The Godfather Waltz

Antes de nada, perversos lectores, debo avisarles de que lo que voy a narrar a continuación describe una historia carnal, despiadada, visceral, sucia y decadente… Pero también encierra la historia de amor que hizo que vendiera mi alma al mismo diablo por la mirada de un hombre.

Kalinka

The Godfather Waltz

por

Kalinka

Jueves

Antes de nada, perversos lectores, debo avisarles de que lo que voy a narrar a continuación describe una historia carnal, despiadada, visceral, sucia y decadente… Pero también encierra la historia de amor que hizo que vendiera mi alma al mismo diablo por la mirada de un hombre.

Por fin ha quedado atrás el repugnante calor del verano, el cielo es gris y hace un poco de frío… Adoro el otoño: caminar por la calle y que, sin avisar, caiga una lluvia torrencial sumergiéndome en un éxtasis húmedo, como cuando, sin querer, se cruzan dos miradas y se quedan atadas con un hilo invisible para los demás.

Es jueves. Cada jueves comienzo un ritual horas antes de salir: me ducho, me perfumo, busco algo de ropa insinuante (aunque sutil) y depilo todo mi cuerpo, como Cleopatra… Por lo que pueda pasar. En definitiva, me preparo para salir de caza. Cuando sales de caza, especialmente si lo haces en compañía, es habitual encontrar todo tipo de fauna nocturna: el grillo, que sólo hace ruído, la serpiente, cargada de veneno, el ratón, que él solito se mete en la trampa o el zorro, que, a su vez, sale a cazar sin criterio a cualquier gallina que se despiste… Pero ninguna de esas presas tiene mérito, es como engañar a un niño, como pescar tiburones en una pecera, cuando lo realmente excitante de la caza es la preparación, la espera, la persecución… Y yo tengo una presa muy especial a la que no pude dar caza en meses… Hasta esta noche.

La preparación

Por la tarde cogí el portátil para poner música y me encerré en el baño para comenzar la función. Es uno de los grandes placeres de esta vida: poder disfrutar del agua y la música a un mismo tiempo, así que abrí el grifo y el agua tibia comenzó a caer como lluvia mientras la gran Mina Mazzini y yo cantábamos "Se telefonando", ella encerrada en mi portátil y yo desnuda bajo la ducha con la cabeza imaginando todo tipo de situaciones. Escogí un jabón con olor a cerezas y depilé todo mi cuerpo ya que, aunque respeto con mucho el estilo "old school" de algunas mujeres, a mi me gusta que el hombre disfrute de mi cuerpo resbaladizo, de un pubis imberbe, de niña, y de un tatuaje despejado que revela una parte importante de mi. No puedo evitar acariciarme cuando recorro mi cuerpo con el gel, me gustan mis pechos, son grandes y suaves, me gusta buscar mis costillas con los dedos y jugar con el pendiente de mi ombligo, pero claro, de una forma inevitable, mi mente comenzó a pensar en que eran Sus manos varoniles agarrando mis senos y no las mías, en sentir su cuerpo cálido pegado al mío, su aliento,… Y mis dedos fueron descendiendo hacia el pubis recién depilado… Jugueteé con los labios de mi coñito, gruesos y perfectamente simétricos, me di unos golpecitos en el clítoris, que en pocos segundos estuvo terso y rosado, dejando mi coño listo para ser penetrado, así que introduje lentamente el dedo corazón, intentando llegar lo más lejos posible. Por un segundo vino a mi cabeza la imagen de que, con mis largas uñas de manicura francesa, parecía una actriz porno de principios de los noventa. Eso me excitó aún más… Sentir que era una profesional, que rezumaba sexo por cada poro de mi piel. Introduje también el índice hasta que pude alcanzar el punto G, mientras con el pulgar seguía jugando en pequeños círculos con mi clítoris, mi mente ya no razonaba, mil y una imágenes incoherentes me excitaban a un mismo tiempo: lenguas lascivas, dedos babosos, orgías, gemidos, necesitaba un poco más, sólo un poco más… Introduje con cierto dolor el tercer dedo y… ¡Aaaaaaahhhhh! Me vine durante largos segundos. Esa terrible descarga estuvo a punto de hacerme caer, las rodillas no me respondían y se me nublaba la vista, pero en poco tiempo conseguí reponerme, me tumbé a lo largo de la bañera y seguí, mucho más relajada, con mi ritual, limpiándome el néctar que todavía caía, resbaladizo, por el interior de mis muslos.

Salí de la ducha y me sequé poco a poco todo el cuerpo para envolverme en un albornoz de seda

que utilizo en contadas ocasiones, ya que acostumbro a estar desnuda por casa. Me serví una

copa (otra más) de vodka negro, al que admito que soy adicta desde hace años y bailé un poco

acompañada del vaso y de la música que seguía sonando en el baño. Y así, bailando, fui hasta el

vestidor a decidir la ropa que me iba a poner, escogí: un corset negro como ropa interior, unas

medias negras muy opacas con un liguero caprichoso (siempre llevo medias ¡Creo que no hay

nada más antiestético sobre la faz de la tierra que los panties!) y unos zapatos de hebilla, como

los de las muñecas, pero con un largo y fino tacón de aguja. Por ser una noche especial y por

pavonearme un poco de los meses de gimnasio a los que me sometí exclusivamente para Su

deleite, me escurrí en una falda corta, con tules, muy Lolita, la cual dejaba ver los ligueros y

parte de mis muslos cuando me agachaba o subía escaleras y una camisa cruzada que, sin

mostrar nada descaradamente, permitía intuir unos pechos grandes y con gravedad. Pinté mis

ojos y mis labios, elegí un perfume dulce, sólo un poco, di otro trago al vodka, me peiné como

pude el pelo corto y rebelde y como colofón final me puse un colgante discreto, pero lo

suficientemente llamativo para que supiera Él supieara a dónde dirigir la mirada. Sólo me

quedaba esperar por mis amigos. Son casi todos chicos, para bien o para mal, ya que, aunque me

tratan como a una princesa, no me siento especialmente cómoda siendo el centro de atención. Me

serví otra copa, cambié la música y estuve un rato ojeando el el face y otras veinte pestañas

abiertas en mi explorador para hacer tiempo. El timbre. Bajo a la calle.

Observación y persecución

Abajo me esperaban mi hermano y otros dos amigos. Se notaba a kilómetros que mi hermano había bebido… Debe ser algo de familia, los dos íbamos finos ya a esas horas. Iban los tres muy guapos, esa es la verdad, en otras circunstancias es probable que hubiéramos tonteado después de unas copas, pero en ese momento mi cabeza sólo estaba en un sitio y me moría por dentro pensando en llegar de una vez. Como decía antes, cada jueves repito el mismo ritual porque quedamos para ir a un concierto en una cafetería, al otro lado de la ciudad (me van a perdonar que no cite nombres, pero este relato ya contiene demasiada información y no quisiera que acabara en las manos equivocadas… A Él le llamaré Chet en honor a Chet Atkins). Todo empezó por un viejo amigo del mundo de la música, que nos invitó a acercarnos un día, ya que él toca también en el grupo… Tienen un repertorio tranquilo: blues, country, alguna banda sonora… Lo que viene siendo el cuarteto "de la casa".

La primera vez que fui a verles, al principio apenas reparé en los músicos y la gente que pululaba por el local, fui directamente a saludar a mi amigo y a intentar resumir en unos minutos los años que llevábamos sin vernos, pero cuando subieron al escenario y empezaron a tocar… Allí estaba él, deslizando Sus manos por la guitarra como si acariciara el pelo de una mujer, sentado en un taburete, con aspecto desaliñado, golfo, maduro y, por encima de todo, Sus ojos: una mirada perdida que desvelaba vagamente un alma forjada sobre cicatrices y alguna que otra herida todavía abierta, una mirada que, cuando la acompañaba de una sonrisa, denotaba un humor ácido y hermético. No sé qué hizo o qué no hizo, pero no podía dejar de mirarle, me tenía totalmente hipnotizada y la música era como una banda sonora que acompañaba el momento. En una milésima de segundo imperceptible para el resto del mundo, su mirada se cruzó con la mía y me recorrió una corriente eléctrica por todo el cuerpo que me aceleró el pulso y me hizo tirar el cigarrillo por la tensión. Eso ocurrió hace ya algunos meses y, desde entonces, no he podido dejar de verle cada jueves, prometiéndome a mi misma que una de esas noches sería yo quien le haría temblar a él.

Llegó esa noche.

Entramos en el pub con tiempo suficiente para tomar la primera antes de que empezara el concierto. Él ya estaba allí, en la barra, tomando una cerveza con el batería. Apenas intercambiamos un saludo ya que, debo aclarar, hasta el momento sólo había sido un amor platónico, uno de esos amores que no te puedes quitar de la cabeza ni del estómago pero con el que no había existido ningún tipo de flirteo, ninguna conversación especial, ya que ni siquiera nos habían presentado formalmente. Era un amor de miradas furtivas, nada más. Nos sentamos un rato en la barra a charlar con la camarera y acto seguido llevamos nuestras bebidas a la mesa más cercana al escenario, a un metro escaso de donde tocaba él… Lo que a veces me provocaba unas ganas casi incontrolables de lanzarme a sus brazos en mitad del concierto, algo que, por supuesto, sólo ocurría en mi imaginación.

Nosotros nos pusimos a hablar de nuestras tonterías mientras las mesas se llenaban de gente. Chet y el resto del grupo se acercaron por fin al escenario para afinar, probar sonido y hacer esas cosas que hacemos los músicos… Nada que debiera llamar mi atención si no fuera porque Chet tocó las primeras notas de Hurt, de Johnny Cash, catorce notas, exactamente, que pasaron inadvertidas para el resto de la sala pero que, a mí, me hundieron en la más profunda de las miserias. Si alguna vez tuve corazón, esa canción se encargó de hacerlo pedazos, pero, de algún modo, era un dolor placentero. No ensombreció la noche, sino que aportó un toque de melancolía a la escena.

Comenzaron a tocar el repertorio habitual, temas animados con un punto country o surf por momentos, yo aprovechaba para recorrer su cuerpo. Siempre miraba hacia sus manos, intentando lanzar miradas rápidas al resto de su cuerpo sin que se sintiera observado y sin que mis amigos cayeran en la cuenta… Aunque creo que mi hermano se daba cuenta de todo. Todavía estaba pensando en la canción de Johnny Cash cuando empezaron a tocar el vals de Nino Rota, banda sonora de la película El Padrino. Entonces sí… Desaparecí en la nada, me volatilicé, mi espíritu intentaba huir mientras algo oprimía fuertemente mi pecho. No puedo explicar con palabras lo que me hace sentir esa canción, pero en ese instante quería morir. No lo pude evitar, no pude fingir, me quedé clavada en sus ojos, no podía mirar hacia ningún otro lado y, entonces, Él levantó su mirada del infinito y se cruzó con la mía en un mundo en el que sólo existíamos nosotros y esa canción. No quise llorar, pero tenía los ojos vidriosos y la situación era casi insoportable. Fui corriendo (a trompicones) al baño a lavarme la cara. Estaba como flotando y no podía quitarme la imagen de Sus ojos de la mente, grandes y penetrantes como dagas afiladas, no sabía si era cosa del alcohol o de la situación, pero apenas me tenía de pié, el corazón se me salía por la boca, tenía ganas de vomitar y estaba hundida en una tristeza extraña aunque profundamente excitada, no sabía si echarme a llorar o masturbarme allí mismo. Salí del baño, intentando caminar derecha, y volví a mi asiento. Ninguno de mis amigos comentó nada, aunque supe por sus caras que algo cotillearon cuando desaparecí. El grupo siguió con sus temas más alegres y yo fui recuperando la compostura y la sonrisa fingida.

Pasó el tiempo demasiado rápido y el concierto terminó. Los componentes del grupo guardaron sus cosas y después fueron a sentarse cada uno con sus diferentes amigos. El bajista vino con nosotros. En las horas que estuvimos allí, yo ya me había bebido hasta el agua de los floreros y lo cierto es que ya hacía un rato que había pasado de estar "contentilla" a no tenerme de pié, pasando, por supuesto, por fases como "qué grandes amigos sois, cómo os quiero" o "tenemos que montar un bar" pero, a pesar de todo, no podía quitarme esos ojos de la cabeza. Él ahora estaba en otra mesa, como un perfecto desconocido, igual que antes de empezar el concierto; me planteé que hubiese sido todo producto de mi imaginación o del Absolut… O ambas cosas… Pero no, yo sabía que había algo y no podía perder la oportunidad, aunque perdiera mi hígado y mi orgullo en el intento.

Era imposible encontrar un momento propicio, mis amigos también estaban bastante subidos de tono y alguno, en concreto, más salido que el pico de una plancha. También pensé en pedirle a mi amigo el músico un poco de ayuda, que me lo presentara o lo trajera a nuestra mesa, pero siempre he sabido que siente algo por mí y me parecía demasiado cruel pedirle ese favor. Entonces vi a Chez levantarse y dirigirse a la puerta, era bastante tarde y di la noche por perdida. De nuevo se me llenaron los ojos de lágrimas, sin permitirme derramar ni una de ellas. Él paró en la barra y pidió otra cerveza, debí suspirar por poder verle, al menos, un rato más, pero estaba hecha polvo, no sabía cómo había llegado a ese punto, a perder totalmente la razón por un hombre al que ni siquiera conocía, necesitaba tomar un poco el aire, el vodka tampoco me había ayudado mucho.

Salí a la puerta declinando la invitación de mis amigos de ir acompañada. Llegué como pude, intentando aparentar que no había bebido tanto, salí y me apoyé contra una de las paredes mirando hacia la calle y respirando profundamente. Las lágrimas seguían ahí, aprisionadas ante un fino muro de dignidad a punto de derrumbarse. Noté una sombra en el suelo, Él acababa de salir y estaba justo detrás de mí. No me sobresalté demasiado, pero cuando fui plenamente consciente de que era él quien estaba allí, me volví un mar de nervios, tenía los pies clavados en el suelo y las lágrimas se cristalizaron, como una especie de defensa natural.

  • Hola.
  • Hola.
  • ¿Estás bien?
  • Sí, sólo estaba tomando el aire.
  • Te va a coger el frío.
  • ¿Con lo que he bebido? No creo
  • El alcohol… Destroza el cuerpo, pero cura el alma ¿no?
  • Eso parece. A ti también te veo acompañado siempre de tu vaso.
  • Sí, es por no perder viejas costumbres.

Por primera vez fui capaz de relajar un poco los músculos. Me fijé en Sus facciones cansadas, en Sus finísimas arrugas que revelaban Sus cuarenta y tantos años. No lo he dicho hasta ahora, pero soy mucho más joven que Él… A mí no me importa en absoluto, de hecho me encanta, no me gustan los niños, pero temía que a él tampoco le gustasen las niñas y se hubiera acercado, quizá, en un tono paternal. Pronto deseché esa idea.

  • Estuvo bien el concierto. –Dije.
  • ¿Te gustó el repertorio?

Tardé unos segundos en contestar:

  • Fue como un puñal. -Se me llenaron de nuevo los ojos de cristales.
  • Casi no podía tocar esa canción viendo esos ojos, cada jueves me lo pones más difícil.

No podía creer lo que me estaba diciendo. No estaba soñando, a él le había pasado lo mismo, era como si me hubiera leído el pensamiento todo aquel tiempo y yo ahora tenía la mente bloqueada. Él se me acercó un poco. No sabía que decir, estaba congelada. Cada vez le notaba más cerca y creo que, como una fuerza de la naturaleza, yo también me acerqué un poco a él. Podía notar su aliento sobre mis labios y sólo pude musitar:

  • ¿Qué estamos haciendo?

Como respuesta, nuestros labios se acariciaron, muy despacio, podíamos sentir el aliento de uno en la boca del otro, la respiración agitada, los nervios a flor de piel, poco a poco noté el calor de su lengua penetrándome y buscando la mía. Fue un momento eterno. Enredamos nuestras lenguas y comenzamos a desinhibirnos, él me sujetó por la cintura y me acariciaba la espalda con una mano, yo jugaba con su pelo y su cuello, sin darnos cuenta estábamos abrazados y mis dedos se clavaban poco a poco en su espalda. Nos miramos a los ojos y, como un golpe de inspiración, sin decirnos nada advertimos que llevábamos demasiado tiempo fuera y en cualquier momento saldría un amigo y nos pillaría. Le dije rápidamente mi dirección y le di mi teléfono para quedar a solas un rato más tarde. La ansiedad me comía por dentro, pero esperé fuera mientras él se despedía de sus amigos. Salió de nuevo y me dio un beso breve pero apasionado antes de marchar. Yo me quedé en la puerta haciendo el paripé, como si me encontrara mal, hasta que a los cinco minutos salió uno de mis amigos para saber si me encontraba bien. Aproveché para decir que no muy bien y le pedí que me acercara a casa. Los nervios me estaban matando.

La caza

Llegué a casa antes que Chet, como habíamos acordado. Le hice una perdida al móvil para que supiera que ya podía venir y aproveché esos diez minutos para retocarme el maquillaje y preparar un poco la habitación. Sonó el timbre, pensé que iba a morir de un infarto antes de poder llegar a abrirle, pero llegué. Nos miramos por un segundo bajo el umbral de la puerta… Y sin pensarlo nos abalanzamos como fieras en celo. Él me agarró por la cintura y me elevó como a una niña, de modo que le rodeé con mis piernas mientras nos besábamos: en la boca, en la frente, en el cuello, en la barbilla,… Me apoyó contra la pared mientras nos seguíamos persiguiendo las bocas el uno al otro, con una pasión caníbal. En seguida noté un bulto entre mis piernas, un gran bulto que crecía cada vez más, enfilado hacia mi coñito con un instinto animal. Comencé a frotarme y a mover mis caderas para notar su bulto contra mi clítoris y gimió un poco ¡¡Oh, Dios!! No sabía cuánto podía excitarme el gemido de un hombre, pero estaba completamente empapada. Toda su voz grave y masculina se convirtió, por un momento, en un hilo de aire que le volvía totalmente vulnerable. Sus besos fueron bajando por mi escote buscando mis tetas. Tenía los pezones durísimos por la excitación, se notaban por encima de la ropa, cariñosamente saqué una de mis tetas y se la entregué, con lo que empezó a chupar como un niño que busca leche. Saqué la otra y, esta vez, al notar su lengua jugar con mis pezones, lancé un fuerte gemido, estaba a punto de correrme, pero no quería que ocurriese todavía.

Me bajé de sus brazos, donde me tenía casi empalada y, sin dejar de besarle, le llevé hasta la habitación, acariciando su bulto desde fuera del pantalón, notando su erección como una flecha en dirección a mis entrañas. Me tumbó en la cama cayendo sobre mi y por un momento noté que casi podría penetrarme sin quitarse ni los pantalones de lo excitados que estábamos. Besándole, le hice incorporarse, de forma que quedó de pie ante mí. Me encanta que me dominen, de vez en cuando… Me puse de rodillas ante él dejándole muy claro que esta gatita quería leche caliente. Desabotoné con ansia su pantalón y bajé sus calzoncillos lo justo para sacar su polla de aquella prisión. Tenía una polla bastante grande y gruesa pero, sobre todo, tenía una polla dura y babosa de todo el líquido preseminal que había soltado. Olía a feromonas, estaba pidiendo a gritos que me la metiera en la boca. Bajé un poco más los calzoncillos y saqué sus huevos, suaves y grandes, como la polla. Empecé por ahí, acerqué mi boca a su bolsa escrotal y recorrí sus huevos con mi lengua felina. Él me acarició la cara y yo subí con mi lengua a lo largo de su tronco con cara traviesa sin dejar de mirarle a los ojos. Él clavó su mirada en mi y dijo "Cariño…." Pero con una segunda lectura de "Por favor, no pares…" entonces mi lengua llegó a su glande y él echó la cabeza atrás, cerrando los ojos y gimiendo, ya libremente. Cubrí todo su capullo con mi boca y lamí toda la punta desnuda y roja con mi lengua. Podía notar cómo palpitaba su miembro en mi boca y fui metiéndola toda, acariciándole con una mano los huevos, suavemente, fui acelerando el ritmo y él me follaba la boca sin parar de decir "Diossss" y "jodeeeeeer". Yo tenía la boca demasiado llena para decir nada, alterné mis chupadas de la polla a los huevos volviéndolo loco de placer hasta que noté que estaba a punto de correrse. Paré de repente, soy una cabrona, pero me encantaba tenerle a punto de caramelo. Él en seguida supo lo que yo quería, me miró con lujuria mientras se pajeaba un poco con la mano al revés, como entregándome su miembro. De pié como estábamos, agarró su polla con la mano y la frotó, viscosa y palpitante, contra mi clítoris. Primero la frotaba y después me daba pequeños golpes, cada vez que su pene entraba en contacto conmigo yo entraba en un estado de éxtasis… Hacía el amago de metérmela un poco y después volvía a su juego… Me estaba haciendo sufrir, dulce venganza, me tenía sometida a su voluntad. Con mi mano acompañé la suya incitándole a que acabara con mi sufrimiento y me la metiera de una vez. Me cogió las dos manos entre las suyas y me besó de nuevo, esta vez con una ternura extrema. Caímos de nuevo en la cama y llevó mis manos sobre mi cabeza. Su polla buscaba desesperadamente su lugar, como un imán encontró mi coño que ya estaba lleno de jugo y me embistió una vez, con lo que me hizo estremecerme al notar su capullo abriéndose camino por mis entrañas y en una segunda embestida me llenó con su carne palpitante hasta lo más hondo, haciéndome maldecir y lanzar gemidos como si estuviera poseída. Se quedó un rato quieto, dentro de mí, sintiendo cada milímetro de piel, disfrutando y, por primera vez, sonriendo de la imagen que tenía ante sí, una mujer poseída y al borde del abismo. Me miró fijamente a los ojos y volvimos a quedarnos serios, melancólicos, decadentes, amantes, mientras comenzábamos el juego por todos conocido. En cada embestida yo notaba que me quedaba sin respiración, su polla penetraba mis entrañas y sus ojos penetraban mi alma de forma que era completamente suya, podría haber hecho lo que quisiera de mi, estábamos desatados, solté mis manos que tenía aprisionadas y le rodeé fuertemente con mis piernas y mis brazos, quise tenerle tan adentro que no pudiéramos estar más cerca. Él me abrazó todo lo fuerte que pudo y, con su sudor y su saliva en mis pechos, su aliento cálido en mi cara y mi cuello, mis uñas desesperadas en su espalda y aquella enorme polla a punto de estallar dentro de mí, comenzamos un último frenesí de embestidas en el que no podía aguantar más.

  • Me voy, mi amor, me voy, me voy a correr, ahhh… ¡¡Ahhhhh!!

Quiso poner marcha atrás y el primer chorro cayó sobre mi clítoris y mis labios pero yo ya había perdido la razón y en un movimiento rápido volví a encauzar su polla, que ya era mía, hacia mi coño desbocado. En cuanto percibí el calor de su leche dentro de mí, llegó la sacudida, un orgasmo brutal que me hizo gritar y retorcerme mientras mi corrida se mezclaba con los últimos chorros de su leche caliente y dulce… ¡¡¡¡Aaaaahhhhhhhhh!!!! Caímos pesados como el plomo sin dejar de abrazarnos. Nos habíamos vuelto locos, pero en ese instante nada importaba, nada más allá de nuestros cuerpos. Seguimos un rato tocando nuestros sexos, jugando con nuestros propios fluidos, como si no acabáramos de creernos lo que acababa de ocurrir. Nos sonreímos, nos besamos y yacimos toda la noche desnudos, cuerpo con cuerpo.

Ahora lo sé… La presa era yo.

Epílogo

Estimados lectores: este relato nació de una eminente necesidad de plasmar en líneas lo que pasaba ayer noche (jueves) por mi mente, mi corazón y mis entrañas. En principio iba a ser un pequeño relato pero, conforme iba escribiendo, no pude dejar atrás ningún detalle y cuatro palabras se convirtieron en páginas. Espero que lo que lo hayan leído hasta el final lo hayan disfrutado como lo disfruté yo escribiéndolo. Todo lo narrado es real, excepto por un pequeño detalle: todavía no ha ocurrido, de momento todo esto sólo ocurrió en mi mente mientras le veía tocar el vals de Nino Rota en el concierto de los jueves, pero el otoño llegará y, una lluviosa noche de jueves, Él será mío.