Testigo de la hermosura (16: Una decepción.)

Un Lalo desconcertante provoca que la orgía se aplace. Pero todos aprenden algo.

TESTIGO DE LA HERMOSURA XVI:

Dulce y amargo a la vez fue el momento de besar con delirio y grandeza el cálido hoyo de Lalo. Dulce, porque esa parte de su cuerpo afortunado era la más tierna y sabrosa, amargo, porque se podía prever que sería breve. Un monstruo con tres cabezas devoraba la carne suelta y entregada del madrileño: mío era su ano, laxo y esponjoso, tierno y sensual; Jordi escondía entre sus fauces toda la carne erecta que podía, siendo su garganta insuficiente para contener una presencia tan prominente; Oriol, él último en decidirse, se conformó con lamer y contener los testículos, compitiendo a ratos conmigo por la zona del perineo, procurando ganarme terreno a cabezazos un tanto agresivos. Palabras, no sonó ninguna. Babeos y sonidos guturales y linguales eran la banda sonora de esa secuencia acalorada e intensa. Algún suspiro, un gemido solamente para delatar el bienestar que nuestra confederación estaba proporcionando al deseado. Pero pocos segundos de protagonismo, quizá algún minuto. Una expansión de aire rasgó la garganta del guerrero. Pronunció la más sonora de las vocales y se abandonó, arrojando toda su descarga en la boca de Jordi. Este tragó, evidentemente, pero no pudo renunciar a mostrar su extrañeza. Relamiéndose los labios levantó la cabeza y miró a Lalo. Los demás, que habíamos notado los espasmos y estábamos igual de asombrados, nos miramos también, y luego buscamos en el rostro del muchacho alguna explicación. Él tenía la mirada perdida, asustada, escondida entre las nubes de un cielo que el techo cubría. Jordi, que estaba más cerca, agarró al chico de la barbilla para atraer su mirada. Con una mueca resignada, nuestro ídolo, dolido por habernos decepcionado, solicitaba nuestra comprensión.

-Lo siento. No sé lo que me ha pasado. Ha sido algo muy salvaje. No sabéis lo que es que te coman tres bocas a la vez.

Alargó los labios denotando resignación. Nuestra sorpresa inicial estaba a punto de convertirse en enojo. ¿Significaba eso que ya se había acabado? Decidimos que no. El enano fue el primero en recuperar el oficio, invadiendo el espacio que antes disfrutaba el nadador. Un par de lametones fueron el preámbulo para una mamada tan intensa que no cabía dudas de que el chico buscaba resquicios de la leche que tanto le gustaba. Yo seguí amorrado al dulce agujerillo que se mostraba tan elástico que invitaba a meter tanta lengua como uno fuera capaz de extender. Jordi buscó los huevos, húmedos aún de las chupadas intensas del enano. Igual que el anterior inquilino de tan delicioso espacio, de vez en cuando una incursión a mi terreno hacía que nuestras lenguas se rozaran, añadiendo más sutilezas al festín de gusto y tacto. Pero era en vano. La inquietud del adorado y el nerviosismo que transparentaba hacían prever que duraría poco su abandono, y así fue. Se levantó, sin demasiados miramientos, y abandonando el asiento se fue a sentar en el escritorio. Desde allí hizo esfuerzos para disimular, para evitar nuestras miradas inquiridoras e inquisidoras.

-¡Lalo, te has pasao! –se quejó Oriol-. ¿Te vas y nos dejas así? Mira como la tengo. Yo aún tengo que follarte, y...

-Sóc, ¿me puedo conectar a Internet? –interrumpió secamente el aludido, abriendo la tapa de mi ordenador portátil. Lo dijo sin mirar, pulsando al mismo tiempo la tecla que pone en marcha el mecanismo-. ¿Cómo funciona esto?

Me levanté y conecté el cable a la línea telefónica. Miré por la ventana. Atardecía. Noté que mi proximidad le molestaba, pero seguí mirando por la ventana. Los cachorros estaban expectantes. Pero ya habían demostrado demasiadas veces que se bastaban solos, y de repente se besaron ávidamente. El pequeño susurraba algo al oído de Jordi, que sonreía con ese gesto optimista y entregado que me había seducido y que tanto me emocionaba. Me sentía extraño. Creo que pensaba que habíamos establecido los prolegómenos a lo que tenía que ser nuestra primera orgía, pero antes de entrar en materia había aparecido la frustración. ¿Podía pensarse que Lalo se había sentido a disgusto, demasiado abrumado ante esa devoción enfermiza con la que los tres lo deseábamos? Sin duda se había sentido cómodo con nuestras bocas en dedicación exclusiva, puesto que se había corrido de placer. Pero todo había sido demasiado rápido, y el espacio para las caricias y la ternura no había llegado a manifestarse. Lo pensé después de la primera conversación con el madrileño, hacía ya tres semanas, y lo seguía pensando ahora: con Lalo había que tener mucha paciencia; no era un chico normal, era un ser excepcional.

Cuando me di la vuelta él comenzaba a teclear después de esperar que el sistema estuviera a punto. Tenía la mirada fija en la pantalla y el ademán muy serio. El espionaje que había ejercido horas antes a través de la rendija de su habitación me ayudaba a suponer y entender su nerviosismo ante la búsqueda a través de la red. Si era hábil, no le costaría mucho hallar lo que calmaría su inquietud. Mientras tanto, Oriol, haciendo honor a su reciente fama de Gran Follador, había convencido a Jordi para que se colocara a cuatro patas, y hundía su miembro caliente y creciente entre sus carnes traseras. Cuando creía que se habían olvidado del mundo y se entregaban al más profundo de los roces, el nadador me miró y me dedicó una sonrisa de complicidad. El enano observó esta señal y me dirigió otra sonrisa acompañada de un lametón en los labios, como si me incitara a la envidia. Se rió, esta vez sin escándalo, y se entregó al cuerpo de su compañero.

Lalo seguía tecleando. Por lo visto, los resultados no eran tan fáciles como suponía. Pensé si ayudarlo, pero temí ser rechazado y seguí observando a distancia sus movimientos, admirado como siempre de su belleza natural, de su piel cálida y morena, de la perfecta disposición de sus músculos pectorales, de sus brazos, de su cuello. Era un chico para enamorarse. Mejor dicho, era un chico del que te puedes enamorar locamente, porque te puede dar mucha felicidad, pero que también te hará sufrir. Observé que su sexo había cedido un poco de rigidez pero seguía estando algo crecido. Algo así le pasaba al mío, que reaccionó cuando lo toqué para sopesarlo. Observando así de lado al muchacho, viendo de reojo a los cachorros explayarse cándidamente, sentí deseos de masturbarme. No hay nada como el goce que produce el intercambio de placer entre dos personas que lo desean y se entregan libremente, pero no se puede despreciar el placer que puede proporcionar una buena paja, en un buen momento de calentura y con la concurrencia de la imaginación. Es esos momentos no me hacía falta imaginar. Lo más bello del mundo –y también lo más deseado- lo tenía delante. Sus muslos poderosos se recortaban briosos entre la penumbra que comenzaba a invadir la habitación. Sus contornos se iban diluyendo, pero la presencia de esa silueta viril y, sobretodo la línea que se redondeaba cuando llegaba al glúteo que su perfil me mostraba inspiraban latidos que provocaban vehemencia e hinchazón. Seguía después la clara raya de su espalda recta, sus omóplatos sobresaliendo, sus hombros y su esbelto cuello. Y sus labios. Esos labios densos y amables que habían sabido romper tabúes y lanzarse a la aventura de descubrir rutas nuevas... En ese momento Lalo tomó conciencia de lo interesado de mi observación. Me miró fugazmente, se sonrió y luego contuvo la risa. Un par de cabezazos indicaron que encontraba la escena divertida. O que le divertía verme tan excitado por su culpa.

Los pequeños seguían a su compás. Yo tenía el rabo a punto de explotar, como un muñeco que responde con sumisión a los deseos de su dueño. Mi mano sacudía su extensión con ritmo variable, buscando y al mismo tiempo retardando el placer de la escapada. Decidí cambiar de punto de vista. Hubiera preferido tener delante el sabroso agujero de mi amigo, pero él seguía sentado aparentemente ausente, pero atento tangencialmente a mis movimientos, como demostraba el hecho de que su polla había aumentado de tamaño y se la agarraba de vez en cuando, sin perder la concentración en la pantalla. Imaginé por un momento que, abandonando la búsqueda, se había refugiado en las vulgares páginas de señoritas. Quizá para resolver esa duda o empujado por el deseo de observar la cabeza de su polla emerger entre sus piernas desde una distancia más próxima me acerqué y me situé detrás, de pie a pocos centímetros de sus hombros. No se inmutó por mi presencia, ni siquiera disimuló ni escondió el contenido de la pantalla. Como yo esperaba, Google ofrecía resultados referentes a empresas de alquiler de vehículos. Apoyé mi sexo sobre su hombro, captando de repente la calidez de su piel suavísima. Tampoco se inmutó, más bien reaccionó jocosamente. Acaricié su hombro derecho y su cuello con mi glande repleto de sangre. Me estremecía el frote, y creo que a él también, porque su polla creció y su mano izquierda inició un masaje leve pero intenso, mientras que su capullo se humedecía espontáneamente, lubricando la fricción. Ahora le refregaba mi nabo por la mejilla, cerca de sus labios apetitosos. Si se hubiera apartado enojado no me hubiera extrañado, pero Lalo está hecho para desconcertar, para conseguir que se tambaleen las convicciones más profundas, para concentrar toda la atención y suscitar dudas e inseguridades. Pero no se apartó. Al contrario, de forma inesperada ladeó ligeramente la cabeza y me besó el glande dos veces, sólo dos veces, encendiéndome aún más esa llama de deseo que ardía dentro de mi y aceleraba mi pulso cardíaco hasta entrar en la zona de peligro. Consciente de que había provocado en mí aún más deseo, se sonrió, afianzó su mano a su verga y se manoseó. En la punta de su glande aparecía una gota espesa que yo hubiera devorado. A pesar de ello, no me moví, seguí de pie rozando mi polla candente por su cara y su cuello. Con la mano izquierda empecé a acariciar su mejilla del mismo lado, su barbilla, su testuz. Suspiraba suavemente sin dejar de masturbarse. Con el dedo índice recorría sus labios. Le introduje un dedo en la boca, y lo recibió amorosamente, rodeándolo con la lengua. Pegué más mi polla a su rostro, y mi estómago a su nuca. Notaba el cosquilleo de su pelo tan corto alrededor del ombligo. Captaba la humedad de su boca, la caricias de sus dientes y su lengua sobre mi dedo. Estaba a punto de correrme. No sabía lo que pasaría con mi semen. Quizá le mojaría el rostro, quizá los hombros, o quizá alguna gota caería sobre su regazo, donde sus huevos caídos se lanzaban al ritmo de las sacudidas ágiles y vigorosas de su mano. Por ventura mi corrida llegaría a la pantalla, dificultando la comprensión del mensaje anhelado... Y cuando más cerca estaba de la descarga, el muchacho se incorporó, se liberó de mi dedo y de mi sexo, agarró un lápiz que estaba a un lado y apuntó, directamente sobre la mesa, un número de teléfono. Después, como si descubriera de pronto que mi sexo rebosante apuntaba hacia su cara, se lo tragó, envolviéndome de un torbellino de locura que a punto estuvo de hacerme explotar. Dio seis o siete cabezazos con mi polla en la boca, luego se apartó y, mirándome a los ojos, se levantó, ignoró que su sexo estaba tan a punto como el mío y añadió rebosante de alegría:

-Ya tengo el número. Ahora necesito descansar.

Me sobrepuse como pude a la emoción y a la forzada contención de la corrida tan inminente. Tenía que retenerlo. No podía permitir que se retirara a su habitación y me dejara, nos dejara, sin el placer de su compañía.

-Nada de eso. Espera un momento.

Me senté ante el ordenador.

-¿Para qué?

-Tú déjame a mi.

Busqué en la red uno de esos números de llamadas internacionales a precio de llamada local. Cuando hube encontrado una empresa de confianza, alargué la mano y alcancé mi teléfono móvil. Marqué el número de la empresa telefónica, esperé la señal, luego el número que había escrito en la mesa y esperé. Una voz femenina me anunció que había contactado con la firma de alquiler de vehículos correspondiente al aeropuerto de San José, Costa Rica. Lalo estaba sorprendido. El labio inferior le temblaba un poco, pero seguía de pie a mi lado, casi en la misma posición en la que yo estaba antes, con su sexo sabroso rozando mi espalda. Me giré un poco para observar mejor su expresión, y su miembro, ya fláccido, se presentó ante mi. Su flacidez no le restaba ni una pizca de belleza. Cuando iba a lamerlo, se hizo el silencio al otro lado de la línea. Tuve que hablar.

-Señorita, desearía hablar con el gerente.

-¿El gerente?

-Sí, con el señor Enrique... ¿Qué más? Espere un momento.

Lalo estaba petrificado. No respondía a mis demandas. Estaba haciendo el ridículo, con la amable telefonista al otro lado, esperando una solicitud que no comprendía... Además, yo sabía de memoria los apellidos de Gonzalo, y sabía que su tío era el hermano de su madre, por lo tanto... Pero ahora me había bloqueado, mis neuronas no me proporcionaban la información que cuidadosamente habían almacenado, a la espera de poder utilizarla.

-Sí, perdone, se trata de un alto cargo de su compañía, que acaba de llegar desde España, hace más o menos dos meses... Es que no recuerdo el apellido.

-Ah, puede ser que usted se refiera al Delegado General para Costa Rica, el señor Enrique Rodríguez. No está aquí. Puede usted llamarle a la oficina central que se encuentra en la ciudad. Tome nota del número...

En un cajón del escritorio estaba el rotulador con el que habíamos jugado a los mensajes cifrados. Lo tomé, le saqué el tapón y, agarrando la polla del madrileño, apunté el número a lo largo del tronco. Cabía justo, con los números pequeños. Lalo no se inmutó, no reaccionó. Se había quedado rígido, incluso su sonrisa estaba helada. Me miraba pero no me veía. Los pequeños, a los que habíamos olvidado durante un rato, se acercaron repletos de sudor, se rieron del tatuaje de la polla de muchacho y se fueron a la ducha.

-En seguida regresamos –dijo Oriol. Y me guiñó un ojo mientras tiraba del nadador.

No tardé un minuto en marcar el nuevo número, pendiente de la agenda donde lo había apuntado. Fue entonces cuando Gonzalo recuperó la voz.

-Pero... ¿Qué haces? Oye, no estoy preparado...

-Estás perfectamente preparado. Sabes lo que sientes, y sabes lo que tienes que decir.

El teléfono comunicaba. Un tono, dos tonos...

-Pero, es que él está en el otro lado del mundo por mi culpa...

-Por eso mismo debes decirle lo que sientes.

Una voz masculina con acento español respondió.

-El señor Rodríguez.... Espere un momento, por favor.

Y le pasé el aparato al chico. La seguridad con que se mostraba habitualmente se había desvanecido. Era para mí un Gonzalo desconocido, el que tenía delante: titubeante, tembloroso, inseguro. Pero su belleza no podía desvanecerse, simplemente mostraba otra cara, otro matiz.

-Oiga, oiga, ¿quién es?

-...Hola.

-¿Sí?

-...¿Eres Quique?

-¿Cómo?

-Soy Lalo.

Me alcé y le cedí el asiento al chaval. Me quedé de pie, de nuevo, infundiendo ánimo a mi tembloroso amigo. Lo abracé y, como no, mi mano acarició su cuello poderoso.

-¿Lalo? ¿Eres Lalo? ¡No me lo creo! ¡Háblame, dime algo!

-Soy Lalo, Quique.

-¡Lalo, mi querido Lalo! ¿Cómo estás?

-Bien. Bueno, no sé.

-¿Dónde estás? ¿Ya sabe tu padre que me estás llamando?

-A la mierda mi padre. Que se joda. Bueno, no lo sabe. Estoy en los Pirineos, en un hotel.

-La llamada te va a costar un ojo de la cara. Cuéntame como te va.

-Estoy bien. Estamos de vacaciones en un hotel. Y te llamo desde la habitación de un amigo.

-Vamos, cuéntame. ¿Lo aprobaste todo? ¿Cómo te va el gimnasio? ¿En que parte del Pirineo estás? ¿Cómo es tu amigo? ¿Tu padre te sigue reprimiendo?

-Vale, vale, cálmate. No te puedo contestar a todo a la vez.

-Perdona. Es que la última cosa que esperaba era una llamada tuya. Llevo casi dos meses sin saber nada de ti. Ni siquiera tu madre responde a mis llamadas. No sabes la alegría que siento de tenerte al otro lado del aparato...

-Yo también estoy sorprendido.

-¿Tú? ¿Acaso no eres tú quien llama?

-No, ha sido mi amigo el que ha llamado. A mí me daba corte. Me porté como un cabrón contigo.

-No. Fui yo el que me porté como un cabrón. Perdóname por lo que te hice.

-No me hiciste nada. No hay nada que perdonar. Sólo que era un niño y no lo entendí.

-¿Eras un niño? Tú nunca has sido un niño. Siempre has tenido una mentalidad superior a la que marca tu edad...

-No me hagas la pelota. Me comporté como un crío. Te tendría que haber defendido ante mi padre. No sabes cómo me gustaría, ahora mismo, pegarte un morreo ante sus narices... ¡y que se joda el viejo!

-Lalo, estás muy cambiado. ¿Qué has dicho de un morreo?

-Sí que he cambiado. Tengo que contarte muchas cosas, pero no sé por donde empezar.

-Empieza por el principio –sugerí, acariciando su cogote tan suave, con el nacimiento del pelo tan breve.

-¿Hay alguien ahí contigo? Oye, no será una broma...

-No es ninguna broma. Es mi amigo, el que te ha llamado. Bueno, ya se va. O me voy yo, puesto que estoy en su habitación y te hablo desde su móvil...

-No entiendo nada. No digas nada que te pueda comprometer ante desconocidos.

-No te preocupes. Es un amigo de verdad. Ya se va.

No me quedó otro remedio que salir. Me fui hacia el baño, con la esperanza de poder dejar la puerta abierta y seguir, por lo menos, una parte de la conversación. Pero Lalo me acompañó hasta la puerta, me dio un beso en los labios y cerró tras de mi. Luego escuché que había abierto la ventana.

Los cachorros se reían. Jordi estaba dirigiendo el chorro de su meada a través del pecho de Oriol, que se refugiaba en un rincón de la bañera. Abría la boca como si fuera a probar un nuevo sabor, si la potencia del chorro llegaba hasta allí.

-Sóc, ¿no tienes ganas de mear? –me preguntó el pequeño.

-No. Tengo ganas de correrme.

-Ven, que te ayudamos. Me apetece tu leche...

-Lo siento. Necesito correrme con Lalo. Hace una semana que no estoy con él, aparte de las chupadas de antes...

Vi sus caras serias, entre ofendidas y comprensivas. Así que añadí:

-No he perdido una pizca de interés por vosotros. Os quiero igual. Pero es que Lalo...

-Lalo es Lalo –cortó Jordi-. Es especial. Yo te entiendo. Pero es que yo he follado con él esta mañana, y tu...

-El pobre Sóc está hambriento –cortó el enano, burlón-. Se cansó de las pollas de niño y quiere una polla grande para él. Pero no va a despreciar una mamada a dos bocas, ¿verdad?

Se rieron los dos y se acercaron a mi sexo. Me apetecía su mamada, pero prefería reservar mis fuerzas pala Lalo, si es que una vez terminada la conversación con su tío, se acordaba de mí. Tenía los huevos repletos de semen empujando, pero el destinatario aún no estaba a punto.

Me metí en la ducha y abrí el agua fría. Julio tocaba a su fin, pero el calor no cedía. Los chavales me rodearon y me cumplimentaron con caricias y agasajos, pero el agua fría me calmó la calentura y me tendí. El agua no cesaba de caer, y los cachorros competían en sentarse sobre mí. El pequeño me metió un par de dedos, pero yo sólo tenia pensamientos para Lalo.

Pasado un cuarto de hora, el madrileño entró en el baño. Se había vestido, y yo sentí una gran contrariedad. Estaba radiante, con una sonrisa de oreja a oreja que iluminaba la estancia. Se rió de los malabarismos de los chavales, con Oriol haciendo al vertical y Jordi chupándole huevos y culo. Un poco desencantado, pregunté:

-¿Bien?

-¡Muy bien! Eres la leche.

-Me alegro –afirmé sin mucho convencimiento, sin poder disimular la jarra de agua fría que acababa de recibir, y no precisamente de la ducha.

-Oye, me voy a mi habitación. Le he dado el número de mi móvil y tengo el presentimiento de que me va a llamar.

-Que haya suerte –deseé, pero ya había desaparecido sin cerrar.

Me entró una gran tristeza. Jordi, que se había percatado de todo, me abrazó y proyectó su cabellera mojada sobre mi mejilla. Lo rodeé por la cintura, agradeciendo su ternura.

-¿No vienes? –preguntó la cabeza de Lalo, apareciendo por la puerta.

-Claro que voy –respondí dando un salto y liberándome de Jordi, con una caricia que él entendió.

-¿No te parece que deberías vestirte? –ironizó el muchacho.

Por el pasillo Lalo me pasó el brazo por encima del hombro. Estaba de un humor excelente, y se paraba de vez en cuando para besarme en la cara o en los labios. Pero al menor sonido sospechoso se separaba y disimulaba. Llegados a su recámara, se abalanzó sobre el móvil, que había olvidado sobre su mesa. Sí, había una llamada perdida.

-¡Te lo dije!

No había sonado como un reproche, como yo temía. Me sentía culpable de haberle hecho esperar mientras me secaba y me vestía. Pero a él no le importaba. Sabía que la llamada se repetiría. Y así fue.

Estuvieron veinte minutos charlando. Lejos de sentirme ajeno, compartía la felicidad de mi amigo y su tío, con algo de celos pero con el convencimiento de haber cooperado a un acto de justicia. El lenguaje entre los dos se había tornado más íntimo, más coloquial, incluso más vulgar. Lalo le dijo a su tío que se moría de ganas de probar su polla por todos los agujeros posibles, mensaje que, como es lógico, Enrique agradeció sobradamente. Por lo que pude captar, le había contado todo lo referente a su relación conmigo y con los chavales, incluso jugaba a provocar un poco de envidia a ese hombre que tanto lo quería y que estaba a más de diez mil quilómetros. Después de provocarlo, le anunciaba que todo el placer que había experimentado hasta entonces no era nada comparado con el que experimentaría con él. Otras veces, en vez de vulgar y explícito, se mostraba tierno y amable. Recordaba momentos de su niñez, anécdotas que yo me perdía pero que ocupaban mi interés. Él hablaba tendido en la cama, y yo me senté en el sillón, testigo involuntario de tanta pasión contenida, sin atreverme a desnudarme por si mi presencia no había sido requerida para sexuales menesteres.

Cuando se acercaba la despedida, que como en el caso de la mayoría de enamorados fue larga y costosa, Lalo se había tornado muy atrevido.

-Quique, ¿qué vas a hacer cuando cuelgues? –preguntó a su tío.

-No sé, se acerca la hora de comer y...

-Oye, echas el cerrojo y te haces una buena paja pensando en mí.

-Ja, ja, ja.

-De verdad. Todos tus deseos de estos años se harán realidad. Sueña que soy tuyo porque en Agosto voy a ser tuyo.

-Lalo, ¿te sorprendería si te dijera que es lo que llevo haciendo durante toda la conversación?

-No me sorprendes. Ja, ja, ja. Estás a la altura.

Y dicho esto, se despojó de sus breves ropas y se tendió en la cama de nuevo. Su polla estaba enorme, jugosa, echando las campanas al vuelo para la concentración de los fieles antes de la ceremonia. Con un gesto me indicó que me desnudara. Yo estaba sudando. Mi polla estaba tan dura como la suya, lubricada y dispuesta.

Cuando cortó la comunicación, se dirigió decidido hacia mí. Se sentó en mi regazo y buscó mi boca. Me aplastaba la polla, que seguía excitándose más y más, gracias al contacto directo con las partes más sensibles de la anatomía del muchacho.

-Te juro que te quiero. No sabes lo feliz que me has hecho.

-¿Yo?

-Claro, tú.

Y volvía a buscar mi garganta. Yo gozaba sólo de pensar que recorría los dientes perfectos de Lalo por su cara interna mientras reposaba sobre la almohada cálida de su lengua húmeda y juguetona.

-¡A ver si me vas a lanzar con tu catapulta! –comentó una vez, refiriéndose a mi sexo prisionero bajo sus nalgas.

Y después de algunos besos más, sin decir nada, se apoyó sobre mis hombros, se alzó unos centímetros y se metió todo mi rabo en su interior, suavemente primero, frenéticamente después. Como si Oriol le hubiera dado clases particulares, comenzó a mascullar improperios y vulgaridades mientras se clavaba, sin dejar de abrazarme. Más tarde se ladeó un poco y, encogiéndose sobre si mismo, se lamió la cabeza del glande.

-Esto te gusta, ¿verdad, guarro? Te gusta ver cómo me chupo la polla, ¿no? ¡Mira!

Mientras cabalgaba sobre mi lanza alargaba el cuello y se chupaba varios centímetros de polla. Tenía toda la razón del mundo, eso me excitaba más que nada. Me estaba presentando una nueva faceta, me estaba desconcertando de nuevo, estaba apareciendo un Gonzalo vicioso, perverso, que jugaba maliciosamente con lo que antes había condenado. Yo estaba con el corazón partido. Sexualmente enardecido, follarme a un chaval que disfruta del desenfreno y la creatividad me llenaba parte de mis fantasías, pero por otro lado me incomodaba que aquél muchacho que actuaba como un puto fuera Lalo, ese chico sensible y reflexivo que siempre buscaba el sentido último de las cosas, que valoraba las sutilezas que a otros se escapan, que hechizaba con su personalidad tanto como con su belleza.

Triunfó Eros. La cabalgada salvaje se contagió del potro al jinete, y pronto se alternaban las chupadas y las clavadas. Encogiendo la columna vertebral y aprovechando el empuje de la montura, el madrileño conseguía engullir varios centímetros de su polla. Cuando la soltaba, era yo el que me doblaba para absorber los efluvios fantásticos de su sexo, y él se clavaba más a fondo y se levantaba más alto que nunca, buscando el contraste, a la caza de un placer que alcanzaba toda la sensibilidad.

Entre jadeos, intuyendo que se acercaba el orgasmo, le indiqué casi con urgencia un final digno para el western:

-¡Córreteme en la boca!

Soltó una carcajada y siguió montando como un loco, hasta que exclamó:

-¡Cázala al vuelo!

Y arrojó una corrida exuberante sobre mi cara, mi pecho, mi barbilla, mi cuello.

Ver el chorro que inundaba mi campo visual y al mismo tiempo su cara de placer me encendió tanto que me vine casi instantáneamente. Saboreé el semen que me había salpicado la boca y recogí con la ayuda de la lengua y la mano los restos esparcidos por mi cuerpo, mientras mi brasa ardiente se entrelazaba con su recto humeante en medio de un gran holocausto. Divertido, él compartió los sabores conmigo, mediante un beso profundo y urgente, falto de ternura y complicidad.

Se quedó un rato clavado, recuperando el ritmo de la respiración, inquiriendo en mis ojos mi estado de ánimo. Yo huí cobardemente, abrazado a su pecho, escondiendo entre sus divinos pectorales mi rostro avergonzado, reteniendo las lágrimas que se esforzaban por brotar. Me sentía estúpido. Acababa de vivir uno de los mejores polvos de mi vida y me sentía frustrado e insatisfecho. Ya lo sé, y lo sabía entonces, que el sexo no lo es todo. El deseo me había vuelto loco y, una vez calmado, parecía no haberse justificado. Sabía que ese momento de debilidad pasaría, que debía pensar en otra cosa, valorar la amistad y la ternura por encima de todo. Pude resistir a tiempo la tentación de pensar en Jordi. No podía ensuciar su sinceridad y candidez. Pensé en los gemelos, en Daniel, en muchos chicos que me han usado para su placer, y pedí perdón a un dios imaginario por todas las veces que yo había utilizado mi poder para calmar mis apetitos sexuales. Más tranquilo y consciente de que después me reiría de ese momento de debilidad, noté el pezón de Lalo cerca de mis labios y lo lamí. Encontré su piel dulce y amable, y la besé con el mismo afecto de siempre. La mano fuerte del chico me trasportó hacia su boca. Fue un morreo entregado, intenso. Cuando me separé y vi sus ojos, pensé que me había equivocado. Sus palabras parecieron confirmarlo.

-Sóc, eres un tío cojonudo. Te quiero.

Por fortuna acertó mi nombre. Si me llega a llamar Quique, me hundo.

Nos duchamos con rapidez porque estaban a punto de cerrar el comedor. Llegamos justo cuando salían los padres de Lalo, que amonestaron su falta de puntualidad. Yo me acerqué a su madre y le dije confidencialmente:

-La culpa es de la chica, la que se fue ayer. Se ve que están enamorados, porque se pasan el rato al teléfono.

-¿Mi hijo sale con una chica?

-Sí, ya es un hombre. ¿No se dio cuenta en la piscina?

-Tienes razón. Estaba siempre pegado a esa niña.

Cuando se alejaron, mi confidencia surtió su efecto. Enterado el rígido padre del chaval, se dio media vuelta y miró a su hijo de arriba a abajo, como si no hubiera notado que la pubertad había entrado en él. Se le escapó una sonrisa –la primera vez que le vi sonreír- y asintió con la cabeza, como dando su aprobación.

Jordi y Oriol se habían comido toda la pizza del buffet de la cena. Yo me serví una ensalada abundante y variada, y Lalo hamburguesas y patatas fritas. Por la felicidad de Lalo pensé que no se había dado cuenta de mis dudas. Estaba amable con todos, incluso se reía más que nunca de las guarradas del pequeño. Después de devorar unos cuantos helados, el comedor se vació y nos quedamos solos. La mano de Jordi se posó sobre la mía mientras que su cabeza reposaba sobre mi hombro. Nada me hubiera reconfortado más que eso, y casi me pongo a llorar de la emoción de notar su calidez. Pasé mi brazo sobre su hombro y le besé el pelo. Teniendo en cuenta el sitio donde nos encontrábamos, no se podía aspirar a más. Gonzalo, viendo lo tierno de nuestra escena, también abrazó a Oriol. Éste se sorprendió tanto que enseguida alargó la mano buscando el sexo de su compañero.

-No seas bruto –le amonestó-. Fíjate en ellos. Deja la polla tranquila y disfruta del cariño. ¿Lo ves?

-Tú no ves lo que pasa por debajo de la mesa –replicó el enano.

-Debajo no pasa nada. Fíjate en los ojos. Los ojos lo dicen todo.

No sabía si se trataba de una indirecta por el hecho de haber rehuido la mirada y haberme refugiado en su pecho después de nuestra relación reciente. Sólo sé que, hablando de miradas, fijé la mía en la de Lalo y no lo resistió. Miró al pequeño y le acarició el pelo. El chavalillo se rebelaba.

-Pues mírame a los ojos y dime por qué nos has dejado cortados antes.

Se hizo el silencio. En otras circunstancias yo hubiera cortado a Oriol, pero ahora me apetecía escuchar la respuesta del acusado. Lalo no respondía. El rubito seguía.

-Estábamos los cuatro tan a gusto. Has follado con todos. ¿Por qué te has cortado?

-A ver si sé explicarlo.

-Inténtalo.

La voz del niño sonaba exigente, seria.

-Perdóname. Es que los demás ya los saben. Siento no habértelo explicado.

-Claro, como soy un niño no hay que contarme nada –respondió el rubio, más ofendido aún.

-Mira, te lo cuento en pocas palabras. Yo tengo un tío al que quiero un montón, y él se enamoró de mí. Me metió mano y yo reaccioné como un estúpido. Por mi culpa pidió el traslado a América, y yo, pues, no sé... os conozco a vosotros y me vuelvo medio maricón y follo con todos... y me arrepiento...

-¡Qué tonto eres! –sentenció el chaval con decepción-. ¿Cómo puedes decir que te has vuelto medio maricón? Si tú eres más macho que los tres juntos.

-Es que no sé cómo decirlo.

-Puedes decir que follas con tíos... –intervino Jordi.

-Es que esa palabra es asquerosa –concluyó Oriol.

-Oye, tengo que hablar con los cuatro. Bueno, quiero decir con los tres.

-Adelante.

-Primero termino lo que te estaba diciendo. Pues yo estaba arrepentido pero no se me había ocurrido intentar llamar a mi tío para pedirle perdón. Entonces a Jordi se le ocurrió que en Internet podía encontrar su teléfono. Y Sóc me ha obligado a hablar con él. Me conoce bien y sabe que hubieran pasado días hasta que me hubiese atrevido a llamarle. Gracias por vuestra ayuda. Ha sido una gran idea.

-Yo no te ayudé porque no sabía nada.

-Lo siento.

-Me tratáis como a un niño.

-Y ahora estás refunfuñando como un viejo –repliqué-. Eres el niño más gran follador del mundo. Vamos, Lalo, termina.

-No, pues eso. Que ya sé que el clima era propicio para lo que todos esperáis.

-¡La gran orgía! –gritó Oriol.

-¡No hables tan fuerte!

-No penséis que la orgía me da miedo. No me volverá a suceder. Sólo que me he dado cuenta de que... estaba hablando de Ramón, tenía una cuenta pendiente con mi tío... y me encontraba a las puertas de participar en una orgía... Cuando habéis comenzado me he sentido como... invadido... Sentía mucho placer, pero no estaba cómodo. Se me ha aparecido mi tío y...

-Bueno, está claro –concilió Jordi.

-¿Cómo que está claro? –protestó el pequeño-. ¿Cuándo va a ser la orgía? ¿Esta noche? ¿Vamos?

-Eso es lo que quería decir. Tendríais que permitirme que me retire a descansar. Estoy hecho polvo y no me veo con fuerzas... Mañana será otro día.

-Mañana será el día de la orgía. Pero nada de descansar. Tú tienes que dormir conmigo.

-Oye, Jefe, de verdad, necesito descansar...

-¿Y esa ternura de qué hablabas antes? –inquirí.

Me miró con rebeldía, pero terminó aceptando.

-Vale, dormimos juntos. Pero en mi habitación.

-Eso, juntamos las camas...

Todos estábamos derrotados. Las últimas cuarenta y ocho horas habían sido intensas. Juntamos las camas y espontáneamente nos organizamos por parejas. Lalo se acostó al extremo izquierdo, a continuación Oriol, luego Jordi y yo al otro extremo. Me hubiera gustado colocarme entre Jordi y Lalo, pero tal como quedamos me pude dedicar exclusivamente a mi niño, al que tenía olvidado a causa de los últimos acontecimientos. Apagamos la luz y nos dispusimos a vivir una noche pacífica y reparadora. Oriol cuchicheaba algo al oído de Lalo, y éste le respondía con desgana. Finalmente, la respuesta del madrileño se hizo esperar tanto que supusimos que se había quedado dormido.

-¡Y el tío! ¡Se ha dormido! –comentó el pequeño.

-Cálmate y duerme.

-Sí. ¡Voy a dormir yo pegado a este cuerpazo!

-Déjalo –me dijo Jordi al oído-. Él está tan cansado como nosotros.

-Oriol –concluí-, si haces cosas raras no hagas ruido. Y piensa que si se despierta te va a dar dos hostias.

-Si se despierta con mi polla en su culo se va a morir de gusto.

Lo dejamos por inútil. Se escuchaban los ruidos de unas chupadas intensas que se fueron calmando poco a poco. Gracias a la luz del móvil de Lalo pude ver que el chaval se había quedado dormido con el rabo del madrileño en la boca. Ocupaba un poco del espacio de Jordi, pero no importaba, porque así mi chico se pegaba más a mí. Después de unos besos tiernos y relajados iniciamos la charla.

-¿Ha ido bien? –preguntó poniendo su pierna sobre las mías.

-¿Tú qué crees?

-Algo ha pasado. Esperaba encontrarte eufórico y te he visto algo triste.

-Hemos follado como cosacos. Pero esperaba más ternura.

-No seas exigente. ¡Cómo va a saber Gonzalo dar ternura, si nunca ha recibido?

-Tienes razón. Sólo recibía de su tío.

-Puedes estar contento. Si recupera a su tío es gracias ti.

-No, gracias a ti. La idea de llamarle por teléfono fue tuya.

-Sí, pero tú le abriste los ojos. Y me los abriste a mí.

-¿A ti?

-Sí. ¿Cómo podía ser yo tan inocente?

-Es verdad. Tenías el sexo al alcance de la mano y...

-Lo desprecié. Pero creo que hice bien.

-¿Por qué?

-Yo me parezco bastante a Lalo.

-No lo creo.

-Sí, fíjate bien. Él nunca ha recibido ternura. Yo tampoco. No me quejo de mis padres. No me ha faltado de nada... material. En mi casa entra mucho dinero, y cualquier capricho me lo dan. Pero nunca se han preocupado por mí. Ni uno ni otra. Me he pasado la infancia entre el cole, los deportes y otras actividades, sólo para poder llegar a casa más tarde que mi madre. Y luego allí, ni jugar, ni preguntarte cómo te van las cosas, ni asistir a los campeonatos... Creo que llegué a campeón de natación sólo para provocar su interés. Esperaba verlos en las gradas...

-¿No has tenido a un tío o un amigo, como Lalo?

-No. Hasta que llegué aquí. Tú eres mi tío. Y estoy loco por ti.

-Tan loco que me permites que me enrolle con cualquiera, sin reprocharme nada...

-No con cualquiera. Lalo es especial, y Oriol también. Tú lo sabes distinguir muy bien.

-Pero, ¿quién te dice que no me fijé en ti por tu belleza?

-Me da igual. Hace años que sé que soy guapo. No han parado de repetírmelo muchas niñas y algunos hombres. Pero nunca me han dado... calor humano. Si ser guapo me ha servido para que te fijes en mí, pues mejor.

-Eres hermoso por dentro y por fuera.

Nos fundimos en un beso apasionado. El sabor de los fluidos y la ternura de Jordi era como un bálsamo que actuaba sobre mí. Casi deseé perder de vista a Lalo y a Oriol, para poder dedicarme a demostrarle a mi chico lo que significaba para mí. Con un leve gesto el chaval me empujó a montarme sobre él, y nuestros sexos se encontraron. Me zampé su polla que se levantaba orgullosa y sentí cómo Jordi era más hombre cada día, recuperando el tiempo perdido. Él dirigió sus labios a mi polla y me correspondió. El agotamiento había desaparecido. El cariño nos empujaba a entrelazarnos y a comunicarnos a través del lenguaje de la piel. Nos revolcamos y el chaval se apresuró a alzar las piernas, dejando a la vista su agujero indefenso. Entré dentro de él al mismo tiempo que su lengua en mi boca. Me sentí empujado, acogido, absorbido. Con los sentidos saturados y la sensibilidad a flor de piel, me sumergía en un lago de pasión y ternura. Sentí como si Jordi y yo ya no folláramos, sino más bien nos acopláramos. Acoplarse, sentirse ensamblado, encajado, apareado. Sentí que ya no sentía, sino más bien vivía, experimentaba, percibía. Noté que mi sexo friccionaba con vehemencia, pero que mi sexo ya no era mi polla, sino todo mi cuerpo, toda mi piel, toda mi carne. Y que mi piel era su piel, y que mi carne era su carne. Me sentí enredado por una red que me contenía pero que formaba parte de mí, continente y contenido al mismo tiempo. Sentí que, en vez de abandonarme la cordura y perder el sentido, mi abrazo con Jordi era todo el sentido, la emoción, la profundidad, la expresión. Ya no sentí que me corría durante unos segundos. Sentí que me corría durante minutos, horas, pensé que mi mundo era un orgasmo sin fin. Pensé que el chico era el razonamiento, el entendimiento, la lucidez, el rumbo. Conmovido y estremecido, noté que no cabía otro lenguaje que el de los cuerpos y dejamos que el tiempo transcurriera sin pensar en nada más que estar acoplados. Después no sé qué paso. Sueño y realidad se confundieron hasta que salí del aletargamiento movido por una nueva e inesperada caricia.

-¡Sóc!

Era la voz y la silueta de Lalo, destacada contra la luz que cruzaba por las rendijas de la persiana.

-¡Sóc! ¡Échate a un lado, déjame un cacho!

Yo estaba de perfil, dando la espalda al muchacho que me llamaba, soldado aún al ser más adorable que he conocido.

-No puedo. No quiero despertarlo. ¿No cabes?

-Lo intento.

Se pegó tanto a mí que noté perfectamente su miembro cerca de mis nalgas. Creo que buscaba colocarse a la entrada, pero con un movimiento lo impedí. Sin embargo, el contacto de su sexo tieso y cálido me apetecía. Me abrazó, y con su abrazo llegó hasta Jordi, que dormía apaciblemente.

-Es un chico extraordinario -comentó.

-Sí. No sé si voy a poder superar separarme de él.

-A mí me pasa lo mismo. Sé que no sé demostrarlo, pero me va a doler mucho que se acaben estas vacaciones.

-Lalo, ¿has descansado suficiente?

-Sóc, no me tomes el pelo. Tienes derecho a estar resentido. Pero en parte es culpa tuya. Me has sobrevalorado.

-Eso sí que lo siento.

-Perdona, veo que no es un buen momento. Simplemente no quería dejar transcurrir más tiempo antes de pedirte perdón.

-¿Perdón?

-No te pases de listo. Sabes perfectamente a qué me refiero.

-Me gustaría escucharlo de tu boca.

-Bien. Lo de ayer fue un mal momento. Tú a lo mejor me crees perfecto, pero no lo soy en absoluto. Amo a Quique, y deseo reparar el daño que le hice. Tú me empujaste a hacerlo. Lo malo es que no pude separar mi deseo de la realidad. Estaba contigo y me imaginaba que estaba con él. No hace falta que te diga que estas cosas pasan. Tú ya lo debes saber. Me duele haberte decepcionado, pero tú sabes también que siento algo muy fuerte por ti, algo que hasta hace poco yo no podía siquiera imaginar. Y te prometo que cuando esté de nuevo contigo no pensaré en otro. Tú entiendes el sexo como un lenguaje, y espero estar a tu altura para hacerte comprender y valorar mi amor a través de ese lenguaje.

-Lalo, si pudiera te abrazaría, pero ahora no me puedo mover. Solamente te pido que si te apetece el sexo por el sexo o estar con uno y pensar en otro, me lo digas. Puede que yo acepte las condiciones o no las acepte, pero por lo menos podré elegir.

-De verdad, tengo muchas ganas de estar contigo para demostrarte lo que siento por ti. Estar contigo porque lo deseo, no por agradecimiento, ni nada de eso. Porque te quiero.

-Bien, gracias, Cuando llegue ese momento, me avisas.

-Ya.

-Ya, ¿qué?

-Ya ha llegado ese momento.

Su abrazo se hizo más estrecho y el terciopelo de su piel se tornó más suave todavía. Su lengua invadió mi cuello y oreja. Su aliento me calentaba el cogote. Su sexo me rozaba las nalgas y las vértebras lumbares.

-Sé que estás pegado a Jordi. No te muevas. A él también lo quiero.

Noté un enorme pedazo de carne dura y caliente invadir mis entrañas. No dije nada, sólo le di la bienvenida. Con una suavidad portentosa, Lalo entró y me proporcionó un goce que nunca hubiera soñado. Sin grandes movimientos, ni envites toscos. Solamente una presencia, plácida, y unas caricias. Palabras dulces dichas al oído. Y un amor que se mantenía vivo.