Testimonio

Puestos a confesar, contemos todo con pelos y señales

Jamás, Paco nunca me puso la mano encima, si es eso lo que usted quiere saber. Discutíamos, claro, como todas las parejas, pero nunca me trató mal. Sin embargo, con él era todo tan monótono, tan aburrido…Precisamente por eso fuimos allí. Fíjese, si le digo la verdad y con la perspectiva de estos meses, a mí también me parece raro… Paco y yo en un club de intercambio…Pero entonces nos parecía la última oportunidad de acabar con toda aquella monotonía. No crea que era algo meramente sexual, no, más bien al contrario. Con el tiempo habíamos aprendido a conocernos, a saber qué nos gustaba del otro y de nosotros mismos y nuestras relaciones eran, como suelen decir, satisfactorias. Sin embargo, poco a poco, aquello también estaba siendo conquistado por el hastío, por eso lo hicimos, como el que apuesta a la desesperada lo poco que le queda.

Tengo que reconocer que no fue como esperábamos, al menos al principio. Estábamos como perdidos en ese ambiente, con todas aquellas luces y aquellas sombras, usted puede imaginar, y esa gente, nosotros, que hacía años que no íbamos ni a una discoteca… Entonces fue cuando los conocimos, Graciela y Fernando. Ella es argentina, bueno, eso usted ya lo debe saber. Con ese acento tan gracioso y ese cuerpo tan proporcionado… me gustó en cuanto la vi. Para Paco, para mí. A mí las mujeres antes no… no vaya a creer usted, pero ella es de esos seres que te cautivan de buenas a primeras. También Fernando es un hombre atractivo, tan alto y serio, con las canas justas y ese cuerpo… no voy a decir atlético, pero para su edad está en forma, al menos a mí me lo parecía, aunque yo, acostumbrada a Paco, usted dirá. Pero sobre todo ella. El caso es que nos hicieron tilín. Nos invitaron a una copa y charlamos. Él es ingeniero, ella no trabaja. Se habían conocido en unas clases de baile. Tango, por supuesto. Les contamos que era nuestra primera vez, ellos, claro, ya tenían algo de experiencia. El caso es que si teníamos que hacerlo quisimos que fuera con ellos, tan simpáticos, de buen ver, y de nuestra edad, aunque Graciela creo que tiene cinco o seis años menos.

Al cabo de un rato pasamos al reservado. Usted perdone, pero es que esa palabra, reservado, me hace gracia, parece que una hubiera llamado y la estuvieran esperando. En realidad era una habitación bastante simple, con algún espejo y una cama enorme y terriblemente alta, tan alta que al sentarme con las piernas cruzadas mi cuerpo se venció hacia atrás. No me sentí ridícula porque Graciela dijo algo, ahora no recuerdo qué, para hacerme sentir bien. Ella siempre tiene la palabra justa, en cada momento. Nos repartimos como creímos que debíamos hacerlo, yo con Fernando y mi marido con ella. Los observé un poco, al principio, no mucho, porque cuando Fernando empezó con las caricias y los besos, no sé, me abandoné. ¿Cómo dice?, ¿que puedo obviar los detalles? A mi me parece que son importantes. Me desnudó con decisión pero sin prisas, como dejándome acostumbrar. La parte superior de mi vestido se enrolló en la cintura, él besó mis pechos, me reclinó sobre el colchón. Me sentí incómoda, pero no por mí, sino por él, por mis kilos de más, porque mi piel no es tersa como aparentaba la de Graciela. Sin embargo él parecía encantado. Cuando hice ademán de desnudarme de cintura para abajo me pidió que no me quitase las medias, pensé que querría rompérmelas y me dio pena, mire usted qué tontería, porque eran unas medias buenas. Pero no, algún defecto tendrá digo yo, pero no es de esos. Se incorporó, levantó mis piernas, y después de dejar caer los zapatos comenzó a besarme los pies. El empeine concretamente. Y de ahí, usted comprenderá, fue bajando. Si al principio me hacía cosquillas, después ya no sé qué era lo que sentía. Besó mis muslos como si fuesen firmes y torneados, luego dejó que terminara de desnudarme.

Mientras él se desvestía mi mirada buscó por la habitación a Paco y Graciela. Estaban sentados en un sillón, ella sobre él, me pareció que desnudos, no sé si ya habrían empezado…usted ya me entiende. Fernando volvió a mí ya desnudo. Sus manos se posaron en mi tronco, comenzó a acariciarme. Se arrodilló junto a mi cabeza, yo ladeé la cara, supuse que era eso lo que estaba aguardando. No sabría decirle si tenía un pene grande o simplemente normal, yo cerré los ojos, abrí la boca y lo acogí. Me ayudaba de la mano y movía mi cabeza despacio, sintiéndolo en mis dientes, en la lengua. Él no decía nada, tan sólo de vez en cuando pasaba alguno de sus dedos para retirarme el cabello que me caía sobre la cara, supongo que disfrutaba.

Él nunca dejó de recorrer con su mano mi piel. Al principio eran caricias sin más, perdidas en cualquier parte, luego ya fue concentrando sus intenciones en otros lugares, los pechos, mis pezones. Cuando su mano bajó hasta mi sexo, cerré las piernas reteniéndola ahí. De inmediato salió de mi boca, había adivinado que lo necesitaba en otra parte…Abrí los ojos para asistir al momento y vi, sobre la cama, un espejo que devolvía nuestra imagen, Paco y Graciela en su rincón, puede que hubieran cambiado de postura, no sé, con los reflejos no crea que me aclaro mucho… Lo que sí tengo claro es que estaba yo en el centro, yo con Fernando. Volví a cerrar los ojos, a perderme en mi penumbra, de todas formas para sentir su avance en mis tripas no necesitaba de muchos espejos…No sabría decirle, es extraño, porque yo sentía más o menos lo mismo que siempre, pero era distinto. Es decir, el calor era el mismo, por ejemplo, y los gemidos cuando sientes ese algo más intenso, y la boca seca, pero al tiempo era diferente, como si al pasar por mi cerebro los chispazos que se extienden por todo el cuerpo tuvieran otros matices. Es difícil de explicar.

No sabría precisar cuánto tiempo había pasado, a mí me pareció que poco, aunque igual hacía ya media hora que estábamos en el reservado, cuando al abrir los ojos de nuevo me encontré la sonrisa de Graciela volando sobre mí. Apenas había comenzado a sudar, y en aquel cuarto hacía calor, yo por lo menos estaba empapada, ¿de qué se ríen? Ah, perdón, mejor ponga que estaba sudorosa. Busqué con la mirada a mi marido, quería fulminarlo, reprocharle que hubiera terminado ya, no aquella vez, no con ellos. Sin embargo él estaba de espaldas, ajeno, volviendo a subirse el calzoncillo. Graciela comprendió mi frustración y me calmó con un beso, recuerdo que mascaba un chicle de clorofila. Al poco Paco salió de la habitación medio desnudo y dejándose la puerta abierta a por bebida. Si él había terminado, yo no estaba dispuesta a seguirle esta vez. Sobre todo entonces, que al incansable martilleo de Fernando se unía ella, con sus besos, sus miradas, sus caricias que sabían penetrar mucho más allá de la piel.

Ya le he dicho que a mi las mujeres antes no me atraían, pero ya no sé, igual es que nunca había estado con ninguna. El caso es que con Graciela no tenía que decir nada, ella parecía adivinar en cada momento lo que necesitaba. Fue ella la que pidió a Fernando que parara. Se tumbó sobre mí, sus pechos perdiéndose entre mis tetas, su vientre calmado contra el mío tan agitado, su coño imberbe frotándose contra mi pubis. Me sentía extraña, pero me sentía bien. No se retiró cuando Fernando volvió a la carga. Agradecí que, pudiendo entrar en el cuerpo de su chica volviera al mío. La breve pausa le había donado nuevos bríos. Me dolió tener que dejar de sentir el roce de su piel sobre la mía cuando con unos andares felinos caminó sobre la cama a cuatro patas. La vi acercarse; si me hubiera ofrecido su sexo hubiera aleteado en él, lo habría explorado con mis dedos, aunque no supiera cómo hacerlo. Pero no, tomó mi cabeza y la posó en su regazo, entre sus muslos, su coño como almohada. Quedó frente a Fernando, yo tumbada entre ellos. Veía la mirada de él, viajando desde mi cuerpo hasta la cara de Graciela. Luego él se tumbó sobre mí, levantándose sobre los brazos para no cesar de caer en mí. Hasta el final, una última tanda quizás más intensa. Luego ella se retiró, las mandíbulas de Fernando todavía estaban apretadas, le sacó el preservativo y exprimió hasta que un par de gotas espesas mojaron mi vientre. No sabría decirle cómo me sentí. Extraña, pero bien en cualquier caso. Cuando Paco regresó ya habíamos terminado, aunque remoloneábamos todavía desnudos jugando los tres.

Repetimos el encuentro un par de veces más, la primera también en el club, la segunda ya en su casa. Siempre con el mismo formato, nos separábamos por parejas, hasta que Paco terminaba siempre demasiado pronto y Graciela se unía a nosotros. La última vez incluso Fernando tuvo que terminar lo que mi marido había dejado a medias. Estando con ellos me sentía satisfecha, también en ese sentido que está usted pensando, pero mucho más allá. Me gustaba estar con ellos, tenían mundo, habían viajado, sabían hacer otras cosas que Paco y yo ni imaginábamos… Fue entonces cuando sucedió. Graciela me llamó, querían verme, a mí sola, sin Paco, recuerdo que dijo exactamente vos sola, sin tu marido, ¿sería posible? Yo no sabía qué pensar, con ellos me lo pasaba estupendamente, pero a la vez… Paco era Paco. Por eso, aunque me habían pedido que no le comentara nada, se lo dije. Le conté, ha llamado Graciela, a ti te excita verme con otras personas, le pregunté. Creo que no lo entendió, que al oír aquello él sólo pensaba en los pechos pequeños de Graciela, en sus labios carnosos, en volver a acostarse con ella. Entonces fue cuando me di cuenta, que para acceder a su mundo Paco estaba de más, que me era un estorbo, que tenía que quitármelo de en medio… ¿Me entiende ahora, señoría?