The Elder Scrolls IV: El viaje a Silorn

Segunda parodia de un fanfic realizado por mi sobre de Elder Scrolls IV, Oblivion. Si no conoces el juego, puede que te pierdas un poco. Procurare que se pueda leer aunque no se sepa de que va el asunto. Espero que os guste, gracias por leer.

Este es mi segunda parodia, a su vez, de mi segundo fanfic de The Elder Scrolls IV, Oblivion. Espero sinceramente que os guste.

Amanece. La sangre siempre tiene un brillo misterioso cuando amanece…

Por suerte no es mía. Al menos la mayor parte. Joyce ‘Crimsy’ y Kayleyna me acompañan en esta misión.

Como ya os dije en otra ocasión, soy Hasser, hijo de Haaner, el Cruzado de los Dioses aquí en Tamriel, por lo que debo recorrer viejas ruinas, ciudades Ayleyd, fuertes imperiales diseminados por Cyrodiil, minas abandonadas (otras no tanto) y lugares por el estilo. Para que, os preguntareis, iba nadie en su sano juicio a hacer nada semejante? Bien, cuando aquí en Cyrodiil los nueve Dioses decidieron hacerme su cruzado, me concedieron ciertos poderes, que me convirtieron en uno de los guerreros más mortíferos de Tamriel, y si quiero conservarlos debo ser un santo, jamás pasarme de la raya, no escupir, no tirar basura… Os hacéis una idea. Y esto incluye ir con mis ocho caballeros (cada uno sirve a uno de los ocho dioses primigenios, y yo al noveno de ellos, Talos.) por todo lo largo y ancho de Cyrodiil de mazmorra en mazmorra imponiendo la voluntad de los Dioses, masacrando inocentes criaturitas como vampiros, trasgos, muertos vivientes, y demás seres del campo, así como buscando reliquias sagradas.

El caso (siempre me voy por las ramas, perdón) es que el Profeta de los Dioses nos ha venido a informar a nuestro priorato-fortaleza del bosque del oeste de que en las cercanas ruinas de Silorn un grupo de vampiros estaban tratando de corromper una espada de hielo consagrada a Julianos, que debía ser recuperada a toda costa, y de paso debíamos limpiar de vampiros el lugar.

Por desgracia, todos mis caballeros y caballera estaban ocupados, pero previendo estos casos, ‘limpiamos’ el cercano fuerte Bota Negra, y lo reformamos, adaptándolo como 2º sede. Allí mandamos a todos los que aspiran a ser caballeros de los nueve, pero la orden esta completa, así que creamos un cuerpo, el Ejercito de los Nueve, donde se alistan voluntarios de todo Cyrodiil para servir a los Dioses. Son muchos, de momento superan el centenar por una veintena, todos comandados por el comandante Joyce. Le llamamos Crimsy porque es un vampiro, como Janus, el conde de Skingrad, de esos que se alimentan de malvados o animales, y que hace buenas acciones. Lo de Crimsy es una referencia a sus ojos carmesí. El caso es que como yo estaba libre, le encargue reunir a 12 voluntarios, el se designó el primero, para irnos todos a Silorn.

Así partimos ayer al amanecer a aquestas hermosas ruinas de Silorn, confiando en los Nueve y en nuestras hojas de plata bendita. Joyce llevaba un colgante encantado, regalo de mi amigo Kirim, con el que no ardería con el sol como sus congéneres. Llevaba una cota de Mithril, y los guanteletes, grebas y botas reglamentarias de la Orden. Lucía su pelo blanco peinado hacia atrás, untado en grasa de troll, y sus blancos y relucientes dientes centelleaban como una estrella matutina. A día de hoy, sigo sin tener muy claro de qué raza es...

Los otros 11 voluntarios eran un par de Guardas Rojos, Domingo y Augusto, con sus gruesas armaduras pesadas reluciendo bajo la túnica de la Orden, de blanco lino con el emblema del diamante rojo en su centro. Ambos eran altos y musculosos, y su brillante piel de ébano contrastaba con la blancura de sus ojos y dientes. El primero siempre llevaba sus negros rizos sueltos, sin yelmo alguno, mientras que el segundo, de cabeza afeitada y perilla siempre bien recortada, llevaba su poderosa cabeza embutida en un yelmo de acero. Portaban sendos mandobles, pesados, afilados y mortíferos.

Tras ellos llegó el joven Sheid, un clérigo bretón tímido y despistado, cuya capilla, la de Cadlew, había sido arrasada por los Nigromantes. Me lo encontré temblando entre un montón de cadáveres, con el hábito manchado de sangre y orina, gimoteando por su vida. Al abrir los ojos y ver ante si al Cruzado Divino, se postró a mis pies y me rogó que lo protegiese. Me lo llevé al priorato y la hermana Avita lo puso a cargo de la capilla del fuerte Botanegra. Es un muchacho de unos 17 años, asustadizo pero inteligente. Condenadamente inteligente. Tiene el cabello castaño claro, de media melena, que le enmarca el rostro dulce y tímido de un muchacho de su edad. Sus ojos, de un azul claro, siempre van ocultos por unos relucientes Quevedos, que siempre se está ajustando. Llegó al punto de reunión cargando con diversos cacharros de alquimia y recolección, pues se apuntó a esta misión para recoger polvo de vampiro y otras substancias científicas.

Cuando estaba a pocos metros del resto del grupo, pisó su hábito pardo y blanco de la Orden y perdió el equilibrio, haciendo volar sus trastos y provocando las risotadas de los tres bárbaros que le seguían: Tuckarrock, un enorme orco, experto en martillos y combate mano a mano, musculoso, con algo de barriga fruto del aguamiel destilada en la posada de Faregyl, que frecuentamos todos, sus negras trenzas orcas cayendo por el bajo de su yelmo orco, su amado martillo Susy al hombro, su armadura orca, de las mejores de Tamriel, centelleaba con destellos dorados, también bajo la túnica con el blasón de la Orden; Sigfroid, el curtido nórdico, es el perfecto prototipo de mi raza: alto, fuerte, ojos claros como el cielo de Skyrim, rubias trenzas desparramándose a ambos lados de su cabeza, coronados por una cinta de piel de Underfrykte, que le rodea la cabeza, barba hirsuta y rubia, nariz ancha y expresión alegre. Cada brazo de este titán son como troncos macizos, y es especialista en hachas, tanto de mano como pesadas. Vestía la armadura reglamentaria, junto a unos guantes y botas de piel, recuerdos de Skyrim, y ceñidos al cinto y a diversas correas, dos hachas de mano, un escudo de piel, y un hacha pesada de ébano.

Al lado de ambos, caminaba con una sonrisa por el accidente de Sheid Rick, un mago de espadas imperial, que llevaba el conjunto reglamentario al completo, mas una capucha parda para recordar su papel de mago. De ojos negros y barba de dos días, es sin duda el más ``normal´´ de nuestro grupo. Cae bien a todos y sabe como pasar desapercibido o hacerse extremadamente notorio. Su pelo castaño caía en mechones lisos cercando su rostro, de unos 30 años. Al cinto llevaba una espada larga de acero, seguramente cargada de conjuros, y una bolsa con gemas del alma cargadas y listas, para reponer la magia de las armas y armaduras del grupo.

Tras el llegaban los encargados de las monturas para esta misión, el arrogante altmer Lleroid, alto incluso para su raza, con su katana akavir al cinto, sus dorados cabellos al viento enmarcando sus ojos rasgados y la fineza de su piel, y con una túnica morada con el blasón de la orden. Por debajo presumiblemente llevaría una cota de mithril, como acostumbraba. Lo seguían galopando y tirando de las monturas del resto el argoniano J'skey, con su rostro de reptil torcido en una mueca de desagrado por ir a caballo. Preferiría ir corriendo, estoy seguro. Su erizada cresta escarlata y sus orejas membranosas le conferían un aspecto más animal que humano, y su cola estaba enroscada al vientre del animal que montaba. Llevaba solo las grebas de la orden, y el pecho desnudo, cruzado por varias correas en las que llevaba ganzúas y diversos tipos de dagas, desde estiletes emponzoñados a hojas benditas. Tras él, la siempre malhumorada joven imperial que nos superaba a todos en magia de destrucción, la mago de espadas Miriam. Llevaba el pelo rojo rapado por la nuca, dejando caer mechones largos a los lados, enmarcando su bello rostro pecoso. Sus ojos, verdes como esmeraldas, escrutaban inquisitivamente al grupo que ya se había congregado en el claro, y frunció el ceño al ver a su viejo rival Rick palmoteando la espalda de Sheid. Sus generosas formas estaban comprimidas en una armadura de cuero duro, con un colgante con la forma del diamante rojo adornando su generoso escote.

Cuando llegaron, ataron a los caballos a un enorme roble y nos sentamos a esperar al resto. Pasado un rato, Joyce reparó en el joven bretón que dormitaba en la copa del roble bajo el que nos sentáramos, Fred el misticista, experto en conjuros de silencio e invisibilidad. Con razón no lo habíamos visto. Sus verdes cabellos, teñidos con una variedad de raíz Matalobos, estaba cortado al estilo recluta, y su túnica verde de mago novicio lo mimetizaba con la copa del anciano árbol. Su piel clara y sus ojos verdes favorecían un enorme éxito entre las mujeres, para desconsuelo de sus camaradas masculinos.

Pasada una hora, todos estaban sacando comida de sus alforjas y petates y comenzaban a apalancarse en el apacible claro. Yo me impacientaba, pues la espada de Silorn no aguantaría eternamente los conjuros de los vampiros. Encaré a Joyce y le pedí explicaciones.

H-Joyce, me puedes explicar quien coño es el último voluntario y que le ha ocurrido para llegar una hora y media tarde a una misión de prioridad uno??!

J-Tranquilízate, Hasser, amigo mío- me dijo sin volverse mientras coqueteaba con Miriam- la última es Kayleyna, o sea que tenemos otra hora laaarga por delante-dijo sin dejar de sonreír y dar en la boca una fresa a la pelirroja-.

H-Permitiste a Kayleyna unirse a esta misión?? Por el amor de Talos, Joyce! Esta misión es importante, necesitamos a gente seria!- mientras decía esto, Tuckarrock, Domingo, Augusto y Sigfroid, borrachos como cubas, hacían el pino y contaban chistes obscenos entre risotadas.

J- Ahhh, tienes que relajarte, Hasser. Miriam, le ayudas?

Yo seguía despotricando, y gruñendo cosas ininteligibles en nórdico, provocando los silbidos de Sigfreud, y Miriam, sin inmutarse ni variar un ápice su expresión estoica, me tomo por la mano mientras yo seguía refunfuñando, y me llevó tras unos abetos. A la media hora, volví con una sonrisa de oreja a oreja, silbando el himno nacional de Cyrodiil(el que sale en los créditos de inicio) y abrochándome las grebas, y me uní a mis borrachos camaradas, y Miriam apareció al poco tirando del borde de su peto de cuero para cubrirse sus grandes y blancos senos con una mano, mientras con la otra limpiaba una sospechosa substancia blanca de la comisura de sus rojos y brillantes labios. El joven Sheid, ante la visión de esos pechos desbordándose de la coraza de la Imperial, soltó un chorro de sangre a presión por la nariz, provocando la carcajada general de los borrachos patanes que seguían haciendo el pino(entre los que por desgracia me incluía), y las sonrisas de Rick y J'skey. Lleroid enrojeció ante la evidencia de un bulto en su túnica bajo la cintura al ver de esa guisa a su compañera, tras lo cual acudió a aliviarse tras el roble, mientras se oía su entrecortada respiración y un insistente Frrrp, frrrp, culminado con un jadeo ahogado y un potente disparo de esa extraña substancia antes citada, que impactó en el ojo derecho del dormido Fred, que despertó gritando a pleno pulmón, se cayó del árbol y corrió en círculos gritando ''Por Dibella, que alguien me quite esto!! ARGH!!'' De nuevo, risas de los borrachos. En estas estábamos cuando una aguda y inocente voz gritó:

K- Vaya, que animado está esto! Tengo que venir de misión más a menudo.

Todos los cruzados nos giramos a la vez ante la llegada de Kayleyna, salvo Fred que continuaba corriendo en círculos. Ante nosotros estaba la joven arquera bosmer Kayleyna, de Valenwood. Sus ojos azules brillaban con picardía en el centro de un rostro dulce e inocente, enmarcado por una sedosa melena rubia, cortada a la altura de los hombros, revelando un suave y delicado cuello rosáceo, ante el que muchos han babeado(y no solo vampiros.) Siguiendo en orden descendente, sus delicados y suaves hombros daban paso a un enorme par de bellezas, grandes y opulentos como dos sandías de temporada, que nos habían hecho soñar cosas maravillosamente sucias a la gran malloría de la Orden, enfundados en una blusa negra escotada, con un colgante de la Orden en medio. Sus delicados brazos estaban enfundados en unos largos mitones negros que cubrían desde por encima del codo hasta la mitad de los dedos. Seguía una minifalda del mismo color, que revelaba unas hermosas y torneadas piernas de gimnasta, acostumbradas como estaban a saltar de árbol en árbol por Valenwood hasta la rodilla, por debajo de la cual llevaba unas botas de combate, del color de todo el conjunto, con un cuchillo metido en la izquierda. A la espalda llevaba un carcaj y su arco élfico encantado, que con el cuchillo eran todo su armamento(si descontamos sus atributos). La blusa revelaba un vientre plano y juvenil, y por la espalda consistía en varios cordeles entrelazados, por lo que se podía ver la mayor parte de su delicada espalda, que remataba en un redondeado y prieto trasero, que hacía las delicias de los varones de la orden(y de alguna damas) al verla saltar y columpiarse por las ramas.

La piara de borrachos enmudeció a su llegada, y los que seguían haciendo el pino se apresuraron a tumbarse boca abajo y aparentar inocencia. Sheid, que había conseguido taponar su hemorragia con papel, los expulsó a una velocidad de perdigones, seguidos de un nuevo torrente sanguíneo, que fueron a impactar en el desgraciado Fred. Yo me apresuré a levantarme y corrí hacia ella. Reuniendo la autoridad que fui capaz, le dije:

H-QUE HORRRAS SON ESTAS, SEÑORRITTA?- cierto, estaba borracho...- LLEVO TANTO TIEMPO CALIENTE QUE HE TENIDO QUE TIRARME ALALALA-me quedé así unos segundos- A LA AMARGADA DE MIREIA!-Mireia?- TIRA INMEDIATAMENTE PAL CABALIO, QUE TENEMSO QUE MATAR VAMPIRROS. MIRA, AJI HAY UNO! -mientras decía esto, señalaba una acacia. Lo lamento de veras.- MUERE, PERRO! TOMA CABEZAZO!-por eso-.

Cuando dejé de chillar de dolor, y mis hombres dejaron de reírse, me incorporé tambaleándome, encaré a Kayleyna, que no dejaba de mirarme sonriendo y le dije:

H- Ahorla, ahorla tu vas a pagar potr tu retraso. Agutín! Viernés! Ayudadme con esta putilia!

Mis borrachos camaradas y yo agarramos a Kayleyna, que no opuso resistencia alguna, al contrario, nos miraba divertida con una picara sonrisa.

H- Te vamos a jechar un polvo por clada cuarto de hora que llegaras trade! Cuanto ha sido, Lloyd?

J- Joyce.

H- Pues él, da igual, pero que alguien me lo digo!

J- En cuartos de hora? Pues unos 11.

H- Muy blien! Nos toca a un povlo por cableza!

J- En realidad, no, señor. Somos doce, contándote a ti y sin contar a Kay.

H- Mluy bien! Pues se resuelve bien facil! Sheid, tu no flolias.

S-Eh? Por que yo!?? Que no yazca con ella Miriam, que es mujer!

H- Yazca? En serio? Pero qulien habla así?

J- Normalmente, tu, Cruzado.

H- Callate, Lloyd! En cualquier caso, tu erresh un sosainas, hasta con el tojo de Miriam se lo pasará mejlor que contigo. Bueno, comencemos.

Acerqué mi rostro despacio al de Kayleyna, rozando sus labios con los míos, dejando que el alcohol me nublara y hablase y actuase por mi. La ahogué con un ardiente beso, que la hizo perder el aliento. Mi lengua danzaba toscamente en su pequeña boca, que se dejaba invadir divertida. Me quité los guanteletes y comencé a acariciar sus delicados hombros. La elfa no oponía resistencia alguna, y miraba divertida como el Cruzado Divino se hundía en los pecaminosos placeres de la carne y probaba el fruto prohibido. Mi mano izquierda bajó por su espalda hasta las correas que sujetaban su blusa, y con dedos temblorosos y torpes por el licor, lo desabroché de pura chorra, dejando caer la prenda hacia delante. Sus senos botaron, libres al fin de esa prisión de tela. Era una visión celestial, que secó a todos los alucinados borrachos las gargantas y hizo que comenzasen a salivar. Sus pequeños pezones, enmarcados por una aureola pequeña y semi invisible, eran de un rosado pálido, y estaban tiernos por la excitación perpetua de la elfa y el roce de la tosca prenda. Acerqué mi boca a ellos despacio y con torpeza, y los comencé a besar con cuidado. Mi barba de dos días hizo desaparecer por completo el tierno pezón, por lo que la imagen era la de un enorme y hermoso seno, redondo, pesado y liso, tan solo mancillado por un nórdico borracho adherido a él. De la boca de mi subordinada se escapaban pequeños gemidos de gatita, que fueron acallados por un beso de Sigfreud, que se había unido junto con Tuckarrock al castigo de la impuntual elfa. Su otro seno fue devorado por los inquisitivos labios de Rick, que se unió junto con Fred y Lleroid. El cerrajero argoniano miraba la escena con poco interés, ya nos ha manifestado varias veces que solo lo atraen las argonianas. Peor para él. El boqueabierto Sheid miraba la escena desangrándose a chorros, mientras que Joyce, que no perdía el tiempo, se follaba tranquilamente a Miriam contra un árbol cercano. El vampiro siempre había sido famoso por sus dotes de seducción, pero esto ya era excesivo. Si no estuviese tan borracho, me habría preguntado cono demonios había conseguido Joyce en dos escasos minutos desnudar completamente a Miriam y trincársela tan contento. Pero tenía mis propias preocupaciones...

Joyce no podía dejar de contemplar a la bella joven que tenía ante si. La pálida muchacha pelirroja estaba completamente ensartada en él, rodeándolo con sus blancas piernas por la cintura, y sujetándose con los brazos a sus hombros. Sus grandes pechos botaban con alegría ante las embestidas salvajes y descontroladas del no-muerto, mientras su pequeña vagina recibía como buenamente podía los envites del ariete de carne del experimentado hombre que la poseía. Con los ojos cerrados por el intenso placer y el ligero dolor que le producía la postura y el árbol, por no hablar de las embestidas de su amante, se dejaba arrastrar por el placer carnal, y hacía algo que solo hacía cuando practicaba el sexo: sonreír.

Bueno, volvamos a mi. Ya no podía aguantar mas, y me separé de los pechos de mi amiga, que inmediatamente fueron asediados por mis compañeros. Levanté su minifalda hasta su vientre, dejando al descubierto el inmaculado jardín prohibido de mi camarada. La voz de los Dioses me sonaba ya muy lejana, y el fruto estaba ya tan cerca... Con urgencia, bajé mis grebas lo suficiente como para sacar mi hinchado y dolorido pene, machacado tras taladrar un buen rato a Miriam, pero ahora sollozando por poder entrar en Kayleyna. Lo acerqué despacio a su llorosa entrada, que hacía rato que estaba más que dispuesta a recibirme. La comencé a penetrar despacio, disfrutando la sensación de ser abrazado por el cálido sexo de la muchacha. De los labios de mi compañera, sellados por los de Sigfreud, se escapaban pequeños gemidos, que nos enardecían a todos. Mi generosa y palpitante espada seguía entrando sin detenerse en el cuerpo de la cálida elfa, hasta que dio con el tope de mis caderas. Comencé a entrar y salir de ella, disfrutando del sonido del golpeteo de la húmeda carne contra carne, y de el rostro rebosante de placer de mi subordinada. Tenía el rostro ladeado y enrojecido, y sus labios eran poseídos por el hambriento nórdico detrás de ella. Sus pechos, hasta ese momento devorados por mis hombres, eran ahora acariciados y amasados por mis manos, regalándome con su suavidad y su calor. Mis hombres se apartaron un poco para facilitarme la tarea. La agarré por sus firmes glúteos y comencé un rápido y profundo vaivén en sus entrañas, que me recibían gustosas. Mi ya completamente desnuda amiga cabalgaba feliz a su comandante, abrazada a su cuello y con la cabeza hundida en su hombro, sollozando de placer y lujuria. Los minutos se sucedían, y yo rogaba a los Nueve que nuestra cópula durase eternamente. Tal vez me oyeron, y se ve que me la tienen jurada, porque en esos momentos, tras casi una hora de amarnos, mi compañera de juegos me susurró:

K-Hasser, cariño, ya... ya... Casi estoy...

De pronto, caí en la cuenta de que mi hinchado pene estaba al borde de su resistencia, y estaba a punto de eyacular. Entonces, aceleré el golpeteo frenéticamente, preparando el clímax. Cuando una sacudida recorrió el cuerpo de mi amante y arqueó la espalda ensartándose hasta el fondo en mi, supe que había terminado, así que la penetré con todas mis fuerzas por última vez hasta que sus contracciones y mi excitación me hicieron eyacular salvajemente. Hasta 11 chorros llegué a sentir salir de mi, que inundaron de amor las entrañas de mi amiga. La posé con delicadeza en el suelo, aún temblando de gusto por mis embestidas. Mis hombres se cernían sobre ella como aves de presa, pero los detuve con una mano.

T- Pero señor, dijisteis que había que castigarla por su tardanza 11 veces! Que ha sido de las otras 10?

Yo miraba a la jadeante Kayleyna, y como los fluidos de nuestro amor se derramaban de ella formando un chaco entre sus piernas. Ya había tenido suficiente.

H-He eyaculado en ella 11 veces. El castigo se ha cumplido- dije recuperando mi lucidez-. Os compensaré, lo prometo. Cuando lleguemos a Silorn tendréis vuestra oportunidad.

Mis hombres rezongaron, pero, como siempre, acataron mis órdenes. Dejé descansar un rato a Kay, y a Joyce y Miriam, que ya habían terminado. Tras una media hora, nos acicalamos un poco en un río cercano, y los borrachos durmieron la mona un rato. Por fin, 4 horas tarde, montamos en nuestras monturas y pusimos rumbo a Silorn, a una misión que ninguno de nosotros sospechaba como terminaría.

CONTINUARÁ

Espero que os guste, me han vuelto a presionar para publicar, a ver que os parece!