The Simpson Dark Stories 11
Alerta: Este relato contiene zoofilia. Lisa aprende de Cletus Spuckler a entrenar a Huesos en público, y en solo unos minutos.
THE SIMPSON DARK STORIES 11
“Adiestrando a tu perro con Spuckler”
—Huesos Doo, ¿Dónde estás? —llamó Bart.
—Definitivamente no está en la casa —dijo Marge.
—¡Maldición, viejo! ¿Tenías que tratarlo tan mal? —se enfadó el muchacho.
—Oye Bart, se comió mi mejor hamburguesa, la “Titanium Mega a la Homero”, ¿Querías que me quedara sin hacer nada?
—Primero, eso ya se inventó, se llama “cuarto de libra”, se vende en Shellbyville, y segundo, la dejaste al lado de su perrera, ¿Querías que no hiciera nada?
—¡¡¡Solo fue un momento mientras iba al baño, pequeño demonio!!! —Homero intentó agarrar a su hijo del cuelo como siempre, pero Marge lo detuvo. Maggie lloraba.
—Ok, tranquilos todos, ¿no ven que Maggie sufre si peleamos? —Lisa logró tomar la atención de todos —Nos dividiremos. Bart, ve a la Mansión Burns, tal vez volvió allí después de ser perro guardián del viejo (En el capítulo Muerte de Perros/Nuestro mejor amigo ). Mamá, por favor ve al galgódromo con Maggie. Papá... ehm... solo ve a la Taberna ¿ok?
Todos se dividieron. Lisa tomó un bus y se dirigió a la Ruta Rural, aquella donde Huesos había tenido varias “novias”. Se bajó en el paradero 9, no había visto a su perro en el camino, pero ahora lo distinguía perfectamente, al otro lado de la carretera, haciendo sus “necesidades”.
—¡Huesos!
—...
—¡Qué bueno que estás bien! ¿Eh? ¿Qué te pasa, cariño? —Lisa se asustó. El ayudante de Santa gruñía y desprendía espuma del hocico. Además, era notoria la verga empinada, y la mirada aterradora —¿Estás con rabia? Tranquilo muchacho, te llevaremos a casa y hablaremos con papá para que nunca... ¡Oye, cuidado!
Casi le muerde la mano. Jamás le había hecho eso. A pesar de ser la mascota de Bart, a éste si lo había mordido, pero a Lisa nunca. Ella no sabía como controlarlo, pensó en volver y buscar ayuda, pero no podía dejarlo ahí. Quizás huiría otra vez.
En ese momento llegó la salvación. Un hombre degaldo de cabello rojo, mirada seria y una escopeta en la mano apareció con el sol en su espalda. Un héroe. Eso pensó Lisa hasta que vio que era Cletus.
—Oye, niña, ¿tienes problemas con ese animalejo, pues? —en su típico acento campirano, Cletus Spukler se acercó a ellos sin miedo, caminando con pesadez como siempre.
—Señor Cletus, mi perro tiene rabia. Mi papá lo golpeó y ahora no lo puedo tranquilizar —Lisa estaba al borde de las lágrimas.
—Pero qué tontos son los citadinos, pues. Oye, huesudo, ¿Cuál es tu problema? —Huesos solo le gruñó al hombre, amedrentado por la escopeta.
—¿Cuál es su plan, señor?
—Solo hay una forma de calmar a un pulgoso, la misma forma para tranquilizar a un vato, pues. ¡¡¡Oye, Brandine, ven aquí y ayúdame un poco, mujer!!!
Su esposa, hermana, madre o lo que sea, apareció caminando con lentitud. Brandine Spuckler se quitó los pantalones quedándose solo y se acercó al perro con la verga empinada.
—Oye, Cletus, estaba viendo una bola de enjambre, ¿tienes que molestarme ahora? —la mujer se soltó el cabello y se puso en cuatro patas, ante la incredulidad de Lisa, allí al aire libre.
—Haz tú deber de hembra, Brandine. Esta niña no sabe como calmar a un perro —Huesos se acercó a oler la entrepierna de la muchacha, quien con el pelo largo se veía bastante mejor, y empezó a darle lametones.
—¿Qué, en serio? ¿Y qué les enseñan a los enanos en la escuela, pues? —el perro se montó encima de Brandine, apoyando las patas en sus nalgas. La mujer tenía una expresión de tranquilidad como si estuviera acostumbrada a esto.
—¿Qué hacen? —preguntó Lisa titubeando si quedarse ahí o no.
—Vamos, pulgoso, folla a la hembra, pues —le apuntó con la escopeta al perro, quien rápidamente penetró a Brandine con su larga polla y empezó a follarla.
Lisa no pudo perder detalle. Como una hembra en celo, Brandine se dejó follar por Huesos, quien ya no parecía tener rabia, sino solo calentura. Babeaba por el hocico, cayendo la saliva en su espalda, y se movía rítimicamente sobre la campesina.
Algunas camionetas pasaron por la carretera, se detuvieron a mirar impactados la escena de zoofilia, pero escaparon cuando Cletus les apuntó con la escopeta. No porque era una escena “íntima”, sino que no le gustaba que vieran su casa mucho, podían asaltarla. Lisa se sintió muy incómoda cuando veía a los hombres y mujeres contemplando la follada y con ella entre los testigos, pero también le producía un cosquilleo en la entrepierna. Ya no tenía que cuestionarse mucho, desde que empezó a hacer el amor con Bart se excitaba con cada vez más facilidad con cualquier cosa.
Finalmente, Huesos acabó en el interior de su “perra”. Lisa notó la polla de su can hincharse y atascar a Brandine con él, quedaron conectados con el perro intentar salirse y Brandine sin dejar de mirar el horizonte embobada.
Cuando volvieron a casa, el Ayudante de Santa estaba relajado, calmado, como si estuviera satisfecho. No le contó a nadie lo que sucedió, ni siquiera a Bart, no quería que la consideraran una pervertida por participar sin huir de una escena zoofílica.
Pero un día, la señora de los gatos vio que el techo de los Simpson era una bonita segunda casa para los gatos, y comenzó a arrojarlos sin más motivos. Estaba repleto, una cincuentena de gatos hacía que Huesos se volviera loco y ladrara sin parar. Homero no podía ver televisión, Marege tenía jaqueca, Maggie no dejaba de llorar, y Bart no tenía ganas de follar. Estaban en el entretecho, en el sillón vibrador para su follada habitual, Lisa estaba con muchas ganas, pero Bart estaba desconcentrado, los maullidos de los felinos sobre su cabeza no eran problema, pero sí los ladridos infernales y descontrolados de Huesos en el primer piso, que no permitieron que se le parara la polla. La chica no pudo enfadarse con él, pero tampoco quería quedarse con las ganas. Estaba cachondísima, así que decidió que era hora de terminar con todo.
Bajó, ató a Huesos con la correa, y ante la sorpresa de Marge y el resto de la familia salió sin decir una palabra. Le costó mucho arrastar al perro con lo loco que estaba, pero después de unas cuadras dejó de ladrar aunque seguía como loco, moviéndose sin parar. La entrepierna de Lisa estaba empapada, necesitaba llegar a donde quería rápidamente. Lo logró después de unos minutos. La verdulería donde Cletus vendía sus productos estaba cerca de la tienda de Apu.
—¡Cletus! Por favor, necesito que tu esposa calme a mi perro como el otro día, obviamente no aquí entre tanta gante, pero debes tener un lugar privado, incluso tu camioneta podría servir para... —Lisa hablaba tan deprisa que ni ella misma podría recordar sus palabras después de un rato.
—¡Oye, oye, tranquila pequeña, más lento! Yo no osy tan inteligente como para entender todas las palabras que salen de tu hocico. Mira, Brandine no está, no tengo idea dónde, quizás se fue con el tipo que vende cartas, hace mucho que me parece que le hace ojitos, pues...
—¿Qué? ¿No está? ¿Y qué hago, entonces?
—Pues, cálmalo tú.
—¿Yo? —Lisa comenzaba a escandalizarse, aunque el ardor de su entrepierna aumentó repentinamente —¿Quieres que me folle a mi perro?
—¡Es entrenamiento, niña! ¡¡¡Niños, ayuden a esta pequeña a calmar a su perro, pues!!!
Más de una decena de chicos aparecieron de entre las verduras y agarraron a Lisa. Intentó gritar, pero uno de ellos, Birthday Spuckler, le tapó la boca. Según Cletus, eran solo los que Brandine había parido en Abril y Septiembre. La muchacha no podía moverse, estaba totalmente atada. Tenía miedo, pero para su aún mayor terror, no se le pasaba la calentura. Sabía lo que sucedería, y estaba en medio de Springfield. Cualquiera podría verla, de hecho, si giraba un poco la cabeza, podía ver unos cuantos habitantes pasando cerca, algunos deteniéndose a ver, confusos.
Cletus sacó un poco de mayonesa de una estantería, y le pidió a su hija Whitney que le quitara los calzones a Lisa. La chica obedeció inmediatamente, la Simpson vio que tenía una enorme boca y que le faltaban varios dientes.
—Oye, pá, estas cosas están empapadísimas —dijo la chica en un dialecto difícil de comprender. Lisa lo sabía, aún estaba caliente.
—Eso es bueno, hija, así será más fácil. Ahora, pequeña, relájate, vamos a entrenar a tu perro —Cletus se acercó a Lisa, quien yacía en el suelo agarrada por los hijos Spuckler. Sacó un poco de mayonesa y la untó en la vagina de Lisa. La rubia enrojeció de inmediato, le estaban tocando donde más necesitaba que la tocasen, pero había mucha gente viendo. Afortunadamente, nadie de los que veía embobados era conocido para ella. Notó que Huesos movía la cola y sacaba la lengua, alegre y hambriento.
—Por favor... —logró murmurar Lisa después de morder la mano del que le tapaba la boca, pero otro la cubrió.
—Lo siento, Gran Cabeza Joey jamás se lava las manos, pero ya hicimos el cambio. Ahora sí, bestia, ¿tienes hambre? Ven aquí.
—No... —suspiró Lisa.
Jamás había sentido algo parecido. Muchas veces Bart y Laura le habían lamido el coñito, pero esto era totalmente diferente. Era una lengua demasiado húmeda, extremadamente larga, la cual se paseaba con velocidad y potencia de arriba a abajo por la concha de la rubia, poblada de unos pocos pequeños pelitos. Cuando Huesos saboreaba la mayonesa donde estaba su clítoris, Lisa se retorcía de placer como una loca, no podía dejar que la viera tanta gente, era demasiado placentero, y eso era algo que debía sentir en la intimidad.
Oyó unos gritos, exclamaciones de miedo, confusión y escándalo, además de algunos silbidos y expresiones de gusto, pero Cletus sacó su infaltable escopeta y les apuntó a todos, amenazando que si llamaban a la policía dispararía. Deseaba que todos vieran lo que vendría, así podía después cobrar por entrenamientos caninos. Para Cletus, era una oportunidad demasiado tentadora, llena de signos de dólar.
Ahora Lisa vio dos cosas que la aterraron aún más. La primera era la muchedumbre que se había agolpado en las cercanías, quizás pensando en comprar en la tienda. Era muchos, y Lisa pudo divisar a Lenny, Carl, Jasper, Otto, Kirk y Luann Van Houten (qué bueno que no estaba Millhouse), también la expresión escandalizada de la familia Lovejoy, excepto Jessica, quien le sonreía con lascivia a su compañera de escuela. Apu, por supuesto, estaba pegado a la ventana de la tienda junto a su hermano Sanjay. Eso la estaba poniendo a cien. Nunca pensó que la idea de que los vieran la pondría tan cachonda, incluso dejaba de resistirse progresivamente a los agarres de los hijos de Cletus. Aunque claro, era de esperarse después de sentirse cada vez más puta, culpa de Bart... ¿Aunque podría realmente culparlo?
Lo segundo era la polla inmesa y larga de Huesos, quien terminaba de saborear la mayonesa en su entrepierna. Lo sentía, en cualquier momento llegaría, estaba cerca... llegó.
—¡¡¡Ah, ya, no quiero, ah... me corro!!! —del coñito de Lisa salieron interminables líquidos transparentes en un chorro que el Ayudante de Santa, por supuesto, devoró con gusto.
—Muy bien, niñita, aunque esto es para entrenar a tu pulgoso, no para que lo disfrutes, aunque supongo que a las perras les debe gustar ser montadas también... y sobre eso, ¡Oye, perro! Ya móntala que está lista.
—¿Qué? ¡No!
—¿Cómo que no? Si para eso viniste. Los citadinos creen que necesitan interminables horas de entrenamiento, darles comida para que den la pata, un mes después correazos para que se hagan los muertos, no entiendo toda esa porquería... Brandine me enseñó que solo bastan unos minutos y una buena conchita para que un perro haga todo lo que deseas. Y por si lo preguntas, sí, también funciona con perras, aunque en ese caso se necesita que estén en celos y una polla como la mía... ¡¡Oye, te dije que no te movieras, no llamarás a la policía!!
—Pero yo soy la policía —Lisa oyó la voz del jefe Wiggum. No se sorprendió que, de todas maneras, no hiciera nada. Solo se quedó ahí, admirando la escena, y llamando a otros para que vieran también.
—Gummy Sue, Dylan, Cody, den vuelta a la perrita, pues.
—Sí, pa —respondieron al únisono los dos chicos, y la chica que aprovechó de darle un beso a Lisa en los labios. Genial, una lesbiana, y era la que tenía los dientes deformes. Con fuerza agarraron a la protagonista de la escena, y la pusieron en cuatro patas. Para sorpresa de la más inteligente de los Simpson, ella no sintió que se resistiera tanto. Tal vez era que no le quedaban fuerzas, o tal vez...
—Por los dioses, estoy excitada, quiero que Huesos me lo haga... en qué puta me he convertido... —pensó Lisa. Ya era obvio. No tenía remedio.
Sintió la larga verga de Huesos introducirse en su interior. No hubo previa, no hubo delicadeza ni suavidad. Solo en unos segundos comenzó a sentir las embestidas de su perro, montándola como lo haría con una perra en celo. Era potente, veloz, como cuando corría en el galgódromo. No le daba tiempo para quejarse ni esperar la siguiente embestida, esta ya había llegado, más rápido que sus pensamientos.
—¡Jessica! ¿A dónde vas, por el amor de Dios? —era la voz de Helen Lovejoy.
—A ver si puedo hacerla entrar en razón, si puede en contrar el perdón de Jesús, querida madre —ahora podía oír la melodiosa y mentirosa voz de Jessica. La ex novia de Bart se acercó a la verdulería. Cuando Cletus le apuntó la escopeta, todos ahogaron un grito, pero vio algo que lo hizo desistir de disparar. Algo que solo él alcanzó a ver, una expresión facial: Lujuria extrema.
La chica se arrodilló como si fuera a rezar, pero le habló a Lisa al oído. La rubia estaba cachondísima, ni siquiera le tenían tapada la boca. Se movía sin parar recibiendo las embestidas calientes de Huesos, de rodillas con la falda levantada y las manos en el suelo.
—Hola, Lisa, ¿lo disfrutas?
—Jessica, ¿Qué quieres? ¿No crees que ya me siento lo suficientemente humillada? —la chica empezó a derramar algunas lágrimas, aunque ni ella misma sabía si era por pena, vergüenza, o por el placer que le brindaban.
—A mí me encantaría estar en tu posición. Quizás lo haga un día... en público, jeje. En privado, verás, no es extraño para mí ser montada por un canino.
—Te pregunté qué quieres.
—Que lo digas. Necesito una frase que me haga masturbarme como nunca en mi cama más tarde. Ya te montas a tu hermano, lo vi yo misma; a tu padre también, me contó Moe cuando me lo follé el otro día; a un montón de chicas y chicos, yo participé (DARK STORIES 06 y 07); y ahora tu perro. Dime Lisa Marie... ¿Te gusta?
—¿Qué?
—Solo respóndeme. Que una multitud te vea, que yo aquí esté a punto de darme dedo y participar, que seas tratada como una perra en celo. ¿Eres una puta ya? ¿Te gusta ser eso?
Lisa lo meditó. La polla de Huesos entraba y salía a una velocidad que hacía díficil discernir si iba de ida o vuelta. Su coño derramaba jugos sin parar, sus pezones estaban durísimos, tenía la saliva del Ayudante de Santa evaporándose en su espalda, derramándose en su falda, y deseaba que más gente la viera, allí, montada en público. No lo gritó, solo se lo susurró a Jessica, pero era todo lo que “puritana” necesitaba.
—Me encanta ser una perra en celo.
—Oh, Dios... me haré una dedada de campeonato esta noche. Quizás pronto te visite a ti y a tu perro en tu casa... prepárate —Jessica cambió rápidamente su expresión cachonda por una de preocupación, y les dijo a todos que era muy difícil, que el demonio se había apoderado de ella, pero que la dejaría en paz cuando se el perro descargara su “líquido infernal”.
Y eso estaba a punto de suceder. Con la corrida de Lisa, no sabía cuántas había tenido ya, pero esta fue la mejor, Huesos también se descargó en las entrañas de la chica. Solo allí se dio cuenta que nadie la tenía sujeta, ya que ella misma se sacó el rabo de su perro para no quedarse enganchada a él. Los litros de semen cayeron en su ropa, unas gotas fueron a parar a su rostro, y una buena cantidad se deslizó por su cavidad vaginal hacia el interior.
La polla de Huesos palpitaba, era muy diferente a la de un chico. También le gustaba. Pensó que, ya que estaba “poseída”, podía aprovechar algunas cosas. Le dio unos lametones al largo falo de su perro, quien se lanzó al suelo a descansar. En ese momento, después de tragarse el ADN en su garganta, Lisa actuó como si volviera en sí, escandalizada, horrorizada y ruborizada. Corrió con su perro lejos de allí, y entró a su hogar. Dejó a Huesos, muy tranquilo, con Bart (quien ya se había desecho de los gatos con su resortera), y entró a su recámara. Allí pensó las cosas. Todo lo que había vivido había sido... espectacular.
Ahora tenía total control sobre su perro. Cada vez que perdiera la razón, era cosa de llevarlo al desván, quitarse los calzoncitos húmedos, y ser tratada como una perra en celo. Era difícil de creer, pero lo más complicado no era la zoofilia, sino el tratar de inventar las excusas de su posesión. Culpar a Moe era la mejor opción.
En el próximo capítulo, una visita inesperada desde el futuro. Maggie Simpson llegará a cambiar las cosas en el pasado, unos cuantos ajustes en la familia, no se lo pierdan en THE SIMPSON, DARK STORIES 12.