Testigo de la hermosura (8: Nombres y otras...)

Los cachorros y el profe siguen con sus juegos sexuales, pero Gonzalo se resiste. El atrevimiento de Oriol provocarà la separación del grupo.

TESTIGO DE LA HERMOSURA (VIII): NOMBRES Y OTRAS CARICIAS

A las nueve nos levantamos. Yo fui el primero, y luego, uno a uno, todos abandonaron la tienda. Gonzalo iba en slip. Por lo visto la prevención lo había empujado a vestir esa prenda durante la noche. El pequeñajo protestó.

-Vale, vale, ya me desnudo. Se me había olvidado.

Se quitó la prenda y la dejó sobre un arbusto. Oriol la fue a recoger y la olió por la parte del paquete.

-Eres increíble. Deja eso.

-No. Lo voy a hacer desaparecer.

-No seas tonto. En la mochila tengo más.

-También desaparecerán. Eres el tío más bueno de la acampada (después de mí, claro) y te debes a tus fans. Y estos me los quedo de recuerdo.

-Oriol, deja eso –intervine-. Pertenece al club de Fans de Gonzalo. Dame.

-¿Por qué?

-Porque yo soy el presidente del club.

-Pues yo el Secretario –dijo Jordi, desde lejos.

-Pues yo quiero ser... ...el guardaespaldas.

-Ni de coña te doy yo a ti la espalda para que me la guardes –respondió Gonzalo, de buen humor-. Si quieres puedes ser el tesorero.

-Eso. Entonces me quedo con esto.

Se quedó mirando un rato la prenda íntima del chico y finalmente la dejó sobre el arbusto. Comencé a preparar el desayuno mientras los chicos se lavaban en el río. Yo ya lo había hecho momentos antes. Observé que Gonzalo tomaba la pala americana y desaparecía un rato, asegurándose de que Oriol no lo siguiera. No, en estos momentos estaba salpicando a Jordi, que le gritaba algo que no se entendía porque tenía la boca llena de espuma de dentífrico. Se acercaron a mí por si podían ayudar. Estaba preparando un desayuno a la catalana (con el tomate restregado sobre el pan) y mientras untaban las rebanadas Oriol se puso a entonar una melodía sin letra. Lo estuve escuchando un rato, más atento a su voz que a lo que cantaba. Aún no había empezado a cambiarla, pero a la vista de su desarrollo sexual, no tardaría mucho.

-Tienes una voz muy bonita, muy limpia y bien afinada. ¿Cantas en un coro?

-¿Yo? ¿Cómo me iba a dejar mi madre cantar en un coro? Nada de lo que me gusta a mí le gusta a ella.

-No te preocupes. Pronto te dejará más tranquilo si encuentra al hombre de su vida.

-¡Se me había olvidado! ¡Las vacaciones de Agosto! Yo no quiero ir. Me voy a poner enfermo para joderle las vacaciones con el tipo ese. No, mejor, que se vaya de vacaciones y yo me quedo contigo.

-En Agosto no voy a estar en el Hotel.

-¿A dónde vas?

Jordi seguía la conversación con interés mientras le echaba aceite y sal al pan.

-A la costa.

-Barcelona está en la costa. Te vienes a mi casa y cuidas de mi. Mi madre te pagará por ello. ¿Qué te parece, Jordi? Tú te vienes también.

-A mí me mandan a Inglaterra a practicar inglés. Viviré con una familia de esas raras.

-¡Escápate, tío! Eso es un rollo. Los ingleses están todos locos. Algunos de mis amigos también van a Inglaterra, y cuentan cada cosa.

-Ya fui en año pasado. Se come fatal, y son bastante sucios, pero se meten poco contigo. Yo pasé más tiempo con italianos que con ingleses. Mis padres se aseguraron de que no tuviera contacto con españoles para forzarme a practicar. Pero en las casas vecinas no había más que italianos, y...

-Ahora comprendo por qué entiendes fácilmente los textos de las óperas.

Oriol interrumpió la conversación empezando a cantar otra vez con todas sus fuerzas. Mientras lo hacía reparé con extrañeza que Gonzalo había regresado del bosque y se dirigía hacia el río a lavarse. ¿Nunca dejaría de sorprenderme, el chaval? Volviendo la atención al pequeño, me di cuenta que lo que estaba cantando era el tema del Dúo de las Flores de Lakmé, una de las más bellas melodías que existen. Vi que Jordi se estaba lanzando también a cantar y se me ocurrió una idea. Ya que se trataba de un dúo, podríamos probar si los chicos serían capaces de cantar a voces. Oriol tenía una buena voz blanca, de soprano, y Jordi, aunque ya presentaba un tono más grave, podía asumir el papel de mezzo. Se lo propuse y se excitaron de inmediato. Gonzalo llegó en ese momento.

-¿Qué pasa?

-Gonzalo, tendrás el privilegio de asistir a un concierto en exclusiva –recalcó ceremoniosamente Oriol-: el fantástico dúo de Oriolo Follatori y Giorgio Mamatori, dirigidos por el maestro Follatori Máximo. Aquí está la batuta. ¡Maestro!

Me agarró la polla juguetonamente. Llevaba horas sin hacerlo, y el sosiego ya me sorprendía. Lalo no se enteró mucho de la propuesta, pero como el desayuno ya estaba listo empezamos a comer.

-Lávate las manos antes de desayunar –le dije a Oriol.

-¿Para qué? Si después van a venir los postres y...

Los postres llegaron. Una vez terminado el desayuno el chavalillo se acercó y me tanteó. Yo le indiqué con un gesto que pensara en Gonzalo, que estaba presente aunque un poco ensimismado.

-Mejor, que me vea cómo chupo- dijo entre dientes.

Abrió bien la boca y se la tragó. Saboreaba como si de un caramelo se tratara. Se puso cómodo, medio de lado para permitir que el madrileño lo viera, y cerró los ojos. De vez en cuando los abría para asegurarse de que el chico seguía ahí. Lalo se había dado perfecta cuenta de lo que pasaba, pero no quiso ceder. Se quedó pensativo, intentando disimular que seguía con atención la mamada, hablando en voz baja con Jordi. Como si se tratara de una conversación importante, los dos chicos fueron acercándose y el madrileño se acomodó de espaldas a nosotros. Oriol me estaba poniendo a tono, pero como la noche anterior yo sólo tenía ojos para el mayor. Lo veía ahora sentado en una roca, con su espalda tan ancha y recta, sus omoplatos, su pescuezo... y al lado, la gloria serena de mi niño, sonriente, encantado de tener una conversación más o menos íntima con el líder. Sentí celos. Una sensación extraña me invadió. Me hubiera gustado escuchar la conversación. Generalmente hablaba Jordi y Gonzalo asentía. Estaban los dos muy formales. De vez en cuando alguna pregunta. ¿De qué debían hablar? Sí, sentí celos, pero no sé exactamente si de uno o de otro. La relación de Lalo con el grupo siempre pasaba por mí, y ahora, en vez de sentirme adorado por la lengua experta del niño, que me estaba prodigando una felación memorable, me sentía inquieto. Creo que a Oriol le pasó lo mismo, porque cuando abrió los ojos y vio que sus compañeros charlaban apegadamente de espaldas a nosotros dejó de lamer y se fue, sin ningún disimulo, a interrumpir la plática. Se sentó al lado de Gonzalo, que espontáneamente lo abrazó por los hombros. Ahora el único marginado era yo, y por lo visto no me echaban en falta. Ni uno de ellos se dio la vuelta para ver qué hacía. Al final, mientras el madrileño hablaba, mi niño me observó fugazmente. Me sonrió y continuó dialogando animadamente. No sin cierto nerviosismo, continué apoyado a mi árbol, contemplando el paisaje prodigioso que se exhibía ante mí. Mi polla seguía tiesa como en plena mamada, y comencé a acariciármela con parsimonia. Miraba las tres espaldas y no me decidía por ninguna. Mi vista las recorría sucesivamente, sin detenerse mucho rato, siguiendo un ritual contemplativo que me inspiraba los manoseos. Jordi, con su amplitud casi excesiva, esa forma curiosa y expansiva que la natación proporciona; Gonzalo, más proporcionado, esbelto y musculado natural, desplegado en el gimnasio; Oriol, belleza espontánea, en la frontera de la pubertad, cuerpo pequeño pero tan atractivo... Me imaginé que disfrutaba de la visión de sus espaldas desde otro punto de vista; el que ofrece la proximidad del cuerpo que estás penetrando. La verdad, nunca había follado a Jordi o a Oriol a pleno día, disfrutando de una visión tan tentadora como la de ahora. Y respecto a Gonzalo... la imaginación me había situado tantas veces en ese punto...

El semen se acumulaba acudiendo diligente a la llamada. Pero me contuve. En una actitud un poco infantil, decidí alejarme un rato. Estaba estúpidamente enojado con los chicos. Enfadado porque no me necesitaban, porque me ignoraban, porque eran independientes. Recogí los restos del desayuno y me fui hacia el río, sigilosamente, esperando que pronto me echaran en falta y que vinieran a buscarme. Y empecé a mortificarme dando vueltas a la situación. Mi inteligencia me decía que era natural que los chicos tuvieran sus momentos de compañía, que no era que yo sobrara, sino que no era indispensable en todo momento. Pero mis sentimientos estaban ofendidos. Me sentía despreciado, poco valorado, abandonado. Me sentía estúpido. Sabía que mi enojo era pueril, una muestra de inmadurez, una cuestión de orgullo. Me fui al coche. Allí estaba el disco de Jordi, esperándome. Me invadió la melancolía. Sonaba Leoncavallo. Canio estaba al borde de la locura de tanto dolor. Las lágrimas me mojaban el rostro. Sabía que era una estupidez, pero me sentía abandonado... Después Lakmé. Las sinuosidades de la melodía me transportaron a las dulces voces de mis chicos. Los imaginé, cantando con seguridad y aplomo ese dúo pensado para dos ángeles. Me fui tranquilizando. Ondulaciones, vibraciones... Y la puerta que se abre y Jordi se sienta a mi lado. No dijo nada. Simplemente apoyó la cabeza en mi hombro y me sujetó la mano. El corazón me latía rápidamente. Se abrió la otra puerta y sonó la voz de Oriol, soltando cualquier ocurrencia. No comprendí lo que dijo, pero no importaba, me hizo sonreír, reír, carcajear. Y su dedo metiéndose en mi oreja, y su mano buscando mi pezón izquierdo, satisfecho por la facilidad con que se eriza...

Me sentí avergonzado. Tremendamente estúpido. Infantil. Egoísta. Y disimulé. Y mentí vergonzosamente para no delatar mi debilidad.

-Por qué te has ido? –preguntó interesadamente Oriol.

-Necesitaba descansar un rato de vosotros.

Jordi me miró. El brillo de mis ojos se reflejó en los suyos. Intuí que sabía que mentía.

-Joder, no sabía que fuéramos tan pesados –protestó el pequeño.

Tiré de su brazo.

-Ven, pasa delante. Vamos a ver si podremos dar el concierto que decías.

Se sentó sobre mi polla sin clavársela, de perfil, apoyando su espalda en el cristal de la puerta. Jordi seguía apoyado en mi hombro, pero su mano jugueteaba en los muslos del enano. Se los acariciaba, pero también los míos.

Escuchamos la canción varias veces para poder apreciar las dos voces distintas. Luego practicamos sin acompañamiento. Oriol no podía cantar a la misma altura que la soprano del disco, así que bajamos un tono y medio la melodía. Jordi podía cantar perfectamente de mezzo, casi a la misma octava, pero le costaba retener la melodía, porque la de la soprano era más evidente. Tendríamos que ensayar bastante.

-A mis padres seguro que les gustará el concierto –dijo al fin el nadador-. Eso, si nos queda bien. Tal como está ahora...

-Podemos ensayar estos días –contestó el pequeño, que se estaba animando cada vez más-. ¿Sabes? Me gusta cantar.

-¿Tanto como chupar? –pregunté.

-No tanto.

Y como si mi pregunta hubiera recordado a los chicos que el sexo existía, Oriol se metió bajo el asiento, sobre los pedales, chupándome con constancia, mientras que Jordi se alzó sobre su espacio para colocarme su polla en la boca. Pero se abrió la puerta trasera.

-Perdonad, no sabía yo que... He escuchado la música y...

-Pasa, pasa, Gonzalo. Chicos, lo dejamos para luego. Esta posición es incomodísima.

-Dímelo a mí –sonó una voz bajo el asiento.

-¿Qué buscas por ahí, chaval? –inquirió Gonzalo, riéndose del enano-. Ven aquí atrás, conmigo.

El vientre del muchacho se posó sobre mi hombro. Lo noté duro y compacto. Se estaba alargando para tirar de Oriol, cuando saliera de su agujero. Para cogerlo por las axilas metió sus brazos entre mis piernas y su boca se acercó a unos veinte centímetros de mi rabo exultante. Viendo su cabeza tan cerca, le mordí delicadamente la oreja izquierda.

-No me hagas eso, que tengo las orejas muy sensibles...

La polla tiesa de Oriol me pasó por la cara.

-¡Joder, tío, siempre estás empalmao!

La observación de Gonzalo llenó de orgullo al pequeño, que se acurrucó a su lado. Moví mínimamente el retrovisor para observarlos mejor.

-No hace falta que nos espíes –ironizó-. No va a pasar nada.

-Por desgracia –añadió el rubito.

Nos quedamos un rato escuchando música. La siguiente pista era la Barcarola de Offenbach.

-Esta canción sí que la conozco –dijo Gonzalo, y los ocupantes de los asientos delanteros nos dimos la vuelta pata mirarlo-. La verdad es que me impresiona mucho.

-¿Te impresiona?

-Sí. Es de la banda sonora de La vida es bella . Me marcó mucho esa película. La vimos en el cole hace poco. Me impresiona cuando están en el campo de concentración y él está de camarero. Aprovecha un descuido y la pone por megafonía. Ella la escucha. Era su canción. Es como un aliento de vida en medio de tanta desesperación. Una forma definitiva de comunicarle su amor.

-¿Te emocionaste? –preguntó Jordi.

-Claro.

-¿Lloraste? –inquirió Oriol, un poco burlonamente.

-Emocionarse no es lo mismo que llorar. Los ojos se te inundan de lágrimas, pero no estás llorando.

-A mí eso no me ha pasado nunca –afirmó el enano, dejando caer su mano sobre la polla de su vecino, como por casualidad.

-Estate quieto, que te veo venir. Tú no te puedes emocionar porque todo te lo tomas a broma.

-¿Y cómo quieres que me lo tome, sin padre y con una vieja gruñona como la mía? No puedo gritar, no puedo correr, no puedo comer caramelos, ni chicle, ni pastelitos... A las nueve, a dormir. Una hora al día de play, otra de ordenador. Los programas de la tele... sólo los culturales. Y las noticias. Hay que saber lo que pasa en el mundo. Los deberes... ¿Ya has estudiado? Para cenar, búscate algo en la nevera que tengo cosas que hacer...

-Pero tú eres muy listo y vives una vida aparte –le dije-. Gonzalo, ¿y en tu cole pusieron esa película? ¿A qué cole vas?

-A un instituto. Mi padre me quería meter en uno de régimen casi militar. Pero mi madre acudió en mi ayuda. Sólo hace dos años que voy, 1º y 2º de ESO. Está bastante bien. Sobretodo porque mis compañeros son gente normal, no hijos de militares como mis vecinos.

-¿Y os ponen películas en clase? –preguntó Jordi.

-Bueno, eso fue un caso especial. Primero vimos la película y luego asistimos a una conferencia de un superviviente de un campo de exterminio nazi. Eso sí fue sobrecogedor.

-Por qué?

-Porque la película es una comedia aunque el tema sea serio. Pero luego el hombre nos contó su experiencia, su lucha por la supervivencia, y nos pasó unas imágenes... reales.

-¿Reales? ¿de cadáveres y prisioneros y cámaras de gas?

-Mas o menos. Eso sí fue escalofriante. Se me puso un nudo en la garganta. Y se me saltaban las lágrimas. A mí y a casi todos.

Dijo esto último agarrando por las mejillas al pequeño. Nos quedamos un rato en silencio, reflexionando sobre lo que acabábamos de escuchar y formándonos una nueva imagen del mayor. Fue él mismo quien rompió el silencio, cuando se acabó la canción.

-Y te juro que, desde ese día, esta canción me impresiona, me pone triste. Como la música de la Lista de Schindler.

-A mí también me pone muy triste –confirmó Jordi.

Seguimos disfrutando de la música un rato. Jordi y Lalo estaban muy comunicativos, y Oriol juguetón como siempre. Al cabo de un rato sonó Ombra mai fù, de Haendel.

-¿Qué le pasa a esa piba? –preguntó el madrileño.

No respondí. Esperé a que Jordi interviniera. Últimamente se estaba soltando a manifestar sus opiniones. Tenía sentido crítico, buen criterio, sensibilidad suficiente para captar las sutilezas de la música... Ahora no me decepcionó.

-Es que la piba es un pibo.

-¿Qué me dices?

-Sí –añadió mi niño-. Es un hombre que canta como una mujer. Yo vi una película de eso. Les cortaban la polla de pequeños y se les quedaba la voz así.

-Me duele sólo de pensarlo –exclamó el rubito.

-Se llamaban castrati.

-Pues es un poco raro. ¿Tú sabes cantar así?

-Hombre, no tan bien como él, pero...

-Venga, canta –ordenó Lalo.

Me puse a cantar de falsete como el contratenor del disco. Oriol se tronchaba de risa, pero los demás escuchaban con atención. El rubio se levantó y me miró el sexo. Después siguió riendo a carcajadas.

-¿Qué miras?

-A ver si tenías la polla en su sitio. Antes tenías, yo puedo cercificarlo.

-Certificarlo.

-No. Ferfifical-lo.

Para pronunciar la palabra se puso el dedo gordo en la boca como en plena mamada.

-Jordi –interrumpió Gonzalo-, realmente eres un tipo listo y sensible. ¿Te diste cuenta tú solo o te lo dijo Sóc?

-Lo descubrí yo solo. Desde ayer, la he escuchado por lo menos veinte veces.

Seguimos un rato juntos. Después de la observación del madrileño, Jordi mostró más confianza en si mismo e intervino bastantes veces en la conversación. Sus aportaciones despertaban a menudo la admiración de líder y mi chico no cabía de contento al notarla.

Hacia las doce nos fuimos a bañar. El agua estaba un poco fría, pero cuando salías te quedabas muy fresco. En la alberca no se podía nadar muy bien, era estrecha y sólo se podían dar unas diez brazadas. A pesar de ello Jordi nos obsequió con su estilo impecable y el madrileño le pidió que le enseñara mariposa. Allí era imposible. Deberíamos esperar a la piscina del hotel.

Después nos tendimos en el pasto. El sol quemaba, pero a la sombra y notando la frescura de la hierba sobre el cuerpo desnudo se estaba fantásticamente. La llamada del sexo no tardó. Busqué la boca de Jordi para encontrar algo de intimidad. Quería decirle que se había lucido ante Gonzalo, pero no pude. En una sed casi irracional, nuestras bocas se pegaron y no querían soltarse. No sé cuantos minutos duró el morreo, pero intuyo que mucho, porque escuché por lo menos un par de veces la voz agradable de Gonzalo susurrarle al rubito que se quedara quieto y no interrumpiera.

-Yo también quiero.

-Que los dejes, te he dicho.

-Pues dame un beso tú.

-Sí, hombre, ahora mismo.

-¿Por qué no? ¿Es que te doy asco?

-¡Que va!

-Pues venga, por lo menos en los labios.

-Es que no me fío de ti.

-Que no te hago nada. Sólo un beso y ya está. Pero en los labios, ¿eh?

-Como te pases te voy a retorcer esa polla tiesa. Y te va a doler.

-Venga.

La conversación que seguí en medio del embelesamiento del cariño se interrumpió unos momentos. Me hubiera gustado incorporarme para ver, pero la lengua de Jordi trabajaba con un ardor que no permitía tregua.

-¿Ya está?

-¡Que más quieres!

-La lengua.

-¡Y qué más! Ya tienes bastante.

-¿Qué te cuesta? ¿Es que eres un castrati?

-No –rió-. Es que no me gustan los hombres.

-Yo no soy un hombre, soy un niño.

-Peor todavía.

-Venga, Gonzalo, cariño, sólo una vez.

-No me llames cariño.

-Es que te quiero.

-Me quieres... violar.

-Venga, sólo una vez.

-Está bien, pero corto.

-Sí, corto, muy corto –respondió irónicamente.

Otra interrupción. Jordi mantenía su lengua luchando como un caballero en un torneo, sin desmayarse jamás, sin rendirse al enemigo. Quise concentrarme en la boca de mi amado, pero mis oídos estaba al acecho.

-Joder, tío, ¡cómo besas!

-Te ha gustado, ¿eh?

-Si fueses una piba estaría pegado a ti.

-Venga, otro.

-No. Dije uno y sólo uno.

-Lalo...

-Basta.

Jordi y yo reaparecimos en la escena. Los miramos. Oriol tenía cara de rabieta. Con el ceño fruncido y los morros comprimidos. Gonzalo sonreía divertido. Sus ojos brillaban de una forma especial, color miel, grandes y expresivos. Se relamía los labios, como el día que lo conocí. Jordi llamó a Oriol con un sonido, y le señaló mi polla. Luego se la metió en la boca. Notaba la misma lengua que había abrazado y acariciado recorrerme la sensible piel de mi glande, estrecharse contra mi tronco, comprimirme la raíz. Parecía mentira, pero el chaval se la tragaba casi toda. Me encantaba ver su bello rostro apegado a mi miembro, mostrando su textura y provocando su desaparición más tarde. La belleza exultante de un chico se multiplica cuando lame o devora un sexo bien construido, con esa mueca de satisfacción de sentirlo suyo, de adoración por esa pieza que proporciona tanto placer. El entusiasmo de la mamada me llegaba a través del tacto jugoso de su boca y de su lengua, pero también a través de los escalofríos que recorrían mi columna vertebral, a pesar del calor, hasta llegar a la base del cerebro donde se transformaban en convulsiones de placer. Gonzalo desapareció discretamente, pero Oriol apareció de improviso en mis testículos. Los lamió revoltosamente, los contuvo en la mano, los separó, los juntó y se introdujo uno, cualquiera de los dos, para sorberlo y saborearlo. Dos bocas tiernas trabajando para el confort de uno son un regalo. Notaba cada vértice de lengua, cada roce, cada apoyo por separado. Discernía entre una y otra lenguas, entre uno y otro propietarios, pero al mismo tiempo sumaba las sensaciones que me ofrecían, ensamblaba estremecimientos sin disputas, encajaba cada efecto en un cúmulo de sobresaltos que me arrojaban a un precipicio cuyo fondo desconocía. Mi pensamiento sólo decía "gracias, gracias" a los verdaderos protagonistas de la hazaña, esos niños que estaban descubriendo que el verdadero placer es dar placer.

Por si la demencia de los sentidos no estaba completa, añadí otro ingrediente al crisol. Atraje sobre mi cuerpo el cuerpo ligero de Jordi y absorbí su sexo con respeto y fervor. Su vientre se pegaba a mi pecho, poesía de pieles en contacto que se comunican ternura. Su pecho sobre mi barriga, fortaleza y esplendor, fuerza y serenidad. Su ariete se introducía punzante hasta la úvula. No sabía si conocía esa polla que ahora amaba: cada día me parecía más grande, cada día se adaptaba mejor a la funda que para ella construía, cada día florecían en mi boca nuevos sabores que agasajaban mi paladar. Entraba y salía, o quizá era yo que tragaba y escupía, engullía y expelía; no sé. Sus aromas me confundían en medio de una embriaguez templada. Intenté ejercitar los sentidos para disfrutar más. Intenté separar los placeres para saborearlos mejor, para tomar conciencia de sus texturas distintas, de sus tramas diversas. Las zonas de mi cuerpo que se brindaban al goce estaban exultantes: mi polla, devorada por multiplicidad de lenguas que trabajaban como una sola, ahora en la punta, más tarde en el frenillo, después en el tronco, sin lugar para el descanso ni la rutina; mis huevos, festejados incuestionablemente bien, con la humildad y el descaro, con la picaresca y el retraimiento, con la avanzada y el repliegue; mi boca, extasiada por la variedad y exquisitez de sabores y tejidos que hechizaban mi intelecto. Mi culo... Sentí un vacío en mi culo y soñé que la polla excitante de Gonzalo me lo llenaba. Lo sentí cerca, inmediato, dentro, dueño, poderoso, cumplidor. No era una infidelidad a los niños que me entregaban su cuerpo y su placer; era una lealtad hacia un chico que también amaba y deseaba, era la fidelidad a los tres, distintos pero amigos, diferentes pero amables, dispares pero coincidentes en dulzura.

Y Oriol, oportuno, aportó la plenitud con otro sentido. Dejó mis testículos y se postró ante la puerta esperanzada de paz. Abrí los ojos y vi su polla rosada acceder a las entrañas de mi niño. Un pequeño empujón y toda su aguja despareció dentro de Jordi, demasiado exhausto de placer como para denunciar la novedad. Entraba y salía, y aunque el regalo era básicamente visual, el empeño y la dedicación del pequeño dentro del mayor se me transmitían también por la piel. Jordi estaba gozando como un enajenado, temblaba y se retorcía sin abandonar el banquete. Se abría al mundo y engullía por los dos orificios, rítmicamente, sin ceder concentración un instante, implicado en todos los frentes, valorando por un igual la heroicidad de ambos contendientes. Los huevecillos de Oriol saltaban de alegría a cada empujón. Más que siguiendo un ritual, buscaban la celebración cada uno por su lado, amigos pero disueltos en emancipación. Eché de menos las palabras obscenas y los gritos del pequeño: eran como música que acompañaba las efusiones. No había gemidos, sólo fricción. Pero cuando el momento se acercaba los ritos se tornaban más ágiles, y las bocas soltaban rugidos casi irracionales y los cuerpos se convulsionaban de éxtasis. El primero fue el pequeño, que inundó las profundidades de Jordi en medio de alaridos y espasmos. Se quedó quieto unos segundos pero volvió a la carga. Poco después, testigos del vaivén imparable del chiquillo, el nadador y yo abandonamos nuestra cordura al mismo tiempo, cada uno dentro del otro, abundante y silenciosamente. Se difuminó un paisaje que parecía pertenecer a la ilusión y tomamos tierra entre brisas, cantos de pájaros y el rumor cercano del río en su curso hacia el Mediterráneo.

El pequeño me miraba excitado. Cuando abandoné no sin tristeza el contacto con la polla de Jordi, me abordó con la lengua a punto. Recorrió los rincones buscando el sabor de su amigo, localizando espacios para añadir al flujo de sensaciones que se cruzaban en nuestros cerebros. Mi amigo tampoco se conformó. Se sentó sobre el rabo empapado en saliva que se había zampado y se lo clavó sin reparo. Me daba la espalda, por lo que en seguida recordé mis pesadumbres de esa misma mañana. Su bella espalda, recortada por el sol en su máximo esplendor, su trasero, poseído sin reparo ni sumisión, sus manos, agarradas a mis caderas, sus brazos, ayudando en la elevación que precede cada descenso. Mi polla estaba absolutamente narcotizada por la saliva de mi niño, pero sensibilizada en extremo para las caricias que ahora recibía. El chaval se follaba con dominio técnico, a un ritmo que permitía la degustación. Mas yo decidí asumir el control e inicié el bombeo convulsivo y repetitivo. Esta posición es una de las más cansadas, pero al mismo tiempo ofrece las vistas más bellas. Eso si no se coloca ningún obstáculo entre tu mirada y la impresionante espalda de tu socio. Sin embargo, el obstáculo también puede ser emisor de placer. Se trataba de nuevo del tierno cuerpo de Oriol, que jugaba a follarme la boca. Así estuve un buen rato, clavando y clavado, repitiendo contactos febriles y familiares, sin notar en absoluto cansancio ni rutina. Después de unos minutos el pequeño lanzó un gemido y se alzó de improviso, alejándose de mi lado. Los marcados omoplatos de mi amor se dejaron ver de nuevo, coronando espléndidamente su tronco como el friso de un templo. Se mantenía alzado, a la espera de mis repetidas embestidas. Me hubiera encantado ver su rostro, alterado por el goce, sudoroso y expresivo, iluminado por los reflejos de luz solar que los chopos y abedules hacían llegar a nuestro rincón sombrío, como destellos intermitentes procedentes de mil espejos. Oriol quería mi culo. Lo buscó y examinó con la mano. Seguramente su idea era follarme, pero mi colocación no le permitía entrar. Hurgó un rato apasionadamente, forzándome a levantar las piernas y a dejar más a la vista mi entrada y, en un empuje de contorsionista, probó las posibilidades que tenía colocándose de perfil en el suelo, entrelazado con mis piernas. La posición era más bien difícil, y a Jordi se le escapó una risa.

-¡Eso es imposible! –exclamó.

Pero el pequeño no se rendía. Hubiera sido más prudente esperar a que los amantes colmáramos nuestra felicidad, pero él tenía esa urgencia y no paró hasta que consiguió hacerme notar su suculento glande en el esfínter. Fue sólo un rozamiento, pero anunció que la perseverancia tenía su poder. Jordi me obligó a doblar un poco más las piernas, con lo que perdió parte del contacto con mi sexo. La penetración no era ahora tan profunda, así que contrarrestó la pérdida con el hundimiento mayor de su cuerpo. El menor se había acercado tanto que ya me colocaba unos centímetros dentro. Lo recibí con hospitalidad y alegría. Mi ano, tan sociable, siempre se alegraba de recibir visitas. Se quejó un poco, puesto que el suelo contenía alguna piedrecilla suelta, pero se clavó con resolución. ¡Había conseguido lo imposible! Veía su rostro contento que mostraba la satisfacción del que se sale con la suya. Me sonreía entre brillos dorados y azules. ¡Estaban tan bellos, los dos, entregados al placer infinito de amar! La vista me proporcionaba gran placer, pero los párpados tenían la tendencia a caer, como intentando restringir el goce al mundo del tacto. La vista se me nublaba, el horizonte se desvanecía, follar y simultáneamente ser follado es el placer supremo. Y cuando el disfrute era tan intenso que mi pensamiento iba a quedarse vacío, los párpados me retornaban a la realidad, ofreciéndome el paisaje delicioso de los dos niños acoplados a mi cuerpo. Jordi escupió su leche sobre el pequeño, pero éste no se corrió. Adujo que la posición no era muy cómoda y se justificó diciendo que se reservaba la corrida para más tarde. Yo, en cambio, le entregué la prueba de mi estima a mi amado, que la recibió con todos los honores. Después nos tendimos un rato medio abrazados, sin excedernos en el contacto porque el calor era abrasador. Yo me quedé dormido y cuando me desperté estaba solo con Jordi, que usaba, como siempre, mi pecho de almohada. Gonzalo y Oriol estaban preparando la comida. Bueno, Gonzalo la preparaba y el enano retozaba por los alrededores, molestando más que ayudando, como era su costumbre. Sin embargo, el tono de la conversación sonaba más bien divertido. Lalo nunca reprochaba a Oriol su poca habilidad para esos menesteres.

Después de comer hice un gesto a Jordi, Con un movimiento de cabeza lo invité a acompañarme. Fuimos a dar un paseo de enamorados. Así fue cómo lo calificó el rubio cuando regresamos, seguramente a instancias del madrileño. Tomamos un camino sombreado y, sin prisas y tiernamente abrazados, fuimos andando hacia un destino desconocido. El sendero circulaba más o menos paralelo al curso del río, y a veces el rumor de las turbulentas aguas me impedía escuchar fragmentos de la tenue voz del niño, que se había animado a contarme experiencias de su vida. Me explicó anécdotas de los campamentos a los que había asistido, travesuras con sus compañeros de clase, viajes con sus padres... Lo fui interrogando sobre aspectos que aún desconocía de su personalidad. De vez en cuando nos estancábamos en cualquier recodo para saborear palabras tiernas o para aplicarnos algún besuqueo escurridizo. No eran momentos de fogosidad ni urgencia. Eran instantes para compartir sensaciones, caricias, abrazos. El sexo tenía otros espacios. Era la hora del afecto. Me enterneció la tendencia del chaval a hacer planes para el futuro, planes en los que yo jugaba un papel importante. En esos momentos llegué a plantearme seriamente la posibilidad de volver a vivir en Barcelona, como años atrás, sólo para estar más cerca de él. Jordi era un chico, quizá el único que había conocido, que mereciera y justificara una locura como esa, abandonar trabajo fijo, amigos y familia por la proximidad de un ser excepcional. Consciente del riesgo, respondía a sus planes con ambigüedades que no ofendieran sus esperanzas.

De regreso los dos pequeños se pusieron a jugar a las cartas. Gonzalo estaba terminando de lavar los platos en el río y hacía allí me dirigí. Saludó cordialmente mi llegada.

-Lo de paseo de enamorados es una expresión tuya, ¿no? –inquirí.

-Pues claro. ¿No te gusta? A mí también me apetece poner nombres.

-¿Te gustó el tuyo?

-¿Caviar? No está mal. No es tan tierno como "cucharada de miel", pero...

-Es que me faltaría conocerte mejor para acertar más.

-¿Tú también? No insitas. Llevo todo el día diciéndole al enano que no.

-Yo no he hablado de sexo.

-Pero lo piensas. Lo deseas. Es natural.

-¿Qué?

-Que me desees. ¿Sabes? Estoy convencido de que si yo fuera menos atractivo tu no me desearías.

-¿Tienes una teoría?

-No es una teoría; es una observación. Fíjate que los tres machos que estamos contigo somos por lo menos bastante guapos. En el hotel había un gordito y no lo has invitado a la acampada...

-No siquiera me di cuenta.

-No, es broma. Es que me hago una pregunta: ¿sólo te interesan los chicos guapos?

-Tengo la impresión de que está a punto de comenzar un interrogatorio.

-Nada de eso, pero contéstame.

-Mira, los gustos de las personas es algo muy subjetivo. A mí me gustan los chicos jóvenes. Busco que sean atractivos, pero no hace falta que sean perfectos.

-En nuestro caso lo somos.

-¡Viva la modestia! Ellos son perfectos, pero tú...

-Yo, ¿qué?

-Eres hétero.

-Estábamos hablando del físico.

-No sólo me interesa el físico. Aunque reconozco que es muy importante. Si realmente existiera ese gordito, no me hubiera acercado a él. Al menos con las intenciones con que me acerqué a Jordi.

-¿Y a Oriol?

-No. Oriol se presentó. Yo no lo buscaba, porque es demasiado pequeño.

-Pero has cambiado de opinión.

-Digamos que me ha hecho cambiar de opinión.

-¿Sabes? Lo que me extraña es que estar con chicos te pueda llenar. Claro que está la directora del hotel...

-¿Sole? Es mi... Venga, te voy a decir la verdad. Es mi hermana.

-Me lo imaginaba.

-Eres muy listo, ya te lo he dicho.

-Y yo te lo he demostrado. No os parecéis mucho, pero algo hay que... ¿Y ella sabe lo tuyo?

-Sí.

-¿Y no se escandaliza?

-Tú no eres el único de mentalidad abierta.

-Desde hace poco. Hace seis meses no hubiera aceptado esto. Por lo menos con esta tranquilidad. Aunque no te creas, mi esfuerzo me cuesta. Y además... hay cosas que no acabo de entender.

-Suelta. Pregunta.

-No sé... yo intuía que los papeles re repartían de otra forma. Pero esta noche...

-¿Qué papeles?

-Los de macho y hembra. Mi lógica me dice que tú tendrías que actuar como macho y los chavales como hembras. Pero veo que tú interpretas todos los papeles.

-Partes de ideas prefijadas. Esos roles están superados. Cualquier práctica que te proporcione placer es buena, si la compañía te es grata. No sé si me explico.

-Pues no. El macho es el que debe penetrar. Así lo manda la naturaleza. Si uno se deja penetrar es porque adopta el papel de la hembra.

-Tú eres macho, ¿no?

-¿Lo dudas? –respondió, adoptando una actitud agresiva.

-¿Puedes decirme entonces por qué tienes terminaciones nerviosas erógenas alrededor del ano? La naturaleza es sabia, y lo ha previsto así.

-Pero yo puedo vivir sin estimularlas. Adopto el papel de macho y las ignoro.

-Por el momento.

-No volvamos otra vez.

-Pues bien. Es tu elección. Pero que tú decidas ignorarlas no implica que no existan. Muchísimos heterosexuales se estimulan el ano. Y ya sabes que es una de las actividades preferidas de muchas mujeres. Estimular el ano de su pareja, con un dedo, con un objeto...

-¿Si?

Se quedó un rato pensativo. Después bajó la cabeza, como si se avergonzara de algo.

-¿Qué piensas? –inquirí.

-No, nada.

-Venga, sé que hay algo que te ha venido a la cabeza. Puedes contármelo.

-No puedo contarte todo lo que se me ocurre.

-Todo no, pero...

-Es algo que me da mucha vergüenza.

-¿Yo te doy vergüenza?

-No. A ti te lo podría contar, pero es que computas todo lo que te digo para luego utilizarlo en mi contra. Como esta mañana, con lo de la oreja.

-La mayoría de las personas tenemos las orejas muy sensibles, si es eso a lo que te refieres.

-Sí, pero tú has hecho un gesto, una mueca, como significando: ya sé tu punto débil. No sé... a veces tus ojos brillan de una forma peligrosa. Como si estuvieras acostumbrado a salirte con la tuya, a tener razón siempre. Eres... maquiavélico.

-Realmente eres muy inteligente. Sólo los que me conocen muy bien saben el significado de ese brillo especial. Pero, ¿me lo cuentas?

-No. Lo vas a usar contra mí.

-Lalo, no juegues con el lenguaje. Sabes perfectamente que jamás voy a hacer nada CONTRA ti. Si algún día nos enrollamos será porque tú lo deseas.

-Yo no lo desearé nunca.

-Quizás.

-¡Otra vez ese brillo!

-Dejemos el tema. Ya me lo contarás cuando te apetezca.

-Mejor. Y otra cosa que me extraña: yo puedo aceptar que dos hombres se den placer, pero que te dejes follar por un niño...

-Ya salió el moralista.

-¿Moralista? ¿Qué significa?

-Más o menos el que le dice a los demás qué es correcto y qué no, cuál es la forma correcta de comportarse.

-Yo no soy moralista. Procuro no meterme en la vida de los demás.

-Pero juzgas que no es correcto que me folle un niño.

-En mi opinión... sí.

-Los niños tienen, como todo el mundo, derecho al placer. Es su elección. A ellos les apetece y yo estoy abierto a todo.

-¡Y tan abierto! ...Perdona.

-Mira, guapo, no voy a tratar de convencerte. Sería insultar tu inteligencia. Simplemente observa lo que pasa a tu alrededor. Si ves algo insano, violento, ofensivo, ultrajante, que atente contra la libertad del individuo, etc, me avisas.

-Perdona, creo que tengo muchos prejuicios.

-Todos tenemos. Pero tú mismo me dijiste que la revelación de tu tío Enrique ahora la asumirías de otra manera.

-Creo que sí.

-Te estás despojando de algunos prejuicios. Estás evolucionando. Mucha gente es incapaz de hacerlo. Por eso te valoro muchísimo. No sólo por tu belleza, que es algo aleatorio.

-¿Aleatorio?

-Sí. Casual, fortuito. Tú no elegiste ser guapo. Saliste así. ¿O no?

-Hombre, yo intento cuidarme, y mejorar mi cuerpo...

-Pero tu belleza es espontánea. Venga, cuéntame lo de antes. Estábamos hablando de la estimulación anal.

-No me mires. No quiero ver ese brillo.

Agaché la cabeza.

-Seguro que ya te lo imaginas.

-Sí, pero quiero oírlo de tus labios.

-Pues, que yo... a veces... cuando me ducho...

-Vaya, una novedad: Gonzalo es tímido.

-Joder, me cuesta mucho decirlo: cuando me ducho me estimulo analmente.

-Bienvenido al mundo real.

-Pero yo no soy como vosotros, que quede claro.

-Escúchame. Tu cuerpo es solamente tuyo, y puedes darte placer como quieras. Sin dar explicaciones a nadie.

-Me dirijo el chorro de agua muy caliente hacia esa parte.

-Y te gusta, te relaja y sientes placer. No, no es una pregunta, es una afirmación. Me encanta saberlo, te felicito por el valor de contarlo, pero no cambia nada. Te quiero incluso un poco más, pero te deseo igual que siempre. Bueno, se agradece la información. Por lo menos ya sé que si algún día pasa algo no serás insensible.

-Ya estás otra vez con el brillo. Me voy con los chicos.

-No te vayas. Lo he dicho sin intención. Muchos chicos lo prueban y no sienten nada. Por eso no repiten. Otros, en cambio, sin renunciar a su heterosexualidad, repiten de vez en cuando. Simplemente sucede así. No hace falta buscarle muchas razones.

-Hablas como un perfecto pervertidor.

-Para muchos lo debo ser. ¿Algo más?

-¿De qué?

-¿Alguna pregunta más?

-De momento, no.

-Yo sí quiero comentarte una cosa que he observado.

Se puso muy serio, como temiendo lo que venía a continuación.

-He observado que no tratas igual a Jordi que a Oriol.

No respondió, y yo continué.

-Tienes apego al chaval, y te halaga que te haga proposiciones continuamente.

-Tanto como eso...

-Si no fuera así ya lo hubieras largado. ¿Crees que otro lo soportaría tanto? A mí me encanta cómo lo tratas. Cariñosamente, con camaradería...

-Como a un hermanito.

-Exacto. En cambio a Jordi... apenas lo abrazas, mantienes las distancias... no me refiero al trato. Bueno, sí, hoy he visto por primera vez que lo valorabas y profundizabas un poco en las conversaciones, pero al tacto... le tienes respeto.

-Es que es como tu novio, y me da reparo.

-No me lo creo. Inténtalo de nuevo.

-Es que Oriol es un niño, y lo trato como a un niño. Jordi, en cambio, es un hombre.

Lo dijo muy solemne y se quedó a la expectativa. A ver mi gesto, añadió.

-¿Acaso no tiene mi misma edad? Pues es un hombre.

-Bueno, sí se parece en algo a ti: es un hombre que esconde un niño dentro. O un niño que lucha por parecer un hombre.

-¡Yo no escondo un niño dentro!

-¡Tienes que reconocerlo!

Me lancé sobre él. Lo agarré por la cintura y lo levanté. En cuanto se dio cuenta de que no era un ataque sexual, sino deportivo, me plantó cara. Luchamos cuerpo a cuerpo unos segundos, y pude apreciar su fuerza en progresión. Nos revolcamos sin tener en consideración nuestra desnudez. Luchaba contra mí agarrándome por donde podía, sin esquivar el roce de mi sexo contra su pecho, sus muslos, su culo. Yo, por mi parte, alejé toda referencia sexual de esa lucha, cuando lo más fácil hubiera sido sacarle un cierto partido. Simplemente pretendía frivolizar un poco nuestra relación, permitir que el niño que todos llevamos dentro saliera a la superficie, jugar un rato en el nivel que correspondía a la edad real de chico, no a su edad mental. Me aplacó y reaccioné buscando sus cosquillas en la zona intercostal. Reaccionó de inmediato desmoronándose como luchador. Le había encontrado un punto débil. Y no podía parar de reír. Se agitaba y pataleaba y, como un niño, intentaba impedir que continuara rozándolo a la par que me buscaba de nuevo, a la defensiva pero sin muchas ganas, reclamando mi atención física por primera vez. Interponía sus manos para que no llegara a su cintura, pero entonces bajaba a sus muslos, donde también expresaba sensibilidad. Cedida toda beligerancia, lo tenía a mi merced. Se liberaba por un momento e intentaba encontrar mis puntos sensibles, pero yo le llevaba ventaja y atacaba de nuevo. Nos saltaban las lágrimas a los dos, conscientes de una felicidad desinhibida difícil de encontrar. Finalmente, nos quedamos abrazados, sudorosos y estimulados, mirándonos fijamente. Le sequé las lágrimas de alegría que brotaban de sus ojos con los dedos. Lo miré. Estaba sonriente, pero se estaba quedando tenso. Hablé para conseguir que se relajase de nuevo.

-¿Sabes? Me gusta como eres. Te quiero un montón.

No contestó. Esquivaba mi mirada. Levantó la testa y la dirigió hacia el cielo. Al fin habló.

-Eres un tipo cojonudo.

Y después de una pausa:

-Yo también te quiero.

-Gracias.

-¿Por quererte?

-No. Por tener el valor de decirlo.

Nuestra conversación terminó ahí, porque los muchachos se presentaron a nuestro lado.

-¿Estabais luchando? –preguntó Oriol-. ¡Quién ha ganado?

-Los dos. Ambos hemos salido ganando.

La respuesta no satisfizo al pequeño, pero Jordi se dio perfecta cuenta de que los lazos se habían estrechado. Temí que a partir de aquél momento considerara a Lalo una amenaza más seria para su exclusividad. Pero su nobleza era inquebrantable. El madrileño se levantó y se dirigió hacia el río. Al pasar junto a Jordi, lo abrazó y propuso en voz alta:

-¿Nadamos un rato?

Mi niño se dejó conducir hacia la orilla y, una vez allí, comenzó a salpicar al Madrileño. Una lucha de agua comenzaba, y si no nos apresuramos el enano y yo quedamos marginados. Esta vez la configuración de los equipos se había alterado. Oriol superó en seguida el desconcierto inicial y luchó valientemente a mi lado. Jordi, si embargo, no se atrevía demasiado a plantarme cara, hecho que quedaba contrarrestado por la bravura de Lalo.

La tarde empezaba a caer pero el bochorno no cedía. Cualquier actividad física provocaba más calor, y sólo cerca del agua se podía encontrar alivio. En la orilla nos quedamos, mientras el sol languidecía entre los altos montes del valle de Benasque.

-Qué, Mandarina, ¿echamos un pulso? –propuso Gonzalo.

-Si te gano me dejas que te folle –respondió, decidido el pequeño.

-¡Venga!

La ilusión se amparó de la mirada de Oriol. Pero era en vano. Todos sabíamos que ganaría el madrileño, y que no habría lugar para ninguna follada. Lo hizo limpiamente, pero era un abuso por la desproporción.

-¿No te atreverás al mismo trato conmigo? –provoqué.

Hasta los pájaros se callaron a la expectativa de una respuesta.

-Venga, Caviar, ¿no te atreves? –insistí.

-Contigo no hay trato. Sería un abuso. Y tú lo sabes.

-¿Por qué lo llamas Caviar? –inquirió Oriol, y su pregunta contribuyó a desdramatizar el ambiente.

-Por lo mismo que a ti te llama Mandarina.

-Es una palabra cariñosa –respondí.

-¿El caviar es esa porquería negra y viscosa que ponen en los banquetes?

-¿Me estás llamando negro y viscoso? –interrumpió Lalo, amenazador.

-Bueno, quizá el nombre fue un poco improvisado –reconocí-. Pero lo encuentro bastante acertado. Eres suculento. Casi exclusivo.

-Gracias.

-Los chicos como tú son más bien escasos. Como el caviar.

-Y no todo el mundo está capacitado para valorarlo convenientemente –añadió Jordi.

-¿A mí o al caviar?

-Las dos cosas.

El rugido de las aguas bravas se hizo más manifiesto por causa de nuestro silencio.

-Jordi –dijo finalmente Gonzalo- eso que me has dicho es genial. No sabes cómo te lo agradezco.

Se acercó al nadador y lo abrazó fuertemente, como en una despedida.

-Tiene razón Soc cuando dice que eres una cucharada de miel –continuó.

Jordi se erizaba como un gato ante las caricias de su dueño. Me miró y el centelleo de sus ojos de plena naturaleza precedió a sus palabras.

-Me encanta mi apodo. Unas palabras bonitas son como un beso o una caricia.

-Tu nombre también es bello. ¿Sabes qué significa?

-No.

-Jordi, como Jorge, deriva de " georgos" , del griego, que significa "el que trabaja la tierra, payés, campesino". Un buen amante de la naturaleza. ¿Te sientes identificado?

-Sí. Me gusta.

-Chavales, el profe va a dar una clase –se burló Gonzalo.

-Y mi nombre –preguntó Oriol-, ¿sabes lo que quiere decir?

-Claro. Es el apellido de un santo barcelonés, Josep Oriol. Tu santo es un personaje muy interesante, hay gente que piensa que más que un santo era un parasicólogo. Tenía poderes misteriosos.

-Como yo. ¿Pero no significa nada?

-Claro que sí. Significa "loco por follar" –bromeé.

-No, en serio.

-Un oriol es un tipo de pájaro. Pero el nombre del animalito también tiene significado, además idóneo para ti. Deriva del latín "aureolus" , dorado. Bueno, se trata de un diminutivo.

-Chavales, soy como el oro. Valgo mucho. No sabéis con quién estáis hablando.

-Y Sócrates, ¿qué significa?

-Los griegos era muy directos poniendo nombres. El mío significa "sano y poderoso".

-Empiezo a creer que los nombres tienen que ver con la personalidad –afirmó Lalo-. O también puede ser casualidad. O que te lo estés inventando.

-No se lo inventa, es que es una enciclopedia –gritó Oriol.

-¿Me reconoces sano o poderoso?

-Las dos cosas –respondió-. Sobretodo poderoso.

-Y tú, Gonzalo, no preguntas por el tuyo?

-Me temo algún significado premonitorio, como "el que va a caer", o "violado" o algo parecido.

-No. También te sienta a la perfección. Deriva de un nombre germánico latinizado: " Gundisalvus" , que significa "siempre dispuesto para la lucha". Guerrero, al fin y al cabo.

-No me lo creo. Jordi es un nombre corriente, Oriol ya es más raro, pero Gonzalos hay pocos. Dudo que seas capaz de memorizar la procedencia de un nombre tan poco abundante. Te lo has inventado.

-Aparte de que tengo buena memoria, no eres el primer Gonzalo que conozco.

-Los nombres dicen cosas de las personas –observó Jordi-. En cambio mandarina, cucharada de miel, caviar, plátano... todo son cosas de comer.

-Y al novio que tienes en Bilbao, ¿cómo lo llamas?

-Se llama Miki, se llama Miki –gritó Oriol.

-Miki también es muy dulce –contesté mirando a Jordi-, pero cuando quiero mostrarle mi cariño lo llamo " Mikhael" , en hebreo. ¿Se puede tener mejor nombre que el de un arcángel? San Miguel es el protector de la Humanidad. Según la tradición, derrotó a Satanás, y está siempre en guardia para liberarnos de él. Además, tiene distintos significados, todos muy sugestivos: "incomparable", "el que es como dios"...

-Joder con tu novio -apreció Lalo-. Debe estar orgulloso de su nombre. Si es como dios...

-La primera vez que se lo expliqué se emocionó.

Respiré profundo y recordé mis mejores momentos con Miki, no necesariamente sensuales.

-Tú te estás emocionando ahora –observó el madrileño.

-¿Cómo es? –se interesó Jordi.

-Un encanto. En el ordenador tengo fotos. Ya os las mostraré.

-¿Lo echas de menos?

Miré hacia Jordi. Había formulado esta pregunta con voz temblorosa. Me observaba mientras esperaba la respuesta.

-A ratos. Pero ahora también estoy muy bien acompañado. Un campesino, un rubio dorado y un guerrero. Puedo pasar sin el arcángel.

Me levanté y propuse ir a preparar la cena. Mi chico se me pegó a la derecha y Oriol a la izquierda. Tuve la impresión que a Lalo también le apetecía unirse al abrazo, pero mantuvo la distancia.

Las horas transcurrieron rápidas, en plena camaradería. Ensayamos un rato la canción, hablamos de casi todo, jugamos a distintos deportes y juegos, y llegó pronto la segunda noche.

Oriol tomó posiciones cerca de Gonzalo. No se daba cuenta de que se estaba poniendo pesado. Pero la paciencia del guerrero era infinita. Viendo que no podría convencerlo, nos tanteó a los enamorados. Yo no deseaba repetir la escena del día anterior. Me apetecía mantener el clima de ternura que había presidido los últimos momentos. No deseaba sexo, sólo caricias y estimación. Bueno, a Gonzalo le hubiera echado un polvo gustoso, pero su afecto también me llenaba. Después de un rato de charla, nos deseamos las buenas noches. El beso de Oriol fue sensual. El de Jordi, conmovedor. Me di la vuelta para ver cómo estaba Gonzalo y hallé su rostro a escasos centímetros. Me agarró por la nuca y me acercó a sus labios. Me besó de forma sincera, apasionante, sin prisas. Su lengua quiso hacer honor a su nombre. Me sorprendió tanto que la mía se dejó avasallar, se rindió ante tal intrepidez. Separadas nuestras bocas, le dediqué un suave "buenas noches, guerrero". Él me respondió: "buenas noches, poderoso".

Me desperté de buena mañana. Aún no entraba mucha luz a través de la tela del iglú. La cabeza de Jordi estaba pegada a la mía. Notaba su pelo enmarañado rozarme las mejillas. Alcé un poco la vista, buscando al pequeño. No lo veía. Seguramente se había trasladado al fondo. Veía un bulto a los pies de Jordi. No. Eran sus pies. Miré hacia el otro lado. Gonzalo estaba vuelto hacia mí, esperando que le hablara.

-Hola. Tienes una mirada extraña. Estás muy guapo.

-¿Buscas al enano?

-Sí.

Levantó la tela de su saco de dormir, indicándome con un gesto que mantuviera silencio. Allí estaba el chiquillo, acurrucado, de perfil, con las piernas plegadas. Pero lo más sorprendente era lo que tenía en la boca: la polla tiesa del madrileño. Él hizo una mueca, no exactamente una sonrisa, y habló.

-Me he despertado de repente. Estaba muy cómodo, muy satisfecho. Hasta que me he dado cuenta de lo que pasaba. Por lo visto me ha estado chupando y se ha quedado dormido. No me atrevo a despertarlo.

-¿Y qué sientes?

-¿La verdad?

-La verdad.

-No está mal. De vez en cuando me pega unos chupetones como si tuviera el chupete en la boca. Eso está muy bien. Pero lo que me apetece es que me lo haga Laura.

-Normal.

Un silencio embarazoso se impuso. Yo reflexionaba. Tenía a mi lado al caprichoso del rubito comiéndole la polla espléndida al deseado Gonzalo, algo que yo creía que nunca sucedería. No esperaba tal grado de tolerancia en el chico. Él respiraba profundamente, sin atreverse a moverse. Transcurrieron unos minutos. No sabía como me sentía. Quería darme la vuelta y dedicarme a mi Jordi, pero notaba que el muchacho esperaba que algo sucediera. Finalmente, se decidió a hablar.

-Lo siento.

-¿Por qué?

-Sé que te gustaría estar en su lugar.

-Es cierto. Pero yo no me hubiera quedado dormido.

-Yo tampoco.

-A mi no me lo hubieras permitido.

-Creo que no. Oye, me tengo que ir. Lo estoy pasando muy bien, pero por otro lado no estoy a gusto. Las cosas se están precipitando. No estoy cómodo. ¡Ahhhhh!

Oriol se había movido y, en sueños, había absorbido el glande delicioso de mi interlocutor.

-Te vas a correr.

-Sabes que no quiero. Me tengo que ir. ¿Me llevarás al hotel?

-Claro. Cuando quieras.

-¿Cómo lo separo sin que se despierte?

-Así.

Tiré de Oriol y la polla nutritiva me saludó. Se le marcaban perfectamente las venas y se le recortaba un glande verdaderamente suculento, húmedo en la punta. Se tapó. El chavalillo se agarró a lo primero que pilló, que fue mi rabo erecto, que no había podido mantenerse ajeno a la excitante situación. Gonzalo se rió de la glotonería del niño.

-A mediodía te llevo al hotel, pero antes tenemos que hacer planes.

-No quiero hacer planes.

Pero no sólo escuchó mis propuestas, sino que las aceptó después de mejorarlas con aportaciones propias. Vivimos un rato de incuestionable complicidad, preludio de unos acontecimientos sin duda apasionantes.