Tic, Tac

El interior de la consulta de un psiquiatra esconde secretos inimaginables.

Tic, tac, tic tac, tic

El pesado péndulo de un gran reloj de carillón avanzaba cansinamente de un lado a otro mientras los grados en la pequeña y sombría habitación.

Cayendo, implacable, el sol chocaba contra las persianas bajadas colándose entre los agujeros, dibujando lunares sobre la alfombra.

Aquel parecía mas el escenario de alguna película de Hitchcock en lugar de la consulta de un psiquiatra. Era pleno agosto y las aspas del techo se movían pesadamente en un vano intento por refrescar la habitación.

Ángela notaba el sudor mojar su camiseta entre su piel y el cuero del diván en el que estaba tumbada. Ese mueble al que estaba empezando a odiar con toda su alma.

¿Cuánto tiempo había pasado ya desde su violación? Meses, y sin embargo su mente seguía cerrada.

Un muro había crecido un muro que no la dejaba recordarlo, ese día se borro de su memoria como si se lo hubiera tragado un agujero negro.

Desde entonces, 2 veces en semana, se obligaba a ir al psiquiatra, a tumbarse en ese diván y a intentar recordar lo que su mente quería olvidar.

El doctor se sentaba en un sillón a su lado y tomaba notas, mientras su voz iba guiando la sesión, que con cada día que pasaba parecía mas inútil, pues siempre al llegar a un punto, su mente se negaba a seguir y debían parar.

-Bueno Ángela, hoy me gustaría probar algo un poco diferente, supongo que has oído hablar del hipnotismo.

-Estoy cansada ya de esto, la policía me dice que recuerde para denunciar y no puedo, no creo que vaya a funcionar. Probémoslo si quiere, pero la puerta cerrada

El doctor miro a la mujer que tumbada boca arriba cruzaba los brazos sobre el pecho para dejarlos caer en esa manía que había cogido desde el día de la violación.

Su rostro se quedo marcado con una cicatriz en la frente donde la golpearon, desde entonces, se dejo el pelo largo solo para taparla con el.

-Entonces, ¿quieres que empecemos?

-Me vas a cobrar igual, así que adelante.

-Bueno, cierra los ojos y respira con la tripa como ya sabes, inspira, aguanta el aire, déjalo salir poco a poco… Repite lo mismo otra vez, deja caer los brazos a los lados de tu cuerpo, las manos te pesan. A partir de ahora solo te vas a centrar en mi voz, olvida todo lo demás y deja la mente en blanco, siente flotar tu cuerpo. Ahora vas a imaginar

Una escalera se descendía frente a ella, la escalera de su conciencia, cada paso que daba la introducía mas profundamente en su cabeza.

Da el primer paso entre la oscuridad, solo se ve la escalera blanca con innumerables peldaños. ¿Recordaba ya lo que paso?

Ese día había salido de su casa, le dejo la comida puesta al perro y se monto en el ascensor desde el cuarto piso en el que vive.

Se miro como hacia siempre en el espejo de cuerpo entero que cubre una de las paredes mientras bajaba hasta la calle.

Otro escalón más en esa escalera que prometía la curación para su mente.

Hasta ahí era fácil, salio del portal y camino hasta el coche que tenia aparcado a unos metros de la puerta. Se monto y se fue hasta el trabajo. En la radio sonaban canciones que ella tarareaba pues siempre eran las mismas.

Llego a su oficina, aparcó en su plaza de garaje y subió hasta el segundo piso donde la esperaba su mesa, su portátil y otra jornada más de trabajo rutinario.

El día transcurrió con normalidad, su jefe le pidió que se quedase hasta terminar un informe, y la gente se marcho a sus casas. Eso no era nada raro.

La oficina seguía teniendo luz a pesar de que afuera, las farolas alumbraban las calles por las que grupos de chicos jóvenes andaban hablando a voces con bebidas en la mano.

Terminó el trabajo y lo pasó a un pen drive, junto con un posit lo dejo en la mesa de su jefe para que lo encontrara por la mañana. Regreso a su mesa y apago el portátil.

Sabía que se iba acercando al momento en el que la puerta se cerraba. Bajo otro escalón.

Salio de la oficina y se metió en el ascensor que la llevaba al garaje donde había dejado el coche hacía unas horas.

Al llegar supo que algo iba mal, las luces estaban apagadas y solo quedaban encendidas las de emergencia. Quiso convencerse de que era solo un problema con la electricidad y fue caminando hacia su coche.

Escuchaba pasos mas amortiguados que sus tacones andar detrás de ella, sin embargo no se veía a nadie, se giro para comprobar que nadie la seguía, pero la penumbra había difícil ver nada que no fueran las formas de los coches y las salidas de emergencia.

Llego a la puerta de su Ford mientras buscaba las llaves lo mas rápido que podía en su bolso, escucho un ruido aun mas claro. No había duda, no estaba sola y entonces

-Ángela, sigue, imagina una puerta grande y robusta frente a ti, se ha interpuesto en la escalera, no te deja avanzar.

La mujer sudaba y empezaba a retorcerse en el diván.

-Tienes que concentrarte en la puerta, abrirla y atravesar la barrera que no te deja acceder a esos recuerdos. Es normal tener miedo, pero sabes que estoy contigo, que te sacare si lo pasas muy mal. Vamos Ángela, abre la puerta.

-Se… se abre. Veo luz por la rendija. Me asomo y… Dios, estoy allí, de pie delante del coche y alguien se me acerca por detrás.

-Muy bien, sigue mirando, cuéntame que pasa.

-Estoy buscando las llaves, estoy asustada. El hombre se me acerca por detrás, me giro y grito. Me golpea en la cabeza con algo romo y contundente, no lo veo bien… No puedo seguir… no puedo verlo.

-Escúchame Ángela, tienes que hacerlo, tienes que verlo para identificar a tu agresor, estoy seguro de que puedes. Eres fuerte. Vamos. Que mas pasa.

-No ha llegado a dejarme inconsciente, me revuelvo un poco y me agarra de las muñecas, me pega un rodillazo en el estomago y caigo de rodillas. Me coge las llaves del coche y abre, me mete dentro y me amordaza.

Las lágrimas corrían por sus mejillas mientras el sudor seguía empapando su ropa, demasiado doloroso para seguir, demasiado intenso para aguantarlo.

Se volvía a ver a si misma en esa escena que su memoria había borrado para protegerla, se veía indefensa, vulnerable, como una muñeca en las manos de su agresor.

-Muy bien Ángela, ahora bajaras otro escalón y ese escenario desaparecerá, no habrá garaje, ni coche, tan solo podrás ver una verja frente a ti, y detrás de ella estará el hombre que te hizo esto. Necesitamos su cara, lo sabes. Dime, ¿Qué ves?

-La escalera, brillando en la oscuridad, indicándome el camino. Bajo un escalón mas y me encuentro con unos barrotes, una celda y alguien dentro. Esta todo demasiado oscuro y no puedo distinguir mas que su silueta.

El lugar era realmente tenebroso, aunque las barras de hierro que la separaban de sus temores la hacían sentir mas segura.

-Vamos, Ángela, mira dentro, enciende la luz y mírale a la cara.

El tono de su voz le llegaba distante, frío y rudo, ¿Por qué tanto interés? Busco a tientas dentro de la penumbra algo que le permitiera distinguir la figura que la había tenido desplazada de su vida, reducida a una cáscara vacía. Ese era el momento de enfrentarse a ello, de recuperar todo lo que le había robado aquel hombre.

A medida que aumentaban sus ganas de descubrir el rostro de aquel que hizo de su vida la nada, la luz se iba haciendo mas intensa, ahora podía ver que el hombre llevaba el pelo ligeramente largo y un poco alborotado.

Se agarro a los barrotes y escudriño el rostro que se presentaba frente a ella.

-Descríbelo Ángela, vamos, cuéntame como es el hombre que te jodio, como son sus rasgos, venga… ¡Habla!

De la oscuridad salio su cara, de rasgos angulosos, los ojos negros, labios finos y frente amplia.

-Lo ves, ¿Verdad? Puedes verlo, y lo reconoces, sabes quien es. Abre los ojos y mírale de frente. Mira al hombre que te jodio la vida y que ahora te obliga a recordarlo.

Abrió de golpe los ojos, seguía tumbada en aquella habitación semi iluminada, solo que la luz que se filtraba por las ventanas era mas escasa que antes, sentía su ropa mojada, empapada en sudor.

Se sentó en el diván y miro al psiquiatra. Ahora podía recordarlo, abalanzándose sobre ella, aprovechándose de su fuerza y robándole su vida, su confianza.

El hombre se levanto y caminó hacia la puerta, aprovechando la confusión que paralizaba a la mujer.

-Muy bien, ya has recordado. Aquí termina tu terapia, pero por desgracia, y como ya habrás supuesto, no puedo dejarte marchar.

Y ante el rostro desencajado de Ángela, el psiquiatra cerró la puerta.

El reloj continuaba con su incansable Tic Tac resonando por toda la habitación.