Testigo de la hermosura (6: Gonzalo se confiesa)

Después de un sentido homenaje a Cadinot, Sócrates regresa la hotel donde ecuentra a los cachorros impacientes y a Gonzalo muy comunicativo.

TESTIGO DE LA HERMOSURA VI: GONZALO SE CONFIESA

Tenía controlado el horario de las celebraciones familiares de Germán, así que me dirigí al hotel para cambiarme de ropa y pegarme una ducha. Antes de dos horas estaba en el restaurante, perfectamente vestido de camarero, para comenzar una nueva aventura. Se me había ocurrido emular una película de Cadinot que me marcó especialmente, hace unos años. Comenté mis intenciones con el jefe de camareros, que no me negó credibilidad a tenor de los detalles que le proporcioné. Y me dispuse a esperar. El grupo gozaba de un aperitivo bajo la sombra de unos pinos, en un atardecer sofocante y claro. Yo me paseaba furtivamente entre las mesas, intentando esquivar a Germán.

Cuando hacia las nueve entraron en el comedor, lo vi, lánguido y cansado, rodeado de sus primas y de la famosa amiga que le habían presentado. Desde la ventana lo observé cómo se sentaba en una mesa redonda para diez comensales, la mayoría jóvenes. Ya sabía que se sentaría entre la mayor de sus primas y la desconocida, así que sólo fue un acto rutinario de comprobación. A medida que avanzaba el banquete, su rostro se iba tiñendo de agobio. Apenas atendía los reclamos de las chicas, estaba como ausente. De buena gana lo hubiera rescatado, pero preferí esperar para cumplir mis planes.

Cuando llegó la hora de los postres –un carpaccio de frutas con salsa de grosella y flores aromáticas- me presenté en el comedor y tomé una bandeja, tal como había pactado con el jefe. Me encaminé hacia la mesa que me correspondía, que lógicamente era la de Germán, y serví con aplomo y experiencia el postre a las chicas. Pero cuando estaba situado tras el chico, un resbalón inoportuno provocó que la salsa de grosella con aroma de flores manchara el pantalón de tan distinguido comensal, y comencé la comedia de deshacerme en disculpas y justificaciones. La sorpresa condujo al enfado, pero pronto la simpática sonrisa del chico iluminó la escena: me había reconocido. Entonces me ofrecí para limpiarle los pantalones, si se dignaba disculparme y acompañarme, algo que hizo encantado. Pasó frente a la mesa donde estaba su madre y le señaló la mancha, que me había quedado un poco desviada y estaba situada cerca del bolsillo derecho. Añadió un escueto "Voy a limpiarme" y continuó tras mis pasos. El Jefe de camareros me sonrió y continuó los preparativos para la tarta.

Nos metimos en el baño privado del personal, al lado de un almacén de productos de limpieza, de donde extraje un aerosol limpiador. Germán quería abrazarse, pero yo jugué un poco más y me agaché para secar con un trapo la grosella que no había impregnado la tela. Froté suavemente un paquete que se mostraba manifiestamente duro, hasta que el chico no pudo más y sacó su enorme aparato con el que me percutió la cara. Se reía y me frotaba, buscando mi abertura bucal para ofrecerme un regalo. Con paciencia le quité la ropa y limpié la mancha, dejando para más tarde los juegos sensuales. Él se acercó por detrás y me agarró la polla mientras se pegaba a mi culo. No paraba de charlar, sobretodo para indicarme el infierno que significaba soportar a sus primas.

-Tienes unas ideas geniales –dijo al fin, sujetándome el rostro para mirarme a los ojos.

-No sé de qué me habla –respondí seriamente-. Termino en seguida de limpiarle la ropa.

Pero su polla erecta se restregaba contra mi cuerpo buscando el placer. No pude resistir mucho rato. Tuve el tiempo justo de colocar los pantalones sobre una mesa antes de notar que unas manos inexpertas buscaban mi cinturón, lo desabrochaban y mis pantalones caían hasta las rodillas. No dije nada. Me apetecía que el chaval me follara, y si era eso lo que pretendía, adelante.

Restregó su miembro contra mi culo, buscando el ano. Lo notaba caliente y puntiagudo, sabroso. Me incliné sobre la mesa indicándole el atajo al goce perfecto. Su punta estaba tan húmeda que seguramente no necesitaría lubricación añadida. Entró. Tímidamente primero, furiosamente luego, su rabo divino se presentaba en mis adentros para equilibrar nuestra relación. Me incliné un poco más y tocó fondo. Quise continuar con la comedia para ver cómo reaccionaba.

-Caballero, ya sé que merezco un castigo por haber manchado su traje. Pero esto no es un castigo, ¡es un placer!

-¡Y que lo digas!

Dijo esto último con comicidad. Sentía un gran regodeo en contenerlo, pero al mismo tiempo me divertía la escena, me imaginaba por un momento que yo era un camarero auténtico que reparaba el error cometido con un cliente. Hasta que recordé que no había echado el cerrojo. Y ahora se escuchaban unas voces acercarse. Pegué un tirón para liberarme, pero Germán no lo permitió. Así que, como un monstruo de cuatro patas nos dirigimos los dos, insertados potentemente, hacia la puerta. Alargué la mano y cerré. De todas maneras, las voces no se acercaron más.

-No hace falta cerrar –dijo un poco excitado-. Mola más que nos puedan pillar.

-Pero, disculpe –protesté-, mi carrera como camarero...

-Tu carrera como camarero se ha terminado hoy. Te la voy a meter hasta que te salga espuma por la boca.

Esa obscenidad produjo un inmediato efecto en mi excitación, así que como conductor del cuadrúpedo me dirigí de nuevo hacia la mesa. Cuando nos separamos de la puerta escuché como se deslizaba el cerrojo. Me entró temor, pero la fricción que notaba en mi interior hizo que lo olvidara. El chico llevaba los slip en los tobillos, y yo mis pantalones a la altura de las pantorrillas. De cintura para arriba no nos habíamos desprendido de ninguna prenda. Pero las manos del chico acariciaban mi espalda y se acercaban de vez en cuando a mis pezones, provocando un levantamiento. Otras veces se escapaba hasta mi polla, que se erguía jugosa y lubricada.

-Eres un guarro, Ramón –comenzó a susurrarme al oído-. Cuando te he visto, la polla se me ha puesto dura de golpe. Vas a saber lo que es follar conmigo.

Y empezó el balanceo. Su pedazo de carne voluptuoso intentaba echar raíces dentro de mí. Yo me movía para facilitarle el trabajo, pero al mismo tiempo respondía inexcusablemente a unos espasmos de placer que nacían espontáneos. Contenía la fuerza vigorosa del adolescente, y cerrando los ojos me entregaba a esa posesión acalorada, olvidándome del mundo entero y concentrándome sólo en mi agasajado ano. Ahora me besaba en cuello, me lamía la oreja, me acariciaba las axilas, buscaba mi ombligo para juguetear... Germán probaba nuevas experiencias y crecía, crecía en madurez y en tamaño. Su bombeo era explosivo, y la onda expansiva de cada explosión me aturdía y me desvelaba al mismo tiempo. Notaba su núcleo acercarse y dilatarse, luego despedirse y disminuir, para pronto recuperar el territorio conquistado. De repente recordé la película que me había inspirado la escena.

-Nos estamos saliendo del guión –musité.

-¿Qué guión?

-Era el camarero el que follaba al niño.

-Ah, ¿eso? Bueno, luego.

Y siguió con su cometido, asumido responsablemente, de darme un goce indescriptible mientras él disfrutaba como un enano. La mesa se tambaleaba al compás de sus embestidas, acompañando rítmicamente la balada. La hebilla del pantalón rozaba el suelo, semejando el triángulo de una orquesta marcando los tiempos fuertes. El sonido lejano de los comensales en plena plática llegaba hasta nosotros, ajenos a esas interferencias que sólo subrayaban nuestro aislamiento.

La fricción continuaba. Yo me sentía feliz y tranquilo, deseando que el placer no se acabara. Germán mascullaba palabras excitantes sin dejar de columpiarse sobre mí.

-Esto es genial, definitivo. Me encanta follar, me vuelvo loco, Ramón. Me quedo a vivir.

Se paró un momento como para tomar aliento, y al poco comenzó de nuevo, con más fuerza, evidenciando que preparaba la embestida final. Llegó a los pocos minutos, en medio de un paroxismo que me pareció recargado, acompañada por ríos de semen que inundaron mis entrañas. Se quedó un rato parado, sin decir nada, relajándose después del esfuerzo. Y, sin mediar palabra, agarró mi polla para cascarla y empezó a bombear de nuevo. Recuperé mi felicidad, puesto que nada deseaba en el mundo más que seguir siendo poseído por la fuerza incontrolada del chaval, y me olvidé del entorno, del peligro, de la mancha y del compromiso de limpiarla. Sus dedos índice se introdujeron en mi boca. Tiraba de mis labios hacia atrás, como si del bocado de un caballo se tratara. Realmente parecía que me estaba montando, ¡y qué fantástico jinete! Cabalgamos hasta que mi chorro salpicó la mesa, manchando ahora de blanco los pantalones que ya se secaban. Lo vi con los ojos semiabiertos, y cuando la realidad llamó de nuevo a la puerta se me escapó una carcajada.

-¿Tan poco te ha gustado? –preguntó ofendido.

No le respondí, simplemente le señalé la espesa capa de mocos sobre la ropa. Alargó el brazo y se llevó la prenda a la cara.

-Esta mancha es mucho más fácil de limpiar –concluyó con un brillo especial en los ojos.

Un minuto más tarde yo había recuperado parte de mi semen de la boca del muchacho. Pero el beso se cortó con una orden suya, más que una petición.

-Vámonos de aquí. Ya no aguanto más a esas petardas.

La tía de Germán vivía en una hacienda a varios kilómetros de Fraga, en medio de campos de frutales regados por el canal de Aragón y Cataluña. Allí se hospedaba parte de su familia, puesto que los novios se quedaban esa noche en un hotel para comenzar al día siguiente su viaje de luna de miel. Aduciendo un extraño malestar, el chico se había disculpado y había pedido dinero a su madre para tomar un taxi hasta la casa. Ni siquiera se despidió de sus primas, pero sí habló un momento con su tía para justificarse.

La habitación de Germán era amplia y acogedora, con una enorme cama antigua y señorial. Nos lanzamos encima sin consultarnos, y al rato estábamos enlazando las lenguas e intercambiando fluidos con avidez. La boca del chaval era deliciosa, con un ligero sabor a frutos secos, pero al mismo tiempo extrañamente cambiante. Besar a un joven es siempre altamente sugerente. Al placer del intercambio se añade la frescura de sus labios, la ternura de sus gargantas, la inexperiencia de sus gestos, la rapidez de su aprendizaje. Germán llenaba ahora mis momentos, y mi teléfono móvil desconectado me aislaba de posibles interferencias. En su casa pude subsanar el déficit que comenzaba a percibir. El chico me gustaba enormemente, pero me molestaba la información limitada que sobre él tenía. Así que empecé a hacerle preguntas para saber más. Resultó ser un chico impulsivo, inteligente y muy irónico, bastante maduro e independiente. Sus gustos no diferían mucho de los de los chicos de su edad, pero él ofrecía un punto de vista entre escéptico y sarcástico del mundo que lo rodeaba, haciendo que pareciera mayor. Me contó sus aventuras en Lloret, me enseñó una foto del francés donde sonreía y otra en que contenía en su boca el miembro erecto del chaval. Se rió de la posibilidad de que su madre la encontrara, y afirmó que le daría un ataque, en el caso en que reconociera que esa polla tan grande y recta era la de su hijito. Durante más de tres horas estuvimos bebiendo y charlando, mezclando el alcohol con los besos. Hacia las dos y media nos encontramos comiéndonos el rabo. La polla rígida del chico estaba sabrosa, y yo me regocijaba de lamerla y saborear su espléndido tamaño. Él también chupaba cada vez mejor, y se diría que estaba preparando la máquina para la próxima sesión. Ésta tuvo lugar cuando él lo decidió. De repente encontré su culo en mi boca y me sentí obligado a complacerle. Lamí encantado su dulce ojal, un poco endurecido desde la última ocasión. Al rato se sentó de improviso sobre mi rabo, dirigiéndolo con sus manos hacia la ruta correcta. Y me recibió anhelante, lleno de vigor, ahorrándome el trabajo de bombear dada la posición. Flexionaba las piernas lentamente, aclimatándose a la renovada arremetida, recibiendo el masaje con alegría y expectación. Me miraba y sonreía. Una ligera sombra se insinuaba sobre el labio superior, anunciando su carácter púber. Pero su cuerpo exhibía una madurez sexual, vello a parte, que me confirmaba estar follando con un hombre. Estaba despeinado, pero delicioso. Buscaba mis pupilas y mis manos, iniciando una ternura hasta entonces inexpresada. Yo cumplía con mi papel de follador, pero ahora estaba más sensibilizado, y sentía que la personalidad del chaval era tan atractiva como su cuerpo. Nos habíamos sincerado, pero quedaba una duda en mi mente, que pronto se desvanecería. Lo hizo él, en plena follada, con ademán trascendente:

-Ya sabía yo que había elegido bien.

Lo miré con cierta incredulidad, ye el chico se percató, mostrando una mueca.

-¿No me crees?

-No sé... me siento halagado por lo que dices... pero no estoy tan seguro de que tú fueras virgen.

-No tengo pruebas. Ya te dije que me he introducido de todo, durante años. Pero nunca una polla. Y no será por falta de ganas.

Esperó por si yo comentaba algo, se clavó mi polla tres veces más y siguió:

-A los diez años deseaba que me follaran. Pero todos los que yo había escogido para cumplir mis deseos me han fallado. Menos tú.

-Para mí no es tan importante ser el primero. Si quieres puedes decirme la verdad...

-La verdad es esa. Yo deseaba que Ramón me follara. Aguanté ese estúpido campamento y su actitud insultante porque me enloquecía su cuerpo de gimnasio. Hasta la última noche tuvo que cagarla.

-¿Qué pasó?

-Estaba borracho y se quedó dormido. Yo le chupé la polla hasta endurecérsela un poco. Quería desvirgarme aunque él estuviera ausente. Pero no se endureció lo suficiente... y me tuve que meter una zanahoria.

Y se echó a reír.

-Me estás tomando el pelo.

-No, no –dijo más serio-, ¿por qué crees que me gusta llamarte Ramón?

Asentí con la cabeza. Comenzaba a creer que no me engañaba.

-Ramón está infinitamente más bueno que tú.

-Y es más joven.

-Sí, pero tú tienes más encanto. Él es un borde. Contigo uno se siente bien.

Estiró las piernas, bombeando sexo tres o cuatro veces más. Se quedó quieto de nuevo, con todo mi miembro en su interior. Yo me moví, empujando hacia adentro.

-Y se puede follar –añadí.

-Y muy bien, por cierto.

Ya no dijo nada más. Cerró los ojos y disfrutó del momento. Su culo hospitalario encontró y ofreció la felicidad efímera que tanto buscamos. Su empeño esta vez fue más equilibrado, menos expansivo. Tragaba y sacaba mi polla con suavidad, ejercitando la captación del placer, asumiendo el goce con rigor y contención. Sus párpados se abrían de vez en cuando, a ritmo delicado, para observar mi actitud. Yo lo miraba con cariño. Me parecía un chico digno de amar, especial por su descaro más que por su belleza. Me corrí yo primero, con serenidad, abrazando los laterales de su tórax que se ensanchaban hasta la esplendidez de sus hombros, buscando su mirada para comunicarle, entre otras cosas, una brizna de afecto. Su leche pastosa me regó la cara poco más tarde, mientras su mirada se perdía en algún punto lejano del horizonte. Luego se abrazó y me besó cándidamente. Se estaba quedando dormido, pero antes pronunció estas palabras:

-Gracias por todo, Ramón. Ha sido el día más feliz de mi vida...

-¡Me llamo Sóc!

No me escuchó. Noté su aliento sobre mi pecho y la relajación muscular del sueño profundo. Le besé la frente y le acaricié el pelo, de una suavidad envidiable. Abrazado a su pecho atlético me quedé dormido poco después de la visión fugaz de una mueca triste de Jordi.

Me despertó el portazo de un coche. Unas voces se acercaban. ¿Dónde estaba? Germán dormía plácidamente a mi lado. Lo zarandeé, pero no se despertaba. Agarré mi ropa y me deslicé bajo la cama. Allí, casi sin espacio, me puse los pantalones. Al cabo de poco sonó la puerta. Miré el reloj. ¡No llevaba! Lo había dejado sobre la mesilla de noche. Los pasos anunciaban una figura femenina.

-Míralo. ¡Germán! ¡Despierta!

La madre de Germán sacudía el cuerpo inerte del chico. Al fin, de un tirón, levantó la sábana. Lanzó una exclamación. Desde la entrada se escucharon unas risitas.

-¡Chicas, largaros de aquí!

-Sólo queríamos saber cómo se encuentra.

-Iros a la cama.

El chico se despertó de repente, consciente de su desnudez.

-¡Ramón, Ramón! ... ¡Mamá!

-Germán, ¿desde cuando duermes desnudo? ¿Y tu pijama? ¿Y quién es Ramón?

-No grites, mamá. Me encontraba tan mal que me metí en la cama como pude. Y estaba soñando.

-Ya estás mejor?

-No lo sé.

-¿Y de quién es ese coche que está en el camino?

-¿Qué coche?

-Uno que hay cerca del canal.

-No sé. Un camarero terminaba su turno y me trajo hasta aquí. Estaba cansado y se dormía al volante. Quizá se quedó a dormir en el vehículo. ¿Has comprobado si estaba dentro?

-Pero si son las cuatro y media! ¿Cómo quieres que me ponga a mirar dentro de un coche? ¿Necesitas algo?

-Sí, un poco de tranquilidad.

La puerta se cerró tras la señora. Un poco más templado, me vestí, recuperé mi reloj y estudié por dónde salir. En el salón se escuchaban risas y comentarios. Seguramente estaban tomando la última copa. La ventana daba a una terraza. Me despedí de Germán, que se había quedado dormido de nuevo. Su polla, sin embargo, estaba absolutamente despierta. La lamí medio minuto como despedida. Después di un beso al chico en la mejilla y salté al patio. Alcancé mi coche en pocos minutos. Conduje varios kilómetros, pero el sueño me asaltaba y me dolía la cabeza. Aparqué en la cuneta y me quedé dormido.

Domingo por la tarde, de camino hacia Benasque, intentaba hacer balance de mi situación. Lamentaba como tantas veces que mi tendencia tan acentuada hacia los chicos me estaba metiendo nuevamente en terreno resbaladizo. Germán quedaba atrás, dejándome una sensación de algo empezado que necesitaba completar. Ya no era el chico lejano con el que me había enrollado en una área de servicio de autopista, ya no era un cuerpo apetecible y dispuesto, ahora era un ser capacitado para el amor, digno de ser amado, considerado y relativamente tierno. Venía a engrosar la galería de chicos ilustres que impregnaban de dudas mi sentido común, ya bastante repleta. Por otro lado estaba Gonzalo, con el que sabía que era terriblemente difícil llegar a una relación sexual, pero que me ofrecía el placer de la amistad y la consideración. Ser importante para un joven es en definitiva ser importante. Gonzalo se aparecía como el chico al que puedes amar de forma espiritual, puesto que él nunca dejará que el sexo embrutezca la pureza de una amistad, a pesar incluso de la ambigüedad del exhibicionismo inherente a su edad. Después estaba Oriol, el inefable, el niño-hombre que quiere abandonar la infancia a grandes saltos, estimable por sus ocurrencias traviesas y por su transparencia emocional, demasiado joven para saber dar cariño pero tan viejo como el mundo, con su sabiduría genética de efebo griego. Y Jordi, el tierno Jordi, todo emoción, todo sensibilidad, fiel y noble, estricto y responsable, extravertido sólo hasta el punto de conservar la dignidad, objeto anhelado del amor más sereno y perfecto. ¿Y Miki? ¿Había abandonado a Miki, mi novio oficial, mi niño amado de los últimos dos años y pico? ¿Quién tiene la culpa de la volubilidad del teenlover? ¿La brevedad de ese estado de gracia que significa la adolescencia? ¿La inmadurez del adulto? ¿Necesidades de afecto insatisfechas?

Cuando sonó el móvil hice inconscientemente un gesto de decepción. Imaginaba a los chicos llamándome, y yo quería que mi llegada fuera una sorpresa. Pero no, en la pantalla figuraba el número de mi casa. Sólo Miki tenía las llaves mientras yo estaba de vacaciones.

-Hola, guapo.

-Hola, cariño. ¿Cómo estás?

-Como siempre-. Su voz sonaba dudosa. -Oye, te has enrollado con algún chico?

-¡Joder, qué directo! ¿Por qué lo preguntas?

-¿No te lo imaginas?

-Podría imaginarme que lo preguntas para suavizar el hecho que tú sí te has enrollado con un chico.

-Premio.

-El tema ya está hablado, Miki. No creo que nunca nos enfademos por esto.

-Yo creo que sí te enfadarás por esto –su voz sonaba jocosa. –Adivina.

-Oye, nen, ¿me llamas para que adivine con quién te has acostado?

-Más o menos.

-Pero, ¿por qué?

-Porque sé que te va a joder bastante. O te va a encantar. Y vas a lamentar no haber estado aquí.

-Vamos, canta. ¿De quién se trata?

-De un mito.

-¿Mío o público?

-Un mito tuyo.

Se escuchó una carcajada vecina al aparato.

-Está contigo ese mito?

-Pues claro.

-Dile que se ponga.

-No. Tienes que adivinarlo.

-No me jodas, Miki. Que se ponga.

Las risas se acercaron.

-Hola, profe –dijo la voz

-Joder, encima eres alumno mío. ¿De este año o de antes?

-Ja, ja, ja. De antes.

-¿Qué le has hecho a Miki?

-Di mejor qué me ha hecho él a mí.

-¿Te ha follado?

-Y más cosas.

-Dime, ¿cuántos años tienes?

-Los mismos que Miki. Pronto cumplo dieciséis.

-Entonces vas al mismo curso que él. O ibas.

-Iba.

-¿Lo dejaste? ¿No serás uno de los gemelos?

-¿Los gemelos? Ja, ja, ja. ¿Los gemelos también? Ja, ja, ja. Profe, eres un pervertidor.

-¿Te echaron?

-Sí.

-¿Por tu conducta?

-Claro.

-Y ¿qué haces ahora?

-Trabajo.

-No puedes trabajar si no tienes dieciséis cumplidos.

-¿Y a quién le importa eso?

-Ya vale –era la voz de Miki, interrumpiendo. -¿De quién se trata?

-No sé... Los chicos que más me gustan suelen ser los más conflictivos, así que hay muchos que han desertado de sus estudios.

-Tú siempre has dicho que era una belleza. Pero se fue de la ciudad.

-Como tú. Ya han quedado muchos descartados.

-¿Te suena algo de una verja?

-No será... ¿Rubén? ¿Es Rubén?

-¡Muy bien!

-Cabronazo! ¿Te has follado a Rubén?

-Más o menos. Sigue siendo una belleza. Y está lampiño, como a ti te gustan.

-Te voy a matar. Dile que se ponga.

-Hola, profe. Te ha costado un poco.

-Rubén, guapo, ¡a los doce años eras Dios!

-No será tanto.

-Tú sabes bien que eres una belleza exquisita. Sólo que eres muy agresivo.

-Era. Ya me he tranquilizado.

-¿De veras has follado con Miki?

-Eso parece.

-No me lo creo. Di, ¿qué es lo que más le gusta a mi chico?

-Yo diría que todo. Se pasó mucho rato chupándome el culo y diciendo "joder, que bueno". Y cuando me follaba tampoco callaba.

-Me estáis tomado el pelo. Tú eras absolutamente intolerante. Tu hermano era un skin head bastante violento, y tú eras su reflejo.

-Mi hermano murió el año pasado. Y ya te he dicho que me he reformado.

-Es que no me imagino tu culo absolutamente delicioso con la polla de mi chico dentro.

-Pues ven a verlo.

-Estáis follando ahora?

-No, eso ha sido esta noche. Por cierto, muy guapo tu queo.

-Está a tu disposición.

-Vendré a menudo. Me gusta tu cama.

-¿Aunque me tenga a mí dentro?

-Quizás.

-¿Y cómo ha sido todo?

-Nos hemos encontrado en el multicine. Nos hemos saludado bastante, incluso con un abrazo. Íbamos a ver la misma película. Pero me he dado cuenta de que Miki no dejaba de mirarme el culo. Y de que, aprovechando la cola, se rozaba contra mi cuerpo.

-Al fin se ha rebotado y me ha dicho: "joder, Miki, ¿es que quieres follarme?" y yo, sin cortarme, le he respondido: "no estaría mal".

-No. Has dicho "ya me gustaría".

-Bueno, más o menos.

-Hemos comprado palomitas y nos hemos sentado juntos. Yo tenía el envase con las palomitas en mi regazo y él iba tomando un puñado de vez en cuando... y rozándome tímidamente el paquete...

-Hasta que le he metido mano y... ¡estaba más tieso que un poste de electricidad!

-Nunca me había metido mano un tío... y no está mal, tu chico sabe cómo hacerlo.

-Y después de la película, ¿habéis ido para casa? –pregunté entre envidioso y contento.

-Que va. Hemos ido en moto hasta el Edipo.

-Y por el camino he notado su dureza clavada en mi culo –añadió Miki, divertido.

-Rubén, me alegro mucho de haberte encontrado de nuevo –intervine para concluir. -Ya ves que puedes contar conmigo para lo que quieras. Bueno, como siempre.

-Es cierto. Tu comprensión es lo más agradable que recuerdo de mi paso por el colegio. Ah, y seguí tu consejo.

-¿Qué consejo?

-Salir con chicos de mi edad y alejarme del grupo de mi hermano. Él acabó mal.

No me apetecía entrar en detalles escabrosos, pero podía imaginar el triste fin de Joni, fallecido antes de cumplir los veinte.

-¿Tienes aún aquellos pantalones de capoeira? ¿Aquellos amarillos?

-Aquellos los tuve que tirar. Ya sabes tú por qué.

-Lleva unos Levi’s ajustadísimos –cortó Miki. –Y una camiseta de licra. Está de muerte. Te lo digo para que puedas hacerte una buena paja.

-No olvidaré nunca tus calzoncillos blancos, de los que las mamás compran a los niños.

-Ese día no me di cuenta de nada, pero hoy he comprendido muchas cosas.

-Chicos, estoy conduciendo, y ahora vienen muchas curvas. Cortamos la comunicación.

-Vale, profe, espero verte pronto.

-Será en septiembre, Rubén. Que disfrutéis.

-Eso espero.

-Yo también –añadió Miki. –Cuídate mucho, Sóc. Y no folles tanto.

-¿Yo? Si ligo menos que un ermitaño...

-¿Y eso qué es?

-Da igual. Un besazo.

-Te echo de menos. A ratos.

-Yo también –mentí.

Rubén había formado parte de mi imaginario erótico desde el primer día de clase. Pelo cortísimo, sonrisa contagiosa, atlético y muy seguro de si mismo, alto para su edad... Todos le temían, no sólo por su agresividad, sino por la proximidad de su hermano, un matón de barrio que intentaba vender droga a los chicos en las calles próximas a la escuela. Sacaba de sus casillas a todos los profesores, y su absentismo frecuente era considerado una bendición. Un día se escapó del cole saltando la verja. Yo estaba en la planta baja y pude observarlo todo desde la ventana. Vi cómo se encaramaba, cómo sus lindos pantalones de capoeira se enredaban en las puntas de los barrotes y cómo, al saltar hacia el otro lado, se rompía el tejido y quedaba a la vista su hermosísimo trasero, blanco y moreno. Blanco de la ropa interior, moreno de su deliciosa piel. Tenía un rostro pícaro y sugerente, una mirada inteligente y unos labios besucones. Además de una nariz pequeña y respingona. El clásico niño guapo y travieso. Un encanto. Yo lo miraba a menudo imaginando que su bella boca contenía mi polla ardiendo. Pero tenía mala leche, mucha mala leche. Puteaba incluso a sus amigos. Al final, saltó a una institución para delincuentes. Aún no había cumplido los trece...

Su recuerdo estaba activando la circulación en mi entrepierna.

En el parking del hotel me encontré a Gonzalo. Salía del Mercedes de su padre.

-¿Qué haces?

-Nada. Las gafas de mi padre. He venido a recogerlas.

-¿Cómo va todo?

Al salir del coche me dio un abrazo distante, como de torero.

-Bien. Pero tus chicos... están insoportables. "¿Cuándo volverá Sóc? ¿Cuándo volverá Sóc?" –imitó.

-Bueno. Y tú, ¿has progresado con la chica?

-Algo. Oye, he estado pensando. Si quieres hablamos esta noche.

-¿Ya?

-Bueno, mejor mañana. Tendrás que... mmm ... con esos chavales. Aunque yo diría que no han perdido mucho el tiempo.

Miré el cuerpo perfecto de Gonzalo. Vestía unos shorts de estampado militar y una camiseta blanca, ambas prendas muy ajustadas. Se percató de mi análisis, por otra parte nada disimulado.

-Estás muy guapo.

-Ya.

Entramos, y sin despedirse desapareció. Saludé a mi hermana y me dirigí a mi habitación, esperando poder descansar un poco antes de cenar. Pero no pude. Un jolgorio en mi puerta me indicó que los cachorros sabían ya de mi regreso. Abrí, con cansancio pero también con ilusión. El pequeño Oriol se lanzó a mis brazos.

-Sóc, ¡ya estás aquí!

Me besó en la boca agarrándose a mi cuello con poca fuerza. Tan poca, que si no lo sujeto se cae al suelo. Se pegaba como una lapa y no me soltaba.

-Vale ya.

Jordi se había quedado a un metro, con la vista en el suelo. Lo abracé, y se derritió en mis brazos. No me besaba, estaba paralizado. Cuando busqué su boca me di cuenta de que estaba llorando. Le cubrí la cara con mi brazo para que el pequeño no lo viera. Temía una burla estúpida de la sensibilidad de mi niño. Poco a poco se fue dominando, y pronto sentí sus labios en los míos, y mi lengua buscó una proximidad más intensa, que consiguió en seguida. El gesto duró unos minutos, pero Oriol no perdió el tiempo. Su mano ya estaba en mi sexo, y su boca se acercaba temerariamente a él..

-Venga, vamos a follar –casi gritó.

-Oriol, no grites. Debes tener más cuidado...

-Ya lo sé, perdona.

-Además, hoy no vamos a follar.

-¡Y qué mas! Otra broma de las tuyas.

Jordi aún no había abierto la boca.

-Mirad, vengo absolutamente derrotado. Y si mañana nos vamos de acampada... debo descansar. No olvidéis que yo conduzco, y que velo por vosotros... Es decir, nunca descanso. Esta noche me merezco descansar.

Oriol, como es lógico, protestó durante rato. Jordi, sin embargo, no decía nada, pero su actitud era tan tierna que emocionaba. Me abrazaba continuamente, me cogía la mano y me obligaba a abrazarlo, ponía renovadamente su piel en contacto con la mía, me acariciaba...

Cené con mi hermana. Saludé a los padres de Jordi y a la madre del pequeño. Apareció Gonzalo, que ahora vestía una camisa y vaqueros. Cuando devoraba el postre se acercó, saludó con un gesto a Sole y me preguntó:

-¿Vais a estar en la sala de juegos?

-No creo, Gonzalo. Yo estoy extenuado y necesito reposo. Creo que iré directo a mi habitación y veré algo de tele para conciliar el sueño. Mañana, después del desayuno planeamos la acampada, compramos la tienda y nos vamos. ¿Te parece bien?

-Muy bien. Que descanses.

Vi su culo alejarse y soñé por enésima vez que me encontraba dentro. Sole se rió de mí.

-Éste se está resistiendo, ¿no?

La programación televisiva veraniega roza la estupidez. Estaba desvelado. Quería dormir, pero no lo conseguía. No hacía más que pensar en las lágrimas de Jordi, que casi provocan las mías. El chico había aceptado sin reservas mi necesidad de descanso. Estaba seguro que había imaginado que dormiría con ellos aquella noche, y que lo deseaba, pero sin embargo se había conformado sin rechistar. Además de bello e inteligente, era un chico noble y comprensivo.

Llamaron a la puerta. Me dispuse a argumentar de nuevo mi necesidad de descanso ante el rubito, pero no era él. Era Gonzalo.

-¿Hablamos?

Titubeé un poco, pero cedí. El madrileño vestía unos pantalones deportivos blancos y una camiseta de tirantes. Sus hombros fuertes y morenos destacaban la presencia atractiva del muchacho. Se sentó en la cama. Yo a su lado. Comenzó a hablar sin mirarme a la cara.

-Siento el comentario del otro día...

-Ya te disculpaste. No tiene importancia. Sólo falta que me cuentes lo que hay detrás.

-A eso voy. Es que no sé por dónde empezar.

-Eso es normal. Tómate el tiempo que quieras.

Me acerqué un poco y lo abracé. Él demostró incomodidad. Me separé de nuevo sin hacer ningún comentario.

-No, no te ofendas. No me molesta que me abraces. Es que no estoy acostumbrado.

Mi mano recuperó el contacto con su hombro.

-Me siento un poco ridículo –continuó. –Lo que voy a contarte no es importante.

-Basta que sea importante para ti. Anímate y empieza ya.

-Bueno. ¿Te has dado cuenta de que mi padre es mucho mayor que mi madre?

-Claro. Podría ser tu abuelo.

-Nunca ha habido buen rollo entre él y yo. De pequeño, no recuerdo que me dedicara ni cinco minutos. Y ahora... Bueno, la familia de mi madre procede de Barcelona. Cuando yo era un enano mi abuela me hablaba catalán. Por eso lo entiendo perfectamente.

-Yo creía que era por tu inteligencia.

Me miró y sonrió. Pero pronto recuperó el tono grave.

-Y se podría decir que Enrique, el hermano de mi madre, me hacía de padre. Jugaba conmigo, me traía regalos... Es un poco mayor que tú. Tiene treinta y dos años, creo. Vivía en Barcelona, pero por motivos laborales pasaba temporadas en Madrid. Siempre he sentido un gran cariño por él. Cuando yo tenía seis años, mi abuela se trasladó a vivir con nosotros. Me parece que me mimaba demasiado, porque recuerdo que mi padre la amonestaba continuamente y decía que entre todos me estaban amariconando. Mi padre es un facha de mucho cuidado. Fue militar, ¡y yo soy pacifista! No sé por qué motivo, pero cuando yo tenía siete años mi padre echó a mi abuela y prohibió a mi tío poner los pies en mi casa. Fue un golpe duro para mi madre, que se resignó para no romper su matrimonio. Total, que mi infancia fue un poco solitaria.

Hizo una pausa. Se quedo pensativo.

-Lo que te voy a decir no lo he contado jamás. Espero que entiendas que me cuesta mucho.

-Tú sabes perfectamente por qué estás aquí.

Y lo abracé con más intensidad.

-Me inventé un amigo imaginario. Jugaba con él, hablaba con él, me hacía compañía. Lo llamaba Enrique.

Se quedó callado, avergonzado por la confesión.

-Era un mecanismo de defensa contra la soledad -evalué.

-Odio a mi padre –dijo casi llorando. –Creo que lo he odiado siempre. Te lo juro: no siento ni una pizca de cariño por él.

-Bueno, aunque sea en el fondo de tu corazón...

-Nada. A veces pienso que cuando se muera sentiré felicidad. Hace años que me imagino su funeral.

-Volvamos a tu tío, que me parece que es la clave.

-Sí. Bueno, mis amigos eran mis vecinos, niñatos estúpidos y creídos, hijos de militar como yo. Pero hace dos años se murió mi abuela. Yo me sentía ya demasiado mayor para abrazarme a mi tío, pero después del funeral estuve charlando más de tres horas con él. Se parecía mucho al amigo que había diseñado. Mi madre sacó pecho y se enfrentó al viejo. Y gocé de nuevo de la dedicación y la amistad de mi tío. Creo que si hoy soy un chico normal, sin demasiados traumas, se debe a la ayuda de Enrique.

-¿Y qué más? ¿Cuándo empieza el conflicto?

Me miró un instante.

-Hace un año, mi tío, que trabaja de directivo de una multinacional de alquiler de vehículos, se trasladó a Madrid. Mi felicidad fue enorme. Nos veíamos muy a menudo. Pero mi padre comenzó a mosquearse. Yo diría que estaba celoso. Enrique dedicaba mucho de su tiempo libre para estar conmigo. Hasta que...

-Me huelo el desenlace.

-Empezó a acercarse demasiado. Me abrazaba muy tiernamente, quizá demasiado. Me besaba, me acariciaba... Eh, el tío es muy macho... quiero decir que no se le notaba nada... pero se fue volviendo atrevido hasta que un día se quedó a dormir en casa, en la habitación de los invitados, al lado de la mía. Estuvimos hasta tarde con los videojuegos y a mi me estaba entrando sueño. Me quería acostar, pero parecía no querer marcharse. Me desnudé medio escondido para ponerme el pijama, y él me observaba atentamente. Me dijo: "eres muy atractivo". Y yo le pregunté: "¿te gusto?", a lo que él respondió: "mucho". Pero yo no entendí que le gustara de esa manera. Pensé que le gustaba como persona, como parte de la familia. Dormí muy cómodo. Yo recuerdo que estaba muy a gusto, muy relajado, hasta que de pronto me desperté y me encontré que tenía el pijama bajado, la polla al aire, bien tiesa, y su mano agarrándomela y cascando. Me llevé un gran sobresalto. Pero él sólo sonrió y me pidió que le dejara continuar. No quise y lo eché. Se resignó. Yo no pude pegar ojo en el resto de la noche. Había caído un mito, mi máximo modelo se había desmoronado de una forma estúpida. Yo nunca me hubiera imaginado que él sintiera deseo por mí.

-Reaccionaste un poco trágicamente, ¿no?

-Luego me di cuenta. A primera hora de la mañana llamó a mi puerta y quiso hablar conmigo. Me contó que se había enamorado de mí y que no había podido resistir el deseo. Yo no quise escucharlo. Salió mi educación conservadora y corté por lo sano. Lo peor fue que mi padre se había levantado ya y escuchó parte de la conversación, y cuando tuvo claro de qué se trataba entró y echó a patadas a mi tío. Yo no moví un dedo por defenderlo.

-¿Y qué más pasó?

-Intentó hablar por teléfono, pero mi padre colocó un filtro. Al cabo de pocos días me enteré de que había solicitado el traslado a Costa Rica. Creo que mi padre lo presionó para que desapareciera.

Respiré profundamente. Me colocaba en el puesto de Enrique. Gonzalo tenía atractivo suficiente como para enamorarse locamente de él.

-Esto pasó en junio, hace un mes. Si te lo cuento es porque en este tiempo mi opinión ha cambiado, y tengo ganas de comentar con alguien mi forma de ver las cosas ahora.

-Muy bien.

-Lo sigo queriendo como a un gran amigo. Ya le he perdonado la violación, porque entiendo su grado de enamoramiento. He recapacitado y me he dado cuenta de que me dedicaba muchísimo tiempo, no me faltaba de nada. Mejor, llenaba todos los vacíos que tenía. No puedo reprocharle que me quiera, aunque sea de esa forma tan especial. Intenté liberarme de la influencia de mi padre y analizarlo todo libremente, y creo que reaccioné estúpidamente. Tendría que haberlo escuchado y ahora seguiría siendo mi amigo. Creo que, en su desesperación, prometió que nunca más me tocaría un pelo. Tendría que haber aceptado sus disculpas y mantener la amistad. Pero reaccioné como un niño. Ahora creo que ya no lo soy.

Sonreí. La madurez del chico estaba a la vista. Me moví un poco. Me dolía la espalda por la posición, así que me tendí en la cama, abandonando el abrazo. Gonzalo suspiró y se tendió perpendicularmente, apoyando su cabeza en mi estómago.

-¿Qué te parece?

-Que eres alguien muy especial. ¿Cómo no te diste cuenta antes?

-Porque era mi tío. No soy tonto, hace años que me doy cuenta de las miradas que me echan muchos hombres. Sé que muchos me follarían, incluyéndote a ti. Pero ese no es mi rollo. ¿Sabes? He pillado a mi padre mirándome obsesivamente el trasero varias veces.

-A veces pasa que los padres desean a sus hijos.

-Pues nada que hacer. Ni tampoco mi tío. Ni tú. ¿Por qué dices que soy especial?

-Hombre, como adolescente que eres te gusta ser admirado. Estás muy bueno, ya lo sabes, y me encanta con qué naturalidad aceptas que Oriol juegue a provocarte. Los cachorros y yo llevamos una dinámica que te excluye un poco, y tú tienes mucha paciencia.

-Te crees que no me doy cuenta de que la tienes dura?

Ladeó un poco la cabeza.

-Te lo digo de verdad, quizá porque lo de mi tío no lo puedo reparar. Tu polla tiesa está a menos de veinte centímetros de mi boca. No siento repugnancia, ni excitación, claro. Si tu me respetas, yo te respeto. Aunque me imagino que más de una paja te habrás hecho pensando en mí.

-Sólo en el coche.

-Me tocaste, ¿verdad?

-Aunque no me creas, no te toqué. Me cuesta dominarme, pero te respeto.

-Por eso te considero mi amigo. Y me acuerdo de la promesa que te hice. Un beso de amigo.

-No estás obligado a nada. Si no te apetece, lo olvidamos.

-Sí que me apetece. Sólo que no pienses que eso te abre puertas.

Se incorporó y me miró a los ojos. Yo seguía tendido en la cama, expectante. Mientras sus labios se acercaban yo me preguntaba si la lengua cobraría protagonismo. Después de un ligero besuqueo exterior, los labios se sellaron, y su lengua no tardó en enlazarse con la mía. Fue un beso un poco casto, pero un buen morreo al fin y al cabo. La boca del chico me pareció fresca y perfumada. Yo lo abracé, inconscientemente, para intentar alargar el contacto. Pero no duró mucho. Se alejó despacito sin dejar de mirarme a los ojos. Luego se lamió los labios.

-No está mal –dijo.

-No te dio asco?

-¿Asco? ¿Por qué? Eres una persona limpia. Eres mi amigo. Sabes mi secreto.

-Y tú los míos.

-¿Seguro?

-Sí.

-¿Te refieres a que te has enamorado de Jordi? ¿O que has ido a una boda a follarte a otro chaval?

-Eres muy largo.

-No creas que me molesta que me lo cuentes. Creo que estoy preparado para escuchar cualquier cosa.

Llamaron a la puerta. El madrileño se levantó. Nos abrazamos con la izquierda mientras con la derecha nos dábamos la mano.

-¿Amigos?

-Amigos de verdad.

Eran los chicos. Jordi me lanzó una mirada triste. Oriol, en cambio, se pudo a gritar:

-¡Estabais follando!

-Sí, Sóc me ha follado hasta que me ha salido por la boca –respondió Gonzalo riendo. Se despidió.

-Nos vemos mañana.

Las manos se fueron automáticamente a abrazar a los chicos. Oriol insistía:

-¿Habéis follado?

-No. Hemos estado hablando. Recuerdas que el chico me debía una justificación? Pues ha cumplido. Y, por cierto, ha quedado claro que no tenemos ninguna posibilidad, ni tú ni yo.

-Y Jordi? –preguntó el rubito.

-No creo que Jordi se haya propuesto follarse a Gonzalo, ¿verdad?

Lo besé tiernamente y se contorneó como un felino. Estaba sonriendo.

-Queremos dormir contigo –dijo al fin el pequeño.

-Dormir, dormir –añadió Jordi, que hablaba por primera vez. –No vamos a molestar tu descanso.

-Está bien. ¿Tenéis coartada?

-Sí.

-¿Gonzalo?

-Es un buen amigo.

-Pero hoy nada de sexo, ¿vale?

-Bien.

Nos metimos en la cama, posición tradicional. Y empezaron a bombardearme a preguntas. No callaban, y el cansancio me iba venciendo. Ladeé la cabeza tomando como almohada el pecho esbelto de Jordi y suspiré profundamente. Jordi no podía moverse, y notaba su aliento en mi oído. Pero Oriol no tardó ni tres minutos a manosearme. En seguida se tragó mi polla, que ya había reaccionado. A pesar del placer, al poco rato me había quedado dormido, sosegadamente dormido. Un rato más tarde me desperté ligeramente y cambié de posición. Noté la boca de Jordi cerca y lo besé. Después, mientras me adormilaba de nuevo, capté que unos dedos diminutos hurgaban en mi culo. Mis compañeros de cama pasaron una noche muy movida, pero yo descansé suficientemente.