The H flashlight sex toy

Un par de inhalaciones más y las palpitantes redondeces tan cerca de su rostro hacen babear al juguete. Y la caliente saliva que destilaba ese agujero dilatado y amordazado, humedecía y endurecía al pollón negro que deseaba aliviarse dentro de él.

Su tiempo fue almacenando recuerdos en los que poco a poco, los roles de cada uno quedaban mejor definidos dentro de la simbiosis de placer que sabían construir y perfeccionar. De este modo y siempre de mutuo acuerdo. El juego del sexo creció entre ambos con nuevos retos, en los que. La mente y el cuerpo de un hombre eran temporalmente cedidos, a los deseos del mejor amigo de su joven dueño, y compañeros del equipo de natación en la universidad.

Unas escuetas indicaciones muy descriptivas de lo que se esperaba de él esa tarde, junto con los datos de la dirección donde debía desplazar sus encantos. Lo habían traído delante de un bloque de pisos, cercano a su distrito. Se acercó a la puerta y esta se abrió sin necesidad de llamar. Una voz juvenil pero excitantemente masculina, le ordeno que entrara. Que cerrara y le trajera las llaves.

El hombre de unos cincuenta y pocos, lucia una madurez de músculos definidos y carnes prietas, que desde hacía algo más de ocho meses, tenían dueño. Un joven y precoz amo muy bien dotado, mental y físicamente. Se conocieron en la red, el chat de una página de sexo duro fue su primer espacio compartido y luego, vino todo lo demás.

El chico negro y deportista vestía una ajustadísima camiseta de tirantes, y unos pantalones cortos de lycra a juego. Y sus nuevas órdenes dirigieron el hombre al baño. Aunque lo pactado como norma general e inamovible, no solo dentro si no también fuera del juego. Era tener y llevar un pulcro aseo personal. También era costumbre, un último repaso y aclarado de los rincones más secretos. Esto a su vez, promovía que muchas de estas sesiones empezaran precisamente con agua y jabón.

Estando el sujeto arrodillado bajo el agua, las luces del baño se suavizaron y de unos vaporizadores estratégicamente situados, escaparon unos halos con billones de partículas de dulzona fragancia que en segundos, se adueñaron de la estancia. Y cuando todo ese vapor inhalado, implosiono dentro de ese cuerpo acurrucado y duro. Apareció el chico de nuevo, justo debajo del marco de la puerta abierta del baño.

Entro sonriendo. Habiéndose desprendido del pequeño pantalón corto y con unas barras de incienso encendidas en una mano, que dejó sujetas a una base de madera. Se acercó a la ducha y cerró el agua. Levanto la cabeza del postrado, y amordazó su boca con un dildo hinchable. Este ingenioso bozal también incluía un protector nasal, formado por dos protuberancias terminadas en dos cilindros, que debidamente insertados en los orificios respiratorios del hombre, estos, invadían cierta profundidad dentro su cavidad nasal con el objetivo, de poder someter la mente y el cuerpo del sujeto, a una constante y caprichosa inhalación de los aromas de una forma más rápida y limpia, al estar exenta del riesgo de irritaciones y quemaduras.

El chico abrió de nuevo el agua y salió del baño, cerrando la puerta tras de sí. Bajo unos chorros fríos de agua, y gestionando su calor interior tras el estallido. El sujeto sentía arder arrodillados, sus excitados pensamientos amordazados al igual que lo estaba su sexo, en su obligada y diminuta jaula. Voluntaria castidad que lo conectaba con su primitiva formula de placer, en la que la mente y el cuerpo anhelaban convertirse. Para saciar los apetitos de su nuevo dueño y cachorro. Y los de su exclusivo y reducido, círculo de ninfómanos (hermanastro y amigos).

La puerta del baño se abrió y el muchacho entro de nuevo, y esta vez, su mano derecha agitaba una diminuta botellita. La puerta se cerró y los aspersores escupieron de nuevo, otra buena ración de su lascivo aroma. Este se precipito por los orificios nasales de ambos cuerpos incendiándolos con un mismo deseo, que los mantendría unidos a lo largo de todo ese fin de semana.

La mano negra, de largos y finos dedos sacudía la botella de forma hipnótica frente a esos ojos claros, cuando el agua dejo de caer. Un leve gesto sirvió, para inclinar hacia atrás la cabeza del sujeto y que este hiciese cuatro profundas inspiraciones, reteniendo luego el aire en sus pulmones, hasta escuchar la orden que lo liberara de su voluntario ahogo. Esta obligada apnea permitía trabajar el grado de obediencia y de sumisión, y paralelamente, un trabajo mucho más personal como el de los límites físicos y mentales. Donde el hombre se desdibujaba en sujeto para reconstruirse como objeto o juguete, que sirve para aliviar y saciar los deseos y las perversiones sexuales, de unos jóvenes alpha y su líder.

La explosión de los vapores volatilizan al sujeto y el cuerpo incandescente retuerce su excitación antes de exhibirla, para que sea consumida por su joven potro negro. Renacido en su nuevo rol, el juguete apoya su espalda en las mojadas baldosas de la pared y separa bien sus robustas piernas flexionadas, mantiene bien erguida su rapada y simétrica cabeza, y luce agradecido su mordaza. Una blanca sonrisa se cuelga de los labios del joven sentado frente al renacido objeto que aliviará su placer, cuando ve los primeros hilos de saliva escurrir de la parte inferior del bozal que amordaza el agujero superior del juguete. Su respuesta es inmediata.

Primero un zumbido sordo casi imperceptible. Luego sentir como el dildo que lo amordaza crece y se abre paso, hacia la profundidad del orificio superior. Tras la primera e intensa sensación de asfixia los músculos bucales se acomodan a las nuevas dimensiones, y se genera una mayor cantidad de saliva. Gran parte de este lubricante natural es de nuevo engullido por el propio juguete, lo que asegura un correcto lubricado interior. En el otro extremo de ese cuerpo convertido ahora, en un masturbador orgánico. Un diminuto bañador de lycra escondía la rabiosa y enjaulada polla, y a la vez sujetaba un pulg con función vibradora, que el juguete llevaba insertado en el culo. Un bañador similar lucia el joven sentado frente al juguete, cuando le ordena a este, otras cuatro nuevas y profundas inspiraciones mientras él fuma un poco de verde. El espectáculo visual rescata del letargo a esa joven y negra polla. Y la sangre que la recorre, hace latir levemente bajo la suave y blanca lycra del ajustado bañador. Entonces el muchacho se levanta de su sitio y grita una orden que se oye subrayada, con el ruido seco de una fusta cortando el aire. Que al besar una de las redondas y duras nalgas del juguete, hace que este enderece su cuerpo. Lo siguiente es ponerle un collar atado a una cadena de longitud regulable mediante su reloj de pulsera o un dispositivo electrónico y pequeño ordenador. Una vez el juguete está con las manos atadas a la espalda, la fusta lo hace arrodillarse de nuevo y el muchacho ocupa también su sitio. Una vez está sentado, acerca su silla hasta encontrarse frente al juguete, lo sujeta fuertemente con sus piernas y muslos hasta conseguir acercar la cara de este, a su abultado paquete. Un par de inhalaciones más, y las palpitantes redondeces tan cerca de ese rostro hacen babear al juguete. Y la caliente saliva que destila ese dilatado y amordazado agujero, en untuosos borbotones, humedece y endurece al pollón negro que deseaba aliviarse dentro de él.