Testigo de la hermosura (7: La acampada)

Comienza el campamento nudista. Pero cumplir las normas no siempre resulta fácil. Gonzalo es el centro de todas las miradas.

TESTIGO DE LA HERMOSURA (7): LA ACAMPADA

Serían las siete cuando me desperté en medio de una placidez relajada. Notaba un dedo en el culo. Un dedito, más bien dicho. Se trataba sin duda de Oriol. Lo busqué en la penumbra. Estaba separado de mí, de espaldas, con su brazo izquierdo alargado para tocarme. Cariñosamente le aparté la mano. No quería despertarlo. Giré la cabeza. Al otro lado una mirada sosegada, brillante y parda buscaba la mía. Cuando la encontró, los labios se alargaron mostrando una sonrisa.

-Estás despierto.

-Sí. ¿Has dormido bien? –susurró Jordi.- ¿Has descansado?

-Muy bien. Eres la almohada perfecta.

Lo acaricié débilmente con la punta de los dedos, como si temiera resquebrajar su delicada piel. Se acercó un poco más. Las bocas se encontraron. Tenía la garganta seca, y las magníficas emulsiones que intercambiamos me trajeron frescura. En pleno morreo abrí los ojos y pude observar la dedicación absolutamente concentrada de mi niño. Se estaba convirtiendo en un besador de primera categoría. La suavidad de su boca me transportaba a los terrenos etéreos de ausencia de gravedad. Mi mano se acercó a su miembro, erguido y amenazante. Discreto en tamaño, como siempre, pero llamativo por su dureza. Me agaché frágilmente para envolver su sexo.

No quería que el enano compartiera estos momentos de intimidad con el nadador. Tenía que ser algo especial. La carne sabrosa del glande del chaval impregnaba la lengua y el paladar de ese aroma y esa textura tan característicos. Él buscó mi cuello, y lo recorrió amablemente con sus dedos frágiles. También yo soy muy sensible en esa parte. Emprendí un movimiento de vaivén sobre su tronco, que parecía aumentar de grosor y dureza. Al poco me lancé sobre sus testículos, siempre tan sueltos, saboreándolos con la lengua y conteniéndolos uno a uno primero, los dos a la vez más tarde. Chupetones hambrientos como si quisiera extraerles el néctar que pronto gozaría. Después intenté perseverantemente contener en mi garganta todo su sexo. Los huevos se aplastaron a la entrada de la boca contra mi lengua y mis dientes. Su polla siguió el camino de las profundidades, hasta rozar mi úvula sin provocarme nada más que placer. Me hubiera encantado recibir así su corrida, pero no hubiera podido saborearla como se merece un chico como él, con adoración e idolatría: la naturaleza ha decidido que las papilas gustativas se encuentren más arriba. Ahora que su sexo era todo mío, me acudió el deseo de ser follado por ese rabo que despertaba a la pubertad.

-¿Quieres follarme?

Se quedó un rato pensativo, sosteniéndome la mirada.

-No, prefiero que me folles tú.

Sus deseos serían órdenes para mí, pero faltaba un rato, porque a continuación el chaval se incorporó y comenzó a lamer mi sexo en acción. Copiaba las ventosas que yo le hacía, exploraba milímetro a milímetro mi glande, deteniéndose en el frenillo y en los vértices, buscaba la base con la lengua mientras con las manos sospesaba mis huevos, que también vibraban con el contacto placentero. Era una mamada intensa pero relajada. Quizá por eso, y porque Oriol seguía durmiendo tranquilamente, me dio por alargar el momento e introducir la conversación.

-¿Cómo ha ido esta noche?

Se sacó la polla de la boca, apoyó su dulce mejilla sobre ella y me miró.

-Bien. Bueno, hemos jugado un poco contigo.

-Ya. ¿Qué me habéis hecho?

-Yo casi nada. Oriol te estuvo chupando un rato, mientras tu cabeza descansaba sobre mi pecho. De vez en cuando lanzabas un gemido de placer.

-¿De veras?

-Y roncaste. Pero a mi eso no me molesta –se apresuró a añadir.

-Serás la única persona que no se molesta por los ronquidos de su acompañante. ¿Y qué más?

-Después intentó follarse el culo. Tú estabas boca arriba y la tenías muy dura. La veía recortada contra la persiana. Oriol se ha sentado sobre tu polla. Le ha costado un rato, pero creo que consiguió metérsela.

-¿Dijo algo?

-Pues sí, filosofía barata de la suya. Decía que su culo necesita tu polla, por las buenas o por las no tan buenas.

-Será por las malas.

-No. Dijo por las no tan buenas. Supongo que las malas hubieran sido otra cosa.

Estas palabras clausuraron el diálogo por el momento. Su boca exquisita regresó a mi miembro, que no había cedido fortaleza alguna. Yo me preguntaba si el niño se había corrido, ya que no había notado ninguna humedad. Jordi me adivinó el pensamiento.

-Se corrió en tu estómago. Me hubiera gustado comerme la leche, pero estaba prisionero de tu cabeza. Si me muevo, te despierto. Eso sí, después te ha limpiado... con la lengua.

-Ya sabes que siento debilidad por él, pero a ti te quiero mucho más, de una forma muy especial.

-A mi no me importa.

-¿No preferirías que te amara sólo a ti?

-Me da igual. No puedes ser sólo mío. Te gustan todos los chicos. Gonzalo, ese novio que tienes...

-Pero a ti te quiero de una forma exclusiva. No sé cómo explicarlo, pero es algo muy especial.

-Para mí es distinto. Yo no quiero a nadie como te quiero a ti. Bueno, de hecho creo que no quiero a nadie. Lo que siento por mis padres o mi familia es algo distinto.

-¿No lo habías sentido nunca?

-No. Me pasé todo el tiempo que estuviste fuera pensando en ti, deseando que regresaras.

-Y Oriol, ¿no te ayudó a ocupar el tiempo?

-Claro. Tan pronto como te fuiste ya me estaba chupando la polla. Me folló dos veces y yo lo follé una vez. Y me dijo que la tengo pequeña.

-Ya te crecerá. Tu cuerpo acaba de despertar al sexo. Eso sí, no dejes de utilizarla.

-Eso nunca. Pero me gustaría tenerla como tú de grande.

-Todo llegará.

-O como Gonzalo.

-¿Se la has visto?

-Se le nota a través del bañador.

Recordé la primera imagen, tan sugestiva, del madrileño, cuando se rebotó y casi nos enojamos. Pero pronto regresé a Jordi, por respeto a mi niño y por conciencia de la imposibilidad de saborear al otro.

-La tiene muy apetitosa, pero no se la probaremos.

-Quien sabe.

-¿Te gustaría comérsela?

-Al principio me pareció un creído, pero ahora me cae muy bien.

-¿Pero te gustaría comérsela?

-Pues claro. ¿Acaso no se la como a Oriol?

Y como si esta frase le hubiera devuelto el apetito, volvió a contener con gracia mi miembro en su garganta. Se dedicó durante un rato a trabajar el capullo y poco a poco preparó la herramienta para la entrada triunfal. Mis dedos, que nunca saben estarse quietos, buscaron en seguida un nido donde alojarse. Su ano se ofreció tierno y anhelante para el masaje previo. Yo pensaba qué postura adoptar, pero el chico ya lo había reflexionado antes. De repente abandonó sonoramente la mamada y se colocó de perfil, tan abierto como pudo. Me encantó su iniciativa, puesto que esta es una postura que no practico habitualmente, y que además permitía follar discretamente para no ser interrumpidos por el enano.

Penetré con sutileza y reencontré las sensaciones extremas que sólo el chico amado puede ofrecerte. Su recto tan fino, acogedor, hospitalario, el mejor anfitrión para una fiesta. Respiraba profundamente, sin demasiada excitación, como si la follada no fuera más que la concreción del cariño. Esa serenidad sexual de Jordi, que contrastaba con la explosión de vida del pequeño, me hacía ver y sentir las cosas de otra forma, hacía que mi respeto y devoción hacia el muchacho fuera cada vez más incuestionable. Con toda la polla dentro degusté el espacio que me acogía. No quise apresurarme, mejor que creciera el deseo en el chaval. Él apretaba y exprimía mi rabo, y cuando inició un movimiento de avance y retroceso ya no pude esperar más. El roce trajo el goce. Todas las neuronas transmitían una sensación de enorme bienestar, de equilibrio y rigor, de felicidad y calma. Era una follada distinta, una follada de amante, de entrega al placer sincero, del deseo consolado. El chaval estaba relajado y receptivo, pero pronto comenzó a moverse al mismo tiempo que yo, convirtiendo sus caderas en un eje de un movimiento pendular pertinaz y repetitivo. Se corrió antes que yo, sin dejar de moverse, olvidando completamente al pequeño que dormía a menos de medio metro. Los espasmos llegaron imparables y un chorro de leche poco espesa me llenó la mano con la que cascaba la dulce polla del chico. En pleno esfuerzo lamía y relamía cuello y orejas de Jordi, agarrando con la otra mano su mejilla, acariciándole los ojos y la frente, el cuello y la boca. Al final, buscó mi dedo para lamerlo. Yo no tenía prisa, así que recuperé un ritmo un poco más lento para afianzar mi sexo en su cavidad. El chico no decía nada, simplemente esperaba. Tras unos minutos de brío relajado dejé que la excitación me invadiera y descargué silenciosamente pero absolutamente abrazado a mi niño. Toda mi piel se enlazaba a la suya, mi estómago a sus riñones, mi pecho a su espalda, mis muslos a sus muslos. Era como si lo follara con todo mi cuerpo, no tan solo con el ariete que le introducía.

Permanecimos en esa posición unos minutos, sin atrevernos a hablar ni a movernos. Oriol no existía, por el momento. Al fin, cuando aparté mi dedo de la boca del chaval, pronunció casi al mismo tiempo que yo una palabra que sugería nuestro cariño insaciable:

-¿Repetimos?

Bruscamente saltó sobre mí, en un gesto más propio del enano que de Jordi. Me obligó a colocarme boca arriba y se sentó apresuradamente sobre mi polla, que languidecía de añoranza de su estrecha hendidura. Otra vez en la gloria, mi sexo despertó del letargo y se dispuso a completar su labor. El chico estaba más suelto, sonreía y me provocaba con sus miradas cargadas de brillo intencionado.

-¡Más adentro!

Y como era de esperar algo se movió a nuestro lado. En un acto reflejo paramos los empujones para restar expectantes. Oriol se desperezó, se dio la vuelta y dirigió su mirada azul al culo de Jordi, de donde salía ahora una aguja a punto de enhebrar. Sorprendentemente no dijo nada, solamente soltó una sonora carcajada y se puso de pie de un salto. Pegó un par de botes sobre la cama, como para acompañar el ritmo de la penetración, y terminó bajando su polla tiesa a mis labios. Jordi miraba divertido cómo el pequeño me follaba la boca. Yo procuraba adaptarme a su forma como el recto lo hace, y por lo visto le proporcionaba grandes dosis de felicidad, porque lanzaba de vez en cuando susurros con ideas inconfesables entremezclados con gemidos placenteros. Busqué su agujero con mis dedos, pero ante mi sorpresa lo hallé ocupado por la lengua de Jordi. Los dos sabían despabilarse solos; es de suponer que mi ausencia les había reportado nuevas experiencias. Inesperadamente, al cabo de un rato, el rubito lanzó una exclamación que se debió escuchar desde toda la planta, si es que había alguien despierto a esas horas:

-¡Atención! ¡Salto mortal!

-¡Chit, no grites!

Y verdaderamente de un salto se liberó de mi boca que adoraba su sexo y del rostro bellísimo de Jordi escondido entre sus nalgas para variar su posición 180 grados. Ante mi cara encontré un trasero húmedo y bien lubricado, con ligero sabor a nadador, y no tardé ni un segundo en continuar el trabajo que mi amante había comenzado. El pequeñajo retrasaba el culo para dar mejor cabida a mi lengua, y luego avanzaba el pubis para meter su firme artefacto en la boca de mi amado. Al cabo de poco regresaba, y encontraba mi lengua sedienta dispuesta a acariciarle con deleite su dorado y reluciente esfínter. Concentrados en estas tareas, Jordi y yo habíamos olvidado nuestra follada. Cuando me di cuenta me clavé tanto como pude, a lo que él respondió con un resoplido. El ritmo se fue acelerando progresivamente y fui el primero en hallar la felicidad. Me corrí enteramente clavado en mi chico mientras mi lengua se alargaba tanto como podía dentro del culo del jovencito. Fue el paroxismo de los sentidos, tacto y gusto acordaron una simbiosis muy productiva, que convirtió aquellos momentos en inolvidables. A continuación se vino Oriol, que explotó sonoramente en la boca deliciosa del otro agarrándole sólidamente la cabeza para entrarle hasta el fondo. Jordi, quizá animado por el sabor inequívoco del orgasmo, manchó las piernas y los huevos del pequeño, que se rió de la ocurrencia y recuperó con la mano parte del semen desparramado, entregándomelo diligentemente.

-Hola, Jefe –dije una vez calmado-. Te echábamos de menos.

-¡Que sea la última vez que empecéis sin mi! –reclamó.

-Hay que estar atento a lo que pasa alrededor –le sugerí.

Y empezamos a charlar de cosas sin importancia. Hacia las nueve nos metimos en la ducha y, entre empujones, masajes y enjabonadas, me metí de nuevo dentro de ambos, pero esta vez sin corrernos ninguno. Estábamos reservando fuerzas para la acampada.

Estaban a punto de cerrar el comedor cuando llegamos a desayunar. Gonzalo nos esperaba, y se sentó a la mesa con nosotros. Ya había hablado con sus padres y le habían dado luz verde a su asistencia. Empezamos a planear los días venideros con excitación, a veces con la tostada en la boca. Oriol se sentó sobre el regazo de Gonzalo, que lo aceptó pero lo apartó un poco para que el trasero del chico no tocara su paquete. Lo abrazó cordialmente. Terminado el desayuno, les dije que me esperaran en la sala de juegos. Allí los encontré, sentados esperándome, un poco molestos por el misterio. Aparecí con unas bolsas de plástico que contenían unos paquetes.

-¿Nos has traído un regalo? –preguntó el pequeño.

-Nada, unos pequeños detalles.

Alargué un paquete a Jordi. Contenía un disco compacto de sus arias favoritas. Me lo agradeció con un beso, no sin antes echar una ojeada a la sala para observar la conveniencia de la acción. A Gonzalo le entregué otro paquete, que por su forma dejaba ver que también se trataba de un disco. Era de Metallica. Me había dicho que le gustaba el grupo pero que no tenía el último compacto. Me ofreció un beso en la mejilla. Después me quedé como pensativo, esperando que Oriol mostrara nerviosismo.

-¿Y yo? ¿No hay nada para mí?

-Claro que sí.

Saqué de la bolsa un cilindro de papel y se lo entregué. Rompió el envoltorio y en seguida contrastó su mueca de decepción con las risas de los demás.

-¡Una zanahoria!

-Sí, pero fíjate en el tamaño.- Interrumpí mi comentario porque iba a pegarle un mordisco- Es más gruesa que mi rabo. Te vendrá bien para calmarte las calenturas, y así los demás podremos descansar.

Sonrió en seguida. Había comprendido que se trataba de un juego, y comenzó a bajarse los pantalones para probarla. La presencia de un camarero que circulaba cerca impidió que continuara. De la bolsa apareció su verdadero regalo, un libro.

-Espero que te guste. Hay un capítulo en que el protagonista, que tiene diecisiete años, se hace una buena paja.

-Entonces seguro que me gusta.

Jordi leyó el título en voz alta:

-El pont de Mahoma. ¿Trata sobre el Aneto?

-Exactamente, y sobre sus leyendas y sus mitos. Pero tengo más cosas...

Extraje ahora un paquete pequeño y lo dejé sobre la mesa. Oriol se adelantó a abrirlo. Contenía distintos collares y brazaletes étnicos, de los que les gusta a los chicos de hoy día llevar como adorno. Los pequeños encontraron rápidamente sus preferidos: unos collares que realzaban la belleza y virilidad de sus anchos cuellos. Gonzalo miraba un poco distante. A una mirada mía, respondió.

-Es que mi padre me mata si me ve con un collar o un brazalete. Dice que es de maricones.

-¿Y qué somos nosotros? -gritó el Jefe.

-¡No grites! Esa palabra es muy desagradable. Veamos, Gonzalo, vamos a pasar tres o cuatro días fuera, y tu padre no te va a ver. Elige el que más te guste y telo guardas hasta que estemos lejos.

Pero el chico encontró otra solución. Eligió un collar parecido al de los otros chavales y se lo guardó, pero también probó un brazalete, y viendo que le resultaba grande se lo colocó en el tobillo. Estaba precioso, con las cuentas rojas y grises destacando sobre la piel morena de sus musculosas piernas. Los demás lo imitaron en seguida. El madrileño se confirmaba como líder. Antes de levantarnos, Jordi se acercó y me colocó un collar igual que el suyo. Oriol se rió.

-¡Oh, que tiernos los enamorados!

-¡Cállate, estúpido! –cortó Gonzalo. Y echó al chavalillo al suelo con una llave.

Compramos una tienda iglú de cuatro plazas. Gonzalo se había despedido de las chicas, y había quedado en mantener el contacto vía teléfono móvil. Buscamos un terreno llano río abajo, donde las zonas turísticas escaseaban más. Hallamos un pequeño bancal muy bien cubierto por la vegetación, a unos dos kilómetros de la carretera y a sólo cincuenta metros de un pequeño embalse natural, donde podríamos bañarnos. Una vez plantada la tienda mi chico la quiso estrenar, y se tendió boca abajo sobre el suelo de lona. Oriol hizo honor a su comportamiento habitual, y enseguida estaba sobre el nadador bajándose los pantalones.

-¡Jefe! –exclamé- ¡Que eso es propiedad privada!

Gonzalo rió, pero no así el enano. Miró seriamente a Jordi, que soportaba estoicamente el peso del chiquillo, y lo increpó:

-Di que no, Jordi. ¿A que tu culo también es mío?

-No. Ahora tiene dueño, y cada vez que lo desees debes pedir permiso.

-¡Y una mierda!

-¡Habla bien!

Gonzalo había seguido la escena con curiosidad. Se notaba a la legua que sentía debilidad por el chiquillo, pero esa debilidad quizá no llegaría nunca a manifestarse de forma sexual. Lo agarró por el tobillo y tiró de él, sacándolo fuera de la tienda.

Hasta aquél momento todos vestíamos como cuando estábamos en el hotel: Jordi y Oriol con unos shorts ajustados y sendas camisetas, el madrileño con los mismos pantalones que el día del Aneto, pero esta vez con ropa interior, y yo con unos vaqueros recortados y una camiseta de publicidad de cerveza. Espontáneamente Gonzalo se despojó de su camiseta, a lo que los demás lo imitamos. Yo no sabía hacia dónde mirar, testigo de tanta belleza a la vista, y más que se prometía. Buscamos cuatro piedras grandes para usar como asientos y celebramos una asamblea para establecer las normas de la acampada.

Oriol propuso algo que todos deseábamos (excepto Gonzalo, quien sabe), aunque adornado a su manera:

-Yo propongo que vayamos siempre desnudos.

-Vale –aprobó Jordi quitándose los pantalones.

-Así estamos siempre a punto para follar –insistió el pequeño.

-Un momento –intervine yo-, tenemos que estar todos de acuerdo. Y tener la ropa siempre a mano, por si se presenta alguien inesperado.

-Yo no quiero acatar esa norma –interrumpió Gonzalo.

-¿Por qué? –preguntó inocentemente el enano.

-Porque tú eres un guarro y te pasarás el rato pegado a mi polla.

Oriol sonrió confirmando los temores del mayor, impermeable a una alusión tan directa.

-Vamos a llegar a un pacto –concilié-. Vamos a ver, Gonzalo, a todos nos apetece integrarnos en la naturaleza lo más posible. Pero no tiene sentido que tú vayas vestido y nosotros desnudos. Propongo que Oriol se comprometa a no agredirte y ya sabes que de los demás no tienes nada que temer.

El chaval miraba al suelo, pensativo.

-Aunque deberás acostumbrarte a ser observado –añadí-. Sabes perfectamente que eres muy atractivo y que todos admiramos tu belleza.

Sonrió, pero su mueca se fue tornando amarga.

-Es que lo que para vosotros puede resultar natural para mí es algo muy forzado. Mi desnudez me pertenece a mí y a la chica que yo elija para compartirla. Otra cosa es que me guste lucir mi cuerpo con prendas sugerentes.

-¿Sugerentes? –intervino Jordi-. El día del Aneto te salían los huevos y se te marcaba perfectamente la raja del culo. Todos nos dimos cuenta.

-Eso –asintió Oriol.

Gonzalo se sintió pillado. Me miró como solicitando ayuda. Yo tardé en intervenir, para que se sintiera un poco más presionado.

-Vamos a ver, ¿tú tienes algún inconveniente en que nosotros te veamos desnudo?

-En eso no. Lo que no deseo es pasarme el día alejando de mí a los moscones. Quiero estar en paz.

-Ya lo ves, Jefe –me dirigí severamente al pequeño-, todo depende de ti.

-¿Qué debo hacer? –preguntó preocupado.

-Jurar por tu polla que te alejarás de Gonzalo y le dejarás en paz –concluyó Jordi.

-No, –interrumpió el madrileño- tampoco deseo sentirme marginado. No quiero que te alejes de mí, sino que no me metas mano, que no busques roces o contactos claramente sexuales. Y a los tres os pediría que no provoquéis que me sienta extraño por no comer el mismo menú que vosotros. Yo soy como soy, y no podéis obligarme a ser de otra forma.

Los tres nos miramos y terminamos concentrando la vista en el rubito. De él dependía. Y terminó asintiendo. Ya estaba desnudo cuando lo paré.

-Oriol, debes prometerle solemnemente respeto a Gonzalo, y sellar tu promesa estrechando su mano.

Así lo hizo. Gonzalo recibió su promesa sin mucho convencimiento:

-Como te pases un pelo te doy de hostias –amenazó.

-¿En el culo? –sugirió, y esquivó la piedra que le lancé.

-Esperad, que aún no hemos terminado. Normas de higiene.

-Vaya rollo.

-Para las necesidades corporales uno se pierde en el bosque, llevándose esta pala americana. Se cava un hoyo y después se tapa. Y hecho esto, al río a limpiarse.

-¡Pero si llevamos papel higiénico!

-Da igual. El culo, bien enjabonado. Para lo que lo usamos nosotros, la higiene es muy importante. Esto, por motivos obvios, no afecta a Gonzalo.

-Que no te vea yo con el culo guarro –bromeó Oriol.

-Y respecto al sexo, y por respeto a la diversidad, sólo una follada por día. Desapareceremos para que Gonzalo no tenga que ser testigo de algo que no desea ver.

-No, a mí me mola que mire –opinó el rubio-. Y de un polvo por día, nada. Cuatro o cinco.

-Uno.

-Por lo menos dos –concilió Jordi.

-Bueno, dos -cedí.

A continuación me desnudé, pero mis chavales estaban pendientes del mayor. Éste, a pesar de sentirse observado, se quitó la ropa con parsimonia y apareció su cuerpo resplandeciente coronado por una polla no tan morena como sus piernas y su estómago, perfectamente circuncidada, gruesa y no del todo fláccida, acompañada por unos huevos grandes y caídos, con un ligero vello. Delicioso.

-Date la vuelta, para que te veamos el culo –solicitó Oriol.

-Está bien. Supongo que si veis todo lo que hay que ver después ya no será una novedad y me dejaréis tranquilo.

Y se dio la vuelta. Sus nalgas, preciosas, estaban ligeramente levantadas como mostrando el feliz camino para entrar dentro de él. Era un culo musculoso, como el de un gimnasta. Los chavales estaban embobados, y yo me repasé los labios con la lengua.

-Agáchate un poco, que se te vea el agujero.

-Me lo temía. Venga, mirad, porque ya no veréis más.

Un tierno ojal un poco más oscuro que las nalgas se nos mostró apetecible. Yo lo hubiera dejado todo por un culo como aquél. Miré a los chavales. Los dos tenían la polla absolutamente dura. Como yo. El observado se dio la vuelta y se percató de la situación.

-¿Veis? Ya empezamos.

-Gonzalo, macho, -intervine- esto es algo normal. Eres tremendamente atractivo y nos excita verte. Pero hemos hecho una promesa y la cumpliremos. ¿Verdad, chicos?

-Verdad –respondió Jordi. Oriol tardó un poco más. Contestó cuando la mirada furibunda del mayor lo atravesó.

-Más vale que se así –amenazó-, porque si os pasáis un pelo llamo a mi viejo que me venga a buscar y me largo.

-No hará falta. ¿Vamos a bañarnos?

El baño consiguió que nuestros sexos regresaran a la normalidad del reposo. Bueno, en Oriol resultó un poco más difícil, pero cuando nos sentamos a comer unos bocadillos todos estábamos más relajados. El ambiente era sereno y de compañerismo, y Gonzalo ya no se sentía tan deseado porque los demás disimulábamos la excitación que nos producía tener su cuerpo exuberante tan cerca.

Por la tarde el madrileño, que como todos se había llevado su regalo, pidió si podía escucharlo en el coche, que estaba aparcado a unos 30 metros de la explanada donde habíamos acampado. Despareció un buen rato, y cuando nos dimos cuenta estábamos solos Jordi y yo. Dedujimos que el pequeñajo estaría espiando a su ídolo, y no quisimos darle demasiada importancia. Yo dudaba sobre la sinceridad de Gonzalo al mostrarse molesto por la admiración eréctil que nos despertaba, así que pensé que si el menor se excedía en su actitud un buen rapapolvo le iría bien. Jordi y yo nos tendimos en la hierba, abrazados, manoseándonos púdicamente todo nuestro cuerpo, hablando de las cosas que gustan a los amantes. El chico tenía interés en concretar cómo sería nuestra relación cuando se terminara el mes de Julio, y yo quería convencerlo y convencerme de que podría continuar siendo fluida y apasionada. Al poco apareció el enano en medio de exclamaciones que no dejaban lugar a dudas sobre lo que había estado haciendo.

-¡Pedazo de polla tiene el cabrón!

Por lo visto había estado espiando lo que hacía nuestro ídolo y, después de escuchar un rato de música, o durante la audición, se había masturbado, hecho que no pasó desapercibido al pequeño, que había buscado un sitio elevado para observar impunemente.

-Como te haya visto se va a cabrear –advertí.

-La tiene casi tan grande como tú –fue su única respuesta.- Dime, ¿qué perdería dejándome que se la comiera?

-No se. Trata de convencerlo, pero no lo violentes. Quizá con buenas palabras...

Cuando el madrileño regresó habíamos pactado no comentar nada sobre sus tranquilizantes escapadas. Jugamos un rato a algo que se parecía al fútbol pero sin normas ni siquiera campo formando dos equipos, a saber: nosotros y ellos. Nada hubo que discutir; Jordi se colocó a mi lado y los demás estuvieron de acuerdo en formar un equipo a pesar de las diferencias. Me encantaba verlos cómo olvidaban (Oriol no del todo) las prevenciones cuando se trataba de celebrar un gol. Creo que casi nos dejamos ganar para verlos en ese contraste que embellece el paisaje y recrea la vista: un rubio extremamente rubio, de piel pálida, abrazado tiernamente a un moreno de piel y de pelo, ambos con un cuerpo precioso y unos rostros bellos y expresivos. Me fulminaba ver cómo el pequeño se lanzaba al aire para ser recogido por Gonzalo, treinta centímetros más alto, que lo sujetaba a menudo por las nalgas, sin mostrar el mínimo reparo en tocar y abrazar al chiquillo incluso en sus partes íntimas. Pienso que fue una lección de normalidad que todos aprendimos y yo agradecí.

A media tarde Oriol dijo algo al oído de Jordi y ambos desaparecieron. Se escuchaba lejana la música preferida de mi chico, y ese fue un buen momento para afianzar la amistad ya floreciente entre el mayor y yo.

-Qué, ¿cómo lo llevas? ¿Podrás resistir cuatro días?

-Lo intentaré. El enano es el que va causar problemas.

-¿Por qué?

-Se cree que no lo he visto, cuando me he hecho una paja. Se ha encaramado a un árbol para verme.

-Pero ello no te ha impedido continuar.

-No quiero dejarme influir por vosotros. Me apetecía pajearme y me he pajeado.

-Es tu derecho.

-Lo que me jode es que, justo en el momento en que me corría, lo he visto él, en el árbol, pajeándose descaradamente.

-¿Te ha destruido la inspiración?

-Claro. Yo estaba pensando en Laura, y en Sandra, una chica de mi cole...

-¿Laura te pone mucho?

-Claro. Las otras dos no valen nada. Son estúpidas, además de feas.

-A mí no me lo parecen tanto.

-Tú que sabrás...

-Oye, que yo también tengo opinión sobre el sexo femenino...

-Ay, olvidaba que tienes un rollo con la directora del Hotel –insinuó maliciosamente.

-¿Follaste con ella?

-¿Con Laura? ¡Que va! No se separa de sus amigas.

-Pues para ti, con ese cuerpazo y esa simpatía natural, no te debe resultar muy difícil llevarte a una chica a la cama.

-No te creas. Hay pibas que son muy guarras y van directas, pero no acostumbran a interesarme. Hombre, si están muy buenas, sí.

-¿Con cuántas tías has follado?

-Con varias.

-¿Desde cuándo?

-¿Cómo?

-Que cuándo perdiste la virginidad, ¿a qué años?

-Ah, a los trece –respondió después de un momento de duda.- Eso creo.

-¿Eso crees?

-Joder, me estás haciendo hablar más de la cuenta.

-¿No te gusta hablar de esto?

-No, es que no quiero mentirte.

-Pues no lo hagas.

-Pues mira: aún soy virgen. No sabes cómo jode ver que ese enano a su edad no para de follar (aunque sea con un tío) y yo no me como una rosca. Puedes reír si quieres.

Miró alrededor como esperando que apareciera Oriol burlándose de su candidez. Pero no, la música seguía sonando y ni rastro de los menores. Guardé un rato de silencio, para indicarle que el comentario sobraba. Ya debería saber que yo nunca me reiría de sus vergüenzas, si es que alguien debe avergonzarse de ser virgen a los dieciséis años.

-No entiendo qué le puede impedir a una chica como Laura entregarse y disfrutar de tu persona: de tu cuerpo precioso y de tu personalidad tan atractiva.

-Las pibas son muy raras, no hay quién las entienda. Sólo he conseguido un par de morreos y meterle un dedo, pero se enojó un poco.

-No creo que fuera de verdad.

-Sí, ya sé que fingen no desear lo que en verdad desean. Ya te digo, son muy raras.

-Oye, acércate, vamos a echarnos sobre la hierba, a la sombra. ¿No te gusta el contacto de tu piel desnuda con el frescor de la hierba?

-No hace falta que vayas con rodeos. Puedes abrazarme, si lo deseas.

Lo hice, pero con prevención. Sabía que el chico podía reaccionar negativamente si lo forzaba. Le acaricié sus hombros tan tiesos, sus fuertes músculos, sus clavículas. Creo que le gustó. Y siguió hablando sin que le preguntara.

-Sandra está al caer. Si no llega a ser por estas vacaciones... Una tarde se vino a mi casa y casi... Pero estaba mi padre y no me atreví.

-Me parece que tienes un complejo de Edipo.

-¿Qué?

-Nada, una tontería. Quizá tu padre se hubiera alegrado de ver que su hijo se folla a una chica en su propia casa, ante sus narices... "¡Qué macho es mi niño!"

-No lo sé. En Agosto yo regreso a Majadahonda y ella se marcha de vacaciones. Tendré que esperar hasta Septiembre.

-O forzar más el asunto Laura... Yo creo que tienes grandes posibilidades...

-Tú me ves con otros ojos. Sus amigas dicen que soy un estúpido engreído.

-Lo eres un poco, pero también eres tierno y cariñoso...

-Gracias por llamarme estúpido.

-Mi querido estúpido engreído. Un poco chulo sí que eres.

-¡Mira quién habla! El pavo real. Chulopiscinas.

Le pasé la mano por el cuello y acaricié el hombro contrario. Sentía enormes deseos de abalanzarme sobre él, pero en el autocontrol también se puede encontrar placer. Si algún día llegaba lo que estaba deseando, seguro que lo recordaría toda la vida.

-No entiendo una cosa. ¿No te ha salido ninguna oportunidad desde que despertaste al sexo? En esos tres o cuatro años...

-¿Qué tres o cuatro años?

-No sé, normalmente se empieza a los doce...

-¿Cuántos años crees tú que tengo?

La pregunta me dejó helado. La verdad, nunca habíamos especificado la edad de Gonzalo, y yo le echaba quince o dieciséis. El corazón comenzó a latirme con fuerza. Temía un shock.

-¿Y tú eres un experto en chavales? ¡Un aficionado, es lo que eres! ¿Crees que tengo dieciséis años?

-Los aparentas. Y eres muy maduro.

-Ya, ¿Y qué?

-¿Cuántos años tienes realmente?

-Adivina.

-Dieciocho.

-¡No digas tonterías!

Se reía desacomplejadamente. Lo que yo temía es que se riera de mí. ¿Estaba jugando?

-Quince.

-Menos.

-Catorce.

-No.

El corazón me dio un vuelco. No podía ser.

-Trece.

-Y medio. Los cumplo en diciembre, los catorce. Por lo tanto, nada de tres o cuatro años buscando rollo. Como quien dice acabo de empezar. Bueno, hace más o menos un año. ¡Experto!

El tono de burla con que dijo esta última palabra me hirió. Sobretodo porque tenía razón. Me considero un experto en muchachos y me habían marcado un gol de campeonato.

-¿Entonces lo de perder la virginidad a los trece...?

-Eso espero. Tengo hasta fin de año.

No pude menos que pensar en Germán y sus prisas por alejarse de la niñez. También trasladé mi pensamiento a Oriol, que estaba despierto al sexo desde sus increíbles diez años, casi once. Me repetí a mí mismo que todo es relativo, y que la edad mental no tiene por qué ser una excepción.

-Me acabas de producir una crisis. Estás imponente, eres amable y tierno, y tienes sólo trece años... ¿Qué hago yo que no estoy enamorado de ti?

-Ni se te ocurra. Sufrirías mucho, porque hay algo en lo que no llegaríamos a un acuerdo.

-A lo mejor te pasa como a Pedro, un amigo y ex amante mío. Bueno, ya te hablé de él, el que vive en tu ciudad.

-¿Qué le pasa?

-Es hétero, como tú. Comencé con él cuando tenía doce. De todo, menos penetración anal. Un día me confesó que era consciente de que el día de follar llegaría, pero que primero tenía que estar con una chica. Perder la virginidad, vaya.

-¿Y se cumplió?

-Al pie de la letra. Incluso le dejé mi piso para que follara con la chica. Se hizo rogar un poco, pero a los tres días me lo follé, en la misma cama. Y aún seguimos.

-No le veo la relación conmigo.

-Eres suficientemente inteligente como para saber que tarde o temprano tienes que probar el amor con un hombre.

-Quién sabe.

-Y puede ser que ahora no te apetezca porque tu prioridad es probar el sexo que tu naturaleza te reclama.

-Podría ser.

-Mi ilusión es que Laura te desvirgue para que yo lo intente después.

Se rió.

-Mira, te agradezco tu sinceridad, pero no te hagas ilusiones.

Levantó la cabeza y me miró.

-¡Y cuídate esas erecciones, que un día vas a explotar!

Mientras decía estas palabras me pegó un cachete en pleno paquete.

-Joder, tío, vas a necesitar una transfusión de sangre –añadió.

Se levantó, así que entendí que la conversación se había acabado. Recapacité y me di cuenta de que estaba aún más cerca de él, que nuestra intimidad aumentaba a gran velocidad, que su complicidad conmigo era tal que se permitía el lujo de tocarme el paquete para reprimirme cariñosamente... Pero no veía el día en que podría disfrutar de su delicioso interior. La imagen de mi cuerpo abrazado a Gonzalo penetrándole suavemente mientras le colmaba de caricias no se podía mantener en mi imaginación. Aparecía y se desmoronaba, y sólo veía esa pícara cara riéndose de mis calenturas.

Los niños aparecieron al cabo de media hora, con rostro satisfecho los dos, y Oriol con un hilillo de semen en la mejilla.

-¿Dónde estabais?

-Merendando –respondió el menor.

-¿Merendando o merendándoos?

-Yo diría que habéis merendado leche condensada –dijo Gonzalo, en tono humorístico.

-¿Se nota?

-Acércate.

Le limpié los restos de semen con el dedo índice y luego me lo llevé a la boca. Jordi sonrió.

-Chicos, ¿comenzamos a preparar la cena?

Tuve que echar al pequeño rubito porque no hacía más que molestar. Jordi miraba. No tenía ninguna experiencia en la cocina. Gonzalo, sin embargo, fue una gran ayuda. Con un pequeño hornillo de camping preparamos unas tortillas y freímos unas salchichas. Después nos sentamos abrazados los cuatro y en nadador propuso contar historias de terror. El objetivo era aterrorizar al enano, que no paraba de reírse. Cuando le tocaba contar una historia a él, la adornaba con continuas referencias al sexo. Después jugamos algún juego disperso, pero cuando nos dimos cuenta eran ya las doce y media de la noche. Decidimos entrar en la tienda. Nadie se había preocupado por los sacos de dormir, excepto yo. Había traído tres, previendo que Jordi y yo dormiríamos juntos. Pero las protestas no tardaron.

Finalmente propuse tender los sacos en el suelo y cubrirnos con uno abierto por la cremallera. A Gonzalo no le hizo gracia, y se pidió uno para uso particular para preservar su integridad. Así que no quedó más remedio que repartir los dos sacos restantes para tres personas. La noche era calurosa, por lo tanto no debíamos temer pasar frío. Oriol quería dormir al lado del madrileño, pero éste tampoco aceptó. Me encargó que yo sirviera de muro y se colocó en un extremo. Tendidos en el suelo, la juerga continuó. El rubio jugaba a pasar la mano por encima de mi cuerpo para tocar al hétero, hasta que el chico le pilló el brazo y se lo retorció. Después de un minuto de silencio, seguimos contando historias. Hablaba Jordi, que tenía bastante gracia en las explicaciones. Una mano me agarró la polla y comenzó a cascar. El rubio no podía esperar más. Me dejé avasallar. Jordi se dio cuenta de lo que estaba pasando y detuvo su relato. Nadie protestó por ello, así que intuí que Gonzalo se había quedado dormido. En seguida noté la boca húmeda del pequeño abrazar mi glande. El otro me ofreció su boca anhelante. Lo besé de nuevo, por centésima vez. Su lengua se retorcía dentro de mi boca. Oriol ya estaba hurgando en mi trasero. Se le escapó una risita cuando cruzó el umbral con el dedo.

-Quiero follarte –dijo, como siempre en un volumen alto.

Pero el adolescente de filiación distinta no daba señales de vida. Nos habíamos quedado un momento en suspense, temiendo una apreciación de censura del madrileño, que debía recorrer los felices campos de Arcadia en sus sueños. Levanté las piernas y rocé el techo de la tienda. El asalto no se hizo esperar. El cachorro se colocó a la entrada, empujó y se apoderó de mis estancias internas. Resoplaba cada empujón, pero se notaba que silenciaba sus comentarios. Su rabo era pequeño aunque muy duro.

No me llenaba por completo, pero me producía un placer ligero y relajante. Mi amante, mientras tanto, se acercó a mi polla para devorarla. La posición un poco acostada del menor no se lo permitió, así que se conformó con agarrármela y cascar. Yo deseaba su culo, y se lo hice saber con un gesto. Se irguió, bajó su cintura y me ofreció el manjar exquisito de su abertura. La lengua tomó posesión, iniciando una sesión intensiva de lametones. Después alterné el dedo con la lengua, gesto que arrancaba gemidos placenteros cada vez que cambiaba de tercio. El pequeño aceleraba el ritmo, pero cuando parecía que iba a estallar se contenía, lanzaba unas risitas excitadas y se quedaba un rato quieto. Alargué la mano para alcanzarle el rostro, pero a medio camino me encontré con la de Jordi que me condujo a su polla. Su glande estaba húmedo y puntiagudo, y sus huevecillos muy caídos, todos a punto para ofrecer sensaciones inigualables. Unos ruidos como de absorción me permitieron suponer que los cachorros se estaban besando, e imaginarme ese morreo apasionado me empujó a lamer el ano con mayor empeño. Ahora dedo y lengua ocupaban espacios muy próximos, sin alternarse. Mi niño temblaba de placer.

Quise masturbarle amablemente, pero no me dejó. Imaginé que quería follarme él después. El pensamiento de esa posibilidad hizo crecer unos centímetros mi rabo medio aplastado sobre mi estómago. Finalmente Oriol se incorporó, se echó un poco para atrás como para tomar carrerilla y enfiló de nuevo mi recto con decisión. Jordi aprovechó la ocasión para zamparse toda mi polla. Su boca fresca me envolvió para dejarme exhausto de goce. El otro ya no se contenía, murmuraba entre dientes comentarios jocosos que me hacían sonreír. Me estaba follando muy bien. Corto recorrido, polla pequeña pero muy juguetona. Su condición de G. F. estaba acreditada. Algunas gotas de sudor de su frente cayeron sobre mi tórax. Las recogí y las lamí. Mi mano acariciaba el pelo sedoso y rebelde de mi niño, que se concentraba en colmarme de caricias y sorbos chispeantes. Me corrí en su boca sin poder retrasarlo más. Inundé sus labios y sus dientes de mi semen ardiente que tragó con delirio mientras su mano me acariciaba el cuello. Cuando probé el sabor de mi propia leche del tarro delicioso de su boca enloquecí de excitación, porque Oriol se estaba vaciando dentro de mí entre espasmos y contorsiones.

-¡Soy el G. F.! –exclamó de repente, como colofón a una faena de maestro.

Se dejó caer sobre nuestros cuerpos abrazados. Nuestras bocas, todavía enlazadas, lo marginaron un momento, para acogerlo después en algo tan complicado y dinámico como un beso triple. Intenté alargar ese contacto variado, pero Jordi estaba nervioso y a punto para acceder al estrellato. Ocupó el sitio del rubio y entró sin preámbulos en el dilatado continente.

Un escalofrío recorrió mi espalda y me sentí lleno de un espíritu tranquilizador. Allí permaneció un minuto el chaval, tocando fondo pero sin moverse, deleitándose y deleitándome del contacto firme pero sin roce. El menor se sentó en mi pecho, de espaldas a mi cara, alumbrando con una linterna que no sé de donde había sacado el escenario del amor. Esa claridad inesperada me permitió ver que Gonzalo, a mi izquierda, dormía sosegadamente de espaldas a mí. Se había introducido dentro del saco a pesar del calor, y las redondeces de sus nalgas se dibujaban bajo la tela estirada. La mano de Oriol se alargaba hacia ese monumento, pero llegué a tiempo de neutralizarla. Jordi, que había sido testigo privilegiado de la escena, soltó una carcajada contagiosa y los tres nos pusimos a reír. Pero el vaivén que había comenzado en mi culo me llevó a abandonar la hilaridad.

Toda mi carne se afianzaba al estilete de mi chico, aventurero aguerrido que trotaba por mis praderas. Me tomaba de las caderas, pero ese agarre era esponjoso y tierno, más parecido a una caricia que a una sujeción. La linterna se había quedado en un rincón, y su luz desenfocada me permitía ver a un Jordi sonriente y resuelto, despeinado y sudado, con su cuello poderoso emergiendo de sus hombros prodigiosamente anchos. Eso era lo que más adoraba, la dulzura de sus gestos desbordando la belleza de su cuerpo. El ser risueño y sensible que sobresalía del cuerpo excitante y hermoso. Las dos bellezas juntas, algo tan inalcanzable como la imposible felicidad completa. Pero ahora no era momento de reflexión, sino de disfrute.

Al placer de la follada le sumaba la exquisitez de la vista, la sonrisa incandescente y el brillo resplandeciente en los ojos. De reojo observaba las formas atrayentes de las nalgas de Gonzalo, que no competían, sino que realzaban la genialidad del instante. Y muy cerca, en el primer plano, las nalgas abiertas del más pequeño descansando sobre mi pecho, y una sombra casi inapreciable que era su entrada al placer. Cuando tenía mi vista fijada en aquél agujero, de repente se movió. Se acercó a mi boca y selló el contacto. Oriol se había sentado sobre mi cara. Ya no vi nada más. La imaginación guardó esas imágenes que constituían el escenario del goce, y mi lengua dejó la pasividad. Las nalgas del chico se adaptaban a mi cara con tanta soltura que casi me impedían respirar. De vez en cuando, sin dejar de lamer la piel más suave del chiquillo, con la mano apartaba uno de esos duros músculos gemelos para permitir una entrada de aire. Pronto lo soltaba, puesto que echaba de menos el contacto firme y frondoso. Jordi follaba concienzudamente, derrochando sensibilidad como en todos sus actos.

Lo sentía cómo me hablaba pro medio de su sexo, cómo entraba arremolinadamente y cómo salía con rapidez, para volver con las mejores noticias poco después, y para repetir la buena nueva cada vez que regresaba. Oriol manoseaba mi polla que quería estallar. Su pequeña mano no podía rodearla, pero con las dos la abarcaba y le proporcionaba un masaje complaciente. De nuevo separé una nalga para respirar y el ritmo de mi follador se aceleró. Se acercaba el gran momento que nos uniría en una misma empresa. Contuve la respiración para saborear la dulzura acaramelada de las fibras anales del pequeño. Dejé caer mi mano izquierda al soltar su culo, y me encontré inesperadamente con el del madrileño, que estaba a pocos centímetros. Sin pensarlo, abrí la mano para seguir la forma redondeada de ese culo maravilloso y, arrapado a ese altar de los dioses, degustando un manjar exquisito, notando el empuje cálido en mi interior, abandoné la conciencia en medio de un éxtasis sin parangón.

La redondez que mi mano contenía se apartó, y eso me hizo retornar al presente después de unos segundos de vagabundear por los tejados del mundo. Me invadió la preocupación. ¿Había notado Gonzalo mi mano en su culo apetitoso? ¿Se había despertado? ¿Se había movido de forma espontánea, en medio del sueño, para cambiar de posición? Yo que había promovido el respeto a su integridad acababa de ofenderla. Yo que salvaguardaba la dignidad de la diversidad era el que la había profanado. Me sentí mal. Bajaba del cielo y aterrizaba en unas zarzas. No dije nada. Esperé un rato a que la deliciosa cortina que me ocultaba la luz se despegara de mi rostro. Vi a Jordi sonriendo satisfecho, ignorante de mis preocupaciones. Vi a Oriol apartarse y quedarse mirando las formas sugerentes del saco que abrigaba al madrileño. Seguía de espaldas a la acción. No se había incomodado. Cerré los ojos y recordé la intensidad del esplendor que acababa de vivir. Se me presentaron unas nalgas esbeltas, tersas, atrayentes, que mi imaginación separaba para lamer y clavar. Y me di cuenta de que mi polla señalaba hacia la estrella polar.

Jordi se dejó caer sobre mí. Toda su piel perlada de sudor me comunicaba cariño. Buscó mi boca otra vez. Me concentré en catar el manjar con formalidad. Una imagen espontánea me hizo hablar:

-Eres como una cucharada de miel.

La respuesta fue otro beso. Oriol, acostumbrado a nuestra efusividad, se carcajeó y objetó:

-Pues yo debo ser el tarro.

-No te pases. Tú eres más explosivo que dulce.

-No. Oriol también sabe ser dulce –rebatió el nadador-. Sólo que le gusta más ser brusco.

-Yo no soy brusco. Soy explosivo, como dice Sóc. Soy el Jefe.

-Tú eres como una mandarina: algo dulce, un poco ácido... y explotas en la boca.

-¡Pues hoy te he explotado en el culo!

-Y yo también.

-¿Sabes, Sóc? –prosiguió el pequeño. –Tú eres como un plátano. Da gusto de pelar para comérselo después. Ja, ja, ja.

Dicho esto se acercó a mi polla y le pegó un lametón. Una sacudida me electrizó. Miré a los chicos y pregunté:

-¿Seguimos?

Tomé el húmedo culo de Oriol para follarlo. Lo puse a cuatro patas y, cuando no me veía, le indiqué en gestos a Jordi que después seguiría con él.

-¡Ya era hora de que me follaras! –manifestó el rubito.

-¿Aún no habéis acabado? –interrumpió una voz ensoñada.

-¡Gonzalo! Pensábamos que estabas durmiendo.

-Joder, ¿cómo voy a poder dormir con tres tíos follando a mi lado? He estado a punto de irme a dormir al raso.

-¿Te has enterado de todo? –preguntó Oriol. –¿Has visto cómo me he follado al jefe del campamento?

-Estás empezando a cansarme con tu exhibicionismo. ¡Dejádme en paz!

-Lalo -me extrañó el apelativo, que era la primera vez que se me ocurría usarlo-, ¿puedo terminar lo que tengo entre manos?

-Haced lo que queráis.

-Procuraremos no hacer nada de ruido. Chicos, prohibido hablar.

-¿Te crees que no se escucha el desatascador?

-¿El desatascador?

Gonzalo se incorporó. Sonreía de su propia ocurrencia. Vi sus ojos cansados a la luz ya muy apagada de la interna.

-Sí, la ventosa esa con que se desatascan los lavabos.

Imitó el ruido. Se parecía descaradamente al mete-saca de una follada. Los niños rieron.

-¿Eso es lo que se escucha?

-¿A ti qué te parece?

Nos reímos los cuatro de buena gana. Pero el renacuajo interrumpió de pronto.

-Venga, una follada rápida.

Escupí abundante saliva en la cabeza de mi rabo y penetré al enano. Lalo se dio la vuelta instantáneamente. Disfruté enormemente del estrecho agujero del chaval, pero la poca iluminación que ofrecía la linterna situada en un rincón me permitía intuir las formas prodigiosas del madrileño. Tomé prestado el culo de Oriol para imaginarme que follaba a Gonzalo. No tardé en alcanzar los espasmos que anuncian la culminación. Procuré acallar mis gemidos para no importunar, y el chaval también se portó. Después también mi niño se colocó a cuatro patas, y disfruté de él como nunca, procurando por todos los medios apartar a Gonzalo de mi imaginación. Apagué la linterna y me concentré en esa espalda tan recta que se ensanchaba desde ese culo que me albergaba hasta unos hombros de atleta, un cuello de levantador de pesas y esa testa coronada por esa mata de cabello enmarañado y rebelde que enmarcaba la expresividad sincera de un chico adorable. Me costó un poco correrme; no así el chaval, que mojó todo el saco de dormir.

Por la mañana éramos un lío de cuerpos. Me desperté boca abajo, abrazado a uno de los chicos. Sobre mi espalda estaba recostado Jordi; notaba su peso que me aplastaba. Más abajo notaba la respiración de alguien sobre mi muslo. Se trataba de Oriol, que seguramente había intentado comer fuera de horas. Acaricié la piel del pecho qua abrazaba. Era suave y delicada. Coqueteé alrededor del pezón. Se erizó y coronó un pectoral que se insinuaba. Miré el rostro durmiente de Gonzalo. Sus labios, apetitosos, estaban entreabiertos. Pensé si atreverme a meterle un dedo. Me contuve. Seguí jugando con su pezón. Sus párpados adormilados se abrieron indolentemente. Buscaron una referencia y encontraron mi mirada. Seguí acariciando. Me sonrió.

-Hola.

-Hola. ¿Cansado?

-Bueno. Tienes que adjudicarme un nombre.

-¿Un nombre?

-Sí. "Cucharada de miel" le pega muy bien. Lo de "mandarina" también está bien pensado. ¿Y yo?

No respondí en seguida. Reflexioné mientras contemplaba el brillo de su piel morena iluminada por la vaporosa luz que se filtraba a través de la tienda.

-Tú me recuerdas al caviar.

Clavó sus pupilas en las mías y sonrió. Trasladé mis dedos de sus pezones a sus labios.