Tienda de campaña

¿Una historia sin escena de sexo puede ser un relato erótico? Seguramente más de uno pensará que el relato termina cuando empieza lo interesante... PD: después de tanto "otro texto" prometo volver con relatos más al uso.

La idea era follar todo lo posible, pero pasaban los días y seguíamos a dos velas. En el grupo de amigos habíamos decidido pasar parte de las vacaciones de verano en la costa. Un camping, nuestro presupuesto ni siquiera nos daba para uno de esos hoteles cutres atestados de turistas. Álvaro, Sergio, David y yo. A principios de Agosto cargamos el destartalado coche de segunda mano de Sergio con un par de tiendas de campaña, poco equipaje, muchas ganas de fiesta y, bien provistos de condones, para allá nos fuimos, a un pueblecito entre Barcelona y la Costa Brava.

Las mañanas eran de sol, playa y resaca, las tardes de siesta y expectativas y las noches una frustrante sucesión de intentos de ligar en las discotecas de una localidad vecina. Mira que lo intentábamos, pero parecía que, como el viejo coche, nosotros también lucíamos la “L” de novatos y todo acababa siempre en un no, un non, un niet, un nay. Tan desesperados estábamos por la ebullición de nuestras hormonas bajo el sol, que hasta una mañana cogimos las colchonetas y fuimos remando hasta una cala nudista próxima a la playa. Ver dos alemanas sesentonas y gordas en pelotas no sé yo si nos compensó la insolación y el esfuerzo para regresar a nado contracorriente. Especialmente cuando en nuestra playa estaba ELLA. Hasta bien entradas las vacaciones no supimos que se llamaba Elke, entonces nos referíamos a ella por La Sirenita, apodo que le puso David al verla salir del agua. Y es que aquella imagen, verla caminar desde la orilla hasta tenderse en la toalla, era algo que  se nos grabó en la memoria desde el primer día; y eso que cada vez que emergía de las aguas aportaba un nuevo detalle, sus manos apretando la trenza para exprimir el agua, un ligero movimiento de sus dedos para, como quien no quiere la cosa, separar la tela del bikini de su piel, una gota que resbalaba por su vientre plano con la misma velocidad que caía la baba de nuestras bocas mientras la mirábamos… Había otras cosas que no cambiaban en ninguno de sus baños: su sana costumbre de hacer topless, el tono anaranjado que le iba dejando el sol o la dureza que el agua de mar daba a sus pezones.

El caso es que, a pesar de su marido, de los tres niños que correteaban alrededor de su toalla y de que no teníamos absolutamente ninguna posibilidad con ella, la sirenita nos tenía locos y con quemaduras de segundo grado en la espalda de tomar el sol boca abajo para disimular las erecciones cuando se bronceaba a nuestro lado.

- Joder qué tetazas… - dejaba caer alguno- tiene que hacer unas cubanas maravillosas -.

- Cuando vayas al chiringuito haces como que te tropiezas y te caes encima - le respondíamos cualquiera. O bien, - ¿por qué no le preguntas si quiere que le des cremita? -

- ¿Será sueca? - preguntó Álvaro.

- U holandesa, qué sé yo, el caso es que está buenísima - respondió Sergio.

- Na… no tenéis ni idea. Es teutona - zanjé yo y empezamos a reír, que era lo poco que podíamos hacer. Reír, vacilar aprovechando que ni ella ni ninguno de los turistas del camping parecía saber ni papa de español y seguir con la mirada oculta tras las gafas de sol el hipnótico botar de sus tetas mientras caminaba.

Ni la Sirenita ni ninguna otra parecía que iba a sucumbir a nuestros encantos, y ya empezábamos a estar desmoralizados. Tanto que aquella noche preferí quedarme en  la tienda de campaña y no salir de marcha con mis colegas. Me entretuve jugueteando con el móvil hasta que la batería dijo basta, y entonces, aburrido como una ostra, empecé a deambular por las instalaciones del camping. Resultó que esa noche, en la terraza del bar había una especie de fiesta. Poco más que un baile infantil o para guiris, jubilados y/o borrachos. Mientras unos bailaban al son de las canciones del verano, otros miraban tomándose una sangría fría apoyados en la barra. Como no tenía nada mejor que hacer, les imité, y pedí una cerveza. Hete aquí que al girar la cabeza y mirar a mi derecha me encontré con un cabrón con suerte: el marido de la Sirenita. Bastó seguir su mirada para encontrarme con ella; reía mientras bailaba con sus hijos. Iba vestida todo lo púdicamente que se puede ir vestido una calurosa noche de Agosto: llevaba una camiseta de tirantes que los focos de la discoteca móvil hacían parecer aún más blanca, unos shorts y, al final de unas piernas eternas, bronceadas y torneadas, pero sobre todo eternas, unas sandalias plateadas; sin embargo mi imaginación la veía como todas las mañanas en la playa, medio desnuda, sudorosa y una forma de contonearse completamente hipnótica. No sabría decir cuántos hits veraniegos la vi bailar, sólo sé que al cabo de unos minutos bajo el bañador, perfecta indumentaria veraniega tanto de día como de noche, ya se empezaban a notar los efectos de observarla. Si seguía haciéndolo iba a tener plantada allí otra tienda de campaña, ¡y con su marido a mi vera!, así que me di media vuelta y pedí, casi exigí, que la nueva lata de cerveza saliese directamente del congelador, a ver si se me pasaban los calores.

Parecía surtir afecto el truco de la cerveza hasta que sentí hablar a mi lado. No sé porqué diablos miré, pero lo hice, y además de encontrarme un sol tatuado en el hombro desnudo de la Sirenita a quince centímetros de mi cara, vi como trataba de arrastrar a su marido a la pista de baile mientras éste se resistía ante las risas de sus tres pequeños. Al verme, él pareció encontrar una escapatoria y me señaló; no sé lo que dijo, pero le hizo volverse a ella, y en un rápido movimiento, me agarró del antebrazo y tiró de mí. Cuando quise darme cuenta estaba de pie, camino del baile, y tratando de hacerle ver que yo no sabía bailar, por más que las canciones se empeñasen en decirme cuando tenía que ir suavecito para abajo, hacer un movimiento sexy o poner una mano en la cintura y deja que mueva, mueva, mueva… Sí, ya sé, vais a decirme que verte bailar con una tía buena no es la peor de las situaciones, pero en aquel momento me vi perdido. La única escapatoria se me cerró cuando se acercó su marido con el más pequeño de sus hijos dormido en brazos y dijo algo que la música a todo volumen me impidió comprender. Acompañó la frase con un guiño y una palmada en mi hombro, y por más que lo he pensado nunca he podido entender ese gesto; no sé si quería decir, te la dejo toda para ti, disfrútala, o cuídamela, o como intentes algo te corto la picha en brunoise…

El caso es que pasaron unos minutos en los que yo me mostraba ausente, moviéndome como un autómata y evitando mirar sus ojos verdes, su sonrisa de anuncio, el contoneo de su cuerpo… Bailamos hasta que mi poca iniciativa invitó a hacer una pausa acodados en el bar. Pedimos dos cervezas bien frías; mientras yo tomaba un primer trago, Elke, se me había presentado con ese nombre y yo no me atreví a confesar que ya lo conocía de haber oído llamarla en la playa, tomó su lata en la mano, y lento, muy lento, fue refrescando su cuello, sus brazos. Al ver aquello, yo tuve que forzar la garganta; creo que además de líquido en aquel gesto descendió por mi cuerpo, desde el cerebro y hasta instalarse definitivamente en mi polla en forma de incipiente erección, todo el deseo acumulado durante las vacaciones.

- It’s hot here - dijo.

- Sí, sí,hot, very hot, ni que lo digas - le contesté.

No volvimos a bailar, pero aquello no me libró de tener su imagen contoneándose frente a mí clavada en el cerebro. Cuando terminamos la bebida comenzamos a andar por el camping. Si no me trajese tan loco, sería una delicia pasear entre las caravanas y tiendas junto a ella, y además me servía para practicar el inglés. Aunque al llegar a nuestra parcela, con las dos tiendas de campaña plantadas, me serví de un gesto para decirle que yo me quedaba allí. No sé porqué, pero se autoinvitó.

- Where are your friends?- preguntó al ver las mochilas apiladas en la entrada de la tienda.

- Con un poco de suerte estarán tirándose a alguna guiri - fue lo primero que salió por mi boca.

- Sorry - dijo con cara de no entender nada.

- Esto…they went to the disco - le aclaré.

- Ah, ok -.

Confundido, con las piernas fuera y el tronco dentro de la tienda, me senté con la mirada perdida en la noche, y ella me imitó. La conversación fluyó con tranquilidad, entre el rumor del tráfico constante al otro lado de la valla y la música de fondo que seguía sonando en el bar del camping, aunque lo único que yo conseguía escuchar era la melodía de su voz y su risa cuando era incapaz de encontrar la palabra en inglés para lo que fuera que quisiera decir. Me estiré para alcanzar la nevera y apurar la noche con una cerveza más. Y entonces, al incorporarme de nuevo, vi que mi entrepierna lucía una erección que incluso en aquella media luz, fue visible también para ella. Darle conversación, traducir mentalmente, intentar sacar una sonrisa de sus labios carnosos y controlar las reacciones físicas de mi cuerpo, era demasiado trabajo para una noche de Agosto, no obstante, me excusé:

- I’m sorry… -.

- Don’t worry about it - dijo ella.

Se lo agradecí con una sonrisa y puesto que ella me invitaba a “don’t worry” ya ponía yo el “be happy” y me dejé caer lentamente hacia atrás, esperando que el bañador contuviera la polla, aunque fuera en vertical. Elke, con su manía de imitarme, se dejó caer también, el brazo derecho pasando por detrás de la cabeza a modo de almohada, una sonrisa iluminada por la perfección de su dentadura, y su ombligo tostado amaneciendo al recogérsele ligeramente la camiseta.

- Could you - comencé a decir, y antes de que mi cerebro fuese capaz de saber qué pedirle a cada parte de su cuerpo, ella musitó un Yes con una ese que se alargó en el tiempo.