Tibi dabo

Haec omnia tibi dabo si candens adoraveris me.

PROLOGO

"Propera parada: Urgell" El vagón del metro estaba atestado, repleto de gente. Había un hombre, probablemente indio, o pakistaní, a mi lado, con un fuerte olor rancio que hacía que la situación empeorara. Por detrás, quince chavales recién salidos del colegio, berreando, gritando y dándome empujones. Genial.

Súbitamente sonó un enorme chirrido. El vagón estaba frenando. Las luces del vagón se apagan. Un golpe. Me doy contra el hombre de mi lado. El convoy vuelca y mi cabeza se encuentra con el techo. Gritos. La luz se vuelve a encender. Gritos. Sangre. Y, de repente, los gritos y la luz cesaron.

Me desperté. Sin sensación de principio o final, sin reloj interno, perdido. No sabía que hora era, ni donde estaba.  El vagón estaba vacio. Tan sólo estaba yo, de pié, en el medio. No podía precisar que había pasado. Pero no, yo no estaba solo. Alguien dijo mi nombre detrás de mí. -Gabriel. Me dí la vuelta. Y allí estaba él. No puedo describirlo ahora, tal cual lo vi allí. No creo que haya idioma en el mundo con una palabra adecuada para describirlo. No lo había visto nunca, y, sin embargo, sabía quien era. Su rostro era insoportablemente bello, su cuerpo delicado y fino, y su ropa estaba hecha de un material que nunca había visto. -¿Que quieres de mí?, -balbuceé, entre lagrimas. Él me miró fijamente, y aunque yo no era capaz de mirarle, notaba su mirada en mí. Era algo tan palpable como dos puñales que me atravesaran. -Permite, por favor, que me presente. Soy un hombre con riqueza y buen gusto. Llevo muchos años por aquí, robando almas, fe. O al menos eso dijeron de mí otros. Aunque creo que ya sabes mi nombre, o, al menos eso espero. El vagón en el que estabas ha sufrido un terrible accidente. Y me encantan estos juegos. Sólo quiero que me digas una cosa, Gabriel. ¿Muerte o vida? Elije rápido, no tengo todo el día. Sentí una congoja tal que mi corazón no podía seguir latiendo. El miedo que sentí no podía sino paralizarme y derrumbarme, y el ahogo me habría impedido respirar. Y sin embargo allí estaba, mirándome, de pie. Aunque no estaba seguro de que mi corazón y mis pulmones funcionaran. -Vida, -respondí, seguro como nunca de mi decisión. -Que así sea, dijo.

CAPITULO 1 TIBIDABO

Me desperté con un fuerte dolor de cabeza. Me dolía la cadera, el brazo y la pierna izquierda. Al abrir los ojos, una enfermera me miró, me dijo que no pasaba nada, y que esperara. Estaba en un hospital. Al rato entró un señor, ataviado con bata blanca y con su nombre bordado en el bolsillo de esta. Dr. Ricart Comte, ponía. Al menos seguía en Barcelona, pensé. Me miró, comprobó mi pulso, mi temperatura y mis pupilas. Buscó alrededor una silla, se sentó en ella, y, mirandome, comenzó a hablar, meditando cada palabra que salía de su boca. -Esta en el Hospital de La Vall d'Hebron, de Barcelona. Usted estaba en el segundo vagón del tren, saliendo de Rocafort hacia Urgell, en la linea 1. -comenzó. -Hubo un accidente que nadie ha podido explicar, y todos han muerto, excepto usted. Ha estado en coma cerca de dos meses, desde aquello.- -...dos meses... -musité, con una voz hueca, vacía, ajena. -Sí, -continuó el Dr. Ricart. -Y ahora se ha despertado. ¿Tenía familiares, amigos, pareja en ese vagón? -...no, sólo iba yo... -mi voz me resultaba completamente desconocida. - Bueno, tendrá que permanecer aquí cuarenta y ocho horas de observación. Una vez pasadas, le daremos el alta hospitalaria, aunque me imagino que necesitara ayuda psicologica y psquiatrica. Es duro sobrevivir a algo así.- De repente sonó su busca, se levantó, y antes de alcanzar la puerta, me sonrió. -Pasaré mas tarde, señorita -terminó.

¿Que ha dicho? ¿Que ha dicho? ¿Qué? Comencé a pulsar el timbre para llamar a la enfermera. Al segundo toque, apareció la misma enfermera que ví al despertarme. -Ayudemé a ir hasta el baño. Necesito verme. -Mi cerebro emitió esa orden como tajante y abrupta, pero la voz que salió de mi garganta lo dijo con una suavidad desconocida. La enfermera me ayudó a levantarme, abrió la puerta del bañó, y me dejó pasar. Y me ví en el espejo, y recordé a quien había visto en el metro. Y deseé salir huyendo, gritando, de aquel hospital. Pero me tranquilicé, no sé como, respiré hondo y volví a mirar a esa desconocida que me ofrecía el espejo. Era una chica rubia, con el pelo largo. La piel clara, suave, nacarada. Los ojos azules, casi turquesas. Los labios gruesos, jugosos, exquisitos. La cara era una obra de arte, una pequeña pieza de orfebre dedicada al morbo. Me aparté ligeramente del espejo, y me desabroché la bata. El espejo me devolvió la imagen del cuerpo más increible que yo hubiera visto. Piernas altas, esbeltas, torneadas. un vientre liso, exquisito. Una pequeña mata rubia en la entrepierna. Una cadera que, se viera como se viera, hacía junto a la cintura la curva más bonita que se haya visto. Y los pechos grandes, altos, con los pezones señalandome. El pelo caía suavemente sobre sus hombros. Y de repente me acordé que yo me llamaba Gabriel. Que ese no era mi cuerpo. Y volví a recordar a quien había visto en el metro. Me tapé, lloré, respiré hondo, y volví a salir del baño -Perdoneme, enfermera. ¿Cual es mi nombre? Hay cosas que no logro, no consigo recordar. -la dije. Luna. -me contestó. Luna Ordás de Lena. -Gracias, enfermera. -y se fue.

Dos días mas tarde el medico me dió el alta medica. Una enfermera apareció con una caja en el que estaba escrito mi nuevo nombre. Luna Ordás de Lena. -Aquí tiene la ropa con la que la encontramos. Ha quedado intacta, ni siquiera se ha ensuciado, increible. Aunque no estoy muy segura de que quiera salir a la calle con eso... -dijo. -Creo que eso es problema mío. -fue lo unico que salió de mi boca. En la caja había todo ropa negra. Que alegría. Miré el contenido. Un par de medias de rejilla, un porta ligas, un tanga y un sujetador. Un par de botas altas, por encima de la rodilla, de charol, con un tacón de aguja altísimo. Y un vestido de charol tambien bastante cortito y con mucho escote. Pues si esa era mi ropa, tendría que ponermela. Despues de casi quince minutos, intentando cerrar todos los abroches, enganches y cremalleras, me puse un largo abrigo de cuero que había en la caja, junto a lo anterior, me despedí de las enfermeras, e intentando recordar la dirección que figuraba en el DNI de Luna, esto es, yo, bajé hasta la calle. Jamás me habían mirado tanto. Los hombres con lujuria, con una mirada casi agresiva, y las mujeres con envidia, con una envidia sana por lo general.

En la puerta pedí un taxi, y le recité la dirección que me había aprendido de memoria. -Avenida del Tibidabo, por favor. -apunté. -De acuerdo, respondió el taxista.

El taxista me dejó enfrente de un chalet exento, bastante antiguo, en la zona alta de Barcelona, practicamente al lado de la estación del Funicular del Tibidabo. Desde la puerta de mi nueva casa se veía el mar, y practicamente toda la ciudad a mis pies. Las botas me estaban matando. Me senté en un banco, enfrente de la puerta de mi nueva casa. Estaba cansado, o cansada.

Entré en casa en silencio, mirando todo poco a poco. En el salón había una chimenea. Y mi habitación tenía una cama gigantesca, con dosel. Había dos puertas en mi habitación, Una era el baño, y, la otra, el vestidor. Al parecer toda la ropa que tenía era del mismo estilo. Cuero, Latex, PVC. Corpiños, faldas, vestidos, culottes... En el zapatero solo había botas altas como las que llevaba y tacones de aguja finisimos. Y la lencería no cambiaba. No encontré mas ropa. No había un chandal, ni una simple camiseta. Me quité el abrigo y ví mi reflejo en el espejo del fondo del vestidor. Era increible.

Decidí salir a dar una vuelta. Era sábado y ya eran las diez y media de la noche. Despues de pensar durante un rato a que bar podía ir con esas pintas sin llamar demasiado la atención, recordé una discoteca en L'Hospitalet llamada Nocturna. Al parecer era una discoteca de goticos, donde para entrar había que ir obligatoriamente de negro. Había ido una vez hace años, con una amiga. Claro que ahora iba a ir solo, dentro de un cuerpo que incitaba demasiado al peligro. Y aunque sentía bastante miedo ante los posibles peligros, la curiosidad fue más fuerte. Antes de ir paré en un cajero. Y aunque no tenía ni idea de cual era el numero secreto, metí el mío de siempre. Y era el mismo. Claro que el contenido no. En esa cuenta había mas dinero del que nunca llegué a imaginar. Saqué cien euros, y me dirigí a la discoteca.

Una vez allí, pagué religiosamente la entrada. Y recuerdo que cuando dejé el abrigo en el ropero, el chico que me cogió el abrigo se quedo mirando hacia mí, sorprendido. Yo me sentí avergonzado. La discoteca estaba llena de gente. Todos de negro, con latex, o cuero, botas con pinchos metalicos, y, en el medio de todos, yo. Me acerqué a la barra a pedir una copa. Nada más acercarme a la barra un chico alto, imponente, con la cabeza pelada, se acercó a mí. -¿Eres de aquí? -me dijo. -La verdad es que no. -mentí- Acabo de llegar de fuera, y este es el unico sitio donde me dijeron que no llamaría mucho la atención. -no sabía que decir. Sólo quería beber un buen rato y no llamar la atención demasiado. -¿Te importa que te invite a una copa? No sé porque, no lo entenderé nunca, pero le seguí el juego. Me pidió un gin-tonic, y él se pidió una copa de whiskey escocés, uno caro. Me preguntó sobre mi ropa, mis gustos, mi profesión. Yo respondía inventandome cosas sobre la marcha. ¿La ropa? Me gusta mucho ir provocativa. ¿Mis gustos? Música, lectura... ¿Mi profesión? Modelo. Con este cuerpo podía serlo perfectamente.

De repente hubo una pregunta de Carles (que así me dijo llamarse) que me desconcertó: -¿Eres más sumisa o más dominadora? La respuesta salió de mi boca antes de que pudiera asimilar lo que me había dicho, aunque yo no recuerdo haber pensado eso nunca. -Soy sumisa, y ahora mismo no tengo amo.

Entonces él pareció entender algo, y se acercó a mí, y me dió un largo y profundo beso. Yo no me retiré, aunque mi cabeza me lo pedía. Pero mi cuerpo no. Mi cuerpo no parecía obedecer lo que mi cabeza le dictaba.

-Vas a venir a mi casa, -me dijo Carles -y vas a ser mi perrita- -Sí. -respondí.

Llegué a su casa, tremendamente excitada. Yo no entendía nada. Era como si mi cuerpo hubiera decidido tomar un camino completamente diferente al de mi cabeza. Y mi cuerpo pedía cosas que mi cabeza no deseaba. Sentí como mi clitoris se iba hinchando. Me besó, me desabrochó el abrigo, y me dijo que me desnudara y me pusiera en el suelo, de rodillas. Y mi cuerpo hizo exactamente lo que le ordenaban. Me quité el sujetador, los ligueros, y el tanga. Y cuando iba a quitarme las botas, él prefirió que me las dejara puestas.

Me unió las manos a la espalda con unas esposas. Me colocó una barra entre los pies, que me obligaba a mantener mis piernas siempre separadas, ofreciendole mi sexo lúbrico. Y en la boca me situó una especie de brida, con forma de aro, que me dejaba la boca siempre abierta. En el cuello me puso un collar de cuero negro, con una argolla enorme.

Empezó a darme azotes en el culo. No muy fuertes, pero si suficientes para notar como toda la sangre de mi cuerpo se concentraba en mi coño. Empecé a sentir pequeños espasmos, que me obligaban a arquear la espalda, y a ofrecerle mi cuerpo cada vez más.

Entonces el sacó su pene. Enorme, jugoso, grande, duro. Y me lo puso en la boca, y comencé a chupar como sí me fuera la vida en ello. Necesitaba ese trozo de carne dentro de mí. En todos mis orificios. Me daba igual. Mi cuerpo pedía tocarse el clitoris.

Y no podía.

Carles se situó detras de mí, y empecé a notar algo rondando mi culo. Algo comenzó a entrar. Su polla, magnifica, avanzaba dentro de mí sin reparos. Y comenzó a bombear. Notaba como entraba y salía, y entraba y salía, y así hasta que perdí la cuenta del tiempo que llevaba. Y mi coño seguía sin ser penetrado, que era lo que yo más quería, lo que yo más necesitaba. Mi culo ardía. De golpe me dió la vuelta, me miró a los ojos, me quitó la barra que separaba mis piernas, y comenzó a penetrarme lenta, muy lentamente por mi coño encharcado. Madre mía, que aguante tiene este chico. Cinco, diez, quince minutos. Y sentí que el mundo se paraba, y que no estaba nadie más que yo. Noté como si de mi clitoris naciera una enorme descarga que me invadía por completo, recorriendo toda mi columna vertebral. Una vez. Dos veces. Tres veces.

Y él se corrió en mi cara.

Me desabrochó todas las cosas. Y me dejó utilizar su ducha. Luego me vestí, nos besamos, salí a la calle y levanté mi mano al primer taxi que pasó. -Avenida del Tibidabo, por favor. -pedí al taxista.

CONTINUARA... ----------