Tía Mayca 04: empírico

Aquí sigue nuestra Carla explorando sus nuevos horizontes con tía Mayca.

A la mañana siguiente, tío Jorge salía de viaje otra vez y tía Mayca se levanto temprano con él. Mientras se arreglaba, ella repasaba su maleta. Cuando todo estuvo listo, desayunamos juntos. Tía Mayca estaba preciosa, con aquella bata corta dorada, que dejaba ver su sostén a juego al entreabrirse y sus braguitas cuando se sentaba. Yo quería ser como ella.

Tío Jorge parecía serio. Respondía con monosílabos, cómo si algo le preocupara. Finalmente, tras dar un sorbo a su café, se dirigió expresamente a mi, sin dejar de mirar de soslayo a tía Mayca.

  • Mira, cariño, no quiero que entiendas esto mal, por que no es una regañina, aunque estoy un poco preocupado: esto que estamos haciendo a mi me gusta mucho, creo que eso no hace falta decirlo, y si quieres ser una nena, también me parece bien. Desde luego, es evidente que yo no tengo nada contra eso. Me gusta que os entendáis Mayca y tu, y me encanta jugar con vosotras. Si queréis divertiros, tampoco tengo nada en contra. Nunca he sido muy estricto en esta materia. Lo que quiero que tengas claro es que, cuando vuelvan tus padres, tú saldrás de casa hecho un hombrecito, como viniste. Me costó mucho que mi hermana asumiera que iba a casarme con ella, y no quiero por nada del mundo que nos culpe de tu cambio. Si después sigues pensando que quieres ser así, será en tu casa, y nosotros te apoyaremos en lo que podamos pero, por favor, no hagas que mi hermana deje de hablar conmigo ni que nos culpe por ello ¿Lo entiendes?

Sentí un poco de ternura, así que me levanté y, tras asentir con la cabeza, le besé los labios. Me excitaba mucho verlo tan serio y tan guapo, con aquel traje de alpaca color marengo, la camisa impoluta y la corbata roja oscuro, con una trama delgadita, en negro, que parecía simular una colmena.

Cuando se marchó, debí quedarme pensativa, por que tía Mayca se sentó a mi lado y me abrazó apretándome en su pecho. Me besaba la cabeza, me acariciaba con mucha delicadeza, y me hablaba en susurros con voz muy suave.

  • No te disgustes, cariño. Tu tío no está enfadado. Solo es que le preocupa.

Cuando se dio cuenta de que tenía la polla dura, se rió a carcajadas.

  • ¡Madre mía! ¡Es que no tienes fin, cariño! ¡Tengo una idea!

Nos duchamos juntas. Tía Mayca estaba muy animada. Cuando enjaboné su culito se quejó. Le dolía. Tío Jorge le había dado duro la noche anterior. Quise chupar su polla, pero no me dejó, ni quiso tocar la mía. Lo pasé un poco mal por eso, por que estaba muy cachonda. Había empezado a pensar en mi en femenino, y me gustaba.

  • No cariño, aguanta un poco, que ya verás cómo merece la pena.

Pasamos mucho rato arreglándonos. Nos dimos cremas, y era como un martirio. Nos ayudábamos la una a la otra, y no sé si sufría mas cuando era ella quien me untaba a mí, o yo quien la untaba a ella. Nos reíamos como nerviosas, y se nos caían gotitas de las pollas. Las teníamos durísimas. A veces, nos las tocábamos un poco, así, con las manos resbaladizas de crema, pero tía Mayca hacía que parásemos antes de corrernos, de manera que me tenía loquita.

  • ¡Nena, estás preciosa!

Después nos maquillamos. Bueno, en realidad ella me maquilló a mí primero, y después se maquilló a sí misma. No se debía fiar de mi para eso. Cuando terminó y me miré al espejo, parecía imposible que fuera yo. Llevábamos arreglándonos más de dos horas, y me dolía la pollita. La llevaba tiesa como un palo. Tía Mayca también estaba empalmada, pero a ella había veces, cuando se concentraba maquillándome, que se le bajaba un poco, por la concentración.

  • Pues ya sólo queda vestirnos…

Yo, que estaba segura de que íbamos a terminar follando, me quedé un poco desilusionada, y tía Mayca se rió de mí. La seguí de todas formas y empezamos a buscar ropa en su vestidor. Al poco rato, estábamos como locas, probándonos cosas y riéndonos.

Al final, ella se puso un vestido blanco largo y un poco arrugado, con mucho vuelo y encajes. Me dijo que era ibicenco.

  • Me lo compré en Ibiza, en serio.

Lo completó con un collar de cuentas de ámbar muy grandes, una pulsera a juego y una pamela de paja enorme. En los pies llevaba unas alpargatas de esparto con mucha cuña. Estaba muy guapa.

A mí me puso un short vaquero claro muy gastado y muy cortito, desflecado y con algunos picotazos. Me había puesto una tanguita diminuta. La polla no me cabía, y me la colocó hacia arriba, por que no había forma de bajarla. Mis alpargatas no llevaban tacón. Tía Mayca dijo que no quería que me matara, y que era muy jovencita para ir hecha un putón. Para terminar, me colocó una camiseta a rayas finitas de muchos colores, cortita, de tirantes muy pequeños y un poquito acampanada, que me dejaba el ombligo al aire. Cuando me miré al espejo estaba preciosa, y tía Mayca me miraba con una sonrisa radiante.

  • ¡Bueno, pues ya estamos! ¡Venga, vámonos!

Me quedé de piedra ¿Íbamos a salir así a la calle? Creo que me temblaban las piernas y se me debió poner una carita de lástima que a tía Mayca le hizo gracia. Me llevó de la mano al garaje y me hizo sentarme en el asiento del copiloto de su coche descapotable.

  • Mira, cielo, tú quieres saber si eres nena o no eres nena ¿No?

  • Sí…

  • Pues vamos a averiguarlo.

Se rió, arrancó el coche, y salimos del chalé como una exhalación. Conducía como una loca por aquellas carreterillas de la sierra adentrándose en un pinar. No paraba de hablar de lo bonito que estaba todo en aquella época y de lo limpio que estaba el aire allí. Estaba radiante.

Paramos en una gasolinera y se bajó para comprar unas golosinas en la tienda. El chico que nos llenaba el depósito me miraba sonriendo. Me pareció que flirteaba conmigo y me hizo sentir excitadísima. Si me llega a decir algo soy suya para siempre. De repente, me sentía distinta ¡A aquel chico le había gustado! Era una sensación extraña y muy gratificante.

Por fin, llegamos a una finca grande, entre pinares. Atravesamos una enorme cancela de hierro altísima y muy vieja, de barrotes de forja muy historiados, sujeta por gruesos machones de piedra, y recorrimos algunos centenares de metros entre pinos viejísimos hasta alcanzar lo que, más que un chalé, parecía un palacete. Estaba situado en un alto despejado y, desde allí, se veía el mundo entero. El aire estaba claro y el cielo azul resplandecía. Era un sitio maravilloso.

  • Te va a encantar.

Un muchacho muy apuesto nos abrió las puertas del coche y, tras saludar a mi tía, se llevó nuestro coche. Otro caballero, un señor maduro, vestido con un traje gris claro de lana fresca, una camisa de lino por fuera del pantalón, y sin corbata, salió a recibirnos. Parecía conocerla de toda la vida.

  • ¡Mayca, cariño, cuanto tiempo sin verte por aquí! ¿Y esta jovencita?

  • Marco, mi amor… Es mi sobrina, Carla.

  • Encantado, señorita.

Me besó la mano sin grandes aspavientos, y la sostuvo con la suya mientras nos invitaba a entrar y nos conducía hacia una gran escalera de mármol frente a la puerta que se bifurcaba en el rellano. La primera planta era diáfana, como un enorme salón de baile, y se repartían por ella sillones, sofás y mesitas de diferentes estilos. La vieja pintura al oleo, agrietada en algunos sitios, daba al lugar un aire decadente muy elegante, y la luz que penetraba por las enormes cristaleras que prácticamente cubrían las pareces, lo hacía luminoso y límpido. Varios grupos de personas tomaban sus aperitivos por allí. Algunas de ellas saludaron a tía Mayca, que sonreía y parecía estar como en su casa. Un ejército de asistentes vestidos de manera muy parecida a la de nuestro anfitrión, atendía discretamente sus necesidades en un ambiente elegante y discreto.

  • Donde siempre, supongo.

  • Donde siempre, Marco.

Nos condujo a una enorme terraza cubierta en la planta superior donde se disponía media docena de tumbonas de aspecto confortable y tapizadas de blanco. Junto a cada una de ellas, una mesita soportaba un pequeño detalle de flores, una cajita de madera, una estatuilla... No parecía haber uniformidad alguna en aque lugar.

  • Mayca, cariño.

  • Dime.

  • Tu sobrina… ¿No tendremos problemas, verdad?

  • ¿Crees que te traería problemas?

  • No, claro... Poneos cómodas, que enseguida vienen a atenderos ¿Ella?

  • Ella tomará lo mismo.

Apenas tardó un par de minutos en aparecer un hombre de mediana edad, de pelo canoso y poblado bigote que no parecía dominar muy bien la bandeja donde nos traía dos copas de vermut.

  • He tenido que pelearme con uno de los chicos de Marco para poder serviros.

  • ¡Luis!

  • Hola, cariño ¿Cómo estás?

  • Preciosa, como siempre.

Rieron y se inclinó sobre la tumbona que había ocupado mi tía para besar sus labios. Se trataban con mucha familiaridad, y me sentí un poco violenta. Me parecía que tía Mayca estaba siendo infiel a mi tío, y aquello me incomodaba.

  • ¿Y esta preciosa jovencita?

  • Es carla, mi sobrina.

  • ¿No sería mejor que le trajera un refresco?

  • Una copa no le va a hacer daño, viejo carcamal. Le hace falta relajarse.

  • Ya, entiendo.

El primer sorbo me resultó amargo y antipático. Tía Mayca y Luis bebían pequeños sorbos de sus copas mientras charlaban animadamente. Pronto me sentí un poquito mareada, y el vermut me sabía dulce.

  • ¡Ah, mirad, chicas! Os presento a Rufus y Nacho.

En la terraza acababan de entrar dos hombres algo más jóvenes que Luis. Ambos besaron a tía Mayca en los labios y a mí en las mejillas.

El primero de ellos se llamaba Rufus, y era un negro corpulento y muy apuesto, con la cabeza rapada y vestido con un pantalón caqui y un jersey de pico muy fino, de color beige. Se sentó a mi lado en una de las tumbonas; el otro, Nacho, era delgado y apuesto, de pelo moreno y liso y piel bronceada. Se echó solo en otra de las tumbonas.

Tía Mayca, semitumbada frente a nosotros, junto a Luis, a quien tenía cogida la mano, mantenía una charla tranquila sobre banalidades. Me agradaba aquel ambiente de gente tan guapa y tan educada, y empezaba a estar muy animada. Se me debía notar en la cara, por que en la segunda ronda me trajeron una copa enorme de una bebida roja dulzona que no debía tener alcohol. No me hacía falta.

A medida que la conversación se animaba, la relación con mi compañero de asiento iba haciéndose más fluida. A veces, me atrevía a intervenir, y solían reírse mucho de mis ocurrencias. Comentaban que daba gusto tratar con gente “fresca”, creo que dijeron. Rufus me palmeaba los muslos, y su mano se mantenía cada vez más rato sobre ellos. Me gustaba mucho aquel hombre de piel oscura.

  • ¡Vaya, Luis, parece que sigo gustándote!

  • No seas canalla, Mayca.

  • ¿No te gusto?

  • Pues claro que sí. Siempre me has gustado.

  • ¿Y… no tienes pensado hacer nada al respecto?

Lo dijo en un tono de voz que me pareció lo más seductor que hubiera oído. A Luis debió parecérselo también, por que se inclinó para besarla. Entonces me fijé en el bulto en sus pantalones y comprendí por qué había dicho eso tía Mayca. Pronto la cosa se fue calentando y, en poco rato, ella colgaba de su cuello y él sostenía su pollita y la acariciaba. Me sentí muy excitada.

  • ¿Te gusta verlo?

  • Sí…

Creo que me ruboricé al decirlo. Rufus me miraba sonriendo con aquellos dientes tan blancos. Hacía un buen rato que su mano ya no se separaba de mi muslo. No sé cómo me atreví pero, de repente, estaba sentada sobre sus piernas, sujetando su cara con mis manos y besando aquellos labios gruesos y oscuros. Él me sujetaba por el culito con mucha delicadeza, acercándome a su cuerpo. Era musculoso y grande. Me volvía loca. Me sentía pequeñita sobre su corpachón. Me dio la vuelta en el aire, como si no pesara, y me sentó entre sus piernas. Cuando comprendí que aquello duro que apretaba mi culito era su polla, creí que me moría. Comenzó a morderme el cuello. Sus manos, tan grandes y negras, se deslizaban sin problemas bajo mi camiseta. Me estaba volviendo loca. Frente a nosotros, tía Mayca estaba desabrochando la cremallera a Luis. Lo hacía muy lentamente, mirándole a los ojos, y él sonreía.

  • Eres preciosa, nena.

  • ¡Ahhhh!

Me había desabrochado el short, y su mano acariciaba mi pollita, que se salía del tanga. Era evidente que no le extrañaba encontrarla allí. Me sentía diminuta. Cuando me puso de pie, y me lo bajó hasta los tobillos, quedando su cara a la altura exacta, sonreía levemente mirándome a los ojos. Empezó a chupármela y me hubiera derretido ahí mismo, en aquel momento, de no haber tenido aquella necesidad imperiosa de ver la suya. Me arrodillé y desabroché su cremallera. Aquello era imposible de creer. Daba miedo. Cuando conseguí sacarla, me quedé paralizada mirándola: enorme, oscura, nervuda y larga. Le bajé los pantalones a toda prisa. Quería comérmela.

  • Parece que… tu sobrina no es tíiiiiimida… ¡Ah!

  • No sabes lo putita que puede llegar a ser, cariño.

  • No pares, cielo, no pares.

Tía Mayca se comía la polla de Luis. La idea de que estaban observándome me excitaba más todavía. Me lancé sobre aquella monstruosidad sin saber muy bien qué hacer con ella. Apenas me cabía en la boca poco más que su capullo descubierto y grueso, y me ayudaba con ambas manos haciendo subir y bajar la piel sobre el tronco enorme y duro. Traté de tragármela más adentro hasta que alcanzó mi garganta. Era imposible que llegara a caber por allí. Babeaba, y lubricaba con ello aquella polla gigantesca haciéndola brillar. Me volvía loca.

  • Quiero que me folles.

  • ¡Pero Carla!

  • Quiero que me metas esta polla entera.

  • Te va a doler, cielo.

  • Hazme daño.

Seguía mamando su capullo, babeando sobre ella, extendiendo mi saliva sobre toda su superficie. Sentí una caricia en el culito y un estremecimiento. Mi pollita babeaba completamente rígida. Nacho, a mi espalda, extendía crema con el dedo alrededor de mi agujerito. Se adentraba con delicadeza en él.

  • Vas a necesitar mucho de esto, Carlita.

  • ¡Ahhhhh!

Noté que eran dos de sus dedos los que se metían en mi culito. Acariciaba mis pelotas con la mano engrasada y tiraba de ellas suavemente al mismo tiempo, Me hacía gemir. Los giraba dentro dilatándome con mucho cuidado. Rufus gemía y me miraba sonriendo. Yo le miraba a los ojos. Me parecía una estatua bellísima. Se había quitado el jersey y su pecho brillaba musculado, enorme. Lamía su pollatremenda, que parecía latir. Me metía en la boca sus huevos. Me moría de excitación.

  • Zorrita… preciosa…

No quería que se corriera. Me puse de pie dándole la espalda.

  • ¿Estás segura, nena?

  • ¡Shhhhhh…!

No quería que nada me distrajera. Comencé a doblar las rodillas sujetándosela con la mano. Me daba miedo, pero sentía el impulso irrefrenable de empalarme en ella. Tía Mayca, enfrente, en la misma posición, movía lentamente las caderas. Luis le acariciaba las tetas. Nos miraba con una expresión febril, como alucinada.

  • ¡Ahhhhhh…!

Hice que su capullo entrara de un solo golpe. No era dolor, era otra cosa, un dilatarse. Creo que cerré los ojos un momento. Me sujetaba apoyándome en sus rodillas con las manos y, poco a poco, iba notando cómo entraba cada centímetro. Parecía imposible. Respiraba muy deprisa, y sentía el corazón alborotado. Me llenaba entera y todavía no sentía su pubis en el culito.

  • Ten cuidado, cariño… por… favor…

  • ¡Ahhhhhhhhhhh…!

Tía Mayca, sin dejar de mover el culo clavada en la polla de Luis, que tampoco era pequeña, acariciaba la suya que parecía increíblemente pequeña. Me dejé caer y fue como el fin del mundo. Como si, más que romperme, me revolviera por dentro. Sentía la presión hasta en el alma, y mi polla parecía ir a estallar. Permanecí quieta un momento, no sé cuanto, antes de imitar a tía Mayca y comenzar a mover las caderas despacito, como dibujando círculos. Rufus resoplaba y agarraba mi cintura con aquellas manazas tremendas. Me dejé caer sobre su espalda.

  • ¿Te... duele?

  • ¡Síii…!

  • ¿Quieres parar?

  • ¡No… no… nooooooooo…!

No quería sentir nada que no fuera aquella polla gigante en mi interior. Mi pollita, casi inexistente al lado de la suya, se movía rígida con mi cuerpo. Noté un movimiento a mi lado. La polla de Nacho, de pie en la tumbona, estaba ante mi cara. Me la metí en la boca. Aquella sí me cabía. Se me caían las lágrimas, pero no podía parar. Me movía más deprisa cada vez. Era como un ansia, como una locura que se apoderaba de mí. Vi por el rabillo del ojo que tía Mayca se corría. Chillaba como una loca y le salía un goteo de leche del culito. Adelanté mi cabeza hasta sentirla en la garganta. Toda yo me sentía llena, llena de pollas. Aquellos hombretones me deseaban, sus pollas estaban duras para mí, querían follarme. Era guapa, y sexi, era una chica preciosa, era…

  • ¡Ahhhhh…!

Estalló en mi garganta. Su leche tibia atravesaba mi garganta y él gemía. La saqué un poquito, hasta tener el capullo en la boca, y empecé a mamarla fuerte. Chillaba, y le temblaban las piernas y las manos, que tenía apoyadas en mi cabeza. Escupía su lechita tibia en mi boca en tal volumen que no conseguía tragarla, y me resbalaba por el pecho. Oí lo que parecía el rugido de una bestia. Rufus agarraba con fuerza mis caderas. Me inmovilizaba y empujaba como si quisiera romperme. Me llenaba de calor y de humedad. Empecé a correrme. No terminaba nunca. Mi polla palpitaba fuerte, casi hasta el dolor, y el esperma brotaba en un flujo ininterrumpido que sólo parecía acentuarse en cada latido. Se derramaba, más que salpicar, y resbalaba por ella hasta mis huevos. Me corría como derritiéndome, sintiéndome llena y temblorosa. No me podía mover.

Nos trajeron algo para comer y permanecimos allí hasta media tarde. Yo me quedé silenciosa, y tía Mayca me preguntaba de vez en cuando si me sentía bien. Me sentía muy bien, muy chica y muy completa. Rufus sonreía y, de cuando en cuando, me besaba los labios. Cuidaba de mí como si fuera su novia. La vista era preciosa desde la terraza.

Al atardecer, ya en casa, nos dimos un baño en la piscina. Tía Mayca parecía contenta. Tumbada poca abajo, en una toalla sobre el césped, me aplicó una crema refrescante que me hizo sentir muy aliviada. La extendía con mucho cuidado, por que me dolía, y se me puso la pollita dura otra vez. Riéndose, me la acarició hasta que me corrí. Atardecía.

  • ¡Es que no tienes fin, cariño!

  • ¿Sabes, tía?

  • Dime, cielo.

  • Yo creo que sí.

  • ¿Que sí?

  • Que sí, que soy nena, como tú.

Me besó los labios sonriendo con mucha dulzura. Me hacía sentirme bien.

  • Bueno, cielo, ya iremos viendo cómo se resuelve esto.

En aquella penumbra , mirando hacia el borde sonrosado del cielo oscuro ya, me sentí mejor que nunca. La primera estrella brillaba en el cielo sola. Era una luz verde diminuta. Pronto se encendieron otras.