THE LORD OF THE DICKS: Parte II

Eanim, soldado de Gondor, descansa desnudo en la playa después de una dura jornada. En los caminos conoce a Modwyn, jinete de Rohan, quien le demostrará que los de Rohan son los mejores en eso de cabalgar buenos caballos.

Al otro lado de la Tierra Media, las tranquilas aguas del mar acariciaban la arena de la playa. En la bahía de Belfalas, en el poderoso reino de Gondor, un hombre descansaba al sol de la tarde. Al fondo se veía la silueta de una ciudad portuaria, estaba solo disfrutando de la playa solitaria. Debía de ser soldado, ya que junto a unas rocas había dejado su uniforme, la espada y el escudo. A los hombres de Gondor les gustaba reposar desnudos después de una larga jornada, sin fines sexuales, su pene flácido estaba tan escondido que apenas se veía.

La playa estaba desierta, solo el ruido del mar se escuchaba en leguas. El soldado mantenía los ojos cerrados mientras la brisa le hacía cosquillas en los muslos. Se dejó caer sobre la arena y estiró las piernas. Ahora el sol iluminaba sus genitales y el poco vello que los acompañaba. Era común ver en Gondor miembros cuidados y bien recortados. No era habitual encontrar melenas salvajes ni pubis impolutos, el vello era varonil.

En Gondor había una tradición que sorprendería a cualquiera ajeno a su cultura. Mientras que en otros reinos el ser penetrado era una deshonra, en Gondor el activo era el de menor rango social, pues era usado como instrumento por el pasivo. Así, los más distinguidos nobles, los hombres fuertes y valientes, los ricos comerciantes y los grandes reyes, buscaban al amante con el mejor rabo para disfrutar de él cuantas veces necesitaban. Había incluso cierta pelea por ver quién tenía el amante con mayor pene.

Eanim, el soldado, seguía tumbado en la playa con los ojos cerrados. El viento suave y el ruido del mar lo relajaron completamente. Por alguna razón es inevitable estar desnudo al sol sin que los rayos hagan despertar a la bestia. Eanim estaba tan relajado que no sintió cómo su rabo comenzaba a crecer y le hacía sombra. A diferencia de los elfos, la tranca de un hombre de Gondor era de tamaño normal, ni muy grande ni muy pequeña, algo gorda en la base y más fina en la punta. Poco a poco el glande enrojecido se fue liberando de la presión del prepucio y se mostró en todo su esplendor.

Eanim no pudo evitar bajar la mano por sus pectorales bien definidos y alcanzar el pubis. Empezó a masajearse los testículos, tan gordos como dos nueces. No tardó en agarrarse firme el rabo con ambas manos entrelazadas, comenzó a cascársela mientras sonreía. La imagen haría babear la polla de cualquiera que lo viese. Sus brazos de acero subían por el tronco, apretaban el glande húmedo, y volvían a bajar hasta la base. Extendió los dedos hacia abajo, ahora cada vez que sus manos llegaban a la raíz la yema de sus meniques tocaba sus testículos. Aquello le gustaba.

No contento con una vulgar paja, flexionó las piernas y elevó sutilmente la cadera. Siguió masturbándose con la mano izquierda, y se llevó la derecha a la boca. La lengua jugó con sus dedos como si de una mamada se tratase. Bien mojados, dirigió el índice y corazón al ano. Lo tenía algo velludo pero recortado como el pubis. Le costaba que entrasen ambos a la vez, así que presionó con uno de ellos y masajeó con el otro. Lentamente su agujero se abría permitiendo que uno de los dedos cruzase el esfínter, pero aún era pronto para el segundo. Eanim hizo un esfuerzo y trató de meter el segundo con fuerza. Se ve que dolía un poco, su cara mostraba un gesto de malestar. Soltó un suspiro cuando la punta del segundo dedo se introdujo en su ojete. El soldado dejó la paja y se dedicó enteramente al culo.

Sus dedos bien lubricados seguían entrando cada vez más hasta que la palma de la mano chocó con el escroto. Una vez dentro, se dedicó a sacarlos y a meterlos, primero suavemente y después más fuerte. Cuando un hombre se mete un dedo a sí mismo cuenta con la ventaja de que tiene la forma ideal para estimularse la próstata, y la próstata de Eanim estaba siendo bien estimulada a juzgar por los jadeos. Gozando de la follada que se estaba dando con su propia mano, volvió a cascársela. No hay mejor paja que la que se acompaña de un poco de estimulación anal. El soldado se masturbaba con una mano mientras jugaba con su culo.

Las olas cada vez rompían más cerca, la marea subía y sus pies ya estaban bajo el agua. Gimió cuando la espuma del mar le mojó el ano. Estaba fría, su escroto se contrajo y los testículos se pegaron al pene. Si ya era placentero masturbarse desnudo en la playa y jugando con los dedos, el frío del agua le daba mayor gusto.

A sabiendas de que pronto se vendría, Eanim aceleró el ritmo de la paja y movía los dedos a mayor velocidad. Jadeó, apretó las nalgas y abrió las piernas, con su mano sintió el flujo subir por su rabo. Alcanzó el glande y salió disparado hacia arriba. Un chorro de lefa cayó al mar, y otros cuantos se desparramaron por sus piernas y el pubis hasta llegar al ombligo. Eanim no quería que acabase tan pronto, y eso que el sol ya se estaba poniendo en la bahía, seguía cascándosela con fuerza. La sangre fue saliendo de su miembro y se fue achicando, pero el soldado no desistía en su empeño por seguir masturbándose, hasta que su pequeño tamaño lo hizo imposible.

El soldado se levantó y se colocó el uniforme. Tomó la espada y el escudo y avanzó por la arena camino a la ciudad. Acababa de salir de la playa cuando un hombre le cortó el paso.

—Disculpa, ¿sabe dónde está Pelargir?

—¿Ve la ciudad del fondo? Esa es. Yo mismo voy hacia allí, así que podría acompañarte.

Eanim y el hombre siguieron juntos por el camino a Pelargir. El sol estaba a punto de desaparecer y la luna subía por el horizonte.

—Así que eres de Rohan, ¿eh? —dijo Eanim—. ¿Por qué vienes a Pelargir?

—Bueno… —dudó—. Tengo unos asuntos que resolver allí.

Eanim miró de reojo a Modwyn, un hombre joven y fuerte, de melena castaña y ojos oscuros. Llevaba la barba recortada, no era propio de su lugar un perfil tan cuidado. Sin verle los genitales apostaría lo que fuera a que no tendría el vello largo.

—Y esos… asuntos, ¿pasan por visitar a algún noble de la ciudad?

Modwyn titubeó.

—Tal vez, o tal vez no.

Se hizo el misterioso, Eanim lo tomó como un sí. En la bahía se pagaba bien a los prostitutos que daban su miembro al mejor postor, pero la alta oferta hacía que solo los mejores fuesen seleccionados. El joven debía de guardar un buen armamento debajo de tanta tela.

—Lástima… —comentó Eanim—. Los hombres de Rohan son conocidos por ser buenos cabalgando caballos.

—Aunque en Gondor la honra está en quien cabalga, en Rohan no tenemos esa absurda tradición, quizás por influencia de los elfos del norte. En mi tierra tanto el caballo como el jinete son respetados.

—Es una buena idea, pero esto es Gondor, y las cosas deben hacerse como siempre se han hecho.

El soldado no podía permitirse que un extranjero quedara por encima de él, estaba obligado a poner el culo en caso de que la situación llegara a más. Aunque disfrutaba jugando con dedos, un rabo era más que eso. No podía negar que alguna vez le hubieran petado, pero acostumbrado a tener un rango menor que los hombres con los que flirteaba solía asumir el papel de activo. A decir verdad la tradición le importaba poco, lo único que quería era ensartarla en un trasero.

Entre tanto habían llegado al final del camino y las murallas de Pelagir se levantaban frente a ellos. Atravesaron las puertas y se internaron en las abarrotadas calles de la ciudad. Modwyn lo tomó del brazo para no perderse.

—Estaba pensando —le susurró al oído— que seguro que el viejo al que vienes a visitar puede encontrar a otro.

Eanim le retiró un mechón de la cara y le acarició la mejilla. Modwyn miró al suelo y alzó la mirada.

—Me encantaría no tener que hacerlo, pero el viejo me prometió una bolsa de oro.

—Ante eso no puedo competir. Puedo ofrecerte una cama y una silla en el comedor, pero ya me gustaría a mí tener oro que darte.

Siguieron la caminata. Eanim perdió toda esperanza de pasar la noche con el rohirrim. Llegaron a la casa del soldado y se pararon junto a la puerta.

—Supongo que nuestros caminos se separan aquí, buena suerte —Eanim abrió la puerta y subió el escalón de la entrada.

—¡Espera! —Modwyn le agarró el brazo—. Seguro que el viejo puede encontrar a otro —Sonrió.

Los dos hombres cruzaron el pasillo oscuro y subieron la escalera. En la planta superior, una habitación grande con salida a un balcón con vistas a la bahía. La noche era oscura y la ciudad comenzaba a apagarse. Modwyn rodeó con los brazos al soldado y le dio un beso. Eanim le amarró el labio inferior con los dientes y tiró de él. Mientras escurría la lengua por su boca, sus manos bajaban hacia sus nalgas. Eanim gimió al notar el culo terso de Modwyn, que pedía a gritos ser penetrado.

El roharrim le desabrochó el pantalón y lo bajó hasta el suelo dejándolo desnudo de cintura para abajo, el soldado hizo lo mismo con él. Eanim se sorprendió al comprobar que no llevaba ropa interior, ¿para qué? Sin duda los hombres de Rohan eran más inteligentes que ellos. Eanim dio un paso atrás, abrió los ojos y no pudo evitar poner gesto de sorpresa. Como sospechaba, una tranca larga se tambaleaba entre sus piernas.

—Con eso habrías reventado al viejo.

Modwyn rio.

—Por suerte —continuó—, no tendrás que partir a nadie esta noche.

—¿Seguro que no quieres probarla?

Eanim tanteó la idea.

—Sí, quiero probarla —dijo al fin.

Se agachó, sacó la lengua y le dio un lametón a la punta. Le gustó el sabor, separó los labios y los deslizó por el glande. El rabo de Modwyn era largo pero fino, una flecha de hierro capaz de matar a cualquier dragón. Su grosor le permitía succionar la polla con relativa facilidad, pero no alcanzó la base cuando la punta ya se encontraba en su garganta. Trató en vano de metérsela más, imposible. Aun sin conseguir tragársela entera, la mamó con delicadeza, recreándose en cada subida y bajada. Hacía giros con la cabeza que daban enorme placer al rohirrim. Con la mandíbula cansada, se la sacó de la boca.

—Ahora verás de lo que somos capaces los de Gondor.

Eanim lo condujo al balcón y le hizo apoyarse sobre la baranda de piedra. Le separó las piernas, sus huevos caían entre medias mientras su rabo seguía tieso y su glande rozaba con la roca rugosa. El soldado se arrodilló y metió la cabeza entre sus nalgas. Extendió la lengua y la pasó por toda su raja. Modwyn dio un resoplido al llegar la humedad a su agujero. Eanim recordó cuando la espuma fría del mar le sacudió el ojete. A Eanim le encantaba lamer culos, se volcaba enteramente en la acción para darle el máximo placer a su amante. En la ciudad lo conocían como Malambe , lengua de oro.

Modwyn se retorcía entre gemidos con la poderosa lengua del soldado trabajando en su cueva. Su ano palpitaba y se dilataba, la lengua de Eanim estaba entrando en el agujero y ello le daba escalofríos de placer. Como hizo en la playa, Eanim se lamió los dedos y los colocó a la entrada. Metió directamente los dos de golpe sin esperar a que el esfínter se amoldara a ellos, Modwyn se quejó. Intentó entrar un tercero pero no lo consiguió. Con los dedos en el interior, acercó la boca y le lamió el ano. Su mano se escurría por el recto del rohirrim y alcanzó la próstata. Modwyn soltó un grito.

Su culo pedía ser abierto del todo. Eadim se irguió y se colocó tras él. Sus huevos estaban de nuevo cargados de semen, listos para llenar a un puto como él. Se sacudió el rabo.

—Esto servirá —Apagó la única lamparilla que daba luz al balcón, la cogió y se embadurnó la polla en aceite.

—¡Vamos, soldado! —Se relamió los labios—. ¡Quiero sentir el poder de Gondor!

Eanim obligó a Modwyn a pegar la cabeza a la piedra de la baranda, arqueando más la espalda. Con las manos apretándole el cuello, el glande rozó su ano, que se abrió al notar su tacto húmedo. Eanim tomó impulso y se la clavó de una, como una lanza afilada que rompe el cielo y atraviesa al enemigo. Modwyn chilló, su grito retumbó por las calles ya vacías. Sin soltar su cuello, sacó el rabo y, con un movimiento de cadera, volvió a introducírselo hasta el fondo. De nuevo gritó y una vecina se asomó a la ventana, echó la cortina al ver la escena.

El soldado sacó y clavó la polla en su agujero tantas veces que Modwyn dejó de gritar. Eanim no iba a permitir que se acostumbrara, aceleró el mete-saca y le presionó aún más el cuello. Tomó sus hombros e impulsó a Modwyn hacia él. Ahora el soldado permanecía quieto y movía el cuerpo de Modwyn, que se dejaba a su merced.

Se cansó de la postura. Entró dentro y tiró del brazo del amante para que lo acompañara. Se tumbó sobre la cama dejando los pies en el suelo y colocó sus manos detrás de la cabeza. Su polla aceitosa apuntaba al techo poderosa.

—Venga, rohirrim —Eadim cerró los ojos—. Quiero ver cómo cabalgan los hombres de Rohan.

Modwyn se subió a la cama y se colocó en cuclillas. Agarró el rabo y colocó en posición. Echó la cabeza hacia arriba y descendió. De una se sentó y sus nalgas chocaron con las caderas del soldado. Quedó empalado. Modwyn apoyó las manos atrás y subió los pies a los muslos de Eadim. Con movimientos suaves alzó la cadera y la bajó de nuevo. Fue aumentando la velocidad hasta que la polla entraba y salía de su culo con total facilidad. Eadim gemía, su ojete lo estaba ordeñando con maestría.

De repente, Eadim abrió los ojos y un chorro de lefa salió disparada del rabo de Modwyn. Cayó como lluvia sobre ellos. Modwyn seguía cabalgando más veloz si cabe mientras su rabo seguía soltando leche.

—¡Un jinete de Rohan cabalga hasta que el caballo acaba exhausto! —gritó.

Era la primera vez que el soldado veía a un hombre seguir pidiendo rabo después de correrse. Ese jinete era insaciable. Eadim lo paró agarrándolo de las caderas y comenzó a mover la cadera con fuerza para petarle el ojete. Modwyn seguía gimiendo mientras la polla del soldado lo abría más y más. Mantenía como podía los pies sobre sus muslos, pero era tal la fuerza de Eadim que cada vez le resultaba más difícil.

Eadim lo empujó hacia delante y volvieron al balcón. Pegó a la pared a Modwyn y le hizo colocar su pie derecho sobre la baranda, permaneciendo el otro en el suelo. Le agarró la pierna izquierda y lo alzó en el aire, con el pie derecho como apoyo para estabilizarse y la pared arañándole la espalda. Eadim flexionó las piernas y dirigió su lanza hacia arriba, clavándola de nuevo en su interior. El soldado controlaba la velocidad, pero era Modwyn quien decidía cuanto rabo tragaría su trasero. Su miembro volvía a estar erecto después de descargar en el dormitorio.

Eadim metía el rabo hasta el fondo, sus huevos, como campanillas, se movían y chocaban contra sus muslos. Se pegó más a Modwyn sin dejar de follarle. Sus vientres frotaban la polla del rohirrim como si hicieran una paja. Sus huevos chocaban con la base del rabo de Eadim.

—¡Más fuerte! —gritó Modwyn—. ¡Más rápido!

Siguiendo sus órdenes, Eadim volcó toda su rabia en ese ojete, quería romperlo y hacerlo sangrar. Un ardor nació de su ojete y fue subiendo por todo su cuerpo. Eadim seguía embistiendo al hombre mientras goterones de sudor se deslizaban por sus músculos.

—¡Párteme!

Sin poder aguantar más, el frote hizo que la polla de Modwyn descargase por segunda vez. Su ano se contrajo y ordeñó con fuerza al soldado. Sin perder el rítmo, Eadim la sacaba entera y la metía de nuevo con gran fuerza mientras Modwyn jadeaba. El poderoso rabo del soldado se hinchó, sus huevos se contrajeron y un trayazo de leche salió disparado en el recto del amante. Eadim no pudo evitar gritar como una bestia, contrajo todos sus músculos y se le enrojeció el rostro. Chorros de lefa seguían llenándole el trasero y empezaba a salir del agujero, cayendo por los huevos gordos de Eadim.

Eadim se apoyó en la baranda y Modwyn descansó pegado a la pared. Suspiraron.

—Va a ser verdad que cabalgan bien los hombres de Rohan.

—¿Sabes qué más pueden hacer los jinetes de Rohan?

—Sorpréndeme.

—Cabalgar a varios caballos a la vez.

Ambos rieron impregnados en leche.