Tío y sobrino: el reencuentro

Casi veinte años más tarde tío y sobrino se reencuentran. la pasión entre ambos resurge con fuerza.

Diecisiete años habían transcurrido desde el último verano que Javier pasó en la casa de sus tíos en el campo. Aquel verano había sido especial para el chico, el verano en el que el cumplió  trece años, en el que su cuerpo infantil empezó a cambiar, mostrando los primeros vellos púbicos, una  época en la que la sensación de ardor en sus partes íntimas  se tornaba cada vez más intensa. Fue entonces cuando empezó a desarrollar un nuevo sentimiento hacia su tío; aquel hombre al que él admiraba, se convirtió en objeto de secreto deseo para el muchacho. A pesar de que los condicionamientos morales le torturaban, en esa época Javier experimentó una pasión irresistible por el esposo de su tía, por  los olores de este, por algún vello que quedaba atrapado en los pliegues de la ropa interior, por los restos de orina y semen que quedaban en el calzoncillo del adulto.

Tío y sobrino se reencuentran diecisiete años más tarde, a finales de los noventa. Muchas cosas habían pasado en el país y en la vida de ambos. Javier había dejado atrás al niño tímido que fue, para convertirse en un atractivo joven de treinta años, mientras que a  su tío tan solo le faltaba un año para cumplir sesenta. Javier era un hombre recién divorciado de una mujer inglesa, que había conocido durante su último año de estudios en Londres, con la que convivió varios años y que  le había dado un hijo de dos años; mientras que el maduro había enviudado, la tía de Javier había fallecido el verano anterior, tras años de lucha contra una grave enfermedad, en los que su tío se había desvivido intentando lo imposible para que se curara, los tratamientos más caros, los mejores especialistas, pero en vano fue su lucha.

Su esposa le había dado su mayor riqueza, a su hijo Alfredo, que por aquella época era un adolescente de dieciséis años y desde el fallecimiento de su madre vivía interno en un colegio. El maduro quería lo mejor para su hijo; tras la muerte de su mujer él no podía dedicarle el tiempo que debiera, y por otra parte, no tenía ganas de buscar sustituta a su esposa, así que pensó que la mejor alternativa sería que estudiara en un internado, quería que tuviese una buena formación, que fuese a la universidad. Fue duro para padre e hijo tener que separarse puesto que ambos se adoraban, pero el maduro pensó que si Alfredo seguía en el campo, difícilmente podría centrarse en los estudios; si quería estudiar inevitablemente tendría que volar. Si de mayor deseaba volver y trabajar la tierra de su padre, ya tendría tiempo para hacerlo. Ahora se conformaba con verlo un fin de semana al mes, en el que él viajaba a  la ciudad, y los períodos vacacionales que el chico pasaba en el pueblo.

Javier no pudo acudir al entierro de su tía pese al cariño que le profesaba; no era fácil en aquella época desplazarse desde Londres a un pueblo perdido de España y ausentarse del trabajo. Tras su separación decidió poner tierra de por medio e instalarse en España, en Inglaterra dejaba un hijo de dos años al que podría ver siempre que deseara. Pensó que lo mejor para él sería rehacer su vida en su país, y curar las heridas de su separación matrimonial cerca de los suyos. Su profesión de ingeniero y su dominio del inglés le abriría fácilmente las puertas de cualquier trabajo.

Antes de empezar a trabajar Javier había decidido pasar unas semanas con su tío en el campo, necesitaba relajarse y cargar pilas, así que no se lo pensó dos veces cuando recibió la llamada de su tío, proponiéndole que pasara una temporada en la finca. La casa era demasiado grande para él tras la marcha de su hijo al internado.

Javier volvía a la casa de sus veranos diecisiete años más tarde, multitud de sensaciones se agolpaban en el pecho del joven, nervios, nostalgia, pero al mismo tiempo una tremenda alegría. Mientras hacía el viaje en autobús recordó aquel poema de Machado que tanto le gustaba; tal vez él, al igual que el poeta, volvía a aquella casa buscando una ilusión cándida y vieja. La idea de compartir unos días con su tío, le provocaba sentimientos contradictorios ¿Habría cambiado mucho su tío? Ocho años que no se veían. La última vez había sido en una reunión familiar en la ciudad, en período navideño. A Javier le apetecía compartir con su tío, ayudarlo en las faenas del campo, charlar como dos amigos. Cuando el autobús llegó a la estación del pueblo, allí estaba su tío, esperándole. Este  estrechó  a su sobrino entre sus brazos y lo besó en la mejilla. Tras meter el equipaje en el viejo todoterreno, iniciaron su viaje hasta la finca del tío, que se encontraba a tres kilómetros del pueblo. Durante el breve trayecto hablaron animadamente, que si estaba cansado, cómo había sido el viaje, si tenía hambre, etc. Mientras, Javier lanzaba furtivas miradas a su tío, se veía mayor, su cabello, antes castaño, era ahora gris, las entradas más pronunciadas, el cabello escaseaba en la coronilla dando paso a una calva considerable en esa zona. Sin embargo, su tío seguía siendo un hombre atractivo, su cuerpo aún era fuerte, robusto, conservaba la misma espalda ancha, el porte erguido, cierto que tenía un poquito de barriga, pero esto, pensó Javier, no hacía más que aumentaba la virilidad de su tío. Observó los brazos del maduro al volante, brazos fibrosos, cubiertos de una espesa mata de vello rizado y canoso, como su cabellera. Su tío seguía con la costumbre de llevar dos botones de su camisa abiertos, y a través de ellos el joven pudo comprobar que el vello que tanto le fascinó de pequeño, se había vuelto canoso y salía ensortijado por debajo de su cuello. Tenía su tío patillas largas y entrecanas, sin embargo la barba la llevaba recién afeitada, olía a aquel “after shave” de siempre. No cabe duda de que su tío era fiel a sus hábitos, camisa a cuadros, vaqueros, old spice después del afeitado. Tuvo la sensación de que nada había cambiado y eso pareció gustarle, puesto que se sentía más seguro.

Al llegar a la casa, fue el tío el encargado de bajar el equipaje del land rover, su orgullo masculino no permitió que su sobrino lo hiciese, parecía quererle demostrar al sobrino, que a pesar de tener cincuenta y nueve años, todavía seguía siendo un macho fuerte que no necesitaba de ayuda. Se dirigió a la habitación donde Javier iba a alojarse durante su estancia en la casa y allí depositó la maleta. Javier recordó que esa era su vieja habitación, la de sus veranos, y con su mirada agradeció a su tío que le alojara allí.

-Te dejo para que deshagas tu equipaje y te tumbes un rato a descansar - dijo el tío desde el umbral de la puerta.

Javier le sonrió y cuando el tío cerró la puerta, se tumbó en la cama de aquella habitación donde había pasado tantos veranos. Observó durante unos instantes el mobiliario, algunas cosas habían cambiado, pero en esencia, la habitación seguía siendo la misma. Muchos recuerdos se agolparon en su mente, en aquel cuarto había experimentado sus primeras erecciones, desde allí había oído los ruidos provenientes de la habitación de sus tíos cuando estos hacían el amor, en aquel lugar deseó por primera vez a su tío, deseó que este abandonara el lecho conyugal y que entrase en su habitación a hacerle el amor, hubiese deseado ser la hembra de su tío, complacerlo, fundirse con él en aquella cama donde ahora reposaba mirando el techo, donde había eyaculado por primera vez, protegido por una servilleta que evitaba que su lefa adolescente manchara las sábanas.

En esos pensamientos estaba Javier, cuando notó que su pene se tensaba dentro del pantalón, y no tuvo más remedio que girare hacia abajo, hasta que el sueño le venció.

Eran las siete cuando su tío llamó a su puerta.

  • ¿Has descansado muchacho? No he querido despertarte, necesitabas dormir.
  • Joder tío, menudo siesta, he estado durmiendo cerca de cuatro horas – dijo Javier mientras miraba el despertador de la mesilla de noche.
  • Vamos dormilón, te espero en la cocina. Voy a abrir una botella de vino para brindar por nuestro reencuentro.
  • En unos minutos estoy contigo – respondió el muchacho.

Cuando llegó a la cocina su tío le esperaba con dos copas de vino de la última cosecha.

  • Quiero ver si aún sigues siendo el mejor viticultor de la zona o has perdido dotes.
  • Ja, ja yo te voy a decir a ti si he perdido dotes – afirmó el tío dando una palmada a su sobrino en el hombro.
  • Vamos a brindar, por ti Javier, porque has vuelto a casa.
  • Por los dos, tío. Brindemos por nuestro reencuentro – afirmó el muchacho.

Ambos se miraron a los ojos y bebieron.

  • Sabes tío, estoy contento de estar aquí.
  • Yo también Javier, yo también

El maduro se acercó a su sobrino estrechándolo entre sus brazos. Quería demostrarle lo feliz que se sentía de tenerlo de nuevo en casa. Sentir los brazos cálidos  y fuertes de su tío alrededor de su cuerpo hicieron que el corazón del joven  latiera aún más. Javier sintió su pecho amplio junto al suyo, eran prácticamente de la misma estatura, tal vez su tío fuese un par de centímetros más alto que él y de complexión más fuerte. Las mejillas de ambos permanecieron juntas. Javier sintió la barba afeitada de su tío, su olor a old spice y el maduro pudo sentir la barba dos días del joven. Los miembros viriles de ambos contactaban a través de la tela del pantalón, vaqueros los de su tío y de tela fina los de Javier. El miembro de Javier fue el primero en despertar, no estaba erecto, pero era perceptible a través de la fina tela del pantalón.

  • Joder, cómo pica la barba del niño- dijo el tío riendo y retirando la cara, evitando así que el abrazo de ambos se prolongara por más tiempo.

  • Vamos a cenar, que debes estar muerto de hambre Javier.

Durante la cena hablaron de lo divino y de lo humano, de lo que habían hecho durante estos años, evitaron la enfermedad de la tía, y la conversación se prolongó en el salón, ante una copas de brandy que el tío guardaba para ocasiones especiales, y brindaron de nuevo, esta vez brindaron  sentados en el sofá del salón, y como único testigo una televisión de fondo a la que nadie hacía caso.

  • Joder tío, creo que he bebido mucho y estoy algo mareado.

  • Aún eres muy joven para beber, muchacho- dijo el maduro riendo.

  • Que tengo treinta años- dijo Javier fingiendo estar molesto por la observación de su tío.

Rieron los dos. El tío agarró del brazo al sobrino y lo atrajo a su lado.

  • Vaya el niño se emborrachó, seguro que aún tienes cosquillas.

El tío comenzó a hacer cosquillas a su sobrino , como cuando era pequeño. El joven intentaba zafarse de los fuertes brazos de su tío, pero no lo conseguía, mientras reía a carcajadas. En ese juego infantil, el cuerpo de su sobrino quedó bajo el de su tío. Mientras este hurgaba sus axilas, Javier se retorcía de risa como cuando era pequeño.

  • Para tío, te aprovechas porque estoy borracho- balbuceaba Javier sin poder evitar la carcajada.

El tío siguió con el juego, esta vez introduciendo sus manos por debajo del polo del sobrino, primero por su vientre liso, subiendo hasta llegar a su pecho, en el vientre su sobrino tenía una ligera pelusilla, pero pudo comprobar que el pecho estaba poblado de vello más espeso y lacio.

  • Sobrino ¿ desde cuándo tienes pelos?- interrogó el tío riendo.

  • Joder tío, tengo  treinta años.

El tío continuó sin retirar la mano, pero ya no le hacía cosquillas, estas se habían transformado en caricias de un tío que estaba descubriendo el cuerpo de su sobrino. Al joven, pese a sus estado de embriaguez, le complacía sentir las fuertes manos encallecidas del adulto sobre su pecho.

Abajo los penes de ambos parecían interesarse por el asunto. De repente al tío le entró miedo y retiró la mano.

  • Sobrino creo que te vendría bien dormir la borrachera, te llevo a tu cuarto.

  • Ahora quiero comprobar yo si tú tienes cosquillas, es mi turno- dijo Javier riendo.

Sin pensarlo dos veces Javier empezó a hacer cosquillas a su tío por las axilas, los costados, la barriga, mientras ambos reían. No era su tío hombre de cosquillas.

  • Ríndete sobrino, no tengo cosquillas.

  • Veremos si tienes o no - dijo el sobrino riendo.

Esta vez fueron las manos del sobrino las que se adentraron debajo de la camisa del tío. Pero en lugar de hacerle cosquillas, aprovechó para tocarle el cuerpo, acariciarle el vello del vientre, ascender por el pecho donde el pelo se hacía denso y  rizado, pasarlas por encima de los pezones, llegar hasta las axilas. Mientras, el adulto facilitaba la tarea extendiendo los brazos. El tío sonreía y dejaba hacer a su sobrino. Javier a pesar de su estado de embriaguez disfrutaba de lo que estaba haciendo. Por su parte el pene del tío comenzaba a moverse dentro del pantalón. Javier sin dejar de mirar a su tío volvió a bajar por el pecho, por la barriga, por el ombligo e incluso se atrevió a traspasar con dos de sus dedos la barrera del cinturón, llegando a tocar un vello más crespo que el que había tocado hasta el momento, el del pubis. Mientras, el pene de su tío estaba en estado de total erección dentro del pantalón.

Tal vez por las risas, los nervios del momento, el licor tomado, a Javier le entraron arcadas, para el tío fue la señal justa para parar. Su sobrino estaba ebrio, seguro que estuviera sobrio, no se hubiera atrevido a acariciarle de aquella forma, tal vez mañana se arrepentiría, así que mejor dejarlo así.

-Vamos Javier, necesitas irte a la cama, menuda borrachera has cogido.

El tío cogió a Javier y lo llevó a la habitación como pudo, el joven no ayudaba ya que su estado de embriaguez le impedía mantener el equilibrio.

Cuando lo depositó en la cama, procedió a desnudarlo para que así pudiera dormir mejor. Le quitó el polo, luego los vaqueros, los calcetines, las zapatillas deportivas y lo depositó entre las sábanas de la cama. Mientras hacía esto, el maduro que había perdido parte de su erección comprobó que su sobrino se había convertido en un buen mozo, tal vez un par de centímetros más bajo que él, 1’73m, unos 75kilos, de piel blanca, cabello castaño claro, nariz perfilada, boca pequeña, bonita sonrisa, dentadura perfecta, vello castaño claro en el pecho, pelusilla por las barriga, piernas mucho más fuertes que brazos, cubiertas también de vello castaño, manos finas de estudiante.

Cuando el tío estaba a punto de abandonar la habitación de Javier, este abre los ojos, y le pide que no lo deje solo, que se quede con él, que le duele la cabeza y que está mareado. Su tío no puede negarse, sabe que el muchacho no está bien. Va a buscarle un vaso de agua y al regresar, se encuentra a Javier roncando.

  • Mejor- piensa el tío- así podrá descansar y recuperarse. No es buena idea dejarlo solo esta noche en tal estado, el chico no está acostumbrado a beber.

El maduro se desnuda, desabotona su camisa, prosigue con el pantalón, calcetines, y se mete en la cama. Ocupó el lado libre que Javier dejaba en el lecho. Le tranquilizó pensar que su sobrino dormía profundamente, pues emitía suaves ronquidos. Pasado un tiempo, cuando el hombre ya había logrado conciliar el sueño, sintió como el cuerpo de su sobrino se aproximaba al suyo, el maduro acostumbraba a dormir boca arriba y notó como el muchacho se acurrucaba contra él, buscando el calor de sus pies y de su pecho, el hombre entendió que el joven tenía frío y pasó su brazo por debajo del cuerpo del muchacho atrayéndolo hacia él. Una de las manos del sobrino fue a parar sobre el pecho del tío, allí permaneció inerte, al mismo tiempo que  colocó su rodilla izquierda sobre el calzoncillo del hombre. Todo esto provocó una tremenda erección, ya olvidada, en el sexo de su tío. A pesar de su mente fría, la excitación del maduro era máxima. Así, que dándose vuelta en la cama, se colocó frente hacia su sobrino; este seguía durmiendo; sin pensarlo dos veces, lo atrajo contra su pecho, la respiración de ambos se confundía, el maduro en penumbra buscó los labios de su sobrino y los besó suavemente sin atreverse a introducir la lengua, abajo su sexo se tensaba en el calzoncillo. La situación empeoró cuando de repente el sobrino, buscando el calor del tío, introdujo una de las manos por la abertura de aquellos calzoncillos blancos . Tras minutos así, sin que ninguno de ellos se moviera, el maduro notó como su pene se agitaba de forma loca, sin que él lo tocara, no pudo evitar eyacular, y se derramó  dentro del calzoncillo, la mano del sobrino continuó allí recibiendo gran parte de esa ducha de semen.

Al día siguiente, cuando Javier despertó, se encontró solo en la cama, sabía que su tío acostumbraba a madrugar, le extrañó sentir algún tipo de crema que pringaba sus manos, las olió y supo que era semen.

¿Era su lefa? ¿Había tenido algún sueño erótico? o tal vez ¿era la leche de su tío? En la cama una gran mancha de semen testimoniaba que alguien había gozado la noche anterior.