Tía Ágata 02: nocturno

Seguimos de amoríos familiares e inocentes

De repente, el veraneo en el pueblo se había convertido en una aventura que me mantenía sobresaltado. Por una parte, estaba Herme: me había fascinado el descaro con que parecía vivir aquella sexualidad desenfadada, casi como los animales; por otro, tía Ágata: la buscaba sin éxito. Parecía rehuirme. Por la tarde, durante la siesta, mi cabeza se llenaba de su imagen en el recuerdo, de su carne mullida y su piel suave, de la dulzura de sus caricias… Indefectiblemente, terminaba masturbándome. Por las noches la esperaba. No quería tocarme por si venía, y pasaba las horas en un sobresalto, aguzando el oído por si venía, con la verga dura y el corazón agitado.

Por si aquello fuera poco, durante una de aquellas veladas nerviosas de espera infructuosa, escuché un ruido en el pasillo y, al asomarme en silencio, me pareció percibir una sombra deslizándose escalera abajo. La seguí hasta la cocina sin saber muy bien quien era. De repente, vivía una nueva aventura emocionante. Mis ojos, acostumbrados a la oscuridad, me permitieron deslizarme a hurtadillas hasta la despensa y esconderme. El fogonazo de una cerilla al encenderse para dar lumbre a una vela, me descubrió a Leti, mi hermana, que se había escabullido de su alcoba y abría, procurando no hacer ruido, la pequeña puerta al fondo de la cocina destinada a los repartidores de las tiendas y campesinos que venían a vender los productos de sus huertas.

  • Creía que te habías rajado.

  • Shhhhh… Habla bajo. Pasa ¿Ha venido también Juan?

  • Aquí estoy.

  • Shhhhhh… Venga, entrad.

Reconocí a Juan y Tomás, dos muchachotes del pueblo un poco mayores que nosotros, que se colaron en la cocina y comenzaron a tontear con mi hermana. Me quedé paralizado. Leti, en camisón, hablaba con ellos con un desparpajo que no conocía en ella. Parecía coquetear con los dos. Hablaban en susurros.

  • ¿Y ahora qué? -preguntó uno de ellos-.

  • Pues eso ¿no?

  • Mira cómo la tengo.

  • Ufffff… ¿Y tú?

Desde mi escondite, a la tímida luz de la vela, pude ver cómo los mozos sacaban sus pollas a través de las braguetas y Leti, agarrándoselas, comenzaba a masturbarles. Los chicos manoseaban sus tetillas y ella jadeaba como poseída por un extraño ardor.

  • ¿Creíais que iba a achantarme?

  • Pues, la verdad…

  • Tú no sabes, chaval…

Estaba alucinado. Ni en sueños hubiera podido imaginar que mi hermana fuera tan puta. Sin dejar de sobarles, se dejó desnudar. Sus pechitos, pequeños y firmes, parecían de leche. No llevaba bragas. En su pubis, una mancha oscura revelaba la mata de vello denso que debía cubrirlo. Los muchachos la manoseaban entera, y ella se dejaba hacer sin dejar de pelar sus pollas y permitía que le besaran en la boca. Jadeaba con sus dedos en el coño y se quejaba mimosa cuando pellizcaban sus pezones.

  • ¿Quieres… quieres…?

  • ¿Qué?

  • ¿Quieres… que te folle?

  • ¡Joder! ¿Para qué has venido?

Parecían no dar crédito a su suerte, como yo, que les observaba en silencio con la polla como una piedra. Mi hermana era una puta, y estaba allí, con todo el descaro del mundo, en la cocina de tía Ágata, a punto de hacerse follar por dos de aquellos “animales”, como ella decía. Apoyó el culo en la mesa y levantó una de las piernas. El más lanzado, me pareció que Tomás, se colocó frente a ella.

  • ¡Aaaaay! Por ahí no, animal, deja, anda.

Me pareció que le guiaba con la mano. Gimió ahogadamente, y el mozo comenzó un movimiento rápido que le hacía jadear. Juan, el otro, a no mucha distancia, se la meneaba mirándoles.

  • Más despa… cio… Más… despacio…

  • ¿Así?

  • Así… Asíiiii…

  • Mira que eres puta…

  • ¿Y tú? Anda, acercate…

Mientras el uno la follaba, ajustando su ritmo a las indicaciones que ella misma le daba entre gemidos, masturbaba al otro, que culeaba como buscando acelerar el movimiento de su mano. Pronto jadeaban los tres, y el movimiento se iba haciendo más rápido. Yo, agarrado a mi polla, me resistía a sacudírmela deseando todavía que apareciera tía Ágata, en un razonamiento incoherente con la situación, probablemente superado por la excitación, que me impedía pensar con claridad.

  • ¡Noooo! ¡No te corras dentro!

Le empujó con fuerza. El muy cerdo bramaba. Pude ver la silueta de su polla en la penumbra dando latigazos en el aire y escupiendo sobre la tripa de Leti sus chorretones de leche. El otro gimoteaba haciendo lo propio. Agarraba una de sus tetas como si le fuera la vida en ello y se corría a chorros.

  • Dadmela… así… dádmelaaaa…

Los muchachos enfundaron sus rabos al momento de correrse. Parecían nerviosos, como si, de repente, les preocupara la posibilidad de verse sorprendidos. Salieron de la cocina como alma que lleva el diablo, mascullando una despedida rápida y torpe.

  • Bueno… pues hasta mañana ¿No?

  • Nos vemos en el río ¿No?

Leti ni les contestó. Parecía contrariada. Se puso deprisa el camisón, que había quedado tirado de cualquier manera sobre el banco corrido junto a la mesa donde desayunaba el servicio y, mirando hacia mi escondite, dijo:

  • ¿Y tú qué? ¿Te vas a quedar ahí?

Salí de la despensa avergonzado. No me atrevía ni a mirarla directamente a los ojos. Leti sonreía con un brillo pícaro en la mirada. Los pezones se le marcaban bajo el tejido liviano del camisón blanco de verano.

  • ¡Ven, vamos!

Subimos las escaleras en silencio, deprisa. El corazón me latía agitadamente, presa del sobresalto y la sorpresa todavía. Me daba vergüenza la erección que padecía. Cogido de la mano, me llevó hasta su alcoba y cerró la puerta tras de nosotros, procurando no hacer ruido, y encendió la lámpara de pinza del cabecero de la cama, que proyectó su luz escasa por la habitación. El camisón se le transparentaba permitiéndome vislumbrar su silueta delgada.

  • ¿Te ha gustado?

  • ¿El… el qué?

  • ¡Joder, no te hagas el tonto! Lo que has visto.

  • Sí…

  • Ven, anda, túmbate.

Me ordenaba lo que debía hacer con toda naturalidad, como si fuera consciente de su situación de superioridad. Yo también lo era, sin saber muy bien por qué. Parecía nerviosa. Arrodillándose sobre mi cara, puso al alcance de mi boca su coñito oscuro y velludo.

  • Chúpamelo.

Obedecí. Sabía ligeramente salado, y estaba húmedo. Mis labios se cubrieron de un fluido denso. Gemía y movía las caderas restregándomelo por la cara. Mi polla permanecía rígida cuando se inclinó sobre ella y me bajó los pantalones hasta los tobillos.

  • ¡Vaya con mi hermanito!

Comenzó a acariciármela despacio, sin dejar de culear sobre mi cara. Yo me moría de placer. Lamía aquellos labios empapados con una entrega febril. Cuando la metió en su boca, creía que me moría. La chupaba deprisa, como indicándome el ritmo que debía imprimir a mis besos y lametones. Jadeaba y respiraba a veces profundamente, otras agitada. Apoyé las manos en su culo duro y firme y ella, agarrando una de ellas, la condujo hasta uno de sus pechitos picudos.

  • Así… hermanito… No… pares… No… pareeeeeees…

Parecía enloquecida. A veces, sacaba mi polla de su boca y respiraba por un momento ajetreadamente, tensándose. Mi polla entonces, que sujetaba por la base con la mano, resbalaba en su cara. Su pelvis se movía a empujones, a golpes. Apretaba su coño contra mi cara. Había encontrado un botoncito duro en el extremo que, al chuparlo, la hacía gimotear y temblar, y me centraba en él buscando aquellos quejidos que me excitaban hasta el paroxismo.

  • Dámela… Dá… me… la… Glllllll…

No la sacó cuando empecé a correrme. Bebía glotonamente cada chorro de leche que disparaba en su boca. Gemía ahogada sin dejar de succionar, haciendo que me temblaran las piernas, que todo yo, ahogándome, con su coñito deslizándose sobre mi cara, mojándola entera, temblara estremecido.

  • Tú si que eres un caballero, hermanito. Anda, vete a tu cuarto, que como nos pille tía Ágata…

Por la mañana, tras el desayuno, que se desarrolló en el silencio sepulcral de siempre, tía Ágata dispuso las tareas para la mañana. Era miércoles, y había mercado en el teso.

  • Tú, niña, te vas con Herme a hacer la compra. Ya lleva ella dinero y la lista. Llevaos un cesto cada una y, si no podéis, buscas al Trisco, que por veinte duros os la trae. Si hay sandías buenas, compráis una docena y que os las acerque a casa el feriante. Y tú te quedas conmigo, que me vas a ayudar a hacer unos arreglos.

Ya vestido, las vi alejarse calle abajo desde la solanilla de la salita del piano. Leti estaba preciosa, con un vestido blanco corto y el pelo recogido, y Herme saludaba a todo el mundo con aquel desparpajo suyo. Recordé sus caderas anchas y sus tetas grandes y la polla se me puso dura una vez más.

  • Anda, ven y siéntate, que tenemos que hablar.

  • ¿Aquí?

  • Aquí, a mi lado.

-…

  • ¿Qué pasó anoche?

  • ¿A… anoche?

  • Ya… No me lo quieres decir ¿No?

  • Yo…

  • Ha salido puta, como tu madre.

  • ¡Pero tía!

  • Anda, anda… ¿Te crees que me chupo el dedo?

  • Yo…

  • Te voy a contar una historia: cuando éramos crías, como vosotros, yo salía con un chico. Bueno… paseábamos juntos y poco más, que era lo que hacíamos las chicas decentes y lo más que mi padre, a duras penas, consentía. Me gustaba mucho, y pensaba que, con los años, acabaríamos casados y criando niños, ya ves…

  • ¿Y qué pasó?

  • Pues pasó que tu madre era muy puta, cariño.

  • ¿Mi madre?

  • Una noche oí un ruido en la cocina y bajé a ver qué pasaba. Me los encontré allí, como la zorra de Leti anoche… Bueno, ella, tu madre, estaba tumbada en el suelo, y mi novio, tu padre, echado sobre ella moviendo el culo. Me quedé de piedra. Aquella noche me harté de llorar, y decidí que no me casaría nunca.

  • ¿Papá y… mamá?

  • Sí, cariño. Por lo visto, llevaban un tiempo jodiendo como conejos en cuanto tenían ocasión. Yo no dije nada, aunque dejé de salir con él sin darle ninguna explicación. A veces los espiaba y me acariciaba viéndoles, pero no quería saber nada de él.

  • ¿Y qué pasó?

  • Pues pasó lo que tenía que pasar: que la zorra de tu madre se quedó preñada. Por suerte para ella, tu padre era un chico de buena familia, como nosotros, así que mis padres lo arreglaron con los suyos y se casaron antes de que aquello llegara a ser un escándalo, aunque todo el mundo supo que tu madre era una puta. En un pueblo es muy difícil que la gente no se entere de las cosas. Con el tiempo, se acaba sabiendo todo. Por eso tuvieron que irse del pueblo a vivir a Madrid, y yo me quedé con la casa y con las fincas. Tu abuelo pensó que ella ya tenía la vida arreglada y que a mi me harían más falta, por que para entonces ya estaba claro que me iba a quedar para vestir santos, así que a ella le dejó un poco de dinero y a mi lo demás. Ella no se quejó, claro. Hubiera faltado más…

Mientras me contaba, manipuló mi bragueta hasta abrirla y sacó mi polla de su escondite. Yo me imaginaba a mamá jovencita, como en las fotos. Se había parecido a Leti. Casi podía verla abierta de piernas, con la polla de un muchacho chapoteándole en el coño y gimiendo. Tía Ágata comenzó a pelármela despacio, sin dejar de contarme su historia en un susurro.

  • Claro, que yo… Bueno, de los hombres no me volví a fiar, pero… Claro, una tiene sus necesidades… Al principio, me las apañaba sola, ya sabes, tocándome y eso… Como yo nunca… El caso es que solía imaginar las escenas que había visto de tus padres, y me tocaba…

Había recogido su falda sobre los muslos y hurgaba con su mano bajo las bragas sin dejar de meneármela. Yo empecé a tocar sus tetas por encima de la blusa. Me hacía temblar con el movimiento de su mano. Su voz se había convertido en un susurro entrecortado.

  • Luego vino Herme a trabajar en la casa. Entonces era… era una chiquilla de aldea… Un vendaval. Andaba por la casa como una loca, y no tardé en pillarla por ahí tocándosela a unos y a otros. Yo me hacía la estrecha, claro, no vaya a ser que digan, pero el caso es que buscaba verla… Bueno, ya sabes, como el otro día…

Desabroché los botones hasta sacárselas. Me fascinaban, tan grandes, tan blancas, tan blanditas… Tenía los pezones duros, y su mano seguía subiendo y bajando el pellejito de mi polla. Le costaba agarrarla ya. Más bien resbalaba en el flujo que manaba sin cesar.

  • Un día me pilló tocándome… Un descuido. Yo te puedes imaginas cómo estaba, así que, cuando me dijo que me iba a ayudar, no me resistí. Empezó a tocár… a… tocármelo… Uffffff… Sigue… sigue, cariño… sigue chupándolas… Así… Empezó… a tocármelo… Me decía que… que en el pueblo… ella y sus amigas… Y yo me dejé… Nunca me había tocado… nadie…

Su excitación me volvía loco. Sustituí su mano por la mía y comencé a manosear torpemente su coño velludo y empapado. Gemía moviéndolo sin soltar mi polla ni siquiera un instante.

  • Así que… bueno… me corrí como una perra… Y me acostumbré a ella… Venía casi cada noche… Me enseñó a chupárselo… a frotarlo con el suyo… a meterme… los dedos… así… así, cariño… cómo tú… cómo túuuuuuuuuuuuu…

Comenzó a temblar y a culear. Mis dedos se deslizaban en su coño lubricado, y ella movía el culo como buscándolos. Se agarró con fuerza a mi polla. Tenía los ojos en blanco. Me corrí una vez más salpicándola entera, manchando su ropa. Mi leche resbalaba por sus tetas y por su cara, contraída por el placer. Temblaba y gemía agarrándomela muy fuerte, como si necesitara sacarme hasta la última gota…

  • Ufffff… ¡Cómo me has puesto, cariño… Ahora tendré que cambiarme antes de que vuelvan…

  • Oye, tía…

  • Dime, cariño.

  • ¿Y otros hombres...?

  • No… Otros hombres no... Ha sido… Es que te pareces tanto a tu padre…

  • ¡Anda, vete a tu cuarto a arreglarte antes de que vuelvan! ¡Hay que ver cómo me has puesto!

  • Tía Ágata…

  • ¿Sí?

  • Yo… Yo no te hubiera engañado…

  • Es que tu madre era muy puta, cariño, como tu hermana… Al fin y al cabo… ¿Anoche lo hiciste con ella, no?

  • No te preocupes, cielo. Yo no me voy a enfadar. ¡Anda, corre, arréglate!

Me detuve un instante para darle un beso. Su relato me había llenado de ternura. Giró el rostro hasta poner sus labios al alcance de los míos. Al apartarme sonreía con una dulzura que contravenía su expresión adusta habitual. Subí a mi alcoba corriendo escaleras arriba con el corazón henchido. Quería a tía Ágata. Y mamá… Mamá era muy puta. También quería a mamá.