Tía Ágata 03: en la orilla

Profundicemos en Leti y su hermano

Fue varios días después cuando, tras la siesta, volvimos al río para pasar la tarde bañándonos con los amigos y las cosas empezaron a complicarse. Supongo que fue uno de esos días en que las casualidades convergen y se van encadenando para diseñar el escenario preciso donde se desencadena lo que parece responder a un plan premeditado. No quisiera filosofar más de la cuenta, pero el caso es que terminamos en el charco de la Venta Vieja Leti, Manolo, Juan, Ander, otro veraneante, como nosotros, y yo. El resto de los muchachos, por una cadena de casualidades, habían tenido alguna otra cosa que hacer, de manera que aquel rincón recoleto era nuestro y solo nuestro.

La tarde pasaba sin nada digno de mención. Imagino que aquella semisoledad de cinco no nos incentivaba a divertirnos y teníamos que conformarnos con sestear en una conversación mortecina, tumbados al sol como los lagartos.

En algún momento, mi hermana, que acababa de encender un pitillo que le ofreciera Manolo, tomó la peregrina decisión de tomar el sol en top-less.

  • ¿No os molestará, no?

Naturalmente, nadie puso reparo ninguno, así que quedaron al aire aquellas tetillas pálidas que se dibujaban tan nítidas en el moreno de su piel. Los chicos, incluso yo mismo, no tardamos en andar disimulando, buscando posturas que nos permitieran disimular las erecciones que, sin excepciones, se habían apoderado de nosotros. Yo no podía más que recordar sus gemidos al lamerla, y la deliciosa caricia de sus labios en mi polla. Imagino que Manolo y Juan debía sucederles algo parecido, y Ander, ignoro sin en posesión de recuerdos tan preciosos, parecía perfectamente capaz de imaginarlos.

Los cuatro soportamos con resignación contemplarlas tumbados boca abajo o con las piernas cruzadas disimulando, intentando no mirárselas directamente, haciéndonos los hombres de mundo, como si nos diera igual, pero, cuando decidió que necesitaba untarse crema, la situación adquirió un tinte trágico.

  • Es que no quiero que se me quemen.

La visión de sus manos de dedos largos y delgados, deslizándose sobre su piel, apretando aquella carne muelle y haciendo que su piel brillara al sol, fue suficiente para que Manolo, el más bruto de los cuatro, terminara por sacar la suya por encima del bañador. Me sorprendió lo grande que era. En la penumbra de la cocina no había podido verla con tanta claridad.

  • Pues a mi se me está quemando esta. Podías darme crema.

Leti, sonriendo con picardía, se acercó apoyándose en las manos y balanceando las caderas y, dejando que el bote vertiera en su mano una porción de crema de color amarillo pálido, comenzó a extenderla sobre ella.

  • Pobrecito… No queremos que se queme, claro…

Manolo gimió al sentirla. La crema abrillantaba su polla endurecida y Leti, dibujando delgados filos sobre su superficie, hacía resbalar su mano alrededor. Juan no tardó en acercarse a ellos. Leti, sin esperar a que la invitara, sacó también la suya y comenzó a aplicarle el mismo tratamiento. Sus pezoncillos sonrosados aparecían sorprendentemente duros y prominentes. Ander y yo les mirábamos en silencio. Yo no me atrevía a intervenir. Supongo que, siendo su hermano, me parecía completamente inapropiado, aunque la escena me causaba una excitación animal. Ander… No sé. Ander, como yo, miraba y sudaba en silencio sentado a mi lado sobre la roca lisa donde tomábamos el sol.

  • ¿Hoy no iréis a dejarme a medias, no?

Colocándose a cuatro patas, se inclinó sobre la polla de Manolo y comenzó a comérsela. La veíamos entrar y salir de su boca, cada vez más oscura, con los bordes del capullo brillantes y azulados, mientras que Juan, a su espalda, había bajado la braguita del bikini hasta sus rodillas y metía un dedo en su coño velludo haciéndole mover aquel culito escueto y pálido. Leti gemía ahogadamente sin dejar de aplicarse a su trabajo.

Ander, a mi lado, con la mano metida bajo el bañador, se meneaba la suya descaradamente, y yo mismo, sin darme siquiera cuenta, hipnotizado por la visión de mi hermana zorreando, acariciaba la mía sin tener el descaro de introducir la mano bajo la tela.

  • ¡Qué puta es tu hermana! -me susurró en voz muy baja-.

  • Sí, como mi madre -respondí sin darme cuenta de lo que decía-.

Me ruboricé al comprender la carga de la frase. Quería que me tragara la tierra. Había llamado puta a mi propia madre delante de aquel muchacho extraño. Pareció darse cuenta de mi azoramiento y trató de quitar importancia al asunto.

  • No te preocupes… Mi madre también… Mi padre nos dejó ¿Sabes? A veces viene a casa con otros hombres… Yo la he visto follando alguna vez…

  • Ya…

  • ¡Cómo me están poniendo!

  • Y a mi…

  • Si quieres…

  • ¿Qué?

  • Nos las podemos hacer… Ya sabes…

  • ¿Cómo?

  • Pues yo a ti… y tú a mi…

No esperó a que me repusiera de la sorpresa. Mientras veía a Juan acercarse a Leti y hacerla dar un gritito al enchufarle la polla en el coño, vi como si contemplara una película, como si no fuera real, cómo Ander alargaba el brazo hasta alcanzar mi polla y comenzar a pelármela. Fue una sensación extraña. Sucedía como en un sueño. Sentía un zumbido en los oídos y una agradable sensación mientras el mundo exterior adquiría un aire irreal. Su mano, subiendo y bajando, me causaba una sensación placentera y extraña.

  • Oye, tío, tú también.

La reciprocidad que exigía parecía lógica en aquel contexto extraño. Agarré la suya. Me sentí raro. Moví la mano imitándole, y sentí la piel deslizarse y las rugosidades bajo ella, rígida. Gimió. Resultaba chocante. Aquello, en teoría, debía desagradarme, pero la excitación del momento parecía superar cualquier prejuicio. Leti gimoteaba como una perra y movía el culo como si no tuviera bastante con los empellones que le propinaba el animal de Juan. Le chupaba la polla a Manolo con una glotonería pasmosa, y él se acarraba a su cabeza como si le fuera la vida en ello, ahogándola a veces. Tenía lágrimas en los ojos y, pese a ello, seguía tragándosela con auténtica ansia.

  • Qué… qué puta… es…

  • Sí…

  • Parece… que.. se va… a ahogar…

Los envites de Juan cada vez resultaban más violentos. A veces, palmeaba su culo en un azote que ella recibía con un quejido extraño, cómo si le gustara. Culeaba como una perra y veíamos la polla del muchacho entrar y salir de su coño mojada y brillante. De repente, Manolo se agarró con fuerza a la cabeza de mi hermana y empujó hasta obligarla a tragarse la suya entera. Los ojos parecían ir a salírsele de las órbitas y el rostro comenzó a adquirir una tonalidad violeta. Un goterón de leche afloró por su nariz. Tuvo que empujar con fuerza para librarse y, al conseguirlo, comenzó a toser. Tosía sin dejar de gemir. Tosía y babeaba gimoteando. Sentía la mano de Ander en mi polla, una caricia agónica y lenta que me desesperaba. Su polla, en mi mano, se mantenía firmee como un palo, y babeaba. La piel ya no corría. Mi mano resbalaba sobre ella haciéndole gemir.

  • No… te corras… dentro…

Juan sacó la polla del coño de mi hermana que, todavía tosiendo, culeaba como loca. Tumbada boca abajo, le dejó acercarse y se la agarró. La tenía violácea. El capullo, casi morado, brillaba al sol. Se veía grueso y duro. Se la peló apenas un par de veces antes de que empezara a correrse en su cara. Leti, con los ojos cerrados y un dedo metido en el coño, le animaba, le pedía más, y ordeñaba su polla haciéndola escupir sobre su cara. Cazaba al vuelo la leche que podía, lamía la que corría por sus labios, y se retorcía de placer como si aquello, al salpicarla, le causara un éxtasis violento. Comenzó a chupársela cuando dejó de arrojar. Juan temblaba. La polla de Ander parecía de piedra.

  • ¿Te ha tocado con la loca, eh?

Era Manolo quien me hablaba sonriendo.

  • No te cortes, tío, que no pasa nada. A este nos lo hemos follado todos ¿Verdad?

  • Sí… To… dos…

  • Es una locaza… ¿A que sí?

Tomando la crema bronceadora, le hizo tumbarse en la roca, sobre la toalla, y empezó a untar su culo con ella. Ander gimoteaba de placer, y su polla golpeaba el aire a latigazos babeando sobre su vientre, que golpeaba ritmicamente.

  • Venga, tío, métesela.

Me resultaba una idea absurda, pero a Ander no parecía desagradarle. Se acariciaba la polla mirándome, como si esperara que cumpliera aquella sugerencia enloquecida.

  • Que sí, tío, que te va a gustar…

  • Fóllame… Fólla… méeeeeee…

Hice lo que me pedían. Llevé mi polla a la entrada de su culito. Él levantó las piernas para facilitármelo, y, empujando, sentí el calor al enterrarla en él. Nunca había sentido nada igual a aquella presión. Comencé a empujar, a clavársela y sacarla como loco. Él gimoteaba con la voz aflautada. Leti, que había limpiado su cara con una toalla, nos miraba sonriendo y deslizaba un dedo alrededor de su coño.

  • Asíiiii… asíiiiiiiii…

Su polla cabeceaba en el aire. Me excitaba. Excitado, reparé en él, por decirlo de alguna manera. Era guapo: delgado, pálido, de rasgos sensuales y labios gruesos, con aquellos grandes ojos oscuros que parecían pintados y aquel flequillo largo que, cuando estaba erguido, cubría la mitad de su rostro. Culeaba gimoteando como una niña, y su polla se oscurecía. Juan, que había recuperado la prestancia al observarnos, la había puesto al alcance de su boca, y Ander se la comía como un desesperado. Manolo untaba mi culo de crema asustándome y Leti frotaba su coño ya como enloquecida. Le agarré la polla y empecé a masturbarle. Sin sacarse de la boca la de Juan, lloriqueaba como una auténtica loca. Yo le follaba ya como un animal. Aparté la mano de Manolo cuando trató de meterme un dedo en el culo.

  • No… por ahí… no…

  • Pues algo habrá que hacer, mariquita…

Leti, que gemía como una posesa mirándonos, pudo verle ponerse de pie a mi lado. Pudo verle agarrarme la cabeza y conducirla hacia su rabo, que estaba grande y duro. Pudo verme abrir la boca y empezar a chupárselo. Había perdido por completo el control de la situación: follaba a Ander como un animal, y meneaba su polla a la misma velocidad haciéndole gimotear. Su culo apretaba mi polla haciéndome sentir un placer y una excitación salvaje; Manolo se dejaba hacer. Sentía en los labios la misma textura rugosa que en la mano. Se deslizaba dentro, hasta casi mi garganta. Yo me apartaba un poco y la apretaba con la lengua. La succionaba como sin saber qué hacer. Juan se la clavaba a Ander hasta la garganta.

  • Mira… lóooo… Mi… raaaa… Se va… a… correeeeeeer…

Mi hermana clavaba los dedos en su coño como loca. Pude ver por el rabillo del ojo los suyos en blanco, la tensión de sus muslos, la manera en que los dedos de sus pies se contraían en el mismo momento en que la polla de Ander, en mi mano, parecía contraerse y palpitar, y disparaba al aire un primer chorro de leche al tiempo que sentía otro en la garganta. Chillaba con voz de niña, y Juan se corría en su cara llamándole maricón. Sentía tan cúmulo de placer, de excitación a mi alrededor, que yo mismo sentí que me derramaba en su culo. De repente, mi polla resbalaba mejor. Me corría a borbotones y sentía el calor de mi propio esperma, y aquella polla pálida que estallaba entre mis dedos, y su voz gimoteando. Tragaba leche casi con ansia, como si fuera lo que más deseara en este mundo, y seguía culeando, follándole casi con rabia mientras me corría en él chorro tras chorro hasta quedarme sin fuerzas.

  • ¡Joder con el hermanito!

  • ¡Y tonto que parecía!

  • Este el día que pille a una tía la destroza.

  • Igual le gustan más las maripositas…

  • Dejadle en paz, gilipollas.

Leti me giñó un ojo riendo. Había salido en mi defensa y sonreía. Me sentí unido a ella. Todavía me costaba asimilar lo sucedido, pero a nadie parecía extrañarle, y ella estaba allí.

  • ¡Venga, vamos a darnos un baño, que como nos vea alguien así…!