Thailandia te quiero

Un hombre atrapado en la monotonia de su trabajo de ciudad tiene por fin la oportunidad de mudarse a uno de sus sitios soñados.

Cuando decidí mudarme a Thailandia tenía 31 años. Trabajaba como asesor económico en una empresa multinacional en alza con sede en Madrid. Las condiciones del trabajo eran tediosas, una de tantas oficinas llenas de cubiles donde te pasas encerrado el día entero. Por eso, el día que anunciaron que se iban a abrir 3 nuevas plantas en el sudeste asiático, mi vida cambió. Me enteré de ello por uno de los pocos amigos que había hecho en el trabajo. Estabamos tomando un café cuando dijo “¿os habéis enterado? Van a abrir nuevas plantas en Asia, está en el tablón de anuncios”. Iba a decir más cosas, las cuales no escuché porque salí disparado hacia el tablón de anuncios.

“Que esté, por favor que esté, por favor…” pensaba mientras recorría un pasillo a grandes zancadas… ¡SÍ! Los 3 países eran Thailandia, Vietnam y Laos. Si os soy sincero, a mi Vietnam y Laos me importaban un comino. Y ¿Por qué Thailandia? ¿Qué tiene de especial? Preguntaréis.

Desde hacía algo más de un año, a diario me masturbaba de forma casi compulsiva con videos de prostitutas thailandesas. Ya fueran mujeres normales, o transexuales. Aunque sinceramente, los videos que más me gustaban eran en los que aparecían estas ultimas. Ir a Thailandia era la oportunidad perfecta para satisfacer el primitivo deseo que me asolaba.

Por suerte para mi, la gente es muy pegada a la tierra, y muy pocos se ofrecieron para los puestos. Para mi, abandonar mi país natal no era una decisión difícil de tomar, nada me ataba a él.

La decisión la supe 1 mes después…me habían aceptado. Estaba radiante de felicidad. Me iría en verano, 6 meses después. Las comodidades que ofrecía la empresa facilitaban todo: te buscaban apartamentos individuales, perfectos para la discrección que yo buscaba. Los 6 meses se me hicieron interminables, pero por fin llegó la deseada fecha.

Cuando bajé del avión, lo primero que experimenté fue el despiadado golpe que provoca la alta humedad. Por mucho que a mi me gustase, no podía bajarme del avión e irme directo al famoso barrio de prostitutas de Bangkok que tanto vi en los videos. Tenía que ser cauto, y esperar.

Mi primer acercamiento fue un mes y medio después. Los españoles en la planta ya nos habíamos hecho grupitos de amigos. Un día, salimos a tomar unas copas cuando, en el viaje en taxi uno de ellos dijo:

-¡Hostia, mirad! Es el barrio ese, el de las putas

Por la ventanilla pudimos verlo. Era, a su modo, un espectáculo. Cientos de mujeres vestidas de forma provocativa paseaban por unas calles adornadas de luces de neón de las decenas de bares y “Salones de masaje”

-Mirad cuántos chochitos esperando un macho como yo

-Pero mira qué eres bestia…-dije yo

-¿Qué? ¿No quieres que vengamos luego? Menuda marica eres

-Que va, yo de esto paso…-mentí

Una vez en el bar, con unas copas de más en el cuerpo, el barrio volvió a la conversación. Así logré enterarme de más detalles.

-Dicen que allí hay incluso taxistas especiales que os llevan a ti y a la chica hasta un hotel o a tu casa

Tenía todo lo que necesitaba, podía pasar a la acción. Y pensaba hacerlo al próximo fin de semana. Cuando llegó el día, me vestí de forma comoda, con unos vaqueros, una camiseta básica y una chaqueta sport. Al fin y al cabo, no era el mejor sitio para ir vestido de forma cara si vas solo. Pedí un taxi, y le dije la dirección. A medida que nos acercábamos, aumentaban tanto mi nerviosismo como mi excitación. Bajé del taxi y paseé por la abarrotada acera, sin saber en absoluto qué hacer o dónde ir. En estas estaba, confuso, cuando una chica me paró. Iba vestida con una minifalda y top amarillos, al estilo cheerleader americana. Me dio un cupón del bar que estaba frente a nosotros, un bar con un letrero enorme de un cowboy.

Entré al bar, y al principio estaba sorprendido. Aquello era muy diferente a lo imaginado. Estaba lleno de hombres de negocios, y había muchas mujeres, si. Pero eran camareras o bailarinas. Me tranquilicé pensando que sería lo normal, al fin y al cabo no iban a estar follando en medio del bar. Me senté en la barrá y pedí una copa. Detrás de mí una chica bailaba en una barra.

Pasaban los minutos y a veces se acercaban chicas, pero no era lo que yo pensaba. Simplemente estaban ahí para “calentar”, y te animaban a pedir más copas. Pero no había la más mínima insinuación sexual. Estaba harto, eso no era lo que me esperaba. Por eso, a la siguiente chica que se me acercó, la aborde de forma directa. Casi todas ellas hablaban un inglés fluido, cosa normal viendo la cantidad de extranjeros que van. La conversación fue más o menos la siguiente:

-Oye, perdona, yo vine aquí buscando algo distinto…algo más personal

-No lo se…

-Verás…yo vine aquí por el sexo…

-¡Oh! Vale…y ¿Qué buscas?

-Ladyboy

La chica me sonrió y se fue, volviendo minuto y medio después. Amablemente me pidió que la acompañase. Por fin, por fin iba a tener lo que había buscado. Cruzamos el bar, llegando hasta un pasillo oscuro, en cuyo fondo había una puerta. “There, there” me dijo.

Crucé el pasillo y abrí la puerta. Tras ella, es como si hubiese entrado en un mundo alternativo. Estaba ante el mismo bar, o eso parecía. La estructura y el adornado era idéntico. Solo había 3 diferencias: La primera, el humo del tabaco cubría todo de una apestosa neblina. La segunda, todo estaba mucho más oscuro, logrando un efecto de intimidad en cada rincón que era tentador. Y la tercera, las chicas. Si bien en la anterior parte del bar las chicas vestían de una forma provocativa, en esta sección eso se llevaba hasta un nivel superlativo. Era como si hubiesen realizado una encuesta sobre los más oscuros deseos sexuales de los hombres y, en base a los resultados, hubiesen situado a las chicas.

Tras el shock inicial, me sentí absolutamente abrumado, igual que la primera vez que entras en una página de peliculas pirata. Tanto tiempo deseando esa amplitud, ese buffet libre, que luego te sientes abrumado ante las posibilidades y no sabes qué elegir. Una chica me cogió del brazo y me llevó a un amplio sofá en un lateral de la sala, desde donde podía ver al resto de la sala (salvo el resto de sofás), pero no ellos a mi. La pedí otra copa y me senté, a la espera de encontrar la adecuada.

Las chicas iban y venían, algunas se sentaban contigo en el sofá y dejaban que las metieses mano hasta cierto punto. La verdad es que vistas de cerca sentí una mínima decepción. Fisicamente eran todas muy parecidas, era difícil distinguir entre unas y otras, por tanto no podías elegir la belleza a la hora de elegir a una, puesto que todas estaban a un mismo nivel. Estaba algo frustrado cuando me di cuenta, no tenía por qué elegirlas por belleza, ya que todas me parecían igual. Tampoco por el físico, puesto que todas, y no exagero, todas tenían un físico idéntico. Muy delgadas, culos prietos y estrechos, pocos pechos, bajitas…

Así que, como desnudas me iban a parecer todas igual, decidí escogerlas por lo contrario, por cómo iban vestidas, además de buscar las que se saliesen de la norma común antes descrita.

Frente a mi tenía la primera candidata, la cual hablaba con una compañera. Alta, tacones negros, ligueros hasta la mitad superior del muslo, minifalda negra que dejaba ver parte de su pequeño culito. Tenía muy buen culo, con la carne justa para ver un balanceo al andar, pero sin dejar de ser pequeño. Arriba llevaba una camiseta de rejillas negra que dejaba ver sus pechos, de un tamaño perfecto, aunque operados seguramente. Remataba todo un rubio oscuro teñido. Era una chica realmente apetecible. “De momento esta” pensé.

La segunda candidata pasó poco después delante mio. De cara era bastante mas guapa que la anterior. De hecho, podría haber asegurado que era una mujer muy guapa, incluso para los cánones europeos, de no ser por sus exageradamente grandes orejas. De abajo a arriba, iba con tacones, unas mallas grises que aquí las mujeres usarían para ir al gimnasio. Muy apretadas, marcaban y realzaban su cuerpo. Seguramente la hacían tener mejor culo del que realmente tenía. Su punto fuerte, una camiseta de tirantes verde lima fosforita que dejaba ver dos cosas. Primero, una serie de tatuajes en la parte superior del cuerpo, una particular debilidad mia. Y lo más importante, un collar negro del que gustosamente colgaba una cadena para llevarla a gatas.

Fue la tercera la que, nada más verla, supe que tenía que ser ella. Físicamente, salvo de cara, era la menos atractiva de las 3, la más ladyboy. No tenía tetas, era completamente plana, y no tenía un culo mejor ni peor que las anteriores. Era lo exageradamente obsceno de su forma de vestir lo que me encantó. Vestía de una forma que era imposible no fijar tu atención en ella, incluso en un lugar como ese. Zapatos de tacón blancos, ligueros blancos y un bikini dorado. Ahí residía lo llamativo. Saltaba a la vista que no tenía tetas, y sin embargo llevaba un estrecho sujetador dorado que deseaba arrancar para morder y lamer sus inocentes pezones. Y en la parte de abajo, en el tanguita, estaba la guinda del pastel. El resto de ladyboy tenían pene, como era obvio. Pero de unas formas u otras consiguen colocarlo de forma que no parezca que lo tienen. Esta, sin embargo, llevaba el tanga unos centímetros por debajo de donde debería ir, y no se sujetaba el pene, de forma que este caía sobre la tela, creando un considerable bulto, como si un tronco cayese sobre una red colgada en el vacío. Para finalizar, llevaba un peinado en la llamativa línea del look. Con los laterales y la nuca muy cortos, rozando el rapado. Sin embargo, en la parte superior el pelo estaba cuidadosamente peinado formando un tupé ondulado hacia un lateral, en un look mas propio de las décadas anteriores a 1960 que de las posteriores. Tenía que ser ella.

Rápidamente apuré lo que me quedaba de copa y le dije a la chica que tenia sentada a mi lado que fuese a llamarla. Cuando vino pude apreciarla mas de cerca. Los labios eran mas carnosos que la mayoría de asiáticas, era perfecta. Sin perder el tiempo la pregunté cómo se llamaba. “Many”, me respondió. Hablamos sobre cuánto era su tarifa, y quedé sorprendido ante el realmente bajo precio, para un europeo. Se acababa de abrir ante mi un nuevo mundo.

Many se fue y volvió poco después con una gabardina con la que tapar su “uniforme”. Salimos del local juntos, lo que aproveché para pasar mi mano alrededor de su cintura. Debido a su delgadez y a las escapas capas de ropa que llevaba, podía apreciar perfectamente cada centímetro de su cuerpo. Me estaba volviendo loco. Con los transexuales normalmente busco ser yo el pasivo, pero con Many iba a ser las dos cosas, deseaba locamente ver cómo esa carita angelical me hacía una mamada.

Fuimos en taxi hasta mi apartamento. Al entrar, me preguntó que donde quedaba el baño. Mientras, yo me acomodé en la cama. Cuando salió pude contemplar la belleza exótica que era aquello para mi. A cada paso que daba, la marcada V de sus caderas se tensaba a cada lado, mientras su polla rebotaba en su prisión de tela. Yo, tumbado en la cama como estaba, abri mis rodillas y la ordené que se colocase entre ellas.

Ella había sacado de su bolso una pequeña botellita de lubricante, la cual vertió en pequeñas cantidades en mi polla. El tacto frio del lubricante  fue rápidamente contrarrestado por el calor de sus manos. Estas delicadas y pequeñas manos extendían el lubricante por cada cm de mi pene, y en mis testículos. Yo me estremecía de placer, arqueando mi cuerpo cada poco ante las oleadas de satisfacción que me invadían. En cuanto lo tuve suficientemente lubricado, Many se lo introdujo en su boca. Desde mi posición, aquella vista era inmejorable. Ver cómo me la chupaba era casi tan placentero como la mamada en si misma. Al poco, noté que estaba a punto de eyacular.

-¡Me corro, me corro!- la dije en inglés, imaginando que dejaría de mamar, haciendo que mi esperma cayese a borbotones sobre mi ombligo. Pero no, no paró. Llego el momento de la corrida y ella siguió chupando, yendo todo a su boca. Lo que hizo después acabó conmigo. Se lo había tragado casi todo, abrió la boca para enseñarlo. Con lo que quedaba, lo cogió con sus finos dedos y lo llevó hacia mi boca. Ni lo pensé: ávidamente chupé sus dedos, ansiando compartir el botin de aquella placentera aventura.

“Te toca” la hice saber. Volvió a coger su botellita pequeña, echándose parte del lubricante en su mano, con la que comenzó a masturbarse a una velocidad quizá demasiado rápida. De nuevo, volvió a humedecer su mano con el lubricante, pero esta vez para poder follarme mejor. Yo me coloqué cara arriba, para poder ver con todo detalle su cuerpo mientras me embestía.

Su pene era de un tamaño similar al mio, mas o menos 11cm y poco grueso. Eso hizo que la penetración no fuese nada dolorosa. Así, comenzó a empotrarme. En un momento dado, se echó sobre mi, quedando los dos abrazados, besándonos, mientras me penetraba. Su boca sabía a semen, me encantaba besarla. Así, unidos en uno, permanecimos hasta que ella sintió que iba a correrse; sacó su pene de mi y comenzó a masturbarse muy rápidamente. Al minuto, una serie de chorros salieron disparados, la mayoría me alcanzaron el pecho, y algunos la cara. Los que me cayeron en la cara los recogí y los saboreé. Ella se tumbó encima mio y lamió los que reposaban en mi torso.

Mi primera experiencia había sido mejor incluso de lo fantaseado. No tenia ninguna duda, iba a volver. Y tenía muy claro cual sería mi siguiente presa. No un ladyboy, si no 2. Así estaría doblemente ocupado.