Testigo de la hermosura (2: La emoción de Jordi)

El profesor va profundizando en las relaciones con sus alumnos veraniegos, especialmente con Jordi.

TESTIGO DE LA HERMOSURA II: LA EMOCIÓN DE JORDI

El día 4 de julio, a media mañana, mi hermana fue a buscarme a la piscina. Me encontró dentro, nadando con dificultad con Oriol cargado a mis espaldas, poniendo a prueba mi fuerza y mi pericia. La madre del chico leía el periódico sentada en una tumbona, más atenta a los clientes masculinos del hotel que a los movimientos de su hijo. Sole me llamó y me acerqué al borde.

-Ya tengo socorrista acuático. Esta noche o mañana a primera hora estará aquí.

Me sentí liberado. No me molestaba el trabajo porque me permitía estar con los chicos la mayor parte del tiempo, ellos comprendían que mis responsabilidades me alejaran de vez en cuando para atender a otras familias o para vigilar; lo que me cansaba era el horario tan amplio.

Oriol estaba delicioso. Bromeaba todo el rato, imaginaba juegos nuevos, se reía de todos, transpiraba buen humor. Se pegaba a mí todo el tiempo, y yo estaba contento con ese perrito fiel que no escatimaba caricias. Intentaba olvidar lo ocurrido la tarde anterior, esperando que el curso de los hechos definiera la situación. De todas maneras, no sabía muy bien qué pensar. Si Jordi no se hubiera despertado quizá todo habría quedado claro, pero al notar el movimiento de su amigo, Oriol se había incorporado y había abandonado el contacto facial con mi sexo, sin que yo pudiera determinar con exactitud si se había tratado de un roce fortuito y casual o absolutamente intencionado. Ninguno de los dos jóvenes pareció dar ninguna importancia al hecho, así que como si nada hubiera pasado.

Jordi llegó casi a mediodía. Por lo visto sus padres habían querido hablar con él de algún tema familiar. Venía serio, con actitud grave. Me saludó sin sonreír y se echó al agua de cabeza. Antes de acercarse jadeante recorrió por lo menos diez largos.

-¿Cómo va, guapetón?

-Bien, ¿y tu?

-Ya lo ves: riendo y jugando con esta mosca cojonera que se me ha pegado.

Rieron. La mosca cojonera estaba en ese momento colgada de mi cuello y pinzándome la cintura con sus piernas. Noté una mano en mi paquete. Ladeé la cabeza para inquirir a Oriol.

-¿Qué haces?

-Una verdadera mosca cojonera se mete en los cojones, ¿no?

-Venga, chaval, quita esa mano que me vas a poner a tono.

Jordi apenas había sonreído ante el atrevimiento del pequeño. Parecía malhumorado. Aparté al menor para acercarme al mayor.

-Cuéntame qué te pasa.

-Nada. Mis padres, ahora que me lo estaba pasando bien.

Por un compromiso familiar los padres del chaval habían decidido bajar a Barcelona y regresar el domingo por la noche o el lunes por la mañana para continuar con las vacaciones. Como es lógico el niño los debía acompañar.

-Venga, alegra esa cara. Vamos a disfrutar el tiempo que nos queda hasta que te vayas.

Después de comer mi hermana acudió de nuevo a mi lado para comentarme un detalle que me sorprendió. Resulta que la madre de Oriol había acudido a recepción para preguntar cuánto costaban mis servicios. La pobre mujer se imaginaba que yo era un especie de animador contratado por el hotel para entretener a los chiquillos que figuraban entre la clientela. Sole le aclaró que yo era por unos días el salvavidas de la piscina, y que lo de jugar con los chicos lo hacía de buena voluntad y como parte de mi trabajo, pero que mi horario terminaba a las siete y media de la tarde.

-Pero si ayer se llevó a mi niño a ver una película, y muchas veces juega con él al billar o al futbolín...

En ese momento se despedían los padres de Jordi, que escucharon toda la conversación. Mi hermana aprovechó, entonces, para insinuar que existía un servicio complementario del hotel que corría a cargo de un animador y que se hacía responsable del entretenimiento de los chicos con un programa de actividades pensadas para su edad. Ese servicio, que naturalmente acababa de nacer, lo realizaba yo. Los padres de Jordi preguntaron qué actividades incluía el programa y mi hermana les relató todas las que el Hotel tenía contratadas con las empresas de la zona, incluyendo la opción de canguro.

-Pues bien, los padres de ese chico tan guapo me han preguntado si te podrías hacer cargo de él mientras resuelven ese asunto que les lleva a Barcelona hasta el lunes.

No me lo podía creer. Confiaban en mí para cuidarlo todo el fin de semana. Me encantó la idea. Estaba cavilando mis posibilidades, y como no respondía, Sole continuaba argumentando para convencerme.

-Puedes sacarte un buen sueldo. Ten en cuenta que es una familia potentada que no escatima dinero para el bienestar de su hijo. Puedes elaborar un programa para el finde, y lo más probable es que el pequeño rubito se incorpore, puesto que su madre escuchaba con mucha atención, y ya sabes que enseguida se cansa de su niño.

Le dicté a mi hermana un documento de autorización paterna que los señores rellenaron a toda prisa y se marcharon hacia las seis. Cuando partieron casi me emociono a causa de la increíble sonrisa que Jordi me dedicó, acercándose lentamente hasta abrazarse con fuerza y con dulzura a mi tronco. Yo le besé el cabello, cerca de la frente. Oriol también se alegró. Aunque estaba largo rato a solas con él, seguramente se había dado cuenta de que los tres formábamos un buen equipo, y el buen humor reinante nos proporcionaba momentos excelentes.

Por tercera tarde consecutiva intentamos ver una película en mi portátil. En mi habitación se sentían como en casa, incluso fisgoneaban en mi maleta. A Oriol le encantaban mis útiles de afeitar. Se llenó la cara de espuma y pretendía rasurarse. Yo le quité la espuma de la cara y, bajándole el elástico del bañador, se la puse al principio del culo. Él protestó, diciendo que ahí no tenía pelo, y bien cierto que era. Cuando regresó la tranquilidad comenzamos a ver Matrix. Nos aburríamos un poco, y mi esperanza era que se durmiesen como el día anterior para comprobar cómo acababa la historia, pero Oriol tenía otros planes.

-Oye, Soc, en el ordenador, ¿no tienes pelis de esas de...?

-¿De qué?

-O fotos. ¿Tienes fotos de esas guarras?

-¿A qué te refieres?

-Ya lo sabes, de tías en pelotas...

No respondí. Me limité a mirar al chaval directamente a los ojos y él, lejos de avergonzarse, se mostraba provocador y picarón. Le pasé la mano por el pelo casi blanco y, viendo que no obtenía repuesta, alargó la mano y comenzó a manipular el ordenador. Le dejé operar, para ver de lo que era capaz. Mediante el explorador de Windows buscó archivos con la extensión .mpg. En pantalla aparecieron unos cuantos. Clicó y un negro con un rabo de casi treinta centímetros llenó la pantalla. Reaccioné al instante.

-¡Quita eso!

Y me abalancé sobre él, para apagar el ordenador. El niño lo impidió, y se reía sonoramente.

-¡Vaya pedazo de polla!

Alcancé el portátil y lo apagué. Oriol no cesaba de reír. Jordi se mantenía en sus clásicas muecas indescifrables. Aventuré una explicación divertida.

-Esa película es mía, de cuando era un crío. No te rías porque la tuviera pequeña. Es que acababa de salir de la ducha.

En esta ocasión rieron los dos. Incluso Jordi se atrevió a añadir un comentario:

-No sabía que fueras negro.

Agarré a Oriol, que se estaba revolcando de risa, por la cintura y lo eché sobre la cama. Rebotó un poquito, pero continuó riendo.

-¿Seguimos viendo la película, o empezamos otra?

-Yo quiero ver pelis porno. Tienes un montón.

-Tengo muchos clips de vídeo, pero no son porno.

-Ya, ya...

Abrí el ordenador y seleccioné algunos nombres que contenían clips humorísticos: explosiones, perros, esqueletos... Nos reímos un rato más, pero Oriol insistía:

-Vuelve a poner el del negro, Soc, el de cuando eras pequeño.

-Que no.

-Jordi, pídeselo tu, ¿a que te gustaría volverlo a ver?

-Bueno.

Lo dijo sin mucho convencimiento, pero no se negó. Así que me decidí a pasarlo de nuevo. Total, ya casi lo habían visto entero. El negro se masturbaba su enorme aparato hasta que se corría estrepitosamente. Oriol lo celebró gritando.

-¡Vaya corrida!

Me extrañó la naturalidad de sus comentarios, así que decidí indagar un poco. Antes, miré de reojo a Jordi, que no había apartado la vista de la pantalla.

-Oye Oriol ¿cómo sabes tú eso de la corrida?

-No sé. Porque lo sé.

-¿Te lo ha contado tu madre?

-Que va. Lo he visto en las películas.

-¿Quién te ha mostrado esas películas?

-Qué importa. He visto muchas. Y he visto como follan. Y como les petan el culo, a las tías.

-¿Dónde?

-En casa de mis abuelos. Voy cada fin de semana.

-¿Tus abuelos tienen pelis porno?

-No. Es Javi, su vecino. Paso mucho rato en su casa, jugando con la Play. Se las quita a su padre.

-¿Cuántos años tiene Javi?

-Me parece que catorce.

¿Y qué hacéis cuando veis las películas?

-Se nos pone dura. Igual que ahora. Mira.

Se bajó el traje de baño unas décimas de segundo. Tiempo suficiente para poder contemplar una deliciosa polla de unos doce centímetros, a glande descubierto, que desapareció una vez soltado el elástico. Yo estaba ya bastante excitado, pero esa visión inesperada me provocó una reacción inmediata. Oriol lo notó.

-Tú también la tienes tiesa. Enséñala.

-No.

-Yo quiero verla.

Alargó la mano y me tocó el paquete. La rigidez aumentó. Desabrochó el cordón y dejó mi sexo al descubierto.

-¡Qué grande!

Jordi también miraba, con gesto desinteresado. Me atreví a preguntar.

-Y tú, Jordi, ¿también la tienes tiesa?

-Yo no.

Tiré de la prenda y apareció el mismo cuadro que días antes: una polla bella pero triste. El chaval no se inmutó. Pero Oriol seguía a su aire.

-¿Puedo tocar?

-Si ya la estás tocando. Venga, sólo un rato.

La agarraba con habilidad. Era evidente que su amigo Javi le había dado unas cuantas lecciones prácticas. Hasta dónde habían llegado? Decidí no preguntarlo. Los acontecimientos me lo resolverían pronto.

-Venga, chicos, a cenar.

Jordi se levantó rápidamente. No así Oriol, que seguía aferrado a mi polla. Al intentar alzarme, me sorprendió con un beso apresurado en el glande. Me miró a ver cómo reaccionaba. Sus ojos azules brillaban de un modo especial.

Cené con los dos. Con Jordi por encargo familiar. Oriol le pidió permiso a su madre y se cambió de mesa. Condición: no comer helado. Parecía una monja. Terminada la cena vimos un poco de tele y jugamos al Monopoly. Oriol resultó ser un gran especulador. Luego acompañé a Jordi a su habitación y me marché a la mía. Hablé un rato con Germán, que seguía tan sugestivo, pero estaba un poco más frío. Pasé una noche inquieta: se me aparecían los chicos alternativamente, con sus sexos a punto de explotar, suplicando algo con que acabar con la hinchazón. Después Germán me decía que no me acostara con niños, y más tarde Miki se reía de mis dudas y de mis ocasiones perdidas. Me desperté pasadas las once. Mal comienzo para mi responsabilidad de canguro. Había quedado en despertar a Jordi a las nueve en punto y desayunar con él. El comedor ya estaba cerrado, así que me dirigí a la piscina. Mis chavales estaban nadando alegremente.

-Vaya, ¡por fin! –gritó Oriol cuando aún estaba lejos.

Me lancé al agua y mi cuerpo reaccionó. Hacía bastante calor.

-Lo siento, chicos. Es que pasé mala noche.

-¿Te encontrabas mal? –preguntó Jordi, realmente interesado, dejando de sonreír.

-No, creo que estaba cansado. No he parado de soñar y soñar.

-¿En tus sueños aparecía un negro? –preguntó Oriol. –En los míos sí.

-Tú eres un poco guarrillo.

Me lancé sobre el pequeño y lo sumergí. Apareció riendo, como siempre. La belleza de los dos chicos era un regalo que alguien sensible no puede despreciar.

Mi hermana me comentó que la madre de Oriol le había pedido si me podía encargar de su hijo aquella tarde. Por lo visto tenía algún plan.

-Podríais ir al pantano a navegar un poco.

-Es verdad. Y con este calor apetece darse un buen baño en el río.

Mis pupilos estuvieron encantados con la idea. Montamos en mi coche y nos dirigimos al embarcadero. Pretendíamos alquilar sendas piraguas, pero al más jovencito no le apetecía mucho. No lo quería reconocer, pero le daba miedo que, si se proponía una carrera, se quedaría atrás. Tomamos una canoa india de tres plazas y reservamos para la segunda hora una barca a pedales. Primero ejercitar los brazos y luego los pies. La técnica del remo resultaba un poco complicada, sobre todo en el aspecto de la coordinación. No supimos alejarnos demasiado, y tampoco era conveniente, porque luego había que regresar. Con los pedales, en cambio, sin demasiado esfuerzo nos encontramos en la otra orilla y comenzamos a explorarla. Cuando estábamos ya lejos Oriol propuso:

-Chicos, ¿y si nos bañamos en pelotas?

Sin esperar respuesta el chaval ya se había quitado el traje de baño y se había lanzado al agua. Vi su tierno culito sólo unos instantes antes de desaparecer bajo el remolino. Yo lo imité, y el mayor nos siguió. Costaba un poco subir de nuevo a la embarcación, así que los ayudé. Agarré a Oriol del brazo y a Jordi de la axila. Este último no se había despojado del bañador.

-¿No te gusta bañarte desnudo? Es genial. Te sientes parte de la naturaleza.

-Y se te pone dura –añadió el rubito.

-Eso será a ti, que eres un calentorro.

-No sé... no me apetece... –respondió el trigueño.

No insistí. Cerca de la orilla se formaba un pequeño islote formado por unas rocas de unos seis metros de largo por uno y medio de ancho. Pedaleábamos el mayor y yo. Oriol estaba sentado en medio, con la polla medio levantada. Sus testículos aparecían muy colgantes, mas grandes de lo que correspondía a su edad. Señaló hacia la derecha.

-Vamos a tomar posesión de esa isla.

Nos acercamos y el chiquito tomó tierra de un salto. Soltó un parlamento sin mucho sentido mientras se tocaba el sexo descaradamente. Después se dirigió a la punta del islote, y a mí se me ocurrió jugar un rato, así que indiqué a mi copiloto que nos alejáramos. Pedaleamos hacia atrás, siempre pendientes de la reacción del niño.

-¡Eh, cabrones, no me abandonéis! ¡No tengo alimentos! ¡Me moriré de hambre y de sed!

-Será por agua –gritó Jordi. –Estás rodeado de ella.

Fingió que se moría, sacando una lengua larga y húmeda, muy apetecible. El abandono duró unos minutos, y cuando regresábamos al rescate el náufrago se levantó y se puso a mear de espaldas a nosotros. Su silueta, recortada por el sol aún alto, se mostraba deliciosa. Aparentaba no darse cuenta de nuestra proximidad. Hablé en voz alta para que me oyera.

-Mira, Jordi, qué cuerpo tan bien construido tiene Oriol. Es un cuerpo digno del mejor atleta. Fíjate qué hombros más anchos, con los omóplatos tan marcados. Admira ese cuello fuerte, y la cabeza tan bien formada, coronada por ese pelo rubio claro, brillante y sedoso. Mira cómo el cuello se une al tronco. Es un cilindro que se ensancha, proporcionando esa forma triangular que es tan varonil. Observa sus hombros, poderosos, sus brazos fuertes, el tórax que se estrecha hasta llegar a la cintura. Fíjate qué baja la tiene, la cintura. Parece una escultura clásica. ¿Sabes? La cintura no debe estar alta, la espalda debe ser larga y ensancharse progresivamente poco espacio por encima del culo. Como la de Oriol. Es el cuerpo del macho, bello de mirar, lindo de acariciar. Y esos muslos, que parecen las columnas de Hércules, poderosos y sugestivos, ligeramente separados, completamente paralelos, rectos hasta llegar a la redondez del culo. ¿Sabes? Unos muslos fuertes terminan siempre en un trasero proporcionado y lleno. Nuestro amiguito lo tiene respingón, musculoso, orgullosamente levantado, con los glúteos carnosos y abultados, juntos pero no pegados. Estoy seguro que si se separa un poco de piernas se le verían los huevecillos.

Sin apenas moverse, consciente de la admiración que despertaba, el chaval se abrió un poco de piernas. Se llevó la mano izquierda a los testículos, comprobando que su colocación fuera la correcta. Ya había acabado de mear, pero restaba inmóvil como una estatua ante sus devotos. Continué.

-¿Los ves? Fíjate como asoman, grandes y colgantes, con su piel tan suave. Son un adorno delicioso para ese culo tan perfecto, ¿no? Esas formas parecen trazadas por un experto en arte. Creo que son inmejorables. Oriol tiene el cuerpo perfecto.

-¿Y yo qué?

Había tardado un poco, pero al fin había respondido a mi provocación. Hasta el momento en que explotó había seguido con atención mis explicaciones, sin dejar de observar el cuerpo de su compañero.

-¿Tú? No sé. Tendría que verte sin el bañador para poder opinar...

-Está bien -aceptó. Y dirigiéndose al exhibicionista que aún no se había movido:

-Aparta, niño, que ahí va un hombre.

Se situó en medio del islote, de espaldas al público. Nos separaban unos cuatro metros. El pequeño, completamente erecto, se sentó a mi lado, mirando descaradamente mi principió de erección pero sin decir nada.

-Vamos a ver. Lo que tenemos delante es también un cuerpo perfecto. Observa las proporciones: las piernas, largas y rectas; los mulsos fuertes, con los músculos recortados pero sin marcar protuberancias; el tórax se ensancha progresivamente hasta cerrarse con suavidad en los hombros y formar el cuello. ¿Ves la forma triangular que decía antes? Esa forma embellece el cuerpo masculino, le da entidad. El cuello es muy fuerte, muy varonil. La cabeza pequeña, bien proporcionada con el resto del cuerpo. Mira: se ve dónde comienza el cuello pero no donde termina. Es una suave transición que se esconde bajo esa deliciosa cabellera que constituye uno de los rasgos distintivos de nuestro amigo: peinadamente despeinada, cada cabello es independiente y busca hallar su camino, pero todos en conjunto forman un muestrario encantador, lleno de personalidad. Se nota la natación en este bello cuerpo que admiramos: brazos y piernas fuertes, espalda rígida y elástica a la vez, hombros muy marcados...

-¿Y el culo? –interrumpió en chavalín.

-Genial. Fíjate como los muslos se ensanchan desde las rodillas para mostrarse cargados de poderío y cerrarse un poco antes de dibujar los glúteos. Como decía antes, un buen culo es consecuencia de unos buenos muslos. Admira los glúteos, un poco alzados, firmes y consistentes. ¿Quién es tan inútil como para pensar que esas formas deliciosas sólo sirven para sentarse? Si están en el centro, por algo las habrá puesto ahí la naturaleza. Esas nalgas, ligeramente separadas, esconden y protegen un tesoro de placer. Pero observa la sutileza: no se sabe si están unidas o separadas; esconden al mismo tiempo que muestran un camino bien trazado e inapelable.

Las últimas frases la había pronunciado acariciándome el miembro suavemente. Me di cuenta de su tamaño cuando noté la mano tierna y estable de Oriol, que me lo agarraba. Le miré. Sonreía, algo nervioso, y sus ojos brillaban con un matiz algo felino.

-¿Un baño?

Y me lancé al agua. Jordi me imitó desde las rocas. El pequeño esperó unos segundos, desconcertado, y se lanzó sobre mí. En la parte central de la embarcación había un tobogán que desembocaba en la popa. Comenzamos a lanzarnos ordenadamente. El castaño había perdido el miedo a su desnudez, y aunque su polla estaba tan extinta como siempre su atractivo no se veía disminuido. Pronto el juego empezó a derivar hacia una competición de salto, hasta que yo, un poco cansado, me quedé dentro del agua mirando cómo los jóvenes competían. Pero Oriol no se conformó. Su sexo no había bajado la guardia ni un momento, y un instante que me paré a observarlo, placentero, cómo se preparaba para deslizarse por el tobogán hacia donde yo estaba, medio inconscientemente abrí la boca y me relamí sin poder evitar imaginarme que chupaba con dedicación y amor la polla rígida del chaval, que me miraba provocador antes de saltar. Quizá esa idea que me iluminó un instante se cruzó con otra del pequeño, porque cuando quise darme cuenta el chaval había saltado y me atenazaba el cuello con sus piernas, de modo que su rabo tieso me rozaba la mejilla. Le pegué una palmada en el culo y lo eché lejos de mí. Se subió y se lanzó de nuevo, mirándome a los ojos, buscando una afinidad. Volví a notar el tacto rígido, esta vez en la frente. No me resistí más. Me puse frente al tobogán y adopté una actitud receptiva, con la boca abierta, que excitó aún más al chaval. Pero acertar no era fácil. Yo me movía intentando ayudar, pero conseguir hacer puntería no era fácil. Jordi se agarró al borde de la embarcación, no sé si para reposar o por pudor. Finalmente, después de varios intentos, la saeta punzante de Oriol, se me clavó en la boca. Yo mismo le ayudé a sentarse sobre mis hombros sin limitarme a contener su tierna virilidad. Degusté milímetro a milímetro toda su carne, me regocijé del sabor tierno de su glande, la sentí crecer más dentro de mí. Creo que, sin dejar de nadar con los pies, llevé las manos a su culo buscando su entrada. Cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo lo separé, pero no bruscamente. Lo abracé de la cintura y le besé una mejilla rígida por una mueca de decepción.

-¿Seguimos jugando?

-No, se nos termina el tiempo. Debemos regresar.

Como había sucedido las otras veces, nos comportamos como si nada hubiera sucedido. Los chicos no tardaron en tratarme igual que siempre, con sus risas, sus abrazos y sus caricias inocentes. Que Oriol buscaba sexo estaba ya muy claro: le salía de dentro, como una necesidad, como una curiosidad. Les invité a un refresco y regresamos al hotel. Cenamos, vimos algo de tele y les enseñé a jugar a Póquer, que les pareció algo complicado. A las diez y media Oriol se marchó con su madre y una hora más tarde dejé a Jordi en su habitación. Eran algo más de las doce cuando escuché unos golpes en la puerta. Sin mirarme a los ojos, el chaval me preguntó:

-Oye, ¿puedo dormir contigo? No estoy muy acostumbrado a dormir solo.

En el pasillo no había nadie. Asentí, aunque no lo veía demasiado claro. El chico ya había empezado a desnudarse. Se quedó en calzoncillos, unos preciosos Unno blancos y azules. A los pocos segundos ya estaba metido en mi cama.

-Oye, debo decirte algo. Yo siempre duermo desnudo. Espero que no te moleste. La cama es suficientemente grande.

-¿Cómo me va a molestar?

Me acosté por el lado contrario. El chaval se había tapado con la sábana. Al cubrirme también noté un movimiento sospechoso que pronto comprendí: los calzoncillos se habían deslizado hasta el suelo.

Se me ocurrió apagar el móvil. No quería mantener una conversación erótica con Germán, si se le ocurría llamar. Tan pronto como me quedé quieto el brazo del chico se posó sobre mi pecho. Yo le acaricié el pelo. Pero de pronto sentí unos inmensos deseos de abrazarlo como sólo se abraza a alguien que quieres enormemente. Él notó la calidez del gesto y se acurrucó pegado a mí. Sentía su corazón latir peligrosamente, hasta que se fue tranquilizando. Las palabras tardaron un rato en llegar.

-¿Sabes? Me ha encantado lo que has dicho de mí esta tarde.

-¿Qué he dicho?

-Ya lo sabes. Me has hecho sentir orgulloso de mi cuerpo. Por primera vez.

-¿Por primera vez? Pero si tú ya sabes que eres muy guapo, y todo el mundo se da cuenta a tu alrededor.

-Sí, pero en la intimidad se ríen de mí.

-¿Quién?

-Mis compañeros de equipo. Todos tienen pelos en la polla, y me llaman crío porque la tengo pequeña.

-No la tienes pequeña. Ya te crecerá.

-Tendrías que ver las de mis colegas. En las duchas se manosean hasta correrse. Nada más meterse en la ducha ya la tiene tiesa. Y a mi nunca se me pone.

-¿Nunca?

-Bueno, algunas veces. Pero nunca delante de ellos.

Su voz sonaba suave y cadenciosa. Era todo dulzura, a pesar de manifestar falta de confianza. Notaba su pecho elevarse y soltarse, al ritmo de su respiración. Me puse de perfil para abrazarlo mejor. Mi mano trasladó el abrazo hasta el vientre y el ombligo y se fundió en su calidez. Le besé la frente, y luego la mejilla. Se estremeció y giró la cabeza para mirarme. Sentí la profundidad de sus pupilas clavada en las mías. Su boca se abrió. Creí que iba a hablar, pero sus labios se entornaron y se acercaron a mi cara. Casi me desvanezco. Su boca era dulce y afrutada, con toques de miel y pasas. Su lengua era activa pero sosegada, sin agresividad. Se enlazaba con la parsimonia de quien realiza un ritual ancestral. Yo sentía mis papilas gustativas avivadas por la primicia, buscando en la boca del chaval su emancipación. En medio de la demencia y la profundidad del beso, el abrazo se apretó y pude notar su polla dura contra la mía, y su mano que las sujetaba las dos. Me sobresalté. Quería tanto al chaval que estaba yendo todo demasiado de prisa como para digerirlo. Me separé y lo miré. Me pareció más bello que nunca, como angelical, iluminado por una aureola de pureza y dulzor, perfumado con los bálsamos íntimos de los adolescentes, irradiando destellos de luminosidad y de virilidad. Arrojé la sábana lejos. Quería verlo, además de notar su tacto. Me quedé extasiado. No parecía el mismo. Sin perder nada de dulzor, su cuerpo se veía subrayado por una erección inimaginable. Aquella polla larga y fina que colgaba abandonada desde que la conocí se mostraba ahora orgullosa y cargada de vigor, más larga y más gruesa, con el prepucio retirado y el glande muy pálido y delicado, embriagador.

-¡Eres dios! –casi grité.

Sonrió y sus dientes perfectos me invitaron a besarlo de nuevo. Quería comérmelo entero, pero no había prisa.

-No sabes lo que te has perdido esta mañana.

-¿Cuándo?

-Cuando me he despertado. Eran las nueve y estaba pensando en ti, en que pronto me vendrías a llamar. Tenía la polla muy dura, imaginando que podría ocurrir lo que está sucediendo ahora. Y he salido a abrir con el sexo comprimido dentro del slip. Pero era Oriol. No he podido disimular que la tenía tiesa y se ha abalanzado sobre mí, arrojándome a la cama. Sin decir nada me ha bajado los calzoncillos y se la ha comido entera. Me la ha chupado un buen rato. Quería que me corriera en su boca. Pero yo no me he corrido.

-¿Te ha gustado?

-Mucho. Es una sensación rara. Te come la polla pero sientes un placer como muy adentro. Como cuando te duele la barriga, pero placer en vez de dolor. Yo me imaginaba que eras tú quien me la chupaba, pero estaba seguro de que no lo harías. Hasta que te he visto esta tarde con el rubito.

-Estabas celoso?

-Algo sí, pero casi nada. Sé que nos quieres a los dos igual. Pero yo quiero estar contigo a solas. Por lo menos esta noche.

Era verdad. Se me manifestó la imagen de sus padres regresando al día siguiente. Pero no había impedimento para buscar otros escenarios, aunque Oriol siempre estaría cerca.

Le besé de nuevo. Otra vez fui absorbido por el sabor a caramelo de frutas. El chico se iba tornando atrevido, su fuerza se notaba en los abrazos y seguía maniobrando en mi rabo, que estaba feliz de tratar con esa élite de la hermosura. Cuando separé los labios, pronuncié en voz alta lo que mi pensamiento ya pregonaba a gritos:

-¡Cuánto te quiero!

-Yo también. ¿Y a Oriol?

-También lo quiero. De forma distinta, lo reconozco, pero casi tanto como a ti. ¿Te molesta?

-No. Lo digo porque se muere de ganas de chupártela. Bueno, ya se le nota.

-Y si te dabas cuenta de todo, ¿por qué ponías esa cara tan rara siempre que hablábamos de sexo?

-No sé... Todo empezó ayer. Cuando me acosté se me puso dura. Me dormí pensando en el negro y en tu polla, y en cómo te la agarraba Oriol. Comencé a hacerme una paja pero me quedé dormido.

-¿Te has hecho muchas?

-Ninguna.

-No me lo creo.

-Tampoco se lo creía el enano. Pero es verdad. Él, en cambio, se hace desde hace tiempo.

-Venga, hombre, si es un niño.

-No tan niño. Tienes que ver cómo se la machaca, y cómo se corre.

-¿Se corre? Se habrá meado.

-No lo creo. La leche salía casi tan blanca como la de mis colegas del equipo.

-Pues me debe haber mentido sobre su edad.

-No, tiene los años que dice.

Dudé si era cierto, pero de pronto recordé mis años de monitor de campamentos. La pubertad comienza cuando lo mandan las hormonas, no los cumpleaños. He conocido a chicos de 11 años que aparentan 14, y chicos de 15 que parece que tengan 12. Una vez acudieron tres primos de 11, 14 y 15 años, y el que aparentaba ser mayor era el que realmente tenía 11 a punto de 12. Ya tenía pelos en la parte baja de las piernas y en el sexo, y un ligero vello en el bigote. También sé que ya se corría porque lo escuché una noche que estaba espiando cerca de su tienda. Sus primos parecían menores que él, incluso en la conversación.

-¿Tú le has hecho algo al chiquillo?

-Él quería que lo chupara, pero yo no he querido. Las prefiero más grandes.

-¿Como la del negro?

-Como la tuya.

-¿Pero te apetece el niño?

-Estoy de acuerdo con lo que has dicho esta tarde. Me gusta, lo encuentro muy guapo. Es simpático, un poco alborotado. Pero te ríes mucho con él. Supongo que sí. Estás pensando en dos mejor que uno, ¿no?

-No quiero dejarlo al margen. No se lo merece.

-Pero ahora no está.

-¡Calla! Llaman a la puerta.

Se quedó expectante unos segundos. Luego se rió y me besó.

-Me has engañado.

-¡Calla! Oigo voces. Alguien me llama. A ver, de dónde deben venir las voces...

Engullí inesperadamente su polla. Me pareció exquisita, aunque más pequeña que las que acostumbro a comer. Ello no me importaba en absoluto. Yo estaba feliz de poder amar al chico más hermoso del mundo. Hace unos días, cuando llegó, ni siquiera podía imaginarlo. Mi lengua recorría con pasión el vigor y la dureza de su carne, su sabor a juventud, su olor a macho tierno. Me cabía toda entera, y en los empujones con los que me la tragaba terminaba besando sus huevos, que acudían a testificar mi cariño. Su mano me recorría la espalda y el cuello. Respiraba fuerte, aún por la nariz. Estaba muy relajado, entregándose con total libertad al sentido de las caricias, de los lametones, de las succiones. Intentaba decirle con todo mi ser, no sólo con mi cuerpo, la intensidad de mi amor por él. Luego probé la delicia de sus testículos. Comí uno, luego otro. Luego los dos a la vez. Eran como una fruta madura que te estalla en la boca, esparciendo su dulzor por toda la garganta. Noté que comenzaba a jadear. Mi lengua los envolvía, saboreando los pliegues de su piel exenta de pelo. Quizá por eso tenían un sabor irrepetible. Regresé a su polla, amorosa, que me había golpeado las mejillas en los minutos anteriores. Reservé mis mejores energías para su glande, provocando un espasmo que le crispó los músculos de todo el cuerpo. Se había puesto más rudo, todo él. Su estómago era como de piedra, sus muslos se habían endurecido, sus brazos me agarraban con más fuerza. Me ayudé con los dedos para contener también sus huevos en mi boca. No me costó demasiado, pero a él sí resistirlo. Estaba jadeando como un poseso, moviendo descontroladamente su cuerpo, empujando y alejándose. Procuré envolver su glande con parte de la lengua, pero estaba demasiado adentro, alcancé sólo el frenillo, que produjo un efecto semejante. Pegué el paladar a la cabeza y el muchacho pareció volverse loco. Estaba perdiendo el juicio, su manos me aferraban a él y sus uñas se me clavaban en la espalda. Una agitación y un estremecimiento anunciaron su propósito y me permitieron reaccionar a tiempo. Ahora sí envolví el capullo con la lengua como si se fuera a desvanecer y tragué cada gota con sed acumulada, con el paroxismo del enfermo, con la avidez del neófito. Su leche era viscosa y poco espesa, pero sabrosa. La retuve un rato en la boca para catarla bien. Concluí que el vino joven es exquisito. Y así, compenetrado con el primer orgasmo de su vida, yo llegué a mi clímax y escupí mi semen sobre la cama, salpicando un poco sus muslos.

Me quedé quieto, esperando instrucciones, que no llegaban. Después de unos enormes resoplidos y unos gritos contenidos, el muchacho callaba como un muerto. Con su capullo aún en la boca alcé la mirada. Lo vi, delicioso, ausente, con los ojos cerrados. Unas lágrimas brotaban de sus párpados ciegos. Me incorporé y las lamí también. En aquél momento yo no era el héroe que ha explorado por primera vez una tierra prometida, fértil y paradisíaca; era el esclavo de una belleza tan singular, de una dulzura sin comparación, de una ternura que me encogía el corazón.

-¿Estás bien?

Sus pupilas se abrieron. Sus ojos color menta brillaban bajo una cortina húmeda que me empequeñecía aún más. No sabía qué hacer. ¿Había perjudicado el bienestar del muchacho? ¿Le había hecho algún daño?

No respondió, pero sus deliciosos labios trazaron una sonrisa que me invitaba a entrar en su boca. Saciado el sentido del gusto, nos miramos de nuevo. Entonces habló.

-Perdona. Es que me he emocionado. No imaginaba que esto fuera tan... tan... profundo.

Estuvimos un rato mirándonos abrazados, como si fuéramos los únicos habitantes del mundo. Dulcemente, como recuperando el sentido, los comentarios nos trasladaron a la realidad. Un rato de diálogo hablado y besado. La felicidad y el reposo: la paz.

-¿Quieres dormir ya? –inquirí al cabo de un rato.

-No, ¿por qué?

-Porque me gustaría descubrir el secreto que esconden tus preciosas nalgas.

Se quedó un rato callado.

-No se... Me da miedo que me penetres, que me hagas daño... Demasiadas emociones...

-No te preocupes, haremos lo que tú quieras cuando tú quieras. Sólo déjame enseñarte el camino.

Le agarré las piernas para pedirle que las alzara. Su ojal apareció, rosado y apetitoso como había imaginado. Satisfecha la vista, llegó el turno a la lengua. Me deslicé por sus pliegues, por toda su superficie abriendo al máximo la entrada. Si toda su piel era suave, aquello era dulzor y esponjosidad, firmeza y sensualidad. No sé el rato que dediqué a comerle el culo a mi niño; perdí la noción del tiempo. Cuando el músculo de la lengua me pidió descanso le lamí los huevos, siempre presentes. De ahí bajé al perineo, regresé a los huevos y abracé su rabo renovadamente fuerte. Los espasmos volvían a hacer su aparición. Me recreé otra vez en el esfínter, lo más tierno del mundo, y repetí el itinerario, intentando sorprender en cada ocasión a mi amante. Un temblor en las entrañas del chico y la muerte anunciada me pilló por sorpresa. Pegué toda mi lengua a su abertura procurando ocupar la máxima superficie sin cesar de masajear. Esta vez no pudo contener los gemidos. Explotó ruidosamente controlando que los espasmos no lo separaran de mi lengua. Cuando se hubo tranquilizado recogí pausadamente todo su semen esparcido por el pecho, no sin antes sustituir la lengua por un dedo húmedo. Un nuevo escalofrío recorrió su sistema nervioso, y cuando busqué sus ojos los encontré de nuevo inundados de lágrimas. Mi corazón ya estaba unido al muchacho. Nada más importaba.

Lo besé, pero las lágrimas no cesaban.

-¿Qué te pasa? ¿No te ha gustado?

-Claro que me ha gustado. Lo que pasa es que...

-¿Qué?

-Es todo tan fuerte, tan profundo... que no sé si seré capaz de darte a ti el mismo placer...

-No te preocupes. Yo me siento satisfecho si tú has disfrutado. Lo importante es que te quiero con toda el alma. Lo demás, ya llegará.

Se quedó más tranquilo, y se apretujó contra mí con ansiedad. Pensé que se dormiría en seguida, pero por lo visto las emociones lo desvelaron. Yo estaba realmente cansado, y creo que me adormilé. Me desperté al cabo del rato, notando una sensación extraña, pero muy placentera. Era la garganta del chaval, que engullía con orgullo mi polla durísima. Se afianzaba en el terreno conquistado, masajeaba el tronco sin olvidar el glande. Era sobresaliente, para ser una primera vez. Lo mejor, notar la extrema dulzura de la boca del chico, más dulce incluso que en los besos. Le acaricié el pelo. Intentó mirar, pero la posición no se lo permitía. Ya había descubierto la respiración por la nariz y tragaba sin tregua. Se esforzaba para contener tanta carne como podía, disimulando las náuseas que aparecían inevitablemente cuando mi capullo rozaba la úvula. Yo sabía que su dedicación era sincera, pero también que la primera vez es muy cansada, así que, como ya estaba preparado, le indiqué follándole la boca que ya me venía, para que pudiera apartarse si no le apetecía comer. Pero no, se mantuvo firme y con un instinto natural abandonó el tronco y retuvo en la boca solamente el glande. Mi semen salió a toda presión, inundando las fauces del muchacho, que conservó lo que pudo en la puerta, para tragarlo todo después. No pudo disimular su inexperiencia:

-Sabe raro. Pero me gusta.

Mi propio semen acrecentó el sabor de los últimos besos de la noche. Poco más tarde, con la satisfacción del deber cumplido, Jordi respiraba apaciblemente pegado a mi, no sólo de brazos, sino de cuerpo entero. Yo, como siempre que duermo con un chaval, me quedé largo rato despierto observando su paz interior y reflexionando sobre lo efímera que es la felicidad.

La mañana siguiente la dedicamos a montar a caballo. Oriol se percató de que su compañero había dormido conmigo, pero no comentó nada. Mientras esperábamos nuestro turno en la hípica se entretuvo comentando el tamaño del sexo de los caballos. No paraba de reír y de comparar las dimensiones con las del negro de la película. Algunos comentarios obscenos salieron de su boca, como de costumbre. Luego, ya montado en el animal, se acomodó al ritmo del trote con unos gestos muy sugerentes, que remató con una observación:

-¡Esto es lo mismo que follar!

Por la tarde descansamos. Jugamos en el ordenador y en la mesa y el tiempo pasó volando. Hacia las seis y media una llamada interrumpió una partida de póquer. Era el móvil de Jordi. Sus padres le anunciaban que regresarían el día siguiente por la mañana. Hablé un rato con ellos, sólo para confirmarles que todo iba bien y que el chico se portaba obedientemente. Después de colgar pactamos un paréntesis para ir al baño, y en plena micción sonó mi teléfono. Oriol había contestado, y desde mi retiro escuchaba la desenvoltura con que mantenía una conversación con alguno de mis amigos.

-...

-En estos momentos no está.

-...

-Yo, Oriol. No, estoy de vacaciones en el hotel. No, en su habitación. Está en el baño.

-...

-Pues lo has acertado. ¿Cómo lo sabes? ¿Tú también eres rubio?

-...

-Nada, jugando un rato a cartas. No, con otro chico. No, ese no es rubio, pero sí muy guapo.

-...

-Ahora sale. Ya se pone él. Déu.

Me miró con su cara de pillo y me entregó el aparato.

-Es tu novio.

Le pegué un cachete cariñoso y comencé a platicar con Miki. Estaba en mi casa, acompañado, pero no quiso decirme de quién. Se burló un poco de mi secretario, preguntándome si además de contestar el teléfono tenía otros cometidos. Los chicos seguían la conferencia sin disimular. Cuando mis palabras indicaron que entrábamos en un espacio de afecto e intimidad, el pequeño se abrazó a Jordi, que escuchaba pacientemente, y lo besó repetidas veces, sin dejar de mirarme, diciéndole tópicos amorosos. Me hizo sonreír y tuve que contárselo a Miki, que cortó la comunicación afirmando que me junto con gente peligrosa.

-¿Cómo es? –preguntó impaciente cuando solté el aparato.

-¿Quién?

-Tu novio. ¿Es guapo? ¿Está fuerte?

Durante toda la conversación Jordi había mantenido una cara de circunstancias. La palabra novio no había surtido ningún efecto sobre él. Su mundo interior no se transparentaba, por lo tanto era imposible saber si se había resentido su autoestima. Sólo al cabo de un rato, cuando Oriol, hizo trampas para ganar una partida y fingimos que le dábamos una paliza, nuestros rostros se acercaron y me apuntó muy suavemente:

-No sabía que tuvieras novio.

Noté que le quedaba inquietud por preguntarme, pero esperó el momento más propicio. El pequeño se escabulló con medio culo al aire, resultado de la lucha desigual.

Cenamos los tres de nuevo, ya que la madre de Oriol iba a cenar fuera. Le pregunté si quería que acostara a su hijo, pero me aseguró que regresaría pronto. No lo cumplió. A las once le dejé una nota en recepción avisando que el chico se había quedado dormido y que lo había acostado en su habitación. Jordi y yo nos metimos en la cama. Yo no quería hacer nada si él no lo pedía. Estuvimos largo rato charlando sin complejos de lo que significa tener novio, de las chicas –por las que afirmó no tener ningún interés- de deportes, y, sobretodo, de él mismo. Se definió como ecologista. Transcurrió largo rato entre charlas y abrazos, hasta que hacia la una sonó una llamada en la puerta. Ordené a Jordi que se vistiera y se sentara en el sillón y fui a abrir. Era Oriol. Su madre se había acostado y ya roncaba. Había llegado hacia las doce y él se había despertado. Entró y se lanzó fulminante sobre el lecho.

-Estabais juntos en la cama.

No fue una pregunta, sino una comprobación. Sin esperar respuesta comenzó a saltar sobre el catre forzando los muelles del colchón. A cada salto se quitaba una prenda, y puesto que sólo llevaba un pijama de verano pronto estuvo brincando desnudo con su polla, como siempre, a punto para la lucha. Después se echó justo en medio y soltando una carcajada provocada por nuestra cara de estúpidos aseguró:

-Me quedo a dormir.

En vano intenté convencerlo. Me puse muy serio con él, pero su postura era muy rígida y comenzaba a ponerse amenazante y próximo al chantaje emocional, así que al final aceptamos y nos desvestimos. Jordi terminó antes y le ordenó al chaval que se echara a un lado. Protestó pero lo hizo, pero cuando yo me situé al lado de Jordi, muy hábilmente, salió y se cambió de lado. Yo quedé entonces en medio de ambos, con un par de brazos que me rodeaban.

-¿Estabais follando? –preguntó descaradamente y sin inmutarse.

-¡Oriol, vale ya! Tienes una obsesión.

Se hizo un silencio inquietante. El chico puso de manifiesto su erección rozándome la pierna. Jordi respondió acurrucándose bajo mi brazo, obligándome a abrazarlo. Lo mejor que podía suceder era que se durmieran, pero su caliente sangre de cachorros no les permitía una tregua. Así que esperé un rato y me fingí dormido. Unos suaves ronquidos bastante verosímiles ayudaron a crear el efecto. Pero yo no contaba con la pericia de los jóvenes.

-Jordi, ¿recuerdas lo de ayer?

-Pues claro.

-¿Te gustó?

-Mmmmm.

-¿Sí o no?

-Sí me gustó.

Oriol se incorporó y por encima de mis piernas alcanzó el sexo rebosante de Jordi. Se lo tragó de una vez y empezó a chupar con deleite. Yo sentía el calor de su cuerpo parcialmente sobre mi regazo y ya me estaba alterando. Podía ver la escena con los ojos ligeramente entreabiertos, mal iluminada por la luz que entraba de la calle. Jordi empezaba a suspirar. Me moría por intervenir, pero por una parte no quería romper la magia de una relación entre menores, y por otra dudaba sobre cómo entrar en el corro. El contacto con los cuerpos era muy provocativo. Oriol me comunicaba el ardor de su entrepierna y la calidez de sus muslos. Jordi rozaba mi pecho y abdomen, y su piel caliente y tan suave me llamaba a la lujuria. Pero no tuve que tomar ninguna decisión. La tomaron ellos por mí. Mi polla fue absorbida por una boca anhelante y experta. Era Jordi. En esos momentos ya era muy consciente de cómo me comprometía la situación, por lo que decidí continuar aparentando un sueño profundo. Mi sexo rozaba la lengua y el paladar del muchacho, que hacía todo el trabajo discretamente. Paralelamente escuchaba el sonido leve y rítmico de la boca del pequeño engullendo el rabo de su amigo, incesante, riguroso, experto. Unos minutos más tarde Oriol protestó a su manera e impuso un cambio.

-Yo también quiero.

Apartó algo bruscamente la boca del mayor y tragó sin preámbulos. Su lengua era algo más rasposa que la del castaño, y su garganta algo más corta, pero muy activa. Chupaba y lamía a la vez, lubricaba con habilidad y se entregaba con delirio, buscando su disfrute, que desde luego encontraba. Pequeños gemidos de su voz adolescente llegaban a mis oídos, muestra inequívoca de que, además de dar placer, lo sentía íntimamente. Jordi se quedó mirando un rato pero decidió intervenir a su aire. Noté su lengua en mis huevos, graciosa y delicada, explorando mi escroto con celeridad. Intentó tragar, pero sólo consiguió contener un testículo. El que quedaba fuera era tratado asimismo con todos los honores: lo acariciaba con la yema de los dedos, separándolo y alborotándolo. Yo estaba llegando a mi clímax, pero ellos no daban señales de cansancio, así que decidí controlarme y relajarme. Moví un poco la cabeza para observar mejor. Descubrí que no hacía falta mantener los ojos cerrados: dada la posición de los chavales no podían verme la cara. Oriol engullía con glotonería, y su bellísimo rostro aparecía angelical y pícaro a la vez. De Jordi sólo veía su pelo más alborotado que nunca y sus hombros anchos y atractivos. Entonces noté una humedad en la cama. Lamenté haber desperdiciado ese manjar exquisito, pero una fuerza mayor es una fuerza mayor. Era el fluido seminal del pequeño, un auténtico portento de la naturaleza. Busqué su tacto húmedo y viscoso con los dedos, y mi momento llegó casi sin pensarlo. Exploté en la boca del niño tan prudentemente como pude, y el rubio pareció regocijarse de la novedad. Jordi, en cambio, se impacientó al comprobar lo que sucedía, y quiso apartar al pequeño para ocupar su lugar. El rubio no lo permitió, así que en mis últimos espasmos noté una boca en el glande y otra en el tronco, luchando por ocupar los espacios superiores. Escuché los ruidos de la garganta de Oriol mientras acopiaba las migajas, pero la atención se centró de nuevo en mi capullo, contenido ahora por la boca del mayor. Éste intentaba recuperar algo del sabor que permanecía en el miembro, con unas chupadas intensas y muy absorbentes, parecidas a las ventosas que a mí me gusta practicarles a mis chicos. Con la boca completamente llena, no tardó en arrojar sobre mi pierna su leche caliente, que me pareció más espesa que el día anterior.

Me sentí un poco ridículo. ¿Por qué había fingido estar dormido, si realmente quería a esos chicos? ¿De qué tenía miedo? Los dos estaban lanzados a disfrutar de sus cuerpos. Entonces, ¿por qué no podía entregarme? Los chavales se habían recostado de nuevo sobre mi pecho buscando la comodidad para dormir. Yo estaba feliz y al mismo tiempo inquieto. Mis cavilaciones fueron interrumpidas por una idea de urgencia: la llave de la habitación del pequeño. Lo desperté.

-Oriol, ¿tienes la llave de tu habitación?

Repetí la demanda un par de veces, hasta que me respondió.

-Pues claro. ¿Te crees que soy tonto?

A las siete en punto desperté al chiquillo. Le costó un poco situarse, pero cuando lo hizo sonrió:

-Ayer te chupé la polla.

-Eres un guarro. Venga, vístete.

-Me tragué tu leche.

-Que te pongas el pijama. Te llevo a tu habitación.

-Te lo perdiste. Pero lo repetiremos, ¿verdad?

-Tú necesitas un negro como el de la película. A ver si así se te calma la calentura. Vamos.

Cuando llegamos a la puerta se quedó parado mirándome. Por un momento creí que había olvidado la llave. Pero no.

-Dame un beso.

Se lo di en la mejilla y le pegué una palmada en el culo.

-Venga, métete en la cama.

-No. O me das un beso de verdad o me pongo a chillar.

Le miré a los ojos y temí que cumpliera su amenaza. El pasillo estaba desierto, así que acerqué mis labios a los suyos. Él se aproximó más y me abrazó. La llave cayó al suelo. Su lengua se metió hasta el fondo de mi garganta, viciosa, imparable, imponiéndose. Su boca era fresca como el rocío. Me encantó besarlo con el morbo añadido del lugar público. Unos minutos sintiendo esa increíble ternura destrozaron todas mis convicciones. Después me sorprendió de nuevo con sus comentarios jocosos:

-Soy la polla.

Asentí y me alejé unos metros. Antes de cerrar la puerta sonó su voz nuevamente, musitando entre dientes:

-Ya tienes tres novios.

Me metí en la cama y el abrazo de Jordi me dio la bienvenida. Lo miré en la penumbra. Tanta belleza casi ofende. Probé sus labios adormecidos y pensé que Oriol tenía razón.

socratescolomer@hush.com