Tiempos de lujuria III, Gozando con mamá

Seguimos viviendo el sueño

Entramos a su habitación entre risas y comentarios candentes. Mi madre lucía magnífica en su recién follada desnudez. Esa noche me había brindado las mejores experiencias de mi vida sexual. Vale, no has follado hasta estar dentro del cuerpo de una mujer como Nat.

Entró al baño y abrió los grifos de la ducha. Noté que no escogía ropas para vestirse después y supe que la noche seguiría dándome sorpresas.

En los centenares de vídeos donde mamá y papá aparecían dándose placer, muchas veces tenían sexo en el agua. Las folla—amigas con quienes solía acostarme nunca habían querido hacerlo de ese modo y la expectativa me calentaba.

Nat se lavó los dientes antes de entrar en la ducha. Yo podía ser su hijo, pero la pulcritud se imponía. Corrí a mi habitación e imité su ejemplo de limpieza. Vi en el cajón de la mesilla de noche un paquete nuevo de condones XXL, pero me encogí de hombros; ya era tarde para pensar en usarlos.

Meses antes me habría sido imposible estructurar una fase como “he eyaculado en el coño de mi propia madre” o “mamá se tragó toda mi corrida después de hacerme una extraordinaria felación”. Ni hablar, la Diosa Fortuna me sonreía. Mejor que eso, follaba conmigo sin descanso, sin falsos pudores y sin dar o pedir tregua.

Volví con mamá y entré a su lado en la ducha. El agua recorría su piel y le daba un aire de ninfa emergida de las aguas de la pasión. Nos besamos con furia mientras nuestros cuerpos encontraban el acomodo al que comenzaban a acostumbrarse. Era fácil amarla, era hermoso sentirla entre mis brazos y me era imposible dejar de desearla.

Tallé su cuerpo con una esponja natural impregnada en jabón líquido.

—Hijo, Bob Esponja sacrificó su vida para que te dieras gusto manoseando a tu propia madre —bromeó Nat.

—Agradece que no fue Patricio —respondí riendo—. Las estrellas de mar raspan. Mejor ni hablar de Calamardo, que está tan amargado que debe ser tóxico.

Abracé a mamá desde atrás, mi erección se coló entre sus muslos. Flexioné un poco las rodillas para acomodarme mejor y que pudiera sentir mi mástil en su entrada vaginal. Ella buscó el jabón de uso íntimo y se lavó el sexo. Cuando tocaba mi hombría me daba tirones o meneos estimulantes.

—Quiero volverte a follar —susurré en su oído.

—¡Eres un pervertido! —rió—. ¿No te cansas?

—No. me cansé de esperar el momento adecuado. Ahora que hemos pasado todos los trámites, quiero gozar contigo.

Inclinó su cuerpo y apoyó las manos contra la pared. Separó las piernas y su postura se me figuró la que adoptan los sospechosos cuando los cachea la policía.

—Tienes derecho a gritar tus orgasmos —sentencié—. Todo lo que digas puede ser, y será usado, en favor de tu placer. Si hace tiempo no has sentido un buen polvazo, tu hijo te proporcionará muchos.

—¡Deja de jugar y fóllame, hijo de puta!

Acomodé mi verga en la entrada de su coño y empujé despacio. Cuando estuvo toda dentro me aferré a su cintura.

—Te recuerdo que eres mi madre y mereces respeto.

—¡Si cierro los ojos, puedo imaginarme que eres Dereck Morgan, agente del FBI! —bromeó mientras iniciábamos un vaivén desenfrenado— ¡Imagino que las vergas de los dos se parecen!

El sexo de mi madre se adaptaba bien a las dimensiones y forma de mi verga. Nuestros cuerpos chocaban una y otra vez, salpicados por el incesante riego de la ducha. El golpeteo de nuestras pieles al chocar despertaba ecos en el baño.

Mamá aceptaba, jaleaba, gemía y suspiraba. Me motivaba a seguir entrando y saliendo de su coño. Sus tetas se bamboleaban al ritmo de la jodienda.

Separé sus generosas nalgas y admiré su orificio anal. Enjaboné mi índice y el medio de la mano derecha para acariciar esa zona. Hasta entonces, yo nunca había enculado a nadie. Mis folla-amigas se oponían y jamás recurrí a los servicios de ninguna prostituta.

Jugué con el índice en el culo de mi madre y fui presionando hasta que, falange a falange, pude meterle todo el dedo. Mi pelvis no dejaba de moverse, mi verga entraba y salía de su coño y los músculos internos de Nat me daban mucho placer.

Mi madre gritó, presa de un orgasmo sublime. Sentí que su vagina volvía a chorrear líquidos mientras apretaba con ganas. Le metí un segundo dedo en el culo y utilicé ambos para dilatarla y hacerla vibrar. Mi madre se retorcía, gritaba y se dejaba hacer en actitud receptiva. Su orgasmo decreció, pero nuestras ansias siguieron encendidas.

—¡Hijo, si haces que me corra de nuevo, te dejo que me des por el culo! —gritó en un arrebato pasional.

Imprimí más fuerza a las penetraciones y establecí una pauta copulatoria. Penetraba a fondo su coño y retiraba la mitad de la longitud de mis dedos, separándolos entre sí para dilatarle el ano. Retiraba la mitad de mi miembro y hacía una parada mientras enterraba de nuevo los dedos en su entrada posterior. De este modo, mi madre consiguió otro orgasmo múltiple que fue muy gritado. Resistí sin correrme porque deseaba que cumpliera con su oferta.

—¡Muchacho cerdo, le voy a decir a tu madre que metiste una puta a tu casa para cogértela! —gritó el vecino al otro lado de la pared mientras golpeaba el muro.

Mamá y yo nos reímos. Salimos de la ducha y nos secamos para seguir gozando.

Pasamos a la habitación y volvimos a abrazarnos. Estábamos de pie, húmedos y ansiosos. Ella juntó sus muslos y yo acomodé mi glande entre estos para adelantar la pelvis y sentir como si la estuviera penetrando. La curvatura de mi miembro rozaba de lleno su entrada vaginal y la masturbaba cada vez que avanzaba y retrocedía. Nos devorábamos las bocas, ella rasguñaba mi espalda y yo me aferraba a sus nalgas.

Levantó la pierna derecha para abrazar mi cintura y ofrecerme su vagina. Pasé mi mano por entre sus nalgas, sostuve mi erección y volví a empujar consiguiendo penetrarla. Ella gritó, la postura era muy sugerente y el ángulo de penetración le causaba demasiado placer. Yo contaba con la ventaja de haber estudiado cientos de vídeos donde papá y ella follaban y sabía hacerla enloquecer.

Estuve bombeándola hasta que se corrió, me desacoplé de ella y la llevé a la cama. Nat se tendió boca abajo, me senté a su lado y comencé un intenso masaje por sus hombros, sus costados y sus nalgas.

—En mi mesilla tengo un gel de Sico —señaló mamá—. Lo uso para tocarme el trasero. Tráelo porque quiero que me sodomices.

No tardé en obedecer. Ella se acomodó en cuatro puntos sobre la cama. Acaricié su trasero, contemplé su coño recién follado y su ano en vías de dilatación. Rato antes le había hecho un cunnilingus, tocaba el turno al beso negro.

Lamí sus nalgas por completo, ella se estremecía al sentir mi aliento en su intimidad. Llegué al canal de separación entre sus glúteos y pasé mi lengua en dirección a su apretado ano. Besé la entrada posterior y chupé los bordes para después acomodar mi boca sobre el culo y dar una serie de profundas succiones. Mi madre gritaba de placer, en un momento dado perdió las fuerzas de sus brazos en inclinó el cuerpo, apoyada sólo con las rodillas y la cabeza.

—¡No tienes idea de cuánto me haces gozar! —gritó entre estertores de placer.

—¡No sabes cuánto te he deseado! —respondí mientras lubricaba la entrada anal con el gel.

Mis dedos habían hecho labor de dilatación en el juego anterior. Le metí el índice para verificar que podía recibirme y me puse en posición de ataque, de rodillas tras el culazo de mi madre.

Lubriqué toda mi verga. El gel proporcionaba un agradable calor. Acomodé el glande en su entrada anal y empujé. Mientras mi glande se deslizaba fui retirando mi dedo. Mamá aulló de placer.

Avancé despacio, sin detenerme. Poco a poco, mi verga llenó el culo de mamá. Ella colaboraba mandando las caderas hacia atrás. Nos estremecimos cuando mis cojones se posaron sobre su coño. Su culo guardaba toda mi verga y mis manos se aferraban a su estrecha cintura.

El inicio de la danza enculatoria fue lento, bien acompasado y bien sincronizado. Yo conocía sus movimientos por las películas caseras y ella sabía disfrutar de los míos por instinto. El acoplamiento se perfeccionó, su ano estaba bien lubricado, nos movíamos como máquinas e placer recién engrasadas. Cada vez que enviaba mi hombría a lo más profundo de su ano ella apretaba para dificultar mi retirada. Cuando yo retrocedía sentía que la vida se me escapaba en sensaciones de gozo. Cuando volvía a penetrarla, ella acompañaba mi avance con opresiones intermitentes que me sacaban lágrimas de dicha.

Así estuvimos follando. La velocidad de penetración aumentó, nuestros cuerpos se empaparon de sudor, nuestros gritos, gemidos y frases de aliento saturaban un aire que olía a tensión sexual. Las tetazas de mi madre se movían al compás e la jodienda, mis cojones chocaban contra su coño, mi abdomen golpeaba sus nalgas, mi verga entraba y salía de su ano y sus rodillas se separaban del colchón cada vez que mi glande se convertía en el “batiscafo de su abismo”.

Mi madre alcanzó un orgasmo prolongado, gritos desgarradores escapaban de su garganta. Me esmeré para darle el máximo placer. Después me corrí en lo más profundo de su ano. La eyaculación fue tan intensa y la sensación de placer tan prolongada que me sentí transportado a un desconocido universo de dicha.

—¡Eres un puerco! —volvió a joder el vecino al otro lado de la pared—. ¡Le voy a decir a tu madre que te cogiste a una puta en su cuarto!

Nat y yo nos reímos de buena gana. Caímos desmadejados y ella se recostó sobre mi torso y se aferró a mi verga. Yo acariciaba sus cabellos con una mano y sus tetas con la otra.

Desperté temprano. Mi madre dormía acurrucada a mi lado. La contemplé unos momentos y volví a sentirme excitado. La amaba, la deseaba y me sentía feliz por haber compartido tan gratos momentos de lujuria con ella.

Fui a mi habitación, tomé un baño, me vestí con jeans y playera y abrí el portátil. Tomé uno de los vídeos que no había visto. Correspondía al paquete que, en VHS, había estado unido por una liga fosilizada. El ingeniero había dibujado una boca sobre el disco, como imitando los besos de carmín que tenían plasmados los casetes originales.

—Puerto Escondido es todo un paraíso —comentó la voz en off de papá desde el ordenador.

La escena mostraba el mar, unas gaviotas en vuelo y un cielo azul limpio y despejado.

—Arena, sol, mar y bellezas naturales —continuó mi padre.

La cámara giró para mostrar la arena a sus pies y su verga en erección. Debía ser una playa nudista.

—A mi me gustan las bellezas naturales.

Nuevo giro y cambio de objetivo. La cámara enfocó una sombrilla bajo la cual había dos mujeres en bikini. Eran mamá y la tía Edith. Papá se acercó a ellas y las hermanas se besaron en la boca. Dejó la cámara sobre una mochila, enfocando la acción. Pasó tras ellas y desanudó la parte superior de sus bañadores. Me maravillé contemplando dos pares de senos, él las acarició por detrás mientras ellas buscaban su verga con las manos. Después se arrodillaron, una frente a la otra y, por turnos, le practicaron profundas felaciones mientras se acariciaban las tetas una a la otra.

Este material me dejó estupefacto. Nunca imaginé que mamá y tía Edith fueran bisexuales, nunca imaginé que papá y ellas hubieran follado en trío. Lo que urgía imaginar era el modo de hacer que tía Edith participara en la relación incestuosa que mamá y yo habíamos inaugurado.

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Esta trilogía está dedicada a Natjaz Vasidra.

Ella es la chica a quien le gustaba regañarme y más tarde se convirtió en mi amiga.

La amiga que se hizo mi novia.

La novia que se transformó en mi amante.

La amante que se volvió mi esposa.

Y la esposa que sabe conjuntar todas las facetas que he descrito y muchas más.

Amada Nat, gracias por tu presencia, tu solidaridad, tu generosidad hacia mi persona y hacia todos los seres que entran en tu esfera de influencia. Gracias por saber amar, saber compartir, saber disfrutar y saber invitarme a ser tu cómplice.

Sabes que entre nosotros los juramentos están de más. Nos hemos demostrado con hechos todo cuanto había que superar.

Te amo, en todas las facetas, desde el sentimiento más sublime hasta la etapa más delirante de la lujuria. Gracias por corresponder a estas emociones.