Tibi Dabo 2

...cadens...

CAPITULO 2 Cuando llegué a la puerta de mi casa se me hizo un nudo en el estomago. Empecé a recordar. Todo había sucedido demasiado rápido en mi cabeza. Las piernas me temblaban, y los tacones cedían a los lados. Me derrumbé.

Y allí en el suelo, tirada, lloré.

Lloré mucho tiempo, amargamente, con ansia. La cabeza me daba vueltas. ¿Que extraño juego era ese? Vida o muerte, las palabras del extraño del metro retumbaban en mis oidos. Y me acordé de como era hasta hace unas horas, Gabriel. Y que iba en el metro a... ¿a casa? Recordé a mis padres, y a mi novia. Recordé a Marc, y a Pep, mis amigos. Pensé largo tiempo en Francisca, mi abuela. Siempre fuí su nieto favorito. Cuando nos quedabamos a solas, siempre me daba mas paga que al resto. Y fue a mí al que le enseñó la cajita de música, aquella que cuando la abrias sonaba bajito, muy bajito, una canción que nunca volví a oir en ningún sitio. Y sobre todo recordaba el metro. las luces, los gritos, la gente. Y a él.

Cuando me cansé de llorar, entré en casa. Me quité los zapatos, encendí las luces, y ví que en el extraño mueble del recibidor había un libro. Un libro que yo no recordaba allí. Un libro que, si bien parecía perfectamente normal, destacaba sobremanera en aquel mueble. Era como si no tuviera que estar ahí. Lo cogí. El libro era gordo, pesado y negro. Era una edición de bolsillo, pero en las tapas no había nada. Las tapas eran completa y absolutamente negras. Y había un marcapaginas. Abrí el libro, y ahí me di cuenta que era una biblia, y el marcapaginas estaba en el Evangelio de San Lucas. Y allí, marcada con un subrayador, una frase. Era el capitulo cuarto, el septimo versículo: "Todo esto será tuyo si arrodillandote ante mí, me adoras"

Y justo en el mismo momento que acabé de leerlo, supe que detras de mí había alguien. Y supe quien era.

-Hola, Gabriel. Te veo especialmente bien. Pero no vas vestido apropiadamente para este momento. -En ese momento me miré, y me di cuenta de que mis ropas habían desaparecido. Mi precioso y delicado cuerpo estaba al aire, tal cual, sin ningún aditamento. Y sentí vergüenza, porque él me miraba con lascivia. Pero cuando intenté taparme, me sentí incapaz. -Ay, Gabriel. Hacía mucho tiempo que no venía a Barcelona. Mucho. Y llego, y te veo a tí, con tus dudas, con tus problemas... Y me encapriché, llamalo así, de tí, tan humano, tan irregular, tan debil. Y justo entonces el accidente del metro. Ahí me di cuenta de que de toda la gente que allí moría, tu tenías ambición. Autentica Ambición. Y andamos muy faltos de gente así, en serio. -Él se acercó a mí, y de una manera tierna, casi familiar, comenzó a tocarme el pelo, la cara, los brazos, la base de mis pechos... -Gabriel, tuve que hacerte esto. Sé que no te gusta. Sé que estas confundido, y sé que estas lleno de dudas. Entiendeme, tu cuerpo actual es muchísimo más útil para mis fines que el anterior. Y con esto te debería de bastar. -Siguió acariciandome, ahora el vientre, y mi espalda, y mi nuca. Y acerco sus labios a los mios. Y me besó. Y sentí fuego en mi boca, y calor en mi cuerpo.

Y lo entendí.

Así como había aparecido, se había ido.

Mi cuerpo ya no estaba desnudo. Un body de latex ajustadísimo cubría mi torso. Tenía mucho escote, y mis pechos asomaban, apretados, redondos, grandes, suaves. La parte de atras se metía entre mis gluteos, dejando mis nalgas al aire. Llevaba unos guantes, tambien de latex, que llegaban un palmo mas arriba del codo. Unas medias del mismo material en mis piernas, llegando hasta el muslo. Unos zapatos de charol negros, brillantes, con una aguja altísima que hacía que mi empeine quedara recto, terminaba el cuadro.

En el recibidor, en aquel mueble donde antes había encontrado la biblia, había un Abrigo largo de cuero, mi bolso y un pequeño papel.

Abrí el papel. Había una dirección, escrita con una letra gótica: Carrer de Sant Domenech del Call, 14.

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Para aquel que no conozca Barcelona, el Call es una pequeña barriada, en el mismo corazón de la ciudad vieja, donde vivían los judios en la edad media. Actualmente es una zona peatonal, con algunos bares de tapas, alguna tienda, y, debido a la dejadez general del barrio, un fuerte olor a orín. En las casas mas antiguas se pueden ver placas con escritura hebrea.

Y allí estaba yo, en el numero catorce de la calle de Sant Domenech del Call. Ya llevaba allí casi veinte minutos, y los zapatos me estaban destrozando los pies. El largo abrigo cubría la poca y erotica ropa que llevaba. Alguién cubrió ligeramente mis ojos con sus manos. -¿Quien soy?-. Recorde claramente esa voz. Era una de esas voces que nunca se olvidan. Grave, fuerte, potente. Muy masculina. y con un inconfundible acento catalán. -Carles. -Dije. -Creí que no vendrías, -dijo, -y sin embargo aquí estás, tan sumisa que me es imposible de creer. -¿Perdona? -No sabía muy bien por donde iban los tiros. -Ayer, antes de que salieras de mi casa, te di dos ordenes, solamente para saber si querias ser o no ser mi esclava. -Contestó él. -La primera era que vinieras a esta dirección. Y la segunda la comprobaré ahora. -Y se acercó a mí, y abrió los seis botones de mi abrigo. Dio una rapida repasada y sonrió. Se acercó, me besó profundamente, y me dijo que era lo mejor que le habia pasado en su vida.

Y entendí que a pesar de mi debilidad, de mi cuerpo fragil, y de que nominalmente él decía ser el amo, y a mí me llamaba sumisa, en ese mismo instante entendí quien dominaba a quien.

-Sigueme hasta mi apartamento. Y quitate ese horrible abrigo para venir conmigo. Quiero que todo el mundo vea tu cuerpo. Y así vestida. -Me quité el abrigo, y un escalofrío me invadió.

Su casa estaba a cuatro minutos escasos. Es curioso, pero no recordaba donde me había llevado ayer. Durante el camino, lo unico digno de mención fue pasar por el medio de una despedida de solteros ingleses. No tengo ni idea de que habrían hecho conmigo, así vestida, si Carles no hubiera estado a mi lado.

Una de las experiencias más extrañamente maravillosas de la vida fue aquella. Me sentí deseada, me sentí fragil, pero poderosa. Y aquel extraño sentimiento de poder se iba incrementando en mí.

Carles me ayudó a entrar en su portal. Allí me pidió que subiera las escaleras hasta el cuarto, delante de él. Quería ver bien mis nalgas desnudas. Y eso me excitó. Le hice caso, y subí, dandome cuenta de que a cada paso que daba, el latex se introducía cada vez más en mi sexo, y ya al llegar al segundo piso, mis labios vaginales ya se habían escapado de la protección de aquel escueto body.

El clitoris me palpitaba con fuerza. Cuando llegué al rellano, Carles se me adelantó, y abrió la puerta de su casa.

-Arrodillate -me ordenó.

Cumplí su orden. Y recuerdo perfectamente que en ese simple y extraño momento comprendí las razones de mi existencia. Y supe exactamente lo que tenía que hacer.

Y un segundo despues de ver el pene de Carles frente a mi cara, surgió la oscuridad.

Y la oscuridad se disipó, y me desperté.

Y estaba en una playa. La playa de la Barceloneta. la reconocí al ver las enormes torres del Puerto Olímpico. Estaba amaneciendo. Sola, con la misma ropa con la que salí de casa.

Y allí, encima de la arena, junto a mi bolso y a mi abrigo había algo.

Algo impío.

Algo blasfemo.

Y cuando supe lo que era, cogí mi bolso y el abrigo, y me acerqué a la orilla, y vomité.

Era el pene de Carles.