Tina y Rick: la friendzone y el paño de lágrimas

A Tina le acaba de dejar su ex, y Rick, siempre al acecho, busca su oportunidad como amigo fiel, siempre al acecho... digo, dispuesto a todo.

La historia que voy a contarte es muy especial: puedes pensar que sucedió de verdad, o que va a suceder. Ahora mismo puede estar sucediendo en otro lugar, o muy, muy cerca de ti… justo ahora.

Empezaré por el principio: Tina. Ella es cariñosa y buena, divertida y sociable. Sólo por eso ya estaría rodeada de personas, pero ella también es muy atractiva y viste muy “sexy”. Así que le cuesta quitarse de encima a pretendientes, por decirlo suavemente.

Quizá por eso acabó teniendo mal carácter. Quiero decir, normalmente es así, encantadora; pero si no está en su ambiente, se pone en guardia y se vuelve desagradable. Supongo que es lo normal con las chicas guapas, y de ahí la mala fama de las “divas”. Y menuda diva: tenía detrás a todo el instituto cuando íbamos al mismo colegio, y ahora que estudia bellas artes en vez de algo con salidas laborales, está rodeada de “posers” dándose aires de intelectuales, poetas y filósofos. Dice que al menos estos sí tienen algo de conversación. Se refiere, cómo no, a que no hablan de gimnasio y dieta, ni de fútbol y coches, ni de música y Nexfilm.

—Pero yo sí tengo conversación, Tina… —me quejé. Nos encontrábamos en el escaparate de una tienda de teléfonos, dando un paseo. Es decir, cargando con sus bolsas de la compra porque a lo mejor mojo… digo, porque soy un caballero.

—Ay, cariño, tú siempre eres un encanto… —me dijo sujetándome la mano libre con dulzura—. Eres muy simpático y me gusta estar contigo. ¿Has visto lo de la cumbre del G8?

Y así, sin más, me abofeteó cambió de tema en toda la cara. Por supuesto, su “eres muy simpático” es exactamente igual que cuando nosotros decimos lo de “la amiga simpática” a la única fea rodeada de bellezas. Ya me había rechazado en varias ocasiones. Y en esos casos tienes dos opciones: sentirte humillado o echarle huevos. Y yo opto por lo segundo, así que de vez en cuando vuelvo a meterle ficha.

Y así estaba yo aquel día, a ver si me tocaba el premio gordo en la tragaperras de fichas del casino, con la máquina caliente por el anterior: no me separaba de ella porque la había dejado el último macarra gilipollas con el que se había liado. Era la típica historia: malote que pasa de ellas y las vuelve locas; las que consiguen liarse con el gilipollas salen escaldadas; ninguna escarmienta y se buscarán otro igual o peor. Y al final dirán que todos los hombres son así. Lo normal, vaya. Y así acabamos pagando todos los hombres los platos rotos de 4 hijos de puta, con leyes de mierda.

—Rick, tengo algo que decirte —dijo interrumpiendo mi discurso (respecto a la hipocresía de los políticos que quieren que comamos insectos)—. Creo que Gustave puede haberme dejado embarazada…

—No me jodas, Tina —efectivamente, encima se hacía llamar Gustave en vez de Gustavo, con acento francés, para dárselas de interesante en Estados Unidos, donde tenemos muchos hispanoamericanos. Pero eso no es lo importante ahora—. ¿Estás segura?

—No. Me falta hacerme la prueba, pero llevo varios días de retraso.

—¿Y cómo consiguió convencerte de hacerlo sin condón? —sabía que era una pregunta retórica…

—No me lo pidió, fue decisión mía.

—Ya. Pensaste que le gustarías más… y lo querías tener contento.

—¡Pero luego me dejó! ¡Le estaba contando lo de mis padres, que están a punto del divorcio y…!

—Ya, ya, lo sé; me lo has contado, Tina.

—Lo siento… sí, deben ser 8 veces ya —fingió una risa—. Lo siento.

Yo sabía que le ponía la cabeza como un bombo con sus preocupaciones, así que él se hartó. No le culpo, también tuve que cortar por lo mismo una vez. Rebecca, se llamaba. Una morena de cabello rizado que bailaba la comba con la diagonal de la “escala sexy-loca”.

La escuché un rato más quejándose de su ex, ya que era inevitable, y llegamos a su casa; le ayudé a guardar la ropa en el armario, y me concentré en no pensar en follármela. Más que nada porque tenerla a mi alcance sólo hacía que me frustrara y me desanimara.

—Oye Rick, ¿quieres follar?

Escupí el vaso de agua en toda su cara.

—Lo siento —me disculpé pasándole un clínex del bolsillo.

—Es culpa mía. Quería decir que si quieres que salgamos de fiesta esta noche. ¡Es viernes! Si los dos ligamos los dos nos despejamos. Sé que a ti te cuesta un poco más que a mí —“menudo eufemismo”, pensé—, pero te ayudaré. Nos hace falta a los dos.

—¿A los dos? ¿Cómo ha saltado tu cabeza de temas de moda a temas sexuales, Tina?

—Tío, es que llevas empalmado media hora —se rio—. Tengo ojos, no es que te mire el paquete —se apresuró a decir.

Recapitulemos la historia hasta ahora: chico deja a chica. Chica llora en su paño de lágrimas y perrito faldero. Chica hace creer a su esclavo que tiene una oportunidad. Chica se ríe del chico.

—Me estoy mosqueando, Tina.

—Tendrás más éxito si vienes conmigo. Cuando los hombres vais solos de fiesta, nos ponemos en guardia; ya lo sabes, lo hemos hablado. Pero conmigo… en fin, ya sabes que hago amigos fácilmente.

—En realidad, Tina, si voy contigo estaré rodeado de hombres que intentarán quitarme de en medio. Y al mangonearme ellos, las demás mujeres me verán como la peor opción.

Me cogió de la mano.

—Si no te separas de mí, ellos tendrán que ganarse tu aprobación —dijo mirándome a los ojos—. Además, confío en ti, Rick. Me advertiste sobre Gustave. La próxima vez te haré caso.

—No era tan difícil acertar: te gustaba exactamente por ser un hijo de puta. La próxima vez búscate uno que te guste un poco menos. Con suerte estará bajo la diagonal sexy-hijoputa.

—¿Alguien como tú? —sonrió a un palmo de mi cara. Todavía no me había soltado la mano.

—No me tomes el pelo.

—Perdón, perdón —abrió una bolsa de Tortitos y se sentó poniendo los pies cruzados sobre la mesita de centro—. Alexys, pon Nexfilm.

Tina comía todo tipo de porquerías porque no engordaba. Es decir, mantenía sus tetas siempre hinchadas, pero la grasa sobrante se iba por el inodoro. Apenas hacía deporte, así que sus amigas eran muy fans de ella. Especialmente a sus espaldas.

—¿A dónde quieres que vayamos exactamente?

—No sé, elige tú. Siempre hacemos lo que yo diga. ¡Deberías echarle un poco más de morro a la vida!

—¿Ah, sí? Pues vamos a un club de striptease.

—No tiene gracia. Además, a mí no me dejarían entrar.

—¿Estás segura de eso? ¿Y las lesbianas? Sería discriminación por razón de género…

La conversación degeneró tanto que mi erección resucitó y se volvió casi dolorosa. En todo momento pendía sobre mí cual espada de Damocles la esperanza, dispuesta a atravesarme sin piedad. “Búscate a otra”, me repetía mentalmente. “Una a la que le gustes de verdad”.

—Tío, en serio, ¿no puedes relajarte un poco?

—¿Qué pasa? ¿Te parece mal que ganara Elsa en “La isla de las guarras”? Sé que era muy guarra, pero…

—Estoy hablando de otra cosa… —dijo mirando a otro lado.

—Ah… —avergonzado, me tapé la entrepierna con las manos. Y luego con un cojín. Estábamos en un chaiselonge, así que el sofá nos hacía estar medio girados. Los dos mirábamos principalmente a la tele, y yo me había acostumbrado a que ella casi siempre ignorara mis erecciones, así que no les daba importancia. Y claro está, cuando uno está cachondo, se imagina que las mujeres se excitan al tener una polla dura a su alcance, justo delante… y fantasea con que al final acabará follando… ¿no se debe a eso el enviar fotos de sus rabos cuando los hombres están cachondos? Se creen que…

—¿Quieres follar? —me interrumpió los pensamientos.

—Ya te he dicho que esta noche la que va a follar eres tú; eres una mujer y eres atractiva, así que tienes dos razones por las que vas a follar. Yo soy un hombre, así que tengo una por la que no, a menos que una mujer quiera conmigo y me lo deje claro.

Ella suspiró.

—¿Qué?

Se metió las manos por el hueco de la camisa, por la espalda, y se desabrochó y se sacó el sujetador; todo sin quitarse la camiseta. Lo puso a su lado como si nada, en el sofá. Seguimos viendo la tele.

¿Chica se ríe de chico otra vez?

Entonces vi a través de la fina tela sus pezones duros marcados. Abrí mucho los ojos, parpadeé y tragué saliva.

—Tina…

—¿Sí? —contestó sin mirarme. Parecía un poco enfadada.

—¿Me estás diciendo lo que yo creo?

—Nunca hagas que las mujeres se sientan unas guarras. Consejo para la vida. Eso no se pregunta, Rick.

No me moví ni hablé. Eso hizo que moviera ficha ella, otra vez: volvió a mirarme y me habló, muy seria:

—¿Quieres follar o no?

Me quedé paralizado dos segundos.

Luego salté y me quité la camiseta a la vez que gritaba “¡Sí!”.

—Quieto, fiera. Las cosas a su debido momento. Ayúdame a limpiar la merienda, me lavo las manos de Dortitos y luego vamos al cuarto.

No me parecía el plan más erótico del mundo, pero hice lo que me dijo.

Así que cuando llegamos al dormitorio, ella se sentó y se quedó expectante; yo seguía sin camiseta.

—Bueno, ¿qué? ¿Te la vas a sacar, o tengo que hacerlo yo?

No podía creerme lo que estaba pasando, pero pasó: me saqué mi orgullosa estaca de acero calibrada para empalarla, y ella me la sujetó con la mano. ¡Su mano! La agarró con fuerza, y Tina la sintió palpitar. Tragué saliva de nuevo.

—¿Quieres que te la chupe?

Jadeé asombrado y asentí con la cabeza. Ella relajó su semblante y una tímida sonrisa asomó a su rostro. Mi polla, impaciente, se sacudió furiosa. Se acercó a mi rabo, sentí el aliento en el glande mientras me lo bajaba, y se detuvo.

—¿Qué pasa?

—No sé si debo…

—¡Oh, por favor! ¿Ahora dudas? No me dejes así…

Me la soltó.

—Es que somos amigos…

—¡¿Y qué?!

—Podría estropear nuestra amistad…

—¡Venga ya! ¡La friendzone es un mito de Friends!

—A mí me gustaría… creo… pero es mejor que sigamos siendo amigos.

Chica se ríe de chico por tercera vez. Chica soloamiguea al chico. Chico se cabrea y se va.

Así que me vestí y me fui, y no le dije ni una palabra. Me escribió y no le contesté. Me llamó y no se lo cogí. “Tengo dignidad”, pensé resentido.

Tocaron al timbre, y fui a ver quién es. Estaba en pijama y pantuflas. Por la mirilla la vi: allí estaba ella. Rara vez venía a mi casa. Siempre eran los demás los que la buscaban.

—¿Qué quieres? —pregunté a través de la puerta. No le pregunté cómo había entrado por el portal.

—Sólo quiero hablar. Por favor.

Tuve que abrirle la puerta.

—No me gusta que no me cojas el teléfono —me saludó. Fruncí el ceño.

—Estás malacostumbrada a que el mundo gire a tu alrededor.

—Algunas me lo dicen. ¿Puedo sentarme?

La llevé al sofá. Sentada, se quitó el polo blanco y me dejó aturdido de nuevo, aunque esta vez llevaba sujetador: uno de lencería negra muy elegante, estilo Vicky’s Secret.

—¿No te importa que me ponga cómoda mientras hablamos, ¿no?

—No…

—Tienes que echarle más huevos. Dime “no te hagas la tonta y quítate la falda”.

Arqueé la ceja. Llevaba una falda de cuadros rojos con rayas negras, estilo colegiala, que habré visto mil veces en el porno. Le llegaba hasta las rodillas, si estaba de pie. Tenía los muslos separados, así que la prenda se había subido un poco, dejando entreverlos.

—¿Te has vestido para salir directamente de fiesta desde aquí, o como plan B si no te abría la puerta?

—Las dos cosas. De un modo u otro, esta noche follo —dijo sosteniéndome la mirada, desafiante. Empecé a comprender cómo funcionaba su cabeza. Mientras me tenía a su disposición apenas tenía interés. Quiere que le den caña.

—No. Follarás si yo quiero.

Sonrió.

—¿Qué te hace pensar que tú decides por mí?

—Que antes de ponerte cachonda, tú me diste permiso: la parte sensata de tu cerebro me dijo que confiaba en mí, y que te liarías sólo con quien yo te dijera.

—¿Me estás diciendo que has decidido no acostarte conmigo?

—Eso lo decidiré más tarde. Por ahora, me tienes que compensar por la humillación, te has reído de mí.

—Yo no…

—Me da igual que no lo admitas.

No dijo nada.

Yo tampoco.

Tras un largo silencio mirándonos a los ojos, se puso en pie sin dejar de mirarme, se acercó a mí lentamente, y sus zapatos negros de tacón sonaron intimidantes. y se arrodilló. Me puso las manos en las rodillas, y esperó.

Seguí sin decirle nada, clavándole la mirada, sin desviarla a sus tetas, que ahora podía ver con la vista periférica, con el sostén colgando mientras estaba inclinada, mirándome doblando el cuello, esperando. Seguía desafiándome. “De perdidos al río. Total, sin sexo ya estoy”.

—O me la chupas hasta tragarte todo mi semen, o te vas ahora mismo de mi casa. Y no vuelves.

Torció los labios dispuesta a replicarme mordazmente, pero se contuvo. Al final se inclinó poco a poco, y por fin dejó de mirarme. Respiré aliviado, y me sorprendí al sacarme la polla ella misma. Me miró antes de que pudiera disimular mi alegría y sonrió. Me puse serio y traté de enfadarme, con ella sujetándome la polla. Se la acercó y casi se la metió en la boca, pero se echó a reír y me la soltó.

—¡Otra vez!

—No, no… —se interrumpió por más risas, pero me la cogió me pajeó distraídamente. Cuando dejó de reír me miró a los ojos de nuevo, y al ver mi cara sonrió de una nueva forma: fue como ver amanecer al volver al sur tras una larga travesía por el polo norte, durante la larga noche. La luz de sus ojos me iluminó como las olas del mar rompiendo en una cueva oscura por la que se filtra el sol arrasando la oscuridad, y arranca destellos a cada gota. “¿Qué ha visto en mí?”.

Y entonces sacudió bruscamente su cabeza hacia abajo y su larga melena rubia me azotó la cara; y de repente sentí mi polla rodeada de una suave presión, húmeda y cálida, deslizándose en un segundo hasta el final. Tenía toda la polla en su boca, y se la metió hasta el fondo, haciéndome un “garganta profunda”.

—¡Uaah!

Glup

—No te lo esperabas, ¿eh? —y se rio de nuevo, pajeándome. Se acercó a la punta, y sonreía, preparada para hacérmelo otra vez, en cualquier momento. Le hacía gracia mi impaciencia y mi excitación. Con la otra mano cogió un cojín y se lo puso bajo las rodillas.

—Tendría que habértelo dado yo antes. Perdón.

—Acabas de cometer dos errores. Tres contando el cojín que no me diste.

Y se la zampó de nuevo. Esta vez fue como pajearme con los labios, una mamada normal durante algunos segundos; luego paró.

—Pero no pares…

—No me apetece.

—Estás jugando conmigo.

—Si no, sería todo muy aburrido.

La miré a los ojos y me puse serio de nuevo.

—Estoy hasta los huevos. Te digo lo mismo que antes: o me la chupas hasta que me corra en tu boca, y te tragas hasta la última gota, o te vas ahora mismo de mi casa y no me vuelves a ver.

—Bien, no me has insultado.

Se apartó el pelo que le estorbaba y me la siguió chupando; esta vez no volvió a parar, sólo lo justo para cambiar de técnica: la lengua sobre el tronco, besitos sin parar de masturbarme…

—Ya te falta poco, ¿verdad? —dijo girando a en un sentido y en otro a la vez que me bajaba la piel, una y otra vez.

—Sí… no dejes que se te escape nada, no quiero manchar el sofá.

Sonrió pícara, me miró mientras giraba poco a poco la cabeza hacia abajo, y me hizo otro “garganta profunda”, de golpe, hasta el fondo en unos tres segundos.

Y se quedó ahí. Esperó, aprisionándome la base con sus labios, haciendo fuerza. Y con dos dedos comenzó a masajearme y pulsar el perineo. Mi respiración se alteró otra vez, jadeé y gemí.

—¡Mmmmmh!

Casi me corro, pero se la sacó de golpe.

—¡No! ¿Qué haces?

Tampoco me pajeó más. Se puso en pie, sonriéndome traviesa, y se puso en el sofá a mi lado, a cuatro patas. Sin quitarse los tacones, y mirándome divertida.

—Si quieres correrte —me dijo—, tendrá que ser reventándome el coño: fóllame hasta llenármelo todo, y no dejes que se salga ni una gota: no quiero que manches tu sofá.

Me quedé paralizado. Ella continuó hablando.

—Y no te preocupes por el lubricante, lo tengo empapado. Y yo me he encargado de lubricarte la polla, para eso son las mamadas. Y por cierto, ¡qué buen pollón tienes! ¡Así sí que da gusto!

No puedo recordar qué pasó exactamente, ni el orden en el que pasó; pero sé que me corrí no una, ni dos, sino tres veces. Me la follé como si no hubiera mañana, una y otra vez, sin parar. Era una fantasía hecha realidad. Era mi mito erótico por fin en mis manos, pidiéndome que la cebara con mi leche.

Y lo hice.

Recuerdo imágenes dispersas, como al quitarle la falda y follármela azotando su culo; o al ponerla boca arriba y hacer el misionero, con una pierna apoyada en mi hombro para abrirla mejor de piernas, sujetándosela por el muslo, mientras ella me pedía más. Recuerdo ponerla de nuevo a cuatro patas, pero ella se sentó sobre mí de alguna manera, y acabó siendo ella la que me cabalgaba a mí, dándome la espalda; pero yo le sujetaba las muñecas desde atrás, impedía que se me escapara, y le marcaba el ritmo empujando con las caderas y tirando de las manos. Para entonces ya se había quitado los zapatos de tacón, y con sus piernas flexionadas, veía sus pies mientras me la follaba estando sobre mí. Nunca he tenido un fetiche con ellos, pero en aquel momento, con aquella mujer, también me gustaban y me excitaban: me gustaba todo de ella. No había estado tan cachondo en mi vida.

Recuerdo cuando ya no podía más y quería parar, pero ella se negaba, y me montaba sujetándome de los hombros, mirándome a los ojos y echándome todo su peso encima; sin embargo, sólo aplicaba el peso justo al movimiento de caderas, con técnica habilidosa fruto de una amplia experiencia: yo sabía que hacía años que nunca pasaba dos semanas sin follar. Y si tenía con quién, eran varias veces por semana. Y se reía cuando decía que si había tiempo, siempre eran dos veces seguidas, por lo menos. Yo pensaba que era muy inocente contándome esas cosas con naturalidad, que no se daba cuenta que me ponía como una moto, pero ahora veía que siempre se había reído de mí.

Pero lo importante es que yo lo estaba comprobando en persona: ella era insaciable. No me dejaba descansar, me dolía el glande de lo sensible que estaba por el periodo refractario.

Al final, cuando ya me planteaba si era un error follar con ella en vez de irme de putas a quitarme el calentón, se dio por satisfecha y se la sacó. Lo hizo con mucho cuidado, sujetándose los labios mayores del coño y cerrándolos, sintiéndolo como al sacarse la polla de la boca cerrándolos para no dejar escapar nada. Y eso hizo: con toda la palma lo taponó presionó uno contra el otro; corrió al baño a limpiarse diciendo que no podía dejar escapar nada.

Y me tumbé a descansar, aliviado.

Y me dormí. Soñé que ella se acercaba a mí y me besaba en la frente y se iba dejándome una nota de amor, y luego todo el sueño giraba en torno a vivir una vida juntos.

Desperté y ella ya no estaba. No había ninguna nota.

—Es tarde… estará tan cansada como yo.

Pensé que podría haberse quedado a dormir en mi casa, pero al parecer no sentía suficiente confianza conmigo como para dar el paso, lo que resultaba irónico. Así que me duché y me acosté, sin salir de fiesta. Ya estaba más que servido de sexo para todo el mes.

Tuve sueños eróticos con ella, y me desperté manchado de semen.

Me quedé mirando al techo un buen rato, pensativo. No me podía creer lo que había pasado. ¡Y había sido increíble! Cogí el móvil: no tenía ningún mensaje. Le mandé uno: “¡Fue increíble!”. Y me contestó: “Error”. Arqueé una ceja y no le di mayor importancia. Seguí la rutina normal de un sábado por la mañana hasta mediodía, y entonces le mandé otro preguntándole si quería venir “a comer”. Me contestó con un “buen doble sentido. Iré”, y me puse eufórico. ¡Tenía con quien follar! ¡Era pedirlo y conseguirlo! ¡Era como tener novia otra vez!

Luego pensé acerca de cuando me dijo que “ella no me miraba el paquete”. Ahora estaba seguro de que sí, igual que cuando me calentaba intencionadamente con sus aventuras sexuales, o detalles estadísticos. Era una calientapollas, sí, pero al menos al final me había compensado por los calentones en vano.

¡Ding dong!

Corrí y le abrí la puerta.

—Mal. Demasiado impaciente y ansioso —me saludó.

—Yo también me alegro de verte.

Hablamos de la experiencia del día anterior, y me contó que le sorprendió lo bien que lo hacía.

—Supongo que era de lo cachondo que estaba. Pasión, supongo.

—No, me refiero a lo que aguantaste. Hago llorar a los hombres. Tú no, tú le echabas orgullo y seguías sin forcejear demasiado para escaparte, aunque fuera yo la que bombeara. No está nada mal.

Entonces se me ocurrió y tuve que sacar el tema de su ex.

—¿Hiciste llorar a Gustave?

Puso una sonrisa triste.

—Sí, Rick. No aguantó más de dos polvos sin parar, aunque lo cabalgara yo todo el rato, sin cansarse. Necesitaba parar, me decía llorando al tercero. Por favor. Era bastante patético verlo lloriquear así. Me cortaba todo el rollo.

—Pero pensé que te había dejado él. ¿En realidad lo plantaste tú?

—No. Me dejó por lo que te conté, usarlo de vertedero emocional con mis preocupaciones. Pero esto también ayudó: le fastidié el autoestima.

En algún momento nos habíamos cogido de la mano sin darme cuenta. Seguimos intimando.

Y aquella vez, sin exigírselo, ella misma me la chupó, y fue hasta el final.

Y esta vez sí que se lo tragó todo. Claro que apenas quedaba nada y es hacer trampa, pero se entiende: el gesto en sí está ahí, aunque fueran unas gotas. Me sonrió y me sacó la lengua para demostrarme que se lo había tragado, como en algunos vídeos porno, y entonces se rio, como si hubiera hecho una travesura.

La besé. Fue por impulso, pero ella me correspondió.

La llevé al dormitorio, y no me la follé, le hice el amor; fue poco a poco porque apenas podía aguantar, pero lo hice como pude. A ella le sorprendió que no tuviera gatillazos todavía. Poco a poco, lentamente y con suavidad, me la follé, y me corrí abrazado a ella, como el misionero; descansé mi cara afeitada entre sus enormes tetas, sintiendo su pezón duro clavándose en mi mejilla. Ella me acarició el pelo con cariño.

No podía estar más feliz.

8 meses después nació nuestro hijo Christian. Fue un hijo hermoso y sano, grande y fuerte, de ojos azules.

Como los de Gustave.