Tigresa enjaulada
Te acercabas cada vez más, abriéndote como si tu coño quisiera atravesar las rejas, lanzarse hacia mí y devorarme
Caminaba por la calle cuando noté tu presencia, miré hacia la derecha y te vi enjaulada tras las rejas de tu balcón. Me ignoraste. Llevabas una falda bastante corta y una pequeña camiseta, que apenas alcanzaba a tapar tus pechos, y que con su fina tela permitía adivinar tus pezones tan apetitosos como bombones.
Tus manos se metieron bajo la camiseta y, levantándola, liberaron tus tetas de su estrecha prisión. Las acariciaste suavemente, haciéndolas girar, levantándolas, ofreciéndomelas sin mirarme mientras con los dedos te pellizcabas los pezones obligándolos a crecer y endureciéndolos mientras me apuntaban.
Pronto una de tus manos se coló bajo tu falda y, levantándola, comenzaste a acariciarte. De un tirón te libraste de la ella arrogándola por la ventana hacia mí como si de un trofeo anticipado se tratara. Libre ya de incómodas prendas te buscaste el clítoris y dándole un suave masaje lo fuiste convirtiendo en un volcán dispuesto a estallar.
Te agachaste acercándote a la reja del balcón, lo que te obligó a abrir las piernas y con ellas tus labios, dejando el camino libre hasta las profundidades húmedas y cálidas de tu coño. Mientras te agarrabas con una mano a la reja que te retenía, con la otra jugueteabas con tus tetas hipnotizándome.
Te acercabas cada vez más, abriéndote como si tu coño quisiera atravesar las rejas, lanzarse hacia mí y devorarme. Los dedos entraban y salían arrastrando con ellos el ardiente líquido que se escurría por tus piernas goteando lujurioso sobre el suelo.
Abandonando las tetas sacaste, de no sé donde, un enorme consolador que colocaste, no sé como, en la base de uno de los barrotes. Entonces, agarrándote con ambas manos a la reja, abriste desmesuradamente las piernas colocándolas en paralelo a la calle y buscando el consolador con tu coño, fuiste engulléndolo poco a poco hasta hacerlo desaparecer de mi vista. Comenzaste entonces un lento vaivén que lo hacia salir casi por entero de la cueva y volver a entrar hasta hacerse invisible. Poco a poco fuiste aumentando el ritmo, ganando en velocidad sin perder precisión ni contundencia. Te estabas follando el consolador y, a través de él, te follabas la reja que te atrapaba, y el balcón, y la calle, y a mí
Tu cabeza se echó hacia atrás, tus tetas se bamboleaban libres, tus piernas estaban al limite de descoyuntarse, tu coño manaba un delicioso jugo que hacía brillar el consolador, tus dedos estaban blancos de apretar los barrotes que empezaban a vibrar al compás de tus arremetidas, igual que vibraban las paredes de tu casa transmitiendo tu pasión a la calle y, atravesando el aire caliente, a mí.
En ese momento un gemido ronco comenzó a surgirte desde muy adentro y fue creciendo hasta convertirse en un grito inacabable mientras te corrías salpicando la calle con un chorro de lava ardiente.
Jadeando te dejaste caer de culo con las piernas temblorosas y estremecida aún por el orgasmo que acababas de tener. Eras libre dentro de tu cautiverio, allí tumbada y totalmente expuesta a la brisa y a mi vista, dispuesta a ser liberada por quien tuviera el coraje de intentarlo.
Respiré hondo, me di la vuelta y seguí mi camino pero entonces te oí gritarme:
"¡Eh! ¿A dónde vas? No pensarás que he acabado contigo ¿no?"