Tinto caliente
Amor y muerte.
Tinto caliente
La última vez que nos dedicamos algún tiempo para charlar ocurrió a fines de noviembre del año pasado, algo así como 130 días atrás. Salías con el pelo suelto y mojado de un hotel lujoso y al reconocerme me invitaste un café. Te dije mejor un tinto. Y entonces fuimos al parque oscuro con dos botellas de Malbec.
De uno u otro modo, diferentes razones personales dieron por resultado que nuestros diálogos de noches navegadas en tinto, poesía y filosofía rupestre, las cuales a mi juicio fueron muy llanos, honestos y generalmente triviales, se interrumpieran un tanto bruscamente.
Estábamos en la primera botella cuando sonó tu celular. Y disculpándote te marchaste, negando dulcemente a que te acompañase con un vago "nos vemos. Llamame".
En muchas oportunidades deseé proponerte algo más que encontrarnos para hablar. Mi idea era, algo así como prolongar el encanto que me producía compartir la ternura de tu palabra inteligente, el rubor de tus mejillas, la certeza de mi sangre alborotada al rozar tu pollera corta, límite de mi deseo. Pero alguna forma de timidez o temor retuvieron mis labios, mis brazos.
Por ello vale esta posibilidad de escribirte. Debo reiterarte, quiero que sepas, como te lo dije aquella ocasión bajo unos árboles y sobre unas hormigas inquietas, que mi escasa humanidad estuvo para lo que consideres apropiado.
Los motivos que albergaba para sentirme a gusto con vos fueron más bien modestos. Me gustaba tu etéreo modo de ser. O sea, me atraían desde tus palabras y silencios a tu pelo, voz, piel y sonrisas. Desde tus labios a los dedos de tus pies.
Creo que esto, que en principio se trataron de sentimientos muy sanos y vitales, fueron expresados aquella noche de las hormigas de un modo muy directo. "Quiero acostarme con vos, pero no sólo para cogerte", dije. Se que fui torpe. Palabras de un hombre casado hacia una preciosa mujer que se moría, enferma de sida.
Me sentí mal luego de aquella noche.
Sólo pensaba en hacer el amor con vos. Y vos me decías que luego del vino, de hablar conmigo, del hombre que te había tratado tan bien pese a ser una puta que cobraba una fortuna por dar placer sin ninguna protección, te ibas a matar. Que ya habías empezado. Mis sinuosas palabras, emborrachadas, iban a la hembra preciosa que se desnudaba, por primera vez, delante de mío.
Tus senos redondos me miraron. Tu cintura me conmovió segundos antes que tu sexo blanco. Y me dijiste que todo tenías sucio. Que me querías. Y que ya era tarde. Y que nunca te había dicho lo que esperabas que te diga. Y que gracias por el vino tinto, pues el cianuro no se había notado.
Dejaste de respirar delante mio. Duro.
Te escribo, mientras te veo desnuda y fría. Debo acabar de algún modo.