Testimonio de una Ninfómana tardía

Una mujer madura frustrada en su matrimonio, descubre un nuevo mundo de aventuras y placer.

TESTIMONIO DE UNA NINFÓMANA TARDÍA

Ninfómana, según un diccionario, es una palabra que se utiliza para designar a una mujer que padece de furor uterino. Yo, durante la mayor parte de mi vida, he sido la imagen contraria a este concepto. De adolescente fui tranquila. Mi primera relación sexual fue a los 21 años, cuando estando un poquito ebria, un amigo se aprovechó de mí y no tuve novio hasta los 23.

Me casé con mi primer novio, cuando tenía 24 años y ahora, a mis 51 años, sigo casada con el mismo hombre, Flavio, con quien tuve dos hijas (actualmente de 26 y 24 años) que ya han hecho su vida.

Mi relación con mi esposo nunca fue muy fogosa. Y ahora, con el tiempo transcurrido, se ha enfriado aún más. Tenemos relaciones sexuales, si mucho, una vez cada dos semanas.

Mi esposo, diariamente, simplemente se acuesta, apaga la luz y se queda dormido, sin importarle mis necesitades. Esta situación, lo confieso, me tiene ya aburrida.

Una tarde, hace unos ocho meses, mi cuñado Bruno, hermano de Flavio, llamó a mi esposo y, muy emocionado, le informó que acababa de ganar en una rifa benéfica, dos pasajes, todo pagado, a Europa. La situación se hizo más eufórica, cuando Bruno invitó a Flavio a acompañarlo, ya que su propia esposa, Sandra, decía que no tenía ganas de viajar.

Después de muchos preparativos, los dos hermanos partieron de viaje y yo, después de despedirlos en el aeropuerto, decidí regresar a casa, para continuar mi vida. Nunca pensé que Sandra, mi concuña, tuviera otros planes.

  • Escucha -me dijo-, ahora que estamos de solteras, podemos corrernos una buena noche de farra.

La miré sorprendida y ella, con una sonrisa, continuó:

  • No me mires así. Hay que aprovechar la ocasión para divertirnos un poco. Y, a decir verdad, creo que lo necesitas.

  • ¿A qué te refieres? -pregunté.

  • Vamos, estoy segura de que no estás satisfecha con tu vida matrimonial. Tengo la impresión de que tu marido, en la cama, es tan frío como el mío. Así que creo que ya es hora de que goces un poco.

La miré con duda y tras unos momentos de reflexión, pensé que en realidad, ya era tiempo de que me divirtiera un poco.

  • ¿Qué propones? -le pregunté.

  • ¿Hace cuanto que no has estado con otro hombre?

Guardé silencio durante un momento, mientras mi mente recordaba a la única situación, en 27 años de matrimonio, en que había estado a punto de tener sexo con otro hombre, un auxiliar de la empresa donde trabajaba en ese tiempo, cuando apenas tenía ocho años de casada.

  • Hace mucho -respondí.

  • ¿Lo ves? ¡Ya es hora de que eches una cana al aire!

Pese a mis tiubeos, fui a cenar con mi concuña y, luego, ella me invitó a visitar un bar que parecía conocer muy bien. Nos colocamos en la barra, cerca de la pista de baile y pedimos unos tragos. Sandra revisó el horizonte en busca de alguna presa interesante aquella noche. Finalmente reparó en un par de jóvenes, menores de 30 años, que nos sonreían constantemente. Sin perder un minuto, mi concuña las invitó a acompañanos. Ellos se acercaron y pronto Sandra inició conversación con ellos.

Sandra, desde el primer momento, se apropió del chico más alto. Estuvimos platicando los cuatro durante unos minutos, hasta que el más alto propuso que fuéramos a sentarnos en una mesa apartada de la concurrencia. El que estaba con Sandra era un muchacho alto, blanco, espigado, con el pelo rizado y de color negro. El otro, que se sentó junto a mi, era de menor estatura, pelo lacio castaño, piel morena y ligeramente entrado en carnes. Dijo llamarse Kenneth y se me insinuaba de tal forma, que hacía que yo, no acostumbrada a esas lides, casi me derritiera allí mismo. No paraba de flirtear conmigo y salimos a bailar un par de veces. Mientras estábamos en la pista, se apretaba contra mí y me hacía sentir su erección.

Al terminar la música, él aprovechó y me llevó de regreso a la mesa, que se encontraba en una esquina oscura del local, donde comenzó a besarme, lentamente primero y con furia después. Mientras metía su lengua en mi boca, yo tomé la decisión más trascendental de mi vida y aproveché para recorrer todo su cuerpo con las manos, deteniéndome en su estupendo paquete duro, en el centro de sus piernas. Él, entonces, alargó su mano y comenzó a frotarme los pechos por encima de la tela de mi vestido, causándome una sensación de película.

  • Aaaaaaah -gemí-. ¡Sigue, no pares!

Él maniobró hábilmente con mi sujetador y me sacó una teta del escote, comenzando a acariciarla suave, pero eficientemente. Turbada por lo sucedido y temerosa de que alguien pudiera vernos, bajé mi mano hasta su entrepierna y con dificultad descurrí el cierre de su bragueta y metí mi mano, acariciándole la verga. Al sobar su miembro, sintí la humedad del líquido preseminal y la calentura de su cuerpo. Estaba entusiasmada a pesar de que en mi vida nunca había tenido una sexualidad muy activa. Pero estaba aquí e iba a disfrutarla.

Para mi sorpresa de pronto él, aprovechando que estábamos en una esquina oscura, se agachó y comenzó a chuparme los pezones con gran maestría. Yo estaba exaltada y me sentí en la gloria. Cada vez se metía la teta más y más en su boca y con la otra mano me sobaba el clítoris, estimulándome poderosamente.

  • ¡Asíiiiii! -exclamé-. ¡Chúpamela toda!

Sintiendo que yo estaba excitadísima, Kenneth interrumpió su labor y besándome en los labios, me invitó a ir con él a un lugar donde podríamos coger a gusto.

  • Ven -dijo levantándose y tomándome de la mano.

Salimos apresurados ante los ojos de Sandra que, desde la pista de baile, nos miraba sonriendo, con un aire de picardía. Cogidos de la mano nos metimos en la casa vecina al bar, que era una pensión. Pagó el uso de una habitación y corriendo subimos las gradas hasta el segundo piso. Apenas entramos a la habitación, comenzamos a meternos mano como desesperados. Nunca me había sentido tan excitada como en este momento.

Tras unos momentos, caímos abrazados en la cama desnudándonos con premura. Su verga saltó como un resorte cuando se quitó la ropa y yo, finalmente quedé sólo con las medias negras que llevaba. Nos abrazamos y besamos y, ya más lentamente, tomó él la iniciativa y yo me dejé hacer.

Se puso sobre mí y empezó a mamarme las tetas en forma fantástica al tiempo que me acariciaba el culo y la vulva y chupaba mi pechos en toda su extensión, con suavidad, acelerando a momentos y parando en otros. Era un verdadero experto chupando tetas. Con Kenneth sobre mí, sentía su precioso pene rozando mi piel, situación que aproveché para comenzar a masturbarlo con mi mano, acariciándole el glande. Gozando como estábamos, en la habitación solo se oían nuestros gemidos y suspiros. Mis manos se deslizaban por sus nalgas y, por delante, hasta su pene regordete y duro como roca.

Después de un rato de estarlo masturbando, su verga estaba a punto de estallar y me lo dijo, obligándome a detener la acción.

  • Esta bien... ¡hagámoslo! -dijo.

Me acostó de espaldas y abrí las piernas. Sin poder esperar más, comenzó a penetrarme despacio, buscando el máximo placer. Por fin, noté que había llegado hasta fondo y se tendió sobre mí, iniciando un suave vaivén que me volvió loca. Me acomodé a su ritmo y comenzamos a darle duro. La metía hasta el fondo, paraba, la sacaba casi del todo y volvía a enterrármela hasta el fondo. Era el delirio.

  • ¡Ooooooh, que gusto! ¡Échame tu leche! -grité.

El movimiento se hizo más frenético. La locura se había apoderado de los dos. Lo importante era alcanzar el máximo placer.

  • ¡No puedo más! -gritó-. ¡Te voy a lanzar mi leche!

  • ¡Aaaaaaaaay! -grité-. ¡No pares, no pares!

Noté cómo él se corría y me inundaba. Un segundo después, yo también exploté, prorrumpiendo en gritos de placer.

Cayó exhausto sobre mí y reposamos un momento, después del cual, nos vestimos y bajamos nuevamente al bar. Busqué a Sandra y no la vi. Kenneth preguntó al portero, que le respondió que había salido con el muchacho de pelo rizado y entrado a la misma pensión de donde nosotros habíamos salido.

Hubimos de esperarlos y, ya juntos, pasamos gran rato bebiendo y bailando. Al compás de música romántica, abracé estrechamente a Kenneth y, al rozarme contra él, sentí que en su entrepierna aquel bulto mágico había vuelto a aparecer de nuevo. Cuando regresé a la mesa, Sandra estaba igualmente emocionada. Fuimos entonces juntas al baño, donde intercambiamos opiniones e hicimos planes para una nueva ofensiva.

De regreso en la mesa, el joven de cabello rizado pidió cuatro martinis y todos bebimos con singular alegría. Luego Kenneth ordenó otra ronda. Al terminar las bebidas, pidieron otras más y pude darme cuenta de que nos estábamos poniendo francamente borrachos. Sandra perdía poco a poco la compostura y comenzó a hablar en abundancia y reirse sin parar. Kenneth y yo estábamos a cada segundo más cachondos.

De pronto, Kenneth me besó. Aquel beso duró mucho tiempo, me parecieron horas enteras y nuestras lenguas se trenzaron en duelo e intercambio de saliva. Sus manos comenzaron a recorrer mis pechos y fueron bajando por un costado hasta mi trasero. De reojo, veía cómo el otro joven besaba y abrazaba a Sandra y le metía mano por debajo de la falda.

Sin demorar ni un minuto más, Kenneth nos propuso ir a un motel, pero el otro joven propuso ir a su departamento. Sandra aceptó y yo, hubiera preferido el motel, pero ante lo dicho por Sandra, hube de aceptar también.

Salimos a la calle y nos dispusimos a partir en dos vehículos. Sandra y el de pelo rizado en el auto de Sandra y Kenneth y yo en su automóvil.

En el camino comencé a acariciarle la cabeza con mis manos, y en un momento, me acerqué a su oreja y la comencé a lamer con una pasión descontrolada. Su mano llegó hasta mi falda y comenzó a acariciar mi pierna. Metiendo sus dedos por la cara interna de mi muslo, fue subiendo y a poco hasta mi concha, que estaba jugosa y caliente. Mientras yo le lamía la oreja con mi lengua, mi mano abrió el cierre de su pantalón y extraje su verga, acariciándola con una suavidad que, según creo, a punto estuvo de hacerlo eyacular.

Kenneth detuvo el auto y yo bajé mi cabeza y comencé a chuparle el pene lentamente, acariciándolo con mi lengua, hasta que sentí que ya no podía más y se vio obligado a retirarme, para no terminar en ese momento. Yo, comprendiendo la situación, me recompuse sin decir nada y, al incorporarse, pude ver sus ojos nublados por el deseo.

Él siguió acariciando mi concha con su mano y me fui recostando en el respaldo, al tiempo que comenzaba a jadear y, de pronto, emití un bestial gemido, anunciando que un orgasmo me había invadido.

Apreté su mano entre mis piernas, me acercó más a él y lo besé. En ese momento le susurré al oído:

  • Vámonos de aquí... ¡Pronto!

Llegamos al edificio donde se encontraba el departamento de su amigo y subimos. No habíamos terminado de subir las escaleras, cuando ya estábamos besándonos nuevamente. Adentro, Sandra y el joven alto se habían adelantado y, con una botella de vodka, estaban preparando nuevas bebidas.

Muy pronto, Sandra estaba borracha como una cuba. Fuimos hasta la única habitación del apartamento, que tenía una cama muy ancha. Me sorprendí de ver que íbamos a estar juntos los cuatro, pero creo que estaba demasiado bebida para protestar.

Nos tumbamos en la cama los cuatro y comencé a desvestir a mi pareja, mientras Sandra se despojaba de la blusa, mostrando que abajo no tenía brassier. Kenneth y yo comenzamos una nueva ronda de caricias y pude darme cuenta de que estaba muy caliente, tanto como yo.

Besé a Kenneth y comencé a bajar por su pecho, ya desnudo, y a recorrer con mi lengua su abdomen. Le fui bajando el pantalón, hasta quitárselo por completo. Lamí sus muslos y sus rodillas, antes de finalmente subir hasta su boxer y removerlo por completo. Al descubierto estaba finalmente su verga rígida y erecta como un mástil, que acaricié superficialmente con la lengua, primero. Él emitió un gemido y yo apliqué mi boca y mi lengua directamente a su glande, mordisqueándolo y haciéndolo retorcerse de placer. Lo tomé por los muslos, mientras, me comí su verga una y otra vez, jugando a lo largo y ancho de su poste, hasta que, por sus espasmos y contracciones, supe que iba a tener un orgasmo.

Me detuvo. Se agarró firmemente la base de su pene y logró contener la eyaculación. Cuando se hubo serenado, subí de nuevo por su cuerpo, mientras él me desabrochaba la falda y yo terminaba de quitármela. De reojo vi a Sandra, boca arriba y por debajo del joven de pelo rizado, quién se la comía a besos en los pechos y el cuello, mientras la penetraba completamente con su pene en erección.

Finalmente, Kenneth me tomó por las caderas, levantándolas y sin misericordia, me comenzó a penetrar. No fue difícil, ya que estaba tan lubricada a causa de mi excitación, que su instrumento resbaló gozoso hasta mi interior. Sandra, mientras tanto, rugía de placer como una perra, y su pareja bombeaba más fuerte en su interior, que estaba en su propio sueño sexual con los ojos cerrados.

Sandra levantaba las piernas más y más, para que su amante llegara aún más profundo. Pocos minutos transcurrieron, antes de que ella se viniera entre jadeos. El joven de pelo rizado lanzó un gemido profundo, como señal de que su orgasmo lo había acometido también.

Luego vino el turno de nosotros. Bombeando sin parar, como un émbolo de carne, Kenneth no pudo resistir más y, sin poder evitarlo, eyaculó. Se corrió largamente entre mi vagina, sin interrumpir su rítmico movimiento de mete-saca. Unos momentos después, yo gemí largamente, indicando que mi orgasmo me acometía también.

Los cuatro nos desconectamos y fuimos presa de los efectos de la fatiga y el sopor alcohólico. No sé cuanto tiempo pasó, pero cuando reaccioné, vi que estábamos los cuatro allí, adormilados. Kenneth estaba en la orilla izquierda de la cama, dándome la espalda. Junto a mí, estaba el joven de pelo rizado y, hacia la orilla derecha, Sandra dormía profundamente.

Me incorporé y, al sentir mi movimiento, el joven rizado se despertó. Contempló la escena y, guiñándome un ojo, me dijo:

  • ¿Cambiamos pareja?

Debo confesar que el sexo con Kenneth había sido plenamente satisfactorio, pero el solo pensar en aquel intercambio, me provocó una inmediata excitación, mientras aquel joven contemplaba mi cuerpo desnudo y, con una sonrisa maliciosa, se dispuso a iniciar otra jornada de pasión desenfrenada.

Comenzó a acariciarme y yo reaccioné, correspondiendo a su accionar. La situación me provocó un morbo terrible y, rápidamente, comencé a devolverle sus caricias.

Kenneth, por su parte, se despertó ante nuestos movimientos y, al ver lo que pasaba, quiso hacer lo propio con Sandra, pero el exceso de licor y el agotamiento causado por el sexo, evidentemente habían sido demasiado para ella, ya que estaba profundamente dormida.

Para mi asombro, Kenneth entonces se volvió hacia mí. A pesar de estar sorprendida por lo inesperado de la situación, me sometí a sus caricias y lo abracé. El joven rizado reaccionó negativamente, pero Kenneth rápidamente lo convenció.

Nuestros labios se unieron en un beso que él hizo largo y profundo, mientras el otro joven comenzaba a cubrir de besos mi entrepierna. Kenneth se inclinó un poco y lamió y chupó mis pechos, pero yo me apoderé de su pene con mi mano, mientras él seguía devorando mis pezones, en una tarea que se me hacia gozosamente eterna.

Entre gemidos de placer, ya que estaba siendo atacada por partida doble, le sujetó su miembro a Kenneth, empezando a masajearlo con suavidad, endureciéndolo más, hasta que lo hice acercarse para poder comenzar a besarlo e, inmediatamente después, empezar a tragármelo.

Dentro de mi boca, pasaba mi lengua alrededor de su miembro, retirándome para apretar levemente con mis labios su glande y volver a tragármela por completo. Temblando de placer, tuvo que apoyarse contra la cabecera de la cama, para no caerse hasta el suelo.

No sé cuanto tiempo exacto estuve mamándole la verga a Kenneth, hasta que el otro joven dejó de mamar mi vulva y subió hasta poner su pubis a la par de mi cara, por lo que inicié una tanda de caricias sobre el miembro de mi nuevo amante, acariciándolo con la mano.

Pronto supe apreciar la magnitud del miembro viril del joven de pelo rizado, pues me lo llevé de inmediato a la boca, tragándomelo por completo casi tan rápido como me había tragado el de Kenneth.

Alterné un rato las caricias en sus miembros por igual, pero no tardé en dedicarme por completó al del joven rizado, a quien hice que se tumbara en la cama, para tragármela bien. Cuando me incliné sobre su miembro, que se elevaba como una torre, Kenneth me hizo un inconfundible gesto acompañado con un mucho más que sugerente movimiento de su cuerpo. Se situó detrás de mí cuando me arrodillé entre las piernas de su amigo. Apuntó su capullo a la entrada de mi vagina, y empujó.

Gimió con la verga del joven rizado aún en mi boca, cuando la verga de Kenneth me entró con gran facilidad. Me sujetó por las caderas y empezó a empujar como nunca antes había sentido a un hombre hacerlo. A mí, no solo no me importó la fuerza de sus embestidas, sino que las disfrutaba mucho.

  • ¡Así, así! -grité soltando brevemente el miembro que llenaba mi boca.

Después de varios minutos en esa posición, tuve una idea. Me erguí sobre el joven rizado y, liberándome del pene de Kenneth, lentamente me dejó caer sobre el erguido y orgulloso miembro del otro joven.

  • ¡Ohhh! -gritó él cuando comencé a subir y bajar a lo largo de su pene.

Excitado y masturbándose, Kenneth contemplaba cómo su amigo me cogía, hasta que decidido a no quedar de lado, se situó frente de mí, con las piernas bien abiertas para que siguiera chupándole la verga.

Tras unos momentos, retiró su miembro de mi boca y, bajándose de la cama, desapareció de mi vista. De pronto, lo sentí atrás mío, con la cabeza de su pene rozando mi culo. Al ver mi expresión de asombro, exclamó:

  • ¡Te voy a coger por el culo!

Nunca había tenido sexo anal, por ello sentí cierto temor, pero él se colocó rápidamente detrás de mi, que estaba inclinada sobre el pecho del joven rizado, con el culo parado. Kenneth comenzó a estimularme el ano con los dedos, haciéndome sentir más placer.

Colocado totalmente en mi retaguardia, apuntó con su miembro a mi entrada y presionó. Contuve la respiración cuando sentí la presión de su glande en la entrada de mi recto, si bien no noté la intrusión, hasta que introdujo varios centímetros de su miembro en mi culo.

Un leve gemido de protesta de mi parte, a causa del dolor que estaba sintiendo, hizo que se detuviera. Pero yo, muy caliente y excitada, lo mandé continuar:

  • ¡Sigue, no pares!

Con cuidado, fue introduciendo todo su miembro en mi einterior y comenzó a moverlo muy despacio, con precaución, mientras yo sentía que el dolor y la resistencia desaparecían muy rápidamente.

Llena por ambos extremos, sentía la furia desacompasada de los dos penes en mi interior. Mientras Kenneth me acariciaba los pezones con sus manos, los hice parar, para pedirles que se coordinaran y adoptaran un ritmo único para ambos.

Era la primera vez que me cogían por el culo y la cosa me encantaba. El joven rizado, que veía mi cara, podía dar buena cuenta de ello.

A esas alturas, tuve otro orgasmo y, cuando me recuperé, me moví nuevamente y seguí disfrutando mucho. Kenneth retrocedió su pene, casi hasta salir de mi ano, y apurada, le pedí:

  • ¡No! ¡No me la saques!

Él no había pensado sacarla, así que embistió con fuerza y penetré de un golpe hasta el fondo.

  • ¡Aaaaaaahhhh!! -gemí cuando su miembro me entró por completó, de un golpe, en mi ano.

Finalmente, llegó un momento en que ya no pude más y, en un nuevo y violento espasmo, me corrí.

  • ¡Oooooooooooggghhhh!!! -aullé.

Gruesos chorros de semen inundaron mis entrañas por detrás, al recibir la eyaculación de Kenneth. Un par de minutos despupes, el joven rizado gritó, pues se acababa de correr dentro de mi vagina. Cuando el pene de Kenneth fue perdiendo la erección, me desensarté, y quedé asobrada al tocarme, por sentir mi ano totalmente abierto y distendido. Me levanté, y cogiendo ambos miembros, los limpié con mi lengua y boca, con una pasión inusitada.

Tras un lago rato de reposo y sueño, me desperté y logré despertar a Sandra, para que pudiéramos irnos. Pedimos un taxi y regresamos a casa.

Desde entonces, Sandra y yo salimos casi todas las noches. Nuestros maridos regresaron, pero eso nos ha hecho variar muy poco nuestro nuevo patrón de conducta. Ahora nos sentimos realmente felices. Hemos vuelto a estar con Kenneth y su amigo (aún no sé el nombre) y con otros muchos hombres más.

Autora: ANASO

anaso111@yahoo.com