Tía Laura 3
Situaciones que no entendía.
Como ya os adelanté Ana fue mi primera clienta.
Tras aquella primera sesión y hallándome sin trabajo por la dura crisis que asolaba el país (finales de los setenta), se me ocurrió la idea de sacar algo de dinerillo de las necesidades de Ana, lo hablé con Laura y la idea le pareció cuando menos extravagante, aunque me sugirió tener antes un par de sesiones más para engancharla y hacerle ver lo placentero que sería siempre y no solo esa primera vez.
A mi tía al saber que pretendía cobrarle por mis servicios a Ana se le pasaron todos los celos y se ofreció a ayudarme en todo lo que pudiera.
Yo me encontraba eufórico tras las nuevas expectativas.
Levanté a Laura de la alfombra y empecé besarla con ternura para ir poco a poco subiendo el tono hasta acabar en un beso apasionado y feroz, en que mordía sus labios, su lengua. Empezamos a desbocarnos también en las caricias.
Sus pechos eran un manjar, gruesos aunque no muy firmes, pero de una piel suave, muy dulce y con no muchas estrías, con una extensa aureola y un pequeño y duro pezón.
Pensaréis que no soy muy exigente, os equivocáis, si lo soy, pero nuestros cuerpos son tan extensos que aparte de la belleza obvia o la carencia de esta, siempre esconden rincones que te acercan al paraíso.
Igual que una gran ciudad o un pueblo pequeñito, siempre tienen un rincón o un gran paseo, un bar o un lujoso teatro, un paisaje o el bullicio de un centro comercial en sábado.
Bueno que me enrollo y pierdo la erección que estaba consiguiendo al contaros mis recuerdos.
Estando ya con un hormigueo inquietante centrado sobre todo en mi pene y mis testículos, la hice girarse y apoyar sus manos en la mesita, delante del sofá.
Subí la única prenda que llevaba puesta, una camisa mía blanca, por detrás dejando su trasero a mano. Me senté para tenerlo frente a mis ojos y lo empecé a acariciar, su piel blanca, suave y tersa me enervaba y me parecían faltar manos para realizar todo lo que hubiera hecho en esos momentos.
Ella lo movía insinuante y hacía que mi excitación creciera todavía más.
Impaciente y ansiosa empezó golpearse ella misma una de sus nalgas con la mano. Ésta tropezaba con las mías e interrumpía mis caricias, se me hizo molesta la injerencia y al momento decidí complacerla y complacerme por el enfado que me estaba provocando al no poder tener esas nalgas solo para mi.
Paré su mano y con rudeza golpeé su nalga izquierda, una dos tres veces…
Mi mano picaba y aún me enfadé más, la mandé a por el plumero, (fusta con diez o doce cinchas, que sin llegar a ser muy dolorosa si que subía el tono de la piel al rojo en pocos momentos.)
Lucía fue a buscarla moviendo su pandero orgullosa por haber conseguido su propósito.
Regresó con varios utensilios y los ordenó todos sobre la mesita volviendo a la posición que ocupaba antes.
Se quedó esperando y yo pensé entonces en cambiar la situación, desorientarla y ver que pasaba.
-¡Laura ponte aquí, quiero tus pechos.!
Se puso a horcajarras sobre mi y con sus manos iba conduciéndolos uno a uno a mis labios. Yo los besaba los lamía y hasta los acariciaba. Todo con un mimo y una suavidad que sabía acabaría por ponerla nerviosa.
Dejé de besar sus pezones y miré su rostro. Su mirada estaba fija en mi. Yo interpreté la mía severa y ella mantuvo la suya.
En ese mismo instante cambié de idea. Esta vez no iba a castigarla aunque lo buscase. Bueno si a castigarla, pero justamente al contrario de lo que esperaba, su castigo iba a ser precisamente no darle lo que esperaba con tanto deseo, no causarle ningún dolor, es más sería todo lo dulce que pudiera.
Como si no le diera importancia bajé de nuevo mi boca en busca de sus pezones, ¡Ohh.! Nunca me cansaría de ellos, tan agradecidos, enseguida tras erguirse se ponían duros y arrugadas, oscuras y preciosas sus aureolas. ¡Agradecidos.!
Mis manos empezaron a acariciar su espalda, sus caderas, su trasero. Yo disfrutaba como lo que era un joven de diecinueve, salido como casi todos y que como tales se pasaría todo el día haciendo el amor.
Cuando más a gusto estaba, ella se sentó sobre mis piernas atrapando mis manos e impidiéndome continuar, a la vez soltó sus pechos y estos por la ley de la gravedad se apartaron de mis labios.
Alcé la mirada y me encontré con la suya retadora.
-¡Muy bien será como quieres.! Traeme las cuerdas.- De macramé, de varios colores entonces. Ahora ya siempre sin teñir.
Laura volvió con ellas en sus manos y esperaba frente a mi con la cabeza ya inclinada como su papel requería, yo todavía pensando en como utilizarlas y en que posición para poder conseguir lo que pretendía.
Impedir sus movimientos y a la vez tenerla por entero a mi abasto, cosa que puede parecer sencilla, pero entonces todavía no disponíamos de argollas elevadas y eso complicaba las cosas. (Tenía que “sugerir” a Laura que colocara algunas argollas por la casa, debería pensar los lugares.)
Mientras seguía pensando en ello, até sus muñecas y tobillos con una de ellas en cada lugar.
Mi problema residía en que la quería ofrecida por entero, toda ella, delantera y espalda.
No había otra, cogí las puntas y la hice seguirme a la habitación. Até las de su lado derecho a la barra de la cama en su parte superior y las del izquierdo a la curva del radiador. De esa manera con solo dar yo la vuelta la tenía completamente ofrecida.
Aseguré bien los nudos y me fui a ponerme otro cubata.
Tardé un rato en volver por haberme abierto una latita de olivas rellenas y habérmelas comido en la cocina. Eso haría que su inquietud creciera.
Cuando llegué la sentí impaciente, tal y como esperaba. Volví sobre mi faena anterior y empecé a acariciarla, joder me lo estaba pasando pipa y ella seguro que poniéndose furiosa de frustración al no recibir el esperado castigo.
Sus pechos me hacían adoptar posiciones que no me apetecían o a tener ocupadas mis manos para sujetarlos.
Busque en su cajón de ropa interior y encontré un biquini que siempre lo tenía a mano por gustarme mucho al ser muy pequeño y dejar sus senos casi al aire. De esos que con finos trenzados puedes mover la tela que debería cubrir y te permite modificar la cazoleta.
Se los puse y los gradué hasta dejar esas suculentas tetas levantadas y expuestas a mis caricias.
Continué cebándome en ellas y disfrutando como un enano, vertí cubata sobre ellas y chupé los chorretones. Ella se estremecía por el frescor. Lamí como un perro sediento.
Extraje un cubito y empecé con él a jugar en sus pezones, cuando los sentía fríos volvía a calentarlos con mi aliento, con mis labios, con mis mejillas.
Me arrodillé tras su culazo después de ir a buscar más cubitos, esta vez un bol llenito y repetí lo mismo con a sus nalgas, con sus prietos muslos, con su espalda.
Llevé por fin mis dedos a su sexo y los pasé por él, lentamente, poco a poco, sin prisas, una y otra vez, una y otra vez.
Estaba húmedo pero no como me hubiera gustado, sin duda esperaba algo de dureza para disfrutar, pero no lo obtendría.
Lástima que tal como estaba atada resultaría muy incomodo comerme su conejillo y casi imposible hacerlo de manera cómoda para mi. Opté por coger un consolador.
Mojándolo en sus propios caldos lo introduje con paciencia en su conejillo y entonces accioné el conmutador. (En aquellos tiempos muy rústicos y que emitían un zumbido que acababa taladrándote e impidiendo que te concentraras.)
Me incorporé y empecé a besar su rostro, sus ojos, sus orejillas; acaricié sus cabellos y paseé mis dedos por su cabeza. Estaba como una moto con un cilindro jorobado, caliente caliente...
Me quité los pantalones, la única prenda que solía llevar en esas situaciones, y empecé a restregarme en ella, que sintiera mi erección, que sintiera mi piel sobre la suya.
Besé sus labios, los lamí y me recreé en ello. Pero cuando intenté entrar con mi lengua y buscar la suya me lo impidió apretando los dientes.
Me enfadé sobre manera.
-¡Laura.! ¡Es mi deseo y espero estés a la altura.!
Empezó a colaborar con sus labios, con sus dientes, con su lengua, pero yo la sentía incomoda y me enfurecí más todavía.
Palpé su sexo y seguía sin mojarse del todo.
-Muy bien.
Empecé a restregarme en ella, a frotar mi pene otra vez en sus nalgas, a coger sus pechos desde atrás, a palpar su bello púbico. Estaba salido y furioso por negarse a colaborar sin dolor, pero no iba a ceder y ese día no recibiría ni un mal gesto de mi.
Laura os y mi deseo que goces sin dolor. ¡Y es mi deseo.! Espero que colabores. A mi me gusta así también y hoy lo quiero así.
Seguí acariciándola, sobándola estaría mejor pues ella no parecía estar a gusto. Me faltaban manos para llegar a todos los sitios que pretendía.
Deseaba penetrarla pero deseaba más que colaborara.
Saqué el chisme de la oquedad y lo tiré en el lecho.
Volví a acariciarla y me decidí a humillarla por el enfado que me dominaba.
-Eres una vieja chocha y fofa que piensa que solo puede obtener placer acompañándolo de dolor. ¡Y aunque así fuera es igual, soy tu Señor y hoy lo quiero así.! – Le grité.
Ella intentó hablar, con mi mano izquierda tapé su boca.
-¡Calla.! Yo soy el Amo, yo y solo yo, tu la sumisa y has de complacerme en todo. No lo haces pues bueno. Ahora te voy a follar. ¡Si.! No voy ha hacerte el amor… a follarte y con rabia. Solo placer para mi.
Continué con las caricias pero ahora ya sin cariño, obscenas e hirientes.
La situación me sobrepasó y empecé a humillarla, aunque sabía que después me arrepentiría.
-Ves, vieja fofa. No entiendo como me atraes, por que sigo contigo. No entiendo… -
Cogí mi pene lo puse en su lugar y empuje, y empuje y empuje… magreaba y empujaba, sobaba sus tetas y empujaba con rabia, cogí su rostro desde atrás y seguí empujando, retrocediendo y empujando hasta sentir el chasquido que sus glúteos hacían al chocar con mis ingles, continué subiendo hasta llegar al cenit y me corrí empujando como un violador.
Y terminé con una eyaculación de esas que ni fu ni fa, de esas que no sabes muy bien por donde ha llegado y que lo único que ha conseguido es aliviarte momentáneamente.
Estaba furioso, muy furioso. No era capaz de ponerme en su lugar. Solo pensaba que era el amo y ella nadie, solo pensaba en mi.
-Tía no se si mañana podré venir.
Me vestí y me preparé para salir, con la cazadora puesta y el macuto colgando de mi hombro me acerqué a ella, solté el nudo de su mano izquierda y me marché dejándola allí llorando desesperadamente.