Tiempos pasados
Son muchos los años que han pasado Yo era un niño, de cinco o seis años, no tendría más.
Son muchos los años que han pasado… Yo era un niño, de cinco o seis años, no tendría más. Mi madre, de veinticinco o veintiséis años, y yo estábamos solos en casa, mi padre se marchó a Francia y hacía ya varios meses que no sabíamos nada de él. A veces sorprendía a mi madre llorando, yo no sabía por qué. Años después lo supe… Pero no viene al caso. Ella trabajaba en lo que podía. Normalmente cosía para las familias bien del pueblo, de las que habían ganado la guerra. Mi familia era roja. En un pueblo de la Castilla profunda era una lacra… Estábamos marcados.
Yo me entretenía jugando con los muñequitos de plástico que simulaban indios, vaqueros, caballos… También me gustaba leer tebeos, del Capitán trueno, El Jabato, Roberto Alcázar y Pedrin… Todo esto lo ganaba jugándomelo a las canicas con los niños que se podían permitir el lujo de comprarlos.
Cuando no estaba en la calle, mi zona de juego era alrededor de mi madre. A sus pies. Ella se descalzaba y a mí me atraía su aroma… No era olor a pies. Era una fragancia especial, que aún recuerdo con cariño… Yo buscaba sus zapatos, las medias, en fin todo lo que portara su perfume. Incluso su ropa llevaba una especial fragancia que me turbaba.
Yo le hacía cosquillas y ella reía. Me gustaba tanto su risa… Se los masajeaba, a veces incluso con colonia. A ella le encantaba.
Hasta el día que descubrí algo que me impactó. Era verano. Nunca se me había ocurrido mirar hacia arriba, pero ese día mis ojos se posaron bajo el vestido ligero, entre sus muslos y lo que vi me atrapó. Actuó como un imán. Al moverse con mis cosquillas abría las piernas y su sexo apareció como algo maravilloso, al tiempo que prohibido, atrayente y provocador de desasosiegos. Era el primer sexo adulto femenino que veía. No llevaba calzones, solo el vestido…
Traté de pasar desapercibido, los paños que cosía mi madre los colocaba sobre una silla y cubrían la zona donde yo me movía y era difícil que supiera donde miraba. Y ya lo creo que miraba. Aún hoy día me avergüenzo de lo que entonces hacía, sobre todo porque estoy convencido que mi ramalazo voyeurista se inició en esa época. Y también mi pasión por los pies femeninos…
A partir de este acontecimiento ya no era solo a mi madre a quien vigilaba, también a mi tía, su hermana, que a veces venía a casa a ayudarla. Pero corría el peligro de ser visto por alguna de las dos, ya que se colocaban en ángulo recto debido a la configuración del cuarto de costura.
Mi tía se quedaba a veces a dormir en mi casa y yo aprovechaba para vigilarlas cuando se lavaban. No teníamos agua corriente, la sacábamos del pozo, la calentábamos y nos bañábamos en un barreño. A mí me desnudaban y me lavaban, a veces entre las dos, pero ellas se encerraban para realizar sus abluciones. No me dejaban asistir y a partir de mi descubrimiento del sexo peludo de mi madre, buscaba cualquier grieta en las puertas para verlas.
En una ocasión mirando a través de una grieta, pude ver algo que me dejó alucinado. Mi madre y mi tía desnudas en el cuarto, pero no podía ver el barreño. De pronto aparecieron enrolladas en sendas toallas dejándose caer en la cama de mi madre, que sí estaba dentro de mi campo de visión. Se desprendieron de ellas y, desnudas, se dejaron caer en la cama abrazadas, haciéndose cosquillas la una a la otra. Se reían, jugaban como niñas, pero poco a poco se calmaron y se empezaron a acariciar todo el cuerpo. Entonces me fijé en los pechos de mamá, eran redondos, como medias naranjas grandes; los de mi tita, más joven, como medios limones. Sus culos redondos y blancos y sobre todo los chichis peludos y negros de las dos. Eran muy parecidas.
Yo sabía que se querían mucho, pero… Se besaban por todas partes, en la boca, se lamían las tetas una a otra y lo que me dio más asco y más me atraía, se lamían los chichis. Entonces no comprendía nada de lo que ocurría. Estuvieron un rato, primero una a la otra y luego se cambiaron; después se colocaron de forma que tenían los muslos cruzados, sus chichis peludos se tocaban, se besaban y manoseaban las tetas; volvieron a cambiarse colocando la cabeza de cada una entre los muslos de la otra y de pronto lanzaron unos chillidos que me asustaron. Yo creía que se habían hecho daño, que se habían mordido y por eso gritaban.
Me asusté mucho, dejé de mirar, me retiré, pero al ver que no salían eché un vistazo y las vi abrazadas llorando. Debían haberse hecho daño… Pobrecitas, pensé.
Estas escenas se repitieron durante casi un año; hasta el regreso de papá. Yo dejé de vigilar, mi tita venía a vernos algunas veces, pero eso sí, cuando papá estaba trabajando, no se llevaban bien. Entonces se encerraban en el cuarto de mamá y hacían aquellas cosas que yo no entendía.
Con seis o siete años no comprendía que hacían mi mamá y mi tita. No lo relacionaba con el sexo.
Dos años después me enseñaron unos amigos del pueblo a hacerme pajas y descubrí el placer de la masturbación. Entonces lo entendí. Más tarde llegué a comprender a mi madre. Ella era una mujer ardiente, estar dos años sin sexo no era soportable. Mi tía era soltera y sin novio; era lógico que se satisficieran las dos. No hacían mal a nadie…
Jamás dije nunca lo que había visto en mi casa… Hasta hoy… Muchos años después…