Tímidos

Ella y él se gustaban hacía tiempo, pero tenían parejas, eran tímidos. Descubrirán en esta ocasión que nace entre ellos una nueva amistad.

Tímidos

"Ella y él se gustaban hacía tiempo, pero tenían parejas, eran tímidos. Descubrirán en esta ocasión que nace entre ellos una nueva amistad"

Este relato comienza en una urbanización, cercana a una gran ciudad. Dos parejas iban a pasar un agradable fin de semana en grupo, pasando buenos ratos, saboreando las conversaciones que acostumbraban, prolongando con deleite las sobremesas, habituales y bienvenidas. Esos fines de semana eran como oasis en el desierto de los días de trabajo.

Por los azares de la vida, a veces las situaciones insólitas se dan inesperadamente. En ese caso, la situación inesperada fue que el viernes de partida el marido de ella tenía que quedarse en una reunión, y la mujer de él tenía un compromiso familiar, por lo que a ambos les resultaba imposible cumplir los planes en la hora prevista. Pero estaba todo preparado y no querían abandonar el plan, así que se acordó entre todos que los que pudieran fueran acercándose al chalé a media tarde, para limpiar un poco, acondicionar la casa y preparar la cena. Podrían ir en el coche de ella, dejando mientras el coche de él para los que llegarían tarde.

Un cruce de parejas, claro, ya se sabe, no tiene porqué pasar nada, pero en ocasiones puede haber sorpresas, sobre todo cuando algún deseo oculto tiene la oportunidad de aflorar. Ella y él se gustaban hacía ya tiempo, aunque no se permitían admitirlo. Así que se encontraron en la ciudad después de comer y partieron hacia el campo. Tuvieron una distendida charla en el coche sobre ciertos temas comunes y el camino se hizo breve. Pararon para hacer la compra para el fin de semana, y coincidieron en muchas elecciones y gustos. Una vez allí en la casa, se pusieron a trabajar, dividieron las tareas con mucha fluidez, y a pesar de todo tardaron un buen rato en limpiar el salón, los dormitorios, la terraza, mientras la radio sonaba con agradable música. La tarde era tranquila, soleada.

Lo cierto es que se encontraron muy a gusto juntos en estas tareas caseras y sencillas. Había mucho feeling, mucha confianza, buena coordinación. Y los dos se dieron cuenta, y cada uno para sus adentros lo quiso atribuir al cambio en la rutina "claro, al no tratar día a día es diferente y la novedad ya se sabe...", pero una cierta inquietud latía por debajo "creo que me gusta..." El caso es que esa tarde la atmósfera era extraña, se sintieron a gusto y lo notaron especialmente. En el fondo, sus vidas conyugales no iban demasiado bien, e inconscientemente las pasiones ocultas buscaban alguna vía de escape, aunque en secreto, hacía tiempo que sentían atracción el uno por el otro.

De pronto, una llamada telefónica. Ella cogió el aparato. "Diga?", "Hola", "¿cómo?", "sí", "sí", "está bien", "no, la terraza sí", "¿qué?", "bueeeno", "siií", "bueeeno", "bueeeno", "de acueeerdo, hasta luego" -colgó y cerró los ojos, con un gesto que expresaba "qué pesado"-.

  • Bueno -dijo ella en voz baja, latiendole el corazón con fuerza, la voz algo temblorosa-, a mi marido le han aplazado la reunión dos horas. Ya ha hablado con tu mujer para quedar ellos. Ahora son las cinco y media, y si la reunión empieza a las siete, parece que ellos no vendrán hasta por lo menos las diez. Así que tenemos tiempo de sobra para terminar de organizar todo, fregar los cacharros y hacer la cena. - Y aún sobrará tiempo -dijo él, nervioso, también en voz baja y sonriendo. - Sí, aún sobrará mucho tiempo -ella le devolvió la sonrisa, con cierta complicidad que ambos notaron. ¿Pensaban los dos en lo mismo?

Terminaron de limpiar con la música de fondo y comenzaron a fregar los cacharros. El espacio del fregadero era pequeño, así que tenían que permanecer bastante pegados, codo con codo, en un cierto contacto que resultaba inevitable. Dijo ella: - Yo puedo ir aclarando mientras que tú vas fregando, ¿qué te parece?. - Perfecto, podemos empezar por estos vasos y cubiertos, luego los platos de allá -respondió él, y ambos volvieron a notar el feeling mutuo, la fluidez de la conversación, la agradable suavidad del tono bajo de voz, que producía un extraño hormigueo por la espalda. Se estaba creando un ambiente erótico muy estimulante.

Empezaron a fregar codo con codo y alcanzaron sin dificultad una coordinación muy rítmica, sin prisa pero ágil. Él fregaba, lo pasaba a ella, que aclaraba y colocaba. Estaban tan distraídos hablando en voz baja, que al principio no pensaron en el contacto que se estaba estableciendo entre sus manos. Un contacto a veces rápido, suave, fácil, un simple roce de un dedo de él sujetando un vaso, con el dorso de la mano de ella... A veces algo casi voluptuoso pero sin llegar a nada evidente. Poco a poco, ambos iban percatándose de estos contactos entre piel y piel, con un cierto desasosiego, pero a la vez con un cierto placer, quizá aflorando algunos profundos e inconscientes deseos.

En un ambiente erótico como ese, era cuestión de tiempo, el primer contacto explosivo estaba a punto de llegar, y los dos lo sabían. En ese ritmo ágil de fregado, hubo de repente un contacto más prolongado, un vaso que parecía que se le iba a caer a él, ella extendió toda su palma para recogerlo, él rescató de pronto el vaso, pero mantuvo esta mano extendida, que encontró entonces toda la mano de ella. Se entrelazaron las manos en una fracción de segundo, sin que nadie las retirara. Sus miradas se encontraron, los ojos abiertos, sorprendidos, y así quedaron durante unos segundos, nerviosos, callados, las manos entrelazadas, activas, acariciándose, despacio. Los corazones latían con fuerza. Esta tensión duró unos segundos, hasta que tímidamente separaron las manos y volvieron la mirada abajo para seguir fregando.

Con el corazón todavía latiendo, él vio unas cucharas sucias en la encimera, justo al otro lado de ella. - Faltan esas cucharas -dijo en un murmullo. - Cogelas tú, que yo tengo las manos limpias para el aclarado -repuso ella con voz suave. - Claro. Entonces, sin mover los pies del suelo, alargó el brazo por detrás de ella, para alcanzar las cucharas del otro lado con la mano. Al alcanzarlas, el brazo casi estirado de él rodeaba la cintura de ella, que aclaraba un vaso. Al tener él las manos enjabonadas, el movimiento de asir las cucharas duró varios segundos, durante los cuales el brazo de él abrazaba casualmente la cintura de ella. Al principio, ella apartó ligeramente la cintura hacia delante, con un breve respingo. Pero acto seguido, volvió lentamente a su posición original, apoyando toda la cintura en el brazo de él. Así quedaron durante unos segundos que duraron como horas. Ella no apartaba la cintura un milímetro, y él tampoco quiso separar el brazo, los dos con una complicidad y un consentimiento que hacían evidente el deseo.

El aflorar ese deseo en los dos casi al mismo tiempo, y permitir un contacto voluntario, fue una explosión erótica colosal. El corazón de ella estaba desbocado, y el de él tampoco cabía en su pecho. La respiración entrecortada, el temblor de piernas, el tartamudeo en la voz, todos ellos claros síntomas de ansiedad. Él cerró su brazo alrededor de la cintura de ella, atrayéndola contra sí. Ella lo permitió, y sus miradas se encontraron de nuevo, nerviosas, tímidas, con anhelo.

Dejaron lo que tenían en las manos y sus cuerpos se fundieron en un ardiente abrazo. Sus labios se acercaron, las manos temblando, enjabonadas, palabras entrecortadas. Se besaron nerviosos, con torpeza, con deseo. Entonces ella interrumpió el beso, apurada, separó su cabeza de la de él, y apartó la mirada. "No, no puedo", "¿Porqué?", "No sé, no puedo". Él la seguía sosteniendo por la cintura, y ella intentaba separarlo empujando con las manos el pecho de él, pero con poca fuerza, revelando su duda, su deseo contenido. Separando su pecho, al estar los brazos agarrados, sus caderas se juntaron más a las de él. Su pelvis notó entonces la tremenda erección de él, y sus manos, que empujaban el pecho, poco a poco pasaron a acariciarlo, al principio suavemente, y después con frenesí. El roce de las pelvis era violento, volcánico. Ella no quería mirarlo a los ojos, lo abrazó, arrimándose más, y se volvieron a fundir en un beso, esta vez salvaje, abierto, carnal.

Empezaron a desvertirse el uno al otro, con la agilidad del deseo voraz, con los ojos cerrados. "Vamos a la habitación...", "Oh, sí!". Sin dejar de desvestirse y acariciarse, fueron aproximándose en pequeños pasos a la habitación, donde cayeron a la cama entre beso y beso. Gimiendo de pasión, sin contener los gritos, se acariciaban con delirio, se bañaban en placer, se abandonaban al deseo oculto y contenido largo tiempo.

Desnudándose completamente, rodaron muchas veces por la cama, que aunque era enorme se les hacía pequeña. Sexualmente tenían muchas ganas, que en los últimos años no habían podido satisfacer. Ahora tenían la oportunidad de desfogarse, con este amigo inesperado, con esta nueva amiga. Después de un rato de caricias y besos, ella se sentó sobre él, cabalgándolo, el talle erguido, ofreciéndole sus pechos de miel. El miembro de él, tieso como un asta, se introdujo con naturalidad en la humedad cálida y acogedora de ella. Lo estimulaba apretando el cuerpo de él con la cara interior de sus piernas, mientras que con las manos acariciaba su pecho y vientre. Él no se quedaba quieto, sus manos no sabían dónde parar, fascinado con la suavidad de esa piel, excitado por la pericia de la amazona, tocando pechos, vientre, caderas, nalgas, labios. Ella permitió que el miembro la penetrara poco a poco, y moviendo sus caderas en círculos, despacio, deprisa, despacio, alternando el ritmo, lo volvía loco, ordeñándolo con su vagina.

Fue un festival delirante de locura sexual, ella tuvo varios orgasmos, mientras que él intentaba aguantar a toda costa. Pero no era de piedra, ella tenía un cuerpo delicioso y lo estimulaba con mucha habilidad. Así que al cabo de un rato, él empezó a perder el control. Ella lo notó, y estaba dispuesta a darle tanto placer como él a ella. Aumentó el ritmo de sus caderas, mientras él las agarraba con delirio. Ella le animaba "Vaaamos, vente ahora, ven a mí, vaaamos..." Desbocado por el torrente de placer, extasiado por la suavidad de ella, él perdió el control salvajemente. Estalló como un volcán, vaciándose por completo en ella, hasta la última gota.

Terminaron agotados, abrazados, hablando suavemente, "Son las siete, tenemos todavía mucho tiempo", "Sí", "Esto estuvo muy bien, habrá que repetir", "Sí, podemos vernos de vez en cuando", "Es el comienzo de una nueva amistad". Entre risas, comenzaron a acaricarse de nuevo.