Tío Carlos me llevó a un motel y me cogió muy rico

Creo que soy una puta. Disfruto sentirme deseada por los hombres y provocarlos moviendo las nalgas, pero son sólo de mi macho

powellcolin66@gmail.com

Hola, amiguis y cómplices. Antes de compartirles de otra buena follada que me dio mi amado tío Carlos, quiero agradecerles sus comentarios sobre mis relatos anteriores. Espero que esta historia también les agrade. Son ustedes muy lindos.

Les contaré cómo soy físicamente. Preferí guardar hasta ahora esa descripción, para que tengan idea de cómo es la hembra que desmaya de placer cuando su macho le clava su verga larga, gorda y cabezona.

Tengo 25 añitos, piel blanca sin llegar a g

ȕera

, ojos claros, boca regular, labios que incitan al sexo y pelo castaño claro, ondulado. Mido 1.65 metros de altura, sin tacones.

Soy delgada, de cintura un poco estrecha, pies finos y manos suaves, hechas para acariciar.

Tío Carlos es moreno claro, atlético y muy fuerte. Su estatura llega a casi 1.80 metros.

En sus brazos me siento como una muñeca frágil, muy mimada y protegida por su dueño. No es extraño, entonces, que quiera yo estar siempre a su lado; adorarlo, acariciarlo y hacerlo muy feliz.

Por mis nalgas respingadas y mi voz un poco dulce muchos hombres creen que soy mujer.

Unos me dicen cosas bonitas, pero abundan los atrevidos que con palabras subidas de tono expresan sus ganas de cogerme ahí mismo. Yo lo disfruto mucho, aunque lo disimulo muy bien.

Creo que soy muy puta, una zorra, una perra. Me halaga sentirme mujer, admirada y deseada pero soy fiel a mi hombre.

Como llevo pants ajustados al caminar los provoco moviendo las nalgas, y miro de reojo cómo se estrujan el pene erecto bajo la ropa.

Eso me sucedió una tarde camino al lugar donde me había citado tío Carlos.

Esa vez eligió para cogerme un discreto motel ubicado al sur de Guadalajara. Quedamos de vernos en el centro de la ciudad para llegar juntos en su auto.

Apenas entramos a la cochera, mientras bajaba la puerta automática, tío Carlos se echó sobre mí y empezó a besarme al tiempo que me frotaba las nalgas a dos manos.

Yo respondí a sus apasionados mimos y acaricié el enorme paquete. No me equivoqué al imaginar que tenía ya bien parada la enorme verga, dura como una roca.

Me colgué de su cuello, respondí a sus besos apasionados y le rogué que me llevara en brazos hasta donde sería suya.

Así me subió por las escaleras que conducían a la habitación y me depositó en la cama.

-Mi putita, estaba desesperado por cogerte, siente cómo me tienes -dijo y puso mi mano en su pene-. A cada instante revivo cómo me apretabas la verga con tu culito virgen y sólo de pensarlo he tenido dos corridas. ¡Tus nalgas me traen loco!

-También yo extraño tu verga -le confesé-. Es tan grande y tan gruesa que la vez anterior estuve dos días con un poco de dolor; casi no podía yo caminar, pero me hizo muy feliz al dervirgarme y quiero tenerla siempre adentro.

-Prometo que ahora no sentirás ninguna molestia, y si la primera vez te gustó de hoy en adelante voy a hacerte gozar como no te imaginas.

Aún sin desvestirnos comenzamos a besarnos sobre la cama. Yo acariciaba el cuerpo atlético de tío Carlos. Mis manos suaves le recorrían los costados y la espalda, mientras nuestras bocas se unían desbordantes de lujuria e intercambiábamos abundante saliva.

Era hermoso sentir que ese hombre, ese macho era enteramente mío al menos por unas horas. Estaba dispuesta a entregarme de nuevo a él, a dejarme llevar en sus brazos al clímax de la sexualidad.

Sin dejar de besarnos él acariciaba mi pequeño pene y con delicadeza me fue recostando hasta quedar sobre mí. Entonces volví a tocarle la verga poderosa, palpitante, ansiosa por salir de su encierro.

Cuando tío Carlos se quitó el pantalón al fin pude tocarla y sentir su dureza.

Sonriente, con una mirada me invitó a chupársela. No hacía falta que lo hiciera, pues me abalancé sobre la preciosa herramienta y tomándola entre mis manos primero la besé con desesperación y luego me la llevé a la boca.

-¡Mmmmm! ¡Mmmmm! -gemía yo al succionar la cabeza.

El goce me producía mucha saliva, que escapaba por la comisura de los labios.

Mi lengua también trabajaba arduamente. Como ágil serpiente lamía el glande, el cuello, el frenillo... Recorría el largo tronco lleno de venas que lo hacían más bello, sobre todo las centrales, y culminaba en los testículos repletos de leche.

Tío Carlos se dejaba adorar como un dios. Le complacía sentir a su perrita esclavizada por la verga dominante. Cerraba los ojos y le permitía chupar su caramelo en forma golosa.

-¡Así, así, mi reina! ¡Qué rico siento! ¡Tu lengua hace maravillas! ¡Chupa, putita, chupa la verga de tu macho!

Sus palabras me excitaban todavía más; aceleraban mi deseo y multiplicaban la estimulación erótica.

Del pene escapaba fluido preseminal, y saboreé con deleite la dosis de gotas de placer. Temí que mi amante fuera a vaciarse pero para mi fortuna posee un extraordinario control.

Seguí mamando y mamando otros minutos. De pronto me tomó por la cabeza y me hundió el trozo de carne, que sin piedad entró hasta el fondo de mi boca y por poco me ahoga.

-¡Arggggg! ¡Argggggg! -exclamaba yo, con el rostro inflamado y los ojos a punto de saltar de las órbitas.

Mi desesperación no alarmó a tío Carlos. Estaba seguro de que su putita gozaba ser dominada con la boca atiborrada de verga.

Creí que entonces vendría la penetración, pero no fue así. Tío Carlos me colocó de bruces, me bajó el pantalón, dejó al aire mis nalgas, las besó y luego chupó mi culito. Su lengua muy húmeda bordeaba las orillas del agujero; luego entraba y salía como si me estuviera follando.

Era una sensación tan intensa que nunca antes había yo sentido. Gritaba como loca, le pedía que siguiera y lo tiraba de los cabellos para que lo hiciera más y más. Eso le indicó que su víctima anhelaba ya ser sacrificada.

-¡Papitooooo, qué rico besas el culo de tu zorra! ¡Es sólo tuyo! ¡Tuyooooo!

Me desnudó. Él hizo lo mismo. Nos fundimos en un abrazo lleno de pasión y nos besamos frenéticamente. Dejamos libre la mano derecha para masajear nuestros miembros duros como mástiles,

Volvió a llevarme a la cama y quedé con el culo hacia arriba. Se aplicó lubricante y preguntó:

-Estás lista para tu maridito, mi amor?

-Ya, cariño. Quiero sentir tu vergota perforando mi trasero. Quiero que me hagas tuya. Cójeme como te parezca mejor, ¡PERO POR FAVOR HAZLO YA, PAPITO!

Me pidió que alzara las nalgas y puso gel anestésico en mi hoyito. Con el dedo pulgar lo introdujo un poco, para extender el orificio y facilitar la penetración.

Colocó la cabeza de su miembro en la entrada y empujó con decisión.

De un golpe metió un buen pedazo pero lo contuve.

-¡Ay! ¡Duele un poco, papito! -le dije, pero no intenté zafarme.

-Ya tienes adentro la mitad; el resto será más fácil y no te causará molestias, al contrario.

¡Cuánta razón tenía mi hombre! Aunque no sentía ya dolor, dejó que mi apretado culito se acostumbrara al tremendo ariete palpitando en mi intestino.

Empezó a cogerme a ritmo lento. Media verga entraba y salía, provocándome un inmenso placer al rosarme el ano.

Yo hacía mi parte moviendo las nalgas para provocarlo. Él me acariciaba, las abría y observaba el ir y venir de su pene.

Tío Carlos era fiel a su palabra de no lastimarme, pero mi culito no se conformaba con la mitad, quería más del exquisito manjar.

Extendí la mano izquierda, lo tomé por una nalga y lo atraje urgiéndolo a que metiera el faltante.

Mi macho entendió y cumplió mi deseo. Poco a poco me enterró la verga hasta el fondo e inició el bombeo. A ratos lento, a ratos con frenesí, con pausas en las que metía su espada hasta la empuñadura.

-¿Ahora sí está gozando mi putita? ¿Te gusta cómo te coge tu macho?

-¡Sí, papito! ¡Me tienes bien clavada! ¡Siento cómo tu hermosa verga llena mi agujero! ¡POR FAVOR PAPITO, CÓGEME MÁS, MÁS, MÁS... MÁS!

Ante mi súplica Tío Carlos me puso de «perrito» y gocé al tener su varonil pecho sobre mi espalda, en una penetración tan profunda como la anterior.

Yo empujaba mis nalgas hacia atrás y las cadenciosamente poseída por el demonio de la lujuria, para asegurarme de que me tenía bien clavada.

De pronto me dieron ganas de orinar y le dije que necesitaba ir al baño pero no quería dejar de sentirlo dentro de mí.

-Tampoco yo quiero sacártela, así que iremos juntos, pero paso a pasito. No te muevas.

Mi mente inocente no alcanzaba a imaginar qué pretendía hacer. pero no tardé en saberlo.

Con sus fuertes brazos me agarró por la cintura y me dio vuelta hasta sentarnos en la orilla de la cama. Lo mejor es que yo estaba encima de él y sentía su pene al tope.

Sin dejar de abrazarme me levantó y nos dirigimos hacia el baño. Ir bien empalada era delicioso. Me contorsionaba al dar cada paso profundamente penetrada por mi amante.

Su boca jadeaba pegada a mi cuello, su agitada respiración era indicio de lo mucho que gozaba llevándome así.

Hacíamos pausas, en las que yo alzaba un brazo para acariciar su cabeza y mover las caderas con erotismo, para incitarlo y al mismo tiempo asegurarme de que me tenía bien empalada.

Por fin llegamos al baño, oriné, y en la misma deliciosa forma me devolvió al lecho, donde culminaría nuestro intenso placer.

Me acosté de bruces y movía las nalgas, invitándolo a que reanudara su obra.

Siguió follándome en una posición que me permitía abrazarlo y recibir sus ardientes besos.

Luego me colocó «en cuatro», sobre las rodillas. Él, de pie, se preparó para montarme como a una yegua.

Se aplicó más lubricante en la durísima verga y colocó el glande en mi culito que desesperaba por ser penetrado.

-Ábrete bien y prepárate para gozar como nunca. Tengo la verga bien parada y ya quiero llenarte de leche el hoyito.

-¡Cójeme, cójeme, papito! ¡Soy tu esclava! ¡Enséñale a tu putita, a tu perra, quién es su amo, el macho que la domina con su hermosa verga!

Apoyándose en mis caderas me la metió hasta el fondo sin compasión. El efecto del lubricante con anestesia evitó cualquier dolor pero no deleitarme al sentirla rozar mi ano.

Para disfrutar más la cogida yo contraía y dilataba el esfinter; así excitaba la lascivia de mi jinete, que tras unos minutos descargó chorros de esperma.

-Ahhhhgggg! ¡Ahhhhgggg! ¡Me corro, me corro, cariño! Recibe mi leche! ¡Ahhhhgggg! ¡Ahhhhggg! ¡Qué rico me aprietas la verga! ¡Me vengo! ¡Me vengo! ¡Te amo! ¡Te amo! ¡Ahhhhgggg! ¡Ahhhhgggg!

-¡Vente, papito! ¡Vente! Lléname al culo de leche! ¡Dámela toda! ¡Soy tuya, tuya, mi amor! ¡Eres mi macho! ¡Soy tuya!

Chorros de semen ardiente inundaron mi agujero. Era delicioso sentir en mi ano la abundante descarga, los chorros que me transportaban a un mundo desconocido.

Rendida de gozo tras la fenomenal cogida me dejé caer en la cama con tío Carlos sobre mi espalda.

Me abrazó con todas sus fuerzas y yo giré el torso para besarnos con ardor mientras su pene me obsequiaba el resto de néctar.

Entre caricias, besos y palabras de amor permanecimos unidos, apartados del mundo, entregados uno al otro, extasiados de dicha y de placer.

Luego tomé su pene y amorosamente lo limpié con la legua, saboreando los residuos del esperma de mi amado, del hombre que descubrió la mujer que hay en mí.

Era divino mirarlo exhausto recibir las caricias de su hembra, a la que cumplió con creces llenándole el culo de leche.

¡Guau! ¡Qué hermoso es tío Carlos! ¡Adoro su verga tan poderosa! ¡Quiero tenerla siempre adentro! ¡Qué lindo siento al ser su mujer!

Amiguis, así terminó esa tarde de locura. Deseo que les haya gustado mi relato. Pronto les compartiré otra aventura con tío Carlos. Espero sus amables comentarios por este medio o por e-mail. Les quiero. ¡Chao!