THE LORD OF THE DICKS: Parte I

Tras huir de Lórien, Enor se interna en el Bosque Negro y se encuentra con los elfos del Reino del Bosque. En las cavernas probará el dulce sabor de sus grandes miembros.

Inicio una saga de relatos eróticos algo más literarios basados en el mundo fantástico de Tolkien. Espero que los disfrutéis. Si tenéis alguna idea siempre podéis escribirme.

*          *          *

Hacía varios días que dejó atrás las aguas del Anduin, y en contra de su voluntad se internó en el Bosque Negro. Era muy oscuro, apenas unos rayos de luz pasaban a través la tupida tela que formaban las copas de los árboles. Se escuchaba correr un río entre la densa vegetación. Enor caminaba entre robles y sauces que acariciaban su piel desnuda. Andaba descalzo, y se apoyaba en una vara en cuyo extremo ardía una luz blanca.

Se encontraba completamente solo, y aquello lo aterraba. Lejos quedaban ya el Cauce de Plata y los árboles dorados de Lórien, pero Enor había tomado la decisión de partir y ya no podía regresar. Se vio obligado a abandonar la que fuera su casa durante años después de que un mal presagio lo sacudiera en la noche. Cometió el error de no avisar a nadie de su partida, y para entonces ya sería considerado un desertor y un cobarde. Enor no sabía a dónde dirigirse. Había escuchado que otros elfos habitaban el Bosque Negro, aunque su mala fama no invitaba a contactar con ellos.

—Tal vez —pensó— me abran las puertas de su reino.

Pero los elfos silvanos del bosque solían mantenerse al margen de lo que sucediera en el resto de la Tierra Media, eran desconfiados para con los extranjeros.

Un rugido lo sobresaltó. Enor escuchó graznidos sobrevolar más allá de las copas de los árboles. La presencia del Nigromante se palpaba entre aquellas ramas. Los rugidos resonaban a su espalda, Enor echó a correr. De vez en cuando giraba la cabeza y comprobaba que ninguna bestia lo siguiera. Tropezó con una piedra y se dio de bruces contra el suelo. Su piel se cubrió de hojas secas y ramitas de pino. Se levantó humillado y se sacudió. Al elevar la vista, una flecha lo apuntaba a la sien.

—Eres muy osado por caminar por esos bosques en soledad. La magia oscura de Dol Guldul atrae cada vez a más orcos a estas tierras.

Quien hablaba era un elfo joven, de melena rubia y lisa y de una altura algo superior a la de Enor. Vestía con un sexy uniforme que marcaba sus músculos. Pero el elfo apuntaba a su cabeza con su flecha, por lo que Enor se sintió amenazado. Destensó el arco y guardó la flecha en su carcaj.

—No pareces de por aquí —el elfo lo miró de arriba a abajo comprobando que, efectivamente, Enor estaba completamente desnudo—. Puedes acompañarme si quieres. Te daremos comida y algo con lo que taparte.

Enor asintió y se colocó por delante del elfo, quien lo seguía. Mientras caminaba, el elfo, de nombre Frein, contemplaba el movimiento de sus nalgas mordiéndose el labio inferior.

Al acercarse a las gigantescas puertas del reino, estas se abrieron. Dos elfos guardaban que ningún extraño las cruzase. Al ver al chico desnudo, le impidieron el paso. Frein se acercó a ellos y les comentó algo en voz baja, los guardias guardaron sus espadas y les permitieron entrar. Enor sintió calor al pasar el portón. Frein lo condujo por un laberíntico recorrido hasta unas habitaciones talladas en la roca. Aquel lugar era muy diferente a Lórien.

—Encontraras ropa limpia, aunque si lo prefieres puedes seguir desnudo. Después regresaré con algo de comida. Es importante que no salgas de aquí, pues nadie sabe que has entrado.

Enor estaba confundido. No sabía por qué narices había accedido a seguir a Frein hasta su reino. Había algún tipo de magia en él, una atracción fuerte que le nublaba el pensamiento. ¿Sería un hechicero? En una época en la que los poderes oscuros campaban a sus anchas, no era extraño encontrar elfos que sucumbieron a la tentación del mal. Agarró la vestimenta que habían dejado sobre una repisa, comprobó el suave tacto con la yema de los dedos y volvió a dejarla en su sitio. No quería ningún regalo de aquellos elfos, no buscaba quedar en deuda con ellos.

Frein regresó como dijo. Se había cambiado el uniforme por ropa cómoda, una chaqueta que ocultaba una blusa de algodón y un pantalón fino. No llevaba armas, o al menos no las mostraba. Traía una bandeja con todo tipo de frutas y alimentos, un par de copas y un jarro de vino.

—Cenaré contigo —dijo.

Se sentó en una banqueta que hasta ese momento había pasado desapercibida para Enor y se sirvió una copa.

—¿Quieres?

—Por supuesto. La noche es joven y ando sediento.

Los dos elfos comenzaron a comer y a beber mientras hablaban de cosas banales. Tan pronto como el alcohol comenzó a actuar, empezaron a cantar canciones sobre el bosque, el río y las mujeres.

—La elfas de Lórien son mucho mejores que las vuestras —voceó Enor.

—Pero los elfos somos mucho más fuertes y atractivos.

Enor brindó por ello y se acabó la copa.

—No queda vino —Frein se levantó y se llevó la jarra.

Al rato volvió con el jarro lleno y sin su chaqueta. Los primeros botones de la camisa estaban desabrochados, dejando ver un pecho impoluto sin el sucio vello que cubre el cuerpo de los hombres rudos. Antes de sentarse, Frein le sirvió otra copa. Enor, en su asiento, veía a través del chorro de vino la entrepierna de Frein, y no fue hasta ese momento que vio que la tela fina marcaba más de lo que Frein quisiera. O tal vez era su intención. Frein miró hacia abajo y Enor le esquivó la mirada.

—Parece que el vino te pone contento —dijo Frein.

Al principio no comprendió a qué se refería el elfo, pero cuando se miró la entrepierna descubrió que su miembro estaba despertando. Y es sabido que los elfos guardan un miembro largo y grueso, y en el caso de Enor se cumplía más que en ninguno. Como todos los elfos, estaba descapuchado. En Lórien muchas habían cabalgado el enorme pene del elfo, y alguno que otro se desfogó también con él.

Enor soltó una carcajada nerviosa y se tapó con la mano.

—No te avergüences. No será al primer elfo que se empalma conmigo.

Frein volvió a sentarse y se sirvió otra copa de vino. Continuaron con la conversación que dejaron a medias cuando Frein se levantó a por más bebida. De vez en cuando, el pie de Frein subía por sus piernas y le rozaba el glande. En un descuido, cuando Frein fue a servirle más vino, tiró la copa y esta cayó al suelo. Enor fue a agacharse y al mirar por debajo de la mesa se encontró a Frein desnudo de cintura para abajo. Se calló un instante y se irguió de nuevo.

—Yo la cogeré —dijo Frein.

Enor se puso nervioso, y su pene seguía creciendo. Estaba tardando demasiado, ¿qué se proponía el elfo? Como era de esperar, los delicados dedos de Frein acariciaron sus huevos. Enor miró abajo y se encontró al atractivo elfo a unos centímetros de su miembro. No podía rechazarlo, Enor cogió un racimo de uvas, se lo metió en la boca y volvió a sacarlo entero. Frein entendió lo que el elfo le pedía, abrió bien la boca y se introdujo su enorme rabo de una sentada. Nadie había podido metérselo entero de primeras, pero Frein era un elfo bien experimentado en cuanto a mamar se refiere. Después supo que solía tener sexo con los dos guardias que custodiaban las puertas.

Frein utilizaba la lengua con delicadeza, hacía círculos con ella mientras succionaba con fuerza. Hizo algo que nunca le habían hecho. Se metió el rabo hasta la garganta, y cuando el glande traspasó la campanilla, emitió sonidos roncos y la punta de su rabo vibró. Fue increíble.

Frein salió de debajo de la mesa y se levantó de un salto. Enor sabía que era su turno. La polla de Frein estaba tiesa y apuntaba al techo. Enor tuvo que hacer alguna maniobra para adaptarse a su curvatura. Era algo menos larga que la suya pero igual de gruesa. Él tenía menos experiencia en mamar, solía ser el que agarraba a los elfos de la melena y empujaba hasta meterla entera. Si en algo destacaban los genitales de Frein sobre los suyos eran los huevos gordos y robustos que colgaban y se mecían con el movimiento. Su rabo tenía un sabor especial, era la primera vez que disfrutaba comiéndose uno. Algunos rabos de Lórien eran apestosos, largos y gordos, sí, pero de sabor nada apetecible. La polla de Frein sabía a frutos rojos, tal vez aprovechó su escapada a por más vino para repasarse el rabo con bayas y fresas.

Enor se levantó y llegó la difícil decisión. Los dos elfos estaban cara a cara, a escasos centímetros uno de otro, y empezó el baile de cortejo por ver cuál de los dos sería penetrado. Enor tomó la iniciativa, lo atrajo hacia sí con una mano mientras la otra se deslizó por sus nalgas. Frein dio un respingo al sentir el dedo en su agujero y evitó a tiempo que entrase. Se vengó agarrando con las dos manos el culo de Enor, le abrió las nalgas y una suave brisa le acarició el ano. Enor se vio ya empotrado contra la pared de roca con el rabo duro de Frein revolviéndole las entrañas, pero contaba con un as bajo la manga. Mientras Frein agarraba con firmeza sus nalgas, Enor llevo la mano al paquete y le agarró con fuerza los testículos.

—¡AH! —chilló Frein.

—Así es como me gusta que griten —respondió con aires de grandeza.

Con los huevos aún en su mano, Enor tiró del escoto y lo condujo hacia el interior de la habitación. Al fondo, junto a una pared sobre la que corría un reguero de agua fresca, un camastro de paja.

—Esperaba una cama mullida, pero esto es mejor que nada.

Le dio un empujón y este cayó de espaldas sobre la paja. Enor se arrodilló entre sus piernas y se tendió sobre él. Le lamió los pezones y subió por su cuello blanquecino hasta llegar a sus labios finos. Sus lenguas jugaban mezclando la saliva de sus bocas mientras sus rabos luchaban por someterse el uno al otro. Poco a poco Frein aceptó su función y fue levantando las piernas, dejando su culo en posición para ser ensartado por la flecha del elfo.

Enor se agarró el rabo y colocó la cabeza en el agujero. Iba a volcar su cuerpo cuando Frein lo paró.

—¡Espera! —Deslizó la mano por la pared y se humedeció los dedos—. Este agua es ideal como lubricante —Se pasó los dedos por el ano y agarró las nalgas de Enor con fuerza—. Adelante, soy todo tuyo.

Los elfos apreciaban toda forma de belleza, fuese masculina o femenina, y estaban acostumbrados a penetrarse unos a otros. Cuando el miembro grueso de Enor traspasó las puertas de su trasero, entró con facilidad hasta que no quedó un centímetro fuera. Lejos de gritar, Frein comenzó a gemir sin que un ápice de dolor se mostrara en su rostro. Enor notaba las contracciones que el elfo daba con sus músculos, empezó a sudar. La velocidad iba en aumento y Frein no para de gozar.

—¡Es el mejor rabo que he probado! —gritó— No voy a dejar que te vayas nunca.

Enor no escuchaba lo que decía, estaba concentrado en bombear ese culo estrecho y abierto a su vez que le daba un placer inmenso. Frein lo agarró del cuello y acercó su boca a sus labios. Sin frenar la sacudida, aprovechó que tenía a Enor bien cogido para volcarlo y colocarse encima de él. Aún conservaba la camisa desabrochada, se la fue quitando mientras cabalgaba lentamente a Enor. Con movimientos rítmicos hacía entrar y salir la polla de su ojete mientras Enor suspiraba. Era tan larga que podía estar de cuclillas y aún el glande seguía dentro. En una de estas subidas, cuando Frein estaba a punto de sacarla, Enor levantó la cadera y le introdujo de golpe toda su barra. El elfo tensionó la espalda y cerró los ojos.

—¡Joder! Hacía tiempo que no me hacían gritar de dolor.

Era lo que le faltaba escuchar para crecerse y embestirlo con furia. Era tal la fuerza de la follada que a Frein le temblaban las piernas. No aguantaba más las embestidas y se dejó caer sobre el rabo. El glande le tocó lo más hondo. Ambos elfos se hicieron uno, el rabo no podía dejar ese culo ni el culo podía dejar ese rabo, pero estaban exhaustos.

Sudorosos, Frein seguía cabalgando a Enor más por vicio que por gusto. Frein comenzó a gemir más fuerte, y se deslizaba por el sable con más fuerza, estaba a punto de correrse. Enor notaba contracciones mayores que buscaban exprimirle el rabo. Un instante después, Frein gimoteó y un chorro de semen regó a Enor. La corrida de un elfo es igual a la de cualquier humano, pero a diferencia de estos sus huevos almacenan una ingente cantidad de leche fresca capaz de llenar el jarro del vino. Con gran acierto, una buena parte de la corrida fue directa a la boca de Enor, y este se relamió del gusto, La leche de elfo era mucho más dulce que la que había probado de los hombres del sur.

Enor seguí bombeando con fuerza, ni siquiera las contracciones del ano de Frein pudieron con él. El elfo, como buen ordeñador, siguió cabalgando a Enor hasta que empezó a revolverse sobre la paja. Tras un grito, el culo de Frein se llenó de leche fresca que salía de su culo y corría por el rabo y los huevos de Enor. Vaciado completamente en él, Frein se levantó como pudo y sentó su trasero sobre la boca del elfo.

—¡Cómete tu leche!

Enor siguió sus órdenes y se tragó hasta la última gota de semen que salió de su culo, mientras Frein le limpiaba el sable embadurnado en su leche. Cuando acabaron limpios, se levantaron de la cama y disfrutaron del olor a sexo que impregnaba la habitación.

—Jamás había visto a un elfo con tanto aguante —comentó Enor.

—Por mi parte tengo que reconocer que te mentí.

Enor miró desconcertado.

—Hay muy buenos rabos en este reino —dijo— y el tuyo no es el mejor que he probado.

*          *          *

Despertó solo y desnudo en la habitación. Frein cerró la puerta al marcharse, ya no sabía si estaba allí por voluntad propia o era preso del elfo. De vez en cuando unos pasos se escuchaban al otro lado de la puerta. Frein llegó con una bandeja repleta de comida.

—Tu desayuno, aunque tal vez prefieras otras cosas más suculentas… —Le guiñó un ojo y se fue cerrando de nuevo la puerta.

Ante él una fuente de frutas, bollería y una jarra de zumo. Recordó la escena de la noche anterior y sonrió, se le puso morcillona. Se puso a pensar en la frase de Frein: «No es el mejor que he probado». El elfo solía tener sexo con los guardias de la entrada, ¿serían ellos los que calzaban una tranca mejor que la suya? La idea despertó en Enor el deseo de catar a esos elfos.

Terminó el desayuno, se vistió y se acercó a la puerta. Pensó que estaría cerrada pero Frein olvidó echar el candado, o tal vez nunca lo hizo. Salió al pasillo de la gruta y se encontró con la elegante ciudad tallada en la roca. Multitud de puertas se abrían en los muros de piedra, pero no se escuchaba a ningún elfo cerca. Con la ropa que le había dejado Frein el día anterior pasaría como uno más del reino.

Después de caminar sin rumbo durante un largo rato, encontró la galería que llevaba a las puertas. Aunque se sentía cómodo con Frein, no se fiaba de sus intenciones, debía salir del reino cuanto antes. Tan pronto se acercó al portón, los dos guardias salieron.

—¿A dónde vas, elfo?

Calló. No sabía que Frein había dado órdenes de no dejarlo escapar.

—¿Frein no estuvo a la altura anoche? —preguntó el segundo.

Enor pidió a los guardias que abriesen el portón, pero estos se negaron en rotundo. Los guardias cada vez estaban más cerca, lo miraban de arriba abajo y le rozaban sutilmente las nalgas.

—Podrías pagar un precio simbólico por salir —propuso uno de ellos.

—¿Cuál sería?

—Bueno… —intervino el otro—. Hace mucho que no tenemos una boquita nueva por aquí.

No podían abandonar la vigilancia del portón o se meterían en problemas. Allí mismo, uno de los guardias se bajó el pantalón del uniforme y se sacó su enorme verga mientras el otro vigilaba que no se acercase ningún elfo. Enor se arrodilló y fue directo a los huevos, que lamió con gusto. Paseó su lengua por el tronco hasta llegar al glande. Agarró la punta entre los labios y e inició una de las mejores mamadas que había hecho nunca. Su rabo también sabía a frutos rojos, parece que era una característica común en los elfos del Reino del Bosque.

El guardia hablaba en lengua élfica y hacía aspavientos con los brazos cuando se introducía la polla hasta el fondo. Siguiendo las nociones de Frein, se introdujo el rabo hasta la garganta e hizo sonidos guturales. Aquello gusto tanto al elfo que, sin previo aviso, descargó toda su furia en la garganta de Enor. Estaba tan hundida en ella, que no llegó a saborear su semen.

El guardia se subió los pantalones y ocupó el puesto de vigilante. El segundo se acercó e hizo lo mismo que el primero. Cuando sus pantalones cayeron, un gigantesco rabo mayor que el de Frein y algo más gordo salió disparado. Estaba curvado ligeramente hacia arriba. Enor tomó posición e intentó meterse la verga.

—Si no te entra en la boca te entrará en el culo —amenazó el guardia al ver al elfo incapaz de hacerlo.

Enor no estaba acostumbrado a rabos de ese calibre, pero tras la amenaza del guardia abrió más la mandíbula y pudo tragarse la punta. Recorrió el tronco poco a poco sintiendo dificultad para respirar. Apenas había entrado la mitad cuando el glande tocó fondo. Como pudo, empezó a mamar la polla entre los gemidos del guardia.

Enor tenía ganas de masturbarse, pero el guardia se correría pronto y quería abandonar cuanto antes el reino por si los guardias se arrepentían de dejarlo marchar. Como esperaba, el guardia comenzó a emitir gemidos largos y profundos, Enor fue a succionar sus testículos mientras lo pajeaba. Entre suspiros lanzó tres o cuatro trallazos de semen que formaron un charco en el suelo de la galería.

—No irás a dejarlo ahí, ¿verdad? —El guardia se subió los pantalones y dio un paso atrás—. Vamos, límpialo.

Colocó la mano sobre su cabeza y empujó hacia el suelo. Enor sacó la lengua y la pasó por el suelo, limpiando el charco de lefa caliente. El otro guardia abrió una hoja del portón y los rayos de luz le iluminaron el paquete, que comenzaba a decrecer.

—Sal ahora —dijo el guardia al ver que Enor había limpiado todo rastro de leche—. Y si alguna vez tienes hambre pásate por aquí. Frein se disgustará con tu partida, pero nosotros haremos que se olvide de ti.

Enor les echó una mirada antes de cruzar la puerta. El portón se cerró con un golpe seco y Enor se internó de nuevo en el Bosque Negro, satisfecho y sediento de nuevas aventuras.