Testigo de la hermosura (4: El malentendido)

A pesar de que es un chico inaccesible, Gonzalo lucha por el liderazgo del grupo, ajeno a los encuentros sexuales de los cachorros con el profe.

TESTIGO DE LA HERMOSURA IV: EL MALENTENDIDO

Aunque los tres encantadores jóvenes que me acompañaban eran fornidos y resistentes, nada más arrancar el auto de regreso al hotel se quedaron dormidos, rendidos al balanceo de la conducción. Igual que a la ida, el mayor de ellos se sentaba a mi lado, y Jordi y Oriol ocupaban el asiento trasero, entre abrazados y abandonados. La estampa que podía contemplar desde el retrovisor era tierna y sugerente: los chicos se habían despojado de sus camisetas y reposaban piel contra piel , torso contra torso.

El sol de alta montaña les había bronceado el cuerpo y el rostro, y Oriol se veía más rubio aún y Jordi más castaño claro. Gonzalo, por su parte, descansaba su cabeza sobre la ventanilla y sus piernas se acercaban a mi lado, como buscando la diagonal. También iba a pecho descubierto, pero añadía otro atractivo a su indolencia: la bragueta de su breve pantalón estaba abierta. Por la colocación en que se sentaba apenas se veía nada, así que no le di más importancia.

Pero al tomar una curva el chico se balanceó y cambió de posición. La cremallera antes ajustada, ahora se separaba dejando el delicioso glande a la vista. En plena recta decidí observar mejor los detalles que se me proponían. El bello Gonzalo reposaba cándidamente sujetándose la cabeza con el brazo derecho y el izquierdo caído sobre el muslo. Se marcaban muy bien sus músculos más evidentes: los abdominales y, dada la posición del brazo, su bíceps derecho. "Delicioso", pensé. Y lamenté que el corazón del muchacho estuviera guardado bajo llave. Pero con el traqueteo la abertura de su pantalón crecía, y cada vez aparecía un pedazo de carme más grande. A los tres minutos era imposible concentrarse en la conducción.

Una apetitosa polla de unos 17 cm asomaba la cabeza descubierta implorando mi atención. No le veía la raíz ni los huevos, bien guardados por la tela, pero sí el capullo suculento marcándose claramente, y las venas del tronco en plena tensión. En medio de mi deseo imaginé que me la comía, y un poco de saliva enjuagó mi lengua sedienta. Inconscientemente cerré los ojos, algo que podía haber resultado fatal en una carretera como aquella. Me puse nervioso. No podía concentrarme en los virajes. La polla de Gonzalo me martilleaba el pensamiento. No podía dejar de mirarla, renunciando por unos instantes a la vista de la cinta de asfalto. Pensé si me atrevería a tocarla. El chico dormía, no tenía por qué pasar nada. Pero entonces me di cuenta de que se acariciaba levemente la parte interna del muslo izquierdo. Quizá no estaba tan dormido. Quizá era una trampa para ver cómo reaccionaba yo. Quizá era la excitación la que empujaba al chico a ofrecerme su tesoro para que lo disfrutara. Pero recordé su comentario del primer día: no le interesaba el sexo con hombres. Me lo había repetido quizá un par de veces, y lo había dejado bien claro aquella misma mañana cuando me contaba la insistencia de Oriol para asaltar su lecho.

Aproveché una nueva recta para tantearlo. Al cambiar de velocidad toqué levemente su rodilla, pero no se alteró. Le puse la mano sobre el muslo y no se inmutó. Yo, en cambió, hervía de excitación. Su piel, desconocida hasta ese momento, era tan sedosa como la de los demás niños, suave y tersa, ausente de vello. Moví levemente los dedos. Su polla se estremeció, absorbiendo completamente el empuje de la sangre que su corazón atlético bombeaba. Oh, Gonzalo, ¿Por qué me castigas así? ¿No sabes que el deseo aumenta ante la imposibilidad de saciarse? Oriol me entusiasmaba por su frescura, por su falsa ingenuidad, por su disposición absoluta al forcejeo sensual permanente. Jordi me enamoraba por su sencillez, su sensibilidad, su ternura, su curiosidad contenida por su aparente retraimiento. Pero Gonzalo, tan bello como inaccesible, ¿qué me inspiraba? Sentía por él también cariño, siendo consciente de que no podría fundirme con él en un abrazo significativo? No era sólo su hermosura. Me atraía su forma de ser, su vanidad que escondía algunas inseguridades, su forma de reírse del más pequeño, la naturalidad con que me trataba sabiendo que me moría por abrazarlo y besarlo, por comerlo y follarlo.

Me contenté con las pequeñas caricias en la pierna. Miré y remiré su miembro hasta que me sabía de memoria todos sus recodos. Pero no profané su candor. Aparqué frente al hotel. Nadie se inmutó. Esperé unos minutos. La erección de mi acompañante no se rendía. La mía tampoco. Empecé a tocarme, sin dejar de repasarme los labios e imaginar que lamía ese glande deslumbrante. Me corrí a los breves minutos. Salí del coche, y el portazo los despertó. Jordi y Oriol se desperezaron pronto. Gonzalo tardó un poco más.

-Chicos, nos echamos una siesta. Si queréis, nos damos un baño antes de que cierren la piscina.

Los menores se fueron a sus habitaciones, pero Gonzalo, a pesar de estar despierto, no salía del vehículo. Me acerqué a su ventanilla y bajó el cristal. Me miró amenazadoramente.

-¿Quieres explicarme qué hago yo con la cremallera bajada y la polla asomando?

-Tú sabrás por qué no llevas ropa interior.

-¿Eso qué tiene que ver? Yo visto como me da la gana.

-Gonzalo, tú sabes que estás bueno cantidad. Hasta los pequeños se han dado cuenta y han bromeado sobre el asunto. Con unos pantalones como éstos, es una provocación no llevar slip...

-O sea que reconoces que me has tocado.

-Yo no he dicho nada de eso.

-Y cómo se me bajó la cremallera?

-No sé, chico. Te la debías olvidar cuando measte antes de subir al coche.

-Venga, hombre, que no soy tan estúpido. Te has aprovechado de mi sueño para profanar mi intimidad.

-No dramatices. Yo no he profanado nada. Me di cuenta de que llevabas la bragueta abierta a medio camino. Y claro, no te voy a negar que tienes una polla sabrosa y que la he observado un buen rato, pero de ahí a tocarte...

-Sabes? Me caías bien. Pero veo que no se puede confiar en ti. Todos los maricones sois iguales. A saber lo que les harás a esos pobres niños.

Me enojó la insinuación y agarré al chico del hombro. Yo soñaba abrazarlo, pero ahora que tenía su piel en mis manos era bajo en signo de la violencia.

-Mira, macho, escúchame bien. En mi vida he hecho algo con un chico de lo que me deba arrepentir. Nunca he forzado a nadie a hacer algo contra su voluntad.

-Tampoco en mi caso, ¿verdad? Cuando se está dormido no se tiene voluntad...

Con un gesto brusco se liberó de mis manos. Abrió la puerta y me miró a los ojos mientras se subía la cremallera.

-Me das asco.

-Venga, chaval, deja de decir estupideces. Yo no te he hecho nada.

-Vete a la mierda!

Me dejó. Yo estaba demasiado nervioso para captar la belleza salvaje del chaval enojado. Sus rasgos se habían acentuado, su cuerpo parecía más fuerte, su silueta se recortó en el sol ya bajo del atardecer, destacando la redondez de su trasero. Pero en ese momento no era sensible a esa beldad desatada. Sentía que Gonzalo se alejaba, sentía que lo perdía, sentía que se abría un abismo.

No pude dormir. Quería arreglar el malentendido en seguida. Cuando salí a la piscina vi a Gonzalo jugando con las bolas del billar que había en las carpas del jardín. Hacía malabarismos, y Jordi y Oriol lo observaban y aplaudían. Tres bolas, cuatro bolas, cinco bolas... Era sorprendente la maestría del chaval. Una caja de sorpresas, el madrileño. Me quedé en la barra observándolos. No me habían visto. Gonzalo estaba resplandecientemente bello, tan bronceado, tan esbelto, tan sonriente. Le encantaba ser admirado, y ahora podía disfrutar de una dosis envidiable de admiración. Otros clientes también lo observaban. Oriol intentó emularlo. Las bolas cayeron. Entonces el muchacho se puso a enseñar a los más pequeños la técnica del malabarismo. Poco a poco fueron consiguiendo pequeños logros, y cada vez que Gonzalo se apretaba contra Oriol para felicitarlo o se abrazaba a Jordi para animarlo yo sentía un gran pesar. El buen humor reinante me animó a acercarme.

-Mira, Sóc, Gonzalo nos está enseñando malabarismos –comentó Oriol.

-Fíjate lo que hago –reclamó Jordi. –Eh, ¿lo has visto? ¡No me estabas mirando!

No estaba mirando las proezas de mi niño. Me había quedado boquiabierto contemplando la huída cobarde de Gonzalo, nuevamente su silueta posterior alejándose, acrecentando la distancia, excavando el abismo.

-Eh, Gonzalo, ¿a dónde vas? –gritó Oriol.

-¿Qué le pasa? –inquirió Jordi.

-No lo sé, chicos. Creo que antes nos hemos peleado.

Cené con mi hermana. Apenas tenía ganas de hablar. Ella me preguntó y tuve que contarle la escena. Los chicos guardaron las distancias al verme con la que ellos suponían mi novia. Los padres de Jordi se acercaron para agradecerme la excursión. Su hijo, como siempre, había quedado complacido y decía que quería ser alpinista. La madre de Oriol ni se acercó a la mesa. Cada vez era más evidente que su hijo era un estorbo para ella. Gonzalo cenó con sus padres, pero cambió de posición: se sentó en la silla que me daba la espalda. Sole me animó.

-Venga, Soc. Alegra esa cara. Todo se arreglará. Debes querer mucho a ese chico para que te lo tomes tan a pecho.

-Lo más jodido es que no sé si lo quiero. Me deslumbra, pero... no sé. Ya sabes que soy muy sensible a las injusticias. Me molesta que no me crea.

-Apuesto a que te hubiera gustado hacer lo que él te imputa. Los ojos te brillaban de un modo especial cuando me contabas cómo aparecía su...

-¡He llegado a pensar que me estaba poniendo a prueba! Pero no. Se ha enfadado de verdad. Incluso me ha insultado.

-No pienses más. Y no te rebajes pidiendo disculpas por algo que no has hecho. Ya se cansará de hacerse el ofendido.

A las diez ya estaba en mi habitación. Imaginé a los chicos en la sala de juegos, aprendiendo alguna de las habilidades del madrileño. Me fui calmando, y decidí dejar que el tiempo colocara a cada cuál en su sitio. La hermosura no implica necesariamente la nobleza, y si ese era el caso de Gonzalo no debía dedicarle más tiempo. Miré un rato la tele y me venció el cansancio. Pero un ruido me despertó. Los consabidos golpes en la puerta.

-Me vengo a dormir contigo. Ya sé lo que vas a decir. No te preocupes, les he dicho que duermo con Gonzalo, y él está al corriente.

-Está bien.

El contacto de la piel melosa de Jordi me transportó a otro mundo. Poco a poco Gonzalo fue desapareciendo, y mi universo fue sólo el nadador, su belleza casi ultrajante, la calidez de su piel, sus besuqueos aterciopelados. Estuvimos un rato acariciándonos y charlando de la hazaña del día, de las anécdotas vividas, de las ocurrencias de Oriol, de los pantalones ajustados y sin nada debajo de Gonzalo. El drama se había desvanecido. Cubierto por las caricias y abrazos de Jordi imaginé que todo se solucionaría muy pronto. Y me encontré besando en profundidad la garganta del chico, en un beso apasionado, un beso entregado, el beso definitivo. Las caricias, hasta entonces sensibles y relajadas, se convirtieron en augurios del roce que se anunciaba. Busqué su polla, que encontré caliente y rígida. Él buscó la mía y demostró tiernamente el goce que le ocasionaba encontrarla tan grande y dura. Se agachó y comenzó a lamer. Su humedad me invadió para transportarme a la demencia. Su lengua jugueteaba desenfadadamente para luego postrarse plana y envolvente como adorando mi glande en una liturgia enloquecedora. Pero sonó un ruido. Jordi no abandonó su tarea. Estaba tan entregado que ni siquiera había escuchado que llamaban a la puerta.

-Será el enano. Debo abrir.

-Sóc...

-No te preocupes. Lo mando a la cama. Hoy quiero estar solo contigo.

Me pagó la fidelidad con una sonrisa tan impresionante que casi me desmayo. Abrí la puerta y allí estaba, fornido, vigoroso, enérgico, erguido, pero no desafiante ni presuntuoso. Más bien dócil y avergonzado.

-Oye, Soc...

-Ahora no puedo. No estoy solo, y estoy a las puertas de algo importante.

-No, si ya estoy al corriente.

-Pues entonces, ¿qué esperas? Déjanos. Nos vemos mañana.

-Es que quería decirte algo...

-Mañana.

Iba a cerrar la puerta, pero Gonzalo me lo impidió.

-Quiero pedirte disculpas.

-Mañana.

-Por favor, dime por lo menos que las aceptas.

No pude menos que sonreír. Gonzalo me pareció el chico tierno que está a punto de entregarse. No sé si aquella noche hubiese compartido mi cama, quizá sí, pero ya estaba ocupada. Y además Jordi me permitía comunicar todo mi cariño hacia él, hablaba mi mismo lenguaje de besos y caricias, era mi cómplice y mi amante. Nada de eso podía ofrecerme Gonzalo.

-Las acepto. Los detalles, mañana. También quiero explicaciones.

Se le iluminó el rostro. Me agarró la mano y noté un acercamiento. Creo que iba a abrazarme. No lo permití. Me quedé con el tacto suave y tembloroso de su mano.

-Hasta mañana. Que lo paséis bien.

Y me guiñó un ojo.

-¿Era Oriol?

-No. Era Gonzalo. Quería pedirme perdón.

-Seguro que os habéis peleado por una tontería. A veces los adultos dais importancia a cosas que no la tienen.

-Igual que los jóvenes.

-¿Los jóvenes no tenemos importancia?

-Ya me has entendido.

Me quedé fuera de la cama, tendido en el suelo. Jordi se mantuvo en un silencio expectante. Cuando no lo esperaba me deslicé dentro de la sábana y devoré todo su sexo. Aquella misma polla que me había parecido infantil unos días antes era ahora un miembro digno de homenaje. La podía contener toda, jugando con la lengua a proferirle caricias y alabanzas, besando con los labios sedientos la raíz lampiña de su apéndice. Primero se rió de mi ocurrencia, pero poco después se relajó para recibir cómodamente el placer. Unos nuevos toques con los nudillos en la puerta me sobresaltaron.

-Ahora sí que es el rubito.

Lo era.

-Sóc, quiero dormir contigo.

-No puede ser, cariño.

-A mí no me importa que esté Jordi. Los tres lo podemos pasar muy bien.

-Sin duda. Pero no hoy. El otro día estuve a solas contigo, ¿recuerdas? Pues hoy le toca a Jordi.

-No voy a poder dormir, pensando en lo que hacéis.

-No vamos a hacer nada que no sea natural. Venga, vete a la cama.

-Pero no puedo regresar a mi habitación. Le he dicho a mi madre que dormiría con Gonzalo, y...

-Pues duerme con Gonzalo.

-Ya me gustaría. Pero no me deja que me acerque.

-Estoy seguro que hoy será más comprensivo.

Me quedé mirando cómo se alejaba por el pasillo. Unas puertas más abajo, gritó:

-¡Que folléis bien!

Al regresar a la cama vi que Jordi se había colocado boca abajo, con las piernas abiertas, ofreciendo su culo de belleza floreciente. Lo levantaba con impudicia, y de ese montículo exquisito brotaba como un ramo su tronco esbeltísimo, invitando a acariciarlo al mismo tiempo de poseerlo. Pero aún no era el momento. Como días antes, decidí tributarle mi admiración y apego con las humedades de mi lengua. Lamí y relamí la puerta del paraíso, encontrando infinidad de sabores y estremecimientos. El chico se movía tímidamente, abriendo aún más su hendidura trasera y gimiendo de placer. Creo que siempre he sido muy sensible a lo oral, porque en ese momento no entendía mi exploración lingual como un prolegómeno ocasional, sino un objetivo por si misma. Saborear las intimidades jugosas de los chicos es uno de los contentamientos mejores que conozco, sobretodo por las reacciones que en ellos despierta, la novedad de los sentidos que afloran, el descubrimiento de un goce hasta entonces inexplorado. Con la respiración profunda pero sin mediar palabra Jordi me comunicaba su entrega y su delicia, y yo me sentía cómodo y orgulloso como el caballero durante la hazaña. Pero un cambio brusco de posición me indujo a una nueva situación. El chico se colocó de perfil, agarrándome la cabeza para que no abandonara el manjar que disfrutaba, y flexionó al mismo tiempo el cuerpo para acercar la boca a mi sexo. Enseguida entendí qué pretendía, y me acomodé también de perfil, sin dejar de besar y chupar el suave ano del muchacho. Él tomó con respeto y cariño mi polla y comenzó a succionar. Hay un raro instinto que empuja a los chicos a contener el sexo en la boca tratándolo como un caramelo. Chupan, lamen y relamen sin descanso y no quieren perder el tesoro que su boca encierra, buscando caminos para que su estancia sea agradable en extremo. Sí, Jordi me estaba haciendo gozar mucho. Las dos actividades paralelas se complementaban, atacaban distintas zonas del cerebro, empujaban a una orgía de endorfinas que no quería terminar. Yo cerraba los ojos y me repetía: "Qué culo tan exquisito, qué mamada imponente me está dispensando", y me convencía a mí mismo de que tanto placer sólo puede derivar de la ternura y el amor a la juventud.

Pero otras imágenes se cruzaban en el camino. La más recurrente era la del chico tendido en la cama, con el culo alzado y entreabierto, sus anchos hombros flanqueándolo, su cuerpo todo entregado. Y decidí trabajar para que esa entrega fuera efectiva. Mi lengua se adentraba escasos centímetros en el recto del chaval, pero mis dedos empezaron incursiones más profundas. Primero uno, luego otro. Los frágiles tejidos del anillo anal se habían reblandecido con las humedades lúbricas, y la entrada estaba ahora dilatándose con la misma facilidad. Los dedos avanzaban y la lengua seguía su trabajo, y unos leves movimientos de Jordi me indicaron hasta qué punto deseaba ya la penetración. Al mimo tiempo se esmeró aún más en la mamada. Mi polla estaba absolutamente hinchada, exasperada por el placer presente y el venidero, ávida por ser contenida por cavidades más estrechas y menos versátiles, pero igual de dulces. Con una suave rotación me situé a la puerta. Y así, de perfil, con la máxima delicadeza y respeto a la dignidad de su persona, entré.

Cada cuerpo es una novedad. Penetrar a Jordi fue como una primera vez, también para mí. Mi polla fue agasajada con la suavidad extrema, mi cuerpo todo gozó del contacto, la frescura me invadió y me hizo rejuvenecer unos años, la candidez la vivía tanto él como yo. Entré a fondo, y luego bombeé lentamente. Sólo se escuchaban los mismos gemidos controlados; ninguna queja, ninguna sugerencia, una entrega total. Aceleré el ritmo. Me envolvían unos cortinajes aterciopelados, los demás sentidos me habían abandonado, el tacto tan solo permanecía en guardia, en guardia y en plenitud. Mientras entraba y salía yo resoplaba excitado en la nuca del chico, que alargó la mano y me tocó la cara. Noté un dedo en los labios. Lo besé, y se introdujo en mi boca inmediatamente. Luego otro lo substituyó. Yo chupaba sus dedos como si de su polla se tratara, masajeaba lascivamente esa piel que también era mía. Mi mano se agarró al mástil juvenil, que se mostraba en plena efervescencia, como una extensión del mío, que gozaba tan cercano. Los gemidos crecieron de intensidad, los bombeos se acentuaron, el tiempo se paró y perdimos el sentido. Sólo una humedad en mi mano me regresó a la realidad. Me había corrido en su interior, pero no recordaba nada. Había en mi vida un antes y un después de esa eyaculación.

Consciente de la hospitalidad del chico no la saqué, pero lo obligué a contornearse para alcanzar su boca. Ese beso fue casi como un testamento. Duró una eternidad. Las lenguas se enlazaban como si se acabaran de encontrar después de desearse toda una vida.

En la misma posición, las respiraciones se calmaron y las caricias sucedieron al beso. Entonces Jordi habló con timidez, casi susurrando:

-Sóc, ¿tu crees que es normal que un chico quiera a un hombre?

-Tan normal como que un hombre quiera a un chico.

-¿Eso significa que me quieres?

-Pues claro que sí. Más que a nadie. ¿Y tú?

-No lo sé. Siento algo, pero no sé definirlo. Nunca antes lo había sentido. Sólo sé que si no estoy contigo te echo de menos. Siempre tengo ganas de estar contigo.

Nos fundimos en un nuevo beso. Entre morreo y morreo, la dulce boca de Jordi dijo aquellas palabras que tanto nos gustan y que no admiten negativas:

-Quiero más.

El revolcón nos llevó al suelo. Allí dominé el cuerpo del chaval para que se colocara a cuatro patas, apoyando el pecho y los brazos sobre la cama. Mi polla, que aún no había tomado aire fresco, estaba de nuevo a disposición. Abracé a mi niño para disfrutar no sólo de su culo, sino de todo su cuerpo. Me faltaban brazos para contener la fortaleza y gentileza de su torso. Mis ojos recorrían una ruta excitante e inquieta: de sus nalgas acogedoras a su cintura firme, de su espalda generosa a sus omoplatos tan marcados, de sus hombros amplísimos a su cuello exuberante. Avancé y retrocedí nuevamente entre sus carnes. La enajenación llegó de nuevo a mis sentidos. El cariño se desbordó y mis manos no sabían estarse quietas. La polla de Jordi se superaba a si misma; la mía había cobrado vida propia. De nuevo mojé su interior. Él tardó un poco más: mis palmas contuvieron la leche arrojada a chorros que yo me llevé a la boca. Y nos quedamos quietos. Yo, agarrado a su tronco como si fuera a perderlo, besando su cuello con pasión. Él, acurrucado y encantado de ser poseído, ofreciéndose humildemente como un obsequio.

Antes de que repitiera la frase mágica lo levanté y lo recosté en la cama. Mi rabo, un poco flácido, salió de su culo con tristeza y melancolía. Se había ilusionado en quedarse a vivir allí. Boca arriba, su mirada buscaba mis ojos.

-Eres lo más bello que he visto en mi vida.

Sonrió.

Lo agarré por los tobillos y le levanté las piernas. Las acomodó en mis hombros. Busqué de nuevo su agujero y entré. Su mirada escudriñaba mi rostro buscando asomos de sensaciones. Yo hacía lo mismo. Pero sólo encontraba esa sonrisa, esa inquebrantable sonrisa que me empequeñecía. Aplasté su cuerpo buscando su boca. Nos enlazamos en medio de un frenesí largo rato, hasta que, sin ponernos de acuerdo, aguantamos la respiración para saborear mejor el momento sublime de la descarga.

Nuevamente Jordi quebrantó el silencio del momento después.

-No me preguntas nada?

-¿Qué quieres que te pregunte?

-No sé... Si me ha gustado.

-Creo que te ha gustado. ¿Verdad?

-Mucho. –Y en su afán por definirlo todo: -No sé... es como si mi culo hubiera estado dormido todo este tiempo... y ahora hubiera despertado... Se siente genial.

-Pues mi polla dice que le gustaría vivir dentro de él.

-Oye, ¿es posible quedarse toda la noche con tu polla dentro? Me encantaría.

-Vamos a probarlo. Aunque no estará tan dura. Yo normalmente no aguanto tanto.

Únicamente mi sexo descansó aquella noche. Acurrucado en la cuna más acogedora, se meció entre cojines exóticos. Jordi, arropado por mi abrazo efusivo, se durmió enseguida. Sócrates, exhausto, inició esa velada prodigiosa: custodiar y amparar celosamente el sueño apacible del adolescente.

El jueves me levanté agotado. Pero debía continuar con mi cometido: dedicarme a los chicos. Jordi propuso ir a montar a caballo. Gonzalo aceptó automáticamente. Desde el incidente del día anterior estaba muy comunicativo, pero no hacía ninguna referencia a la charla que lógicamente debíamos mantener para aclarar los términos. Decidí esperar pacientemente, pero aumenté la distancia interpersonal para que se percatara de la magnitud de la ofensa. Él reaccionó como yo esperaba: me tocaba del brazo, me agarraba del hombro, incluso me cogió del cuello una vez que me susurró al oído un comentario ocurrente, y noté que sus dedos intentaban un pequeño masaje, algo que se podía interpretar como una caricia. Inocente, pero una caricia.

Llegamos a la hípica y Oriol repitió sus bromas acerca del rabo de los caballos. Gonzalo rió sus gracias, quizá por la novedad. Pero cuando comenzamos a cabalgar el madrileño animó a su equino y desapareció. Me sorprendió su destreza manejando al animal, pero no me preocupó. Sí en cambio al responsable de la hípica, que estaba acostumbrado a la docilidad de sus clientes. Toda la hora estuvo el chico montando por su cuenta, y ya al final apareció galopando desde lejos para hacer su entrada triunfal. Cuando llegó donde nosotros hizo levantarse al caballo sobre las patas traseras, y los pequeños se quedaron boquiabiertos. Gonzalo los estaba seduciendo con su portentosa habilidad para los deportes y actividades en general. Oriol quiso enseguida que le enseñara a montar, y aprovechando que el cuidador atendía a otros clientes, se subió en el regazo del joven jinete. Fueron a dar una vuelta al trote, pero Oriol no había dejado de ser Oriol, y cuando tomaron el camino de regreso y caminaban al paso, el pequeño hizo alguna de sus travesuras sexuales, cosa que indignó al mayor, porque más que ayudarlo a bajar lo tiró del caballo.

-A mí no me pidas nada más, ¿me oyes?

-Es que eres un soso.

-Y tú un guarro.

Y se alejó de nuevo al galope.

-¿Qué ha pasado? –pregunté.

-Nada. Que es un aburrido.

-¿Qué le has hecho?

-Poca cosa. Total, sólo le he tocado el paquete, para ver cómo tiene de grande la polla.

-¿Y cómo la tiene? –inquirió Jordi, que compartía su admiración por el jinete.

-La tenía blanda, pero grande.

-¿Y eso es todo? –indagué, convencido de que la osadía del chavalillo no se había quedado ahí.

-Bueno, también me he bajado los pantalones y le he frotado mi culo en su paquete.

Y soltó una carcajada explosiva.

-¡Me he sentado sobre su polla! –añadió.

Todos nos reímos un buen rato, hasta que Gonzalo apareció de nuevo, pagó su caballo y, sin mediar palabra, se dirigió hacia mi coche y se sentó donde siempre. Puso en marcha el equipo musical y sonó una cantata de Bach.

-Y encima ese rollo de la ópera –masculló para que lo oyéramos.

-Eso no és ópera, chaval.

-Me da igual. ¿Cuándo nos vamos?

El regreso fue bastante silencioso. Oriol intentó pedirle perdón pero se le escapaba la risa. En una ocasión, cuando se había serenado e iba a hablarle al mayor, lo agarró por el hombro.

-¡No me toques!

-Gonzalo, no puedes ir de cabreo en cabreo -decidí reprenderle.

-Pues no os metáis más conmigo.

Llegados al hotel faltaba una hora para la comida, así que nos trasladamos a la piscina. El madrileño se tiró al agua, nadó un minuto y luego se tendió al sol. Hacía un calor abrasador. Los niños se pegaron a mi, como si yo tuviera la clave del asunto. Nos tomamos unos refrescos y les aconsejé que dejaran al otro un rato solo. Y empezamos a charlar de otras cosas, como las propuestas para los días venideros. Sin embargo, pronto sonó mi teléfono móvil. Los chicos aguzaron los oídos para seguir la conversación, así que me alejé un poco. Era Germán.

-¿Cómo estás?

-Íntegro, todavía. Bueno, de lo que tú ya sabes.

-¿Y tu francés?

-Por ahí. No lo veré hasta la tarde. ¿Sabes? El tío se pega mucho y mi madre me ha advertido que no me acerque tanto a él. Creo que sospecha algo.

-Pues dile lo que sientes.

-¡Ni de coña! Ya no me dejaría salir. Siempre se está metiendo conmigo, por la manera de vestir. No le gustan los pantalones ajustados.

-Igual que a mí.

-¿Qué dices? ¡Claro que te gustan!

-No, a mí lo que me gusta es bajarlos, y tirarlos bien lejos.

-¿Sabes cómo estoy ahora?

-Con la polla en la mano.

-Sí, ¿pero qué más?

-Desnudo.

-Muy bien. Voy a pegarme una ducha, pero antes me apetece pajearme a tu salud. Vamos, dime alguna guarrada para inspirarme.

-No puedo. Tengo público alrededor.

-Vaya. Oye, ¿sabes que el sábado voy a una boda?

-¿Te casas?

-No. Es mi tía. La hermana pequeña de mi madre. Será una rollo. No sé si decirle al francés que se venga de incógnito.

-No habrá ningún primo que te alegre el acontecimiento?

-No tengo primos. Sólo primas. Fíjate qué mala leche. Además, mi madre está decidida a presentarme a una amiga de mi prima que es de Bilbao, como tú. A lo mejor la conoces.

-No lo creo. ¡A ver si te vas a echar novia! Estoy seguro que tendrás éxito entre las chicas.

-Estoy harto de chicas. Son unas liosas y unas hipócritas. Te aseguro que a mi madre le encantaría.

-¿Qué?

-Que me echara novia. Así se tranquilizaría. Oye, no estaría mal la comedia de una novia virtual para que me dejara salir hasta más tarde.

-¿Y dónde es la boda?

-No sé, creo que pasamos cuando vinimos hacia aquí. En Fraga. ¿Puede ser? ¿Hay un sitio que se llama Fraga?

-Sí. ¿A qué hora?

-¿La boda? A las seis de la tarde. Luego del banquete nos vamos de discoteca. Imagínate el aburrimiento, con todas mis primas y sus amigas.

-No te preocupes. Algún invitado habrá... o un camarero...

-¡Qué fuerte! ¿Te imaginas meterse en el almacén con un camarero? ¿El jefe buscándolo y nosotros follando alegremente entre las cajas de cerveza?

-¿Follando?

-Yo no descarto nada.

-¿No esperarás hasta fin de mes?

-No sé si podré. Y a ti, ¿cómo te va?

-Muy bien. Mis chicos son encantadores. Ahora son tres. Llegó un madrileño que está como dios. Pero es hétero convencido. Y te juro que me encantaría clavarlo.

-Debes convencerlo de que no hay nada como una polla... Oye, mi vieja me llama a comer. Te tengo que dejar. Y la paja, para luego. No te olvides de tu compromiso.

-No lo olvido. De hecho, pienso en él más de lo que tú crees.

No mentía. Durante la conversación ya había calculado mentalmente las posibilidades. Fraga está en Huesca, igual que Benasque. Una hora y media de coche y podía presentarme en la boda y tener una luna de miel con Germán. Los chicos me preguntaron por la sonrisa que se me estaba dibujando.

-Es que se casa una amiga mía y me planteo si voy a ir o no, a la boda.

-No vayas –ordenó Oriol. –Las bodas son un rollo.

-¿Cuándo es? –curioseó Jordi.

-Este sábado.

-No vayas –repitió el rubio. –Aquí también habrá boda. Jordi y yo nos casaremos y tú serás el cura. Follaremos todos, los novios, el cura, los invitados...

-¿Qué invitados? –preguntó Jordi.

-Gonzalo. Él puede ser el padrino. También nos follaremos al padrino.

-Debemos tener cuidado con Gonzalo –aseveré. –Él no es como nosotros. Se está saturando de tanto sexo.

-¿Tanto? ¡Si sólo lo he tocado! Lo que me gustaría es que me follara, o por lo menos que viera cómo tú me follas. ¿Te imaginas? ¿Qué diría?

-No le gustaría –afirmó Jordi.

-Vamos a dejar a Gonzalo en paz. Y cálmate un poco esos instintos. O descárgalos en Jordi, que está más bueno que Gonzalo.

-Pero Jordi ya se deja –protestó. –A mí me gustan los chicos difíciles.

Miré hacia donde el madrileño descansaba. Ya no estaba. Cerca de allí, al lado de unos setos, había tres chicas de unos quince años, y el guapo estaba charlando amigablemente con ellas. Estaba sentado con las piernas abiertas, como el día en que lo conocí. Me imaginé el panorama que estaba ofreciendo a sus amigas. Incluso me pareció que se daban codazos y se reían disimuladamente. Los chicos no lo habían visto.

-¿Nos bañamos?

Por la tarde no salimos. No vimos a Gonzalo, así que, a propuesta de Jordi, nos quedamos en mi habitación descargando las fotos de la ascensión al Aneto en el ordenador. Por el pasillo, Oriol se atrevió a meter toda la mano en mi ropa interior. Una vez más, tuve que reprenderle. Y tan sólo cruzar la puerta de mi estancia, su ropa voló y exhibió una lustrosa erección. Pronto le arrancó la ropa a Jordi. Yo me quedé en bañador. Estando aún de pie, sus labios rozaron la tela de mi vestimenta provocando el crecimiento del bulto. Y soltó el cordón, pero todo se quedó ahí, porque fui a buscar el portátil y la cámara. Nos sentamos a ver las fotos y Jordi se abrazó. Rápidamente noté que había algún juego de complicidad entre los dos pequeños, por sus risitas excitadas. Las fotos se sucedían. Destacaba una donde aparecían los tres hermosos culos de mis acompañantes vistos desde abajo, en plena ascensión, con los músculos de las piernas marcados por el esfuerzo.

-¡Qué bueno está Gonzalo! –comentó Oriol, comenzando a jugar con mi polla.

Vistas las típicas fotos de la conquista de la cima, me encontré de pronto ante una imagen singular. Los chicos se partían de risa. Yo estaba mudo de sorpresa. Era una foto de Jordi y Oriol con las mallas en los tobillos y el culo bien abierto.

-¡Vaya par de culos! –observé. La mano de Oriol seguía pegada a mi miembro.

-Te ha crecido la polla cuando nos has visto –observó el pequeño.

-Es que le gustamos –añadió el nadador.

La siguiente foto mostraba a Oriol chupándole el sexo a Jordi. Su mueca era de risa, más que de placer. El escenario era rocoso y cargado de vegetación.

-¿Cuándo echasteis esas fotos?

-Mira la siguiente.

En la siguiente se veía a Jordi en la misma posición que Oriol. En este caso su rostro sí demostraba placer.

-Estáis guapísimos. Pero ¿cuándo echasteis las fotos?

-Cuando tú desapareciste –dijo Jordi. -Te quedaste en el refugio.

-Oye, Sóc, ¿por qué te quedaste un rato en el refugio? –preguntó el pequeño.

El chico se refería a unos diez minutos en que permanecí en el refugio de la Restanca mientras ellos tomaban el camino hasta el coche. Los había dejado un rato solos, pero los alcancé bien pronto. Oriol llevaba mi cámara fotográfica, y por lo visto había aprovechado la circunstancia para una de sus travesuras sexuales, con la complicidad de Gonzalo, porque dudo de que supieran activar el disparo automático.

-Tenía una necesidad imperiosa.

-Fue al baño –explicó Jordi.

-No me lo creo –contradijo Oriol. –Gonzalo dijo que te querías ligar a un chico que había allí.

-Veréis –respondí dudoso- Tenía una necesidad urgente. Me apetecía tomarme una cerveza.

-¡Venga!

-Es cierto. No me pareció bien beber alcohol delante de menores.

-No te parece bien invitarnos a cerveza y luego nos metes la polla –rió Oriol. –Eso no se lo cree nadie.

Gonzalo tenía razón. Cuando en pleno descenso llegamos al refugio, lo primero que vi fue un chico de unos quince años, moreno, ojos negros, sonrisa radiante y un cuerpazo que quitaba el aliento. Estaba subiendo las escaleras y su culo me provocó una reacción inmediata en la entrepierna. Antes de entrar, se dio la vuelta y me sonrió de nuevo. Por ese motivo me decidí a seguirlo. Y no quise que los chicos se creyeran despreciados. Una vez dentro del refugio, el chico desapareció, y yo aproveché para tomarme una cerveza. Pasé a la siguiente foto. Aparecían mis cachorros besándose mientras empuñaban sendas pollas.

-La mejor es la siguiente –adelantó Oriol.

Era una imagen de Gonzalo meando. El punto de vista era del lado derecho, y él se la sujetaba con la mano izquierda, con lo que su miembro delicioso se veía casi entero. No estaba erecto, pero medía unos diez centímetros. Sus huevos asomaban por la bragueta. Yo diría que los pantalones estaban demasiado bajos para ser una meada natural.

-¡Vaya polla! –dijo Jordi, al que se le estaban pegando los comentarios obscenos del pequeño.

-Yo se la quiero chupar –añadió Oriol. –Y lo conseguiré.

-¿O sea que cuándo Gonzalo dijo que iba a mear y te fuiste con él con la excusa de que también tenías ganas era para echarle la foto? –pregunté al rubito, agarrándole el culo con cariño.

-Pues claro. Y si Gonzalo no se hubiera cortado... Íbamos a dedicarte una follada.

-Sí, hombre.

-De perfil, Jordi me la metía a mí y yo ponía cara de pasarlo bien. Pero no quiso.

-Estáis muy guapos. Hay mucha gente que pagaría por ver estas fotos.

-Pues las colgamos en Internet –propuso el menor.

-Ni se te ocurra –objeté inmediatamente. –No quiero verme envuelto en un escándalo.

Revisé las fotos. En verdad estaban deliciosos. También Gonzalo, que había tomado la precaución de girar el rostro para no ser identificado. Pensé alejarlas del alcance de los niños, para evitar riesgos. Pero en ese momento la naturalidad y la actitud provocadora de mis chavales frente a la cámara ya había producido sus resultados: mi rabo asomaba por el elástico del bañador, y Oriol lo aprovechó para pegarme un lametazo histórico. Yo creía que esa misma noche tendría lugar la primera relación seria entre los tres, pero por lo visto el reloj se adelantó unas horas.

Pronto las dos bocas se apoderaron de mi polla. Se repartían el terreno como ya lo hicieron la otra noche, pero parecían más firmes, más expertos. Mis manos se encontraron sin darse cuenta tanteando sendas aberturas traseras. Los dos culos eran casi igual de suaves y esponjosos, pero reaccionaron de forma distinta: Oriol se abrió inmediatamente; Jordi sintió un escalofrió y luego se entregó. Yo vivía apasionado la fiesta de la saliva. Entre los dos me estaban trasladando a otra dimensión. Gozaba enormemente, pero me sentía inquieto porque consideraba que, siendo yo el adulto, me correspondía tomar la iniciativa. Con el dedo que jugaba en su culo los obligué a levantarse y, manteniéndome sentado en la cama, devoré sus dos pollas a la vez. Oriol se rió, pero pronto recobro el ademán serio. El rubio tenía el palo más duro y los huevos más caídos que su compañero, y a pesar de la diferencia de edad las dos agujas presentaban el mismo tamaño. Pero ahora el tamaño era lo que menos importaba. Yo me encontraba saboreando los sexos de unos chavales a los que adoraba, me rendía ante su pericia, idolatraba sus cuerpos agraciados. Y mis dedos seguían sus recreos, buscaban pistas para hallar el mejor goce. "Quiero vuestra leche", pensé. Y luché interiormente para transmitir esa idea a las mentes de mis acompañantes. Levanté la vista. Los enanos se estaban morreando. Jordi mantenía una actitud más rígida, más ceremoniosa. Oriol era una fuerza devastadora. Casi se comía al mayor, y pronto empezó a bombear dentro de mi boca. El otro lo imitó. La tersura de sus pieles me rozaba el paladar. Mi lengua envolvía los glandes o se metía entre ellos para encontrar los frenillos. Los testículos se balanceaban, sueltos, preparando la descarga. Y mis dedos entraban cada vez más. Hasta que la humedad de Jordi inundó mi cavidad bucal y Oriol aceleró su movimiento. Al cabo de menos de un minuto la dulce leche primeriza del pequeño se incorporó a la fiesta del gusto que había en mi garganta. Los dos se soltaron y se me echaron encima, buscando mi boca. Probé las dos lengua s a la vez, como si fuera una, y me sentí hermanado con esos seres tiernos y ardientes que me estaban arrastrando al paroxismo. A causa de la posición, sólo las puntas de mis dedos alcanzaban la entrada de su mundo, pero la lubricación natural de mi polla demostraba que estaba a punto para las profundidades. Pero ¿por dónde empezar?

Jordi se adelantó. Se separó de mi boca y apartando con suavidad al rubio se sentó en mi polla. Mi carne dura separó la elasticidad de sus fibras. Reconocí inmediatamente la estancia donde transcurrieron mis mejores momentos y me sentí como en casa. Él mismo marcaba los movimientos, seguía su ritmo, pacífico aunque delirante. Oriol no se quedó a un lado. Apretaba su esfínter para contener mejor mis dedos, y su boca parecía literalmente querer consumirme. Ya que no podía follarlos a los dos a la vez, se me antojó ampliar el campo del conocimiento. Levanté al rubio hasta mi boca. En seguida entendió lo que quería, y su culo abierto se postró ante mi lengua. Se ofrecía voluptuoso, consciente de que sólo era un preludio de lo que acontecería después. Pero la pericia de los chicos era enorme, y rápidamente se organizaron para multiplicar el festín. El rubio se puso de pie sobre la cama, con una pierna a cada lado de mí. Su trasero se pegó a mi rostro, pero su polla se ofreció a Jordi, que no la despreció. Me enloquecía sentir gran parte de las nalgas firmes del chaval pegadas a mis mejillas, casi cortándome la respiración. A ese contacto satisfactorio le añadía el roce acariciante de mi lengua sobre su ano, jugando a entrar y a rodear, creando una cierta intriga en el homenajeado. Más abajo el deliro le llegaba a mi polla, hinchada como nunca por la exquisitez del entorno. Las manos me quedaban libres, y con ellas acariciaba, abrazaba, agarraba los cuerpos deliciosos de mis niños. Fue así cómo descubrí, rodeando la esbeltez de las formas del nadador y llegando hasta su cuello, que la boca del mayor contenía la polla del menor. Luego regresé al culo de Oriol, para separar un poco más sus nalgas, permitir la entrada de un poco de aire y lamer más profundo. A continuación busqué el sexo del mayor, y lo hallé rígido y húmedo. Lo masajeé y se movió un poco, y me divertí con sus huevos tan disciplinados. Sólo se escuchaban los gimoteos y los suspiros de Oriol. Los demás no producíamos más que rumores rítmicos y lubricados. Y volé por los aires, rodeado de nubes de algodón, anulando el efecto de la gravedad, flotando solemnemente por arte del orgasmo. Ahora Jordi tardó un poco más, pero Oriol no tenía prisa, continuaba gozando del masaje de mi lengua incansable, y sólo se movió cuando el mayor rasgó el silencio para decir:

-Te toca.

El rubito pareció despertar de un sueño. Iba a sentarse también, pero con un gesto le indiqué el cambio de posición. Lo tendí boca arriba con el culo al borde de la cama, y me arrodillé en el suelo. Crucé el umbral con suma facilidad y capté de buenas a primeras la diferencia. Estaba dentro de un culo más pequeño, con un recto más corto, más apretado. Mi rabo se adaptó a la metida más corta, y el chaval comenzó pronto a gemir. Se sonreía cuando la fuerza de la embestida empujaba la cama, pero nunca dijo nada. No así Jordi, que se colocó a mi lado y comenzó a susurrarme al oído comentarios que alentaban mi inspiración:

-Me ha gustado mucho, Soc. Te noto como entras y de pronto todo yo me transformo. Noto un cosquilleo dentro de mí. Mira a Oriol. Fíjate cómo lo disfruta, él también. ¿Sabes? Es como si fueras a partirte en dos, pero pronto los dos pedazos se ajustan para formar un envoltorio... Y cada vez que la sacas aumentan las ganas de tenerla de nuevo dentro... Disfruto como un loco, Soc. Creo que me pasaría el día follando. Ya siento ganas de la próxima vez... Te quiero Sóc, te quiero a ti y a tu polla que me hace disfrutar...

Sus labios ratificaron la sentencia. El pequeño nos miraba como ausente. Sus mofletes, sueltos, se movían al ritmo de la follada. Su carne era acogedora y halagüeña, y todo su cuerpo se entregaba sin reservas. Observé sus labios, tan bien trazados. Sus dientes, entreabiertos, dejando a la vista una lengua relajada y apetitosa. Sus ojos azules, donde podía reflejarme. Su pelo tan claro, enmarcando ese rostro que no podía camuflar el placer.

Pero una sombra rasgó ese reflejo. Jordi, impulsivo, se había lanzado sobre el chaval y le había metido la polla en la boca. Su culo, el palacio hospitalario que acababa de darme cobijo, se abría de nuevo ante mí, como un horizonte cercano. Lamí y lamí hasta secar mis glándulas salivares. Saborear y evaluar dos culos a la vez es un placer sublime, y yo ahora podía degustarlos como el mejor gourmet. Esa duplicidad de efectos me colmó la lubricidad y descargué, como casi siempre me gustaba hacer, entre los pulcros velos de la ternura. Jordi notó la humedad en la barriga de Oriol y recogió con los dedos el agua de la vida. La llevó a la boca del pequeño, que tragó sin dilación, mirándome a los ojos con actitud desafiante. Después nos abrazamos los tres, contentos de la hazaña protagonizada, y casi nos quedamos dormidos, si no llega a ser por las aseveraciones del rubito.

-A él lo quieres más. Se te nota.

Me quedé un rato en silencio. No sabía qué responder. Pero el niño continuó.

-A mi no me importa. No os vais a librar de mí tan fácilmente.

-¿Quién se quiere librar de ti, si eres un dios? –le respondí.

-Jordi está enamorado. Me lo ha dicho. Y tú también de él.

-Podría ser, pero ni él ni yo podemos estar sin ti.

Se le iluminó el rostro. Abandonó el carácter serio de unos instantes atrás.

-¿De veras?

-Pues claro, tonto. A Jordi quizá lo quiera más, porque es un poco mayor que tú, pero a ti te quiero un montón.

-Pues esta noche volvemos a follar.

-Ya me lo temía.

-¿Es que no te gusta?

-Me ha encantado estar con los dos. Pero no te molestes si a Jordi le doy diez besos y a ti sólo nueve.

-Vale. Pero yo quiero follarte. No, mejor. Follo a Jordi y tú miras.

Miré a Jordi. Sonreía. El pequeño le producía tanta ternura como a mí. Asintió.

-Jordi dice que sí. De acuerdo.

-¿Pero te podré follar?

-Ya veremos.

Ingresamos al comedor cuando los padres de los chicos ya estaban a la mesa. No me amonestaron. Se imaginaron que nos habíamos entretenido en algún juego. Y tenían razón. Entonces entró Gonzalo, acompañado de las chicas que estaban con él a mediodía. Nos miró a los tres, sentados ya cada uno en su mesa respectiva, y por la sonrisa que sus preciosos labios dibujaron juraría que comprendió el alcance de lo que acababa de suceder. Se sentó con sus padres y desapareció de la escena.

Encontré a Sole luego en el bar. La besé de una forma especial, porque ella exclamó:

-Algo bueno te ha pasado. Se te nota eufórico. ¿Se te rindió el madrileño?

No le respondí. Acababan de entrar mis cachorrillos y corrí a su lado.

socratescolomer@hush.com