Three of A Perfect Pair

Tres de una pareja perfecta (en español).

Three of A Perfect Pair

(Tres de una pareja perfecta)

Daniel y yo habíamos formado ya algo más que una pareja de tíos que se reúnen para echar un polvo porque se gustan; habíamos comenzado a compartir todo, desde el trabajo hasta el tiempo libre (pasando por cada noche en la cama, por supuesto). Sólo en esta época de verano nos estábamos separando un par de días a la semana. Yo no tengo compromisos con nadie más y dedico mi tiempo a mi trabajo, mis hobbies, mis amigos y poco más; pero él sí necesitaba (y me parecía lo correcto) visitar a sus padres al menos un día a la semana. Al principio se me hacía aquel tiempo sin él un mundo… hasta que me di cuenta de que aquel chico del pueblo que se había enamorado de mí un año antes y seguía amándome como al principio, empezaba a tirar de mis sentimientos de una manera que podría llegar a ser peligrosa. Yo ya tenía mi trabajo seguro y que me ocupaba mucho tiempo; ya tenía mi pareja estable a quien adoraba; él, sencillamente, estudiaba y tenía doce años menos que yo. Entre su casa y la mía había más de cien kilómetros. Aún así, pensar en él me torturaba de placer, pero sabía que entre nosotros no había nada que hacer. Yo no podía ir todas las semanas al pueblo para verlo; no podríamos ser pareja hasta algunos años después. Sabía que aquello no iba a traer más que sufrimientos para los dos; o los tres, según se mirase.

Sabía que si iba los martes a verlo, los dos lo íbamos a pasar muy mal – él ya me había dicho que no podía aguantar una semana sin verme -, pero tomé la determinación de acabar con un tesoro arrojándolo al fondo del mar y seguir seguro en la cubierta de mi barco anclado.

El martes estuve sentado casi todo el tiempo mirando aquella puñetera lámpara psicodélica que se me ocurrió comprarle a unos señores mayores del bloque. Nunca tenía la misma forma y daba vueltas y vueltas. En realidad me parecía espantosa, pero allí me quedé mirando; sin comer, sin música, sin salir. Cuando me vine a dar cuenta, comenzaba a oscurecerse el salón. Atardecía. Pensé en quedarme allí, dormido en el sofá. Seguir sin hacer nada. Aquella lámpara me mantenía la cabeza vacía de pensamientos. Pero llamaron a la puerta. Se acabó la tranquilidad: ¿el vecino? ¿el gitanillo Jose?

Abrí la puerta con desgana y encendí luego la luz. Tenía frente a mí a Fernando.

¡Tío!, ¿qué haces aquí? – le tomé de la mano y lo pasé adentro cerrando la puerta -.

Me miró con una profunda tristeza y se echó en mis brazos.

¿Por qué no has ido a verme hoy? – me decía gimiendo - ¿Por qué no has ido?

Nos besamos detrás de la puerta. Me di cuenta de que ya no podía resistir aquella mirada ni la caricia de su voz. Allí estuvimos un rato hasta que le sequé las lágrimas con mis manos, lo tomé por la cintura y, poniendo mi cabeza en su hombro, lo llevé al salón.

Soy un mamón – le dije -; un mamón para ti y para mí, pero hoy he sentido pánico, porque ya me he enamorado de ti de tal forma que no voy a poder dejarte. ¡Dime, Fernando! ¿Qué hago con Daniel? ¿No lo ves? Puedo hacerle mucho daño y me lo haré yo también. Lo quiero; lo quiero con toda mi alma, pero no entiendo lo que me pasa contigo y me asusta.

Seguía callado mirándome atento y continué hablándole:

¿Recuerdas aquella forma de medir el amor? ¿Medio metro? ¿Un metro? ¿Cómo me explico esto a mí mismo si quiero a Daniel un metro y cuando te veo noto algo superior?

¿De verdad me quieres, Tony? – me preguntó en voz baja y echado sobre mi brazo - ¿De verdad sientes eso como lo estás diciendo? Supongo que podrías quererme un metro, el máximo; como yo te quiero a ti; pero si quieres a Daniel un metro ¿cuánto me quieres a mí?

Fernando, amorcito – le dije -, no me preguntes lo que no entiendo, porque sólo sé que es así.

Puede ser que no quieras a Daniel un metro – me dijo – y a mí sí. A lo mejor es muy poca la diferencia.

Peor entonces, precioso – lo besé con toda suavidad -; dime cómo puedo dividirme en dos y… estás lejos, estudiando, aún no puedes decidir por ti mismo… ¿Qué hago yo? ¡Ponte en mi lugar!

¿Por qué no dejamos de hablar de esto un poco? – me dijo -, me he escapado de casa en el autocar. No te asustes. Si va a venir Daniel, dormiré en la calle.

¿Qué dices? – le grité - ¿Estás loco? ¿Qué hablas de dormir en la calle? Daniel vendrá mañana por la tarde. Puedes quedarte, pero no me hagas esto otra vez, por favor. Avisa. ¡Quédate, por favor!

Nos abrazamos con tanta fuerza que nos hacíamos daño; nos besamos, nos acariciamos; me sacié de mirar aquellos ojos verdes tan profundos. No hubo ímpetu como para que comenzáramos a quitarnos las ropas y comenzáramos a follar allí mismo y en aquel mismo instante, pero nuestras manos recorrieron cada parte de nuestros cuerpos sin apartar los labios, sin dejar de rozar nuestras lenguas, ni un solo momento. Fue largo; muy largo, pero ninguno de los dos sentíamos que llegaba el final de aquel beso.

Me incorporé un poco y le sonreí:

¡Hey! – le dije -, no quiero caras tristes. Dúchate si te apetece. Te daré algo que ponerte y prepararé algo para cenar ¿Te mola?

Sí – dijo muy feliz -, gracias. Me ducharé porque he pasado mucho calor y tomaremos algo si tú quieres. Sólo he venido a verte un poco, de verdad. Dime tú lo que quieras que haga.

Y mirándole sin parpadear y sonriéndole, le dije:

¡Quédate, por favor! -; siento ahora mucho no haber ido yo, pero aquí estaremos más tiempo y más tranquilos.

Le di su toalla y le dije dónde estaba cada cosa dejándolo a solas para que se duchase y me fui a la cocina a preparar unos tallarines fritos. Al rato, me pareció que entraba por la puerta de la cocina y, al mirar, me encontré de frente a Daniel.

¡Hola, mi vida! – lo besé - ¿Cómo te has vuelto hoy?

¡Bah! – respondió cansado y soltando la bolsa en el suelo -, mis padres han salido con mis tíos a cenar y para quedarme allí solo viendo una peli o durmiendo…".

Pues hay una sorpresa, cariño – le dije -; adivina.

Y en ese instante apareció Fernando por la puerta y, al ver a Daniel, no pudo disimular su pánico, pero lo miró Daniel sorprendido, rió de alegría y se fue hacia él a abrazarlo: «¡Tío, tú aquí!». Lo besó con placer en los labios un poco más de la cuenta y le dijo:

Este beso, por el que no pude darte en el pueblo cuando nos conocimos. ¡Vamos, pasa! ¿Te has duchado?

Sí – dijo Fernando muy cortado -, he pasado mucho calor.

¿Y cómo se te ha ocurrido venir? – preguntó Daniel - ¿No tienes clases?

No – dijo el chico encogiendo los hombros -, hay huelga o algo así y como tenía vuestra dire

Pues voy yo a ponerme fresquito – le dijo Daniel – y nos comeremos ese plato tan rico que está preparando Tony ¿eh?

Volvió a besarlo en los labios, lo tomó por su cintura desnuda y lo sentó en una silla de nuestra pequeña mesa de la cocina.

¡Esperadme, guapos – dijo –, que no tardo!

Fernando me miraba aterrorizado y le dije por señas que no se preocupase, que a Daniel le había gustado encontrarlo allí. Hablamos un poco sobre el pueblo y sacó de la bolsa el móvil y me dijo que llamaría a sus padres para que estuviesen tranquilos.

¿Saben ellos que estás aquí? – le dije -, si te has escapado te castigarán cuando vuelvas. Espero que no nos metas en un lío.

No, no – me dijo seguro -; ellos saben que me he escapado a casa de unos amigos. Sólo quiero que sepan que he llegado bien.

Noté que su conversación era muy natural y que le decía a los padres que volvería al día siguiente; les dio un beso y colgó.

¿Todo bien? – le pregunté - ¿No hay mosqueo?

¡Qué va! – me dijo -, muchas veces cojo el autocar y me voy a otro pueblo con unos amigos de allí a pasar el día. A ellos les da igual.

Cuando apareció Daniel ya duchado y en calzonas, se acercó a mí por la espalda, me abrazó y me besó poniéndome un buen rabo: «Hmmm, cariño, ¡qué bien huele eso!». Pero luego se volvió a besar a Fernando otra vez en los labios, se sentó a su lado y se pusieron a hablar.

¿Y qué tal te va con Jorge? – le preguntó al chico - ¿Ya te lo has follado?

No – contestó Fernando con timidez -, seguimos siendo amigos, pero ya está.

¿Amigos? – se extrañó Daniel - ¿No decías que estabais enamorados?

Bueno, – respondió Fernando encogiendo los hombros -, yo sí lo estaba, pero él no quiere nada más que un besito de vez en cuando.

¡Vamos, chico! – se extrañó Daniel - ¿No irás a decirme que lo único que le gusta a tu amigo es comprarte dulces y chicles? ¡Joder!, con lo buena que está una polla cuando se quiere a alguien

A él le da miedo de que lo toque – dijo -; sólo me deja darle un beso de vez en cuando o me lo da él, pero si quiero tocarle, se enfada y se va.

¿Sabes, chavalote? – le dijo Daniel acercándose a él como seduciéndolo -, me parece que ese tío no sabe lo que se pierde. Eres guapísimo y, no te molestes, pero estas de bueno

Nos echamos a reír y puse los tallarines en la mesa:

¡Vamos, criaturas! – les dije -; el que quiera palillos para comerlos que levante la mano.

Fernando me miró con timidez y me dijo que él no había comido eso nunca y que no sabía comer con palillos.

¡Claro! – le dije -, como en el pueblo no hay restaurantes chinos

¿A que no sabes cómo se come un chino una polla? – le preguntó Daniel como acertijo -.

Y Fernando sonrió, pero no parecía saber la respuesta, así que le dijo Daniel:

¡Con palillos!

La cena fue muy distraída y mientras que al principio parecía que Daniel estaba entre los dos, poco a poco, se fue integrando Fernando y hablábamos los tres con la misma confianza.

Recogí de prisa los platos y les dije que habría que reposar un poco la cena y podíamos ver una peli o irnos a dormir.

Yo creo que los tres estamos cansados – aseguró Daniel -, así que mejor será descansar tooooda la noche.

Pensé que Daniel iba a decir que Fernando durmiese en el sofá, pero, de pronto, soltó una parrafada:

Oye, Fernando; en esta casa, de corte, ¡nada! Hay una cama muy ancha, pero sólo hay una ¿comprendes? Así que dormiremos los tres juntos y, para que nadie diga que hay discriminación ni nada de eso, tú dormirás en el centro, entre Tony y yo ¿Vale?

¡Sí! – contestó el chico visiblemente feliz -, me encantaría.

A lo mejor te gusto – siguió Daniel – y… ¿quién sabe?

Fernando reía y empujaba a Daniel contra mí y en esa lucha de broma dejó caer el chico una frase:

Hmm… pues tú no estas para decirte que no.

Me sentí aliviado. Lo que podía haber sido una situación incómoda o de celos, se había convertido en una situación más que agradable y comencé a imaginar que podrían pasar ciertas cosas, pero preferí dejar que fuesen llegando los momentos.

Nos fuimos los tres para el dormitorio gastándonos bromas y ya allí, me acerqué a Fernando, lo tomé por la cintura y le quité las calzonas dejándolo en pelotas.

¡Vamos! – le dije -, ya puedes ponerte en el centro.

Y se subió a gatas y se echó cómodamente mirándonos, sonriendo y, ya medio empalmado, dijo:

¡Vamos! ¿O es que ahora os lo vais a pensar vosotros?

Y Daniel y yo nos quitamos las calzonas al momento y ya estábamos un poco empalmados también, así que empecé a estar seguro de que algo iba a pasar. Comenzamos a hacernos cosquillas y a reír desenfrenadamente y rozándonos los tres hasta que se oyeron unos golpes en el techo.

¡Joder! – exclamó Daniel -, ya está la puta vecina esta protestando. ¡Y eso que dice que es medio sorda!

Así que nos echamos los tres mirando al techo y Daniel y yo comenzamos a hablar algo sobre cómo remediar que aquella mujer protestase por un día, pero en ese momento, levantó Fernando sus brazos doblándolos por los codos y señalando al techo con los dos dedos índices. Al menos yo, me quedé mudo, pues no sabía qué iba a ocurrir. De pronto, sus brazos se flexionaron hacia nuestras caras y sus dedos taparon nuestras bocas en señal de silencio. Daniel, sin hacer ningún movimiento visible, apagó la luz y quedamos en penumbras. Los dos nos incorporamos un poco hacia el chico, pero éste nos apartó con dulzura: «No haced nada». Al momento, bajó sus manos y comenzó a besar a Daniel y a acariciarle los cabellos y éste intentó poner sus brazos sobre el chico, pero Fernando los tomó con delicadeza y los volvió a dejar en la cama. Yo no me movía; observaba casi de reojos qué pasaba. Cuando el beso ya se iba haciendo más intenso, lo abandonó, nos tomó con sus manos y nos puso juntos. Yo quedaba a su izquierda y Daniel a su derecha. Sus piernas estaban abiertas y se mantenía sobre nosotros un poco levantado apoyándose en sus rodillas. Entonces, en un movimiento rápido, se vino hacia mí y comenzó a hacer lo mismo. Me acariciaba apasionadamente los cabellos y me besaba de tal forma que mi pecho se levantaba y el cuerpo se me tensaba. Cuando nuestro beso también comenzó a ser muy intenso, se echó sobre Daniel y comenzó a comerle los pezones y a lamerle el pecho y llevaba su lengua hasta las axilas. Me di cuenta de que Daniel estaba totalmente empalmado; igual que yo, claro. Cuando consiguió que Daniel comenzara a moverse, lo abandonó y arremetió con mis pechos y mis axilas y mi cuello. Iba a volverme loco.

Se puso de rodillas y nos cogió por las nalgas, siempre al mismo tiempo hasta que nuestras pollas chocaron una contra la otra y comenzamos a besarnos. Entonces, se echó hacia abajo de la cama, nos cogió las pollas, cada una con una mano y tiró con suavidad de nuestros prepucios. Los dos respiramos profundamente y se tensaron nuestros cuerpos. Luego, comenzó a rozar nuestros capullos en forma de círculo hasta que cogió las dos pollas con una de sus manos y comenzó a pasar la lengua por arriba. Sólo se le oía decir «hmmm… hmmm». Pasó a la polla de Daniel y comenzó una mamada que debería ser muy buena, porque le costaba trabajo no hacer ruidos con la boca y dejar su cuerpo quieto. Más tarde pude comprobarlo yo; sus labios y su lengua hacían maravillas que costaba trabajo aguantar sin moverse, pero ¡oh, sorpresa!, giró su cuerpo y puso su polla sobre las nuestras quedando sus pies sobre nuestras caras. Costaba trabajo mantener las tres pollas rozándose, pero más trabajo comenzó a costarnos cuando empezó a besarnos los pies y a lamerlos con la punta de su lengua. Así que tomamos cada uno un pie de los suyos y fuimos besándoselos. Comenzaban a oírse gemidos contenidos y de vez en cuando dejaba caer su cuerpo sobre los nuestros apretando. Estuvo así un rato y Daniel me miró en la oscuridad asombrado y mordiéndose los labios.

De pronto, se levantó y volvió a ponerse de rodillas mirándonos pero fue subiendo su cuerpo hasta que tuvimos su hermosa polla ante nuestras caras y comenzó a untarnos su líquido en los labios y pasaba de una cara a otra. Unimos las caras y nuestras bocas en un beso que era, al mismo tiempo, una mamada, pero ya dejó que le acariciásemos la espalda y las nalgas y comencé a hacerle un masaje por su aterciopelado culo. Soplaba de gusto cada vez más hasta que se separó. Posiblemente no quería correrse todavía. Volvió a besarnos, pero esta vez se unieron nuestras tres bocas y nuestras tres pollas en un delirio de placer. ¡Su pelo!; necesitaba acariciar su cabeza, tirar de su cuello hacia nosotros, mientras él empujaba con su polla contra las nuestras y las rozaba de un lado a otro. De esta forma, su polla iba golpeando una y otra sin parar en un masaje delicioso.

No esperaba lo que venía. Tiró de nuestros hombros como para que nos diésemos la vuelta y nos pusimos uno junto al otro, boca abajo. Entonces comenzó a acariciarnos los culos y a rozar su polla por nuestras nalgas y así estuvo otro rato hasta que noté que me abría el culo y buscaba mi agujero. Puso su cuerpo sobre el mío y empezó a metérmela uniformemente hasta el fondo. Me moría de placer y agarré sus nalgas y tiré de ellas con fuerzas para sentir que toda su polla estaba dentro de mí, pero el roce de sus huevos en mi entrepierna me lo confirmaba. ¡Joder, con el niño!

Sacó la polla casi de un tirón y se pasó encima de Daniel y miré con disimulo cómo le hacía lo mismo. Daniel me cogió la mano y me la apretó con muchas fuerzas. Nos miramos y nos besamos. Nos moríamos de placer. Al poco tiempo, en vez de sacársela, comenzó un movimiento suave; se lo estaba follando metiéndola y sacándola. Daniel seguía apretándome la mano. Y viendo yo que seguía follándoselo, me incorporé y me puse sobre él. Me empujó con una mano para que me centrara con su cuerpo, lo agarré mientras se movía y comencé a acariciarle el culo y a buscar su agujero. Por fin, mi polla comenzó a entrarle y empujó hacia atrás para que le entrara hasta el fondo. El movimiento se volvió acompasado pero Fernando se movía cada vez más rápido, estaba ya muy tenso; se corría. Noté cómo sentía una descarga de placer y se quedaba quieto. Esperé un poco y me di cuenta de que se la sacaba a Daniel y le hacía un gesto con la mano. Salió Daniel de debajo de él y dejó caer Fernando su cuerpo sobre la cama mientras que Daniel me abría las nalgas y subía sobre mí metiéndomela al momento y follándome como ya sabía él hacerlo.

Me corrí pronto y me puse a besar como un desesperado a Fernando mientras Daniel me partía en dos de placer y noté sus convulsiones y sus chorros calientes en mi interior. Los tres caímos sudando y agotados sobre la cama.

Estarán las sábanas sucias – dijo Fernando - ¿Vamos a dormir así?

No, mi vida, no – le dije -; ahora las cambio. Descansad vosotros.

Y tomamos el coche al día siguiente y llevamos al chico a su pueblo, se bajó Daniel a comprar unos refrescos y, en la despedida, me dijo Fernando:

Me parece que ahora te quiero más de un metro.