Tía clarita

Inadvertida del peligro, continuó permitiendo que aquella criatura adolescente durmiera con ella.

TÍA CLARITA

Desde muy joven, Irma halló pronto oferta de matrimonio, y su hermana Clarita, menor que ella, estuvo siempre dispuesta a hacerse cargo de la madre de ambas, viuda y enferma, sin hacer mayor caso de pretendientes excepto alguno que otro que al final tuvo que renunciar a sus pretensiones de conquistar a la bella.

De manera que Jorgito tuvo constante hospedaje en la casa de Clarita y su madre en las constantes salidas de Irma y su marido a divertirse en la ciudad, y de vacaciones fuera de ella.

El pequeño se acostumbró a dormir en la cama de tía Clarita, en la que hallaba protección y calor, y ella una compañía muy agradable.

Pero llegó la pubertad del chico, quien nunca consideró llegada la hora de dormir aparte, y la tía, inadvertida del peligro, continuó permitiendo que aquella criatura adolescente durmiera con ella.

La abuela, incapaz de darse cuenta de nada, tampoco tuvo reparo en ello, hasta que hubo de llegar el momento en que la joven e inocente virgen sintió en su trasero la presión de una dureza desconocida; volvió su mano para indagar de qué se trataba y descubrió con sorpresa que era nada menos que el miembro en plena erección de su sobrino.

La tía, que había cambiado de pañales, desnudado y bañado al niño, sintió que debía indagar de qué se trataba aquel asunto. Se puso frente a él, que seguía dormido, le bajó el calzón, encendió la luz de su buró y descubrió aquel apreciable instrumento masculino del que había oído hablar y leído alguna vez pero al que jamás pasó por su ingenua cabecita conocer directamente.

Intuyó que algo debería hacer al respecto, y sólo se le ocurrió observar y comenzar a tocar con sus delicadas manitas aquel aparato cuyo contacto empezó a provocarle sensaciones impensadas, especialmente en su zona íntima, que en poco tiempo le anunció la presencia de una placentera humedad. Al tiempo que tocaba el pene del infante sintió la imperiosa urgencia de tocar su vulva, particularmente aquel botoncito con el que alguna vez había tropezado con gran agrado de su parte, aunque sin mayores consecuencias.

El muchacho despertó con aquella manipulación, y sólo se limitó a ver la faena de su tía mientras sentía un goce creciente que terminó en una eyaculación que más bien se convirtió en una fuente de semen que asustó a los dos, quienes simultáneamente sintieron el instintivo impulso de besarse y acariciarse, lo que hicieron de una manera para ambos desconocida, tierna y salvaje, amorosa y febril, pero encantadora y feliz.

Fue el principio del fin: mutuamente descubiertos en su hazaña, sin hablar coincidieron con la mirada en que debían culminar la aventura.

Como era de esperarse, el miembro del niño pronto recuperó su turgencia y se vio aprehendido con emoción por la hermana de su madre, que obedeciendo a un impulso lo llevó a su boca y lo saboreó golosa durante un buen rato, suficiente para que su vagina le informara con abundantes efluvios la urgencia de poseer aquel desconocido instrumento que presentía delicioso.

Cuando sintieron llegado el momento, ante los ojos sorprendidos pero impacientes del pequeño ella se deshizo de la ligera bata y del sostén, bajó su prenda íntima, abrió sus hermosos muslos y esperó la llegada de su joven huésped, quien se colocó encima de ella sin saber más qué hacer. Ella, intuitiva, al tiempo que lo atraía hacia sí tomó cariñosamente el arma de su sobrino y la colocó en la entrada de aquel templo maravilloso, lo cual asustó a ella misma pues era la primera vez que un objeto cualquiera tocara esa delicada zona de su cuerpo.

El chico experimentó entonces la premura de penetrar y así lo hizo, y cuando eso ocurría miró los hermosos senos de la hembra y se dispuso a saborearlos con el mayor encanto. Besó y chupó con deleite cada pezón glorioso de aquellas esféricas prominencias, extasiado con su textura y sabor, tarea que terminó por enloquecer a su dueña que en aquella tierna compañía aprendía más a cada instante.

La vagina virginal cobró vida propia y se aprestó con gran regocijo a recibir aquel macizo visitante, lo aprisionó entre sus paredes y permitió que traspasase el himen, lo cual produjo un suave gemido de la bella.

Enseguida el invasor llegó triunfalmente hasta el cuello de la matriz, y ambos comenzaron a sentir el placentero ir y venir de la verga en la zona recién estrenada, cuyas paredes literalmente lamían y sujetaban a su primer compañero de aventuras.

Para complacencia del gusto femenino, en esta segunda ocasión la naturaleza masculina demoró un poco más en derramarse y pudo provocar los dos orgasmos inaugurales, tremendos e inolvidables, en la vida de la damita.

Sin embargo, vendría el final del inesperado coito, y el erecto pene se vació ahora en la sedienta matriz, que lejos de resignarse al término de la indescriptible faena se aferraba al miembro en intento desesperado de apropiárselo, en melosa aunque agitada invitación a quedarse ahí para siempre.

A ello siguió un plácido sueño que disfrutaron felices presintiendo que aquello fue el principio de la felicidad.

En la siguiente sesión, un día después y una vez que estuvieron desnudos, el adolescente sintió la tentación de conocer directamente con sus ojos aquella zona femenina que le había producido tantas y placenteras sensaciones. Recorrió con la vista y las manos aquel cuerpo exquisito y llegó a la zona que buscaba, Se admiró con la contemplación de esa maravillosa incisión que abrió delicadamente y quiso conocer también por el olfato; debió admitir que jamás en su corta vida había olido fragancia igual.

La cercanía de la nariz del pequeño en el tímido clítoris produjo en la ninfa un estremecimiento que, advertido por él, lo impulsó a probar con la lengua y comprobar que era un exquisito manjar. Así empezó una faena lingual que despertó al diminuto órgano y llevó a la muchacha a experimentar uno, dos, hasta tres orgasmos mientras acariciaba con dulzura el cabello de su primer amante.

Lo cierto es que, después de esta experiencia, las noches de ambos se multiplicaron en encuentros disfrazados de amor filial que disimulaban muy bien ante toda la familia, horas interminables de sexo alucinante, emocionado y rico.

Los padres del chico pronto captaron las señales de aquel idilio, al que rodearon de amorosa complicidad pues se dieron cuenta de que, de tal manera, su niño quedaba seguro en la intimidad de tía Clarita, y ésta permanecía al cuidado de su madre sin ningún otro distractor.

Las sesiones empezaban en cuanto llegaba el chico, y con pretexto del sueño y el cansancio se iban presurosos a la cama, cálido escenario de feminidad y virilidad inagotables de aquel romance sin fin en que los cuerpos se entregaban al goce que hallaban en cada nueva posición, en cada nuevo beso, en cada nueva caricia.

Y así los dejamos, en infinitos mimos y gloriosas penetraciones, plenas de goce y dicha interminable.