.

Letra S.

SUDOR.

A Georgina Juárez

donde quiera que se encuentre.

A ella la conocí en las gradas de una cancha de pasto artificial al mediodía, con el sol a plomo, la garganta reseca, el aliento de hule y las manos temblorosas por el esfuerzo.  Fué en un verano, aquel día llovió copiosamente toda la mañana y cuando las nubes deslavadas de gris oscuro decidieron irse, dejaron a su paso un cielo abierto y azul, de ese azul provincial puro y profundo que siempre va ligado a pensamientos largos y juveniles.

Yo levanté la vista y aventé el balón de basketball justo al centro del pecho de mi compañero de equipo, un güero rubio de cara insípida que parecía máscara japonesa de teatro, con una palidez de muerto notable, y unos labios apenas dibujados que molestaban a la vista, flaco, muy alto, y con un ego del doble de estatura que él, su nombre no lo recuerdo, porque nunca fué importante realmente, no fué mi amigo, ni fué capitán del equipo, ni se distinguió en las clases, ni emprendió una jugada espectacular, ni siquiera era suficientemente valiente para defender con ahínco su posición de poste en nuestro grupo; su único valor importante era su novia, Georgina Juárez.

Georgina Juárez apareció aquel día a la mitad del entrenamiento como el espejismo de un oasis en el desierto africano, mientras el sol hervía y yo regresaba por tercera vez de visitar el dispensador de agua que estaba en el gimnasio, mi cuerpo entero sudaba el esfuerzo del entrenamiento, y mis manos temblorosas sostenían dos cucuruchos de papel blanco con líquido frío y refrescante, entonces levanté la vista y la ví parada a un costado de la barda, mirando hacia el infinito deportivo del Instituto; vestía una minifalda de mezclilla pequeña y simple con un estampado de flores minúsculo de la marca de moda y una blusa blanca que la hacía resplandecer entera a la luz del potente sol, sus manos cargaban el peso de sus brazos recargados en el murete de piedra y en esa posición la tensión de sus muslos, su espalda arqueada, su cuello altivo, y su cola levantada la convertían en la playmate de Julio, Georgina –nunca la conocí tanto para llamarla Gina- era una mujer contrastada, de piel blanca y suave y cabello negro -muy negro-, ondulado, con unos rizos amplios que le llegaban al pecho; sus ojos –negros también- eran grandísimos y siempre marcaban una melancolía muy sutil en la composición de su mirada, sus senos eran pequeños y por esa razón más un tanto de valentía nunca llevaban sujetador cubriéndolos, su talle era delgado antes que atlético, y su cadera femenina, curva, grande y bien dispuesta, mujer fértil, tenía sonrisa de sandía y dientes perfectos y tan blancos como su alegría.

Miraba acechánte el horizonte buscando entre la manada de sudorosos a su novio, cuando lo encontró en la esquina de la cancha sonrió y le hizo un saludo familiar con su mano derecha, el güero la miró de reojo mientras mandaba un pase y le contestó el saludo a regañadientes primero y firme después cuando entendió que sería una ocasión perfecta para hacerse el importante y marcar su territorio ante los demás; a partir de ese día Georgina Juárez se convirtió en la cariátide de la barda, en la musa secreta de nuestros esfuerzos deportivos y también en el templo del ego de aquel chico pálido que no la merecía. Cada tarde Georgina se sentaba en las gradas a un costado del muro, y observaba el entrenamiento, femenina, paciente y contenta hasta que su novio güero –lleno de sudor- la alcanzaba. En ese momento el destino fabricaba un instante mágico que incluso coincidía con la casi puesta del sol, ese momento en el que la luz de día casi ha desaparecido e ilumina todo sutilmente:

El güero se acercaba a su chica por la barda y ella corría a su encuentro, poco importaban sus faldas cortas, o sus pezones puntiagudos bamboleándose cuando ella lo buscaba corriendo y saltaba sobre él y lo abrazaba con sus cuatro extremidades, sus muslos apresaban al chico con amor juvenil, y sus brazos con fuerza decidida, sus ojos se encontraban entonces amorosos mientras ella flotaba en él y luego Georgina Juárez comenzaba a frotarse con su piel, haciendo movimientos lentos y felinos, como si se acicalara con la dermis del chico, untándose cada porción de sudor en su cara, lo hacía con fervor, con ganas, como si fuera un ritual importante.

La primera vez que lo hizo, me invadió cierta perversión sutil, miraba de reojo a la pareja mientras un susurro rojo soplaba en mi oído y un calor naranja se alejaba de mi alma como un cometa, la imaginaba desnuda, recreaba la luz del atardecer derramándose en su rostro, la imaginaba amando apasionadamente, dejándose recorrer con los dedos, imaginaba su piel reaccionando al contacto de mi cuerpo, sus caderas, su boca, sus ojos grandes… el compromiso de Georgina por el sudor de su hombre, llenaba mis pensamientos más interiores sin que mi cabeza pudiera entenderlo del todo, a los diecinueve años los eventos que mueven la vida pasan imperceptibles la mayoría de las veces porque no hemos tenido la dedicación para entenderlos

A veces el sudor corría por el cabello del güero y ella lo recogía con sus labios entreabiertos y lo esparcía en pequeños besos sobre la cara de él mientras se embarraba con su cuerpo, no le importaba humedecer su ropa fina , o mojar su cuello, o tener las mejillas brillantes de sudor, ni le importaba oler a güero, Georgina Juárez se pegaba a su amado envolviéndose en el agua de aquel chico sin miramientos, sin problemas, sabiendo que su olor dejaba el cuerpo de él y la transgredía a ella; algunas veces mujeres y hombres vecinos ocasionales la miraban con cierto recelo… algunos intrigados y algunos con asco.

Nunca ví a Georgina secarse el sudor untado, nunca la ví ajena al rito de su fetiche, nunca dejé de mirarle una sonrisa mientras el sudor de su chico la penetraba… siempre la miré decidida y feliz de su acto aún cuando el güero alto se comportaba macho y desdeñoso ante tal vicio.

Si en ese tiempo yo hubiese entendido lo que ahora entiendo y hubiese visto lo que ahora veo mi respuesta a Rodrigo hubiera sido otra, y tal vez Georgina Juárez sería parte de mi vida.

M.

Nota. Rodrigo me preguntó: "es una pinche cerda, ¿cierto?" mientras caminábamos a las duchas, él porque debía regresar limpio a su casa y yo porque vería a mi novia que no soportaba olerme sin loción y recién bañado.

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