Testimonios de ultratumba (Cap. 3 y último)

Tinín bucea en sus sueños e intuiciones intentando encontrar la clave del misterio que facilite el tránsito de Cristina a una dimensión mas elevada. Un encuentro casual y sus agudas dotes de observación facilitarán su trabajo, que llevará felicidad a muchas personas de su entorno, incluido él mismo.

A partir de aquel día estuve muy pendiente de cualquier brote intuitivo que surgiera de mi interior durante mi horario de trabajo, pero sin demasiado éxito inicial. Por mas que vigilaba cualquier interacción entre Fernando y los potenciales candidatos a ocupar su corazón todos ellos parecían flaquear en mas de un aspecto, y, en resumidas cuentas, el volátil motorista parecía perder el interés en sus flamantes conquistas tan rápido como éstas se dejaban penetrar por su incansable ariete; esa había sido la tónica de su bucle de seducción desde antaño, y no parecía que fuera a cambiar en un futuro inmediato. Sin embargo, tal y como Cristina me había advertido desde el andén de la estación, una serie de sueños recurrentes vinieron en mi ayuda, si bien su correcta interpretación era ya harina de otro costal; el mas recurrente mostraba a una vigorosa Cristina, vestida con un mínimo y sugerente atavío, ejecutando con precisión y un amplio despliegue de sensualidad la danza del vientre, sobre un escenario situado en un frondoso parque desde el que se divisaba una espectacular panorámica de la ciudad turca de Estambul. Cris estaba rodeada de varios bailarines cubiertos con máscaras para impedir su identificación, pero ella se mostraba de lo mas cariñosa con uno de ellos, que ejercía como su pareja oficial de baile, y del que destacaba su perfecto trasero en forma de media luna; ella parecía dar mucha importancia a este hecho, guiñándome el ojo durante su actuación mientras simulaba palpar las abultadas nalgas del bien plantado mocetón. Por mas vueltas que le di durante varios días no conseguí extraer ninguna pista a todo aquel sinsentido, sobre todo porque en el gimnasio no se enseñaban ese tipo de bailes, y, en todo caso, hubieran sido impartidos, casi con total seguridad, por otra mujer, con lo que las posibilidades de éxito en aquel embrollo se reducían de forma considerable.

La situación se mantuvo en un engorroso "impasse" durante casi un mes, hasta la feliz noche de viernes en que nos reunimos un grupo de clientes y trabajadores del gimnasio en el bar Laredo, situado justo enfrente del club deportivo, para celebrar el cumpleaños de una monitora y, de paso, hacer un poco de peña entre socios y profesores en horario extralaboral. Por primera vez en muchas semanas estuve departiendo de forma relajada con Fernando, en torno a un plato de bravas con tomate y un par de botellines de Mahou, y la conversación fluía a buen ritmo hasta que mi contertulio frenó en seco la tan animada como intrascendente conversación que manteníamos para mencionar, cabizbajo y con gesto compungido, una triste circunstancia que habríamos pasado por alto el resto de los presentes de no haberla comentado Fernando.

  • Esta canción de Pereza, "Lady Madrid", era la favorita de Cristina, que en paz descanse, y siempre estaba tarareándola por lo bajo a cualquier hora del día o de la noche- y empezó a canturrearla en baja voz, siguiendo el estribillo principal:

La estrella de la mañana,

lo mas rock'n'roll de por aquí,

los gatos andábamos colgados

de Lady Madrid...

En ese preciso instante supe que aquello debía ser otra señal de lo alto, y que ella no podía andar lejos de allí, aunque nadie mas que yo pudiera verla, y, si bien eché un rápido vistazo por el modesto local atestado de gente sin reparar en su presencia, un relámpago de intuición me llevó a fijarme en el espectacular trasero de Ramón, el monitor de yoga y Pilates del centro, que llevaba puesto un pantalón de chándal blanco con la leyenda SO HOT en letras doradas cruzando la parte mas hermosa de su anatomía. Y entonces caí en la cuenta de que el bueno de Ram cumplía con creces todos los supuestos que Cristina había impuesto para la persona que debía conquistar a Fer. No sólo era guapo hasta decir basta, además era simpático, asertivo, entusiasta, y la clase de persona que parecía estar siempre de buen humor y dispuesto a echar una mano a quien requiriera sus servicios. Y en aquel momento fui yo quien hizo potestad de los mismos al robarle un minuto de su tiempo para conducirle ante Fernando, que, por un instante y de modo milagroso, pareció enrojecer a ojos vistas ante la presencia del guapo profesor, a quien, curiosamente, mis compañeros de limpieza rumanos y yo llamábamos en privado "el turco", por su relativo parecido físico con un cotizado actor de telenovelas de esa nacionalidad, muy famoso también en Rumanía y el resto de países balcánicos por sus papeles de héroe romántico. Todo parecía conectar a aquel magnífico ejemplar de ser humano con el misterioso enmascarado de mi sueño de ambiente oriental, y la reacción vergonzosa de ambos al ser obligados a mantener una breve conversación me dio esperanzas de que de allí pudiera surgir una historia de amor en condiciones.

  • Fer, tu siempre te estás quejando de dolores de espalda crónicos, y de fastidiosos tirones en la pierna afectada por el accidente, y aquí tienes a la persona que te puede ayudar a liberarte de ellos, a base de paciencia y siguiendo sus indicaciones sin titubear - y señalé hacia Ramón, que bajó la cabeza de forma notoria al entablar contacto visual directo con Fernando, abrumado quizás por el magnético atractivo físico de aquel casanova de gimnasio. Por un momento pensé que, por arte de magia, aquel tiarrón de músculos como castillos se había transformado en una tímida doncella a punto de entablar conversación con el galán que debía llevarla al altar.

Una nueva canción empezaba a sonar en la radio del bar, y no podía ser otra que el "More than friends" de mi paisana Inna. Se trataba de una música alegre y desinhibida, repleta de buenas vibraciones y que presagiaba excitantes momentos de intimidad entre ambos.

"From the first time that I saw the look in your eyes,

I've been thinking about you for all of this time,

Wo-ah, tonight, tonight we could be more than friends"

  • Bueno, yo no puedo prometer milagros - reconoció el musculado profesor - pero si te apuntas a clases de yoga sin duda vas a ver mejorar de manera significativa la movilidad de la pierna dañada en el accidente, el estado general de la columna vertebral y hasta notarás un fortalecimiento notable de los abdominales medios y superiores, lo que no es poco en tus actuales circunstancias.

  • La idea me parece bien - confesó Fernando apurando su jarra de cerveza, sin dejar de mirar de manera insistente a los expresivos ojos negros del monitor de yoga - pero lo que yo necesitaría en estos momentos es un "personal trainer" que me adiestrara en esta disciplina oriental, en la que confieso estar un poco pez...¿te animas a ello, Ramón?. Te advierto que si se trata de una cuestión de dinero, soy muy buen pagador; desde que tuve el accidente de coche considero a mi cuerpo el bien mas preciado, por no decir el único que verdaderamente poseo, y no reparo en gastos para intentar regenerarlo y poder recuperar los niveles de bienestar y rendimiento físico anteriores a aquella aciaga noche.

Ramón estudió con detenimiento la generosa oferta, intercambió con Fernando un par de significativas miradas cargadas de futuras promesas, que no me podían pasar inadvertidas de ninguna de las maneras, y ambos prosiguieron su incipiente conversación, ajenos incluso a mi propia presencia. Encantado con la buena marcha de mis proyectos de celestinaje, me borré de en medio con la excusa de saludar a unos conocidos al fondo del local; a medio camino, sin embargo, me sobresalté con el sonido de una voz familiar que me llamaba a gritos desde el interior de la barra del local. Era Alvaro, el hijo del dueño del local, que deseaba saber si podría contar con mi presencia en el bar el próximo miércoles, para presenciar el partido de vuelta de cuartos de final de la Champions League entre el Barca y el Atlético de Madrid.

  • Contamos contigo para celebrar la segura victoria atlética - me conminó desde el otro lado del mostrador en actitud imperiosa - por favor no nos falles, que pasamos lista...

  • Si es que no depende de mí, tío, si mi jefe me deja salir antes ese día, tal y como se lo pedí hace ya dos meses, allí estaré plantado frente a la pantalla de plasma como una seta, de lo contrario me tendrás limpiando letrinas con el auricular pegado a la oreja, siguiendo el partido por la radio - le expuse, sin demasiada convicción de éxito por mi parte, pues mi jefe era un hueso duro de roer.

Sin embargo, en los días siguientes, una serie de hechos poco habituales reafirmaron la poca confianza que me quedaba en el lado puramente racional de la existencia; lo primero que me llamó la atención es que Fer y Ramón se habían convertido de repente en uña y carne, y Fernando no paraba de hablar maravillas de las manos mágicas del profesor de yoga, y de la mejoría que estaba experimentando, ya desde la primera sesión, en su estado general de salud.

  • ¿Sólo sus manos son mágicas? - le interrogué en un aparte a la salida del gimnasio, mientras se disponía a retirar el candado a su moto.

El rostro de Fernando resplandeció por primera vez en mucho tiempo, buscando con tiento las palabras justas que expresaran el cúmulo de sensaciones que estaba experimentando, quizá por primera vez en su vida, al lado del atractivo monitor.

  • La verdad es que me cuesta explicar con palabras la sensación de felicidad tan increíble que estoy viviendo en estos momentos junto a este pibe. Parece mentira que hace sólo seis meses estuviera tumbado en una cama de hospital muerto de asco, roto de dolor, y sin ningún referente en mi vida tras la muerte de la pobre Cristina. Ramón me ha devuelto la vida...y todo te lo debo a ti y a tu genial idea de que me apuntara a clases de yoga con este pedazo de hombretón....que siempre me había puesto muy cardíaco, pero nunca pensé que el sentimiento fuera mutuo, como él me ha confesado que también le ocurría.

  • Bueno, en realidad deberías darle las gracias a una tercera persona... - dejé caer mientras arrancaba la moto, armando un ruido infernal.

  • Ah, sí ...¿a quien? - preguntó Fernando sin concederle demasiada importancia, pues Ramón se acercaba hasta ellos tras haber procedido a echar el cierre metálico de la entrada del local y a conectar la alarma antirrobos del mismo.

  • Je, je, tu quieres saber demasiado - contesté, de manera voluntariamente imprecisa - se dice el pecado, no el pecador...

Ramón se ajustó el casco auxiliar y se subió a la moto de su nueva pareja, perdiéndose ambos en la oscuridad de la noche, y yo me encaminé con paso decidido a la estación de metro mas cercana, convencido de haber llevado a cabo mi misión de manera satisfactoria. Pero aún quedaba por cumplirse la promesa de Cristina de conseguirme un amor verdadero a cambio de mis rudimentarios servicios como "celestino" improvisado. Y debo decir que cumplió con creces su promesa y que ese mismo miércoles se produjo el segundo milagro de consideración, cuando mi áspero jefe, en un rasgo de humanidad atípico en él, me concedió parte de la tarde libre para poder seguir el trascendental partido Barca-Atleti en directo en el bar Laredo. Alvaro no podía dar crédito a sus ojos al ver que me presentaba por allí a las ocho y cuarto, vestido de civil, y dispuesto a pasar una noche de celebraciones a saco, con barra libre incluida si nuestro amado Atlético derrotaba al pérfido equipo blaugrana; lo que al final se consiguió sin grandes alharacas, cuando en el minuto 6 de la primera parte Koke remató un pase de cabeza de Adrián que acabó en el fondo de la red, desarbolando por completo a la defensa azulgrana.

Nuestra alegría colectiva a partir de ese momento no tuvo límites, y las rondas de celebraciones y los cánticos conmemorativos se sucedieron a un ritmo vertiginoso durante las horas siguientes; el único que no consumió alcohol aquella noche fue el propio Alvaro, que se vio en la nada agradable obligación de conducir a sus borrachuzos colegas a rastras hasta sus respectivos hogares en su espacioso 4X4; curiosamente a mí me dejó para el final, una vez que había descargado todo el resto de mercancía defectuosa, sólo para descubrir que, una vez liberado de la incómoda presencia de mis compañeros de timba, yo empezaba a masturbarme con descaro en el asiento trasero, mostrándome quizá demasiado cariñoso con el conductor, que siempre me había puesto muy cerdaco, sin atreverme jamás a confesarle mis inclinaciones, por temor a su posible reacción adversa. Alvaro no quiso desaprovechar tan insólita ocasión, y, para mi sorpresa inicial, tratándose de un tío como él de completa apariencia heterosexual, se bajó del asiento del conductor, se sentó a mi lado en la trasera del coche y se lanzó a comerme la boca como un poseso.

  • Tu lo has querido, Tinín. Mañana no me vengas con arrepentimientos falsos, porque ya será tarde. Aunque no te enteres de nada porque llevas un ciego de cojones, la verdad es que me gustas un huevo y llevo dos años esperando un renuncio así por tu parte; lo siento, pero aunque esté mal lo que voy a hacer, este es mi momento de gloria y no voy a renunciar a él.

En realidad, pese a sus declaraciones altisonantes, Alvaro se mostró muy comedido aquella primera noche de intimidad, en vista de mi estado de ebriedad total, y la acción en sí se limitó a un par de pajas mutuas, muy al estilo Torrente, con abundante morreo incluido, eso sí, que resultó mas que suficiente para dejar claro que el sexo entre nosotros dos prometía alcanzar alturas estratosféricas a poco que nos lo propusiéramos. Y cual sería mi sorpresa cuando, al mediodía del jueves, despertamos los dos en mi apartamento desnudos y abrazados, en absoluto avergonzados de lo ocurrido, y sobre todo yo, que apenas recordaba gran cosa de la noche anterior. Pero todo había sido tan repentino y tan de contrabando que yo albergaba serias dudas de que de ahí pudiera surgir nada medianamente estable, por muy "atléticos" y campechanos que fuéramos los dos. Además, yo era consciente de que tarde o temprano mi apabullante sentimiento religioso cohibiría la libre expresión de sus sentimientos con mi, al parecer, insufrible piedad cristiana; siempre era igual, al principio todos decían que el hecho de seguir una determinada confesión religiosa no iba a afectar a nuestra relación, pero con el paso de los meses les quedaba mas que claro que lidiar con un ferviente seguidor de la religión ortodoxa es mas duro y conflictivo de lo que aparenta en principio.

Por eso me sorprendió el repentino interés de Alvaro en acompañarme a mi iglesia el domingo por la mañana, y en que, a cambio, yo hiciera lo propio y acudiera con él esa tarde dominical al popular Santuario de Santa Gema, situado en la madrileña calle de Leizarán. Y mi sorpresa fue doble al descubrir que Alvaro era, a su manera, un devoto creyente católico, rayano incluso con la superstición, prácticas éstas que tampoco se echan en falta en el abigarrado universo de la ortodoxia cristiana. Mi sensación inicial, nada mas acercarme a la entrada del templo, fue la de que ingresaba en un recinto sagrado y percibí un formidable subidón de energía en el ambiente, el mismo tipo de fenómeno sobrenatural que me había ocurrido de niño al entrar por vez primera en algunos conocidos santuarios ortodoxos rumanos. Alvaro pareció contagiarse de inmediato del balsámico misticismo del recinto, y, apenas se santiguó y puso un pie en su interior, sin mediar palabra alguna, cayó de rodillas como fulminado por un poder invisible sobrenatural, y recorrió en esta singular postura el extenso tramo de pasillo que le separaba del altar mayor, en cumplimiento de una imprecisa promesa que no podía, me dijo, retrasar por mas tiempo.

  • En realidad le prometí a Santa Gema que si me concedía el don de convertirte en mi pareja, siendo ambos buenos cristianos y hombres rebosantes de fe, por lo que no debía hallar motivos de censura en nuestra unión, yo a cambio recorrería en acción de gracias el pasillo central de su santuario de rodillas y encendería unos cirios en recuerdo de este día tan importante en nuestras vidas.

Yo asentí con la cabeza, emocionado con su explicación, que interiormente compartía, y en ese mismo instante comprendí que sí, que Cristina no me había vacilado después de todo, y me había concedido el inmenso honor de ponerme en contacto con el amor de mi vida, el único que aceptaría de buen grado el acendrado sentido cristiano que marcaba de forma indeleble toda mi trayectoria vital.

Y no hizo falta ir muy lejos para comprobarlo, porque, cuando nos disponíamos a encender unas velas en honor de tan glorioso encuentro, una mujer joven vestida íntegramente de negro y cubierta por un velo, que se encontraba arrodillada rezando con la cabeza gacha en el primer banco de la iglesia, alzó de pronto la vista, apartó el tocado oscuro de su cara y, al cruzarse nuestras miradas por un momento, creí percibir en su hermoso rostro los rasgos inconfundibles de la difunta Cristina, sonriendo dulcemente en señal de agradecimiento. Fue sólo cuestión de segundos, porque cuando me di la vuelta de nuevo tras cumplir con la segunda parte de la promesa de mi compañero, en el banco aquel no quedaba nadie, y estoy plenamente seguro de que, de haber efectuado una encuesta a los devotos de la santa italiana presentes a nuestro alrededor en aquella hora mágica del crepúsculo, todos ellos habrían contestado a buen seguro que no fueron conscientes en modo alguno de la presencia de aquella misteriosa mujer de negro, arrodillada, rosario en mano, frente al altar mayor de la iglesia.

FIN