Tía y prima depravadas (3)

La fiesta.

TIA Y PRIMA DEPRAVADAS 3

(La fiesta)

A partir de aquel día la concupiscencia, la lujuria y la depravación gobernaron nuestras vacaciones. Por supuesto, desde entonces dormimos los tres juntos cada noche. Dimos rienda suelta a nuestros caprichos sexuales sin ningún tipo de límite. Por ejemplo, yo instituí una norma que consistía en que cada vez que tuviera ganas de mear, la que estuviera más cerca de mí tenía que sujetarme la polla y después sacudir las gotitas. Ni que decir tiene que muchas veces lo dirigían a sus bocas o a sus caras, dependiendo del apetito del momento. En el mismo orden, mi tía estipuló que las duchas fuesen compartidas por los tres, dando lugar a situaciones de lo más calientes. Mi prima fue la más extrema a pesar de su juventud: exigió que todas las mañanas su madre me pajease delante de ella y echase mi leche en su café. "Desayuno familiar", lo llamaba.

A todo eso, fuera de casa nos comportábamos como una familia más en vacaciones. Playa, paseos, terrazas de bar, baile de hotel, copas nocturnas, etc. Sólo dentro de casa nos convertíamos en bestias sexuales de primer orden. Y, claro, durante los fines de semana que compartíamos con mis padres, nada de lo que en aquella casa ocurría se podía intuir ni imaginar.

Nos dimos todo tipo de homenajes carnales entre los tres en la intimidad de nuestro chalet, pero los tres acordamos que deseábamos ampliar fronteras. Tía Carlota sugirió que montásemos una fiesta nocturna en la terraza. Compraríamos algo de comida sencilla y mucha bebida para animar la desinhibición. Sólo faltaba seleccionar a los invitados, y a ello dedicamos los siguientes días. Pero yo puse una condición: que no fuesen gente del lugar, ya que me conocían a mí y a mis padres. Tenían que ser turistas que desapareciesen de nuestras vidas para siempre. Naturalmente, estuvieron de acuerdo.

El martes habíamos fijado la fecha de la fiesta para el jueves por la noche. Nos pusimos en marcha para captar invitados que nos pareciesen indicados para el evento. Nos dedicamos mi tía, mi prima y yo a escrutar a las personas que veíamos en nuestro recorrido diario, intentando un acercamiento que siempre resultaba fácil. Mis parientes, con aquellos cuerpos y aquel desparpajo insinuante tenían fácil la captación de invitados, yo no tanto.

El mismo jueves por la mañana ya estaba confeccionada la lista de invitados. Tía Carlota había invitado a un matrimonio belga de mediana edad, entre cuarenta y cuarenta y cinco años, de muy buen ver. Había entablado amistad con ellos en el chiringuito de la playa. Ella era bastante alta, con un cuerpo muy cuidado, pelo rubio rizado, unas tetas grandes algo caídas y un culo tipo pera grande, que pedía guerra. Él era alto también y muy risueño, delgado, rubio y con un paquete descomunal que el bañador no podía disimular. Melina invitó a un chico y a su hermana. Eran alemanes, como ella. Él debía tener unos veinte años y ella era algo más joven. El chico era corpulento y un poco más alto que yo. Según mi prima, estaba muy bueno. Mientras su hermana era poquita cosa, muy blanca de piel, pelirroja y con pecas en la cara. Mis invitados fueron dos tipos suizos muy cachondos, adictos al tequila y a los chistes verdes. Hablaban castellano correctísimamente, y eso me tranquilizaba entre tanto extranjero. Rondaban los treinta años, y no estaban nada mal.

La tarde del jueves la dedicamos a preparar la fiesta, y como había dicho mi tía, la comida se reducía a algo para picar mientras que la bebida era abundante y variada.

Tía Carlota y Melina se vistieron para la ocasión como dos putones de lujo. Sus ropas eran mínimas y apenas tapaban nada. Un solo movimiento ponía al descubierto cualquiera de sus encantos.

Los primeros en llegar fueron los suizos, que después de besar a las anfitrionas, se sentaron en el banco del jardín con una cerveza cada uno. Se les notaba algo cortados, pero enseguida empezaron con sus chistes subidos de tono. Además se les notaba la inquietud que la presencia de mis chicas les provocaba. Después llegaron los hermanos y poco después el matrimonio belga. Después de las presentaciones de rigor, empezamos a picar algo, a charlar, a mezclarnos unos con otros mientras la música del grupo "América" suavizaba el encuentro entre desconocidos.

Pronto se acabó el apetito y empezaron las copas serias. De la cerveza pasamos a los licores y combinados. Fue entonces cuando yo propuse un baile: "La Bamba". En aquel entonces, la canción de La Bamba se bailaba de una forma muy peculiar en aquella urbanización. La cosa consistía en que se formaba un círculo de personas abrazadas y en su interior bailaba más gente que debía elegir a alguien de su gusto que estuviera en el círculo, le daba tres besos y la sustituía. La persona elegida debía entrar en el centro y elegir a su vez a otra persona. Todos recibieron la idea con alegría. Puse la canción y formamos el círculo. Yo me puse en el centro junto al belga y uno de los suizos.

Dimos varias vueltas bailando mientras elegíamos. El belga dio tres besos en las mejillas a su mujer y se puso en su lugar. El suizo hizo lo mismo con mi prima. Yo seguí dando vueltas en el centro para observar cómo se desarrollaba el asunto. La belga besó las mejillas del joven alemán y le sustituyó. Aquello resultaba demasiado casto, así que me lancé y agarré a tía Carlota del culo y le metí la lengua hasta las amígdalas. Inmediatamente mi prima hizo lo mismo con el belga. Por un segundo todos quedaron perplejos e inmovilizados, pero solo un segundo. Desde aquel momento se desató un frenesí de morreos de unos con otras y de unas con otros que duró un poco más que la canción. Ya todos sabían en qué iba a derivar aquella fiesta, y parecían felices y excitados.

Para abreviar diré que las copas se sucedieron, que hubo tanda de bailes lentos en los que todos bailaron con todas muy pegaditos y que el tono fue subiendo gradualmente hasta que ocurrió lo que tenía que ocurrir. Tía Carlota se había sentado en una de las tumbonas del jardín de forma provocativa, enseñando más de medio culo con su pelambre bien brillante y amenazante. Justo enfrente estaba sentado en otra tumbona el belga, que no pudo ni quiso disimular su descomunal erección ante la vista que se le regalaba. La mujer del belga, como todos, se percató de la situación y reaccionó agarrando el miembro de su marido por encima de la tela del fino pantalón y poniendo expresión de falsa sorpresa. Ahí todos nos echamos reír. La belga seguía con su comedia y sacó la polla de su marido. Era enorme. Empezó a besarla como si estuviese haciendo teatro y jugando se la tragó casi entera. Mientras ella se estaba comiendo la polla de su marido, uno de los suizos se le acercó por detrás y levantó su corta falda para acariciar aquel culo tan apetitoso. La belga no dijo nada, es más, puso su culo en pompa para facilitar las maniobras del suizo.

Mi tía no perdió el tiempo y se dirigió a la jovencita alemana, que parecía ser la menos entonada, y empezó a sobarle las tetillas mientras la morreaba apasionadamente. Ella se dejaba hacer sin disimular su vergüenza. En un santiamén, tía Carlota le hubo quitado la blusa dejando al descubierto unas tetas hermosas y discretas, de pezones desafiantes y lustrosos. Mi prima me guiñó un ojo antes de ponerse en acción. Se abalanzó literalmente sobre su amigo alemán y, mientras le repasaba la boca con su lengua, empezó a desabrocharle la bragueta. El suizo que estaba libre y yo nos miramos sonrientes. Él se encogió de hombros como diciendo "pues bueno, ¡Al ataque!", y así fue. Se dirigió a la belga, que seguía tragándose el sable de su marido, y no dudó en liberarle las espléndidas mamas de la telilla que las cubrían. ¡Y qué espectáculo! Aquellas mamazas pendulando, con aquellos pezones morbosos y grandes me acabaron de poner a mil. El suizo se encargó de agasajarlas como se merecían con las manos, la boca, la lengua, devorándolas, mamándolas, amasándolas, mordiéndolas… y entre el manoseo de su culo, el de sus tetas y el mástil con el que se atragantaba, aquella bestia sexual belga se estaba poniendo morada de lujuria.

Al estar las cuatro hembras ocupadas, yo quedé contemplando la escena un buen rato. Saqué mi polla del pantalón y empecé a pajeármela muy despacito, disfrutando de la visión de todo lo que ocurría a mi alrededor. Mi prima ya estaba haciendo trabajar al alemán ofreciéndole su agujero del culo para que se lo comiera, tía Carlota estaba de rodillas mamando el chochito rasurado de la alemana a la vez que le separaba las nalgas para ofrecer el espectáculo anal al resto de invitados, la belga era la mejor atendida con todo el cuerpo homenajeado por seis manos y una polla de dimensiones épicas. Entonces decidí entrar en acción. Sin pensármelo dos veces me dirigí a mi tía arrodillada y se la metí de un solo embiste en su melenudo coño. Ella me lo agradeció con un gruñido grosero y un cariñoso mordisco al gatillo de la alemanita. Seguí empujando sin perder de vista la orgía que se estaba desarrollando ante mí.

Los suizos se habían apoderado de la belga y la habían tumbado sobre una colchoneta. Uno le devoraba la almeja, y el otro tenía su bien parecido pollón entre sus pechos. Ella los apretaba con sus manos mientras se los follaban, y recibía impetuosos golpes de capullo en la barbilla. La belga hacía todo lo posible para recibir los embistes del capullo en la boca, pero le resultaba difícil debido al ímpetu que ponía el muchacho en la labor. Melina estaba entregada completamente a un sesenta y nueve con su alemán en el que, además de las bocas, también entraban en juego los dedos y los agujeros negros.

Sin embargo el belga se relajaba sirviéndose una copa, desnudo de cintura para abajo, con la morcilla casi rozándole la rodilla. Así fue la cosa durante un rato. Yo no quería correrme todavía, así que, cuando estuve a punto, me corté y me puse a mancillar con los dedos de ambas manos los culos de las dos mujeres con las que estaba. Para entonces la alemanita ya había mandado el pudor a la mierda y no se cortaba de gemir, de contornearse, de apretar la cabeza de tía Carlota contra su raja y de recibir con placer mis dedos en su ano. Además me di cuenta de que ella también seguía con detalle todo lo que acontecía en la terraza.

De repente, la primera corrida. La belga gritaba y se convulsionaba derramando sus líquidos en la boca del suizo que le comía el coño. Y, casi a la vez, el otro suizo que le follaba las tetas le llenó la jeta de mocos espesos y calientes. Ella se relamía intentando arrimase los chorretones a la boca, pero fue mi tía quien se lo impidió robándole la leche con sus labios directamente de su cara. El belga sonreía satisfecho viendo el gustazo que estaba pasando su mujer, y eso le puso en marcha otra vez. Se acercó a mi tía y, ni corto ni perezoso, la puso de rodillas y le ensartó aquel tronco en la boca. Tía Carlota se dedicó en cuerpo y alma a devorar aquel as de bastos hasta producirse arcadas, pero aun así no le entraba toda. Fue la belga, en venganza por haberle robado la leche del suizo, quien le echó una mano.

Se puso detrás de ella y le cogió la cabeza empujándola sin piedad. Mi tía abrió los ojos como platos y se tragó a la fuerza la polla del belga hasta los cojones. La belga empujaba y tiraba de la cabeza de tía Carlota a un ritmo frenético, casi con maldad. Mi tía se ahogaba, ponía los ojos en blanco, ríos de flemas chorreaban por su barbilla, emitía ruidos guturales como si fuese a vomitar de un momento a otro. Pero quien se puso a vomitar semen fue el belga. Su mujer se dio cuenta y tiró de la cabeza de mi tía a tiempo para derramar la corrida de su marido en su propia cara. La muy guarra quedó irreconocible de tanta leche. Le chorreaba hasta las tetas. Tía Carlota se amorró a la cara de la belga robándole otra vez la corrida, pero esta vez compartiéndola con ella, que a su vez se comía las flemas de mi tía.

Todos estábamos pendientes de lo que ocurría en aquel trío, pero en pocos instantes volvió el desenfreno al grupo. Enseguida el alemán se colocó detrás de mi prima y la enculó sin miramientos. De un solo empujón se la clavó hasta el estómago. La expresión de Melina era todo un poema de lujuria y pasión. Ella misma se movía como una posesa clavándose una y otra vez el tronco del alemán en el ano, mientras con una de sus manos le agasajaba los huevos. Yo decidí dedicarme a la jovencita alemana, que parecía un poco desatendida. Me acerqué con la intención de que me la chupase, pero ella quiso tomar por el culo como mi prima. Enseguida me di cuenta de que no era novata en absoluto en esas lides. Me ofreció el agujero de su culo de tal manera que yo no tuve que agacharme para taladrarla. Y me dio la gran sorpresa.

Aquel cuerpecito tan joven y ágil se doblegó de tal forma que, mientras yo le daba por el culo, ella me relamía las pelotas. ¡Era la gloria! De esta manera no pude aguantar mucho rato sin correrme, y era tanta la calentura acumulada que solté un torrente de leche en sus tripas. Le eché tanta lefa que rebosaba de su ano directamente a su boca. La alemanita se tragaba los chorros de semen con ansia, resoplando de tanto morbo, como si fuese la primera comida después de días de ayuno. Me di cuenta de que el grupo nos observaba gratamente sorprendido y espontáneamente se pusieron a aplaudir el número circense que habíamos montado la alemana y yo. Automáticamente todos los varones del grupo quisieron probar la sensación que yo acababa de experimentar, y fue uno de los suizos quien se abalanzó el primero sobre el culo de la alemana penetrándolo casi con violencia. Yo me quedé sentado un rato para reponerme de la descomunal corrida que acababa de derramar, y me deleité contemplando lo que ocurría a mi alrededor.

El alemán, al ver a mi tía sola, se desenganchó de mi prima y se acercó a ella. La condujo hasta una de las mesas y la hizo apoyarse sobre ella con las manos, dejando su fenomenal culo en pompa. Tomó una botella de refresco y se la ensartó en el agujero del culo. Tía Carlota recibió con agrado el degenerado asalto y empezó a gemir y a contornearse como solo ella sabía hacerlo. A todo esto, mi prima se había colocado detrás del suizo que estaba enculando a la alemana y, mientras ésta le comía los cojones, ella empezó a comerle el culo a la vez que se hacía una paja con la mano. El otro suizo y el belga le hacían un sándwich a la exuberante belga, que a aquellas alturas estaba completamente desenfrenada. Hacia este trío me dirigí para enfundar mi polla en la bocaza de la mujer, que la recibió como una bendición. Se la engullía entera sin poder respirar, pero parecía no importarle. Ni que decir que en menos de un minuto me la puso de nuevo en pie de guerra. Mientras tanto, yo seguía sin perder de vista las actuaciones de mi prima y compañía y la del alemán con mi tía. Tía Carlota seguía con la botella de refresco incrustada en el culo, pero además se había metido su propio puño en el coño a la vez que agasajaba a su compañero con una mamada frenética combinada con una doble introducción digital en el culo.

Todo iba sobre ruedas. Las corridas se sucedían envueltas en gritos, jadeos, suspiros… El belga se corrió por segunda vez en el culo de su esposa; el alemán hizo lo propio en la garganta de tía Carlota; el suizo que estaba con la belga inundó su coño; yo casi la ahogué con mi segunda venida; el suizo que enculaba a la alemanita se descargó entre gritos en su culo mientras mi prima tenía su lengua bien enfundada en su ano.

Después de esta debacle llegó un momento de relax. Nos dedicamos a tomar tranquilamente una copa mientras no dejábamos de sobarnos y magrearnos con la sonrisa de la satisfacción tatuada en nuestra cara. Pero al poco tiempo cargamos de nuevo. Todos los machos querían probar la habilidad contorsionista de la alemanita, y así fueron pasando los que faltaban por correrse en sus tripas, incluido su hermano. Tanto mi prima como mi tía se encargaron de amenizar el asunto comiéndose el culo de los folladores mientras la belga precalentaba a los que esperaban su turno haciéndoles mamadas de infarto. Entre los cinco dejamos a la alemana con las tripitas llenitas de leche. Estaba a punto de reventar, y fue a tía Carlota a quien se le ocurrió una idea de lo más degenerado. Hizo que la belga se acostara en el suelo sobre una colchoneta y, con la ayuda de mi prima, colocó a la alemanita rellena de semen sobre su cara. Cada una la tenía sujeta por un muslo y en suspensión sobre la boca de la belga. Mi tía le dio una orden en alemán y la alemanita empezó literalmente a cagar leche de hombre directamente a la boca de la puta belga, que se retorcía de placer. Durante dos minutos estuvo cayendo el semen sobre la cara, pelo y boca de la belga. Todos los demás estábamos atónitos, muertos de tanto morbo.

El rostro de la belga era un mar de semen. Su boca estaba rebosante e hizo un gran esfuerzo para tragarse lo que pudo. En un acto final, mi tía se plantó ante ella con un pie a cada lado de su cuerpo, y abriéndose aquel coño tan peludo apuntó directamente a la cara y lanzó un espeso chorro de meado. Todos recibimos la iniciativa con júbilo y nos dispusimos a imitar a mi tía. Ocho vigorosos chorros de pis se estrellaban sobre el cuerpo entero de aquella mujer sin límites de pudor. Lo recibía con agrado donde le cayera. Relamía cada gota, y la disfrutaba como si fuese la mejor bebida de su vida. Nosotros vitoreábamos su entrega total. Aun su marido fue capaz de meneársela y correrse directamente sobre sus ojos en un alarde de poner punto final a tanta depravación.

A todo este maremagno de lujuria le siguió una paz satisfecha. La cosa derivó en un ir y venir de abrazos y besos más o menos apasionados. Estábamos todos cansados y contentos. Poco a poco se fue despejando la casa y quedamos mis parientes y yo solos de nuevo. Nos pusimos a reír los tres como si estuviésemos drogados y compartimos una ducha. Después nos metimos en la cama y yo me dormí con mi polla metida en el culo de mi prima.

El día siguiente fue otro día, como suele decirse. El resto de las vacaciones de mis parientes transcurrieron en la vorágine sexual que era de esperar y, por supuesto con mi complicidad y participación. Pero no sucedieron cosas demasiado distintas a las que he relatado. Así que no contaré otras aventuras, que por ser parecidas, carecen de interés. Sólo relataré en la próxima entrega el capítulo final de esta serie, el de la despedida, que éste si que no puedo omitir.

Hasta entonces que disfrutéis de salud y alegría.