Tirada en la autopista

Una joven se forzada a pedir ayuda tras sufrir un pinchazo en la autopista a altas horas de la madrugada.

TIRADA EN LA AUTOPISTA

unca me atreví a contar este episodio de mi vida y tampoco sé muy bien por qué lo hago ahora. Lo cierto es que siento vergüenza cada vez que lo pienso y necesito desahogarme. Por otra parte, también creo que, después de dos años, la mejor manera de superarlo es afrontarlo y, para empezar, como no me atrevo a contárselo a nadie que conozca y mucho menos a mis padres, a falta de dinero para pagar la consulta de un psicólogo, me he decidido a explicarlo aquí.

Todo sucedió una noche del verano de 2006. A pesar de haber cumplido ya 20 años, todavía estaba muy controlada por mis padres, especialmente por mi padre, que es uno de esos tipos chapados a la antigua. Yo veraneaba en Calafell, pero había salido con unas amigas de la facultad. Habíamos quedado en Salou, pero no se lo había dicho a mis padres. Era tarde, muy tarde, pero me estaba divirtiendo mucho, así que, aunque era consciente de que iba a tener que aguantar la charla de mi padre y de que seguramente iba a estar castigada lo que quedaba de verano, decidí disfrutar del momento y afrontar las consecuencias cuando llegara a casa.

Me despedí de mis amigas en el parking de la disco. En cuanto desaparecieron, busqué el móvil en mi bolso, convencida de que mi padre ya habría llamado. No me equivoqué. El tono de su voz en el buzón de voz sonaba amenazador, y eso me puso muy nerviosa. Cuando hube acabado de escuchar el mensaje traté de llamar para, por lo menos, avisar de que iba para casa y que estaba bien, pero tras marcar el número y descolgar para realizar la llamada el móvil se quedó sin batería.

Tenía 50 kilómetros por delante y más de media hora de camino, así que decidí coger la autopista para llegar a casa lo antes posible. Con el carné recién sacado y el coche de mi padre, apenas me dejaban cogerlo por dentro de Calafell, así que no era cuestión de demorarse todavía más.

Pasado Torredembarra, si no recuerdo mal, me llevé un tremendo sobresalto. Uno de los neumáticos reventó. Por suerte, o no, esto sucedió a escasos metros de un área de descanso y, por no parar en el arcén acerqué el coche hasta allí.

Me bajé del coche y durante un par de minutos, a plena oscuridad, me quedé mirando la rueda. No tenía ni la menor idea de cómo cambiarla. Por una parte, aquello se podría convertir en la excusa perfecta para justificar mi retraso, pero por otra, si no tenía más remedio que pedir ayuda a mi padre, éste se iba a enterar de donde había ido con el coche. Parece que no me quedaban muchas más opciones. De todos modos, aquello no iba a ser tan fácil, encendí el móvil con la esperanza de que me dejara hacer una llamada, una sola, por el tiempo suficiente para explicarle a mi padre dónde estaba y qué había pasado. Pero la batería de mi móvil no estaba por la labor.

Llena de desesperación me puse a llorar desconsoladamente. No sé cuánto tiempo estuve así, con la cabeza apoyada sobre el volante y llorando a lágrima viva. No había mucho tráfico en la autopista, el momento para el pinchazo no podía haber sido más inoportuno. Escuché pasar un camión y pensé que quedarme dentro del coche no iba a solucionar mis problemas y, que lo mejor sería salir a la autopista a buscar ayuda.

Cuando me disponía a salir del coche apareció una luz de esperanza con la forma de los faros de un tráiler. El ruido de su motor me pareció música celestial. A pesar de los tacones, corrí hacia él agitando los brazos. El camión se detuvo frente a mí y me deslumbró con las largas. Algo no marchaba bien, pero no quise escuchar a mi intuición femenina. Necesitaba ayuda, como fuera. Me planté delante del camión con la cara empapada por las lágrimas y los brazos alrededor de mi cuerpo, como abrazándome a mí misma, temblando, pero dispuesta a no dejar que se marchara.

El camión se detuvo detrás de mi coche. Se bajaron dos tipos. El conductor un tipo bajito y gordo, calculo que de la edad de mi padre, con barba y con aspecto desaliñado, sucio, mejor dicho. El acompañante era un tipo bastante raro, joven y alto, algo fofo también, con el cabello moreno pero de piel muy blanca, con la mirada ausente tras unas gafas de montura fina.

Se acercaron y cuando los tuve cerca pude percibir una asquerosa mezcla de olores a sudor y alcohol.

¿Qué te ocurre princesa? – preguntó el conductor echándome encima su aliento y echando una mano sobre mi hombro.

Di un paso atrás al tiempo que, con un movimiento retiré mi hombro. Con la voz entrecortada le expliqué mi problema. No reparé en qué situación me encontraba, mi atención se centraba únicamente en solucionar lo de la rueda y proseguir mi camino.

Vaya, vaya. Así que tenemos a una bella dama en apuros – dijo con un cierto tono de sorna.

Quise mostrar algo de simpatía mostrando una sonrisa, pero en aquellas circunstancias apenas pude esbozar una mueca que claramente demostraba mi desprecio por aquellos tipos. De entre todos los caballeros andantes que podrían haber llegado en mi auxilio, me había tenido que tocar aquella chusma.

A ver, dónde está esa rueda.

Cuando me giré para mostrarles la rueda, el conductor me dio un sonoro manotazo en el culo que provocó sus risotadas. Me volví con mirada desafiante, pero no tardé mucho en perder esa actitud altiva. El conductor dio un paso adelante acercándose a mí con semblante muy serio. Presa del pánico di un paso atrás y él volvió a acercarse y yo di otro paso atrás de modo que di con mi espalda en el coche. Él se acercó nuevamente arrimándose mucho.

Verás, guapa, – susurró junto a mi cara echándome todo el aliento – creo que podemos ayudarte, pero antes, estaría bien que nos lo agradecieras.

No era difícil adivinar lo que querían. Una niña mona, sola e indefensa, vamos, que la ocasión la pintan calva. Sentí miedo. Permanecí unos instantes callada, pensativa, sopesando mis alternativas. Creí que no tenía más remedio que negociar. Si les ofrecía algo a cambio, por lo menos, solucionaría lo de la rueda. Si no lo hacía, no solo me quedaría allí tirada sino que ¡Dios sabe de qué serían capaces aquellos tipos! Esa imagen pasó fugazmente por mi cabeza, pero lo suficiente para sentir mucho más miedo.

Está bien ¿qué queréis? – pregunté no muy segura de haber escogido la opción correcta.

Se miraron sorprendidos, creo que no esperaban que se lo fuera a poner tan fácil. El conductor soltó una sonora carcajada que fue seguida inmediatamente por el otro mientras chocaban sus manos celebrando su triunfo.

¿Cómo te llamas? – preguntó el conductor al tiempo que las risas se apagaban.

Bea – contesté yo con la voz temblorosa y entrecortada .

Verás, Bea, mi amigo Toni – prosiguió señalando su compañero – quiere que se la chupes.

De nuevo estallaron las carcajadas. Miré al tal Toni al tiempo que éste asentía con la cabeza. Hubiera dado cualquier cosa por borrarle aquella sonrisa asquerosa de su cara. Me quedé callada hasta que acabaron de reírse.

Venga, no podéis pedirme eso – protesté finalmente.

Ya, pero es que mi amigo Toni, si no se la chupas no te va a cambiar la rueda. Tú misma.

Llena de una rabia casi incontenible agaché la cabeza y apreté los dientes. Se me saltaron las lágrimas. Ellos me miraban, esperando mi respuesta, pero ésta no llegó.

Venga Manolo, vámonos. Esta tía es solo una pija calientapollas – dijo finalmente el propio Toni.

De pronto, aquellos tíos se alejaron de mí y se dirigían hacia el camión dispuestos a marcharse.

¡Esperad! – grité desesperada viendo como se esfumaba la opción de poder cambiar la rueda.

¿Te lo has pensado mejor? – preguntó el tal Manolo desde la penumbra justo antes de subirse de nuevo al camión.

De nuevo me quedé en silencio, no quería darles lo que me pedían.

Venga, piénsalo bien, en el fondo será un mal trago que durará unos minutos y luego podrás irte.

El doble sentido de la expresión "un mal trago" provocó de nuevo la risa idiota entre ellos.

Está bien – accedí bastante confundida – pero primero me cambiáis la rueda y luego cumplo yo con mi parte.

De eso nada – protestó Manolo.

Verás – traté de argumentar pensando todo lo rápido que podía – yo no tengo ninguna garantía de que vosotros vayáis a cumplir, sin embargo si yo no cumplo, siempre podéis pincharme de nuevo la rueda.

No era muy acertado darles ideas, pero, desde luego, esa sería mi única garantía.

Está bien – dijo esbozando una sonrisa que no me dio muy buena espina – el trato es el siguiente, nosotros te cambiamos la rueda y tú haces todo lo que te pidamos.

¡Ni hablar! Eso no es lo que me habías dicho. Me habías dicho sólo

No – me interrumpió – te he dicho que Toni quiere que se la chupes, pero no te he dicho lo que yo quiero. De todos modos, si no aceptas, pues nada. Nos vamos y ya está.

Se dieron la vuelta y caminaron hacia el camión. Miré el reloj, eran las 4:30h de la madrugada, miré hacia la autopista, no circulaba nadie y los pocos vehículos que había visto, habían pasado de largo; excepto aquel maldito camión.

¡Un momento! – grité cuando se disponían a subir al camión.

Manolo y Toni me miraban expectantes.

No podéis iros así.

Claro que podemos – contestó Manolo – a menos que

Si me cambiáis la rueda – interrumpí – os doy todo el dinero que llevo encima.

Ya te hemos dicho cual es el precio, no queremos tu dinero. Esto son lentejas, si quieres las tomas y si no las dejas.

Dudé, unos instantes para finalmente asentir con un tímido movimiento de cabeza.

Mientras cambiaban la rueda yo me quedé de pie mirando como lo hacían, tratando de pensar en una solución. Unos minutos más tarde ya habían montado la rueda y estaban bajando el coche. Empecé a notar un nudo en el estómago, consciente del poco tiempo que me quedaba.

Bueno, esto ya está – dijo Manolo sacudiéndose las manos.

Me podríais guardar la rueda y las herramientas, por lo menos – protesté tratando, inútilmente, de retrasar mi parte todo lo posible.

En un momento hubieron guardado la rueda pinchada, el gato y la llave y llegaba mi turno. El nudo en el estómago se me hizo más grande y un sudor frío me corría por la espalda. Estaba muy nerviosa y asustada.

Manolo se acercó a mí y me agarró de la muñeca arrastrándome hacia la parte delantera del coche. Toni nos siguió. Se plantaron delante de mí.

Que vestido más bonito – observó Manolo - ¿Por qué no te lo quitas para calentar un poquito el ambiente?

Irónicamente, el comentario de Juan me hizo pensar en lo mucho que me gustaba aquel vestido de hilo, pues se arrapaba a mi cuerpo y realzaba sugerentemente mi figura. Agité la cabeza suplicando que no continuaran con aquello.

¡Que nos enseñes el coño, he dicho – gritó Manolo arrimándose a mí – o te juro que te rajamos las cuatro ruedas!

No, por favor – supliqué con voz llorosa al tiempo que me llevé la mano a uno de los tirantes del vestido deslizándolo por mi hombro.

Temblorosa, busqué en mi espalda la cremallera y lentamente la bajé al tiempo que Manolo se relajaba y se alejaba un paso de mí. Acabé de deslizar los tirantes por mis hombros. Lenta y tímidamente dejé caer el vestido por mi torso, resistiéndome a mostrar mis pechos. No llevaba sujetador, pues con ese vestido se marcaba demasiado y aunque mis pechos no eran pequeños, sí que se mantenían bien firmes y erguidos, por lo que me lo podía permitir. La única pega es que a menudo se me marcaban los pezones, pero eso a mí no me importaba mucho.

Vamos, Bea, no seas tímida – se impacientó Manolo.

Muy asustada dejé finalmente caer el vestido por debajo de mis pechos, sujetándolo con las manos para evitar que cayera del todo. La expresión de Manolo mostraba su satisfacción. Toni continuaba con la misma expresión impávida que había mantenido todo el tiempo. Os aseguro que era mucho más inquietante que los gritos de Manolo.

Venga, nena, sigue – Manolo marcaba el ritmo.

Me bajé el vestido hasta los muslos y, por fin, dejé que se deslizara por mis piernas hasta el suelo. Precisamente porque el vestido se marcaba llevaba un tanga blanco, liso, fino y pequeño que por poco no hizo saltar sus ojos de las órbitas. Con un gesto, Manolo, me indicó que me despojara del tanga también. Tardé unos segundos.

¿A qué esperas? – gritó de nuevo Manolo.

Sobresaltada, obedecí de inmediato bajándome el tanga hasta las rodillas para dejarlo caer sobre el vestido después. Me agaché para recoger mi ropa del suelo y dejarla a buen recaudo, pero tal y como me incorporé de nuevo Manolo estaba delante de mí con la mano extendida para que le diera la ropa.

Tranquila, ya nos encargamos nosotros de eso.

Le entregué el vestido y el tanga preocupada por lo que fuera a hacer. Él se la entregó inmediatamente a Toni quien, con las manos mugrientas por haber estado cambiando la rueda, siguiendo las instrucciones de Manolo, se apresuró a dejarlo en el camión.

Siéntate sobre el capó – me ordenó mientras Toni guardaba el vestido en el camión – apoya las manos sobre el capó y separa las piernas, quiero verte bien.

Obedecí sin rechistar.

¿Te has fijado cómo huele ese coñito? – se dirigió a Toni al tiempo que este llegaba de nuevo.

¡Ya te digo! – habló por segunda vez Toni – es una guarrilla.

Estallaron en una sonora carcajada.

Manolo se arrimó y con una de sus sucias manos me agarró un pecho, cerré los ojos tratando de soportarlo

Tranquila – me susurró tratando de relajarme – si te portas bien todo irá bien.

Intentó besarme, pero yo cerraba los labios con fuerza, así que viendo que no le correspondía me lamió la cara y deslizó la mano que tenía en mi pecho alcanzando el interior de mi muslo para subirla a continuación hasta llegar a mi pubis, lo acarició suavemente por unos instantes. Extendió un dedo y lo deslizó por mi rajita hasta encontrar mi vagina.

Sé buena y abre la boquita – me susurró al oído.

Sentí un escalofrío por mi espalda. Con la vana esperanza de evitar que me introdujera el dedo le obedecí. Me metió la lengua hasta la campanilla y cuando, de alguna manera yo lo había aceptado me metió un dedo y luego otro y comenzó a masturbarme.

Para mi desgracia, pasados unos momentos, perdí el control de mi cuerpo y, a pesar de que aquello era repugnante, empecé a lubricar. Recé porque no lo notara, pero no tardó en ser demasiado evidente para disimularlo.

Satisfecho por haber conseguido que mi cuerpo reaccionara, me agarró de las muñecas y me arrastró a la parte trasera del coche y abrió la puerta.

Entra.

Permanecí de pie temblando y resistiéndome a entrar.

¡Que entres te he dicho! – gritó.

Consiguió aterrorizarme una vez más, así que obedecí.

¡Estírate y ábrete de piernas, zorra!

La otra puerta se abrió y Toni me agarró tirándome sobre el asiento al tiempo que Manolo se bajaba los pantalones. Mi instinto me llevó a resistirme, pero eran mucho más fuertes. A pesar de mis forcejeos Manolo no tardó en situarse entre mis piernas.

¡Estate quieta, puta! Este es el trato que has hecho, si no cumples te quedarás sin ruedas y sin ropa, tú misma.

Me calmé al instante. Sin oposición ninguna me penetró, sentí como entraba poco a poco para empezar a moverse lentamente. Me estaba follando.

Por el otro lado Toni, al comprobar que me había calmado me soltó y se quitó la ropa. Me impresionó. Su piel era muy pálida y no tenía ni un solo pelo, ni siquiera en el pubis. Su pene, sudoroso, era blanco como la nata y, pese a no estar erecto, era bastante grande.

Me la restregó por la cara.

Vamos, guarra, chúpamela.

En un estúpido pensamiento recordé que mi madre siempre decía que tenía muy buena boca. No se podía imaginar cuánto. Antes solo se la había chupado a un chico, un novio que había tenido, le encantaba el sexo oral y, con él, había aprendido a hacerlo. ¡Qué diferentes son estas cosas cuando se hacen con gusto! Con mucho asco me acerqué la punta a mis labios y dubitativamente me la introduje en la boca y empecé a chupársela.

Veo que no es la primera polla que te comes ¿eh, zorra? – soltó Toni.

Deseé que aquello acabara lo antes posible y pensé que lo mejor que podía hacer era colaborar. Se la chupé con ímpetu, como si realmente me gustara, jugando con mi lengua sobre su glande, sobre sus testículos, por todo su pene, succionando con fuerza, ayudándome con las manos, acariciándole. Aunque fue engordando un poco más, no acababa de ponerse dura.

Mientras tanto, comencé a moverme para colaborar con Manolo. Rítmicamente movía mis caderas al tiempo que contraía los músculos vaginales a sabiendas que eso le iba a volver loco y no me equivoqué.

Puse todas mis ganas y todo mi arte en la felación que le estaba haciendo a Toni tratando de acabar con aquello lo antes posible. Poco a poco fui acelerando la cadencia de mis movimientos, chupándosela cada vez más rápidamente y con mayor vigor, presionando mis labios cada vez más y succionando cada vez más fuerte. Su agitada respiración se tornó en jadeos y, por suerte (dicho así resulta irónico), no tardé en obtener mi recompensa. Por fin se le puso dura e instantes más tardes sentí los espasmos de su polla en mi boca. Al momento la tenía llena de semen. Sin embargo, pareció no tener suficiente y, cuando paré de chupársela él se empezó a mover metiéndomela hasta la garganta.

¡No pares ahora, zorra! – Gritó forzándome a seguir chupándosela.

Me quedaba sin aire y quise escupir todo el semen, pero de pronto me vino la imagen de la tapicería del coche de mi padre manchada y traté de aguantar como pudiera. Tampoco quería tragármelo, nunca antes lo había hecho y me daba muchísimo asco.

Para mi desgracia volvió a eyacular y, esta vez su corrida fue mucho más abundante, apenas podía contener aquel chorro de semen en la boca y menos con su polla en la garganta. Empezó a faltarme el aire, cuando por fin la sacó de mi boca quise recuperar el aliento tan rápidamente que me atraganté y me dio la tos y pasó lo peor que podía pasar. Tragué bastante semen y el resto lo eché sobre la tapicería.

Y sin tiempo para reaccionar sentí que Manolo se corría, jadeaba como un loco y su polla explotó en un chorro de semen que inundó mi vagina. Hubiera fingido un orgasmo, para acelerar el suyo, pero el final de la mamada a Toni no me había permitido centrarme. Además, no hizo falta fingir, porque Manolo siguió moviéndose e, inesperadamente, me vino un orgasmo de dimensiones bíblicas. Chillé descontroladamente para disfrute de Manolo que se debía sentir muy hombre. Siguió moviéndose y el orgasmo se prolongó para mi martirio.

Un par de minutos más tarde ellos ya estaban vestidos y subidos al camión. Yo continuaba estirada en el asiento de atrás de mi coche, exhausta y llorosa. Al pasar por mi lado me tiraron el vestido por la ventanilla del camión, pero no el tanga, que se lo debieron quedar como trofeo.

Llegué a casa con el vestido manchado y mis padres se tragaron la excusa, aunque tuve que aguantar la charla, igualmente, por no llevar la batería del móvil cargada. Aspirando el coche mi padre descubrió la mancha en la tapicería, pero no creo que supiera de qué era, aunque yo, cada vez que la miro, no puedo apartar de mi cabeza lo que ocurrió aquella noche.