Tiempos Salvajes

Humanidad en franca decadencia. Se ha perdido la tecnología y, lo que es peor: la justicia. Unos pocos maltratan a todos los demás y lo hacen pasar por legal. A ella le ha tocado estar en la masa sojuzgada.

Tiempos salvajes:

Humanidad en franca decadencia. El siglo XXI se prometía perfecto, tecnológico, limpio… Los seres más miserables de la creación pusieron al mundo de rodillas: los virus. El SARS-Cov-2 (Covid-19) fue el primero en 2020… luego llegaron otros.

Los virus trajeron la enfermedad y la muerte. Después vino la crisis. Los muertos por hambre… Las guerras comerciales. Las guerras de verdad… Resultado: una colección dispersa de micro-estados enfrentados, intentando sobrevivir sobre un planeta reseco y agotado. El Far-West, el medievo… fueron tiempos salvajes. Éste lo es más.

Recojo una nota en el correo… Ya sé lo que es. Me dan sólo dos días de plazo para pagar el alquiler… el de este mes y los otros dos que debo. Si no pago, al tercer día vendrá la policía. Antes se conformaban con el desahucio. Ahora te llevan a la cárcel. Una deuda de seiscientos tokens no es mucho pero no los tengo…

Me lío la manta a la cabeza… Vendo lo que aún tengo con algún valor: pendientes, pulseras, incluso ropa y zapatos. No junto más de ciento veinte tokens.

Noche cerrada. Voy a una casa de juegos clandestina. Aquí puedo ganar suficiente… No se me da mal el Black-Jack…

Voy bien… Ya tengo casi cuatrocientos…

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Debe ser por la mañana. He perdido todo… Los matones que guardan el antro me señalan la puerta. Camino lentamente. Salgo a la calle. Me hiere la luz del día. Cierro los ojos… No he dormido nada. Me quedan dos inútiles monedas de cobre y el carnet en el bolsillo.

Me dirijo lentamente a la comisaría. Les voy a ahorrar el trabajo de capturarme. He oído que si te entregas dentro del plazo de pago, la condena es menor.

Tengo que esperar un poco en recepción. Un agente atiende a la gente tras un mostrador. Cuando me toca, se dirije a mí amablemente. Le cuento la razón de mi visita. Usa el viejo teléfono. Viene una mujer:alta, robusta… una percherona rubia. Me lleva a un despacho. Paredes que necesitan pintura, muebles viejos… Se sienta tras la mesa. Me invita a sentarme enfrente.

Me pide el carnet. Me hace cubrir papeles. Comprueba los datos. Debo escribir una declaración… Declaro que debo dinero, es el último día del plazo y no puedo pagar. Aún tengo la notificación… Ella guarda todo en una carpeta. Entonces coloca un objeto siniestro sobre la mesa:

Fue cuando comprendí que aquello se iba a poner feo, muy feo. Ella comienza a hablar:

  • Te vamos a retener. Comprobaremos la deuda con los dueños del apartamento. Si sigue pendiente mañana, irás al penal.

Yo no podía seguirla, sólo podía ver aquellos rudos brazaletes metálicos. Los imaginaba apretándose sobre mis muñecas, sin piedad.

No tenía ninguna posibilidad. El apartamento era de un banco, como todos. No tendrían piedad. Por supuesto, que la deuda seguirá pendiente mañana… No tengo ningún ángel de la guarda.

  • Las manos -dice la oficial.

Resignada, extiendo las manos hacia ella. ¡¡Ayyy!! Siento el primer grillete apretándose. Es un ruido metálico, como una cremallera o una llave de carraca. Los dientes avanzan y nunca vuelven atrás.

Segundo grillete. Evito tirar pero noto las manos juntas, la pérdida de libertad.

La mujer me zarandea bruscamente, me pone contra la pared, con las manos levantadas y apoyadas en ella.

Me cachea sin pudor… Noto sus sucias manos recorrer mis medias blancas. Me toquetea todo el short, coño incluido. Registra los bolsillos. Extrae las monedas.

  • ¿No tienes nada más?
  • No…
  • Todo lo que llevas encima y todo lo que encuentren en tu piso, hasta las bragas, será empeñado. Rebajará un poco tu deuda…
  • ¿Cuánto tiempo iré a la cárcel?
  • Lo que tardes en pagar… El trabajo en la cárcel se paga por productividad. Te descuentan la ropa, la comida y dos pares de grilletes.
  • ¿Grilletes?
  • Un par para las manos y otro para los tobillos.

No sigo preguntando… esto cada vez va a peor. Me sigue cacheando, ¡¡¡Ehhh!!! me toca las tetas. Comprueba que no llevo joyas ni bisutería alguna. La vendí…

Me quita el cinturón. Noto el pantalón flojo… casi me cae. Años deseando adelgazar. Con el agobio desde que perdí el trabajo, lo he conseguido… En la cárcel seguro que me mantengo delgada.

Agarra la cadena de las esposas y tira. Me lleva por pasillos oscuros. Mal pintados. Escaleras empinadas. Sé que el edificio fue un mercado de ganado. Creo que estamos bajando a lo que fueron las cuadras.

La mujer abre una puerta metálica. Me obliga a quitarme las playeras y me empuja dentro. Oigo como cierra la puerta. Echa el enorme cerrojo, oigo el chasquido del candado asegurándolo.

Es un habitáculo minúsculo… debió haber sido usado para ganado. Cuadrado, no llega a dos por dos metros. Las paredes negras de la humedad. Un colchón mugriento en el lado derecho, sobre él una manta raída y sucia. A la izquierda hay una especie de orinal. Una letrina con sólo un orificio y dos soportes para los pies. Hay un grifo en la pared… Aquí debió estar el abrevadero de un cerdo, me parece que aún huelo la mierda.

Sigo esposada… Parece que estas son “mis esposas” y las voy a tener que pagar. Aún no he visto los grilletes de tobillo.


La condena y el 1% mensual:

Van tres día aquí encerrada. Tres veces al día: desayuno, comida y cena; me pasan una bazofia que haría vomitar a cualquiera. La como porque sé que voy a necesitar fuerzas. Ni siquiera veo a la guardiana cuando me pasa la comida. Lo hace por debajo de la puerta, hay un espacio de unos diez centímetros, una de mis escasas fuentes de luz. No hay ventanas ni luz artificial. La otra fuente de luz es un ventanuco enrejado en la parte superior de la puerta.

Con mi primera comida, sí que abrieron la puerta. La misma oficial que me encerró entró decidida con un par de gruesos grilletes de acero. Me ordenó darme la vuelta y arrodillarme y oí como los aseguraba con candados alrededor de mis tobillos. Después de eso me quitó las esposas y yo, ingenuamente, pensé que podría vivir sin ellas, ahora que no puedo correr y me cuesta caminar.

Al segundo me colocó otro par. Idéntico salvo por un número grabado en ambos brazaletes: “6283185”. El mismo número está grabado también en los grilletes de mis tobillos.

  • Es tu número de detenida. Cuando se regularice tu condena será tu número de prisionera. Nadie te llamará por tu nombre. Eres 185. Con ese número se controlará tu productividad y tu deuda.

Y así llevo unas sesenta horas más. Tumbada sobre el colchón y la manta. Sujeta de pies y manos.

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¿Qué? Acabo de tomar el desayuno-bazofia. La puerta se abre. Es una oficial más joven, morena, delgada; pero alta y fuerte. Con expresión dura.

Me ordena levantar. Me coge por las esposas y me conduce por el pasillo.

Me lleva a un despacho, un hombre espera tras una mesa. Me sientan frente a él y nos dejan solos.

Saluda intentando ser amable. No parece demasiado severo. Se coloca las gafas. Levanta unos papeles para leerlos. Comienda a hablar.

  • Se ha confirmado la deuda: sesicientos tokens. Se han comprobado sus cuentas y se ha registrado su apartamento. No tiene nada más, ¿No puede pagar?
  • No…
  • Eso la convierte en culpable de deuda delictiva. Habría una multa de otros sesicientos pero se reduce en un 33% por entrega voluntaria. Total: 1000 de deuda inicial.

Se calla un momento, me mira por si tengo algo que decir. No me atrevo a abrir la boca. ël sigue:

  • Se le cargarán, a mayores, los costes del encarcelamiento: traslados, vestuario, seguridad… Se descontará el dinero obtenido de la subasta de bienes. Ambas cantidades serán pequeñas.

Cada mes, recibirá un informe con el saldo: deuda anterior más gastos de manutención, menos beneficio producido por su trabajo ese mes.

  • ¿Cuando el saldo sea cero me liberarán? -me atrevo a preguntar.
  • Sí… por supuesto. Incluso si llega a ser negativo se le entregará la diferencia. Pasará a un programa de inserción. Vivirá en una vivienda compartida haciendo trabajo comunitario remunerado hasta que pueda mantenerse. ¿Entendido?
  • Entendido.
  • Falta un detalle: los intereses.
  • ¿Intereses?
  • Las deudas con el estado tienen un interés del doce por ciento anual: uno por ciento mensual. Después de sumas y restas, su saldo será incrementado un uno por ciento, ¿Entendido?
  • Sí...

Respondo con un monosílabo por no tartamudear… No puedo hacer cuentas ahora pero ese interés parece diseñado para que la deuda no acabe nunca o, incluso, crezca. No me ha dicho cómo valoran el trabajo. Me temo que he sido atrapada por un nuevo sistema de trata de esclavos…

No me dedican más tiempo. El hombre llama a la agente. Ella me lleva a una habitación vacía. Sólo hay un banco de madera y, sobre él, una extraña prenda de color azul claro.

Me obliga a arrodillarme sobre el banco. Me quita los grilletes. Después las esposas.

  • Desnúdate, todo fuera...

De mala gana, me quito todo. Pantalón corto, medias, camiseta…

  • Sujetador y bragas también.

Obedezco de mala gana. Me señala una pequeña puerta en la esquina… no entramos por ahí. Me lleva allí desnuda. Es una ducha. Me he de duchar con agua fría… Es un alivio lavarse pero me siento helada. Me da una toalla áspera. Ha guardado mi ropa en una bolsa.

Me da la prenda azul.. Es una especie de camisón de tirantes. Lo pongo y ella me vuelve a poner las esposas.

Ella abre la puerta y llama a gritos a un tal Roberto. Entra un hombre con una caja de herramientas. Entre ambos me vuelven a engrilletar los tobillos. Ahora no los cierran con candados, colocan unas argollas metálicas y las aseguran doblándolas sobre sí mismas con alicates. Lo veo de reojo. Para liberarme no bastaría una llave, haría falta una cizalla.

  • No mires -me grita la mujer.

Me lleva a otra sala. Me toman las huellas con papel y tinta. Me hacen fotos.

Me lleva, de nuevo por los pasillos tirando de las esposas. De nuevo, bajamos a un semisótano… Me lleva a una sala grande, sin divisiones. Hay gruesas columnas en el centro. Hay colchones repartidos por las cuatro paredes laterales. Al menos hay ventanucos enrejados en una de ellas.

Veo mujeres tumbadas en el suelo. Me miran fijamente sin hablar. Se mueven en el suelo sin levantarse. Oigo tintineos metálicos, están sujetas de pies y manos como yo.

Me obligan a sentarme en un colchón vacío…


Traslado al infierno:

Llevamos tres días más aquí. Cuatro mujeres encerradas en cuatro paredes sucias. Un retrete inmundo, una pileta sucia y una ducha con agua fría compartidas entre todas. Bueno, ahora somos cinco porque acaba de llegar una infeliz más. La sientan a mi lado… Después de un rato de mirarnos en silencio comenzamos a hablar.

Cuarenta años, me lleva diez. La fueron a buscar por una deuda impagada, me suena. Recibió a los policías con un gran cuchillo de cocina en la mano… Eso lo empeora un poco. Realmente, da igual, me dice. Es su tercera condena. Ahora ya no habrá deuda ni cuentas mensuales. Será condena perpetua…

  • ¿Te puedo preguntar por qué fueron las dos anteriores? -me atrevo a decir.
  • También deudas… Es el ochenta por cien de condenas. Hiciste bien en entregarte. Eso reduce la deuda y, aunque no lo digan, te tratarán mejor. Tu deuda no es muy grande.
  • Pero con los intereses…
  • Entre los intereses y lo mal que valoran el trabajo, tardarás dos o tres años. Está calculado así… Por un asesinato te ponen una indemnización de cinco mil y una multa de lo mismo y la deuda crece todos los meses. Es una cadena perpetua encubierta. Una profesora condenada hizo la cuenta. A partir de tres mil tokens es casi imposible que la pagues, ni con la capacidad de trabajo de un buey.

Me quedo en silencio… aterrada, intentando consolarme porque aún estoy en cifras abarcables. Ella continúa:

  • Intenta no estar enferma un mes… la deuda crecerá y perderás el trabajo de dos o tres meses.
  • ¿Y eso de la reinserción después? -le pregunto.
  • Es casi como la cárcel. Te dan ropa de beneficencia. Vives en un cuchitril y trabajas de sol a so: limpiar calles, arreglar parques. Todos aceptan el primer trabajo que encuentran, aunque sea limpiar letrinas… Sales de allí, pero tus posibilidades de volver a caer en una nueva deuda son altas.

Sigo hablando mucho tiempo con esta chica. Es el primer encuentro no desagradable que tengo aquí dentro. No sé por qué no me quiere decir su nombre, ni que yo le diga el mío… Somos “185” y “186”. Al parecer es una costumbre de la cárcel… No sólo las guardianas nos llaman así… entre nosotras también. Al salir recuperas tu nombre y piensas que “nunca has sido la prisionera 185”.

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Esa noche, las celadoras entran violentamente en el habitáculo. A gritos nos ordenan levantarnos y salir en “fila india” por la puerta. Estamos todas condenadas. Nos dijeron que, en cualquier momento, nos trasladarían… “186” me dijo que solían hacerlo en momentos impredecibles.

Al salir de la celda nos dan un par de sandalias… más bien de chanclas de esparto de bajo coste. Una guardiana mira un segundo a mis pies, coge un par de las pequeñas y las deja caer delante de mí. Hago como todas, intento calzarlas sin usar las manos. Con la derecha puedo. La izquierda se da la vuelta y debo agacharme para colocarla. Todas seguimos encadenadas y esposadas.

La verdad es un alivio, no ir descalza. Salimos a una especie de muelle: un pasillo que acaba en una puerta elevada sobre el nivel de la calle. La parte trasera de un camión está pegada a la puerta. Las guardas nos “pastorean” porra en mano. La “caja” del camión está dividida en dos por una valla metálica. Nos hacen entrar en el lado derecho. Hay un banco adosado a la pared, allí nos sientan.

Cuando se sienta la última (“186”), cierran el habitáculo. Una puerta del mismo material que la valla encaja en la entrada y la aseguran con un candado.

Esperamos inmóviles y mudas en el banco. No sabíamos, al menos yo no sabía a qué esperábamos…

En unos minutos se resuelve: por el pasillo se oye el ruido de varios guardias porra en mano y un lastimero tintineo de cadenas. Traen más prisioneros, ahora hombres. Van encadenados y esposados igual que nosotras. Llevan los mismos camisones y las mismas chanclas.

Son seis desgraciados. Los encierran en la otra mitad del camión. Al cerrar ambos lados con las puertas de malla metálica, vuelven a cerrar con otro par de puertas metálicas. Al faltar la luz del pasillo, dentro del camión se hace la oscuridad. Sólo hay un par de ventanucos enrejados en la parte superior de cada pared. Entra muy poca luz, es de noche y hay una pobre iluminación urbana. Acorde con la decadencia del mundo.

Por fin, el vehículo arranca… Circulamos lentamente, sin saber por dónde ni hacia dónde. Bueno, tengo ventaja. “186” me lo ha contado: nos llevan a un tren… A uno de los llamados “trenes prisión” que trasladan presos al penal… Nuestro maltrecho país sólo tiene un penal: “Valle Negro”. El nombre es siniestro pero adecuado… En la montañosa región norte, existen importantes yacimientos de carbón… La humanidad ha tenido que recuperar este combustible… Para calentarse en invierno, para producir electricidad, para mover los trenes e incluso algunos barcos.

Uno de los yacimientos más importantes está en una extraña península. Un círculo montañoso de veinte kilómetros de diámetro rodeado por el mar y unido a tierra por una estrecha lengua rocosa de apenas veinte metros de ancho.

Entre las montañas, existe una explotación de carbón a cielo abierto trabajada exclusivamente por presos. La famosa “productividad” en la cárcel es el número de kilos de carbón que cada uno puede arrancar al día… El trabajo, básicamente, es picar piedra negra…

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El camión para… Tardan pero abren las puertas. Acercan una rampa de madera para que bajemos. Estamos en el aparcamiento de la estación… No hay nadie, a esta hora no hay trenes. Varios guardianes y guardianas nos custodian porra en mano. Veo otros más lejos con escopetas amenazantes en sus manos.

Nos llevan a un andén… entramos por una puerta del muro, no pasamos por la terminal de pasajeros. Debemos esperar de pie en la plataforma de cemento… Hace frío… El silencio es absoluto. Los guardias nos rodean y nos miran fijamente.

Casi media hora después llega el tren… Locomotora de vapor… lento, ruidoso. Frena delante de nosotras. Nos obligan a subir a un vagón vacío…

Por dentro recuerda a la cárcel de donde venimos. Sólo que alargada y estrecha. Hay colchones por el suelo. Algunos taburetes. Sólo algunas ventanitas enrejadas en la parte superior de las paredes. Cierran por fuera y nos dejan en la oscuridad.

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Empieza el viaje, es lento. El tren traquetea. Cuesta dormir. Por el día entra algo de luz por las ventanas. Subiéndome a un taburete consigo ver el exterior, a ninguna más parece interesarle. El paisaje en general es árido, salvaje, lleno de plantas espinosas. A veces, aparecen campos verdes, árboles…

Hay paradas, muchas paradas. Suben a prisioneros y prisioneras a otros vagones. En una parada suben a dos mujeres más a nuestra jaula. No sé como los reparten… supongo que suben a los nuevos al vagón más vacío.

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Pasan días… Creo que llevamos cinco días de viaje. Debemos estar recorriendo todo el país. Estamos más al norte. Hay más vegetación, la temperatura es más fresca durante el día. La comida es escasa y mala.

Por fin veo el mar en el horizonte… el mar, no pude venir a verlo cuando era libre. En poco tiempo el tren enfila un estrecho pasillo. Es el istmo… nuestro infierno está ahí delante.

Vamos en el primer vagón. Veo como la vía pasa por debajo de un enorme portón metálico. El tren frena frente a él. La gran puerta se abre y el tren entra lentamente. Con enorme curiosidad, veo como paramos ante un andén que se va llenando de guardias. Llevan porras, no veo armas de fuego.

Tenemos que esperar un rato pero abren el vagón y bajamos. Nos hacen caminar en una lastimera fila. Empezamos siendo cinco y creo que ahora somos seis veces más.

Tenemos que caminar hasta la mina. Debemos atravesar varias puertas para salir de la estación. Las abren cuando llegamos, las cierran tras nosotros. Seguramente aquella estación era el único punto de salida factible. El lugar parecía fuertemente vigilado.

Ahora el camino es de tierra. Debemos caminar durante casi una hora. Lentamente. Con las montañas al fondo. Cruzamos las montañas por un túnel. También está vigilado y protegido por varias puertas.

Al otro lado econtramos un paisaje extraterrestre. Parecían haber excavado un enorme cráter entre las montañas. Estaba todo cubierto de piedra negra… sí, carbón. Auténtica hulla grasa. La falta de maquinaria obliga a extraerla casi a mano, con enormes cantidades de mano de obra: nosotras.

Nada más llegar comienzan cortándonos el pelo casi al cero, utilizan una cortadora eléctrica.

Me siento casi desnuda sin mi pelo. Humillada, despojada de mi feminidad. Nos llevan al barracón donde dormiremos…

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Voy aprendiendo las reglas de la cárcel. Soy “185” para todos, para todo… Llevo y llevaré siempre los grilletes en los tobillos. SIEMPRE.

Dormimos en el barracón, encerradas. Dormimos con las esposas en las manos. Es horrible, incómodo, sádico.... pero así son los guardias. Les gusta hacernos sentir indefensas. Quieren que pensemos que estamos a su merced, así obedeceremos siempre… SIEMPRE.

El desayuno es bazofia… Pero hay que comerlo. Hay que tener energía como sea…

Después caminamos lentamente a la zona de trabajo. El trabajo es arrancar carbón con herramientas manuales… con pico y pala. Al llegar al lugar exacto de trabajo, el capataz me libera las manos… ¡¡¡Qué alivio!!! Sólo lo hacen para que pueda trabajar…

Los capataces son… ¡¡¡PRESOS!!! Presos que reprimen a los demás. Les dejan llevar un palo que usan como porra. Tienen la llave de las esposas, te liberan las manos para que trabajes, te las ponen de nuevo al terminar. Los guardias les dejan vivir mejor: con más y mejor comida… sin esposas en las manos. Ellos se lo ganan siendo más crueles que los guardias. Los guardias ahorran mucho trabajo. Los nazis utilizaron esta técnica en todos sus campos. Aun así los capataces caminan arrastrando las cadenas como los demás.

Tenemos que cenar más bazofia, esposadas. Tenemos que ducharnos con agua fría y esposadas. Los camisones tienen tirantes sujetos con botones. Se pueden poner y quitar con grilletes en pies y manos…

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Llega mi primer informe mensual…

  • 600 tokens de deuda delictiva.
  • 600 de multa pero se rebaja al 66% ⇒ 400.
  • 1000 en total.
  • 200 en gastos: detención, uniforme, traslado, grilletes (es un chiste)...
  • 150 empeñando todo lo que me confiscaron: ropa, enseres del piso… yo no logré tanto empeñando lo que creía de más valor.
  • Saldo inicial: -1050 tokens.
  • Manutención: 120.
  • Producción (valorando el precio por Kg y la cantidad extraída): 150.
  • Saldo: -1020.
  • Resultado de aplicar intereses (+1%): -1030.

¿Qué? En un mes, la deuda se ha reducido 20… Esto es un chiste malo. Como todos y todas, logré hablar con “la profesora”... Esta mujer, condenada a cadena perpetua, fue profesora de matemáticas. Ella sabe calcular el tiempo que durará la condena… Le doy el papel… No sé de donde sacó un lápiz… escribe en el reverso, hace cuentas.

  • Con tu ritmo de producción de este mes, salen 42 meses más. Más de tres años y medio. Normalmente, te acostumbras y la producción crece con lo que podrían ser tres años.

Vivir en el valle negro:

Llega la noche. Encerradas en el barracón, tumbadas en los colchones, todas intentábamos movernos lo mínimo para intentar ignorar las molestias de las esposas.

Dormito un rato… pero despierto. Me pasa todas las noches, no logro dormir del tirón. Al despertar, no puedo evitarlo… a tientas, desengancho los tirantes del camisón. Me lo quito… Yo misma me toco los pezones… los acerco a la boca y los lamo con suavidad.

Me toco abajo… empiezo despacio… empiezo a sentirme húmeda. Es lo que acabo haciendo todas las noches. Oigo a las demás dormir, incluso roncar…

¡¡¡Ehh!!! ¿Qué es esto? Noto un cuerpo cálido pegarse a mí… entreveo una sombra. Un par de manos buscan mi sexo y parece quieren continuar el trabajo…

No me resulta desagradable… recuesto mi espalda en el colchón y llevo las manos a mis senos. Las otras manos continúan masturbándome cada vez más rápido. Oigo el tintineo de la cadenita, también está esposada.

¡¡¡Ahhh!!! Ya no son manos… es una lengua… húmeda, caliente… me ha empezado a chupar suavemente.

  • Así, mejor que con la mano, ¿Verdad? -conozco la voz… “186”, suponía que eras tú.
  • Sí…. sí…. sí….

Ella sigue… sigue cada vez más rápido hasta que me corro. Después siento su cuerpo cerca, entrelazándose conmigo hasta donde nos dejan los grilletes. Está desnuda, su piel suave y cálida me resulta agradable. Sabía como me miraba, sospechaba que le gustaba desde el principio. A mí no me gustan las chicas, nunca me han gustado. Pero aquí, ahora, es lo único que tengo y nos puede ayudar a sobrevivir a las dos.

Desde esa noche, dormimos juntas todas las noches… Nos tocamos todas las noches. Nos consolamos todas las noches. Lloramos la una sobre la otra, todas las noches…

La profesora tenía razón, mi producción ha subido un poco. Vas ganando técnica. Te vas acostumbrando a todo… Cada día volvemos del valle negro tiznadas de carbonilla. Por mucha ducha de agua fría que tome hay puntitos negros en mi piel que no se van… seguramente no se irán nunca.


El plan:

Poco a poco fui conociendo a otras reclusas. La verdad es que creo que no hay ninguna que sea, lo que se diría, una criminal. Todas son personas que han tenido mala suerte.

No sé cuándo ni a cuál de ellas oí hablar por primera vez del plan. Pero ahora las conversaciones del barracón sólo van sobre eso: EL PLAN. Un plan de fuga…

Cada noche nos encierran, estamos encadenadas de pies y manos. ¿Cómo vamos a poder escapar?

Eso es lo que creen los guardias… Por eso hay poca vigilancia.

No hay vallas. La península entera es la cárcel. Estamos en una especie de poblado de barracones, justo delante del enorme agujero que han practicado entre las montañas para extraer el carbón… es como un pozo negro de varios kilómetros de diámetro.

El itsmo, por donde nos trajo el tren, es inexpugnable. Hay vallas, torres armadas, luces, perros… Aunque pudiéramos salir del barracón y librarnos de los grilletes no podríamos salir por ahí.

Pero existía un pequeño embarcadero. Estaba al final de un largo camino serpenteante que empezaba en el poblado y cruzaba por entre dos montañas. El camino eran unos diez kilómetros. Dos horas y media a buen paso.

Una chica del barracón no trabajaba en la mina… No en la extracción de carbón. Sino en el taller mecánico. Allí eran todos hombres y ella, la habían elegido por su gran habilidad con manos y herramientas. Era fundamental para el plan… No estaba muy vigilada, podía traer una pequeña cizalla bajo la ropa. Si no la echaban en falta, traería otra más la noche siguiente… Nos llevaría una hora mínimo, pero podríamos soltarnos y romper el candado que cerraba la puerta.

Faltaba algo… el pequeño puerto, en teoría, debía estar siempre vigilado. Otra de las chicas averiguó un curioso detalle. Cuando estaban de guardia dos agentes bastante lujuriosos, abandonaban su puesto. Venían al poblado en su vehículo y “sacaban para interrogarlas” a dos chicas del barracón vecino. Aquellas chicas habían sido putas y cambiaban sexo por comida y una noche sin esposas. Llevamos dos meses vigilando por los ventanucos. Ya sabemos cuando les toca guardía…

ESE ES EL PLAN… Pasado mañana, se ejecutará. Hoy “105” trae la primera cizalla, cogerá una del almacén de herramientas viejas… llevan meses o incluso años sin uso, no hay inventario…

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Estoy arrancando piedras negras en la cantera. La primera cizalla está escondida en el barracón. Esta noche traerá la segunda. En cuanto veamos que los guardias del embarcadero han abandonado su puesto, comenzará la fuga. Estamos todas nerviosas. Nos miramos sonriendo… Puede ser nuestro último día en este agujero negro.

Es muy peligroso… si nos ven salir, nos perseguirán, dispararán... Tienen armas y vehículos todoterreno… Hay que salir del poblado desapercibidas. Los guardias no suelen vigilar mucho por las noches. Se duermen en su puesto, beben, tienen encuentros sexuales…

Y aunque salga bien estaremos solas en lo que queda de civilización… Un fugado capturado, es reo de cadena perpetua… sin juicio. Les gustan poco los juicios…

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A media mañana ocurre algo… Algo tenía que ocurrir.

Un guardia viene y habla con el capataz. Me llaman a gritos…

  • “185”... Sí, tú, ven aquí...

Con el corazón a mil, camino hacia ellos. Veo al capataz rebuscar en la caja de las esposas. Está buscando las “mías”... Al llegar me señala las manos, yo las extiendo resignada. ¡¡¡Ayyy!!! Me las pone sin mediar palabra, aprieta fuerte.

El guardia agarra la cadena central y me arrastra por el camino. Me lleva al edificio de los guardias. Nunca entré aquí… Me deja en una habitación vacía. Sólo hay una banqueta de tres patas y una mesa, ambas de lo más básico. Me sienta en la banqueta y se va. La puerta no tiene manilla por dentro, habría que abrir con llave… estoy encerrada. Veo una ventana oscura frente a mí… seguramente, alguien me ve.

Aterrada, intento que no se me noten los nervios. Debería estar extrañada por esta aprehensión. No sé por qué me han traído aquí… eso debo decir.

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Por fin entra un hombre. Uniforme de oficial. No lleva armas, ni siquiera porra. Pero sí un par de esposas colgado del cinturón. Lo más raro es que traía una gran bandeja de fruta y una botella de vino tinto.

Coloca la bandeja en la mesa, delante de mí, abre el vino, echa un poco en una copa.

  • ¿Por qué me traéis aquí?, ¿Quién eres? -me atrevo a preguntar.
  • Necesito hablar contigo…
  • No tengo nada especial que decir.

Para mi sorpresa, el tipo me quita las esposas. Las deja sobre la mesa. Me acerca la fruta y el vino.

  • ¿Quieres un poco?

Claro que quiero… acostumbrada a ingerir pan duro, patata cocida, sopas insípiedas y pollo seco como mayor manjar.

Con un poco de miedo, empiezo a comer… y a beber. Me encantan las uvas, las mandarinas, el vino resbala por la garganta con facilidad. Noto el picor del alcohol… Hace tanto tiempo que no lo siento.

El tipo me deja comer, beber… Llevo tres copas seguidas. Me empiezo a notar mareada. Querría ir al baño.

  • ¿Quién eres?
  • Un interrogador…
  • ¿Y eso qué es? -pregunto casi con tono de broma, me empiezo a sentir borracha.
  • Soy un cabrón que te va a hacer hablar… Ahora cuéntame todo sobre vuestro plan de fuga.
  • ¿Qué dices? No hay ningún plan…
  • Vale… en pie.
  • ¿Me puedo ir?
  • Las manos sobre la cabeza...

No, no me puedo ir… El cabronazo ha dejado que me confíe… estoy borracha y me meo. ¡¡¡Ahh!!! Ha venido por detrás, me ha puesto un grillete en la mano izquierda. Me junta las manos a la espalda. ¡¡¡Ahhh!!! la otra mano. “Mis” esposas siguen sobre la mesa, me ha puesto otras, apretadas… con las manos a la espalda y las palmas hacia afuera… No puedo girar una mano respecto a la otra… las vi en su cinturón… no tienen cadena sino una bisagra intermedia. Esposada siempre te sientes indefensa, con este modelo mucho más.

¡¡¡Qué!!! Me está soltando los tirantes del camisón… la prenda cae sin más a mis pies. Me zarandea cogiéndome por un codo. Me duelen las muñecas. Me lleva a una esquina. El camisón queda en el suelo.

Me obliga a quitarme las chanclas… Pone la banqueta en la esquina. Me sienta en ella… Se coloca frente a mí. Me mira desde arriba, abre las piernas. Yo cierro la entrepierna como puedo, no quiero que me vea el coño… Querría, al menos, tapar las tetas pero no puedo. Si intento moverme me duelen las muñecas. Sé que me mira a los pezones con lujuria. Cierro los ojos esperando lo peor...

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  • Cuéntame todo sobre el plan de fuga -él insiste, yo contesto con los ojos cerrados, de momento, no me toca.
  • No sé nada… suéltame y déjame volver al trabajo.
  • ¡¡¡Qué ganas de trabajar!!! Tu condena sólo es por una deuda y todavía es pagable, lo sabes, ¿NO?
  • Sí…
  • Y conoces el castigo por los intentos de fuga, ¿NO?
  • Sí…
  • Pues, ¿Por qué te dejas liar?
  • Que yo no sé nada…
  • Tu compañera “105” robó una herramienta capaz de cortar metal.
  • Pues interrógala a ella.
  • Te he elegido a tí…
  • ¿Cómo que me has elegido a mí?
  • Eso, te he elegido a tí. Cuando se planea algo malo en un barracón, todas sus habitantes lo saben. Tenía que elegir a quién interrogar.
  • ¿Y por qué a mí?
  • Porque tu deuda es pagable…
  • Pero tardaré años.
  • De otra forma morirás aquí…
  • Moriré si sé algo del plan, yo no sé nada.
  • Si me lo cuentas tu condena no se aumentará, incluso podríamos condonar parte de la deuda.
  • Yo no soy una chivata… Y si lo fuera, tendría un accidente en la cantera. Alguien me golpearía “sin querer” con una pala, o me caería encima una enorme piedra, todo “accidental”.
  • Tus compañeras estarán todas aquí de por vida… no tienen nada que perder. Tú sí… Aun sin probar nada te puedo enviar ahora mismo a una celda de casigo.
  • ¿Qué es eso?
  • Cuatro paredes bajo tierra, justo debajo de nosotros ahora mismo. Sin luz. Esposada a la espalda veintitrés horas al día. Durante una hora, te esposan las manos delante y te dejan comer con la luz encendida.

No tengo elección… No, las dos elecciones son terribles. Si hablo será terrible, si no hablo también. No puedo más que balbucir…

  • Por favor… llévame a la cantera de nuevo.
  • Sabes que no…
  • Al menos déjame ir al baño o me lo hago encima.
  • Sólo dime que sabías del plan… dime que lo sabías y te llevo al baño.
  • No.. no sabía…
  • Dime la verdad.
  • Sí, sí lo sabía -grito desesperadamente, él se queda callado un momento, yo me sorprendo de haberlo dicho… no fui consciente pero ya está dicho.
  • Gracias, está grabado, señora -dice señalando a un artefacto colgado del techo. Debe ser un micrófono.

Ahora me lleva a través de una puerta que hay en la pared del fondo, opuesta a la que usaron para traerme. Estaba casi disimulada, no me había fijado. Al entrar se ve lo que había tras la ventana, una habitación oscura, un tipo controlando la grabación. Nos ha estado viendo. Me lleva a un retrete en la esquina de esa habitación… Un retrete, no una asquerosa letrina. Puedo mear sentada… Poco dura el placer. Me levanta y me lleva de nuevo a la sala. Estoy en el umbral de la puerta, todavía esposada.

  • Ya llega de grabar, llévate la cinta y hazle una copia. Archívalas en lugar seguro. -le dice a su ayudante.

El tipo obedece y se va… Me lleva de nuevo al rincón.

  • ¿No seguís grabando?
  • Ya está… suficiente para encarcelarte de por vida. De lo que me digas ahora dependerá si usamos la cinta o no.
  • ¿Qué puedo decirte?
  • Algo que no sepa -el tipo coge el racimo de uvas y comienza a comer una a una, bebe vino de mi misma copa, me ofrece.... bueno, abro la boca y dejo que me dé una uva, también me da vino.

Continúa hablando.

  • La fuga ya se ha abortado… La cizalla está confiscada, desde que salisteis del barracón. “105” está desnuda y esposada como tú en una celda de castigo. Ya no volverá al taller. Le espera un mes de celda de castigo y después los trabajos más duros.
  • ¿Hay algo peor que picar carbón?
  • Nunca limpiaste un pozo negro, ¿Verdad?
  • Entiendo la cizalla, os serviría para liberaros y salir del barracón… Os llevaría mucho tiempo, como dos horas o más.
  • Iba a traer otra esta noche.
  • Entra en lo explicable… pero ¿Qué pensabais hacer después? No es posible cruzar por el istmo, no hay más salida, sólo el mar...

Ahora dudo si decírselo o no… Me ha dado varias uvas más y he acabado la botella. Vuelvo a sentir presión en la vejiga… El alcohol siempre me produce mucha orina, mucha… No aguanto bien las ganas… comienzo a temblar.

  • Lo que diga perjudicará a mis compañeras.
  • Depende de lo que digas…

Lo acabo contando… controlamos a los guardias del embarcadero. Sabemos de sus “excursiones sexuales” dejando sin vigilancia las lanchas…

  • Perjudicará a ese par de bastardos. Se van a enterar.

El hombre me vuelve a llevar al baño. A la vuelta, veo como coge el camisón viene hacia mí para ponérmelo. Sigo llevando las esposas de bisagra con las manos atrás.

……………………………………………………………………………………………………..

Él coloca el camisón a mis pies… Yo evito colocarme dentro de aquella prenda.

  • ¿Qué pasará ahora?
  • Volverás a la mina… No has delatado a nadie. Tu compañera fue puesta bajo custodia antes. Cuando comprobemos tu historia, veremos que decide el alcaide. No te preocupes, por tu suerte, la cinta no se usará.

La verdad, en ese momento, no deseaba volver a la mina. Más bien quería descansar, pensar en otra cosa.

De repente, lo hago… Antes de que él me obligue a vestir el camisón, avanzo como puedo. Pego mi cuerpo al suyo… las tetas en su pecho. Acerco mis labios a su cuello… lo beso, lo muerdo con suavidad. ¿Qué estoy haciendo?, ¿Es síndrome de Estocolmo? Puede ser… No quería reconocerlo pero me gustó desde que lo ví entrar. Su seguridad, su crueldad impostada. Realmente cuando me esposó y me desnudó me puse cachonda…

Hace tanto que no esoty con un hombre que, a lo mejor, soy poco exigente. Aunque me gusta dormir con “186”, quiero recordar lo que es.

Él responde… me besa de arriba a abajo aprovechando su mayor estatura. Me introduce la lengua casi hasta la garganta.

Me lleva otra vez al taburete y me sienta… Se arrodilla delante… ¡¡¡Ahhh!!! Me chupa los pezones, los mordisquea… Tengo las manos sujetas atrás, no puedo evitarlo. No quiero evitarlo… Lo curioso es que me está gustando sentirme prisionera.

¡¡¡Ahh!!! Su lengua baja al ombligo… baja más… a la entrepierna. Me separa las piernas, no puede separarlas mucho, la cadena sigue ahí. ¡¡¡Ahhh!!! Me la chupa suave, lento, húmedo… va subiendo revoluciones y yo siento calor, no puedo evitar convulsionar, retorcerme… Las esposas me tiran, me duelen… No importa, el placer puede. Placer doloroso… pero intenso, muy intenso.

¡¡¡Ahhh!!! ¿Por qué paras? Me iba a correr… El cabrón me tumba en el suelo. Hace el amago de ponerme a cuatro patas. No puede ser… No con las manos a la espalda.

¡¡¡Ahhh!!! Pone el camisón y su chaqueta como un cojín en mi cabeza. Me levanta el culo y… ¡¡¡Ahhh!!! me penetra. Empieza lento, noto el miembro duro ir hasta el fondo. ¡¡¡Ahh!!! un poco más… Se retira… Vuelve… Se retira… Vuelve… Sigue mucho tiempo, cada vez más rápido, cada vez más fuerte…

Me corro… Él sigue… sigue un poco… ¡¡¡Ahhh!!! ¡¡¡Qué bestia!!! ¡¡¡Me encanta!!! Noto como eyacula dentro… Se retira con cuidado… ¡¡¡Ahhh!!! Me suelta las manos… Quedamos desnudos en el suelo de la sala de interrogatorios. Dormimos pegados… Noto su miembro todavía duro en mi trasero. Sé que con los grilletes en los pies no me puede penetrar por delante. Despierto por la noche… toqueteo su polla hasta que responde… me penetra otra vez… Me penetra dos veces más aquella noche.


Epílogo:

Tras aquella noche, me llevaron de nuevo a la mina y al barracón. Ninguna de las presas me reprochó nada. De alguna manera sabían que yo no las delaté, ya lo sabían y, quizás evité castigos peores. No volvimos a ver a “105”, pasó meses en las celdas de castigo, su rebeldía la mantuvo castigada allí. Como dijo mi interrogador, al salir, pasó a ejercer los peores trabajos, los más asquerosos.

Los guardias del embarcadero fueron duramente sancionados.

A mí me volvieron a llevar bajo custodia y el mismo interrogador apareció… Me fijé en el número de su placa y lo llamé “271”, él se rió. Me informó de que se me traspasaba a un trabajo de administración… Mucho más llevadero, pagado por horas… Sin embargo, no se condonaba deuda. Celebramos el nuevo trabajo con un polvo… Me consoló por la deuda con un polvo.

Dejé de ver a “186”, pero “271” encontraba excusas para “interrogarme” muchas noches. Me ofreció pagar parte de la deuda, no se lo permití… Me llevó casi tres años pero lo logré… ¡¡¡La libertad!!!

Acepté la oferta de “271” de irme a vivir a su casa… Evité el programa de inserción… Hubiera acabado de nuevo presa.

FIN