Tío Carlos me cogió y me hizo sentirme una perra

Nada excita tanto la vanidad masculina como tener a la persona que ama rendida ante el poder de su verga

Amiguis, estoy muy agradecida por sus lindos comentarios a los relatos de mis aventuras sexuales con tío Carlos. Espero que el que les compartiré en esta ocasión les guste tanto o más que los anteriores.

Nuestra luna de miel en la Ciudad de México transcurrió divinamente. Fueron tres días de sexo sin límite; follamos a mañana, tarde y noche, en infinidad de posiciones y en todos los sitios imaginables.

Al finalizar nuestro viaje de bodas mi marido se veía orgulloso por haber complacido plenamente a su mujercita. Creo que nada excita tanto la vanidad masculina como tener a la persona que ama rendida ante el poder de su verga.

En mi historia anterior les adelanté que una noche fuimos a un cabaret muy de moda. Me puse un elegante vestido negro con generoso escote en la espalda. El frente era recto, para disimular mis tetitas de niña.

Mientras bailábamos noté que varios hombres me miraban con insistencia pero disimuladamente, para evitar disgustos con sus compañeras.

Los tragos y la música suave, romántica, me pusieron muy cachonda. Me acurrucaba en el pecho de tío Carlos y él, cariñoso, me aprisionaba con sus fuertes brazos.

Nuestros cuerpos estaban tan íntimamente unidos que sentía yo su durísimo pene rosando mi vientre.

Con la semiobscuridad como cómplice, por momentos estrujaba el enorme paquete y susurraba al oído de mi amado:

-¡Nunca olvidaré estos días de dicha y felicidad! ¡Gozo al saber que esta verga es sólo mía! ¡Es muy potente y siempre está llena de leche para tu mujercita! ¡Me gustaría que me cogieras aquí, ahora, delante de todos, para que vean que mi macho es el más cabrón, el más garañón, el mejor amante del mundo!

Alrededor de las dos de la madrugada salimos del centro nocturno y tomamos un taxi para irnos al hotel, que estaba un poco retirado.

Subimos en el asiento trasero. Estábamos muy cachondos y comenzámos a besarnos apasionadamente. De haber sido el carro de tío Carlos seguro le hubiera pedido que cogiéramos ahí mismo.

El experimentado chofer adivinó nuestras intenciones y quiso saber si aún queríamos que nos llevara al hotel, por la lejanía.

Mi hombre dudó un poco y le preguntó si podía recomendarnos un lugar más cercano.

-Conozco un motel muy confiable. Estoy seguro que les gustará -respondió el taxista.

Minutos después entramos en el hospedaje. La habitación que nos asignaron tenía empotrada en la pared unas tablas de madera acolchadas en forma de X, con pulseras en las puntas para asegurar las muñecas y los tobillos.

Dominados por el deseo de poseernos lo desnudé y él hizo lo mismo conmigo.

Esta vez me quité también los zapatos, pues sentí que así me entregaría íntegramente a mi macho, que nada se interpondría entre él y yo, la esclava sumisa que ansiaba ser dominada, sometida a la voluntad y el deseo de su amo.

Sólo me dejé el «plug» con colita de conejo que llevaba introducido en el ano.

Mientras Tío Carlos me colocaba las amarras primero en las muñecas y luego en los tobillos. Yo movía las nalgas con lujuria para provocarlo aún más.

Su poderosa verga estaba en el punto máximo de erección. Se agitaba hacia arriba y hacia abajo, hermosa, palpitante, lista para penetrar en mi agujerito ansioso por alojarlo en toda su grandeza.

Luego empezó a acariciar todo mi cuerpo, sus amorosas manos cálidas y suaves me recorrían espalda, pechos, piernas y vientre.

Qué rico era sentir ese tocamiento erótico. Me producía un cosquilleo imposible de describir pero que me hacía alcanzar el cielo.

Más aún cuando introdujo su durísimo pene entre mis piernas abiertas al máximo, me aprisionó con sus brazos e inició un movimiento de mete y saca, rosando mis testículos y mi pequeño pipí igualmente erecto.

Siempre he tenido plena seguridad de que tío Carlos es un maestro en las artes amatorias. Esa noche pude comprobarlo un vez más... ¡Y en qué forma!

Sentí su aliento fogoso primero en la nuca y las orejas; luego continuó con las mejillas.

La dicha de saberme amada por aquel hermoso macho dominante me inspiró para entregarme sin reservas. Volví mi rostro hacia él y nuestras bocas se unieron en un beso pleno de amor, ternura, pasión y deseo.

Sin dejar de acariciarme, tío Carlos fue bajando por mi espalda, lamiéndola con su húmeda lengua.

Se detuvo en mi culito y con los dientes empezó a sacarme el «plug» lentamente. Yo colaboré abriendo las nalgas y moviéndolas con cadencia, al ritmo de una imaginaria danza erótica.

Me producía un goce delicioso el roce del dildo en el ano, donde lo tuve alojado durante varias horas, y me entusiasmaba pensar que muy pronto el espacio sería ocupado por un bello consolador natural.

Mi marido también estaba excitado a tope. Me masajeaba delicadamente de la cintura para abajo, mordisqueaba y chupeteaba mis nalgas... Luego las abrió con ambas manos y comenzó a besar mi agujerito, tan caliente que semejaba un volcán a punto de hacer erupción.

Mientras su lengua libidinosa horadaba mi culito, que yo alzaba para que llegara más profundo, tío Carlos tomó mi pene y empezó a masturbarme. La doble acción me produjo un placer que nunca antes había experimentado, me propuse saborearlo el mayor tiempo posible, y aunque estuve a punto de eyacular logré contenerme.

Con seguridad puedo afirmar que no existe mayor delicia que la de ser consentida por tu amante con el beso negro y la estimulación de tus genitales al mismo tiempo.

Por mi reacción tío Carlos dedujo que me tenía en el punto exacto para ser penetrada. Se agarró la verga con la mano izquierda y pasó varias veces la cabeza por las orillas de mi culito; igual me azotó las nalgas con su potente mástil, hasta hacerlas enrojecer.

Su brazo derecho se deslizó bajo mi axila y suavemente me tomó por la mejilla, me hizo voltear y volvió a besarme con delirio.

-¡Ya, papacito, ya! -exclamé llena de pasión-. ¡Por favor, ya no me hagas sufrir! ¡Ya no aguanto más! ¡Por favor, cógeme! ¡Te lo ruego! ¡Te lo suplico, papito! ¡Quiero sentir tu verga adentro! ¡Méteme tu verga preciosa, cariño!

-¡Estás ya lista para tu maridito, putita? -me preguntó con voz plena de lujuria-. ¡Repíteme que eres solamente mía, que soy el dueño de este lindo culo!

-¡Sí, mi rey, estoy lista para que me cojas y me hagas lo que quieras! ¡Soy toda tuya! ¡Eres el único dueño de mi culo y de todo mi cuerpo.

-¡Dime que eres una puta, una perra, y ruégame, suplícame que te meta la verga!

-¡Bien sabes que soy tu puta, tu perra, tu zorra, tu esclava! ¡Te ruego, mi amor, te suplico que me hagas tuya, pero por caridad compadécete de mí, ya no me hagas sufrir! ¡Me tienes muy caliente! ¡Por favor, papi, cógeme ya!

Al fin Tío Carlos se apliadó de mí. Se aplicó un poco de saliva en el pene y empezó a penetrarme.

Como sólo él sabe hacerlo, introdujo en mi ano el dilatado glande y permaneció casi inmóvil durante unos segundos. Bufaba como toro en brama y su aliento me quemaba la nuca.

El muy bribón sabía que me tenía a su merced. Con manos y pies atados, estaba totalmente a su disposición.

De repente se apartó para besarme de nuevo el ano, pero su furor se había incrementado a la décima potencia. Con la mano izquierda abrió mis nalgas e insertó la lengua tratando de llegar más adentro. y con la derecha empezó a masturbarme .

¡Era lo único que me faltaba! Mi excitación desbordó cualquier límite. Estaba yo tan emocionada, que en breves segundos empecé a eyacular.

Tío Carlos recogió la leche en una mano, se la untó en la verga y enseguida me introdujo casi la mitad.

-¡Gracias, papito! -expresé, en un gritito de placer mezclado con un leve dolor-. ¡Hiciste que me viniera muy rico! ¡Qué dichosa me siento! ¡Ahora, papi, cójeme como tú sabes! ¡Quiero sentir tu vergota bien adentro, hasta que me salga por la boca!

Mis ruegos lo animaron aún más. Hizo sus nalgas un poco hacia atrás para tomar impulso y reanudó la penetración.

Sentía cómo el enorme pene me invadía lento pero sin pausa. Cuando estuvo completamente adentro, tío Carlos quedó un momento quieto, para que mi ano se acostumbrara a su gran tamaño y eliminar cualquier posible molestia.

Me consideraba muy afortunada al sentir cómo palpitaba llenando mi intestino, y lo agradecía contrayendo y dilatando el esfínter.

Estaba más caliente porque tío Carlos reforzaba sus caricias. Me tenía apresada mientras besaba mi nuca, deslizaba sus manos por mis zonas más erógenas, sobre todo en mis tetitas, y me susurraba:

-¡Qué estrecho está tu culito, mi reina! ¡Me aprietas como una perra! ¡Me gusta tenerte así, ensartada con toda mi verga adentro!

Mi única ilusión era disfrutar la cogida a plenitud y mi marido sabía cómo complacerme.

Empezó a bombear lentamente. Yo levanté un poco más las nalgas, aunque de por sí tengo un trasero respingón.

Me asió por las caderas mientras gozaba viendo cómo su largo y grueso pene entraba y salía de mi agujero.

El panorama aumentó su cachondez y avivó el movimiento de mete y saca.

Por momentos hacía una nueva pausa, impulsaba su pelvis y volvía a ensartarme a fondo.

Yo movía la cintura cadenciosamente, como el péndulo de un reloj, y logré que avivara el ritmo.

Era tan exquisito el embate que estaba recibiendo, que me provocó otra corrida.

-¡Me corro, papito, me corro! ¡Cógeme más duro! ¡Qué linda verga tienes y qué feliz me hace! ¡No pares! ¡Cógeme y córrete conmigo papi!

Fue ese mi primer orgasmo anal y sólo puedo describirlo con una palabra: ¡DE-LI-CIO-SO! Ningún otro placer puede compararse con vaciar toda tu leche mientras tienes clavada en el culo una enorme verga.

Al sentir cómo me estremecía, mi maridito me animó a gozar ese perverso placer, único en la vida.

Durante unos instantes su pene henchido al máximo funcionó como pistón de locomotora.

La calentura hizo que mi esfínter se contrajera aún más, al grado que él batallaba para continuar sus movimientos. Me sentí como una perra abotonada por su macho, y en segundos la verga de tío Carlos comenzó a lanzar chorros de leche caliente.

-¡Ahhhhgggg! ¡Ahhhhggg! ¡Cómo aprietas, putita! ¡Te voy a inundar de leche ese culito tragón que tienes! ¡Ahhhhgggg! ¡Ahhhhggg! ¡Me vengo! ¡Me vengo! ¡Sí! ¡Sí! ¡Sííííííí!

Tras un breve descanso mi amo me liberó de las esposas y entonces pude agradecerle la tremenda follada. Tomé entre mis manos su pene aún empalmado, para besarlo y chupar las últimas gotas de néctar hasta dejarlo completamente seco.

Después nos fuimos a la cama. Mi héroe estaba fatigado. Con caricias y besos le agradecí la soberbia cogida hasta que se durmió. «Merece un buen descanso», pensé mientras jugueteaba con el abundante esperma que comenzaba a salirme del ano.

Amiguis, espero que les haya gustado este relato, y mucho agradeceré sus comentarios al e-mail

powellcolin66@gmail.com