Tiempos de hambre, pobreza y sexo (2)

La vida puede ser puta a veces, y otras no tanto... segunda entrega.

Tiempos de hambre, pobreza y sexo (2).

Tres años llevaba ya metido en aquella casa haciendo el servicio privado de las dos damas. Los últimos seis meses fueron muy duros, pues la señora Theresa había permanecido enferma durante ese tiempo. Justo el día siguiente en el que, por decirlo así, celebré mi tercer año en la casa, la señora y dueña de la casa, murió de una larga enfermedad. Quedamos en la casa la hija y nueva dueña de todo, la señorita Amelia;  Agnes, la sirvienta; el frailecillo; y Clotilde, la ama de llaves y cocinera de la casa, viuda desde hacía un año.

Cientos de caballeros de buen postín se presentaron durante las semanas después de la muerte de la señora Theresa, ofreciendo su mano a Amelia, que rechazaba y rechazaba sin cesar, a uno y a otro.

Cuando todo el ajetreo de pretendientes cesó, pasamos unas semanas en calma.

Un buen día, tras un paseo hasta la iglesia, Amelia regresó bastante contenta. Me hizo llamar a sus dependencias. Después del tiempo que pasábamos juntos mientras me enseñaba a leer y escribir, tomó mucha confianza conmigo, y me expresaba sus deseos y sus confesiones. A parte, se servía de mí no solo para tomar el baño o ayudarla a vestirse, sino también, para desahogarse en el sentido sexual, pues cada día retozábamos dos o tres veces, aunque yo no quisiese, pues ella era la nueva señora y mandaba sobre mí.

Me comentó que había conocido a un caballero muy elegante. Apuesto y nada descarado como los que aparecieron por la casa en busca de su fortuna. Su nombre: Pierre La Foe.

Esa misma noche vendría a cenar. Me ordenó que preparase todo con esmero, y que le dijese a Clotilde que preparara sus mejores platos, y a Agnes que sacase la mejor cubertería, pues quería agradar a su invitado.

Todo preparado. Agnes y yo con las mejores galas. El fraile de viaje al que fuese su antiguo monasterio, y Clotilde encerrada en la cocina.

A las 7 en punto de la tarde, un carruaje se plantó delante de la casa. Fui a su encuentro, abriendo la puerta y sacando las escaleras para que el señor pudiese descender tranquilamente. Para mi asombro, primero descendió ayudada de mí una señorita de apenas 15 años. Era bastante alta y tenía un cuerpo bastante agraciado para su edad. El apretado traje que llevaba, bastante ceñido a su silueta, presionaba sus pechos, aparentando que de un momento a otro estallarían o saldrían volando de su prisión.

A continuación, bajó el carruaje otra muchachita. Ésta se veía mucho menor de edad que la anterior. A penas llegaría a los 13 años, y su cuerpo era el de una adolescente en plena faena de expansión. Dio las gracias por la ayuda y caminó detrás de su hermana.

Por último, Pierre La Foe. El caballero vestía un traje muy limpio, azul cielo mezclado con el color oro. Se veía muy elegante. Amablemente, me dio las buenas tardes y esperó a que los condujese al hogar de la casa.

Entramos y los acomodé en los grades sillones de la sala de espera. Avisé a Amelia de que sus invitados acababan de llegar y no los hizo esperar. Ya estaba vestido, pues minutos antes de que llegasen los invitados, había acabado de ayudarla a vestirse con un traje precioso, de seda exportada con encajes de oro.

Bajó y la anuncié. Se quedó un poco extrañada cuando vio a las dos jovencitas que acompañaban a su invitado. Pierre, después de besarle la mano como todo un caballero, las presentó como sus hijas. Amelia, de apenas 20 años, pensó que seguramente, hasta ella podría haber sido hija de aquel hombre. Pero una atracción fatal le impedía decirle nada, pues estaba muy afectada por esa atracción que sintió nada más verlo en la plaza del mercado de la ciudad esa misma mañana.

Pasamos al comedor, donde todo estaba listo. Se prepararon cubiertos para todos en un instante rápido, y enseguida se sirvió la cena. Según pude oír, Pierre era viudo, pues su mujer había muerto hacía 13 años, al dar a luz a su segunda hija. No me había equivocado en los años de las muchachas, pues la menor tenía 13 años, y la mayor, 15.

Después de la cena, se sirvió té con pastas en la sala de estar, junto al hogar de la chimenea. Las muchachas se habían comportado como autenticas damas, no entrometiéndose en la conversación de los mayores, excepto cuando eran preguntadas por algo o por alguien.

Al despedirse, lo hicieron cortésmente con Amelia, al igual que conmigo, al ver que la señorita de la casa no me trataba como un sirviente más. Antes de subirse al carruaje para partir a su casa, Amelia invitó a la mayor de las hijas, Valkiria se llamaba, a pasarse por la mañana del día siguiente por la casa, pues había tenía buenas vibraciones con ella, y deseaba conocerla más formalmente. La chica aceptó de buena gana, y se despidieron de nosotros.

Viendo como se alejaba el carruaje, y sin mirarme, Amelia preguntó:

-          Jarka, ¿qué te parecen?

-          Quién Amelia, ¿las hijas o el padre? – respondí irónicamente.

-          Todos, majadero. – sonrió.

-          Pues no son malas personas por lo que se ve. – respondí

-          Sí, eso pienso yo.

Dimos media vuelta y entrando en la casa, se detuvo y esta vez mirándome a los ojos, preguntó de nuevo:

-          Y Valkiria, ¿qué te parece?

-          Es una señorita muy respetuosa. Está muy bien educada.

-          No me refiero a eso. – respondió poniéndome mala cara.

-          Bueno… es una mujercita muy atractiva para su corta edad.

-          Sí, te entiendo.

Seguimos el camino y subimos a su habitación. La ayudé a desnudarse y quitarse el pesado traje y me propuso hacer el amor como todas las noches.

Tumbada sobre la cama, repasé con mi lengua todo su cuerpo, parando estratégicamente en sus pechos, que me gustaban enormemente, para luego seguir bajando hasta entrar entre sus piernas y jugar con mi lengua y mis labios en su vagina y su clítoris, haciendo que se corriese de gusto en mi cara, para luego penetrarla y conseguir nuevamente un orgasmo, que compartimos ambos al mismo tiempo. Se durmió desnuda, como todas las noches, mientras yo la arropaba y me dirigía a mi habitación para dormir.

Temprano, casi al alba, Amelia estaba en pie. Al entrar en su habitación, ya se había puesto un camisón para estar en casa. Le serví el desayuno y se fue a pasear por el jardín un rato.

Cuando la señorita Valkiria hizo acto de presencia en la casa, la llevé hasta el jardín, donde Amelia se mantenía sentada viendo como las primeras nubes del otoño aparecían a lo lejos cargadas de agua. Conversaron un largo tiempo y al notar que esas nubes estaban casi encima de ellas, entraron en la casa, donde la comida del medio día ya estaba preparada para ser servida. Almorzaron y subieron a la habitación de Amelia. En ese instante, un aguacero comenzó a caer desde el cielo. Prontamente los caminos se embarraron y sería casi imposible que el carruaje de la señorita Valkiria pudiese partir. Amelia me pidió que cogiese un caballo y saliese hasta la casa de la señorita, para pedirle permiso a su padre y que Valkiria pasaría la noche en nuestra morada, pues sería peligroso salir con esa lluvia.

Era peligroso, si no, que me lo digan a mí, que al llegar de vuelta a la casa, sentía el peso de la ropa y del barro por todas partes de mi cuerpo, así como el caballo que había llevado conmigo, que parecía querer morirse después de semejante hazaña bajo la lluvia.

Antes de presentarme ante las dos señoritas, tomé un baño. Agnes había subido a mi aposento y me había traído ropa seca. Espero a que me duchase, mirándome como me frotaba la polla con el jabón de lagarto. No era la primera vez que me veía desnudo, es más, yo la había visto muchas veces desnuda a ella mientras se bañaba en las cuadras, donde lo hacíamos los sirvientes, pero por orden de la nueva señora de la casa, nunca pudimos hacer nada entre nosotros, aunque quisiésemos, pues Amelia no quería que una polla que ella utilizase entrase en el coño de una sirvienta.

Al entrar en la habitación de Amelia previo aviso, las muchachas hablaban de sus cosas.

-          Prepara el baño, que tanto Valkiria como yo necesitamos uno.

Asentí bajo la mirada estupefacta de Valkiria. No esperaba que yo fuese el que ayudara a Amelia a bañarse, aunque después sonrió cuando Amelia la agarró por las manos y ambas se miraron.

Tardé un rato en calentar agua y verterla en la gran bañera de la habitación de Amelia. Cuando todo estuve dispuesto, y tras poner las sales aromáticas en el agua, Amelia comenzó a ayudar a Valkiria a quitarse la ropa.

-          Ayúdame, que este traje ésta muy fuertemente anudado. – replicó Amelia.

Así hice. Ayudándola a sacar el nudo de los cordeles del traje de Valkiria. De repente, cayó el traje al suelo. Un suave y blanco trajecito tapaba las curvas de la muchachita. Amelia fue la encargada de quitárselo. Valkiria mantenía la cabeza gacha, ruborizada la cara y las manos apretadas contra su pecho, intentando taparse.

Amelia la agarró del mentón y levantó su cabeza.

-          Relájate. Estarás bien atendida. Jarka es un especialista en bañar a una dama.

Sus palabras resonaban en la habitación llenándome de orgullo. Ayudada por la mano de Amelia, Valkiria entró en la gran tinaja llena de agua y sales aromáticas. Se sentó y se relajó con las suaves palabras que la señora de la casa le decía al oído.

Comencé a acariciarla despacio por la espalda con una pequeña esponja que le había regalado a la señora Amelia un fabricante de sales aromáticas. Muy suavemente, extendía mis manos para llegar hasta el final de la espalda de la joven. Cada vez se relajaba más, sin soltar las manos de Amelia, que no se separaba de ella en ningún instante.

Volví a subir hasta sus hombros. La esponja resbalaba por la suave piel y rodeé su cuello fino. Pasé la esponja muy lentamente por el canalillo y luego sobre sus pechos, unos pechos de considerable tamaño ya para su edad. Los pezones negros de la chica subieron al instante en el que la esponja los rozó.

Mientras seguía pasando la esponja por el vientre y los pechos de Valkiria, Amelia se levantó de su butaca y se sacó el traje de seda fina que llevaba puesto en ese momento. Dadas las grandes dimensiones de la tinaja de la habitación de la dueña de la casa, entró sin apenas rozar a la invitada. Ambas mujeres permanecían sentadas en la tinaja, donde el agua les cubría solo hasta su vientre, dejando los pechos de ambas al aire, perfecto para  mi vista. Pasé a enjabonar a la señora. Amelia sacó de mis manos la esponja y prefirió que lo hiciese con mis manos desnudas. Apreté sus pechos con mis manos en el momento que pasé sobre ellos. Valkiria nos miraba con cara de asombro, pero disfrutando con lo que veía.

De pronto, un pequeño respingo de la muchacha hizo que el agua se saliese de la tinaja, pues al mirarla, comprendí que había sentido por pies de Amelia entre los suyos. Amelia jugaba con uno de sus dedos del pie derecho entre las piernas de Valkiria, que se dejaba hacer después del pequeño susto que se había llevado en un principio.

-          Frótame todo bien – pidió Amelia mirándome con una suave sonrisa.

Entendí a la perfección lo que quería decirme con eso. Hundí mis manos en el agua y busqué su sexo. Sus piernas ya estaban abiertas, a la espera de que mis manos hiciesen el resto. Froté delicadamente su entrepierna, escuchándose los primeros gemidos de la dueña de la casa. Valkiria seguía sumida en su mundo, disfrutando de cómo Amelia le frotaba su coñito, con apenas unos cuantos vellos castaños asomando. Entrecerraba los ojos, y se dejaba llevar por el repentino placer que los dedos del pie de Amelia le daban.

Amelia no tardó mucho en correrse y gritar de placer cuando introduje dos dedos en su vagina, y con la otra mano frotaba su botoncito. Se relajó y dejó de hacerle carantoñas con el pie a Valkiria, que para ese entonces, ya no sentía rubores algunos.

-          Termina de lavarla a ella – me ordenó.

Arrastré mi puerto de rodillas hasta ponerme al lado de la joven Valkiria. Sin esponja esta vez, acaricié sus pechos, y bajé hasta su entrepierna, con ambas manos, y tras unos leves roces por encima de sus labios vaginales, introduje un dedo, a sabiendo de que era virgen, pues nada más entrar el dedo, se sobresaltó e hizo un gesto de dolor, aunque sin nada más. Acariciaba su vagina interiormente, muy suave, y con la otra mano, acariciaba sus labios, deteniéndome en su clítoris. Nada más poner mis dedos sobre él, y menearlos un poco, Valkiria comenzó a jadear como una loca. Cambiaba su cara del todo, y parecía que ya sabía lo que era eso. Seguramente había conocido el placer de masturbarse ella sola, aunque no el de que masturbara otra persona, como ahora sucedía.

Un tremendo orgasmo sacudió su cuerpo, agarrándose fuerte las tetas, y pellizcándose los pezones de forma ostensible.

Por el otro lado, Amelia seguía masturbándose después de mi ayuda para hacerlo la primera vez, viendo como la chica de 15 años llegaba a un orgasmo estruendoso.

Las ayudé a salir. Primero la joven invitada, y seguidamente, la joven dueña de la casa. Las ayudé a secarse y se sentaron ataviadas tan solo con los grandes paños que utilizaban para quitarse el resto del agua de su cuerpo.

Hablaban de cómo le había sentado el baño a Valkiria, que sonreía y disfrutaba del momento, mientras yo recogía y limpiaba el agua que había caído fuera de la gran tinaja.

No le presté atención a su conversación, solo cuando estaba a punto de acabar mis quehaceres, escuché:

-          Pues ahora nos toca bañar a Jarka, aunque ya lo hizo antes, pero nunca viene mal bañarse de nuevo, ¿no, Jarka? – preguntó Amelia.

-          Cómo señorita. – me hice el desentendido.

-          Que ahora te bañaremos nosotras a ti, ¿quieres?

-          Pues si usted lo manda, así sea. – respondí.

-          Quítate la ropa – ordenó Amelia.

Me despojé de la camiseta y del pantalón, quedando una semierección patente frente a sus caras. Valkiria abrió los ojos casi como si se le fuesen a salir de sus orbitas, pues seguramente era la primera vez que veía una polla.

Entré en la gran tinaja y me senté.

-          Acercate Valkiria – dijo Amelia mientras ya estaba a mi lado.

Se había despojado de su paño blanco, y lo había dejado caer al suelo. Se sentó en el borde de la tinaja y comenzó a acariciar mi pecho, llenándolo de agua y espuma. En el momento llegó Valkiria.

-          Siéntate ahí  - le señaló a la joven señorita.

Se quitó el paño que traía anudado a su cuerpo y lo dejó caer al suelo. Ambas permanecían a mi vera, una por cada lado. Mi polla reaccionó al instante, pues se puso dura y asomaba la cabecita entre el agua.

Amelia guió las manos de Valkiria hacia mi pecho, mientras ella bajaba y restregaba su mano contra mi polla, dura y tiesa, a la espera de ser utilizada. Amelia apretaba fuerte su mano contra mi polla, subiendo y bajando despacio por el tronco de ésta. En un momento, en el que no me di cuenta, la mano de Valkiria se juntaba con la de Amelia, apretando ambas las manos y subiéndolas y bajándolas por el tronco de mi rabo. La excitación se apoderaba de mí.

-          Súbete un poco – pidió Amelia.

Apreté las nalgas contra el canto de la tinaja y salió medio cuerpo fuera. Mi polla estaba totalmente emergida del agua. Ambas mujeres tenían unas de sus manos en mi polla, meneándolas sin parar. La cara de Valkiria reflejaba que era la primera polla que tocaba, y quería disfrutarlo.

Amelia se introdujo en la tinaja. Se acomodó de rodilla, y apartando un poco la mano de Valkiria, introdujo mi polla en su boca, mientras llevaba las manos de la otra joven a mis huevos, haciendo que los estrujara con suavidad. Mi gozo era ya ilimitado.

Unos cuantos minutos así, y tomándola de la mano, ayudó a Valkiria a introducirse en la tinaja. Cabíamos bien los tres, y alguien más si quería entrar. Amelia se separó de mí y puso en su lugar a Valkiria, que inexpertamente, colocó mi polla en su boca e intentó imitar a su anfitriona. Poco a poco fue cogiéndole la práctica, y primero con la lengua y luego con los labios, absorbía mi polla hasta donde podía metérsela.

Amelia se reincorporó y pasando como pudo sobre ambos, colocó su entrepierna en mi cara, apoyándose en mis hombros, y hundió su coñito en mi boca. Lamí y chupé toda su rajita, incluso metiéndole algún que otro dedito en su coñito.

Valkiria seguía aprendiendo con mi polla. Y sin que nadie le dijese nada, se colocó sobre mí, apoyándose en la espalda y el culo de Amelia, y se sentó sobre mi polla. Sentí como algo se rompía en su interior, a medida que mi polla exploraba su cuevita inexperta. Un quejido doloroso salió de su boca, y se detuvo. Pero de nuevo continuó metiéndose mi polla hasta el fondo. Cuando hubo llegado, se detuvo un instante, intentando acomodarse a la situación, nueva para ella.

Fui yo el que comencé a moverme, muy despacio, moviendo la cadera y comenzando a llevarla a un placer que nunca antes había conocido en su vida. Hundió su cara en las nalgas de Amelia, que tenía enfrente y se dejó llevar.

Sus tetas caían contra la parte de arriba de mi pecho, casi a la altura de mi cuello, lo que aproveché para levantar un poco a Amelia y chuparle los pezones, dándole más goce a la situación de la jovencita de 15 años.

Continué follándomela muy despacio, mientras comía el coñito de Amelia, que pronto encontró la recompensa, teniendo un nuevo orgasmo. se separó de nosotros, saliendo despacio de la tinaja, y dejándome frente a frente con Valkiria. Ésta hundía su cara en mi pecho, mientras emitía pequeños gemidos. Levanté su cara y la besé con amor, como si fuese un ser muy querido, aunque apenas la conocía, la verdad.

Se corrió mientras nos besábamos, mordiéndome el labio, y haciéndome un poco de sangre.

La levanté con la ayuda de Amelia y salió de la tinaja. Me puse de pie y me masturbé mientras las jovencitas hablaban y mi miraban, sonrientes ambas, por su buena noche de sexo. Me corrí y Amelia recibió algo de leche en las manos, llevándoselas a su boca y dándole de probar a Valkiria. No le desagradó.

Amelia se vistió con el mismo trajecito de estar por casa que llevaba al principio, y me ordenó que sacase uno para dárselo a Valkiria. Se lo pusimos entre los dos. Luego me pude vestir yo, y salí en busca de la cena.

Cenaron las dos en la habitación, bajo mi supervisión. Las dejé tranquilas y siguieron hablando y no sé que más hasta altas horas de la madrugada.

..

Pasaron 4 meses desde que iniciásemos a Valkiria en el sexo. Nos visitaba muy a menudo, sin su familia, para tener sexo. Nada más llegar, Amelia subía rápidamente a la habitación con ella y mantenían sexo entre ambas, para luego llamarme y servirlas de segundo plato, aunque eso a mí no me molestaba, pues de todas formas, era un sirviente. Un sirviente con algo de suerte, la verdad.

Una noche, nos enteramos de que había un incendio en la ciudad. Al vivir lejos, solo podíamos ver la gran humacera que se extinguía por el cielo.

-          Pobre gente esa que se quede sin casa por el incendio – decía Amelia mientras mirábamos por su ventana hacia la cuidad.

La verdad es que sería una gran putada para la gente que perdiese su casa de esa forma.

Me ordenó que preparáramos el carruaje, quería ir a ver qué sucedía realmente. La ayudé a vestirse y salimos en dirección a la ciudad. Al llegar, resultó ser un gran incendio, que se arrastraba de una casa a otra.

-          Se ha originado en la casa de la esquina – señaló una señora a la pregunta de Amelia.

Señaló hacia el final de la calle, y resultó ser la casa de nuestra querida Valkiria y su familia.

Amelia echó a correr como pudo, levantándose el atropellado vestido que llevaba puesto, y yo salí detrás de ellas décimas de segundos después, adelantándola y corriendo todo lo que pude hasta llegar a la casa donde se había originado el incendio. Cientos de personas se arremolinaban en las calles con cubos de agua tirándolos lo más lejos que podían sobre las casa incendiadas, pero no daban abasto. Agarré un cubo y me junté a unos cuantos hombres que lanzaban agua a la casa de nuestros amigos. Era inútil, más bien imposible acabar con aquello. Pero después de varias horas, más o menos estaba todo controlado por esa zona, no así en la zona de las caballerizas y el ganado, situado en la parte trasera de esa misma calle.

Cuando dejé el cubo, intenté sentarme para descansar un poco. Miré a mi alrededor y no vi a la señorita Amelia. Me levanté de nuevo y empecé a buscarla. Preguntaba a las personas más cercanas si la habían visto. Nadie decía nada positivo. Por fin, una anciana, me señaló hacia una casa. Entré sin permiso alguno, y la encontré sentada, abrazada junto a Valkiria, llorando ambas. Al preguntar como estaban, respondieron que bien, pero una gran tragedia se había segado con la familia de la jovencita. El futuro marido de la señorita Amelia y padre de Valkiria había muerto intentando salvar a su hija más pequeña. La situación era muy drástica. Me derrumbé en el suelo junto a ellas, y alguna que otra lágrima se derramó de mis ojos.

Pasado un tiempo, unas 2 semanas, Valkiria se había ido a vivir con nosotros. Amelia la había recogido como si de su propia hermana o hija se tratase, y la servíamos del mismo modo que servíamos a la dueña de la casa.

Continuara