Testimonios de ultratumba (Cap. 2)

Tras hacer el amor con Fernando en su propia casa, Constantin comienza a vivir todo tipo de sucesos paranormales relacionados con la figura de Cristina, la fallecida novia de Fer, que tiene un importante mensaje que darle y no repara en medios para llamar su atención hacia su etérea presencia.

Sin embargo, lo que debió haber sido una tranquila noche de sueño profundo y reparador en un lecho de proporciones colosales se convirtió, por obra y gracia de las circunstancias, en una terrorífica jornada que viví con verdadero pavor y aprensión, sin dar crédito a lo que estaba sucediendo. La primera pista de que algo extraño sucedía en esa casa me llegó hacia las tres y media de la mañana, cuando desperté de pronto al escuchar un ruido intempestivo en el salón contiguo, cuya puerta estaba entreabierta. Yo habría jurado que estábamos solos en aquel apartamento de 120 metros cuadrados, y así me lo había dado a entender el propio Fer desde el primer momento; sin embargo, pese a que me di media vuelta en la cama y traté de fingir que no había escuchado nada, en seguida un ruido constante, como de muebles siendo arrastrados por el suelo, y un sutil murmullo de voces en estado de febril agitación que parecían proceder de la habitación contigua llamaron mi atención; era incapaz de identificar las voces de los hablantes, ni de descifrar lo que decían a esa distancia, pero parecía una pareja joven manteniendo una violenta discusión...¡en el propio salón de la casa!.

Sentí como un escalofrío recorría todo mi cuerpo cuando una figura espectral de aspecto femenino que parecía flotar, mas que caminar por la habitación, se dirigió a grandes zancadas en un estado de nervios evidente hacia el gran armario de puertas correderas y procedía a abrirlo, llevándose consigo una serie de prendas aun colgadas de sus respectivas perchas. Lo mas extraño de esta situación es que la puerta del armario seguía cerrada, pero yo podía escuchar perfectamente el ruido de las perchas al ser descabalgadas de su colgador y los gritos acusadores de aquella joven, que no dejaban lugar a dudas de su enorme enfado:

  • ¡No pienso ser tu puta tapadera, Fernando! ¡Esto se acabó para siempre!¡Sal del armario si tienes cojones!

No cabía duda de que aquella presencia femenina no podía ser otra que la de la malograda Cristina, que parecía revivir un episodio especialmente traumático de su vida, truncada por la adversidad a los 26 años. Lo mas curioso y aterrador de la escena es que la voz de la persona con la que estaba presuntamente discutiendo, y que le respondía a gritos desde la puerta del salón que no podía dejarle tirado en esos momentos, y mas aún con un niño en común de camino, era la del propio Fernando, que, en un tétrico ejercicio de bilocación, se encontraba a su vez tumbado en la cama junto a mí, ajeno a lo que sucedía a nuestro alrededor, y con todos los signos externos de encontrarse en un estado de sueño profundo. Yo estaba a la vez acojonado y fascinado por el imprevisto espectáculo que se estaba desarrollando ante mis ojos, y demasiado asustado como para poder reaccionar de manera normal; estaba petrificado e incapaz de modular sonido alguno, tapado con la sábana hasta la altura de los ojos y sorprendido de que, con semejante escándalo teniendo lugar a nuestro alrededor, mi compañero de habitación no hubiese despertado ya de su letargo. Por fortuna para mí, la aparición no pareció notar en absoluto nuestra presencia en el dormitorio, y, como si se tratara de una escena rescatada de una película antigua y rebobinada para la ocasión, pude escuchar de manera nítida el resto de la conversación, las acusaciones mutuas de infidelidad, la velada amenaza por parte de ella de abortar el hijo que esperaba o las lágrimas desgarradoras de Fernando implorando perdón, que le alejaba por completo de su imagen de chulo castigador habitual. Después, el ruido aterrador producido por las ruedas de una maleta de viaje sobre la tarima del pasillo, las voces de la pareja discutiendo a viva voz en el recibidor, el sonido de unas llaves en la cerradura de la puerta de entrada y, por último, un súbito portazo que retumbó en toda la casa con un ruido sordo. Y, tras esto, el silencio mas inquietante que yo hubiera sentido jamás, un silencio con olor a muerte y despedida.

Me senté en la cama en gayumbos, intentando racionalizar todo aquello que había presenciado en los últimos diez minutos, y pellizcándome para comprobar que no lo había soñado ni me encontraba en un estado de duermevela; desperté a Fernando a base de empellones y le interrogué sobre si había escuchado algo de lo ocurrido en aquel apartamento, pero él, somnoliento y descreído, parecía mas bien molesto por haberle despertado por esa tontería; ante mi insistencia, no obstante, encendió un momento la luz de la mesilla para comprobar que todo estaba en orden y que el armario seguía cerrado, se encogió de hombros y musitó que habría tenido un mal sueño y que todo eso eran imaginaciones mías, volviendo a apagar la luz y a dormirse casi de inmediato. Ni que decir tiene que, aunque ya no se produjeron mas fenómenos de ese tipo durante el resto de la noche, yo no pude pegar ojo, y no paré de dar vueltas en la cama, intentando encontrarle un sentido a aquellos hechos tan extraños, sin conseguirlo. A la mañana siguiente me levanté muy temprano, con los primeros rayos del alba, y procedí a vestirme con total sigilo mientras Fernando remoloneaba un rato aun en la cama; tras calzarme las botas Dr. Martens y abrocharme la cazadora de G-Star, me armé de valor y decidí asomarme al interior del saloncito, pero, para mi asombro, allí no había rastro alguno de la tensa escena de la noche anterior. Por mas que rebusqué en todos los rincones, no quedaban restos del jarrón o cenicero de cristal que una histérica Cristina estrelló contra la pared, haciéndole añicos en el momento álgido de la discusión, y las perchas metálicas que, supuestamente, la novia de Fer había desperdigado a mala fe por el suelo de la estancia también brillaban por su ausencia; ni que decir tiene que no permanecí ni un minuto mas en esa casa encantada y salí a la carrera rumbo a la puerta de la calle, pero, cuando estaba ya casi a punto de alcanzarla, algo llamó mi atención desde un marco de la pared del recibidor. Y sí, allí estaba ella, Cristina, sonriendo a mandíbula batiente desde una foto tomada años atrás en alguna playa tropical, como advirtiéndome, sin ningún tipo de acritud, que no iba a resultarme tan fácil librarme de ella y de su recuerdo.

No volví a comentar este tema tan escabroso con Fernando, o con nadie mas, de hecho, puesto que ni yo mismo podía explicar a ciencia cierta lo ocurrido, y no existían pruebas tangibles de lo ocurrido.

"Debió tratarse de una alucinación momentánea" - admití para mis adentros como la explicación mas plausible - "al fin y al cabo yo estuve haciendo el amor y después descansando en la misma cama en la que la pobre Cristina había dormido junto a su novio tantas noches durante sus cuatro años de convivencia como pareja estable; la tensión subyacente a este hecho incontrovertible me condujo, sin duda, a esta alteración temporal del funcionamiento del hemisferio izquierdo del cerebro, sustituyendo las habituales señales recibidas por el lóbulo frontal por otras procedentes de un estado especial de ensoñación caracterizado por su brutal realismo, que las haría parecer reales a los ojos de cualquier observador."

Desde aquel día traté de evitar a Fernando a toda costa, y acudí a mi iglesia con mayor asiduidad si cabe, temeroso de haber interrumpido el sueño eterno de los muertos con mi inesperada presencia en el lecho preconyugal de la pareja. Comencé a soñar, noche sí, noche también con Fernando y Cristina, en una serie de pesadillas que les mostraba continuando la discusión previa en el Mini Cooper de Cristina, que circulaba de noche cerrada a toda velocidad por lo que parecía una autovía próxima a Madrid, hasta que en un momento dado, en medio de una tormenta de insultos y reproches, y con Fernando tratando de convencerla de que diera media vuelta a toda costa, pude ver como, en apenas una décima de segundo, una furgoneta de reparto se empotraba literalmente contra el vehículo por la puerta del conductor, seccionando a la infortunada joven y atrapando durante un par de horas interminables a un inconsciente Fernando entre un amasijo de hierros incandescentes; con ocasión de estos vívidos sueños solía despertarme envuelto en sudor y con palpitaciones, pero, para mi desgracia, aquellos desagradables fotogramas nocturnos no serían los únicos motivos de preocupación en mi vida a partir de entonces.

La primera señal de que algo no cuadraba en mi realidad cotidiana surgió un día en que me encontraba trabajando en el gimnasio, y, mas en concreto, pasando la aspiradora por el pasillo que comunica con la sala de "spinning"; tenía puestos los auriculares del móvil, a través de los cuales escuchaba música pop rumana, por dos razones: la primera, por no perder contacto con mi idioma materno y mi cultura de origen, y la segunda, y no menos importante, porque los grupos y artistas musicales rumanos son muy brillantes y están reconocidos como tales en muchos países de Europa y Oriente Medio, habiendo dado al mundo figuras tan célebres como la sensual Inna, los gurús de la electrónica Deepcentral, Connect-R, o el productor Edward Maya, que obtuvo un enorme éxito internacional en 2011, a medias con la cantante Vika Jigulina, gracias a un pegadizo tema llamado "Stereo love", mas conocido por la gente como "la canción del acordeón". En esta ocasión estaba sonando un tema bilingüe en inglés y rumano de la guapísima cantante Antonia Iacobescu, titulado "Hurricane", cuya letra, ignoro la razón, me recordaba en cierto modo a la tormentosa relación de pareja de Fernando y Cristina: "our love is like a hurricane, got it swirling around in my brain..."; había subido el volumen al máximo para permitirme distinguir la letra por encima del monótono ruido del aspirador, por lo que, absorto en mi tarea, apenas reparé de pasada y sin prestar atención en la sutil figura de una joven sudorosa, que salió de la concurrida clase impartida por Dani envuelta en unas simples mallas de color negro y avanzaba por el pasillo a paso lento; la verdad es que pensé, según se acercaba, que su rostro me resultaba en cierto modo familiar, pero seguí a lo mío, respondiendo a su saludo, inaudible para mí en esos momentos, de manera mecánica y sin levantar la cabeza, hasta que noté una repentina ráfaga de aire helado al pasar ella justo a mi lado, como si la temperatura en aquel pasillo hubiera bajado diez grados de golpe; me di la vuelta escamado y pude notar como la joven, de espaldas a mí, se dirigía hacia la puerta del servicio de señoras, dedicándome una sonrisa pícara, que a mí me resultó siniestra, antes de introducirse dentro. Entonces recordé de pronto que aquella chica era idéntica a la novia de Fernando, e incluso que Cristina había usado un maillot idéntico en las diversas clases a las que solía asistir en el gimnasio; me tapé la boca para evitar que un grito de terror me delatara delante de cualquier extraño, si bien en ese momento no pasaba nadie mas por allí, apagué la aspiradora y me dirigí a la carrera hasta el baño de mujeres, dudando sobre el paso a seguir a continuación. Yo estaba temblando como un flan, y cuando mi compañera de origen rumano Elena salió a los quince segundos de su interior, no pudo por menos que pasarme la mano por la frente para tomarme la temperatura corporal, comentando a continuación extrañada:

  • Pero Dinu, por el icono sagrado de Santa Parascheva, parece que hayas visto a un fantasma...¿te ocurre algo?; ¿y se puede saber que haces en la puerta del servicio de señoras?... ¿me buscabas a mí?.

Intenté a duras penas recomponer mi fachada, improvisando una respuesta lo mas convincente posible sin levantar sospechas acerca de mis posibles desvaríos mentales.

  • No exactamente, pero tengo un recado urgente de Dani para una chica de la clase de "spinning" y me pareció ver que entraba al baño hace menos de un minuto. ¿Está dentro por casualidad?

Elena se quedó pensativa durante unos segundos, antes de responder de forma categórica.

  • Pues ahora que lo dices, no; llevo varios minutos dentro y no he notado que entrara o saliera nadie en todo este tiempo. Lo siento, Dinu, pero debes haberte confundido de puerta, lo mas probable es que haya entrado en la cabina de masajes.

  • Sí, eso debe ser. Gracias por tu ayuda, Elena, voy a preguntar allí.

El encuentro definitivo con lo desconocido se produjo una noche de invierno en que regresaba a casa en el último metro de la noche, y, al parar en Atocha, se subió en el solitario vagón una joven muy pálida de aspecto casi ultraterreno, que fue a sentarse justo a mi lado, aunque el resto del convoy estaba a su disposición de haberlo deseado. Yo estaba algo adormilado para entonces, con la cabeza levemente ladeada en un gesto de clara fatiga, pero cuando sentí de nuevo aquella familiar sensación de frío polar que envolvía mi cuerpo según se acercaba esa enigmática presencia de aspecto completamente humano, vestida como tantas otras jóvenes de su edad aproximada, me incorporé en el asiento como un resorte y me la quedé mirando con los ojos muy abiertos, asombrado de su mera existencia post-mortem.

  • Pero...¿como es esto posible? - susurré casi en su oído, completamente transfigurado - quiero decir...¿como es posible que estés viva?

  • ¿Y quien te ha dicho que lo esté? - me respondió Cristina con el mismo tono de voz cantarín que yo recordaba de ella en vida - En realidad tu eres el único en este vagón que puede verme, tu fuerza espiritual te permite percibir cosas que para otros muchos parecen ciencia-ficción, pero que están ahí para quien haya recibido el don de poder verlas.

Miré a mi alrededor, y, en efecto, tuve la inquietante sensación de que los escasos viajeros presentes en el vagón ignoraban por completo la presencia de aquella figura de aspecto humano sentada a mi lado.

  • ¿Y que buscas de mí? ¿porqué quieres asustarme de esta manera?

  • No era mi intención asustarte, Dinu, sino llamar tu atención hacia mí; y la razón detrás de todo ello es que te necesito para un encargo que sólo tu puedes llevar a cabo - fue su lacónica respuesta, sin que en ningún momento enfocara su mirada perdida en mi dirección.

  • Cristina, creo que yo no estoy capacitado para ese tipo de misiones. Si lo que deseas es vengarte de mí por celos, te juro que yo no estoy interesado en Fernando, fue él quien me estuvo buscando las vueltas hasta que acabamos en su dormitorio... quiero decir en vuestro dormitorio, por supuesto.

Cristina miraba hacia el frente sin apenas parpadear, como si fuera una especie de robot andante, pero estaba allí, a mi lado, y su presencia era tan real como la del resto de pasajeros que nos rodeaban en aquel momento.

  • No hace falta que te justifiques, ya lo sé, tu has sido otra víctima de mi novio, igual que tantos otros antes que tu; y yo, tonta de mí, me negué a ver la realidad y a asumir lo inevitable hasta que fue demasiado tarde - me explicó Cristina en un tono crispado, que no presagiaba nada bueno.

  • Te refieres a la noche en que tuvísteis aquella discusión...

  • Sí, en efecto, aquella noche regresé antes de lo debido al apartamento, y me encontré a Fernando en la cama con otro chico. El pobre muchacho salió huyendo despavorido ante la escenita que le monté al desgraciado de mi novio, especialmente porque yo estaba embarazada de seis semanas y teníamos planeado casarnos antes de que naciera el niño, mas que nada para contentar a nuestras familias. Pero aquello era una vana ilusión, porque yo tenía en realidad otros planes en mente...

  • Y por eso le amenazaste con abortar y suspender los planes de boda.

  • Sí, y de ahí procede el origen de mis problemas... - Cristina guardó un prudente silencio antes de continuar con su explicación de los hechos - porque lo cierto es que fui yo quien le mentí a Fernando aquella noche, al no reconocer en ningún momento que llevaba casi un año, tal y como él sospechaba, viéndome en secreto con un amigo común, que era el auténtico padre de mi hijo, y con el que pensaba casarme apenas dos meses mas tarde. De hecho, aquella noche yo había acudido al apartamento a una hora en que se suponía que estaría vacío, para hacer las maletas y dejar una nota explicativa de mi decisión en la mesilla de noche, pero Fernando me lo puso a huevo cuando le pillé "in fraganti" con otro tío en la cama, un tipo de comportamiento que yo llevaba sospechando desde hacía un par de años al menos.

  • Pero te salió mal la jugada cuando Fernando se empeñó en salvar vuestra relación.

El rostro espectral de Cristina reflejaba de manera fiel la mezcla de emociones que le provocaba la evocación de los acontecimientos que condujeron a su trágico fin.

  • Sí, él nunca se da por vencido, e intentó convencerme a toda costa durante el trayecto hasta la residencia de mis padres en Torrelodones de que debíamos permanecer juntos por el bien del niño, y que la ruptura provocaría un escándalo enorme en nuestro entorno, y mas aún si me decidía a abortar o tenía el niño por mi cuenta y riesgo. Y yo no me atreví a confesarle en aquel momento de tensión extrema la paternidad real del hijo que esperaba - y una lágrima furtiva surcó su translúcido rostro de repente, al recordar al hijo que no llegaría a ver la luz del día - por miedo a su reacción emocional en un momento así. Pero, en un momento dado, Carlos, el padre real de la criatura, llamó a mi móvil mientras conducía por la carretera de La Coruña, y Fernando se empeñó en saber quien me llamaba a esas horas de la noche; tuvimos una violenta discusión, que terminó en un volantazo a destiempo, y el Mini destrozado por el impacto lateral de una furgoneta que se acercaba, a una velocidad excesiva, desde el carril de incorporación a la autovía.

  • Lo sé, Cristina, lo he soñado muchas veces estas últimas semanas y fue sencillamente desgarrador.

  • Entonces comprenderás que tienes que ayudarme a encontrar la luz que me permita pasar a otra dimensión mas elevada.

  • Créeme que me encantaría hacerlo, pero no se cómo podría servirte de ayuda un limpiador rumano de escasa cultura como yo - argumenté con toda la lógica de que fui capaz.

  • Tu no te preocupes por eso, Constantin. Lo único que me han indicado los "seres de luz" que me auxilian en esta tarea es que tu eres la persona indicada para llevar a cabo tan trascendental misión; y si ellos lo dicen, debe ser verdad, porque hasta ahora han acertado en todo lo que vaticinan.

Resoplé con fuerza, contrariado con la "buena nueva", en un último amago de rebelión, antes de darme por vencido y doblar la cerviz ante su fantasmal presencia.

  • Está bien, Cristina, acepto la misión, que remedio me queda...pero, ¿en que consiste realmente?

El rostro extrañamente pálido de la joven pareció iluminarse desde dentro con una luz difusa, mientras me explicaba entusiasmada las claves de mi esotérica misión; la verdad es que nunca pensé en verme envuelto en semejante trajín.

  • Verás, Tinín, según los "seres de luz" que me guían para salir de esta dimensión tan burda en que nos encontramos, en realidad no habría nada malo en expresar nuestra sexualidad según la naturaleza interna de cada uno, y el verdadero pecado consistiría en negar estas tendencias internas y actuar del modo en que la sociedad considera mas apropiado, sin tener en cuenta las inclinaciones propias de cada cual. Por todo este cúmulo de engaños y traiciones en mi relación con Fernando, y por haberle hecho sentir culpable por dar rienda suelta a su verdadera naturaleza sexual, ahora me veo en la obligación de reparar en lo posible el daño causado y la mejor forma de hacerlo, según me han aconsejado estas presencias, sería ayudarle a encontrar una pareja de su mismo sexo con quien pueda ser verdaderamente feliz.

Ante tamaña muestra de inocencia suprema por parte de sus superiores jerárquicos, no pude por menos que protestar enérgicamente, ante lo que consideraba un error garrafal de apreciación por parte de los que ella llamaba de forma lírica "seres de luz", o ángeles a secas en otras ocasiones.

  • Pero eso no es posible, Cristina, conozco bien a tu exnovio y es un tío muy promiscuo, incapaz de relacionarse de tu a tu con otro hombre, tal vez porque en el fondo no termina de aceptar su condición sexual.

  • Veo que vas bien encaminado, Tinín...pero mis maestros espirituales me han dejado claro que hay una persona de su entorno, y no eres tu precisamente, que tiene el poder de enderezar su vida afectiva y llevarle por el buen camino; los seres de luz me han prohibido que te de demasiadas pistas sobre el particular, para no alterar demasiado el libre albedrío de las personas involucradas, y lo único que te puedo decir es que le encontrarás en el gimnasio en el que trabajas y que debes convencerle de algún modo para que entable una relación de amistad con Fer...el resto surgirá por sí mismo, es una simple cuestión de química orgánica. La única pista fiable que me es permitido darte es que se trata de un hombre muy atractivo, poseedor de un cuerpo "alfa" en una mente de tipo "beta", y, por tanto, es una persona simpática, servicial y colaboradora por naturaleza; recuérdalo bien porque es un detalle fundamental para identificarle correctamente.

Seguí sus indicaciones con la mayor atención posible, hasta que, en un momento determinado, cuando el convoy paró en la estación de Alto del Arenal, la parlanchina joven se levantó de su asiento con paso grácil y se deslizó suavemente hasta la puerta del vagón, desapareciendo a continuación por el despoblado andén, no sin antes advertirme en tono festivo:

  • Y alégrate tu también, porque si llevas a cabo tu misión con éxito yo misma mediaré para que encuentres a tu vez a tu propia media naranja, te lo prometo. Pero el proyecto es complicado, y las únicas pistas posibles te llegarán a través de sueños e intuiciones, por lo que debes estar muy predispuesto a sintonizar los mensajes que te lleguen desde el hemisferio derecho del cerebro.

(Continuará)