Tienes cinco días para seducir a una mujer

A mi mujer le encantan los juegos y un día me sorprende proponiéndome que seduzca a una mujer...

A mi mujer Sofía siempre le había gustado probar cosas, juegos, con los que romper la monotonía en la que puede caer cualquier relación sexual. Así, el día que estando en la oficina a punto de terminar mi jornada laboral recibí el siguiente mail, no resultó para mí algo especialmente sorprendente:

"Hola cariño. Te propongo un juego: tienes cinco días para seducir a una mujer. Pero no a una mujer cualquiera, debe ser morena, de unos 50 años, bien parecida y con clase. Tranquilo, sé que eres algo tímido, si respondes afirmativamente este mensaje mañana te ayudaré con la misión ¿Te atreves?"

Por supuesto que me atrevía. Al menos lo intentaría… ciertamente lo de ligar nunca se me había dado muy bien. Físicamente nunca había tenido problemas, pero me costaba acercarme a las chicas. Pero ahora, con algunos años más y otro tanto de experiencia sabía que no me sería tan difícil. Pero me intrigaba el hecho que la mujer en cuestión debiera tener unos 50 años, ¿por qué? Mi mujer y yo rondamos los treinta seis. Entendía el hecho de que debía ser morena, claro, ya que mi esposa es rubia. Siempre que habíamos fantaseado en incluir a otra chica en nuestras relaciones nos la imaginábamos morena, por aquello de que fuese bien distinta. Comprendía que la quisiera con clase, sin duda. Pero ¿por qué esa edad?

Y, por otro lado, ¿qué había preparado mi mujer? Es decir, una vez seducida, ¿qué querría? Si bien las fantasías estaban presentes a menudo en nuestra actividad sexual, realmente sólo una vez habíamos incluido a una tercera persona (ver "En el parque", mi anterior relato). De eso hacía ya algunos meses y aunque no habíamos hablado de tener otra experiencia de ese tipo, sabía que a mi mujer no le disgustaba la idea. Y a mí, tampoco. ¿Pero que estaría tramando? ¿Que yo la seduciera y me la tirara? Imposible, ese era el límite que nos habíamos impuesto: nada de penetraciones. Luego, ¿querría sorprender a la mujer con un trío? En ese caso, ¿por qué debía seducirla yo en solitario?

Escribí una sola palabra: "sí" y respondí a su mail. Decidí que todas esas preguntas se despejarían en una semana, si yo era capaz de cumplir mi cometido. Esa noche llegué a casa, y ambos hicimos como si nada. Por la noche, en la cama, sin ninguna mención del tema, mi mujer cabalgó encima mío de forma muy ardiente, visiblemente excitada.

La tarde siguiente, hora y media antes de terminar el trabajo recibí un nuevo mail de mi mujer. En él me informaba que lo mejor era que acudiera a un local de copas determinado de la ciudad. Literalmente me indicaba que "a partir de las ocho ahí encontrarás alguna mujer como la que te describí. Te quedan cuatro días". ¿Cómo sabía mi mujer que en ese local encontraría lo que buscaba? En fin, pensé por un instante que el bar que me indicaba no estaba muy lejos de su trabajo, así que igual hubiera ido alguna vez. Mi mujer trabajaba en una multinacional y su jefe era un tipo importante, uno de esos tipos que suelen ir a menudo a sitios como esos. Pensé que igual él la había invitado algún día, o quizás le habría pedido que le entregara algún documento de última hora en ese bar. En fin, el mensaje finalizaba diciéndome que, sobretodo, nada de nombres, nada de direcciones. Ante todo discreción. Tenía cuatro días para seducirla, y a la noche del cuarto, si lo lograba, tendría un premio.

A las ocho menos diez estaba sentado en la barra del bar. No se trataba de un bar cualquiera. Entiéndame, no me refiera a que fuera un local de alterne donde cuando uno entra por la puerta ya todo el mundo sabe a lo que va. No, me refiero a que realmente era un bar de copas. Una barra, unas pocas y pequeñas mesas y unas consumiciones preparadas con licores de la mejor calidad, y a ocho euros como mínimo. Supuse que mi mujer había pensado que no era difícil que una mujer con clase entrase en ese bar. Me pedí un gin-tónic y empecé a escrutar a los clientes.

En ese momento, sin contarme, había dos personas en la barra. Ambos hombres. Había una mesa ocupada por dos chicas que no cumplían con la edad indicada. Descartadas. En otra mesa, una mujer que podía aparentar los cincuenta estaba exhorta examinando su blackberry. Enfundada en un traje-chaqueta negro insinuaba unas piernas largas, un vientre apretado y un busto bien colocado. Respiraba un aire agresivo que la convertía en una mujer deseable. Por un momento la imagine con las dos palmas de la mano encima de la mesa, arqueando sus piernas para mostrarme su culo exigiendo que la penetrara. Lástima que fuera rubia

Al cabo de unos veinte minutos, y dos gin-tónic, cruzó la puerta una mujer que daba con el perfil. Bien vestida, tacones altos, medias con dibujo, falda justo por encima de las rodillas, blusa blanca y chaqueta. Morena, de unos cincuenta años, con clase. Cuidada por la edad, pechos prominentes y culo generoso aunque lo justo. Sin ser una belleza despanpante, de rasgos moderados, se trataba, sin duda, de una mujer atractiva. Se sentó en una de las mesitas. El camarero, que debía conocerla, le trajo enseguida una copa y ella se lo agradeció con lo que parecía el esbozo de una sonrisa. En su cara se dibujaba una cierta expresión melancólica. De su bolso sacó un libro y sin reparar en que la miraba se puso a leer.

Estuve examinándola durante unos diez minutos. Efectivamente esa podía ser la mujer en cuestión. Ahora, simplemente, se trataba de seducirla… alcancé a ver que estaba leyendo una novela de Alessandro Baricco titulada "City". Había leído esa novela y además me había gustado mucho, como todas las que había alcanzado a leer de Baricco. Así pues, pensé que ya tenía por donde entablar conversación. Esperé a que acabara su copa y pedí al camarero que le sirviera otra, de mi parte. Así lo hizo y cuando la mujer extrañada le preguntó, el hombre le indicó con la mano quién la invitaba. Me envió una breva sonrisa que me dio ánimo para acercarme a ella. El resto lo hizo Baricco: comentamos "City", cuáles eran los personajes que más nos gustaban, lo bien que escribía el autor, etc. y luego le propuse que leyera "Tierras de cristal", del mismo autor, a mí me había gustado.

Mientras charlábamos me propuse examinar si esa era realmente la mujer que buscábamos. Llevaba alianza, pero para nada nombró a su posible marido. Parecía divertida con la conversación, como si hiciera tiempo que no hubiera tenido una charla amena con alguien. Físicamente, de cerca, se confirmaba mis primeras impresiones. Se trataba de una mujer bien cuidada, educada, guapa. Labios sugerentes, manos largas y suaves. El botón de la blusa desabrochado sugería unos senos grandes pero firmes. No me preguntó el nombre, ni yo lo hice. Al cabo de una hora realmente agradable me despedí diciéndole que había sido un placer pasar ese rato "con una mujer tan interesante" a lo que ella sonrió pícaramente. Decidí besarla en la mejilla mientras le preguntaba si iba mucho por ese local. Su respuesta me señaló que la cosa no iba mal.

  • En dos días no vendré, estoy ocupada. Pero el viernes estaré aquí hacia las ocho y media.

Al llegar a casa mi esposa ya estaba en la cama. Engullí un bocadillo que había dejado preparado, me lavé los dientes, me quité la ropa y me colé debajo de las sábanas. En menos de un minuto noté la mano de mi mujer masturbando mi sexo mientras yo imaginaba que era la mujer del bar quién lo hacía. Me corrí y al instante mi mujer me preguntaba si "¿te gustó?". No sé si refería a la masturbación o a la mujer del bar.

Viernes, ocho y cuarenta. Quedan dos días. Entro en el bar. Ella está ya sentada y cuando me ve sonríe y se levanta para saludarme. Nos damos dos besos. Me dice que ya consiguió "Tierras de cristal" pero que aún no ha podido leerlo. Charlamos de la vida, me cuenta que está casada "aunque mi marido creo que piensa que está casado con el trabajo, no conmigo", dice esbozando media sonrisa. "¿Y tú, con tu mujer?", me pregunta, "¿Cómo sabes que estoy casado?", "por la alianza, por suerte no te la has quitado para tomarte unas copas conmigo". Bien, parece que todo sigue el cauce indicado. "¿Mi mujer? Bueno, creo que a mi mujer no le importaría saber que estoy aquí ahora", le digo, "Eso me alegra", contesta. Charlamos sobre varias cosas sin mucha importancia, alegremente. En un momento dado, mientras le cuento las aventuras de un viaje a Guatemala cruza los brazos por encima de la mesa aplastando uno de sus pechos contra el otro. Sin dejar de hablar, y sin reparos, repaso con la mirada esos turgentes pechos que se me ofrecen. Al levantar la mirada me encuentro con la suya, y con una sonrisa como aún no le había visto. "Mañana tengo trabajo, pero pasado igual vengo a tomar algo", digo mientras me levanto para despedirme, "Que curioso, yo pensaba pasarme hacia las ocho y media, como hoy", responde. Nos damos dos besos, pero esta vez aprovecho para agarrarla por la cintura y apretarla algo contra mí. Noto como mi sexo encarcelado en los pantalones se posa en su vientre. Me excita pensar que ella lo nota.

Llega el día indicado. Al llegar al trabajo abro el ordenador y consulto el correo. Mi esposa ya me ha escrito:

"Hola cariño. Si lo has conseguido, esta noche lo pasaremos bien. A las diez recibirás un sms mío dándote instrucciones. Estoy deseando que llegue esta noche…"

Trabajo poco. Estoy muy excitado pensando en lo que puede haber preparado mi esposa. Cuento las horas que faltan y a las siete salgo del trabajo con más prisas de las habituales. Aún es pronto. Entro en una cafetería y consumo los minutos leyendo un periódico, impaciente. Estoy muy excitado, así que pienso en ir al baño y masturbarme. Pero no, mejor no. A las ocho y media salgo de la cafetería y me dirijo al local en el que nos hemos citado.

A las ocho cuarenta y cinco cruzo la puerto. Hoy hay algo más de gente que los otros días, pero ella aún no está. A las nueve aún no ha llegado. Empiezo a impacientarme. ¿Y si justamente hoy ha tenido un problema y no puede venir? A las nueve y cinco entra. Medias de rejilla, elegantes, labios pintados con un tono claramente más atrevido que en las otras dos ocasiones. No soy el único que se fija en ella. Más de uno clava los ojos en el sugerente escote que luce. Nos saludamos. "Perdona el retraso. Mi marido tiene hoy una cena y hasta que no se ha ido he preferido no salir. Al menos hoy no tengo ninguna prisa", dice alargando la última parte de la frase. "Perfecto, yo tampoco", contesto.

Charlamos animadamente, bebemos animadamente.

  • Ah! Leí "Tierras de cristal", me gustó mucho. – comenta después de la tercera copa.

  • Me alegro.

  • Hay un momento en el que por el pueblo hay un desfile, ¿te acuerdas? – dice.

  • Sí, claro.

  • Y mientras hay el desfile ella pone la mano dentro de su pantalón, y le toca sin que nadie se dé cuenta, en medio de la multitud, hasta que él se corre.

  • Sí, lo recuerdo.

  • Me excité mucho al leerlo – dice, mientras su pie empieza a acariciar mi pierna – Me encantaría hacer algo así, salvaje

Me asalta el sonido de un sms espetando en mi móvil. Lo miro. Mi mujer me da la dirección de un local. "Os espero en esta dirección. Al entrar, dile al tipo de la barra que vienes de parte de Sofía".

  • ¿Quién es, tu mujer?

  • Sí - contesto.

  • ¿No tendrás que irte, verdad?

  • No, al contrario. Me han entrado unas ganas loca de hacer algo. Algo… salvaje.

Ella sonríe y se levanta.

  • Pues no se hable más. Vamos.

Subimos al primer taxi que encontramos. Le doy la dirección que se especifica en el sms. Al minuto de subir, ella abre las piernas, agarra mi mano y la posa debajo de la falda. Está mojada. Mojada y sin bragas. Mis dedos juguetean en su sexo. Ella cierra los ojos y reposa la cabeza en el asiento. El taxista no puede ver lo que le hago porque el respaldo del co-piloto se lo impide, pero creo que sospecha que algo pasa porque mira por el retrovisor más de lo que las normas viarias aconsejan. Yo, como si nada, sigo acariciándola. En cinco minutos estamos donde lo convenido.

Al bajar del taxi nos encontramos ante la puerta de lo que, sin duda, es un local "liberal".

  • Nunca he estado en uno de estos – comenta ella.

  • Bueno, creo que aquí podrás cumplir tu deseo – le contesto. Yo tampoco he estado en ninguno.

Al entrar me dirijo a la barra y al tipo que esta detrás le digo que me envía Sofía. Me da una nota:

"Hola cariño. Si has llegado hasta aquí es que lo has conseguido. Bien. Cruza esta sala, pasa todo el corredor y al final, a la izquierda, encontrarás una puerta con un letrero que pone "Privado". Entra, es una pequeña sala que he reservado para nosotros (tres). Una vez ahí lo que debes hacer es ponerla lo máximo de cachonda que puedas, haz lo que quieras menos dejar que te toque la polla, debes conseguir que te pida a gritos que te la folles. Cuando lo haga, abre el armario que hay al lado de la cama"

Tomo de la mano a mi acompañante y nos encaminamos hacia la sala. Hay poca luz, pasamos entre varias personas que nos escrutan sin ningún tipo de reparos. En un sofá, una mujer está encima de un tipo besándole el cuello mientra él le acaricia el culo con las dos manos. Salimos de esa primera sala y entramos en un corredor, casi en la oscuridad total. Hay algo de luz proveniente de lo que deben ser habitaciones, cada una con un gran ventanal de vidrio opaco que no permite ver con claridad lo que pasa dentro. Las luces son azules, verdes oscuros. Por uno de los ventanales se adivinan dos pechos aplastados contra el vidrio y un cuerpo víctima de duros envites. Así, a cada envite, los pechos se aprietan más contra el vidrio y hasta dibujan la silueta de sus pezones.

  • ¿Te parece esto lo suficientemente salvaje? – le digo.

  • Te lo diré cuando claves tu polla en mi coño – responde como si nada.

Llegamos a la puerta con el cartel "Privado". Entramos. Efectivamente se trata de una sala, no una habitación, si no una pequeña sala donde justo en el medio hay una columna, a un lado un sofá, al otro lado la cama. Un poco más allá una puerta que intuyo que dará a un baño. La luz azulada, muy tenue. Hay música, una música cadenciosa que invita a evadirse, a dejarse llevar como un autómata.

Detrás de mí noto como ella me abraza, como pasa sus manos por mi pecho, aprieta mis pezones, baja por mi vientre y se pose por encima de mi pantalón que esconde una erección en toda regla, sobre mi sexo. Me giro violentamente, le muerdo el cuello, ella grita. Arranco los botones de su blusa y le retiró el sostén. Unas hermosas tetas quedan al aire. Las miro un segundo las sospeso, una en cada mano, y sin mediar palabra ataco sus enormes aureolas. Las lamo con toda mi lengua y noto sus grandes pezones, duros como una piedra. Ella gime exageradamente. Con las dos manos agarro su culo, la aprieto contra mi sin dejar de lamer esas hermosas tetas. Ella agarra mi culo también, lo aprieta con las dos manos mientras yo subo su falda hasta la cintura dejando al descubierto lo que sospecho es un bello culo de mujer madura.

La tomo de la mano y me la llevo al sofá. El sofá está en medio de la sala, no se apoya en ninguna pared, así que me la llevo a la parte posterior, la coloco a ella con las manos en el respaldo y la obligo a que recline la espalda. Vuelvo a levantar su falda, la fuerzo a que abra las piernas y clavo mi lengua en su raja. Sin bragas pero con las medias de rejilla se convierte en una mujer extremadamente sexy, pienso. Primero, con la punta de la lengua, aprieto la entrada de su ano mientras con una mano sobo su coño. Lo de la lengua en el ano debe excitarle porque noto como su coño se estremece cada vez que mi lengua empuja su orificio. De pronto cambio, mi lengua se clava en su vagina mientras uno de mis dedos juega en su culo. La música le proporciona la coartada ideal, y ella se explaya a gritos.

  • Que gusto, no pares, lámeme el coño, venga, lámelo.

Sigo pasando mi lengua por su raja absolutamente empapada. Ella mueve el culo cada vez con mayor intensidad, como intentando que su ano engulla mi dedo. Me levanto, la incorporo a ella y hago que su culo repose en la parte superior del respaldo. Mientras ella me quita la camisa y lame mis pezones. Aprieto sus tetas con mis manos, las estrujo y ella me mira desafiante. Pero no dice nada. Me agacho de nuevo sin soltar uno de sus pechos, donde una de mis manos pellizca el pezón. Ella abre las piernas y me enseña su coño sediento de lengua y yo vuelvo a comérmelo. Ella grita, aprieta su cabeza contra su sexo, respira frenéticamente. Mi lengua recorre su coño de arriba abajo sin parar, cada vez más rápido, cada vez más fuerte y ella gime, gime sin parar.

  • Joder, cabrón, nunca me habían comido el coño de esta manera, no pares.

Sigo, necesito que me pida que me la tire, pero ella no lo hace. Por momentos la señora con clase se está volviendo una auténtica zorra.

  • Que lengua tienes cabrón! Seguro que no le chupas el coño así a tu mujer.

Mi lengua se cuela por el orificio de su vagina. Ella grita de nuevo. Alzo mi mirada y la veo sobándose sus enormes tetas con las manos. Agarro una y la conduce hasta su lengua y se chupa el pezón.

  • ¿Te gustan mis tetas verdad? Querrás poner tu polla entre mis tetas, querrás follártelas, ¿verdad? Ven aquí cabronazo.

Me agarra de los cabellos y me levanta. Clava su lengua en mi boca y una de sus manos estruja mi sexo. De pronto se agacha e intenta bajar mi cremallera, se lo impido, la agarro de las axilas y la obligo a levantarse de nuevo. La giro y le obligo que repose de nuevo sus brazos en el sofá. Le abro bien el culo con una de mis manos e introduzco dos dedos de la otra mano en su vagina. Ella gime de placer mientras yo la penetro cada vez más rápido, más bestia. Empiezo a palmear su culo con mi mano libre. A la muy guarra le encanta:

  • Dame fuerte, si trátame como a una puta. Soy una guarra, hoy follarás con una auténtica guarra! Dejaré que me folles por delante, por el culo, me meteré tu polla en la boca hasta que la vacíes del todo. Venga, cabrón, fóllame ya!!!

Por fin. Llegó el momento. Saco mi mano de dentro suyo y la conduzco hasta la cama. Hago que se siente en ella.

  • Muy bien zorra, ahora tengo una sorpresa para ti, pero mientras la recojo quiero ver como te metes los dedos en tu coño – le digo.

Y lo hace sin rechistar, mirándome el bulto que sobresale del pantalón.

  • Fóllame, quiero tu polla aquí adentro.

  • Todo llegará, mientras quiero ver tus dedos entrando y saliendo de tu chocho, ¿queda claro?

Me vuelvo y me dirijo al armario, tal como mi mujer me había indicado en la nota. ¿Y ella, dónde estaba? Estoy seguro que no había perdido detalle de la escena. ¿Qué buscaba? ¿Esperaba que yo la hubiera puesto tan caliente para aparecer y juntarse a nosotros? Quizás pensaba que en frío se negaría y que ya en esta situación sería incapaz de hacerlo

Abro el armario. Dentro una caja de zapatos y una nota encima.

"Bien cariño, abre la caja y usa lo que hay dentro con ella. Te quiero"

Abro la caja y me encuentro con un antifaz y unas esposas. Era eso, mi mujer deseaba tener a una mujer a nuestra disposición… Tomo el antifaz y las esposas y vuelvo a la cama, me coloco justo delante de ella que sigue metiéndose dos dedos en su coño empapado.

  • Muy bien. Querías que tratara como a una puta, ¿verdad? querías algo salvaje, ¿no? Pues te he preparado algo que te va a encantar - le digo mientras le colocó el antifaz.

Una vez puesto me paro un segundo. Contemplo esa mujer, madura, bella, caliente como una zorra. No puedo evitarlo y vuelvo a sospesar sus dos pechos con mis manos.

  • Me encantan tus tetas.

  • Pues esta noche son tuyas – me contesta – puedes hacer lo que quieras con ellas.

La levanto. Quiero recrearme un momento. Pongo mi pecho en su espalda y paso mis manos hacia delante hasta capturar de nuevo ese par de enormes senos. Los sobo, los aprieto. Ella no puede reprimir un gemido. Desplazo mis manos por sus hombros, bajando por los brazo hasta llegar a sus muñecas. Tomo las esposas y se las coloco de manera que los brazos le quedan por detrás de la espalda.

Y en ese mismo instante, de la puerta que había imaginado que sería el baño aparece Sofía, mi mujer. Va desnuda y con su dedo índice me indica que no diga nada. En la otra mano lleva una cámara de vídeo. Así que lo que pretende es grabar cómo me follo a esa tía! Bueno, no sé, en cualquier caso pretende grabar como nos aprovechamos de la ignorancia de quien no ve y está limitado de movimientos. Me hace un señal, quiere que la toque. Lo hago, paso de nuevo mis manos delante, una a un pecho, la otra baja hasta su sexo. La mujer se convulsiona a medida que mis dedos se introducen de nuevo en su coño. Mi mujer se acerca, sigilosamente enfocando con la cámara. Me indica que hable.

  • ¿Te gusta que te follen, verdad? Eres muy guarra, ¿lo sabe tu marido? – le digo.

  • Ojalá mi marido viera lo puta que soy contigo. Y tú, cabrón, ¿le gustaría ver a tu mujer cómo me follas?

  • Creo que sí. Ella también es muy guarra, ¿sabes?

La echo de espaldas a la cama. Mis manos separan bien sus piernas para que mi mujer pueda tener una buena imagen de su coño. Separa los labios de su vagina con mis dedos, lo abro bien, que se vea. Y entonces clavo de nuevo la lengua dentro, lo más profundo que puedo. Mi mujer, en un silencio absoluto se mueve y alterna el enfoque entre las tetas de la mujer y las piernas donde mi cabeza se hunde. Sigo lamiendo. Como ella está esposada con las manos detrás, su culo queda ligeramente al aire. Lo aprovecho y clavo uno de mis dedos en su ano sin mucha delicadeza.

  • Ah!!! Clávame la polla de una vez, me estás haciendo sufrir cabrón!

Levanto la mirada. Mi mujer ha desaparecido.

  • Calla guarra. Eras mi puta, ¿recuerdas? Pues vas hacer lo que yo quiera.

Aparece de nuevo mi mujer por la supuesta puerta del baño. Cámara en mano, pero ahora enfundando un arnés que sujeta una polla que está siendo acariciada por la mano que le queda libre. Mi sorpresa es mayúscula, claro, eso significa que ella también se la quiere tirar! De pronto me siento aún mucho más excitado, mi mujer se acerca. Sigo con un dedo en el culo de la mujer y mientras mi esposa se me acerca y me coloca esa polla ante la cara, sin dejar de acariciarla, grabando. No lo dudo y me la introduzco en la boca. Está caliente, creo que mi mujer le ha puesto algún tipo de líquido. No he chupado una polla en mi vida, pero la idea que mi esposa está grabando me excita e intento comérmela con todo lujo de detalles.

De pronto mi esposa se separa y me indica que levante a la mujer. Lo hago, con la mano me señala la columna y la conduzco hasta ahí. Cuando llegamos, mi esposa me separa de ella y me da la cámara. Se gira, se mira a la mujer y sin dudarlo empieza a lamerle los pezones. Después de unos segundos ensimismado enfoco la escena. Mi mujer le come las tetas de una manera exagerada, sacando la lengua todo lo que puede mientras sus manos empiezan a recorrer todo el cuerpo de la mujer que se estremece.

  • No sé si podré aguantar mucho – dice.

  • Calla zorra, aún no te he follado – le digo bien cerca de mi mujer para que no se note la distancia.

  • Hazlo ya, fóllame ya!

Pero mi mujer sigue sobando su cuerpo. Veo su mano acariciando los genitales de la otra, que gime. Entonces la gira, la pone de espaldas a ella y empieza a sobarle el culo, a pellizcarla, a darle palmadas. A cada palmada la mujer da un pequeño grito. Entonces mi mujer me señala el sofá, quiere que me vaya para allá. Le hago caso. Desde el sofá el encuadre permite visualizar a ambas mujeres de cuerpo entero, así que en el momento que mi mujer clava su verga en el coño de ella los movimientos, los gestos de ambas quedan registrados. La mujer se estremece y pega un alarido, se convulsiona y empuja su culo adelante y atrás chocando contra el vientre de Sofía. Ella empuja con todas sus fuerzas. Agarra por las caderas a la mujer y no deja de darle palmadas en el culo.

  • Sí, sí, fóllame, no pares cabrón, fóllame, sigue!

La mujer no ha notado que quien se la folla es una verga de juguete. Sin duda mi mujer había planeado hasta el último detalle. Había conseguido una polla muy realista y la había untado con un líquido con el fin de obtener una temperatura que no fuese sospechosa. Eso, y la excitación monumental de la mujer, hacían que ésta no se diera cuenta del engaño.

Atónito seguía la escena: mi mujer follándose a otra tía y ésta pensando que era yo quien lo hacía. Estaba muy cachondo pero no sabía qué hacer, mi mujer dominaba la situación, así que decidí no hacer nada que ella no indicara. Pero parecía que ella, esta vez, me había reservado el papel de espectador.

De pronto mi mujer saca la verga y obliga a la mujer a ponerse de rodillas en el suelo. Como tiene los brazos detrás de la espalda pierde el equilibrio un instante, pero mi mujer la agarra de un hombro. Veo como se coloca justo detrás y le abre los glúteos con la otra manos, como hunde la cabeza en su culo. Sofía ha colocado a la mujer de tal forma que queda de frente a la cámara. Puedo ver la expresión de placer infinito en su rostro, como se muerde los labios y como cuelgan sus grandes tetas, como se mueven rítmicamente cada vez que mi esposa le clava la lengua en el culo. Entonces Sofía se levanta y con una mano dirige su polla al culo de ella. Durante veinte segundos realiza pequeños movimientos con el juguete hasta encontrar la posición exacta, la introduce ligeramente, la saca y se la clava de golpe. La mujer grita y yo noto como mis testículos se remueven atrapados por el pantalón.

Sofía encula a la mujer sin compasión y yo intento que no se pierda detalle. Enfoco las tetas de la mujer, esas hermosas y grandes tetas que ahora se mueven de forma abrupta, ella chilla, grita sin ningún tipo de precaución. Yo noto mi sexo duro. Y Sofía sigue empujando, empujando cada vez más violentamente.

  • Me corro, ya no puedo más, me corro!!! – grita la mujer.

Y así, se convulsiona, no puede más y su cabeza reposa en el suelo mientras gime como una bestia. Sofía aminora el ritmo, pero aún está un par de minutos entrando y saliendo del culo de ella que sigue gimiendo. Entonces para. Retira su verga del culo de la mujer y se levanta. Viene hasta el sofá. La mujer sigue en el suelo con la respiración afectada. Sofía me levanta, me mira, me besa. Entonces abre mi bragueta y me obliga a quitarme los pantalones. Agarra mi polla con su mano y la mueve. Me siento correr de un instante a otro, pero Sofía me conduce hasta quedar enfrente de la mujer. Toma la cámara de mi mano y me besa de nuevo antes de desaparecer por la puerta.

Quito las esposas y el antifaz a la mujer. Ella me mira con lascivia, como queriéndome agradecer el buen rato que cree le he hecho pasar. La incorporo e introduzco mi polla en su boca y ella me la chupa con ganas, hasta el último milímetro de piel. Cuando veo que no aguantaré mucho más la saco de su boca y la coloco entre sus tetas. Quiero correrme apretado en esos hermosos y grandes pechos. Ella sonríe y las aprieta con sus manos mientras empieza a moverse arriba y abajo. Me corro, mi leche sale expulsada con fuerza contra su barbilla, su cuello. Cuando no puedo más caigo al suelo, jadeando, mientras ella esparce todo mi semen por su torso.

Mi mujer y yo no comentamos esa experiencia. De hecho pasaron unos meses, algunas otras experiencias que igual les cuento otro día, hasta que un día, viendo las noticias en la televisión mi mujer divertida me dice:

  • Mira, ese es mi jefe!

Pero lo realmente sorprendente es que justo detrás de ese hombre, en segundo plano, está una mujer morena, de unos cincuenta años con expresión melancólica. Es ella.

  • Anda, mira, y detrás está Julia, su mujer – dice alegremente Sofía.

(gracias por su lectura. Le agradecería muchísimo sus comentarios)