Testigo de la hermosura (15: Completando el ciclo)

Se cierra el círculo y el grupo se recompone. Pero las reuniones reservan sorpresas inesperadas.

TESTIGO DE LA HERMOSURA XV: COMPLETANDO EL CICLO.

Los dos muchachos estaban abrazados con una ternura y un frescor exquisitos. Veía a Lalo, con el Speedo que le cubría sus apetecibles nalgas, devorar la boca hambrienta de Jordi. De éste sólo podía entrever su pelo enmarañado y sus mejillas. Reinaba un silencio ceremonioso, interrumpido por el sonido puntual de los sorbos de fluidos que compartían. La mano de Jordi apareció en el culo del madrileño. Lo rozó y buscó el límite de la tela para entrar. No, no deseaba entrar, sino arrancar aquella tela que cubría un tesoro de excepcional valor. Lo consiguió no sin esfuerzo, y pronto el trasero espléndido del chaval estaba irradiando luminosidad. Lalo hizo lo mismo con el breve bañador de Jordi, con su colaboración, y lo lanzó juguetonamente contra la pared, tan lejos como pudo.

Antes de poder imaginarme cuál sería el próximo paso, observé que el guerrero devoraba con ansia desbordada el sexo del catalán, como si hubiera esperado toda la vida para conocer ese privilegio. Ahora sí veía el rostro de Jordi, casi tan sorprendido como el mío, que iba abandonando la expresión de desconcierto para mudarla en contento. Ligeramente abierta su dulce boca, cerrados los ojos, se entregaba a la novedad en cuerpo y alma. Su pecho ascendía a cada inspiración profunda, para relajarse luego y acompañar con un gemido ligero pero sentido la salida del aire. Acostumbrado a ver su polla tan de cerca que se pierden las perspectivas, ahora desde mi rendija me parecía un bello miembro, rotundamente proporcionado en sus líneas, adaptado en tamaño a las medidas de su cuerpo. Me vino a la cabeza la primera vez que descubrí la intimidad de mi chico y la decepción consiguiente. Lo juzgaba lejano en el tiempo, sin embargo no habían transcurrido más que tres semanas. Aquél apéndice triste y apagado se mostraba ahora alegre y cargado de vigor. Lo mismo debía parecerle a Lalo, que lo engullía suave y enérgicamente, con igual dedicación a todas sus partes, a la caza de los más profundos espasmos de goce. Esa dedicación responsable y concentrada no era motivo para olvidar la propia excitación. El sexo del madrileño aparecía en un segundo término, pero con pretensiones de primer plano. Mostraba una cabeza orgullosa y amenazadora, con su contorno perfectamente definido y rebosante. Las venas del cuerpo sobresalían por volumen y colorido, y la hinchazón era tan intensa que casi solicitaba intervención urgente. Sus pelotas, sonrientes, sabias y apetitosas como siempre, buscaban la alianza de la ley de la gravedad para alcanzar su emancipación. Se balanceaban discretas a cada nuevo empuje del chico, que se esforzaba en contener en la boca la carne más sensible de su amante. Cortó entonces la felación por unos momentos y miró al nadador. Nada se dijeron salvo con la mirada. Los verdes ojos de Jordi se mostraron expresivos, felices, extasiados. Los de Lalo estaban ocultos a mi consideración, pero no así la robustez de su cuello y la hombría de su testuz, con su pelo tan corto contorneando la forma perfecta de su cabeza.

Como es lógico, el sentido común presidía mi talante en aquellas circunstancias. Sentía impulsos continuados de asaltar la intimidad de la feliz pareja, de quebrantar su amor secreto e imponer mi mediación. Ser consciente de la belleza no es demasiado dificultoso, pero contenerse cuando se manifiesta desbordante ante ti, protagonizada por seres a los que amas desesperadamente, formando un retablo de perfección lindante a la divinidad, llamándote a disfrutar de la observación atenta sin posibilidad de participación resulta ya más espinoso. Pero resistí, camuflado en la oscuridad del recibidor, ese empuje interior que me pedía que, con un portazo, penetrara en la estancia y pidiera turno. Resistí sin intervenir, contra mi naturaleza, canalizando todo el deseo hacia mi polla, que estaba batiendo todos los récordes. Un par de ligeros toques hubieran provocado la expulsión inmediata del elixir de la vida, por lo que intenté serenarme y cerrar un ojo para poder enfocar la visión mucho mejor.

Ahora Lalo estaba tendido en la cama y Jordi se había arrodillado. Sus labios y su lengua jugueteaban con el inmenso mástil del guerrero, que desaparecía casi por completo de mi vista de vez en cuando, en los momentos en que el nadador alteraba el ritmo para sorprender a su oponente y despertar de la relajación de su garganta suspiros y gemidos de elocuencia sobrada. El codo derecho del mamador aparecía levantado, pero no podía ver la terminación de esa extremidad ni la actividad a qué se dedicaba, pero la vista no es siempre necesaria: los movimientos de caderas de Lalo delataban que su hoyo contenía uno o varios dedos de mi chaval en plena prospección. La dedicación era tan sentida que Lalo buscó la cara de Jordi para separarla un momento de su objetivo y escudriñar su mirada, luego susurrar delicadamente y complementar el mensaje con una sonrisa espléndida.

-No vayas tan deprisa o me voy a correr enseguida.

Leal a la calma exigida, el catalán besó y acarició la polla preciosa de su oponente un buen rato. Viendo que la coronaba una gota espesa del mágico jarabe, lo recogió con la punta de la lengua y lo saboreó con deleite. El guerrero alargó la mano y tocó una tecla de un reproductor de discos compactos que estaba en la mesilla, conectado a unos altavoces pequeños. Escuchó los primeros compases y luego subió el volumen. Sonaba una de las mejores baladas de la historia, Still loving you , de Scorpions . Ignoraba que el chaval conociera ese disco que pertenecía a mi infancia y que tanto había acompañado mis primeras correrías en el mundo del sexo. Me estaba enterneciendo. No podía haber elegido mejor música para ilustrar la película que privadamente presenciaba. Mientras tanto, Jordi se divertía toqueteando los huevos repletos del otro. De pronto agarró el muslo derecho del chaval para obligarlo a abrir su culo, y Lalo comprendió veloz y se prestó a ello. Mi chico comenzó a lamer el ano exquisito mientras procuraba abarcar una nalga en cada mano, intentando separar esos montículos protectores, abriendo la puerta de par en par.

Ojear a través de una rendija es fatigoso. Debes utilizar un solo ojo y, por lo tanto, se pierde un poco la perspectiva. Además, se tiene que cambiar a menudo de ojo, porque la vista se cansa pronto. Aproveché ese cambio para serenarme y respirar hondo. La música taparía seguramente cualquier ruido que yo hiciera, así que se me ocurrió intentar ensanchar la abertura para obtener una atalaya más cómoda. Pero me di cuenta de que si abría un poco más la puerta, la deslumbrante luz del mediodía iluminaría mi rostro y me haría presente en la escena en cualquier momento. Me resigné imaginando que más adelante, según la posición que los chicos adoptaran, estaría más seguro.

En los pocos segundos que duró ese descanso, nada había cambiado. El rostro de Jordi continuaba sumergido entre los firmes glúteos del madrileño, y éste respiraba a fondo con la boca entreabierta, lanzando seguramente algún suspiro que no me llegaba al oído. El menor de los dos debió considerar que la lubricación se había completado, porque se alzó y miró al contendiente mientras con la mano derecha se pajeaba ligeramente su palo erecto. Nada se dijeron, pero la mueca de amistad y bienvenida que se dibujó en la boca de Gonzalo dejó clara la disposición. Muy de lado veía los labios tensos de Jordi alargarse hacia las mejillas. Pienso que era una sonrisa juguetona y pícara, seguramente aprendida del pequeño Oriol. ¿Y Oriol? ¿Dónde debía estar? Lo imaginé, como loco, buscándonos, si ya se había despertado. No era probable, puesto que no había dormido en toda la noche, según él mismo confesó. Sin cambiar de actitud y concentrando la mirada en los ojos de su pareja, el nadador introdujo algunos dedos en el ano de Lalo, gesto que provocó una mayor abertura de piernas. El madrileño dobló la almohada para tener la cabeza algo más levantada y se abrió aún más. Mi niño se arrodilló en la cama y entró con dominio y resolución. El tamaño y grosor aseguraban un ingreso sin traumas. El otro lo recibió encantado, y abrió sus brazos poco después de los primeros vaivenes para acoger en su boca los más tiernos besos de su historial. Sí, los dos muchachos se abrazaban con energía mientras se besaban en profundidad, se acariciaban y rozaban comunicándose apego, simpatía, complicidad, lealtad. Eran dos chavales enormemente distintos, pero coincidían en esos momentos en un interés común: disfrutar del lenguaje que la naturaleza nos ha brindado para comunicar las sentencias más trascendentes.

Me sorprendió el rato que dedicaron a amarse en esa posición. No por el cansancio, sino por la alteración del ritmo cardíaco y respiratorio que la actividad amatoria engendra. Sus gargantas se despegaban unos instantes tan sólo para recuperar al aliento perdido, y enseguida se reencontraban para renovar su reciprocidad de sensaciones, presos de un movimiento enérgico y espasmódico que los situaba a los dos en plena gloria. Yo no podía resistir más, y mis manoseos pretendían ya sin remilgos la descarga. Sólo esperaba dominar suficientemente la situación para poder coincidir con ellos, si es que me llegaba alguna señal. Habían sonado ya cuatro canciones y comenzaba la quinta. "Unos quince minutos", pensé. Y sin darme tiempo para pensar en nada más, el abrazo se estrechó y el ritmo se aceleró. Mis ojos estaban clavados en el delicioso trasero de Jordi que avanzaba y retrocedía. Lo demás tenía que imaginarlo: las lenguas pegadas, la respiración cortada, las fibras frescas y elegantes de Gonzalo recibiendo cortésmente al miembro de Jordi en su apogeo.

La casualidad había querido que algún chorro de mi corrida traspasara el ámbito del recibidor profanando la habitación de Lalo a través de la rendija. Me produjo simpatía ese hecho y me desvió un momento del centro de atención. Miré de nuevo, no del todo recuperado de la intensidad del orgasmo, y vi que los chavales mantenían la posición. Sus bocas aún se contenían mutuamente. Se separaron al cabo de poco rato, cuando la música se terminó y el silencio repentino forzó la aparición de las palabras. No se certificaron su amor, tal como una mentalidad apasionada hubiera exigido; otros lenguajes ya habían descartado las dudas al respecto.

-Esta música es cojonuda –observó el follador, saliendo con suavidad y echándose a un lado.

-¡A que sí!

-¿Es tuya? Tengo que hacerme una copia.

-No –observó el madrileño riendo-. Es de Sóc. Se la pedí "prestada".

-¡Venga! –exclamó Jordi, situándose de perfil y acariciando el cuello y el pecho de su amigo.

La ternura de las caricias del nadador me llegaba al fondo del alma. Me sentí orgulloso de haber elegido tan bien la persona en quien depositar mi cariño. Esa terrible sensibilidad del chaval se contagiaba y me estaba poniendo celoso de que fuera Lalo quien la disfrutara.

-Te lo juro! Le robé tres compactos del coche. Seguro que no se ha dado ni cuenta. Él que se cree que lo controla todo...

-Hombre, lo controla bastante...

-Ya, pero no hasta el punto que él cree.

-Lo dices con algo de rencor. ¿Qué te ha hecho?

-No, nada, si no me arrepiento de nada.

-Lo que te jode es que se salió con la suya.

Como si no esperara respuesta, Jordi se abalanzó sobre el pezón derecho de su compañero y lo degustó un buen rato, provocando el silencio. Pensativo, Lalo acariciaba cándidamente el pelo medio enredado del nadador, descubriendo su cuello a mi vista y acariciándolo con perseverancia.

-Ya te he dicho que no me arrepiento de nada –siguió.

-¿Entonces?

-Es que últimamente estoy pensando mucho en mi tío.

-¿Tu tío?

-Sí. ¿No lo sabes? ¿No te lo ha contado?

-¿Sóc? No.

-Pensé que no teníais secretos.

-¿A ti te ha contado alguna de mis intimidades?

-No, tienes razón. Seguro que sería más fácil si me hubiera dado motivos.

-No entiendo nada. Motivos para qué?

-Motivos para odiarlo.

-¿A quién? ¿A Sóc o a tu tío?

-Da igual, vamos a dejarlo.

-No, ya que has empezado, debes terminarlo.

La voz de Jordi sonó tan dulce que Gonzalo se rindió. Quizá colaboró esa mano derecha que recorría su abdomen y acariciaba su ombligo.

-Mira, mi tío se enamoró de mí y yo lo estropeé todo. Fui un crío. Me muero de ganas de verlo, de abrazarlo, de follar con él. Es muy guapo y está fuerte.

-¿Qué te lo impide?

-Que está en Costa Rica. Y ¿sabes?, siempre me he sentido atraído por mi tío. No sexualmente, eso lo ignoraba. Pero siempre me apeteció abrazarlo y sentir su cuerpo. Ahora me doy cuenta. De pequeño, me lanzaba a su cuello y él me cazaba al aire. Jugaba conmigo. Me brindaba toda su atención.

-Pues ya te llegará el momento de devolverle todo el cariño. Llámalo por teléfono.

-No tengo su número.

-Pero sabrás alguna forma de localizarlo. En el trabajo, el hotel...

-Claro, ¡en el trabajo! –gritó, levantándose-. ¡Eres cojonudo!

Lalo se quedó un rato pensativo. Luego, como si fuera a abalanzarse sobre una presa, el guerrero se dejó caer sobre la cama y buscó los labios desgastados ya de su amigo. Sabores conocidos se manifestaron de nuevo, y el mutismo otra vez colmó la estancia. Inconscientemente me froté el ojo izquierdo.

-Lo que no entiendo es por qué quieres odiar a Sóc.

-Joder! Porque se ha llevado lo que era para mi tío.

-¿Tu virginidad?

-No, mi virginidad me la suda. Mi cariño. ¿Cómo ha conseguido ese tipo que yo lo quiera? Bueno, que yo sienta cariño por él.

-¿De verdad que no lo sabes?

-¡Y yo que sé!

-Entregándote su cariño...

-Soy un idiota.

-...desde el principio.

-Sí, y sin exigirme nada a cambio. Bueno, seguro que esperaba que tarde o temprano caería...

-Claro. Todos te deseamos desde el primer día.

-¿Tú también? No me lo creo.

-Claro que sí. Quieres parecer un tipo duro pero eres casi tan tierno como yo.

-Me jode que me digas eso. Pues yo, de Oriol me encariñé enseguida. Me hubiera gustado tener un hermano menor, para reírme de él pero también para darle cariño. Aunque de sexo, nada; no me apetecía. En ti me fijé durante la acampada. Sóc tiene la culpa, como de todo. Me dijo que te trataba con distanciamiento. Y te empecé a mirar de otra forma, y te encontré atractivo...

-¿Sí?

-Muy atractivo. Estás buenísimo.

-Y aún me encuentras atractivo?

Gonzalo asintió. Había fijado su mirada en las verdes pupilas del catalán. Éste sonreía hasta las orejas, mostrando su dentadura perfecta y la punta de su lengua asomándose. Finalmente habló:

-¿Me lo demuestras?

Nuevamente las bocas se unieron para gozar del manjar. Lalo alargó la mano y tocó la tecla. Con suavidad, la voz quebrada y atenorada del cantante de Scorpions acompañó la escena. Pero los preámbulos fueron breves. Pocos segundos tardaron en situarse en posiciones opuestas para saborearse en reciprocidad. La lengua de Lalo inundó de saliva el culo de Jordi; el nadador preparó con esmero el arma que pronto lo haría gozar: besos, lamidas, sorbos y bocanadas. Volvían a parecer un solo cuerpo con dos cabezas. Noté un poco de hambre y miré el reloj: las dos y media. Pronto cerrarían el comedor. Pero mi polla estaba de nuevo levantada, avariciosa de función en sesión privada. Un ruido interrumpió mi goce. No lo identifiqué de inmediato, pero tampoco tardé: unos golpes discretos en la puerta. No podía ser el enano. La discreción no era su especialidad. ¿O sí? Esperé sin saber qué hacer. Si no abría, quien fuera tanto podía cansarse y marcharse como comenzar a aporrear hasta echar la puerta abajo. Por fortuna, en esta planta, renovada recientemente, las puertas tenían mirilla. Allí estaba Oriol, con rostro risueño, haciendo gestos obscenos y tocándose la polla. Abrí sólo una rendija y le exigí silencio.

-¿Qué haces tú aquí? ¿Dónde está Lalo?

-No grites. Tu novio está completando el círculo. ¿Sabes lo que digo?

-No. Quiero verlo.

-Espera. Mira, te lo cuento. Lalo y Jordi están follando. Y yo estoy espiando. ¿Quieres espiar conmigo?

-No me lo creo. ¡Lalo!

Tuve que taparle la boca a esa sabandija. Lo abracé con estima y, sin aflojar ni un centímetro, lo acerqué a la rendija para que comprobara lo que ahí dentro sucedía. Luego lo aparté y le indiqué que, si me prometía silencio, lo soltaría. La música estaba alta, pero no taparía un chillido de los suyos. No me fié. Mantuve su cuerpo apretado contra el mío y no tardó en darse cuenta de mi erección. Me la agarró y empezó a cascar. Yo también así su miembro, que me señalaba igual que un índice. Cuando lo vi más tranquilo, lo solté.

-Son unos cabrones –cuchicheó-. Están follando.

-Ya lo sé. Ya te dije que estaba espiando.

-Yo también quiero.

-¡Qué, follar o espiar?

-Espiar. Bueno, las dos cosas.

-Buena idea. Pero en silencio absoluto. O te tapo la boca.

-Je, je. Venga, tápamela.

Y se metió gran parte de mi polla en la boca. Eso me revolucionó, pero mi interés estaba en la escena contigua. Me acerqué a la rendija sujetando al niño por los hombros. Cuando se dio cuenta de mis intenciones, abandonó la lamida y se dispuso a mirar. Puesto que era más bajo que yo, no nos interferíamos. Yo rozaba mi sexo contra su espalda, y pronto encontré una abertura en su axila para simular una follada. Oriol se sintió excitado por la novedad, abandonó la visión erótica y me pegó un par de chupadas más. Al fin, se agachó y se puso a cuatro patas. Comprendí inmediatamente su invitación. El chaval no sabía vivir sin una polla dentro. Lo imité y busqué su agujero. Me sentí transportado al espacio donde las sensaciones te sacuden con violencia. Estaba casi montado sobre él, también a cuatro patas, abrazando su pecho y besando sus orejitas. Tenía los ojos cerrados, y una palabra del chico me hizo regresar a la realidad y mirar por la abertura.

-¡Hostia!

Sobre la cama, también a cuatro patas, Jordi ofrecía su culo generoso a las embestidas de Lalo. Casi de perfil, la posición de la pareja de folladores permitía distinguir perfectamente el grueso tallo del madrileño entrando en las entrañas de mi chico, que se movía acompasadamente y echaba la cabeza hacia atrás. Lalo buscaba el pescuezo del catalán sin abandonar los movimientos, lo lamía, lo acariciaba. Entonces el nadador volvió la cabeza hacia la izquierda y las lenguas se encontraron. Comenzaron a lamerse en el aire, siempre sin dejar de bombear. Yo abrazaba con más intensidad a Oriol, y mi entendimiento sufría tal confusión que ya no sabía si el placer que notaba en mi polla me lo proporcionaba Jordi, en su posición tan sugerente, Lalo, con su culo vigoroso empujando, o el tierno intestino del enano, que había comenzado a exhibir su letanía de palabrotas conteniendo el volumen. De pronto, el nadador cortó el ritmo sorprendiendo a Lalo, que se detuvo. Esa quietud la aprovechó el menor para empezar a moverse vertiginosamente sin contar con el apoyo de su amigo, que lo dejó tomar la iniciativa. En seguida Jordi se follaba a si mismo con maestría y dedicación, obligando a Lalo a permanecer estático, masajeando su rabo enorme con la suavidad extrema del abrazo de su recto.

-¡Que cabrón, parece un potro! –sugirió Oriol, jadeando.

Y procuró imitar la acción de Jordi. Pronto me vi envuelto en una sensación sobrecogedora, donde mi identidad se había diluido entre olas de placer. Notaba la piel tierna y esponjosa del pequeño, pero también la calidez y suavidad de la de Jordi, y la firmeza y finura de la de Lalo. Tres chavales increíbles que me secuestraban la cordura, que me arrastraban a los límites de la conciencia.

Me corrí percibiendo la belleza contrastando con la belleza, sintiendo la suavidad ensalzando a la suavidad, adorando a la ternura que adornaba a la ternura. Un mar de pasiones que atentan contra la salud y el equilibrio. Pero la cabalgada seguía, y el niño, que había notado la humedad en su interior, se apresuró a cambiar de posición y a liberarse de mi ensarte. Se colocó tras de mí, y me regaló su presencia interna. Me empujó para indicarme sus deseos, y acepté su juego. Él había olvidado que allí, a pocos metros de distancia, más cómodos que nosotros, alguien que él consideraba su novio le estaba poniendo los cuernos con alguien que figuraba que era el mío. Sutilezas que ofrecían menos vitalidad que el masaje que yo prodigaba a su apéndice. Me hubiera encantado contemplar su rostro en ese momento. Parecía que en estos últimos días todo se lo tomaba más en serio, y esa nueva técnica seguramente lo había impresionado. Acompañaba mis movimientos con sus manos, pero su tronco permanecía quieto, atento a la fricción que recibía como un regalo. Unos minutos más tarde la fuerza percutora de Gonzalo impuso su ley y el bombeo adquirió una velocidad de vértigo. Se anunciaba una corrida escandalosa, que la música sofocó. También a mis espaldas comenzó el movimiento, y una clavada crispada y violenta me indicó la liberación del brebaje que constituye la prueba del placer. Sobre mi espalda noté el peso del muchacho, que se había dejado caer y descansaba lánguido hasta recuperar el control del contexto. Le insinué con una caricia que debíamos movernos deprisa, si no queríamos ser pillados en tan vergonzosa situación. Me siguió como sonámbulo, y se vistió las breves ropas que traía consigo sin decir nada.

Bajamos al comedor, y poco a poco salió de su somnolencia cuando se percató de que estaba cerrado. Eran más de las tres. Nos fuimos al bar. Por lo menos podríamos comer unas patatas fritas. Media hora más tarde, los dos treceañeros no habían bajado aún. Me planteé volver a entrar en la habitación para escuchar su conversación, pero pensé que quizá se habían quedado dormidos. De hecho, a esa hora apetecía una siesta. Fui a devolver la llave para poder resistir mejor la tentación y en ese momento escuché sus voces. No se percataron de mi presencia y se sentaron en el vestíbulo. Yo me camuflé tras los paneles turísticos y escuché.

-Pues si el ciclo ya está completado –decía Jordi-, todo volverá a ser como antes.

-¿Como antes de qué?

-No sé... como los días de la acampada. ¿No tienes ganas de estar otra vez los cuatro juntos?

-¿Juntos? Claro que me apetece. Creo que formamos un buen grupo.

-Y ahora ya no habrá... tanta prevención.

-¿Me estás hablando de lo que yo me imagino?

-Piensa mal y acertarás.

-Yo no he cambiado.

-Yo creo que sí.

-Bueno, he dado un paso...

-Has dado tres.

-Oye, ¿se te ha pegado de Sóc eso de ser mi conciencia, o qué?

-Joder, es que te cuesta un montón reconocer las cosas.

-Está bien, reconozco que he estado con los tres, pero tú me propones una orgía.

-Llámalo como quieras. No, mejor, yo te propongo un acto de ternura a cuatro manos.

-Será a cuatro pollas. No sé... no me siento preparado. Me da corte porque todos estaréis pendientes de mi. Soy el novato.

-Ya te vale. Para otras cosas bien que te apetece ser el primero.

-No sé a qué te refieres. Además, me estoy muriendo de hambre. ¿Nos compramos un Kit Kat?

-¿Y si buscamos a Sóc para que nos lleve a la pizzería que hay en la carretera? Pizzas hacen a todas horas. Voy a ver si está el coche fuera.

Aproveché la ocasión para aparecer ante Lalo. Me senté frente a él, le miré a la cara y le sonreí. Él se quedó sorprendido, esperando a que yo hablara. Hacía dos días que no nos mirábamos a la cara. Con la mano derecha le describí un círculo. Sonrió. Cuando el círculo imaginario se cerró, moví los dedos para indicar OK. Asintió. Comprobado el buen rollo, me dirigí abiertamente hacia él, observando su bello cuerpo en conjunto. Llevaba unos shorts de camuflaje, ajustados, como siempre, y una camiseta de una marca de cervezas. No pude comprobar si llevaba ropa interior. El bulto no estaba muy definido. Me senté a su lado y le pregunté:

-¿Todo bien?

-Muy bien.

-¿Volvemos a ser colegas?

No pudo responderme, porque un torbellino arrasó el vestíbulo y se lanzó sobre mi interlocutor. Oriol apareció, como por arte de magia, sentado en el regazo del madrileño, con los pies sobre el mío, y comenzó a restregar su culo sobre el paquete del chaval, que se armó de paciencia. Jordi había regresado del parking y se reía desde la entrada.

-¿Me has echado de menos?

-¡Joder, si no me das ni tiempo! Hace sólo unas horas que nos hemos separado.

-Diles a estos lo que somos.

-¿Qué somos?

-Novios.

-Novios no, esposos –se rió-. Venga chaval, ¿qué te has tomado?

-Tu leche –casi gritó.

-Cállate. Estás loco. Vámonos a comer.

Durante el almuerzo regresó la antigua camaradería perdida. Oriol estuvo tan pegajoso como siempre, y aprovechamos que fue un momento al baño para cambiar de posición. Jordi ocupó el lugar que había quedado vacío junto a Lalo y continuamos como si tal cosa. Se percató enseguida del cambio, e intentó que Jordi lo dejara pasar para recuperar su espacio, pero el nadador, sin dejar de hablar, se lo impidió. Se sentó algo rabioso a mi lado, pero cuando lo abracé y comencé a acariciar sus muslos esbeltos se le pasó. No esperó mucho rato para cometer otra de sus bizarrías: se sacó la polla y me llevó la mano hasta ella. Dado que estábamos en un extremo y el local casi vacío no me inmuté. La tenía preciosa, y me apeteció tocarla, pero seguimos con la conversación. Él me metió la mano dentro del pantalón de forma que los que estaban sentados en frente se dieran cuenta de ello. Pero no pasó nada. La charla continuó.

Pasamos la tarde en la piscina. La única novedad fue que yo pedí una cerveza y todos quisieron imitarme. Jordi y Lalo se la bebieron con naturalidad, pero Oriol no pudo con ella. Yo no paraba de dar vueltas a la posibilidad de proponer que nos fuéramos a mi habitación, pero Jordi se me adelantó. Lalo se negó al principio, pero acabó cediendo. Una vez allí, el nadador propuso que contáramos historias. A ninguno le pareció una idea acertada, hasta que el chico aclaró que se trataba de historias sexuales. El enano se excitó de pronto y se desnudó. Los demás conservamos el bañador. Todos sabíamos lo que deseábamos que sucediera, pero no queríamos demostrarlo. Lalo se mostró natural, pero se alejó de Oriol, algo que me benefició, porque se colocó junto a mí y los muslos se rozaban. Su piel cálida y sensible casi se me había olvidado. Acordamos que cada uno contaría una historia, con la condición de que fuera real y autobiográfica. Lalo no lo veía muy claro, pero Jordi explicó que él pensaba contar cómo había descubierto el sexo, o mejor, cómo se lo habían hecho descubrir.

-Bueno, ya sabéis que yo en eso del sexo era tonto hasta hace poco –comenzó.

-¿Ah, sí? –interrumpió Lalo, con un guiño-. ¡Quién lo hubiera dicho!

-Pues sí. Ni siquiera me había hecho una paja.

-Pues eras realmente tonto –opinó Oriol.

-No interrumpáis –intervine.

-Pero aunque a mí no me interesara yo ya había descubierto que eso existía, y había sido testigo desde los ocho años. Todo empezó en el Club de Natación. Se ponía una especial atención en que los más pequeños no compartiéramos vestuario con los de doce o trece años. Yo no entendía por qué, pero un día que tuve que ir al médico me entrené una hora más tarde y coincidí con ellos. Se desnudaban con mucha más rapidez que nosotros, y se exhibían sin problema. Pronto aquellas pollas empezaron a tomar cuerpo, y en la sala había por lo menos diez rabos calientes y levantados. Algunos se tocaban, otros se pajeaban, otros miraban y comparaban el tamaño con los más próximos. Yo me quedé en un rincón, un poco acojonado. Si me llegan a pedir que enseñe mi pito me muero de vergüenza. Pero no, pasaron de mí. A mi lado había uno que tenía un rabo enorme, como de veinte centímetros. Se lo miraba complacido mientras se masajeaba, apartado de los demás. De pronto, se dio cuenta de mi mirada incrédula y me llamó. Yo me acerqué, creyendo inocentemente que iba a decirme algo interesante. Ya estaba casi vestido y deseaba salir de allí. Me dijo: "Te gusta, eh?" Yo no respondí y me di la vuelta. "Espera. Si me la chupas te compro una bolsa de chuches". Me sorprendió tanto que creí que no había comprendido bien, y me quedé allí parado como un tonto, embobado contemplando la cabeza enorme de aquél muñeco, húmeda y resplandeciente. "Vamos, chúpamela". Agarré mi mochila y me largué de allí. Por el camino a casa no dejé de darle vueltas. "Eso", ¿se puede comer? Nunca lo hubiera imaginado. Para mí era sólo un apéndice que servía para mear, y aunque sabía ya lo de follar y eso no había manifestado curiosidad alguna. Cuando forcé la imaginación intentando crear una imagen mental de cómo sería eso, me convencí de que no había comprendido bien. No podía ser. Cené algo inquieto, y cuando me acosté me regresó la imagen de la polla monstruosa y babeante. Y entonces, sin desearlo, me vino a la cabeza una imagen de esa polla y mi boca conteniéndola. Sentí un asco terrible. Casi vomito.

-Yo me hubiera abalanzado hasta dejarla sin leche –interrumpió el enano.

-Cállate –cortamos los tres a la vez.

-Dos años más tarde, lo sé porque ya había quedado subcampeón, el preparador me cambió el horario de entreno y coincidí con los mismos chicos. Tenían ya catorce o quince años, y seguían pajeándose y luciendo sus temibles erecciones ante mis ojos. El superdotado me miraba a menudo, pero nunca me decía nada. Bueno, sí, una vez me dijo: "No sabes lo que te pierdes". Pero yo intentaba borrar esas ideas de mi cabeza, me vestía rápido y salía de allí. Hasta que un día el chaval ese, que se había ido a duchar, tardaba mucho en regresar. No hice mucho caso, pero tenía ganas de mear y fui al baño. Estaba meando cuando alguien me llamó. Era su voz. Abrió la puerta del reservado y allí estaba él, de pie, con otro chico un poco más pequeño arrodillado que se la estaba comiendo. Esta vez ya no fue una imagen mental, fue como una película. Lejos de huir de allí, me quedé como un tonto mirando, hasta que reaccioné cuando él me dijo: "Qué, ¿no se te pone dura?" Salí por patas. Esa noche no paré de dar vueltas en la cama. No me quitaba de la cabeza la mamada que había presenciado. Y se me puso dura. Eso aún me asustó más. Pedí el cambio de horario y me lo concedieron. Quedé campeón dos años seguidos y luego dejé la natación.

-¿Por qué lo dejaste?

-Por lo que vi un día. El superdotado seguía aún en el club, pero un día me lo encontré por la calle. Estaba con un chico de mi edad, también socio. No sé por qué, pero el del nabo gordo me cautivaba. Los seguí sin pensarlo. Él se dio cuenta y se reía. Entraron en un portal de un bloque de pisos. Dejaron la puerta abierta. Yo me colé sin pensarlo. Se habían metido bajo la escalera. Me acerqué y la escena porno de nuevo: el pequeño tragándosela toda. Pero de pronto, el superdotado le dio una palmada en el culo y lo obligó a darse la vuelta. Escupió en el capullo y se la metió entera. Bueno, no de golpe, pero os juro que ese rabo enorme desapareció dentro del chaval. Gritaba de dolor, pero el otro le tapaba la boca. No daba crédito a mis ojos. Eso sí que no me lo hubiera imaginado jamás. Y al cabo de unos minutos, el pequeño parecía disfrutar. Yo me había quedado petrificado y no encontraba la manera de marcharme. Entonces el tipo me dijo: "Luego vas tú". Y me faltó tiempo para salir de allí. Reflexionando llegué a la conclusión de que le sexo era algo asqueroso y lo borré de mi mente. En los vestuarios, las escenas de pajas colectivas me resbalaban. Yo nunca participé. Tampoco cuando empecé con el jockey. Allí también se pajeaban todos.

-Es lo típico –confirmó Lalo. ¿Y nunca has sentido ganas de probar el sexo? ¿Ni siquiera hacerte una buena paja?

-Nunca. Me molestaba si la polla se me ponía dura. Pero creo que el final de la historia no se ha escrito todavía. El tipo vive a dos calles de mi casa y pienso ir a su encuentro. Más vale tarde que nunca, ¿no?

-Se llevará una sorpresa –opiné-. Seguro que ya te descartó de su lista.

-Pues te juro que ahora me apetece tragármela toda, por todos los agujeros posibles.

-¡Invítame! Yo te acompaño –suplicó Oriol.

-Ya veremos. ¿A quién le toca?

-¡A mí, a mí! –gritó el pequeño.

-Espera un momento. ¿Unas cervezas?

-¿No tienes otra cosa? ¿Coca cola?

-Claro, para ti un refresco. Aún eres un niño.

-Vas a ver si soy un niño. Yo empecé a los seis años.

-¿A los seis? –dudó Lalo.

-Sí. Fue cuando mi madre se conectó a Internet. Yo siempre he estado muy atento al sexo, y escuchaba que en la red había fotos guarras, así que, cuando mi madre no estaba, me conectaba y miraba. Desde pequeño me han gustado las pollas gordas. Y las tetas gordas. Yo contaba lo que veía a mis compañeros de clase y no se lo creían. Así que empecé a imprimir algunas fotos y a llevarlas a clase. Las mirábamos y se nos ponía dura. Mi especialidad eran las mamadas y las corridas en la boca. Yo sabía lo de la leche porque se lo pregunté a mi primo. Y era el centro de atracción en el cole, porque todos eran inocentes y no sabían nada. Un día uno de los mayores, uno de sexto, me preguntó si tenía fotos. Hay que tener en cuenta que entonces éramos pocos los que teníamos Internet en casa. Le enseñé una foto en que una pava se la comía a un negro y me dijo que quería ver más. Yo le pedí dinero, y él me dijo que lo traería. Así me convertí en traficante de fotos porno. Me sacaba bastante dinero, y algunos seguían siendo clientes cuando se iban a secundaria. Mi madre se quejaba de que yo gastaba mucha tinta de color, pero siempre reponía los cartuchos. Se creía que yo imprimía mis dibujos.

-Ya. Pero eso no son experiencias sexuales.

-Espera. Lo de hacerse pajas lo aprendí también hace mucho. El segundo año de primaria uno de sexto me preguntó si ya me la pelaba y yo le pregunté qué era eso. Me lo contó y nada más llegar a casa lo probé. Me gustó, pero no me salía nada. Y después comencé a juntarme con chavales mayores que yo. Había una casa cerrada en mi calle y saltábamos la verja. Allí le hice una paja a uno que se corrió en mi mano. Lo que yo deseaba más en el mundo era tener leche, pero no había manera. Hasta que hace un año, más o menos, mis abuelos se encargaban de mí los fines de semana porque mi madre trabajaba. O eso es lo que decía. Mis abuelos no son tan duros como mi madre, y me dejan más libertad. Pronto me hice colega de su vecino, un chico que ahora tiene catorce años. Nos juntábamos el viernes por la noche para ver la película del Canal Plus. Mi habitación estaba al lado de la suya en el patio de luces y yo saltaba. Mis viejos se creían que yo estaba durmiendo. Bueno, nos tocábamos, y un día que la teníamos muy dura y en la película se estaban chupando me miró y me dijo: "chupa". Yo obedecí, porque creo que ya tenía ganas de hacerlo desde hacía tiempo. Me gusto mucho. Tiene una buena polla. El finde siguiente se la chupé otra vez, pero me sujetó al correrse y lo hizo en mi boca. También me gustó.

Jordi se acomodó sobre mi pecho. Mis manos asumieron rápidamente la obligación de proporcionarle unas merecidas caricias. La calidez de su piel dejaba rastros húmedos en la mía. Su cabeza reposaba en mi hombro y el contacto con su mata de pelos enmarañada me producía calor, pero lo resistía impasiblemente ya que el placer de estar a su lado era cien veces superior a la contrariedad. Gonzalo, en el lado opuesto, seguía rozando mi muslo con el suyo. Pasó la mano por encima de mis hombros y acarició el pelo del nadador. El movimiento de sus dedos se me hacía presente a través de algún toque accidental, tan electrizante como calculado. Miré hacia el paquete del madrileño. Se apreciaba un bulto no muy grande, consecuencia más bien de la posición y de los pliegues de la tela. Se percató el chaval de mi mirada inquiridora y negó con la cabeza, sin dejar de sonreír. Yo empezaba a calentarme, y una ojeada a Jordi me certificó que él ya lo estaba. Alargué la mano e improvisé una incursión bajo la tela de su speedo. Tomé su polla con la punta de los dedos e hice que se asomara al exterior. Creció más. Lo notaron mis dedos que se abrazaron a ella y le procuraron un frote pausado. La palma de la mano de Lalo se posó en mi cuello. Seguía jugando con la cabellera de mi amado, pero había tomado posesión de esa parte tan sensible como si fuera un punto de apoyo para seguir con el juego.

-No me estáis escuchando.

-Perdona.

-Poco a poco probamos todo lo que veíamos en las películas: las distintas formas de mamarla, chupar los huevos, el sesenta y nueve... La verdad es que tenía que ir con calma, porque si se la chupaba muy intenso se corría enseguida. Yo, en cambio, podía aguantar horas con el rabo en su boca. Un día me dijo: "Te voy a follar". Yo pensé que ya era hora, porque cuando veía que a las tías se la clavaban en el culo sentía envidia. Y ya sabía que eso es lo que hacen los tíos para darse placer. Tenía curiosidad, porque no entendía que cuando alguien se enfada te mande a tomar por el culo. Por lo que yo sabía el culo sólo te puede dar placer. Lo que pasa es que yo no me atrevía a decirle a Javi que se animara a follarme. Siempre era él el que daba el primer paso. Él mandaba.

-¿Y te folló?

-No. Ese día se corrió muy rápido y se le pasaron las ganas. Me mandó a la cama y hasta la semana que viene. Pero el siguiente fin de semana volvimos a la carga. Yo había aprendido la lección y se la chupé muy suave muy suave, y paraba de vez en cuando para evitar que se corriera tan pronto. Luego hicimos un sesenta y nueve y cuando estábamos concentrados nos interrumpió un portazo.

-Sus padres.

-No. Su hermano. Nos pilló en plena chupada. Yo estaba aterrorizado. Pensaba que se iba a poner a pegarnos, o a insultarnos, pero no. Se acercó y le dijo a su hermano: "Ya sabía yo que eras un puto". Lo agarró por el pelo y lo separó de mí. Se bajó los pantalones y se la metió toda. Era una polla enorme, con las venas muy marcadas. Javi disfrutaba mucho más que conmigo, y es lógico: la escena se parecía a las de las películas. Chuparme a mí era otra cosa. Mi polla no era más grande que un dedo de Julián.

-Así que ese era Julián. El que te dijo que las tías no saben chuparla.

-¿Cómo lo sabes?

-Tú lo comentaste. En la excursión al Aneto, creo.

-Pues Julián le follaba la boca y con los dedos le buscaba el culo. Yo al principio estaba cortado, pero enseguida se me puso dura de nuevo y me la cascaba. Julián me miraba y se reía. Me dijo: "Mira el mocoso, parecía una mosca muerta." Y después de un rato se dirigió de nuevo a mí para ordenarme que se la chupara. Yo lo hice encantado. Su capullo era enorme que casi no me cabía en la boca. Yo tragaba todo lo que podía, pero creo que no conseguía tragar ni la mitad del rabo. Y con la mano le sujetaba las pelotas. Al fin, se decidió a follarse a su hermano. Lo puso a cuatro patas y entró. Yo no me creía lo que estaba viendo. Me excitaba mucho, y tenía ganas de participar. Así que me pegué a su lado y me puse también a cuatro patas, justo al lado de Javi. Julián me metió un dedo y comenzó a moverlo. Me gustaba mucho, y yo quería más, y soñaba que cuando terminara con su hermano me follaría a mí, pero estaba tan caliente que noté una cosa rara dentro de mí y una sensación impresionante, como un vacío, que me dio miedo. Mi mano estaba manchada con unas gotas de leche, no muy espesa.

Tenía los ojos clavados en el pequeño. Los tres lo observábamos con incredulidad. Él ni siquiera nos prestaba atención. Tenía la mirada perdida en un punto lejano, como si recordar fuera un esfuerzo. Por la posición de los ojos comprobé que no mentía. Y trasladé mi vista nuevamente hacia el paquete de Lalo. Sí, había crecido. Deslicé la mano izquierda sobre su muslo. No hubo oposición. Me acerqué un poco más. Se sonrió pero no dejó de mirar al enano, escuchando atentamente. Palpé el tronco de su sexo, duro como el acero. Creció su sonrisa. Me apetecía más besarlo que meterle mano, pero no quise aventurarme puesto que su mirada seguía rehuyéndome. Busqué el cordón y lo desabroché. Introduje las punta de los dedos y me encontré con el glande húmedo y rebosante. Lo saqué a tomar el aire. Asomó con aplomo y se adueñó de mi vista. Dos pollas para mí. Las dos manos ocupadas. Y la cabeza, ¿dónde tenía la cabeza? En la narración que continuaba, para el deleite de todos.

-Me quedé como un tonto mirándome el líquido de los dedos. Y entonces Julián tiró de mi brazo y se llevó mi mano a la boca. Me chupó los dedos como se chupa una polla. Me gustaba que me lamiera, me daba gusto, pero no me había dejado probar el sabor de mi propia leche. Con mi mano en su boca seguía follando a Javi, que respiraba fuerte y suspiraba. Me preguntó: "¿Es la primer vez que te corres?" Yo le respondí que sí con la cabeza. Y dijo: "¡Oh, la primera leche! ¡Eso sí que me gusta!" Y se volvió a meter mi mano en la boca. Yo estaba algo asustado, porque la sensación de correrme me había dejado hecho polvo y muy alucinado. Pero él seguía bombeando y con un dedo metido en mi culo. Luego me metió otro, y luego otro. Yo creo que se imaginaba que nos follaba a los dos. Y así se corrió. La sacó del culo de su hermano y salieron tantos chorros que me acojoné. Me encantaba la sensación de sus dedos en mi culo, pero lo que me hubiera gustado es tragarme toda la leche que salió. Pero me dio asco porque pensé que había sacado la polla del culo, y no estaría limpia. Me alejé un poco, me vestí y salté por la ventana. Simplemente me preguntó: "¿Ya te vas?

-¿Y no te folló?

-No. La noche siguiente no quise ir. Ni la semana siguiente. Pero poco a poco me fui calmando y pronto deseé que me follara. Cuando estaba dispuesto me presento en casa de Javi, preparado para todo, y me dice su madre que está fuera de convivencias con el cole. Y yo no me atrevía a buscar a Julián solo. Y al cabo de dos semanas llegué a este hotel, donde todavía estoy esperando que alguien sea tan amable de follarme el culo.

Dicho esto se dio la vuelta y se puso en pompa, enseñándonos su ojal rosado y hospitalario. Lalo se rió y con el pie descalzó le acarició el ano. El chavalillo no se había percatado de los movimientos de sus oyentes, pero pronto descubrió el brillo resplandeciente del glande del madrileño, y, apartando mis dedos, se dirigió allí con la lengua. Gonzalo le permitió que lamiera ese suculento caramelo durante un minuto, pero cuando el enano quiso extraer la totalidad del músculo lo detuvo.

-Faltan dos historias. Te toca, Sóc.

-¿Y por qué no tú? -protesté.

-Mi historia no tiene mucho interés. La guardo para el final.

-Bueno, mis primeros rollitos fueron con los amigos de la calle, pero voy a obviarlos porque son los típicos: los del grupo construimos una cabaña, allí nos pajeábamos, nos chupábamos, etc.

-¿Qué edad tenías? –preguntó Jordi, separándose de mí para poderme observar de frente.

-Nueve, diez, once años. A los once me colé en el vestuario de la tías y me echaron del cole. Era la segunda vez que me pillaban. Sí, ya sé lo que pensáis. Las chicas no me gustaban, pero quería esconder mis intereses reales, y además me gustaba ponerlas histéricas. Pensad que mi infancia transcurrió en los años setenta, y entonces todo era más oculto, más reprimido. Me expulsaron y tuve que cambiar de cole, pero salí ganando, porque fui a uno de régimen más abierto, un instituto. El primer día ya fue chocante: un compañero que había repetido curso, un par de años mayor que nosotros, en el espacio entre clase y clase colocó una foto guarra arrancada de una revista y la pegó en la pizarra. Nos tocaba Ciencias, y ya me habían avisado que la Profe estaba muy buena. En la foto se veía una pareja follando casi en primer plano. Entró la profesora y tuvo la sangre fría de dar la clase sin decir nada.

-¿Pero vio la foto? –se extrañó Jordi.

-Claro que la vio. Incluso explicó en la pizarra, pero ignoró la presencia de la imagen. Bueno, eso era sólo para ilustrar qué tipo de compañeros tenía en el insti. Yo, nada más llegar, me fijé en un chico de doce años. Entonces se usaban los pantalones muy estrechos, y él marcaba un cuerpo perfecto, con un culo extraordinario del que no podía apartar la vista. Sospecho que al profe de mates también le gustaba su culo, porque siempre lo sacaba al encerado para corregir los ejercicios. Se llamaba Juan de Dios. Yo lo llamaba directamente Dios. Lo deseaba tanto que llegué a ser un poco fetichista.

-¿Fetichista?

-Lo que os voy a contar nunca se lo he contado a nadie, y me da un poco de vergüenza, pero sois mis amigos, así que... Deseaba tanto su culo que a la hora de la salida me quedaba en el aula y me pajeaba besando el asiento donde él había estado poco antes, que aún conservaba su calor.

-Ja, ja, ja...

-Mirad, antes la gente no usaba el chándal para ir por la calle, ni había marcas... Íbamos al cole con ropa de calle, nos cambiábamos en el vestuario, nos poníamos el chándal sin nada debajo y después de Gimnasia nos volvíamos a cambiar. En la asignatura de Educación Física se disfrutaba mucho observando culos apetecibles y paquetes bien marcados. Cuando nos cambiábamos yo no quitaba la vista del cuerpo delicioso de Dios. Normalmente lo hacía de espaldas, y entonces saboreaba su culo con la vista. Otras veces se ponía de cara, y su polla morena y sus huevos me exaltaban hasta hacerme sufrir. Además no era el típico tío que se baja los calzoncillos con la camiseta puesta, para que no se le vea nada. Él era consciente de que estaba increíble y se lucía completamente desnudo. Es decir, se quitaba toda la ropa y entonces empezaba a ponerse el chándal.

-Seguro que era un pibo con unos hombros anchos y unos muslos fuertes –intervino Lalo.

-Y un culo respingón –añadió Jordi.

Oriol no dijo nada. Seguía con atención mis explicaciones, pero sus manitas jugaban con la punta del rabo de Lalo, que lo abrazaba –o mejor lo sujetaba- para impedir que se lanzara a devorar esa belleza de carne.

-Por supuesto. Como vosotros. Hace veinte años que tengo los mismos gustos. Un día le robé los calzoncillos. Los que llevaba puestos, por supuesto.

Rieron.

-Elegí un día que teníamos Gimnasia a última hora, para que estuvieran bien sudados. Se cambió y los dejó en la bolsa. Yo entré a media clase a los vestuarios para beber agua y me apoderé de ellos. Los metí en una bolsa de plástico para que no perdieran olor ni sabor.

-¿Y no los echó en falta?

-No. Siempre nos poníamos calzoncillos limpios después de clase. ¿Sabéis para qué los usé?

-Te pajeaste con locura –dijo Lalo.

-Claro. Tenían su olor y su sabor. Me amorraba a la parte delantera y aspiraba su aroma a macho. Después besaba la parte trasera e imaginaba que le chupaba el culo imponente. Me hacía unas pajas impresionantes. Y aún los guardo, en la misma bolsa de plástico. Yo diría que todavía conservan su aroma.

-¿Pero no te lo follaste?

-Más adelante. Lo curioso del caso es que al principio yo le caía mal. Se burlaba de mí y me llamaba novato. Pero pronto fuimos congeniando y, un día me propuso cambiarnos de sitio para la clase de Religión. El cura estaba medio ciego y no se daba cuenta de nada. Nos sentamos en el último pupitre y sacó una revista. La ojeamos y claro, se nos puso dura. Nos reíamos y nos tocábamos por encima del pantalón. Hasta que me dijo: "¿Nos la sacamos?" Y yo le respondí: "A que no hay huevos". Bragueta abajo y su polla tiesa apareció adornando unos preciosos Levi’s de pana que entonces estaban de moda. Me relamí sólo de verla. Yo ya había chupado, pero su polla me apetecía mucho más que ninguna, porque creo que estaba enamorado. No era muy grande, incluso un poco más pequeña que la mía, pero para mí estaba sabrosa. Nos pajeamos un poquito, siempre pendientes del Cura y de que los compañeros no se dieran la vuelta. Se acercaba el final de la clase y disimulamos. Al salir me dijo: "Otro día nos corremos". Yo asentí. Lo mismo se repitió la semana siguiente, pero fuimos algo más atrevidos: nos pajeamos mutuamente. Me la agarraba sin ningún reparo, como si fuera la suya. Yo estaba encantado. Más que agarrarla la acariciaba. Quería que mis manoseos fueran indispensables. Y así fue. La tercera semana nos corrimos, cada uno en la mano del otro. Y el Cura, sin enterarse. Para disimular, desplegábamos la revista sobre el pupitre dentro del libro de Religión, y fingíamos que nos fijábamos en la tías para excitarnos y corrernos. Pero no, los dos nos fijábamos en las pollas. Lo que pasa es que en ese momento no lo sabía. Pasado un mes yo me moría por tocarle el culo, pero eso no podía hacerlo sin despertar sospechas. Mi pasado de profanador de vestuarios femeninos me había acompañado y todos me tomaban por un guarro, pero nadie sospechaba que lo que verdaderamente me interesaba eran los chicos. La ocasión llegó un día que el profe de Gimnasia faltó y jugamos un partido. Dios se cayó y se hizo un poco de sangre en la rodilla. Se fue al vestuario a curarse. Y yo, inocentemente, lo acompañé. Era uno de esos partidos casi sin normas. Nadie nos echó en falta. Lo ayudé a lavarse la herida y, viendo que seguía saliendo sangre, sin pensarlo, se la chupé. La herida. Se extrañó un poco, pero se excitó más. Sólo me dijo: "¿Nos la hacemos?" Y yo ya estaba con el chándal en los tobillos. Nos tocamos un buen rato, pero yo me fui acercando para pegar mi cuerpo al suyo. Lo abracé. No dijo nada. Le gustó. Su brazo también rodeaba mi cintura. Le agarré una nalga. Él me imitó. Mi dedo corazón exploró la hendidura. Suspiró. Estaba loco por chuparle ese tierno agujerito que a veces me mostraba al recoger las zapatillas. Pero temía ser rechazado. De nuevo, tomó él la iniciativa: "Si tú me la chupas, yo te la chupo". Lo miré a los ojos y fingí extrañeza. "Es que estoy muy caliente", añadió. Yo no quería dar la sensación de ser un puto hambriento. "Yo también". Fingí dudar cuando me estaba muriendo de ganas, me arrodillé y me pasé su deliciosa polla por la cara. Él suspiró. Al fin , me decidí a devorarla. "¿No te da asco? "¡Que va!" El cielo no puede ser mejor sitio que ese vestuario en aquél momento. Disfruté cada centímetro de su carne de forma efusiva, pero decidí darme prisa porque faltaban sólo diez minutos para terminar la clase, y pronto estarían los demás interrumpiendo nuestra cita exclusiva. Me corrí con urgencia y me levanté. "Te toca a ti" Me miró y miró mi polla. Restaban unas gotitas en la punta. "¿Quieres que me lave? "Sí, por favor:" Me la chupó con timidez. Era su primera vez. Yo, en cambio, ya era un mamador experto. "¿No te corres?" "Sí, ya voy." Manchó el suelo a los pocos segundos. Resistí la tentación de agacharme a lamer el piso y me vestí. Lo hubiera besado, pero no encontré su mirada.

-¡Yo no puedo más, tengo que correrme! –exclamó Oriol, luchando contra Gonzalo, que le impedía comer el manjar de su entrepierna.

-Estate quieto. Aún no ha terminado.

-Termino enseguida.

Me levanté y me despojé del bañador. Me estaba comprimiendo el miembro y sentía molestias. Jordi me imitó, y su preciosa arma lampiña adornó aún mejor su belleza indiscutible. Oriol abandonó el regazo del madrileño y se apoderó de mi glande, que succionó con apetito. Le apreté los mofletes pero dejé que lamiera.

-Te dejo que chupes, pero tienes que estar atento.

-¿Acaso se chupa con las orejas? –respondió.

-La experiencia me había enriquecido tanto que no podía esperar a la semana siguiente para volver a contener esa polla excelente entre mis fauces. Superando mi timidez lo busqué a la hora del recreo. "¿Repetimos lo de ayer?" "Vamos." Y nos metimos en los servicios. Le dije claramente: "Quiero saber el sabor que tiene la leche." No se extrañó. Y se corrió en mi boca lanzando gemidos. Por la tarde aún lo deseaba. A las cinco lo esperé, y ya no hizo falta decir nada. En su casa, sobre su cama, se la chupé casi una hora. Os lo juro, miré el reloj. Cuando sentía que se iba a correr, me separaba y esperaba. Mientras chupaba le tocaba el culo. Y me atreví a meterle la punta del dedo. Se corrió así, con el placer insinuándose a la puerta. Y se desarrolló una relación abierta y sin complejos, como si fuéramos novios. Yo cumplí los doce y él los trece, y llegamos a Carnaval. Las chicas se montaron una fiesta y nos invitaron. Él se disfrazó de Drácula y yo de escocés, con una falda de mi hermana. Disimulamos durante un buen rato sin hablar entre nosotros, pero huyendo de las chicas que querían bailar. Al fin, lo busqué y le dije: "¿Sabes que los escoceses no llevan nada debajo?" "A verlo" Salimos al patio. Había un rincón oscuro y solitario. Me subió la falda. Yo llevaba unos calzoncillos color carne. "He dicho los escoceses." "Tramposo." Pero ya su mano me agarraba la polla. Esa noche, a pesar del frío, le chupé el culo. Hacía tres meses que no deseaba otra cosa. Su padre era transportista y nos fuimos a su garaje. Allí, en el sofá de la oficina, me pidió que volviera a chuparle el ano. Soltaba unos grititos muy raros, su forma particular de sentir placer. Y así, sin pensarlo demasiado, me encontré llamando a su puerta. Sólo dijo: "No me hagas daño." Fui extremamente delicado con él. No le hice daño; se volvió loco de gusto. De vez en cuando exclamaba: "No me lo creo, no me lo creo." Yo quería decir algo bonito, pero no sabía. Me abrazaba a su cuerpo y me clavaba como un experto. Al mismo tiempo le tocaba la polla, y recuerdo que tuve como una revelación: tengo que intentar que nos corramos a la vez. Lo conseguimos. Luego yo le pregunté si tenía tabaco. "¿Para qué?" "Las parejas se fuman un piti después de follar." "Nosotros no follamos; nos divertimos. Además, no somos una pareja." Fue bastante cortante. Yo tenía previsto besarlo, pero no me atreví. Y después de ese corte esperé a que fuera él quien buscara el encuentro. Se distanció unos días, pero pronto regresó ese deseo que nos animaba y follábamos a menudo. En Semana Santa pasamos muchas horas juntos. Y un día me atreví a proponerle salir juntos. "Eres tonto, ya salimos juntos hace tiempo." "¿Pues por qué no nos besamos?" "Porque besarse es de maricones." "¿Y darse por el culo no?" "Eso es calmarse las calenturas." No dije nada, pero me propuse enseñarle a valorar la ternura. Y lo conseguí. Estuvimos juntos más de un año. Luego conocí a otro chico un año más pequeño y desvié mi atención hacia él. La última vez que follé con él yo tenía 19 años.

Miré a mi entorno. Oriol se zampaba mi sexo, eso ya lo había notado hacía rato. Jordi hurgaba en el culo del pequeño mientras se pajeaba suavemente mirándome a los ojos. Lalo también se pajeaba, y mi mano ayudó agarrando sus huevos.

-Te toca –le dije acercándome tanto hasta que noté su aliento.

-¿Puedo contar cosas de tías?

-Bueno –dijo Jordi.

-No –respondió Oriol-. Nada de tías. Sólo machos.

-Cuenta lo que te apetezca –concluí.

-No voy a hablar de tías. Pero de tíos tengo poco que contar. Nunca me han interesado demasiado desde el punto de vista sexual. Reconozco que llevo toda mi vida observando a los hombres y sé perfectamente lo que es un tío bueno. Algunos de mis compañeros me dicen que soy gay porque me fijo mucho en los detalles relacionados con el mundo masculino. Yo creo que estudio a los modelos para aprender algo, para mejorar mi aspecto, para competir con más posibilidades. Siempre he mirado a mis compañeros en los vestuarios. Sé cómo la tiene de grande cada uno, sé el que tiene un lunar, el que posee buenos muslos y buen culo... Pero no he deseado nunca a ningún hombre.

Se interrumpió y guardó silencio. Lo hizo para acentuar el dramatismo.

-Vaya –dijo Oriol-. ¡Qué rollo!

-Nunca he deseado a ningún hombre... excepto a Ramón. Y quizá no lo desee, simplemente me cae muy bien. Me gustaría ser como él. Mirad. Yo acudo a un gimnasio que está en mi ciudad. Tiene unas buenas instalaciones, y mi dinero me cuesta. Allí hay de todo: chicas, señoras, ejecutivos, viejos... cada uno hace lo que puede. Y luego están los culturistas. Hay tipos que se pasan medio día trabajando su cuerpo. La mayoría no tienen ningún futuro, por mucho que trabajen sus músculos. Hay muy pocos que trabajen bien. Casi todos desarrollan el tórax y olvidan las piernas. Y unas buenas piernas hacen un buen culo.

-Eso me tocaba decirlo a mí –protesté.

-Es verdad. Los músculos de cintura para abajo son mucho más duros de trabajar. Y los muy tontos se creen que por tener buenos bíceps ya son atractivos. Mi abuela decía una expresión, a ver si me acuerdo... Sí, decía "percha con patas". Parecen perchas con patas. A lo que iba. Sólo hay cuatro o cinco que sepan desarrollarse armónicamente. Y yo miro de relacionarme con esos.

-Un tío bueno se mueve entre tíos buenos –interrumpió Jordi.

-Suelen ser, además, más inteligentes. Entre esos hay uno, Ramón, que es tremendamente atractivo. Por lo menos para mí. Es rubio, pelo largo un poco ondulado, veintidós años, siempre sonriente, labios muy marcados, ojos grandes, color miel... Tiene un cuerpazo. Sólo lleva dos años en el gimnasio, pero se lo toma en serio. Tiene los músculos recortados, pero aún no se le marcan las venas. Ya el primer día que fui me fijé en él. Cumplí con mi rutina de principiante y cuando quise darme cuenta, la sala estaba desierta. Pensé que era por la hora. Pero no. Al día siguiente sucedió lo mismo. Éramos por lo menos quince tíos, y de repente me encontré solo. No había más que viejas. Terminé y me fui. Y la próxima vez estudié mejor lo que pasaba. Muchos ya habían terminado sus series, pero holgazaneaban o se quedaban mirando la MTV. Mientras tanto, Ramón seguía su rutina. Cuando él recogía su toalla y se dirigía lentamente hacia el vestuario, todos abandonaban sus quehaceres y lo seguían.

-¿Todos eran gays?

-No lo sé. Se desnudaba y se dirigía a las duchas. Es de los que no se tapan, así que... Bueno, lo describo: unos muslos fuertes, muy desarrollados, unas pantorrillas abultadas, muy marcadas, un culo musculoso, con la raja muy grabada por el abultamiento de los glúteos. Cintura estrecha pero no demasiado, el tórax se ensancha majestuoso hasta llegar a unos pectorales perfectos, aunque podrían estar más desarrollados. Los brazos imponentes, casi dan miedo. Los abdominales, perfectamente recortados. Los hombros, terriblemente anchos, terminan en un cuello poderoso y una cabeza pequeña. Te mira siempre a los ojos, y te pone nervioso. Los ojos son grandes, ya lo he dicho, pero la pupila es normal. O sea que se le ve lo blanco que destaca muy bien contra su piel bronceada. Ah, y su piel, lo más suave del mundo. Ningún defecto, ni un lunar, ni un granito...

-Demasiado perfecto.

-Sí.

-¿Y la polla? –inquirió Oriol.

-Normal. No es un músculo que se trabaje en el gimnasio. Creo que la mayoría de los culturistas la tienen pequeña. O quizá es que contrasta con el desarrollo de sus músculos. Bueno, pues en las duchas todos disimulando pero sin quitar ojo al cuerpazo. Yo también me enganché. Más de una vez me quedé sin ducha por no darme prisa. Creo que hay doce, y se llena cada día. Pues eso, empecé a fijarme en él porque me gustaría desarrollar mis músculos justamente como él los tiene, y terminé deseándolo. Lo que pasa que he seguido una evolución. Ahora puedo reconocerlo porque ya no tengo secretos para vosotros, pero antes nunca lo hubiera reconocido. Somos muy colegas, muchas veces trabajamos juntos. Él me aconseja y me guía. Ya sabéis que es normal tocarse unos a otros. Pues yo noto que muchos se mueren de celos cuando me agarra de la cintura, o cuando me sujeta por los muslos, o cuando me pega palmadas en el culo... Un día me adelanté y me estaba duchando cuando él entró. Estábamos los dos solos, y estuvimos charlando. Me preguntó si le gustaba su complexión. Le dije que sí, que admiraba la disposición de sus músculos. "Tú también estás muy bien. Seguro que las chicas se fijan mucho en ti." Hizo una pausa y añadió: "Y los chicos." Me miraba esperando mi reacción. Yo le respondí: "Tú debes saber mucho de eso." "Muy hábil", contestó, y me agarró por el hombro. Yo pensé que buscaba rollo y me aparté. "No te equivoques, yo soy hétero," aclaró. Y me contó que, a pesar de ser hétero, le encantaba calentarles la polla a los gays. Yo creí que eso era peligroso, pero él me dijo que no. "¿Pero nunca has estado con un hombre?" "Nunca." "Pues ya ves que aquí tienes un club de fans entero." "Sí, pero no tienen nada que hacer." Etcétera. Resumiendo, que hasta en eso se parece a mí. Le van las tías pero le encanta que lo miren los tíos. Además, es un poco playboy. Me comentó un día que estaba enrollado con dos pibas a la vez, y que era divertido engañarlas.

-Y, ¿crees que con lo que ha pasado, cuando lo veas de nuevo vas a intentar algo? –pregunté.

-Me dejó muy claro que no le van los tipos. No creo que intente nada.

-¿Pero te gustaría probarlo?

-No sé. Creo que sí. Me gusta mucho su cuerpo, y es simpático. Y siento admiración por otras características que tiene. Es medio acróbata. Un día me demostró su flexibilidad dando una serie de saltos mortales en el tatami. Dijo que me enseñaría.

Si se confirmaban mis suposiciones, Gonzalo daría un nuevo paso. Bueno, si se daban las condiciones que yo estaba dispuesto a implantar. Pero ahora no podía saberlo. Debía esperar.

-Tú también eres muy flexible, ¿no? –preguntó Jordi.

-Bastante.

-Yo creo que serías capaz de chuparte la polla tú mismo –continuó-. Lo digo por lo que hiciste antes.

-¿Qué hizo antes? –se adelantó el pequeño.

-Nada. Unas contorsiones.

-Se ha doblado sobre si mismo. Yo diría que te faltaba poco para chupártela.

-¡Venga, inténtalo! –gritó Oriol-. Mira, ahora que la tienes tan dura, seguro que te llegas.

Y se apartó como dejando espacio para esa exhibición especial.

-No lo he intentado nunca, pero...

Le dejamos libre la cama. Él comenzó a inclinar el tórax hacia adelante. Su miembro, totalmente rígido, casi tocaba sus labios. Sacó la lengua y las dos puntas coincidieron un instante fugaz. Le costaba respirar. Regresó a la posición normal y nos vio los tres sexos presentando armas.

-Joder, ¿tanto os excita esto?

-No sabes tú cuánto –respondí. Los demás se habían quedado mudos-. ¿No sería mejor en el sillón? Vamos a probarlo, yo te ayudo.

Lo guié para que se sentara en la punta de la silla. Bajó la cabeza, pero aún estaba lejos. Empujé suavemente, forzando el cuello. Aún faltaban dos centímetros. Con la lengua podía lamer la punta rígida de su glande.

-No, verás, creo que lo hacemos mal.

Los cachorros estaba en completo silencio, a la expectativa de un logro que se les antojaba imposible.

-Hay que abrir las piernas, y subirlas un poco, como si alguien muy afortunado te fuera a follar.

Acompañé sus movimientos con mis manos. Al subir las piernas quedó al descubierto su hoyo primoroso, liso y tierno. El hecho de abrir las piernas y elevarlas le brindó un grado más de elasticidad y pudo acercar más la cabeza a su sexo. Ya lo rozaba con los labios. Abrió la boca. Con el último empuje que le comuniqué con mi brazo se tragó varios centímetros, dos o tres.

-¡Qué pasada!

Era una posición forzada, pero tremendamente excitante. Ver en tan poco espacio los elementos más deseados del cuerpo de Lalo nos estimuló sobremanera. La visión imponente comenzaba en su cráneo, redondo y bien formado. Bajando la vista, te encontrabas con sus cejas, lisas, poco pobladas, con un corte extraño, más propio del fetichismo que de una herida. Sus ojos, directos a observar su sexo que ahora tenían tan cerca, los párpados bajados. Los hombros abiertos, ensanchados, para cobijar sus piernas levantadas y ayudar a cerrar la figura. Después las mejillas, glotonas, succionando insaciables la dulzura de su glande. Los labios adaptados a la forma aerodinámica del capullo. El tronco, grueso y largo, con las venas marcadas certificando la hinchazón. Los testículos, desprendidos como siempre, grandes, rellenos, generosos. Poco espacio para el perineo y después, majestuoso, su ano se ofrecía semiabierto y tenso, flexible y alargado. Dios, no parecía él mismo, sin embargo estaba allí, como un objeto de arte que se brinda para el goce de su propietario, exhibiendo las excelencias de la carne, subrayando una beldad que habitualmente esconde su amable rostro.

De reojo vi que los cachorros estaban a punto de lanzarse a adorar al ídolo. Me tuve que adelantar. Antes de darme tiempo a pensarlo me encontré arrodillado, lamiendo con desesperación el agujerillo delicioso que se me ofrecía.

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