Tío alberto (1)

Juventud y madurez

Esta historia la he titulado como el tema musical de Serrat porque presenta muchas similitudes, aunque no es un espejo total;

“Qué suerte tienes cochino,

en el final del camino

te esperó la sombra fresca

de una piel suave de veinte años

donde olvidar los desengaños

de diez lustros de amor

tío Alberto”. (N. del A.)

Había quedado es tarde con una amiga, más o menos de mi edad, a la que intentaba desde hace días “llevarme al huerto”. Se resistía, pero no con mucho entusiasmo, por lo que sabía que era cuestión de tiempo e insistencia, y a mí paciencia me sobra y sé que cuanto más trabajado, más placentero es el triunfo.

Mientras charlaba con ella, diciéndole que nuestro próximo encuentro tenía que ser en mi casa, con más intimidad pero sin ningún compromiso, me fijé en las dos chicas que había en la mesa de al lado. Tendrían entre 23 y 25 años. Me fijé en ellas por sus esculturales cuerpos, como admirador de la belleza que soy, pero sin ninguna otra connotación de deseo. No me gustan las jovencitas para el sexo.

Sin embargo me di cuenta de que una de ellas me dirigía miradas insistentes en principio, luego incluso me llegó a insinuar un beso y un guiño. Lo consideré como una niña que se sabe guapa y queriendo jugar.

Seguí tratando de camelar a mi amiga sin darle mayor importancia al asunto hasta que vi que las dos chicas se levantaban para irse. La que me había mirado todavía me puso morritos al pasar frente a nosotros. La verdad es que estaba como un tren, con una minifalda de vuelo que al moverse permitía ver parte de sus nalgas. Estarían ya a unos 50 metros cuando vi que se volvió, al parecer a coger una bolsa que se había dejado en la silla, pero al regresar con su amiga dejó disimuladamente un papel en mi mesa. Mi amiga no se dio cuenta, por suerte, de forma que me guardé el papel en el bolsillo.

Cuando nos despedimos estaba seguro que la próxima vez follaría con ella, se fue muy predispuesta. En cuanto la perdí de vista saqué el papel, que no se me había olvidado, para ver qué ponía. Era escueto: Isabel 617468328. Segura de su atractivo, no dudaba ni por un momento de que la iba a llamar.

Pero pasó un tiempo, porque yo andaba más pendiente de llevar a Nayara a mi cama que de saber a qué jugaba la jovencita. De forma que cuando me mandó un mensaje por MSN para quedar, la llamé por teléfono y le dije:

-De acuerdo, pero ya te dije que tiene que ser en mi casa.

-Es que verás, no sé, aquí en el pueblo se sabe todo y…

-Ya, no estás preparada.

-Bueno, preparada… La verdad es que no.

-No te preocupes, cuando lo estés nos vemos.

-Sí, pero si tú estás con un recalentón…

-Lo estoy, pero tengo forma de solucionarlo. Tú tranquila.

-¿Seguro? Porque una paja no es lo mismo.

-Mira, no me calientes más si no vas a venir, ya me busco yo mis apaños.

-Bueno, lo siento, ya nos hablamos.

Me jodió más el haberme equivocado en mis predicciones que el propio hecho de que no viniese. De forma que no sé si fue por puro “rebote” que marqué el número del papelito de la niña.

-¿Sí?

-Isabel, soy José Luis, aunque supongo que no tienes ni idea de quién es Jose Luis…

-Claro que sé quien eres, te dejé mi número en un papel y he estado muchos días deseando que me llamaras.

-¿Y qué es lo que quieres de mí?

-No me gusta tratar ciertos asuntos por teléfono. ¿Me invitas esta noche a una copa?

-Bueno. ¿Dónde?

-¿Conoces el pub Big Ben?

-Claro.

-Pues quedamos allí a las nueve. ¿Te parece?

-De acuerdo. Hasta luego entonces.

El pub en cuestión era un local típico de noche, con poca luz, asientos cómodos , y sobre todo una patio exterior donde poder salir a fumar los que tenemos ese vicio tras la draconiana ley antitabaco. Cuando llegué ella no estaba, pero no me atreví a salir al “fumadero” por si no se le ocurría mirar allí cuando llegase.

Si cuando la vi la otra vez estaba provocativa, cuando llegó al pub explotaba: Minifalda ajustada un milímetro justo por debajo de las nalgas, un top no mayor que un pañuelo que dejaba al descubierto su ombligo y una generosa parte de sus senos, tacones altos… En fin “disfrazada de puta”, per estéticamente perfecta.

Su saludo fue rozarme los labios con los suyos.

-Hola guapo.

-Hola Isabel.

-Oye, antes que nada, ¿tú fumas?

-Como un carretero.

-Pues nos sentamos fuera que se puede fumar; yo también fumo, aunque no tabaco; lleva tu copa y yo pido allí.

Los asientos del exterior eran de mimbre, pero con buenos cojines, y estaba, si cabe, menos iluminado que el exterior, de forma que apenas si podías distinguir a quienes tenías a más de dos metros.

Nos sentamos. La camarera; casi tan desnuda como Isabel; apareció al momento para ver qué tomaba ella. La parafernalia de liarse un porro y demás dio tiempo a que le sirvieran el pipermín con hielo que había pedido- O sea que en casi diez minutos no empezamos a hablar.

-Bueno, pues tú me dirás qué quieres de mí –Pregunté.

-Follarte, Está claro, ¿no?

-Claro no, pero lo intuía. ¿Has considerado que tengo más de 50 años y tú…?

-29, pero me humedecen el coño los hombres mayores con pinta de intelectuales.

-¿Lo de pinta de intelectual lo dices por las gafas?

-¡Anda ya! Se nota a la legua que eres un tío con cultura y con vivencias. Me podrías enseñar muchas cosas. Ni que decir tiene que compromiso ninguno.

-¿Y todo eso en qué lo notas?

-En muchas cosas que los chicos de mi edad no harían nunca: Ni has intentado tocarme, ni te has quedado bizco mirándome las tetas; y eso que las enseño; y en que siento que el que dominas aquí eres tú.

-Pero verás, tenemos un problema: No me gustan las jovencitas.

-Pues el otro día bien mirabas mis muslos.

-No me he expresado bien. Me gusta la belleza estéticamente, pero las jovencitas para follar no me dicen nada.

-¡Coño! ¿No me digas que me he ido a encontrar con el único “viejo no verde” del mundo?

-Viejo lo soy, comparado contigo. Y verde también: me encanta follar; pero con mujeres de mi edad, más o menos.

-¡No me jodas que te voy a “desvirgar” con una jovencita! Porque que me vas a follar tenlo claro, no te escapas ni con alas.

-¿Y cómo estás tan segura?

-Pues porque intuyo que eres generoso, y aunque sólo sea por hacerme un favor.

-¡Ya! Y porque sabes que estás como un tren.

-También. Pero hazlo a tu estilo. Defiéndete, di que no…

-¡Venga niña! ¡Que un cuerpo como el tuyo desarma a cualquiera! No me voy a resistir. Te voy a follar hasta que revientes, pero… ¿Cuál es tu situación familiar? ¿Dónde lo hacemos?

-Yo vivo con mis padres. Había pensado en tu casa, pero si hay que ir a un hotel yo corro con la mitad de los gastos.

-Tranquila, podemos ir a mi casa, pero, naturalmente, las normas las pongo yo.

-Eso en tu casa o donde sea. Yo estoy para aprender y disfrutar.

-¿A qué hora tienes que estar en tu casa?

-No tengo hora, como si no voy en un par de días, con llamar solucionado.

-Entonces nos podemos tomar la copa tranquilos.

-Sí. ¿Llamo y digo que no voy esta noche?

-De acuerdo.

Hizo la llamada y me sonrió, pero a lo que menos se dedicó fue a su copa. Como primera medida me dio un beso en la boca, eternos, que me hizo pensar que no sabía cómo sería en la cama, pero besaba de maravilla, su lengua y sus dientes trabajaban a tope con la mía. Su mano tampoco se quedó inactiva, pues me masajeaba el pene que, contra lo que pudiese parecer, estaba ya bastante duro.

-¿Puedo sacártela? –Preguntó.

-Niña, que en un rato vamos a estar en la cama.

-Sí, pero en público me da más morbo. Además no nos verá nadie, cada uno está a lo suyo.

No me dio tiempo a decir sí o no, ya me había bajado la bragueta y me había sacado la polla, la acariciaba mientras la embadurnaba con su saliva.

-¡Estupenda polla! ¿Tú no me tocas nada? Mira como tengo el chocho de chorreando.

Cuando puse mi mano entre sus muslos me di cuenta de que no llevaba bragas, y efectivamente, su coño parecía una charca. Me humedecí bien los dedos en sus propios jugos y empecé a “tratarle” adecuadamente el clítoris. Al momento se agitaba presa de convulsiones.

-¡Ay por Dios qué bien lo haces! ¿Ves? Los chavales de mi edad creen que todo consiste en meterte los dedos. ¡Oh! ¡Me voy a correr como una cerda! ¡Me bien! ¡Me vieneeee!

Efectivamente, se corrió agarrándose a mi cuello para no saltar sobre la mesa.

-Anda, vamos a casa, allí seguiremos.

-¡No! Tomemos otra copa. Quiero que te corras aquí tú también, me pongo supercachonda sólo de pensarlo.

  • Es que yo…

-¡Sí! Y te vas a correr en mi boca. Pero antes pide otras copas.

Hasta entonces no me había dado cuenta de que pegado debajo de la mesa había un timbre para avisar a la camarera, que de “motu propio” jamás aparecía por allí. Ella lo apretó, pero no me dejó que me guardase el pene.

La empleada apareció enseguida y tomó la comanda. Cuando volvió con las bebidas preguntó cortésmente:

-¿Todo bien?

Entonces Isabel hizo algo que me dejó de piedra: Le enseño a la otra mi polla en su mano y dijo:

-¿Tú qué crees?

-¡Ummm! Ya veo que estupendamente. ¡Pena de estar trabajando!

-Si quieres –Dijo Isabel cuando se hubo ido-, la llamo dentro de un rato y te hace una mamada.

Ni lo dudé, pero dije:

-Déjalo, creo que tengo bastante contigo.

Y no bastante, sino hasta de sobra. Ya sin ninguna inhibición, se puso a horcajadas sobre mí y se metió la polla en el coño con total maestría. Empezó a follarme con sus brazos en mis hombros y un simple movimiento de atrás adelante que lograba que entrase y saliese adecuadamente.

-¿Has hecho esto muchas veces, verdad putita?

-Algunas, pero nunca con una polla como esta. ¡Joder como te siento! ¡Folla! ¡Fóllame!

-Sí. ¡Toma polla golfa!

-¡Ay que me corro! ¡Ay que me corro! –Creo que ya ni moderaba su tono.

-¡Creo que yo también!

-¡No! ¡No! ¡Tú en mi boca, quiero beber tu leche!

Traté de contenerme. Ella se corrió con un grito:

-¡Joder qué gusto! ¡Chicas, qué gusto!

Me descabalgó y se puso de rodillas ante mí, se metió la polla en la boca diciendo antes:

-¡Ahora! ¡Córrete ahora aquí cabrón!

Lo hice. Todo mi semen inundó su boca y lo que se derramaba por la comisura de sus labios lo recogía con sus dedos para metérselo en la boca de nuevo, pero no se lo tragó, hizo algo que me asombró más todavía: Cogió su copa y lo escupió todo en ella, dándole al pipermín un tono verde lechoso.

-Ahora nos terminamos las copas tranquilamente -Dijo sentándose-, y luego seguimos en tu casa.

-¿Te vas a beber eso? –Señalé su copa.

-Claro, así a cada sorbo iré bebiendo algo de ti.

Pensé que al final iba a terminar enseñándome ella algo a mí. Nos terminamos relajadamente las bebidas. En efecto, ella ronroneaba con fruición cada vez que daba un sorbo a la suya. Al terminar, y pararnos en la barra a pagar, la camarera preguntó:

-¿Ha estado rico el polvo?

-Maravilloso –Contestó Isabel.

-Pues a ver si un día me invitáis a una copa con polvo incluido.

-No lo dudes. Ahora nos vamos a su casa a seguir follando toda la noche.

-¡Joder qué suerte tienen algunas!

Definitivamente, la juventud me desbordaba en todos los sentidos.

continuará...