The winner takes it all
El encuentro entre dos matrimonios amigos, con motivo de un partido de fútbol, desata las pasiones y las mentiras ocultas de las personas. "El ganador se lo lleva todo" es la historia de cuatro amigos en la que, como casi siempre, existe un perdedor.
THE WINNER TAKES IT ALL (EL GANADOR SE LO LLEVA TODO)
Dicen, y bien cierto es, que la primavera… la sangre altera. Los dichos o refranes están, por lo general, llenos de verdades. Sólo, siendo primavera, y con la sangre alterada, nos pudo ocurrir lo que os voy a contar.
Habíamos terminado de comer. Poca cosa. Ya sabéis, que si me sobran kilos, que si quiero estar más guapetona este verano…, en fín, miles de cosas que se nos pasan por la cabeza cuando se acerca la época estival y la playa nos llama para mostrar nuestros cuerpos a los demás. Y mi mujer, siempre con sus argumentos carentes de sacrificio, no iba a ser menos. No obstante, quiero dejar claro que lo que ella siente es obsesión, pues, para mi gusto, luce un tipazo…pero bueno, ella y sus cosas.
Como os decía, habíamos terminado de comer y nos estábamos tomando un café. Los rayos de sol penetraban a través de los cristales del amplio ventanal del salón. Miré a Nati. Ojeaba una revista mientras, en un alarde de agilidad, cruzaba y descruzaba sus piernas continuamente. Carraspeé requiriendo su atención. Nati desvió sus ojos de la Duquesa de Alba y los clavó en los míos.
-¿Qué te pasa?. Me preguntó.
-Nada. ¡Estos, que podían venir ya!
Aquella tarde nos iban a acompañar una pareja de amigos muy especiales. Raúl y Rosa o Rosa y Raúl. Futboleros ambos, habíamos quedado en mi casa para presenciar a través del canal de pago un interesante partido de nuestro club. Y tardaban en llegar. Mi reloj marcaba las 4,30 de la tarde y el encuentro comenzaba a las 5,00. Estaba claro que me iban a joder el partido. No me gustan las interrupciones cuando estoy viendo una retrasmisión de ese calado. Suponía que entre besos, preguntas estúpidas y cumplidos absurdos, sonaría el pitido inicial y aún no estaríamos centrados en lo que había que centrarse, en el fútbol.
Cuando llamaron a la puerta, faltaban diez minutos para que diera comienzo el choque. Raúl y Rosa. Los impresentables estaban allí, de pies, sonriendo con cara de gilipollas recién comidos.
Que ambos eran agraciados físicamente, no lo voy a negar. Que ambos eran divertidos, tampoco lo niego. Pero que ambos eran gilipollas e impuntuales, tampoco se puede poner en duda. Bueno…eso es lo que yo pensaba hasta esa tarde, pues ellos se encargaron de demostrarme que de gilipollas, nada de nada.
Raúl vestía un pantalón de tergal de color gris y una camisa blanca de manga larga. Rosa, una falda negra y una blusa roja con un par de botones enemistados con sus correspondientes ojales. Sin querer ser descarado, no pude evitar situarme al lado de nuestra amiga mientras caminábamos hacia el salón donde nos esperaba mi mujer. Tenía la ligera esperanza que alguno de sus pechos agradeciera la visita de mi mirada y se asomara más por su escote. No soy hombre de suerte.
Una vez en el salón, terminados los besos y sentados cada uno en el lugar que había elegido, mi querida mujer inició una conversación estúpida. De todos era conocido que Raúl y Rosa nunca tendrían hijos. Simplemente no podrían. Si deseaban un pequeño cagón por la casa, habrían de adoptarle. Y eso, al parecer, a Nati no le entraba en la jodida cabeza.
Preguntar una y otra vez que para cuando llegan los niños, y más, si quien pregunta, tampoco los tiene, es una soberana gilipollez de mal gusto. Pero Nati es así.
Tanto Raúl como Rosa, tomaron asiento en el mejor lugar. Eran nuestros invitados. Nati se sentó en un pub al lado derecho de ellos y yo, en otro sillón, al lado izquierdo, quedando la pareja en el centro.
Aún faltaban unos minutos para que el choque diera comienzo. Los primeros pitillos barruntaban que la tarde prometía una espesa niebla de humo sobre nuestras cabezas. Fumadores los cuatro, lo primero que hicimos fue encender unos cigarrillos. Si, me gusta fumar, claro, pero me molesta el humo. ¿Cómo se entiende?. Yo y mis cosas. Lo cierto es que me levanté y abrí el amplio ventanal del salón para que la espesa nube de humo se fuera de copas y nos dejara ver el partido sin toses estúpidas.
Nati, siempre ella, recriminó mi actitud. Que si no hacía día, que si tenía frío, que si no era el momento…aquellos ventanales de haber podido hablar, probablemente la hubieran llamado gilipollas. Y se lo hubieran llamado con razón, pues no paraba de quejarse del olor a tabaco que desprendían las cortinas, sillones, etc. etc., pero…tampoco éramos capaces de dejar el vicio de fumar. Lo del frío podía entenderlo, pues aunque no era una tarde gélida, tampoco era la típica tarde primaveral. Una faldita azul tipo pareo y una camisa de seda adornada con infinidad de flores, no me parecía la vestimenta más apropiada para recibir una visita. En la playa hubiera quedado que ni pintada, pero en casa con visitas…
Pero Nati es así. Después de echarse encima el armario, termina por decir esa frase que odio…”Me pondré esto, es con lo que más cómoda estoy”. Y ese “esto” es, generalmente, lo menos adecuado. Como sucedió aquella tarde. Naturalmente, los ventanales se cerraron y el humo tomó posesión del techo del salón. Su frío era lo primero. Y la nicotina, campó a sus anchas.
El partido de fútbol dio comienzo mientras Nati preparaba unos cubalibres. Raúl, siempre pendiente en todo, cambió el asiento con mi mujer. Eso facilitaba que ella y Rosa le dieran al pico con entusiasmada habilidad. Mientras tanto, con nuestros corazones vestidos con la camiseta de nuestro equipo, Raúl corría la banda y yo remataba los centros al área que él me enviaba. En eso coincidimos…y en alguna cosa más.
Al término de la primera parte ya casi había abandonado mi interés en el juego. El 4-0 a favor de los míos al llegar el descanso restaba importancia y trascendencia a la segunda mitad.
Raúl dejó de prestar atención al partido y se insertó en la conversación que ambas mujeres mantenían. Yo miraba atentamente y especulaba con el grado de gilipollez que, juntos, podían aglutinar los tres. Si, se llevaban de maravilla. Eran amigos desde la infancia. Habían ido al mismo colegio, e incluso a las mismas clases. Un trío inseparable. Un trío de gilipollas cuando se juntaban.
Observé como Rosa jugaba con el botón de su camisa mientras prestaba atención a la enésima bobada que salía por la boca de mi mujer. No sé si fue un descuido o lo hizo adrede, pero el ojal perdió el botón y la camisa se abrió un poquito más. Ya teníamos otro trío. Tres botones desabotonados. Tres botones enemistados con sus respectivos ojales…y al acecho, dos ojos que trataban de ver más allá de la tela roja. Los míos.
Mientras pensaba y llegaba a la conclusión de que, tal vez, Rosa tenía calor, observé como Nati se había girado hacia su amiga y su pierna descansaba doblada sobre el sillón a la vez que sujeta por su mano a la altura de la pantorrilla. Una mano sosteniendo su cabeza y su fina falda hundida entre sus piernas, hacían vaticinar la comodidad en la que se encontraba. Estaba en su casa.
Charlaban despreocupadamente mientras Raúl las perseguía con sus ojos cada vez que una de las dos abría la boca. Me fijé en Rosa. Su falda, tal vez debido a los aspavientos con los que recibía las palabras de mi mujer o de su marido, se había elevado más allá de lo razonablemente permisible. Tanto, que Raúl bajó sus ojos hacia los muslos de su mujer. Yo, solidariamente, acompañé en ese viaje a mi amigo. Mi interés se centraba en tratar de averiguar el color de su ropa interior. Todo un reto para mí pero que, de seguir en esa posición, acabaría por pintar mi cara del color de sus bragas.
El partido concluyó y, para los curiosos, añadiré que el resultado final fue de 4-3 para mi equipo. Está visto, relajarse sólo es bueno…en el sexo, y no siempre. Mi equipo obtuvo el premio al mejor gol, al mejor jugador y se llevó la copa del campeonato…el ganador, ya se sabe, se lo lleva todo.
Los tres recordaban lo bien que se lo pasaban en sus años adolescentes. Contaban anécdotas en las que mi figura no aparecía en ninguna. Una, en especial esa, les llamó la atención sobre las demás. Su estado de gilipollez, mientras reían, alcanzó su cota más alta. Claro que, viendo la escena, el gilipollas parecía yo.
Si bien es cierto que de vez en cuando intentaba insertarme en su conversación, cuando lo conseguía, ellos me miraban como abducidos por su propia gilipollez, y yo…asumía que mi papel era, única y exclusivamente, el de oyente. ¿Un perdedor?, si, cuando estaba con ellos.
Fue Nati la que comenzó con aquella anécdota estúpida. Recordaba un episodio lejano en el tiempo pero que, al parecer, dejó una huella imborrable en su mente.
-¿Te acuerdas cuándo te la salamos?. Escuché preguntar a mi mujer.
-Si. ¡Cómo no me voy a acordar!. Me las hicisteis pasar fatal. Respondió Raúl.
-Era el deseo de todas las chicas del colegio-Dijo Nati mientras su mirada me sonreía-, todas queríamos verle la polla, ja, ja, ja.
-Y bien que me la visteis. Aseguró él.
-Si, ja, ja, ja. ¡Qué mal lo pasaste!. Evocaba en el recuerdo, Nati.
-No te creas. Que un grupo de chicas le toquen a uno la polla no está nada mal-Dijo él mientras componía un gesto ufano-, pero me gustaría saber, cosa que ignoro, quien fue la atrevida que intentaba descapullarme.
-¿Te intentaron descapullar?. Pregunté por ver si tenía más suerte y era objeto de su atención en alguna ocasión. Y el milagro se hizo.
-¡Oh, si!. Verás, cuando me bajaron los pantalones, aquello fue un lío de manos tocándome. Pero una mano me aferró así-Dijo a la vez que su mano se alzaba y sus dedos se cerraban para envolver un algo imaginario en forma de cilindro- Yo diría que lo que esa chica pretendía era hacerme una paja.
-¿Y cómo lo sabes?. Interrogué.
-Eso se nota, Alber. Cuando una mano te la agarra así…!Joder, esas cosas se notan, Alberto!.
-Bueno-Dije reflexionando desde la gilipollez, campo en el que ellos tres se movían como peces en el agua-, en ese caso…podrías haber arañado esa mano y así la hubieras identificado para después…ofrecerle tu polla.
-Nunca he sabido quien fue. Tampoco es que me importe. Las dos chicas que más me gustaban del colegio están a mi lado ahora. Rosa, mi mujer, y Nati, la tuya. Aseguró Raúl.
-Si. Las dos te queremos mucho. Pero sólo una…
Interrumpí a Nati. Ya estaba harto de la anécdota, cuento o gilipollez que estaban evocando.
-Ja, ja, ja-Mi risa sonó exagerada-, sólo una se acuesta contigo, ja, ja, ja.
-No. No era eso lo que iba a decir. Además, no sé que te hace tanta gracia. Me recriminó Nati mostrando su malestar.
-Nada, mujer. Es que lo cuentas como si…si…si…!Bah, déjalo!.
-Nunca tuve la sensación de que las dos quisieran salir conmigo, Albert. Salí con Rosa y gané una excelente amiga. Nati nos ayudó mucho al principio y siempre le estaré agradecido, ya que sin ella, lo de Rosa, tal vez no hubiera cuajado.
-¿Celestina, Nati?. Pregunté.
-Llámalo como quieras, pero le debo mucho. Reconoció Raúl con el asentimiento de su mujer.
-Voy a preparar unos pinchos para luego. Dijo Nati a la vez que se ponía en pie con la cara como un pimiento morrón.
-¡Buena idea!. Te ayudaré. Se ofreció Rosa.
Raúl y yo nos quedamos solos en el salón encendiendo el enésimo cigarrillo. Vimos como las dos se marchaban hacia la cocina y ambos nos encaramos con la mirada. Él me miraba con dureza. No quise ser menos y a través de la mía, le retaba. Uno, tarde o temprano, habría de desviar su mirada del otro. Yo iba a ser el ganador. Y lo fui. Pero sólo porque Raúl quiso que así fuera. Otra vez fui el perdedor.
-¿Sabes, Albert?-Preguntó mientras su mirada se desviaba de mis ojos y acompañaba a su cigarrillo hasta el cenicero-, en realidad…creo que fue Nati quien me agarró la polla aquella tarde. Y no te molestes, no te lo digo con esa intención.
Aquello era una revelación que, como podéis suponer, me podía sentar muy mal. Pero yo soy fajador y eso conlleva encajar golpes. Y encajo muy bien y, cuando puedo, suelto el derechazo que me permite tomar posición.
-¿Alguna pista?. Pregunté.
-No. En realidad no. Pero lo intuyo. Y no me preguntes por qué. No sabría decírtelo.
-Cuando regrese, se lo podemos preguntar. Sentencié a la vez que lanzaba un golpe al hígado.
-¡Ni hablar!, ¿Qué quieres?, ¿Qué nos enfademos?..., no, no, no…déjalo.
-Son cosas de chiquillos. Nadie se tiene por que enfadar.
-No, mejor no. Mejor te callas y lo dejas estar. Casi ordenó…aunque yo no pensaba hacerle ni puto caso.
-Como quieras, pero sería interesante ver la reacción de Nati…
-¿Qué reacción?. Preguntó Nati mientras irrumpía en el salón con una bandeja sobre sus manos.
-Nada, mujer. Hablábamos de vuestros tiempos de colegio. Dije muy seguro de mí mismo.
-¿Y?...Insistió Nati.
-Raúl me decía que aún siente curiosidad por saber quien le agarró de la polla y…
-Fui yo. Reveló mi mujer ante mi sorpresa.
El desconcierto sólo me visitó a mí. Al parecer, los otros dos oyentes eran conocedores de los hechos pero…¿Por qué esa pantomima de Raúl al decir que no sabía quien había sido?. Por mucho que trataron de dibujar un rostro de sorpresa, disimular algo de estupor… no lo consiguieron. Fue evidente. Pero yo, fiel a mi estilo, lo encajé nuevamente. Ya me tocaría golpear a mí.
-Si, fui yo. Pero éramos unos críos. Se trataba de un juego. Dijo a la vez que depositaba la bandeja sobre la mesa.
-Bien, en ese caso no hay problema. Ahora, tras unos canapés de lujo, unas copas y un interesante partido, bien podríamos jugar a “ensalármela” a mí. Yo me dejaría. Eso si, siempre y cuando sea Rosa quien me la empuñe. Dije ironizando y tal vez…mostrando que no lo había encajado muy bien.
Ya estaba. Ya había asestado el primer golpe de la tarde. Había puesto de manifiesto mis inclinaciones y deseos. Había dejado claro a Raúl que su mujer me interesaba. Que yo no era tonto, aunque ellos pensaran que no sólo lo era, si no que me ejercitaba para prosperar en el escalafón de la tontería.
-¿Empuñar?. Preguntó Nati.
-Si, claro. Agarrar así. E imité el gesto que había hecho unos minutos antes Raúl.
-Creo que será mejor que comamos unos canapés y dejemos nuestros años de colegio en el patio de nuestros recuerdos. Dijo Nati a la vez que se apoderaba de un excelente canapé de salmón.
Miré a los tres mientras devoraban canapés. Sonreí en mi interior aunque mi sonrisa no alteró ni tan siquiera mi mirada. Iba a lanzarme a por un canapé cuando la escuché hablar y me detuve en seco. Opté por el cigarrillo. La entrada prometía. Más que el canapé.
-Juguemos a algo. Pidió Rosa mientras su falda se enredaba entre sus muslos.
-¿Y a qué?. Preguntó mi “ensaladera” particular.
-Cartas, ruleta, dados…
-No-Interrumpió con rotundidad Rosa a Raúl-, juguemos a algo más…más…más picante.
-¿Picante?. Interrogó Raúl.
-Si. El otro día descubrí un juego en Internet que es la monda. Se trataba de jugar en parejas. Me llamó la atención y me jugué una partida yo solita. Claro, tuve que hacer las veces de cuatro participantes. Dos parejas. Es un poco verde, pero no está mal. Como sólo jugaba yo, pues lo dejé rápidamente. Pero parecía interesante. Tal vez, si os parece bien, podríamos jugar los cuatro. Así, Albert, a lo mejor tienes suerte y alguien te la “sala” a ti también.
-A mi no me interesa que me la salen, a mi me interesa que me la coman, ja, ja, ja.
Mi sonrisa fuerte y sonora no causó sensación. Las palabras de Rosa, sin embargo, me llegaron a los testículos y éstos se me hincharon.
-En ese juego también te la pueden “comer”. Si es que no te da vergüenza. Respondió ella obligándome a imponer seriedad en mi rostro.
Yo, ahora, pasado el tiempo, me doy cuenta de lo estúpido que fui y de cómo jugaron conmigo. Todos.
-¡Qué!, ¿Jugamos o no?.-Preguntó Rosa-. Probemos. Trae el ordenador portátil, Albert. Os enseñaré la página y aprenderemos las bases. Aunque es muy fácil, pues en la pantalla te va saliendo lo que has de hacer, es interesante comprender las bases y comprometerse a efectuar las pruebas. Y para que ello sea serio, propongo que depositemos cincuenta euros por cabeza en la mesa. El ganador se lo lleva todo.
Recordé mientras iba a por el ordenador, aquella canción del grupo ABBA, en la que su título, explícito título, coincidía con las últimas palabras de Rosa. El ganador se lo lleva todo.
De vuelta al salón, en unos instantes el ordenador comenzó a trabajar a pleno rendimiento, la Web a la que aludía Rosa se cargó correctamente y el juego se abrió previo registro.
Si, el juego era sencillo. Dos parejas, una ruleta virtual, unos puntos, unas tarjetas, unos textos escritos en las supuestas tarjetas, unas órdenes que cumplir…y sexo por todos los rincones de la pantalla.
No, no me interesaba el juego. Demasiado frío. Y, curiosamente, para su instigadora, tampoco parecía ser de su entero agrado. Pero hoy, hoy que ya ha pasado el tiempo y me he permitido analizar con detalle todo lo que sucedió aquella tarde, entiendo que no le interesara perder el tiempo. Al grano, había que ir al grano. Las ganas, cuando aprietan, son muy molestas. Y si se sienten picores…
-Entiendo que no os apetezca jugar. Es un poco aburrido y demasiado picante para Albert.
Como siempre, Rosa inflexible. Hiriendo. Y yo, como de costumbre, encajando. Pero algo se había iluminado en mi interior. Aún no había visto el color de sus bragas, pero apostaba a que eran del mismo color que su nombre…rosas.
Me rebullí en mi asiento a la vez que Rosa se vencía en busca del, por lo menos, quinto o sexto canapé. El contorno de sus pechos me abrumó. Estaba claro que no llevaba sujetador que mediara entre su carne y mis deseos. Noté el latido en mi sien y el alborozo en mis testículos tratando de despertar a su jefe.
Aún con restos de canapé en su boca, Rosa se envalentonó. Aquellas palabras no tenían desperdicio. Tal vez pensadas de antemano, pausadas en el deseo, convenidas entre ellos…!Qué sabía yo!, lo cierto es que las soltó. Una tras otra hasta llenar mi mente del deseo más irrefrenable que he sentido hasta la fecha.
-Pasando de juegos, ¿Qué os parecen los intercambios de pareja?. Porque, no nos engañemos, estos juegos sólo concluyen cuando hay intercambios entre las parejas. De tal modo que si jugamos, estaremos abocados a tener algún contacto intercambiado, y…si eso no nos reprime, yo me pregunto…¿Para qué jugar y perder el tiempo?.
Rosa había resumido perfectamente el sentir de los cuatro. Pero no era su valentía lo que me llamó la atención, no. El silencio que se mascó tras finalizar su pregunta se hizo insostenible. Miré a Rosa. Su cara reflejaba la tranquilidad y el desahogo del que habla claro. Luego, mis ojos se encaminaron en busca de los de su marido. Raúl se veía satisfecho. Orgulloso de su mujer. Deseoso de la mía. Era seguro. Ella había participado activamente en la “salación” cuando andaban por los patios del colegio. Y al final, me encaré con Nati. La imaginé agachada, hurgando en la bragueta de Raúl hasta extraerle la polla, aferrando su miembro flácido e intentando bajar su prepucio para descubrir su glande juvenil y robar una imagen que la hiciera soñar en la soledad de sus sábanas.
Era real. Se estaba produciendo tal cual lo cuento. Podría ser un farol, pero la pinta no aconsejaba pensar eso. Quise asegurarme más. Necesitaba indagar.
-Hablas como si fuera lo más normal del mundo, Rosa. Un intercambio de parejas. Dije.
-No. No lo es. Lo sé. Pero aquí sólo estamos los cuatro. Somos conocidos, viejos conocidos. Y coincidirás conmigo en que esos juegos llevan a eso, a lo que he propuesto. Un intercambio en mayor o menor medida.
Mi mujer y su marido callaban y nos miraban. Se diría que estaban a la expectativa de mis palabras, pues algo me hacía pensar, llamémosle intuición, que era yo quien tenía la llave del inicio del juego.
-¿Un intercambio en mayor o menor medida?. Pregunté haciéndome el tonto.
-¡Claro!. Si jugamos a ese juego de Internet, acabaremos desnudos los cuatro, nos tocaremos unos a otros, nos excitaremos y nos marcharemos a nuestra casa, y vosotros querréis que así sea, pues los cuatro estaremos con unos deseos irrefrenables de follar. Eso es lo que yo llamo un intercambio en menor medida. Claro, siempre coaccionado por lo que vaya diciendo una pantalla de ordenador. No por nuestros deseos.
Comprendía perfectamente lo que decía Rosa. Yo, de haber sido valiente, podría haber exhibido una perorata más exhaustiva que la suya, pero menos clara también. Ella prosiguió.
-Es evidente que si yo tuviera que tocarte a ti, Albert, tal vez me apetecería recrearme en lo que hago más tiempo del que marque el juego.
Coño, coño, aquello ya me gustaba más. Rosa hablaba de inclinaciones hacia mí y eso me gustaba. Y a su marido no le desagradaba. Era evidente que si ella me tocaba a mí, tal vez Raúl tocara a Nati. Y como soy gilipollas, pregunté.
-Si tú me tocas a mí…quiere decir que tal vez…¿Raúl toque a Nati?.
-No. Es seguro. Por eso he propuesto pasar del juego y jugar al sexo. Es más divertido.
-Espera, espera, Rosa. A ver si entiendo bien. ¿Pretendes que yo me acueste contigo y Nati con Raúl?.
-Ese es el juego. Mira, Albert, nosotros tres nos conocemos desde niños. Nos unen muchas cosas, tú nos conoces ya lo suficiente y aunque en muchas ocasiones se nota que no te gusta nuestra presencia y nuestras cosas, nos toleras. Eso ya es bastante. Si unimos nuestros deseos, porque tengo claro que tú me deseas al igual que Nati desea a Raúl-Sorpresón al oído-, tal vez podamos pasar una velada interesante. No has parado de mirarme las piernas y los pechos. Sin disimulo, además. Y eso me gusta. Todos nos hemos dado cuenta. Sé que te atraigo y la verdad, tú también me atraes, pero sólo sexualmente, que te quede claro. Raúl sabe de esto que hablo. Y él mismo te puede decir que lo que te estoy diciendo es verdad. Lo hemos hablado en alguna ocasión, sólo había que esperar el momento. Y…puede ser hoy. Si quieres.
Me quedé pensativo unos instantes. Mi polla ascendió a mi cabeza o mi cerebro bajó a mi glande, con la confusión no sabría decirlo, pero quería. Quería follarme a esa tiparraca que me estaba excitando toda la santa tarde. ¿Pero que diría Nati?. Había que ser valiente.
-¿No dices nada, Nati?. Pregunté.
-¿Qué quieres que diga, lo que quieres oír o lo que quiero hacer?.
-Lo que quieres hacer lo acabas de decir con tu pregunta. Pero quiero oírtelo decir.
-Si queréis jugar, jugaré. Pero ha de quedar claro que después no habrá reproches.
-¿Tanto deseo tienes de acostarte con Raúl?.
-El mismo que tú puedas tener de hacerlo con Rosa.
Si, me sentía como un gilipollas. Llegados a ese extremo en el que mi propia mujer me estaba desvelando claramente que deseaba a otro, deseaba a su amigo, deseaba acostarse con aquél compañero de colegio al que un día le tocó la polla en un juego absurdo, donde lo único que se codiciaba era la curiosidad de ver un pene masculino acompañado de acné…,no sabía que decir. Pero por primera vez en la tarde noche, lancé el primer golpe.
-En cambiar está la novedad. Si todos estáis tan seguros de lo que hablamos, no seré yo quien ponga pegas a acostarse con Rosa y permitir que Raúl se acueste con Nati. Ella lo desea. Dije para finalizar.
-Te repito que no más que tú con Rosa. Me respondió Nati con un ligero malestar.
La imaginé desnuda, allí, o en nuestra habitación. Con el coño bien abierto para recibir a su “amigo del alma”. No podía seguir viendo aquella imagen en mi mente. Me dolía. Pero luego valoraba que el peaje que había de pagar por acostarme con Rosa…tal vez no fuera tan elevado. ¿Y por qué me hacía esas reflexiones?. Era sencillo.
Nati es como es. Yo, en aquella época, ya estaba un poco harto de soportar sus cosas. Y aunque nos llevábamos bien, no es menos cierto que en alguna ocasión me había ido de putas para matar mis fantasías. Ignoraba que Nati, como toda persona joven, también tenía sus necesidades, pero el silencio que manteníamos los dos, no nos dejaban llevarlas a cabo. Ignoraba muchas cosas, entre ellas, los paseos que mi mujer echaba hasta la casa de sus amigos. Por otro lado estaban mis deseos de acostarme con Rosa. Follarme a esa chica era impensable desde el punto en que estaba casada con Raúl, que tampoco es que fuera mi amigo de siempre. La pareja había llegado a mi vida como un añadido más a mi matrimonio, pues los amigos de Nati pasaron a ser mis amigos y los míos…sólo los míos.
Que Raúl se acostara con Nati, no entendía que me iba a suponer un quebradero de cabeza. Había que ser práctico…y justo. Yo me acostaría con Rosa. Era justo y lógico. Nati estaba dispuesta, los otros dos, también…quedaba yo. Y yo, pues…no tenía mucho inconveniente. No es que sea un aperturista en cuestiones de sexo, pero tampoco soy un estrecho. No me considero liberal, pero tampoco tradicionalista. Digamos que estoy ahí, entre…el querer y el poder. Entre el deseo y el atrevimiento.
Raúl y Rosa no iban a perder nada. Al parecer, ellos veían con cierta naturalidad lo que Rosa proponía. Pero para que ella propusiera semejante plan, tendría que haber ocurrido algo antes. Ella me había dicho que lo había hablado con Raúl en alguna ocasión, pero…¿Y Nati?, ¿Acaso también lo habían hablado con ella?. No olvido que ella no dudó. Su respuesta fue concluyente y esclarecedora…”¿Qué quieres que te diga, lo que quieres oír o lo que quiero hacer?”. Me había respondido con otra pregunta y, con esa pregunta, me había contestado. Ella deseaba a Raúl. Y si lo deseaba, ¿Tal vez había algo más?, ¿Amor, tal vez?.
Recordé la primera estrofa de la canción de ABBA…” No quiero hablar más de todo lo que hemos pasado, ya que me hace daño, ahora ya es…historia, jugué todas mis cartas y eso es lo que tú también hiciste…no hay nada más que decir”. ¿Porqué me perseguía esa canción?, ¿Qué me hacía pensar en esa canción?. En aquél instante no lo supe. Hoy si.
Volví a la carga con otro cigarrillo. Esta vez no me molesté en ofrecer a los demás. Poco a poco observé que mi gesto fue imitado primero por Nati, y después por Raúl y Rosa a la vez. Más humo, más neblina en mi salón, más neblina en mi mente. Pero cuando hay niebla en la carretera, nuestros ojos, con la ayuda de los anti niebla, se esfuerzan más por ver el camino. Y yo me esforcé. Y no sólo me esforcé, si no que el esfuerzo me hizo verlo claro. Sexo. Quería follarme a Rosa.
-¿Cómo lo haremos?. Pregunté a la vez que el humo salía como una exhalación por mi boca y nariz.
-¿Hacer qué?. Preguntó Rosa.
-Lo que propones y, al parecer, aceptamos los cuatro. Repliqué no sin cierto pudor.
-Mira, es fácil…
Rosa se incorporo hacia delante y sus manos, tras dejar en el cenicero con una de ellas el cigarrillo que sostenía, liquidó de un plumazo los dos botones que aún quedan en su camisa roja juntando la abertura que ya era, de por si, escandalosa.
Cuando sus pechos se hicieron reales, desvergonzados, e impúdicos, mis testículos notaron el hormigueo que avisaba que ellos estaban de acuerdo. Sellaban el pasaporte para viajar al mundo al que me habían invitado aquella tarde en mi casa ese par de gilipollas con la anuencia de mi querida mujer.
El botón de la falda negra se liberó y con dos dedos, el cursor de la cremallera recorrió medio camino. Aquello me dislocaba. Raúl creo que sonreía. Nati…a ella ni la vi. Cuando Rosa se puso en pie y alargó su mano hasta la mía para ayudarme a incorporarme, me moría de vergüenza.
Si, me puse en pie. Y dejé que tomara mi mano con la suya. Y permití que acercara mis dedos a sus pechos. Y noté el calor y vi cómo sus pezones se endurecían con tan sólo pensar lo que estaba pasando. Y mis testículos me avisaron, de nuevo, que su jefe se estaba levantando. Su cabeza se acercó a la mía, su boca a la mía, sus labios a los míos…y me besó. Y aquello fue el petardo que incendió la traca.
Sin dirigir el beso, dejé que ella uniera sus labios con los míos. Sólo eso. Mis nervios se pusieron de manifiesto y tal vez Rosa no quiso forzar. Observé a Raúl mientras se incorporaba y pasaba por detrás de mi cuerpo de camino hacia encontrarse con el de mi mujer que, curiosamente, ya se había puesto en pie para recibirle. Su beso despejó las dudas. ¿Las despejó o las incentivó?.
Era claro que sus lenguas se habían unido. Rosa y yo mirábamos, cada uno a nuestra manera, ese beso apasionado. Rosa con ternura, yo con celos. Dije que soy un encajador, pero que me fajo cuando hay que hacerlo, y estaba encajando…aunque dispuesto a fajarme con Rosa, con su madre, con su hermana y con todo lo que se me pusiera por delante. Mi polla reclamaba venganza.
Tal vez emitió un ruido, tal vez hizo un aspaviento dentro del pantalón. Sea lo que fuere, Rosa echó mano a lo que ya sufría por ser tocado. Miré a Nati buscando una aprobación con su mirada, pero vi como se sentaba en el sillón, al lado de Rosa. Raúl no se molestó en liquidar la camisa floreada que ella lucía, ni tan siquiera se cargó botón alguno para exponerla como su mujer hacia. Se la sacó por la cabeza directamente. Nati elevó sus brazos y la prenda desapareció de mi vista dejando visibles sus pechos duros y sus pezones rocosos. El escalofrío que sentí en la espalda no se si lo provocó la visión de los pechos de mi mujer o lo provocó la uña de Rosa que rascaba, con ligereza peculiar, la cabeza de mi polla por encima del pantalón.
Cuando las manos de Raúl, mientras volvía a la carga con un nuevo beso, tantearon los pechos de mi mujer, mi polla gritó un ¡Basta! que me provocó dolor. Era urgente deshacerse del pantalón. Era necesario liberar mi pene para que pudiera expresar la ira que sentía y los deseos que acumulaba.
Las manos de Rosa, expertas manos, solventaron el asunto del cinturón con prontitud. Mi pantalón descendió, mis calzoncillos fueron bajados y mi pene elevado a los altares. Rosa sonrió al verlo. Deduje que había aprobado el examen.
Mi cabeza daba vueltas. Necesitaba fumar a toda costa. Tenía que llevarme algo a la boca. Rosa desapareció de mi vista. ¿Sería un desmayo?. Cayó fulminada. Yo ni miraba, sólo vi que su cuerpo desaparecía y sus pechos se hundían. Quise buscar a mi mujer con la mirada. El bulto que componían Raúl y ella en un extremo del amplio sillón, no se movía. Como con la niebla, quise ver más, pero mis ojos se cerraron al sentir la boca de Rosa esposando mi pene con sus labios. El calor infernal, la suavidad de su lengua, el roce de sus dientes y el tacto de su mano aferrada a mi tronco, me golpearon y me espolearon a la vez. Bajé mis manos al encuentro de sus pechos, pero no los alcanzaba. Supliqué en mis pensamientos que me cayera un cigarro del techo del salón, allá del lugar donde se había estado yendo el humo toda la tarde. La mano de Rosa trabajaba con precisión y, si en un principio no notaba placer, víctima de los nervios que sentía, no es menos cierto que cuando palpó mis huevos hinchados, una gota alegre, atrevida, osada, ávida de otear el exterior, asomó por mi meato. Miré a Nati.
Mi mujer seguía sentada en el sillón. Ya no había pareo en su cintura. Estaba desnuda. Raúl estaba a su lado, besuqueando sus labios mientras ella…!Se masturbaba!. Aquello me dejó impresionado. Con una mano se trabajaba su clítoris y con la otra, la izquierda, rebuscaba dentro de la bragueta de su compañero de fechoría. Ambos nos miramos cara a cara. Yo con la boca de Rosa en mi pene y ella con su mano dentro de la bragueta de Raúl.
-Estamos haciendo una orgía ¡Viva el sexo! Gritó.
A mí ya no me cabía duda, entre ellos había habido algo, o lo había. El la tomó por los brazos y la incorporó. Puso su mano izquierda en el culo de mi mujer y con la derecha entre sus piernas le metió el dedo en el coño, mi mujer se derrumbó. Y quedó hecha un trapo, un pingajo, cuando Raúl la aproximó al borde sillón, separó sus piernas y su cabeza se perdió entre sus muslos. Ella le aferró del pelo apretando sus puños, crispó su rostro, mordió sus labios y pidió, con su mirada vidriosa, clemencia.
Me descubrí reculando hasta el sillón y dejándome caer al lado de mi mujer. Escasos treinta o cuarenta centímetros nos separaban. Raúl seguía lamiendo su coño mientras Rosa acicalaba con su lengua mi bálano y con sus dedos inspeccionaba el lugar en el que yo me moría por entrar.
No me sentía dueño de mis actos ni de mis pensamientos, estaba como ido. Mi mujer tenía la mirada perdida. Me miró cómo pidiéndome permiso para que Raúl la penetrara. Lo comprendí enseguida. Quería ser follada por Raúl a toda costa. Me limité a seguir impasible. Quería ver hasta donde iba a llegar aquello. Quería averiguar…
-Albert, me voy a follar a tu mujer-Raúl fue claro-, no te molestes, es un juego. Vamos a follar los cuatro.
Arrastró, aún más, el culo de Nati hasta casi dejarlo fuera del asiento del sillón. Con sus manos sosteniendo las nalgas de ella, simulando la figura concreta y correcta, se hundió dentro de ella a la vez que un puñal rasgaba mi corazón. No era la primera vez que aquello pasaba. Y no me pregunten como lo sabía. Lo sospechaba y punto.
Sin darme tiempo a nada, mientras analizaba, noté como el cuerpo de Rosa caía sobre mis piernas y mi pene se perdía dentro de su vagina, virilmente duro, arrogantemente tieso y, a la vez, implorando como un niño por el dulce que le enseñan y le arrebatan.
Cabalgando sobre mí, Rosa rozaba sus pezones contra mi pecho y mis ojos se cerraban en busca de saborear más la sensación que todo aquello me estaba produciendo. Entreabrí mi noción para ver a mi mujer comenzar a sufrir el orgasmo que Raúl estaba provocando en su mente y en su cuerpo. Sin quererlo, sin esperarlo, mi semen me fue arrancado, absorbido por el útero de Rosa, se alejó de mi cuerpo cual traca final que me bajaba a los infiernos. Aún, ella, ya vencida sobre mi pecho, siguió moviendo sus caderas para que su clítoris adquiriera la calma que había perdido voluptuosamente.
Desmadejada, con el cuerpo de Raúl entre el suyo, Nati abrazaba los riñones y las nalgas de su taladrador oficioso. Yo era el oficial, pero aquella tarde dejé de serlo.
Uno no es nada, eso dicen. Por eso, porque uno no es nada, repetimos polvo. Al segundo polvo acudí más dispuesto, pero todo se torció cuando Rosa, en un desliz que me ha traído hasta aquí, a contarles lo que sucedió en mi vida aquella tarde que mi equipo ganó por 4 goles a 3, aquella tarde que Raúl recorría el cuerpo de mi mujer y yo remataba pollazo tras pollazo la portería de la suya, confesó, tal vez en un alarde de sinceridad desmedido, que ellos tres ya habían tenido sexo más veces. La frase fue natural, pero por sincera que fuera, no me dolió menos…”Nunca lo habíamos pasado así de bien, ¿Verdad, Nati?”
Cuando mi mujer me miró para observar mi reacción, comprendí que ellos tres habían tenido muchas tardes de sexo en las que la “ensaladera” de Raúl había sido Nati, y Rosa, su mujer, el aderezo.
Por fortuna, aquella confesión sucedió cuando habíamos terminado el segundo polvo, intercambio o cuernos consentidos, llámenlo como quieran. Y como antes les dije, yo soy un fajador…y encajador.
Tras aquello, era claro lo que tenía que comprender. Lo iba a encajar, pero me iba a fajar. Follar con Rosa me gustaba y me gusta…, a cambio he de permitir que Raúl folle con Nati. Y eso no me gustaba, pero…¿Acaso no es mejor permitir que tu mujer haga algo que de lo contrario también va a hacer sin que obtengas beneficio alguno?. Yo creo que si.
Pero reflexiono mientras decido, y aún sigo tarareando esa canción de ABBA… ” No quiero hablar más de todo lo que hemos pasado, ya que me hace daño, ahora ya es…historia, jugué todas mis cartas, y eso es lo que tú también hiciste…no hay nada más que decir, nada más que poner en juego, el ganador se lo lleva todo, el perdedor queda pequeño al lado de la victoria, ese es su destino. Yo estaba en tus brazos pensando que era ahí donde pertenecía, creyendo que tendría sentido, construyéndome una valla, construyéndome un hogar, pensando que ahí era fuerte, pero no era más que un loco, jugando según las reglas. Los dioses tiraron los dados, sus mentes frías como el hielo, y alguien, aquí abajo, pierde a alguien querido. El ganador se lo lleva todo, el perdedor tiene que caer, así de simple y sencillo, ¿Porqué debería quejarme?...pero dime si él te besa como yo solía hacerlo, si sientes lo mismo cuando dice tu nombre. En algún lugar, ahí adentro, debes saber que te extraño… pero ¿Qué puedo decir?. Las reglas deben ser obedecidas, los jueces decidirán lo que nosotros debemos cumplir. Los espectadores de Show siempre se quedan abajo, el juego empieza otra vez…¿Un amante o un amigo?, ¿Lo mas grande o lo más pequeño?...el ganador se lo lleva todo. No quiero hablar más si esto te pone triste, y comprendo que vengas a estrecharme la mano. Te pido disculpas si te hace sentir mal verme tan tenso, sin confianza alguna, pero ya sabes…el ganador se lo lleva todo” . Y Raúl se llevó todo. Su sexo y su amor.
Coronelwinston