Tía Mayca 01: todo el mundo miente

Un nuevo cuentecillo de difícil encaje, entre "transexual", "amor filial", "infidelidad", "fantasía"... Escojamos una al azar y confiemos en que nadie quede decepcionado por encontrarlo en su categoría preferida :-*

Hacía una semana que Carlos se había instalado con sus tíos para pasar el verano en la Sierra mientras sus padres recorrían Europa en una caravana, y la estancia estaba convirtiéndose en un infierno. Tía Mayca, que debía tener doce o quince años menos que tío Jorge, y a quien no había conocido hasta entonces, resultó ser una mujer guapísima, de unos treinta años, delgada, de melena negra hasta los hombros y piel morena, con quien se veía obligado a compartir la piscina cada día hasta que, a media tarde, él volvía de su trabajo en Madrid.

Las mañanas eran llevaderas: dormía hasta tarde, y cuando se ponía a estudiar bajo el porche del chalé, ella salía a la compra, daba instrucciones a Milagros, la chica dominicana que se encargaba de las tareas domésticas, o se encerraba en la cocina a trastear preparando la comida. Decía que se sentía como una maga cocinando, y lo hacía bien.

La cosa empeoraba a mediodía, cuando decidía darse un “bañito” antes de comer, y muy especialmente por la tarde, tras la comida. Tía Mayca, entonces, se tumbaba al sol, y él se veía obligado a soportar la extremada sensualidad de sus movimientos, la voluptuosidad de sus curvas, tan elegantes, el brillo de su piel bronceada y cubierta de crema protectora que reflejaba la luz haciéndola parecer una diosa… Los tres últimos días, por si aquello fuera poco, se había acostumbrado a pedirle ayuda, y se veía obligado a recorrer su espalda con las manos untuosas extendiendo sobre ella la crema solar.

A sus diecisiete años, Carlos, que era un muchacho un poco rarito, y de escasa capacidad para las relaciones sociales, gozaba de una vitalidad envidiable, que se traducía en violentas erecciones que trataba de disimular como buenamente podía, y le causaban una tremenda vergüenza. La simple idea de que su tía pudiera advertirlo y reprochárselo, le producía un sufrimiento infernal, y el contacto de su piel suave y dorada resbalando bajo sus manos, mientras ella emitía una especie de ronroneo de placer, literalmente le incapacitaba para controlar la reacción que, por más que fuera natural a aquella edad, le causaba un terrible sufrimiento y una profunda vergüenza. Durante aquellos días, por primera vez en su vida, agradecía no tenerla muy grande, pues pensaba que aquel “defecto” que normalmente le martirizaba, actuaba a su favor en aquellos momentos aciagos, ayudándole a ocultar su vergüenza y evitar la humillación.

La tarde del séptimo día había resultado ser más de lo que podía soportar: tía Mayca, tras tumbarse boca abajo, y antes de pedirle ayuda, se había desatado la cintilla de la parte superior de aquel biquini diminuto, y había podido entrever sus tetillas, pequeñitas y pálidas, picudas, y rematadas en dos pezoncillos oscuros diminutos, como botones. Afortunadamente, al terminar, ella dormitaba. Se sintió aliviado, y decidió sentarse al borde de la piscina con los pies en el agua, sin atreverse a aliviarse aprovechando las circunstancias, como acostumbraba a hacer cada noche desde que llegaran, imaginándose a su tía deshecha de placer ante sus envites. Curiosamente, en sus fantasías siempre la tenía más grande, y las chicas se quejaban entre gemidos de que las hacía daño.

Se sentó, según lo previsto, en el borde opuesto a ella, de tal manera que podía verla. Quizás no fuera una buena decisión, por que, por muy fresca que mantuvieran el agua las noches serranas del principio del verano, no había en el mundo fuerza capaz de apaciguarle si la tenía a la vista. Una manchita oscura de humedad se dibujaba en el bañador ancho, amarillo, allí donde hacía contacto con el extremo de su capullito, que imaginó violáceo dada la excitación que padecía.

Por si aquello fuera poco, tía Mayca, profundamente dormida, se dio la vuelta en sueños sobre la gran toalla playera que extendía en el césped, y aquellos pequeños conos achatados quedaron a su vista, coronados por los pezoncillos, pequeñitos, escasamente orlados, muy oscuros y prominentes, que destacaban tan claramente sobre la piel tan pálida que contrastaba tanto con el resto, conformando dos triángulos de los que era incapaz de apartar la mirada.

  • ¡Huy qué tonta!

Al despertar, se dio cuenta de su desnudez, y sonrió con los ojos todavía entornados tras el sueño, pero no hizo nada por cubrirse.

  • ¿Te importa? Como hay confianza… Es que el mes que viene nos vamos a la playa, y me gustaría ponerme “más morena”. Cuando estoy sola no suelo ponerme la parte de arriba ¿Sabes? Pero estos días, como estabas tú… ¿No te molesta, verdad?

Como pudo, negó con un movimiento tímido de cabeza. No sabía donde meterse. La vio acercarse al agua, de frente hacia él, sonriendo. Iba a pillarle. Sería inevitable. Sacó uno de los pies del agua y lo apoyó en el bordillo flexionando la rodilla, procurando que el bañador se ahuecara y disimulara la erección pétrea que le causaba ver cómo, sentada en el bordillo opuesto, tres metros frente a él, su tía metía los brazos en el agua y se humedecía la piel poco a poco para aclimatarse.

  • ¡Qué fría!

Las gotas formaban perlitas diminutas sobre la crema, y sus pezones se endurecieron un poco más, destacando ya tan evidentemente que dolía. Pese a que trataba de no mirarlos muy descaradamente, fracasaba a cada instante. Pudo ver su contracción evidente, los granitos que se le formaban en las pequeñas areolas oscuras.

Y, por fin, saltó al agua lanzando un gritito coqueto al sumergirse para empezar, casi al instante, a dar elegantes brazadas con que cruzaba los largos de la piscina ante sus ojos una vez tras otra, sometiéndole así, de manera involuntaria, a un suplicio infernal. Si hubiera tenido la sensación de que las piernas iban a sujetarle, probablemente se hubiera levantado disimulando con la excusa de estudiar otro ratito, pero ni siquiera de aquella mínima argucia se sintió capaz.

  • ¿No te bañas? Está muy rica.

  • No… Estoy bien así

Se arrepintió al instante de sus palabras, en cuanto comprendió que al agua fresca podría haberle ayudado a solventar su problema, pero se sintió esclavo de ellas, y permaneció sentado, confiando en que no se diera cuenta.

Cuando se cansó de nadar, se fue al borde del agua, justo frente a él. Le miraba sonriendo. Se sintió ruborizar y temió que ella lo viera, que fuera verdad y ella se diera cuenta.

  • ¡Pobrecito! ¿Te ayudo?

Enrojeció, entonces sí, hasta los tuétanos. Apenas hizo ademán de echar mano a su bañador en el momento en que tía Mayca, mirándole a los ojos con aquella sonrisa tan sensual suya, agarró el elástico de su bañador y, tirando de él con energía, lo arrancó para dejarlo flotando en el agua. Su pollita quedó expuesta ante ella, que la miraba con mucha atención sin dejar de sonreír. Temió que se riera de ella. Su cabeza era un hervidero de vergüenza y malos presagios. Las manos y hasta las piernas le temblaban cuando sintió cómo se la agarraba con delicadeza.

  • No te preocupes, cariño. Es normal. Ha sido culpa mía no darme cuenta

Le hablaba en susurros mientras tomaba su capullo entre los dedos, desde arriba, cómo si cogiera un pellizco de sal, y lo acariciaba lentamente haciéndolos resbalar en los fluidos que el pobre muchacho vertía abundantemente.

  • Pero tía Mayca lo va a solucionar. No te preocupes, mi amor

Recorría con las palmas de las manos sus muslos, agarraba su pollita, la soltaba, acariciaba sus pelotitas, presionaba bajo ellas con los dedos haciéndole ver las estrellas

  • ¿Sabes? Me encantan los chicos sin vello, como si fueran niñas.

Carlos había perdido ya la vergüenza. Tan solo se sentía avasallado, dominado por el contacto con ella, por sus caricias, por el susurro melodioso de su voz. Cuando la dejaba suelta, su polla daba latigazos en el aire. El capullo se le había amoratado, y chorreaba un liquidito cristalino y denso que actuaba como un eficaz lubricante.

  • Y me gustan las pollitas pequeñas

  • ¿Por… por qué? -se atrevió a preguntar casi sin voz-.

  • Por que me caben en la boca.

Le miró a los ojos, sonrió con picardía, e inclinó la cabeza entre sus muslos tragándosela entera, como había prometido. Carlos sintió aquel calor húmedo envolviéndolo, la presión de su lengua apretándola contra el paladar y, finalmente la garganta cerrándose sobre el capullo con una ligera succión, y no pudo contenerse más. Con un temblor de piernas violentísimo, sintió que se corría en la garganta de su tía, que no se apartaba, que tragaba la lechita que manaba muy abundantemente. Se deshacía en ella con un estremecimiento que no se parecía en nada al placer solitario que hasta aquel preciso momento era todo cuanto había conocido. Eran el calor, la mirada fija en sus ojos de aquellos otros verdes y almendrados, la caricia firme de las manos en sus muslos duros, y aquel verterse como a latidos en su interior. Era como morirse.

El sonido del motor del coche le sacó de aquel ensueño. Tía Mayca, acercándole el bañador con una sonrisa, le dijo:

  • Anda, ponte esto y métete en el agua.

Obedeció y pocos minutos después aparecía su tío sonriendo en el jardín. Con paso decidido, se acercó a ellos y se lanzó al agua salpicando.

  • Me moría por un baño. Menudo día de calor en Madrid

  • ¿Mucho?

  • Muchísimo

Carlos percibió con envidia aquella familiaridad. Cuando tío Jorge besó sus labios, pensó que le hubiera gustado hacerlo. También pensó que unos minutos antes tenía la polla entre ellos. Volvió a notarla dura, terriblemente dura.

  • ¿Y tú qué haces así? Anda, tápate eso, que vas a matar al chaval.

  • No será para tanto.

  • Pues no sé qué decirte, por que hay que ver cómo lo tienes al pobre.

Le miró sonriendo con afecto y, alargando el brazo, le revolvió el pelo con los dedos mientras le guiñaba un ojo. Tía Mayca salió del agua en busca del sostén de su bikini. Sus tetillas habían adquirido una tonalidad rosada. Pensó que le escocerían por la noche. Tío Carlos era tan amable… Se sintió un poco culpable.

Durante la noche, escuchó cómo gemían. La ventana de su cuarto daba al jardín y, a su través, escuchaba el cacheteo de sus cuerpos entrechocando y los gemidos ahogados. No se atrevió a asomarse. Su pollita dura, palpitaba en sus manos mientras imaginaba el rostro de tía Mayca entre sus muslos, su polla perdida en el interior de su boca templada y húmeda, el movimiento de su garganta al tragarse su lechita… Se corrió salpicándolo todo. Desde el jardín, le llegaba una sucesión de quejidos sincopados. Tía Mayca se corría al mismo tiempo. Mientras se dormía, pensó en lo que daría por ver su cara en aquel momento, por ser él quien lo causara. Tenía la polla dura todavía. Parecía ir a estar así para siempre.

Al día siguiente era sábado. Tío Carlos fue a despertarle abruptamente, abriendo las persianas de golpe, dejando entrar la luz, y destapándole de golpe mientras hablaba en voz alta, muy deprisa, enumerando los muchísimos planes que había hecho para la mañana. Le pareció notar que veía las manchas blanquecinas en sus sábanas. Sin duda vio su pollita erecta. Le miró sonriendo y, una vez más, le guiñó un ojo.

Fueron en coche hasta el centro comercial de un pueblo cercano. Tía Mayca estaba preciosa, con una falda vaquera gastada y cortita que tenía bordada una flor blanca muy aparatosa, un top amarillo de tirantes que hacía resplandecer su piel morena, y unas playeras a juego.

Compraron ropa y cosas para la casa, entregaron la lista de la compra al encargado del supermercado, que les dijo que lo tendrían el lunes a primera hora, y picotearon por los barecitos y taperías del pueblo. Tía Mayca pensó que lo mejor sería volver a casa en taxi y dejaron allí el coche. Ya lo recogerían.

Carlos había pedido una caña en la primera ronda y no le dijeron nada. No acostumbraba a beber. Cuando volvieron a casa se sentía eufórico. A los tíos parecía haberles animado mucho el cañeo también. Volvieron charlando de cualquier cosa y riendo. Al tumbarse a la sombra del porche tras darse un baño rápido, se sentaron en los butacones de teca, sobre aquellos cojines enormes y mullidos de color de hueso. Tía Mayca había preparado café, y lo apuraron ya más tranquilos. Carlos no pudo evitar mirarla.

  • ¿Te gusta mi mujer, eh, sobrino?

Se quedó cortado al escucharlo. Le había hablado como si ella no estuviera presente, sentada junto a él enfrente de tío Jorge.

-

  • ¡Anda, bobo, no te preocupes! Si no me importa. Ya me ha contado.

Tía Mayca había dejado caer inadvertidamente la mano sobre su muslo. Carlos se quedó de piedra. Le arañaba suavemente con las uñas provocando en él una reacción indisimulable. Vio que a su tío le sucedía lo mismo, aunque su “reacción” resultaba mucho más evidente.

Se inclinó sobre él y le besó en los labios. Su marido le guiñó un ojo sonriendo una vez más, y se dejó envolver por aquella situación inesperada. Mordía sus labios y le acariciaba lentamente. Sus manos le iban recorriendo, despertando un escalofrío en cada lugar de su piel que rozaban. Se sentía mareado, pero no tardó en devolver sus besos aprendiendo de ella. Sentía el calor de su respiración en la cara. Dio un respingo cuando, al fin, sintió la caricia en su pollita por encima del bañador. No le importaba que tío Jorge, que se había repantingado en su butaca, les observara atentamente, como esforzándose por no perder detalle. Había agarrado su polla una vez más y la acariciaba despacio. Esta vez no se correría al primer impulso. Se controlaría. Quería follarla.

  • ¿Y tú no quieres tocarla?

Se sintió idiota, aunque el imperativo biológico bastó para mantenerle vivo. Torpe y precipitadamente, comenzó a corresponderla. Acarició sus tetillas picudas y jugueteó con aquellos pequeños pezones oscuros, duros como piedrecillas; apretó sus nalgas firmes y redondeadas, se apretó a ella sin dejar de besarla, y sintió sus pieles húmedas resbalando. Tía Mayca le gemía en la boca, en el oído cuando mordía su cuello.

Entonces se animó por fin a desatar de un tirón suave la lazada que sujetaba la braguita del biquini y, al desprenderse, vio cómo se elevaba de entre sus muslos una polla pálida y lampiña, ligeramente mayor que la suya, igualmente dura.

  • ¡Pero…!

Dio un respingo y se puso de pie como huyendo, para quedarse paralizado entre ellos, sonrojado, sintiéndose idiota y sin saber qué hacer. Tío Jorge le miraba sonriendo. Se había quitado también el bañador y acariciaba lentamente su polla grande y oscura. Tía Mayca se incorporó con él resistiéndose a dejarle. Parecía encendida de deseo. Situándose frente a él, sujetó su cintura atrayéndolo, haciendo que sus pollitas quedaran aprisionadas entre sus vientres rozándose, y se deshizo sin poderlo remediar.

  • ¿Ya no te gusto?

Volvieron a besarse. Era maravillosa. Le comía los labios sujetando su nuca con la mano, y sus tetillas se aplastaban en su pecho. Y aquella pollita blanca y limpia resbalando junto a la suya, rozándola.

  • Al fin a al cabo… Tú también eres un poco nenita ¿No?

Lo había susurrado a su oído tío Jorge, que ahora estaba de pie a su espalda. Se dejó envolver, rodear, y se perdió en aquel mar de manos y de labios que besaban y acariciaban su cuerpo. Había agarrado la pollita de tía Mayca. Comprendió que le excitaba su dureza, la rugosa consistencia que resbalaba bajo la piel suave, el gemido junto a su oído al acariciarla. Sentía aquella otra polla grande y dura aplastándose en sus nalgas y el beso intenso de su tío en el cuello. Se dejó hacer desmayadamente, sin sorprenderse siquiera del placer que sentía, sencillamente flotando a la deriva, perdido de deseo.

  • ¡Cariñoooo…!

Entonces se arrodilló. De alguna manera, parecía la secuencia lógica, la inevitable consecuencia de aquel primer encuentro del día anterior. Se arrodilló entre ellos y buscó con los labios el pubis liso y suave, y la pollita lisa y suave y dura, y comenzó a chuparla, a recorrerla con la lengua haciéndola gemir, a tragársela. También le cabía en la boca. Tía Mayca respondía a su atención acariciando su cabeza con dulzura, gimoteaba con tono de gata en celo y temblaba.

Le causaba una extraña excitación. Agarrado a sus caderas, sentía el temblor con que respondía cada vez que la hacía entrar entera en su boca, el latido que parecía animarla, la sensación de recorrer con los labios aquella pollita pequeña y pálida, cuyo capullo aparecía más y más congestionado, más oscuro cada vez que lo sacaba un momento de su boca y lo veía cabecear frente a su rostro antes de volver a engullirlo arancando un nuevo quejido mimoso.

Tío Jorge, arrodillado a su espalda, mordía su cuello. Cabía vertido en sus manos una generosa cantidad de crema solar y la extendía por su pollita, por sus muslos, entre sus nalgas. Su piel parecía responder con un calambre al incansable recorrido de sus manos resbalando sobre su pollita, jugando a agarrar sus pelotas, que parecían escapar de ellas, entre sus nalgas pálidas. Gimió cuando un dedo se coló en su culito y se dejó hacer. Parecía buscar algo en su interior. Lo comprendió al notar un estremecimiento intenso que pareció abrir una válvula en su interior. Su polla chorreaba aquel liquidito transparente.

Tía Mayca, temblando, incapaz de sostenerse en pie, se había dejado caer sobre la butaca. La siguió a cuatro patas, buscando ansiosamente su pollita casi amoratada. Gimoteaba llamándole. Volvió a tragársela y notó, a su espalda, las manos de tío Jorge sujetando sus caderas. Mamaba ansiosamente haciendo que tia Mayca chillara cómo una gata en celo. Le volvía loco el movimiento cadencioso de sus caderas, su estremecimiento, aquel fluido incesante en su lengua.

No se resistió. Dejó que jugara en su culito con los dedos. Él mismo gemía ahogadamente al sentirlos sin abandonar su obsesión. Dejó que apuntara su polla, tan gruesa, a la entrada lubricada, y que, lenta y suavemente, comenzara a penetrarle. No le hizo daño. Apretó los dientes un instante cerrando los ojos al sentirla. La pollita de tía Mayca, que agarraba con fuerza los rizos rubios de su pelo, resbaló durante unos segundos por su cara. Lo esperaba, pero no sintió dolor, y no tardó en buscarla de nuevo sin preocuparse, permitiendo que aquella tranca enorme le llenara hasta rozar aquel preciso lugar que antes tío Jorge buscara con los dedos. Se sintió morir de placer. Comenzó a acompañar con sus movimientos los del tío, que le follaba con cuidado, cariñosamente. Parecía írsele la cabeza. Era incapaz de pensar. Solo sentía aquellas pollas que le llenaban de deseo y de placer.

  • ¡Síiiiiii…!

Sujetándole con fuerza, tía Mayca lanzó un primer chorro de esperma en su boca. La sintió espesa y templada. Sintió el latido de su pollita pálida y su estremecimiento, y el disparo repentino de aquella crema insípida que le pareció la esencia misma del placer. A aquel siguieron otros en una sucesión interminable. Se los bebía con ansia, comprendiendo que aquello era la materialización, la cúspide del placer que deseaba. Tío Carlos empujó con fuerza clavándose en él y notó el calor que lo llenaba. Su pollita, casi al mismo tiempo, comenzó a estallar a latidos violentos e intensos. Se notó mareado, como si cayera. Debíó dejar la pollita de tía Mayca en algún momento mientras todavía palpitaba, y los últimos chorritos de su esperma salpicaron en su cara.

  • ¡Mi nenita!

Tía Mayca besó sus labios, que sabían a ella misma. Recuperaban el aliento jadeando. Sintió un “chof” cuando tío Jorge sacó su polla de él. Era como flotar en una nube. La suya no había perdido ni un ápice de su consistencia. Miró a los ojos a su tía, que estalló en una carcajada.

  • Vas a matarme, cielo. Tenía razón tu tío: va a ser un verano inolvidable...