Tía Ágata 05: in absentia

Nuestro protagonista va a seguir explorando en esa afición recién descubierta mientras los muchachos del pueblo conocen los encantos de la Herme. CONTIENE SEXO HOMOSEXUAL

  • Si quieres, que vengan a casa tus amigos, pero tened cuidado de no romper nada, que los chicos del pueblo son muy brutos. No quiero que andes solo por ahí sin tu hermana.

Tía Ágata y Leti se despidieron moviendo las manos tras la ventanilla del autobús que las llevaba de compras a la ciudad, a pasar el día entero. No volverían hasta, por lo menos, las nueve de la noche, si es que el coche de línea no se retrasaba, que solía suceder.

Obediente, me volví a casa. Por el camino, me topé con Manolo, y le conté lo que pasaba. Se burló de mi, claro, con la excusa de la prohibición de andar solo por ahí, y terminó marchándose a no sé qué recado, no sin antes asegurarme que por la tarde irían a verme.

La mañana transcurrió sin pena ni gloria. Por aquello de aprovechar aquella especie de libertad restringida, me negué a estudiar. Herme andaba por la casa trasteando a sus faenas, y me dediqué a seguirla como un cachorrito, observándola muy atentamente mientras hacía la limpieza. Tenía un cierto atractivo salvaje, un algo, quizás aquella naturalidad silvestre, que hacía que me costara disimular la erección que me causaba verla arrodillada sobre su almohadilla moviendo al fregar el suelo aquel culazo grande, que parecía que haría estallar las costuras de la falda en cualquier momento.

  • ¿No tienes que estudiar o qué?

  • No, hoy no.

  • ¡Pues vaya cruz que me ha caído, todo el día con la criatura pegada a mis faldas!

Al agacharse para buscar lo que fuera que se le había caído debajo de una cómoda, pude ver la carne blanca de sus muslos. Me fascinó el modo en que las medias cortas, ligeramente por encima de las rodillas, se le clavaban en la carne. Recordé la tarde en que la había visto fugazmente, desnuda, apoyada en el quicio de la puerta, con aquella pelambrera al aire y las tetazas blancas de grandes pezones oscuros balanceándose. No pude aguantarme más y me encerré en el cuarto de baño para pelármela.

Sentado en la taza, mientras me la agarraba, fantaseaba con la idea de que Herme pudiera estar mirándome por el ojo de la cerradura, como tía Ágata aquella tarde. Podía imaginarla acuclillada, hurgándose bajo la falda muy deprisa mientras veía mi polla dura. Cuando iba a correrme, la solté. Me gustaba hacerlo así, aunque a veces fallase. La miré latir, muy tiesa, y sentí la leche correr hasta asomar salpicándolo todo a mi alrededor a latigazos violentos. Recordé la de Ander. Me fastidió pensar en Ander mientras me corría. Me extrañó, más bien.

  • ¡Shhhhh!

Los chicos me siguieron sigilosamente escaleras abajo hacia el corralón. Nos detuvimos un momento mientras me asomaba con cuidado de no ser visto. Nada, ni un ruido. El corazón comenzó a latirme desbocado al comprobar que la puerta del cuarto de Herme estaba entreabierta, supongo que para que corriera el aire. Yo me asomé primero mientras que los demás esperaban unos pasos por detrás. Parecíamos guerrilleros en misión especial. Herme dormía la siesta completamente desnuda sobre su jergón. Hacía calor, muchísimo calor. Su piel aparecía cubierta por un sinfín de delicadas perlas de sudor. Como la primera vez, me fascinó su piel blanca como la leche, como si el sol no la hubiera visto nunca. Tenía una rodilla flexionada y, a través de la espesa mata de vello blanco entre los muslos, se apreciaba el brillo de su vulva entreabierta.

  • ¡Déjame mirar!

  • Shhhhhh…

Pronto estuvimos los cuatro amontonados mirándola a través de la rendija. Manolo, el más burro, como siempre, se la había sacado, y se la meneaba con mucho entusiasmo. Sentí la mano de Ander sobre la mía. La tenía como una piedra. Pensé en apartarle, pero no hice nada. Me enervaba su contacto.

  • ¡Qué buena está la muy puta!

  • Yo me la follaba ahorita mismo…

  • ¿Tu crees que…?

  • Shhhhhh….

Dormida todavía, se dio la vuelta ofreciéndonos la visión de sus nalgas poderosas. El culo le hacía ondas, como una rugosidad suave, como si la carne se le apretara dentro. Lo tenía grande, redondo, perfecto.

  • Bueno ¿qué? ¿Os vais a quedar ahí mirando o vais a entrar a ver?

Nos quedamos de piedra. Debía haber estado viéndonos desde el principio con los ojos entornados, haciéndose la dormida y, ahora, sentada de repente sobre el colchón de lana, nos miraba con aire socarrón mientras nos hacía señales para que entráramos llamándonos con ambas manos al mismo tiempo.

Manolo fue el primero en animarse. Sin titubear, se metió en el cuarto y se acercó a ella que, agarrándosela, comenzó a pelársela mientras bromeaba con él. Juan no tardó en seguirle. Pronto, Ander y yo mirábamos, sin atrevernos, cómo los desnudaba deprisa, y cómo comenzaban a sobarla apretando sus tetazas con las manos, manoseando su coño peludo mientras ella meneaba sus pollas gordas y duras.

  • ¡Vaya, la tienes más grande que tu padre!

  • Y más dura.

Herme, por lo visto, tenía fama de puta en el pueblo, y las habladurías no parecía que anduvieran muy desencaminadas. Mis amigos hablaban con ella sin cortarse, como si lo normal fuera follársela. Ander y yo seguíamos en la puerta, mirando sin perder detalle cómo los dedos de Juan chapoteaban en su coño mientras que ella se la mamaba a Manolo como si no hubiera un mañana. Sus pezones negros y ampliamente areolados se veían duros y prominentes. Ander manipuló su bragueta y condujo mi mano hasta su polla. Sin quitar la vista del espectáculo, la agarré y comencé a pelársela mientras que él se peleaba con mi cremallera y, con dificultad, sacaba la mía y repetía sobre ella el mismo movimiento. Me sentí morir.

  • ¿Y esos dos?

  • Esos dos son unos bujarras. Tú a lo tuyo.

  • ¡Virgencita mía de mi corazón!

La zorra de la criada se la meneaba a Juan sin dejar de comerse la de Manolo. Le cabía entera en la boca, y el muchacho iba poniéndose más y más nervioso por momentos. La tenía agarrada por la coleta negra. Mi polla babeaba en la mano de Ander. Su mano resbalaba sobre ella haciendo que me temblaran las piernas.

  • ¿Te vas a correr ya? ¿Me la vas a dar?

  • Toooo… da…. Toooooooo… daaaaaaaaaaa…

Manolo debía estar corriéndose en su boca. Gemía como un poseso, y se le podía oír respirar desde la calle, como un toro. Culeaba clavándosela hasta la garganta, y ella le acompañaba haciendo un ruidito coqueto, como un gemido ahogado. Ander se había puesto de rodillas delante de mi y acercaba su boca a mi polla. Me moría por que se la tragara y, al mismo tiempo, me repugnaba. No fui capaz de resistirme y gemí al sentir su calor. Le dejé mamármela apenas un par de minutos, hasta que, chillando, vi a Juan escupir su leche a borbotones y le acompañé vertiéndome en su garganta. No se apartó. Me corría a chorros en su boca y él se lo tragaba. Su polla, dura como una piedra, goteaba en el suelo. Su capullo se veía amoratado.

  • ¡Vamos, chicos, no paréis ahora!

Herme, cachonda como una perra, llamaba a Juan y Manolo. Tumbada en la cama boca arriba, con las piernas muy abiertas, se frotaba el coño con la mano invitándoles a acercarse. Manolo fue quien, una vez más, se animó el primero. Se lanzó sobre ella como un animal, un poco torpemente. Herme le ayudó apuntando su polla con la mano hacia su coño entreabierto y brillante, y pude ver cómo se la clavaba entera de un golpe. La muy puta le animaba a gritos y él respondía culeando salvajemente, follándola deprisa, haciendo que su polla tiesa entrara y saliera de su coño como si quisiera matarla con ella.

  • Follame… así… animal… Metemela… asíiii…

El muy bestia le estrujaba las tetas. Le clavaba los dedos, que parecían enterrársele en la carne. La hacía gritar. Ella le envolvía con las piernas y le abrazaba muy fuerte. Su rostro se veía descompuesto. Le gritaba barbaridades.

  • Ahora te toca a ti ¿no?

Me quedé parado al oirlo. Seguía muy excitado. Mi polla no se había ablandado ni siquiera un momento y Ander, de pie, a mi lado, me invitaba a corresponderle. En aquel contexto, parecía lógico. Agarrándome de la mano, me condujo hasta la cama. Se sentó en el colchó, junto a la puta de Herme, que culeaba como una salvaje. Me empujó la cabeza invitándome a agacharme y lo hice. La tenía muy dura ante mis ojos, y debo confesar que la deseaba. Brillaba, y un reguerito de líquido viscoso y transparente la recorría entera. Parecía fluir mansa e inagotablemente. Me incliné un poco más y así, a cuatro patas, la introduje en mi boca. No sabía a nada. Su piel era suave y, bajo ella, sentía el tronco rugoso, que se deslizaba bajo la piel. Ander gimió y Herme pareció al oírle reparar en nuestra presencia.

  • ¡Miraló qué maricóoooooon!

El espectáculo parecía calentarla. Comenzó a correrse como una loca. Chillaba y temblaba agarrándose muy fuerte a Manolo, que la llamaba puta y le clavaba la polla casi inmovilizado por su doble abrazo. Debía estar corriéndosele dentro. La situación me excitaba. Herme gimoteaba como ahogándose al lado mismo de mi cabeza, y Ander acariciaba mi nuca mientras, cada vez más animado, iba tragándome más dentro y más deprisa su polla, pequeñita y pálida. La mía oscilaba en el aire a latidos secos.

  • ¡Para… para, cabronazo! ¡Que me lo vas a abrasar!

Manolo se la sacó y, por el rabillo del ojo, pude ver su coño chorreando leche blanquecina. Juan parecía dispuesto a montarla, pero ella se resistió empujándole con la mano.

  • Dejame respirar, joder ¿Quieres meterla en caliente?

  • ¡No te jode!

  • Pues ven.

Se agachó detrás de mi, a cuatro patas en el suelo, y sentí su lengua urgándome en el culo. Creo que emití un gemido. La polla de Ander pareció engordar en mi boca al verla. Herme acariciaba la mía sin agarrarla, haciéndola resbalar sobre la palma de su mano abierta sobre mis propios jugos, y su lengua se aventuraba cada vez maś adentro. Sentía su punta penetrándome. Imaginaba lo que quería y, sin poder detenerme, me negaba casi sin fuerzas. Era como si sus caricias tuvieran la potestad de dominarme. Mientras su mano rozara mi polla, podría hacer conmigo lo que quisiera.

  • ¿No quieres metérsele a esta maricona?

Había clavado un dedo. Gemí y traté de resistirme. Saqué la polla de Ander de mi boca para suplicar que no lo hiciera. Sentía su dedo penetrándome cada vez más adentro. Me untaba con un fluido cremoso que resultó ser la leche de Manolo que rezumaba de su coño.

  • No… por… favor…

  • ¿No quieres que te follen, putilla?

  • No… No…

  • ¿Y por qué la tienes tan dura?

Me follaba con el dedo mientras se la agarraba a Juan, que estaba como un toro. Yo, con la cabeza apoyada sobre el muslo de Ander, sin dejar de acariciársela con la mano, que resbalaba sobre mi propia saliva, les miraba de medio lado, incapaz de moverme. No paraba de negarme, de decirles que no quería, que pararan, que no quería que me follara, pero no hacía nada, solo decirlo.

  • Si te va a gustar, nenita. Si tienes una pinta de disfrutar con un rabo en el culo que no te tienes, maricón.

Vi a Juan arrodillarse a mi espalda y a Herme guiando su polla con la mano hasta que su capullo se apoyó en el agujero que la muy puta había dilatado con la lengua y con los dedos. Cuando empujó, hundiéndola un par de centímetros, me quejé. Ander, que contemplaba la escena como hipnotizado, me calló metiéndola de nuevo en mi boca y empujando mi cabeza hasta hacérmela sentir en la garganta. Juan empujaba con fuerza agarrado a mis cadera. La sentía penetrarme. Apenas me dolía, pero la sensación de tenerla dentro me resultaba extraña. Mi polla chorreaba.

  • ¿Ves como no pasa nada, putita? ¿Cómo vas a estar tú mejor que con un rabo en el culo?

Había empezado a follarme. La sentía deslizándose. Cuando la empujaba entera dentro, era como si presionara un resorte que proyectaba un calambrazo en la mía. Me sorprendí gimoteando, comiéndosela a Ander como un poseso. Él le agarraba fuerte del pelo y empujaba hasta ahogarme. Parecía ponerle muy cachondo ver cómo me follaban. Herme, por su parte, se frotaba el coño con la mano. Se pellizcaba los pezones estirándose las tetas, y me llamaba puta y maricona. Animaba a Juan a follarme más fuerte, y él obedecía. Me estaba volviendo loco. Gimoteaba como una nena sin dejar de tragarme la de Ander, que culeaba como si me follara la boca.

  • ¡Menudo pedazo de puta nos ha salido el señorito!

Herme se tumbó junto a él. Llamaba a Manolo como una posesa. Le pedía a gritos que le diera por culo mientras se clavaba los dedos en el coño. Aquel no se hizo de rogar. Pronto estuvo a mi lado, de rodillas en el suelo, enchufándole la polla, follándoselo como un animal, haciéndola chillar. Le daba cachetes en las tetas y toda su carne blanca y mullida parecía temblar y estremecerse a sus embates. Su rostro se transfiguraba. No dejaba de clavarse los dedos en el coño.

  • ¡Dame así, cabrón! ¡Así! ¡Asíiiiiiiiii!

  • ¿Así… te folla… mi padre?

  • No… pares… Dame… fuerte… Más… fuerteeeeeeee….

Manolo estaba como loco. La follaba de una manera salvaje haciéndola gritar. Golpeaba sus tetas con las manos abiertas y cada bofetón sonaba como un chasquido que enrojecía su piel. También azotaba sus muslos. Barrenaba su culo a golpes rápidos y violentos, y ella le animaba, le retaba a darle más. Chillaba como una loca. A veces, ponía los ojos en blanco y se quedaba muy quieta, y él pellizcaba muy fuerte sus pezones hasta que chillaba. Juan me follaba deprisa, y Ander me ahogaba con su polla. De repente, se agarró con fuerza a mis caderas y me la clavó entera quedándose muy quieto. Sentí que me llenaba de calor. Un calambre me recorrió entero. Sentí que me corría. Mi polla comenzó a manar leche tibia que fluía mansamente chorreando en el suelo sin parar. Ander escupía la suya en mi boca y yo me la bebía con ansia. Me deshacía de placer.

  • Tómala… toda… mari… cón… mari… cóoooon…

Mi polla permanecía dura. Mientras Herme se recuperaba, todos nos echamos en su catre amontonados. Ella jugueteaba tocándome, y se burlaba de mi.

  • ¿Ves cómo sabía yo que iba a gustarte?

  • Si se te ve a la legua que eres una maricona, como este otro.

  • Venga, dilo ¿Te ha gustado?

  • Sí…

Me ruboricé al decirlo y todos se rieron de mi. Durante el resto de la tarde, Herme hizo que, uno tras otro, todos me follaran el culo y la boca, y cada vez que lo hicieron me bebí su leche y me corrí como la primera vez. De repente me gustaba sentir sus pollas clavadas en mi culo y su dureza en la garganta. Seguimos así hasta que Herme reparó en que eran las ocho y media y nos echó de su cuarto con cajas destempladas. En el patio, mientras esperábamos a que tía Ágata y Leti regresaran charlando sobre cualquier cosa como si nada, pregunté a Manolo:

  • ¿Tu padre es el herrero?

  • ¡No jodas!

  • Pensaba… Pensaba que era el herrero el que se la follaba.

  • Se la folla todo el mundo, atontao. Es una puta.

  • Mi madre dice que es un zorrón berbenero.

  • Pues sí ¿no?

  • Pues claro.

  • ¿Has visto cómo chillaba?

  • ¡Chicos! ¡Que os estoy oyendo!